Indiana

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Prefacio

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PREFACIO

Escribí Indiana durante el otoño de 1831. Era mi primera novela. La escribí sin ningún plan fijo, sin tener en mente ninguna teoría del arte o la filosofía. Estaba en la edad en que uno escribe con sus propios instintos y la reflexión solo nos sirve para confirmar nuestras tendencias naturales. Algunas personas optaron por ver en el libro un argumento muy premeditado contra el matrimonio. Yo no pretendía algo tan ambicioso, y me sorprendieron en grado sumo todas las buenas razones que los críticos argumentaron acerca de mis propósitos subversivos. La crítica es demasiado ingeniosa, y eso le causará la muerte. Nunca se permite juzgar ingenuamente aquello que ha sido ingenuamente escrito, y busca —como dicen las buenas gentes— tres pies al gato, causando mucho sufrimiento a los artistas que se preocupan por sus argumentaciones más de lo estrictamente necesario.

Bajo todos los regímenes y en todos los tiempos ha habido una raza de críticos que, despreciando su propio talento, han creído que era su deber desempeñar el oficio de denunciantes, de proveedores de la fiscalía; una función sin duda singular para hombres de letras ¡asumida en contra de sus propios colegas! Las rigurosas medidas del gobierno contra nuestro gremio nunca satisfacen lo suficiente a estos feroces críticos. A ellos les gustaría dirigirlas no solo contra nuestras obras, sino también contra sus autores, y, si se siguieran sus consejos, a algunos de nosotros se nos prohibiría escribir incluso cualquier cosa.

En el momento en que escribí Indiana se clamaba al sansimonismo[7] bajo cualquier pretexto. Más tarde se clamaba a todo tipo de otras cosas. Incluso ahora ciertos escritores tienen prohibido abrir la boca, bajo pena de ver a los agentes físcalizadores de ciertos periódicos atacar su trabajo y llevarlos ante la policía de los poderes constituidos. Si un escritor pone sentimientos nobles en la boca de un obrero, es un ataque a la burguesía; si una joven que se ha desviado se rehabilita después de expiar su pecado, es un ataque contra las mujeres virtuosas; si un impostor asume títulos de nobleza, es un ataque a la casta patricia; si un matón interpreta al soldado de capa y espada, es un insulto al ejército; si una mujer es maltratada por su marido, es un argumento a favor del amor promiscuo. Y así con todo. ¡Amables hermanos, críticos devotos y generosos! ¡Qué lástima que nadie piense en crear un pequeño tribunal de la inquisición literaria en la que ustedes sean los torturadores! ¿Les bastaría con romper los libros en pedazos y quemarlos a fuego lento, o preferirían que, a instancias suyas, se torturara un poquito a los escritores que se permiten tener unos dioses diferentes a los suyos?

Gracias a Dios, he olvidado los nombres de aquellos que, desde mi primera publicación, trataron de desalentarme y que, al no poder argumentar que este humilde comienzo había resultado una completa mediocridad, trataron de distorsionarlo convirtiéndolo en una proclama incendiaria contra el resto de la sociedad. No esperaba tanto honor, y considero que debo a aquellos críticos el agradecimiento que la liebre les ofreció a las ranas, imaginando, por su alarma, que tenía derecho a considerarse a sí misma poseedora de resplandecientes habilidades para presentar batalla.

GEORGE SAND.

Nohant, mayo de 1852.

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