Inferno

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Capítulo 98

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A pesar del oxígeno que respiraba a través de la mascarilla, Elizabeth Sinskey se sentía algo mareada. Habían pasado cinco minutos desde que los dispositivos PCR de Brüder habían revelado la aterradora verdad.

«La ventana de contención se ha cerrado hace solamente una hora».

Al parecer, la bolsa de Solublon se había disuelto en algún momento de la semana anterior, probablemente la noche inaugural del ciclo de conciertos (pues Sinskey había descubierto que habían estado tocando la Sinfonía Dante las últimas siete noches). Los pocos restos de Solublon que colgaban de la correa no se habían deshecho porque les habían aplicado una capa adhesiva para fijar mejor la bolsa al broche.

«El agente infeccioso se propagó hace una semana».

Sin posibilidad ya de aislar el patógeno, los agentes de la unidad AVI, encorvados sobre las muestras en el improvisado laboratorio de la cisterna, habían iniciado el protocolo habitual: análisis, clasificación y valoración de la amenaza. Hasta el momento, las unidades PCR solo habían revelado una única información sólida, y el descubrimiento no sorprendió a nadie.

«Ahora el virus se transmite por el aire».

El contenido de la bolsa de Solublon había emergido a la superficie y las partículas virales se habían diseminado por la atmósfera. «No deben de haber hecho falta muchas —sabía Sinskey—. Sobre todo en una zona tan cerrada».

A diferencia de una bacteria o de un patógeno químico, los virus se transmiten a mucha velocidad y tienen una gran capacidad de penetración en la población. De comportamiento parasitario, los virus entran en los organismos y se adhieren a una célula huésped mediante un proceso llamado adsorción. Entonces inyectan su propio ADN o ARN en la célula para reclutarla y obligarla a reproducir múltiples versiones. Una vez que existen suficientes copias, las nuevas partículas del virus matan la célula y atraviesan la pared celular en busca de nuevas células huésped a las que atacar y repetir así el proceso.

Al exhalar o estornudar, el individuo infectado expulsa gotitas respiratorias fuera del cuerpo que permanecen suspendidas en el aire hasta que son inhaladas por otra persona. Entonces el proceso vuelve a comenzar.

«Zobrist está utilizando el crecimiento exponencial de los virus para combatir el de la gente», pensó Sinskey, y recordó los gráficos que ilustraban el crecimiento de la población humana.

La cuestión candente ahora era: ¿Cómo se comportaría el virus?

Dicho fríamente: «¿Cómo atacará a su huésped?».

El Ébola deteriora la capacidad de coagular de la sangre, lo cual causa que las hemorragias sean imparables. El hantavirus provoca fallos en los pulmones. Toda una serie de virus conocidos como oncovirus son cancerígenos. Y el VIH ataca el sistema inmunológico, provocando la enfermedad del sida. No era ningún secreto en la comunidad médica que, de haber sido transmisible por el aire, el VIH habría supuesto la extinción de la población.

«Así pues, ¿qué diablos hace el virus de Zobrist?».

Estaba claro que los efectos tardaban en salir a la luz… Los hospitales cercanos no habían informado acerca de ningún paciente con síntomas fuera de lo normal.

Impaciente por obtener alguna respuesta, Sinskey se dirigió al laboratorio improvisado y vio a Brüder cerca de la escalera. Había conseguido encontrar una débil señal y estaba hablando por el móvil en voz baja.

Ella llegó a su lado justo cuando estaba terminando la llamada.

—Está bien. Comprendido —dijo el agente. La expresión de su rostro se encontraba entre la incredulidad y el terror—. Y, de nuevo, no puedo hacer suficiente hincapié en la confidencialidad de esta información. Solo para tus ojos. Llámame cuando sepas algo más. Gracias —y colgó.

—¿Qué sucede? —preguntó Sinskey.

Brüder exhaló lentamente.

—Acabo de hablar con un antiguo amigo mío. Un importante virólogo del CDC de Atlanta.

—¿Ha alertado al CDC sin mi autorización?

—He tenido que tomar una decisión —respondió—. Mi contacto será discreto, y vamos a necesitar mejor información de la que podemos obtener en este laboratorio improvisado.

La doctora echó un vistazo al puñado de agentes de la unidad AVI que estaban tomando muestras de agua encorvados sobre aparatos electrónicos portátiles. «Tiene razón».

—Mi contacto del CDC —prosiguió Brüder— se encuentra en un laboratorio microbiológico completamente equipado y ya ha confirmado la existencia de un patógeno viral muy contagioso y nunca antes visto.

—¡Un momento! —le interrumpió Sinskey—. ¿Cómo ha podido enviarle una muestra tan de prisa?

—No lo he hecho —dijo Brüder en un tono seco—. Mi amigo ha analizado su propia sangre.

Sinskey solo necesitó un momento para asimilar la información.

«Ya es global».

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