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INDIA » 1. EL TEATRO DE BOMBAY

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Antaño, hubo un rajá en Bidar. Quería enviar a su hija a cierto lugar. Los mahar eran quienes tradicionalmente llevaban los palanquines, y el rajá ordenó a los de la localidad que llevaran a su hija adonde tenía que ir. Los mahar comprendieron la importancia de lo que les habían pedido que hicieran: como precaución, para evitar accidentes o malentendidos, se autocastraron antes de partir. Los enemigos del rajá empezaron a propagar el rumor de que los mahar habían usado carnalmente a su hija. El rajá llamó a los mahar y los interrogó. Ellos se exhibieron ante él y dijeron que se habían autocastrado antes de llevar a la princesa. El rajá quedó tan complacido que Ies dio tierras. Así fue como la mahar llegó a ser la única casta establecida de la región que podía poseer tierras.

Me dio la impresión de que a Namdeo le encantaba aquella historia romántica, al igual que, antes, alentado por su amigo, había dado la impresión de evocar, con algo parecido a la nostalgia, las costumbres de casta de su pueblo natal. Le pedí a Chara que le preguntase por esa nostalgia: pensaba que podía habérseme escapado algo.

Namdeo habló durante largo rato, y el amigo de la túnica naranja también lo alentó en esta ocasión.

Al final, Charu me contó lo siguiente:

—Es plenamente consciente del dolor que ha sufrido; pero también lleva al poeta y al escritor en su interior, y como poeta y escritor desea encontrar sus raíces. El dolor siempre ha formado parte de su psicología. En los viejos tiempos, ni siquiera podía uñó plantearse el quejarse. Eras mahar y cumplías tus obligaciones. Punto.

No todo fue dolor para él en el pueblo. El maestro tenía los prejuicios de su casta, y se desentendió de Namdeo; pero esa falta de atención a él le proporcionó cierta libertad cuando era niño. Le gustaba llevar las vacas a pastar; iba a nadar al río.

En

1958, cuando tenía diecisiete o dieciocho años y estaba en cuarto grado, abandonó el pueblo y se fue a Bombay. Recordaba que en los cines ponían

Madre India, con la actriz Nargis. Se instaló en un barrio de chabolas con un tío suyo, que tenía dos habitaciones en una

chaul. Se llamaba «Dor

Chaul», por la casta dor, una casta que recogía las vacas muertas y se encargaba de las curtidurías. En la

chaul solo vivían esa clase de personas. De modo que la casta no abandonó a Namdeo en su pueblo: lo siguió a Bombay.

No trabajaba. Iba al colegio. En el colegio del pueblo había fracasado en cuarto grado; en Bombay, en el mismo grado, fue el primero. También fue entonces cuando empezó a escribir poesía.

Todos los poemas le salían de un tirón, «como un torrente». Había leído cosas sobre Bob Dylan y Eldridge Cleaver. Y también a algunos poetas negros, y a Leroi Jones. Los había leído en inglés. Entendía inglés, pero no lo hablaba. No había recibido ninguna influencia directa, pero tenía en cuenta a esos poetas. También conocía a Alien Ginsberg, Rimbaud, Rilke, Baudelaire, Lorca, a los cuatro últimos en traducciones inglesas. Había leído a todos los grandes poetas de mediados del siglo xx.

Y aunque, desde lejos, su trayectoria se parecía a la de bastantes personajes del Poder Negro de Estados Unidos —era alguien de quien hablaban los periódicos y las revistas, y había acabado por hacerse más famoso que su causa—, a pesar de todo, mientras hablaba con él en aquella pequeña habitación de la casa de Bombay, tuve la sensación de que era prisionero de un pasado indio que nadie de fuera podía realmente comprender. A él le había resultado más difícil escapar, rechazar el pasado, que a los negros de Estados Unidos. Y, si bien de una forma distinta, Namdeo volvía a ser prisionero de la India, con su multiplicidad de movimientos y necesidades desesperadas, fácilmente podía volver a hundirse. A él no le resultaba de verdad posible, como lo hubiera sido para un activista negro de Estados Unidos, apartarse, retirarse para estar tranquilo.

Pregunté si era más poeta que político.

—Los papeles no van separados. Estoy en contra de este sistema de castas. Lo expreso en la política que hago y en mis poemas. La poesía es un acto político. La política forma parte de mi poesía.

En aquel momento pensé que ya podía hablar de la aventura de la noche anterior.

—¿Va a seguir trabajando con las prostitutas?

—Voy a seguir trabajando con varios problemas. El de las prostitutas es muy importante.

—¿Hay dalit que le tienen envidia?

—Hay envidias. Me han acusado de ser comunista.

Cuando salió al principio a saludarnos, antes de volver a entrar para seguir comiendo, parecía ir vestido despreocupadamente, como de estar por casa, con una camisa pardusca y un

doti multicolor. En realidad, se había vestido con esmero. La camisa era elegante, de color ante, con una textura gruesa, y el

doti de cuadros.

Encajaba en la habitación, con las paredes con enlucido de finas grietas y las flores de plástico en un jarrón sobre el alféizar de la ventana delante de las barras de hierro verticales: en eso se apreciaba el gusto de Malika.

