Inferno

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Capítulo 8

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Sobresaltado, Langdon abrió los ojos y procuró recobrar el aliento. Seguía sentado en el escritorio de Sienna con las manos en la cabeza. El corazón le latía con fuerza.

«¿Qué diablos me está pasando?».

No podía dejar de pensar en la imagen de la mujer del cabello plateado y la máscara picuda. «Yo soy la vida. Yo soy la muerte». Intentó desembarazarse de la visión, pero parecía haberse grabado con fuerza en su mente. Las dos máscaras del programa teatral lo miraban desde el escritorio.

«Tus recuerdos seguirán desordenados y sin catalogar —le había dicho Sienna—. Mezclarás pasado, presente y fantasías».

Langdon se sintió mareado.

En algún lugar del apartamento, sonó un teléfono. Era un timbre agudo y anticuado que parecía provenir de la cocina.

—¡¿Sienna?! —exclamó Langdon al tiempo que se ponía de pie.

Nadie respondió.

Todavía no había vuelto. El timbre sonó dos veces más y luego saltó el contestador automático.

«Ciao, sono io —declaró alegremente la voz de Sienna en el mensaje—. Lasciatemi un messaggio e vi richiamerò».

Se oyó un sonido, y luego el mensaje de una asustada mujer con un marcado acento de Europa del este. Su voz resonó por el pasillo.

«¡Szienna, soy Danikova! ¡¿Dónde estász?! ¡Terrible! Tu amigo doctor Marconi, ¡muerto! ¡Hoszpital todo el mundo frenético! ¡Polizía aquí! ¡¿Gente dice que tú salir corriendo para salvar paciente?! ¡¿Por qué?! ¡No lo conoces! ¡Ahora polizía querer hablar contigo! ¡Tener tu expediente! ¡Yo sé que información mentira (dirección mala, no números teléfono, visa trabajo falsa), así que no encontrarán hoy, pero pronto sí! Quería avisar. Lo siento, Szienna».

La llamada terminó.

Langdon sintió que lo embargaba una nueva oleada de remordimiento. A juzgar por el mensaje, el doctor Marconi había permitido a Sienna trabajar en el hospital de forma irregular. La aparición de Langdon, sin embargo, le había costado la vida al doctor, y salvar a un desconocido tendría duras consecuencias para ella.

Justo entonces oyó que al otro extremo del apartamento se cerraba la puerta de entrada.

«Ha regresado».

Un momento después, oyó que Sienna reproducía el mensaje que le habían dejado en el contestador.

«¡Szienna, soy Danikova! ¡¿Dónde estász?!…».

Langdon no pudo evitar hacer un gesto de disgusto al pensar en el mensaje que Sienna estaba a punto de oír. Mientras este se reproducía, volvió a dejar en su sitio el programa teatral para despejar la mesa y luego cruzó rápidamente el pasillo de vuelta al cuarto de baño. Se sentía algo incómodo por su pequeña intrusión en el pasado de ella.

Diez segundos después, oyó que su anfitriona llamaba con suavidad a la puerta.

—Te dejo la ropa colgada en la manilla —dijo Sienna, con la voz quebrada por la emoción.

—Muchas gracias —contestó Langdon.

—Cuando hayas terminado ven a la cocina, por favor —añadió ella—. Hay algo importante que debo enseñarte antes de que llamemos a nadie.

Sienna recorrió cansinamente el pasillo hasta el modesto dormitorio del apartamento.

Tras tomar unos pantalones y un suéter de la cómoda, se dirigió a su cuarto de baño.

Sin apartar la mirada de su imagen en el espejo, extendió los brazos, agarró un mechón de su espesa cabellera rubia y tiró con fuerza. La peluca dejó a la vista su cuero cabelludo. Una mujer calva de treinta y dos años le devolvió la mirada.

Sienna había tenido que vérselas con no pocos desafíos en la vida, y a pesar de que siempre había contado con el intelecto para superar las adversidades, la situación actual la había alterado profundamente a nivel emocional.

Dejó la peluca a un lado y se limpió la cara y las manos. Tras secarse, se cambió de ropa y puso de nuevo la peluca con mucho cuidado. La autocompasión era un impulso que Sienna rara vez toleraba, pero ahora que las lágrimas surgían de lo más hondo, sabía que no tenía otra opción que dejarse llevar.

Y así lo hizo.

Lloró por la vida que no podía controlar.

Lloró por el mentor que había muerto ante sus ojos.

Lloró por la profunda soledad que atenazaba su corazón.

Y, sobre todo, lloró por el futuro, que de repente le parecía tan incierto.

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