Inferno

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Capítulo 57

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«Peccatum… Peccatum… Peccatum…».

Las siete pes escritas en el dorso de la máscara mortuoria de Dante transportaron la mente de Langdon al texto de la Divina Comedia. Por un momento, volvió a estar en el escenario de Viena, ofreciendo su conferencia «Dante divino: Símbolos del infierno».

—Hemos descendido los nueve círculos del infierno hasta el centro de la Tierra —su voz resonó por los altavoces—, y nos hemos encontrado cara a cara con el mismísimo Satán.

Langdon mostró una serie de diapositivas en las que aparecían distintos diablos de tres cabezas: el Mappa de Botticelli, el mosaico del baptisterio de Florencia y el aterrador demonio negro de Andrea di Cione con la piel manchada con la sangre de sus víctimas.

—Juntos —prosiguió— hemos descendido por el peludo pecho de Satán, hemos cambiado de dirección al invertirse la gravedad y, finalmente, hemos dejado atrás el sombrío inframundo… Ahora podemos ver de nuevo las estrellas.

Langdon pasó varias diapositivas hasta llegar a la imagen que había mostrado antes, la del icónico cuadro de Domenico di Michelino en el Duomo, en el que se veía a Dante con túnica roja y de pie ante las murallas de Florencia.

—Y, efectivamente, si se fijan bien podrán ver esas estrellas.

Langdon señaló el cielo repleto de estrellas que se arqueaba sobre la cabeza de Dante.

—Como pueden ver, el cielo está construido como una serie de nueve esferas concéntricas que orbitan alrededor de la Tierra. Esta estructura del paraíso pretende reflejar y mantener el equilibrio con los nueve círculos del inframundo. Como probablemente habrán advertido, el número nueve es recurrente en Dante.

Langdon se detuvo un segundo, tomó un sorbo de agua y dejó que el público recobrara el aliento después del angustioso descenso por el infierno.

—Bueno, después de soportar los horrores del inframundo, deben de estar todos ustedes muy excitados ante la perspectiva de llegar por fin al paraíso. Lo lamento, pero en el mundo de Dante nada es tan sencillo. —Exhaló entonces un dramático suspiro—. Para llegar al paraíso primero debemos (figurativa y literalmente) ascender una montaña.

Langdon señaló el cuadro de Michelino. Detrás de Dante, en el horizonte, el público vio una montaña con forma de cono que se elevaba hasta el cielo. Alrededor de esta montaña, un sendero ascendía en espiral, rodeándola nueve veces, y formando unas cornisas cada vez más estrechas. A lo largo del camino, unas figuras desnudas sufrían diversas penitencias según su pecado.

—Ante ustedes, el monte Purgatorio —anunció Langdon—. Lamentablemente, este penoso ascenso de nueve pisos es la única ruta que conduce de las profundidades del infierno a la gloria del paraíso. En él, pueden ver cómo las almas arrepentidas ascienden pagando todas ellas un precio adecuado al pecado que cometieron. Los envidiosos, por ejemplo, deben hacerlo con los ojos cosidos para no codiciar; los orgullosos deben cargar con pesadas piedras que inclinen sus espaldas en señal de humildad; los glotones deben ascender sin comida ni agua, sufriendo con ello un hambre atroz, y los lujuriosos deben ascender a través de las llamas para purgar así el calor de su pasión. —Hizo una breve interrupción—. Ahora bien, antes de que se les conceda el gran privilegio de subir por esta montaña y puedan purgar sus pecados, deben hablar con este individuo.

Langdon pasó a una diapositiva que mostraba un detalle del cuadro de Michelino. En él se podía ver a un ángel alado sentado en un trono a los pies del monte Purgatorio. Ante él, una hilera de pecadores penitentes esperaban permiso para acceder al sendero ascendente. Por alguna razón, el ángel blandía una larga espada, cuya punta parecía estar clavándose en el rostro de la primera persona de la cola.

—¿Quién sabe qué está haciendo este ángel? —preguntó Langdon.

—¿Le clava la espada en la cabeza? —dijo una voz.

—No.

—¿Le clava la espada en el ojo?

Langdon negó con la cabeza.

—¿Alguien más?

—Escribe algo en su frente —dijo una voz al fondo.

Langdon sonrió.

—Parece que alguien sí ha leído a Dante —volvió a señalar el cuadro—. Soy consciente de que parece que el ángel esté clavando la espada en la cabeza de este pobre desgraciado, pero no es así. Según el texto de Dante, el ángel que vigila el purgatorio utiliza la punta de la espada para escribir algo en la frente de los penitentes antes de permitirles el acceso. «¿Y qué escribe?», se preguntarán ustedes.

Langdon se detuvo un momento.

—Curiosamente, una única letra…, que se repite siete veces. ¿Sabe alguien cuál es la letra que el ángel escribe en la frente de Dante?

—¡La pe! —exclamó una voz del público.

Langdon sonrió.

—Sí. Esta pe significa peccatum, la palabra latina que expresa pecado. Y el hecho de que esté escrita siete veces simboliza los septem peccata mortalia, también conocidos como…

—¡Los siete pecados capitales! —exclamó otra persona.