Dije:

—Malika dice que su poesía ha marcado un hito.

—Me sorprende que la gente diga cosas así. La literatura en márata es muy pobre. Aparecieron poemas que estaban bien, como los de Tukaram, y después no hubo nada durante siglos.

Llevaba una vida pública muy intensa por entonces. ¿Podía escribir poesía con esa clase de vida?

Interpretó mal la pregunta.

—Realmente no me preocupa. No espero alabanzas.

—Malika dice que usted afirmaba que tenía derecho a publicar su libro.

No dio una respuesta directa.

—Es un conflicto entre dos culturas, dos clases de educación. La madre de Malika era una hindú tradicional. Aunque su padre era musulmán, la cultura de Malika era la tradicional de la clase media hindú.

—Usted defendió su libro.

—Su libro me perjudicó; es verdad. Mi imagen en el exterior era de progresista, y el retrato de Malika resultó perjudicial. Pero tenía razón. Siempre he sido seguidor de Ambedkar. Forma parte de mi ser, y pienso que Malika tiene derecho a decir lo que piensa de su marido.

Después, dando explicaciones sobre sí mismo, sin esperar a que le hiciera preguntas, se puso a hablar de algunas de las cosas que quizá hubiera oído sobre él o que quizá quisiera saber.

—Mi ascenso político empezó entre 1971 y 1972.

Antes de eso vivía en la zona de Kanzipura, con el hampa. El dinero me llegaba fácilmente. Son los bajos fondos, dominados por la ignorancia, la mafia y la crueldad. Es una zona cruel, y eso me afectó. Influyó enormemente en mi carácter. Cuando eres joven, eres duro, mantienes una actitud militante. La energía que tienes puede llevarte por el buen camino o por el malo. Si no fuera por mi pasado especial, y si no conociera el movimiento de Ambedkar, podría haber sido uno de los grandes del hampa, y quizá no me hubiera metido en política. Debido a mi crianza, estaba lleno de rabia y dispuesto a pelear ante la mínima provocación. Algunas de las peleas en las que participé estuvieron a punto de acabar en asesinato. Toda la gente del hampa de Bombay me conocía.

La tarde tocaba a su fin; la noche casi había caído. Nuestra conversación había durado mucho, porque Namdeo hablaba largamente, y yo tenía que esperar la traducción o los resúmenes de Charu. Estaba cansado. Charu también estaba cansado, y se había perdido el Circo Ruso, al que hubiera querido llevar a su mujer esa tarde. Me levanté, dispuesto a marcharme; pero Namdeo no quería. Dijo:

—No me ha preguntado nada sobre mi vida personal.

Y a continuación, como si eso fuera lo que se esperaba de él, concediéndole todo su valor, contó las cosas que decía la gente y que a veces utilizaba en su contra.

—Fui taxista. Desde 1967 hasta 1971. Iba con prostitutas. He probado todos los vicios.

Ahora soy demasiado normal y caballero. —Pronunció la última frase en inglés—. Incluso después de casarme, a veces iba con prostitutas. Cuando se escindieron los Panteras Dalit bebía muchísimo. Yo fundé los Panteras, y ellos me dejaron en minoría. Fue un golpe terrible. Todavía me entristece.

—¿Por qué cree que perdió su poder?

—Me adelanté a mi época. Intenté ampliar la definición de dalit, incluir a todos los oprimidos, no solo a las castas establecidas. Si realmente se quiere deshacer el sistema de los intocables, hay que meterse en la línea de la mayoría. Eso es lo que yo quería hacer. Por eso quería ampliar la definición de dalit. Pero los dalit reaccionarios no querían lo mismo. Pensaban que, para romper con los sentimientos de comunidad, hay que estar en la comunidad. Y esa fue la gente que me dejó en minoría.

Después sobrevino lo de su enfermedad. Fue en 1981, también el año en que publicó su último libro. Había hablado de una forma tranquila, sincera, de su vida y sus fracasos, mientras el amigo de la casa, el del poblado bigote y la túnica naranja o azafrán (que parecía cada vez más una prenda religiosa) escuchaba, miraba un punto a medio camino entre sus ojos y el suelo y de vez en cuando movía la cabeza en señal de asentimiento. Y Namdeo habló sobre su enfermedad de la misma manera. Parecía como separado de su vida, como si la observara desde lejos. Ya no buscaba ni la alabanza ni la aprobación: habló del derecho de Malika a publicar su libro crítico como si jamás se le hubiera pasado por la cabeza la otra posibilidad, la de la rabia y la represión.

—¿Qué significa Ambedkar para los dalit?

—Hubo una época en que nos trataban como animales. Ahora vivimos como seres humanos. Todo gracias a Ambedkar.

Así, al igual que encontré mayor significado en la casa con paredes de color lila y enlucido de finas grietas y sillas pintadas de blanco, también comprendí mejor la larga y paciente hilera de hombres y mujeres oscuros a un lado de la carretera la mañana de mi llegada: no solo los pobres de la India, sino una expresión de la vieja crueldad interna de esa pobreza: las gentes más bajas, llenas de emoción, sin política alguna en aquel momento, solo rechazando el rechazo.

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