—Bingo. Así, solo pasando por todos y cada uno de los niveles del purgatorio, puede el penitente expiar sus pecados. En cada nivel, un ángel limpia una de las pes de su frente, hasta que llega a la cumbre limpio y con el alma purgada de todo pecado. Por algo el lugar se llama purgatorio —dijo, y guiñó un ojo.

Langdon volvió de sus pensamientos y vio que Sienna estaba mirándolo junto a la fuente bautismal.

—¿Las siete pes? —dijo, trayéndolo de nuevo al presente mientras señalaba la máscara mortuoria de Dante—. ¿Dices que son un mensaje que nos indica qué debemos hacer?

Langdon le explicó rápidamente la visión de Dante del monte Purgatorio, las siete pes que representan los siente pecados capitales y el proceso de limpiar la frente de los pecadores.

—Obviamente —concluyó Langdon—, como buen conocedor de Dante, Bertrand Zobrist sabía lo de las siete pes y el proceso de ir limpiándolas de la frente para poder seguir avanzando hacia el paraíso.

Sienna no parecía muy convencida.

—¿Crees que Bertrand Zobrist escribió esas pes en la máscara porque quiere que, literalmente, las limpiemos? ¿Eso es lo que crees que debemos hacer?

—Me doy cuenta de que es…

—Robert, aunque lo hiciéramos, ¡¿en qué nos ayudaría eso?! Nos quedaríamos con una máscara en blanco.

—Quizá sí. —Langdon sonrió esperanzado—. O quizá no. Creo que aquí hay más de lo que se ve a primera vista. —Señaló la máscara—. ¿Recuerdas que te he dicho que el color del dorso era más claro a causa del envejecimiento desigual?

—Sí.

—Puede que estuviera equivocado —dijo—. La diferencia de color parece demasiado marcada para deberse al envejecimiento, y la textura del dorso tiene mordiente.

—¿Mordiente?

Langdon le mostró que el dorso era más rugoso que la parte frontal… y también más arenoso, como si fuera papel de lija.

—En el mundo del arte, a esta textura áspera se la llama así. Los pintores prefieren pintar en una superficie que tiene mordiente porque la pintura se adhiere mejor.

—No entiendo adónde quieres llegar.

Langdon sonrió.

—¿Sabes qué es el gesso?

—Sí, los pintores lo utilizan para aplicar una capa de imprimación a los lienzos y… —Se detuvo de golpe al caer en la cuenta de qué quería decir eso.

—Exacto —dijo Langdon—. Utilizan gesso para crear una superficie con mordiente, y a veces para cubrir algo que han pintado si quieren volver a utilizar el lienzo.

Ahora Sienna parecía animada.

—¿Y crees que Zobrist cubrió el dorso de la máscara con gesso?

—Eso explicaría el mordiente y el color más claro. También por qué quiere que limpiemos las siete pes.

Sienna no pareció entender la última observación.

—Huele —dijo Langdon, acercando la máscara a su rostro como un sacerdote ofreciendo la comunión a sus fieles.

Sienna hizo una mueca.

—¿El gesso huele a perro mojado?

—No todos. El normal huele a tiza. El acrílico, a perro mojado.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Quiere decir que es soluble en agua.

Sienna ladeó la cabeza y Langdon notó cómo los engranajes de su cabeza se ponían en funcionamiento. La joven volvió la mirada hacia la máscara y luego otra vez hacia Langdon con los ojos muy abiertos.

—¿Crees que hay algo debajo del gesso?

—Eso explicaría muchas cosas.

Sienna agarró la cubierta de madera de la fuente y la empujó hasta dejar a la vista el agua. Luego mojó un paño de lino y le dio el trozo de tela mojada a Langdon.

—Deberías hacerlo tú.

Langdon se colocó la máscara boca abajo sobre la palma de una mano y con la otra tomó el paño. Tras escurrirlo para eliminar el exceso de agua, comenzó a aplicarlo con cuidado sobre el interior de la frente de Dante, humedeciendo la zona de las siete pes caligráficas.

Después de aplicar la tela varias veces con el dedo índice, volvió a mojar el paño en la fuente y prosiguió la tarea. La tinta negra comenzó a correrse.

—¡El gesso se está disolviendo! —dijo con excitación—. Y la tinta con él.

Mientras realizaba el mismo proceso una tercera vez, Langdon comenzó a hablar en un tono de voz retumbante y sombrío que resonó por el baptisterio.

—Con el bautismo, nuestro señor Jesucristo te libera del pecado y te hace nacer de nuevo mediante el agua y el Espíritu Santo.

Sienna se quedó mirando a Langdon como si se hubiese vuelto loco.

Él se encogió de hombros.

—Me ha parecido apropiado.

Ella entornó los ojos y volvió a centrar su atención en la máscara. A medida que Langdon le iba aplicando agua, el yeso original que había bajo el gesso comenzó a ser visible. Su tonalidad amarillenta estaba más acorde con lo que Langdon había esperado encontrar en un objeto tan antiguo. Cuando la última de las pes hubo desaparecido, secó la zona con otro paño y sostuvo en alto la máscara para que Sienna también pudiera verla.

Ella soltó un grito ahogado.

Tal y como Langdon había predicho, efectivamente, debajo del gesso había algo oculto. Una segunda capa de texto manuscrito: ocho letras escritas encima de la superficie amarilla y pálida del yeso original.

Esta vez, sin embargo, las letras formaban una palabra.

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