India

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INDIA » 3. LAS METAMORFOSIS

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»Mi padre dedicó los últimos veinte años de su vida a escribir libros científicos en la lengua local. Comprendió que así iban a cambiar las cosas: hablar de ciencia en la lengua del pueblo, no en inglés. Esos libros son bastante buenos, y algunos realmente buenos. Escribió cosas sobre la energía mucho antes de que empezara a darse importancia a la conservación de la energía. Escribió cosas sobre astrofísica, y un librito sobre el sonido, que trataba de la física del sonido, e intentaba explicar al lector la relación de ese aspecto físico con la música que escuchaba, con la música local. Escribió ese libro en los años cuarenta. Es una obra pequeña. Lo vendían por dos

anas.

Una octava parte de rupia, menos de un penique.

—¿Cómo se consideraba usted cuando era joven? ¿Pobre? ¿Normal?

—Yo me sentía de clase media. —La clase media al modo indio: es decir, no pobre, pero con un toque de sencillez y de ir tirando, no una clase media en el sentido europeo o norteamericano—. No éramos ricos. Era una casa de clase media con ciertos problemas. Nunca había dinero de sobra. Nunca. Yo diría que esto se tomaba como parte de la vida, no como algo sobre lo que hubiera que estar preocupándose continuamente. Existen ciertas ventajas en las grandes familias conjuntas: se ocupan de todas las cosas. Es como un pequeño estado: tienes amigos, puedes seguir adelante.

»El hecho de que mi padre se dedicara a la ciencia influyó en mí. Y mi padre tenía amigos en el mundo de la literatura, porque había escrito libros en la lengua local. En casa había con frecuencia discusiones sobre ciencia, religión, literatura. Era una atmósfera muy culta, muy sofisticada, muy estimulante. La simplicidad solo se veía en el aspecto económico, no en el cultural. Y eso es muy importante en un país tan antiguo como la India.

Comprendí a qué se refería. Era lo que yo pensaba —de una forma menor o diferente— sobre mi pasado familiar en la lejana Trinidad. Pensaba que nuestras condiciones físicas de vida, a menudo condiciones de pobreza, solo explicaban la mitad de la historia; que los restos de la antigua civilización que poseíamos ofrecían a las generaciones coloniales intermedias un segundo esquema de respeto y ambiciones, y que esta circunstancia nos equipó para el mundo exterior mejor de lo que hubiera podido pensarse. Pero también recordé otra cosa: la mala factura de los libros indios que comprábamos, a veces por devoción hacia la tierra ancestral. Me acordé del papel malo, la tipografía desigual, la tinta grasienta, los renglones torcidos, los márgenes variables, las grapas herrumbrosas. La idea de la India formaba parte de nuestra fuerza, y era objeto de una parte de nuestra devoción; sin embargo, existía aquella otra idea de la realidad india, de los objetos malos, de las máquinas malas y mal utilizadas.

Subramaniam dijo:

—Si me remonto a la época en que estaban aquí los británicos, y mis recuerdos son vagos: nací en los años cuarenta, veíamos que las cosas fabricadas en Inglaterra o en Europa (había pocos productos estadounidenses), veíamos que eran buenas. Pensábamos que las de fabricación india no eran de tan buena calidad. Creo que las personas de la generación de mi padre debieron de tener una fortaleza mental o intelectual extraordinaria para preservar su espíritu en medio de la baja calidad de todo lo indio. La gente sabía que las cosas no eran muy buenas; pero tenían una inspiración que les venía de una grandeza real o imaginaria. Tenían unos sentimientos innatos de antigua fuerza cultural, que los mantenían. Así que admiraban las cosas de Gran Bretaña, pero al mismo tiempo decíamos: «Está muy bien, pero no vamos a capitular ante ello.»

—¿No les hacía dudar sobre la posibilidad de una revolución industrial en la India, y sobre la capacidad de los indios para fabricar cosas con aspecto de verdadero acabado?

—Yo nunca tuve dudas sobre eso. Nunca. No lo veíamos como una cuestión de sí o no, sino de cuándo. Nos quejábamos de que fuera tan despacio.

—¿No cree que la mala calidad ejercía una influencia psicológica sobre la gente?

—A mí me daba un poco de vergüenza. Desde luego, la gente tenía la sensación de que muchos industriales estaban ganando dinero sin fabricar buenos productos, y eso producía la sensación de riqueza mal adquirida. Se esperaba un futuro bastante lejano en el que las cosas no serían así. Comprendíamos que la solución se encontraba en tener una ciencia fuerte en el país. Mis sentimientos eran una mezcla de vergüenza, ignorancia y esperanza. No creo que mucha gente compartiera esa actitud. Sobre la esperanza, había muy diversos puntos de vista.

»Algunos indios pensaban por entonces que el Imperio británico duraría para siempre, no muchos, pero sí bastantes. Uno de mis recuerdos más vividos es una discusión entre mi padre y el padre de mi madre, que era médico.

—¡Médico!

—Como ya le he dicho, solo se veía la sencillez en el aspecto económico. La discusión (tuvo lugar durante la guerra) fue sobre cómo podría ser el futuro. Mi abuelo, el médico, pensaba que Europa, Occidente, era muy poderosa, y que a la India le resultaría casi imposible librarse de los británicos. E incluso si los británicos perdían la guerra, quedarían los alemanes. Así que veíamos el futuro dominado por Occidente durante mucho tiempo. Y también pensaba que los indios eran incapaces de hacerse cargo del país, de dirigirlo, de gobernarlo.

Aquello me trajo a la memoria otros sentimientos que yo experimentaba al principio sobre mi cultura ancestral. En Trinidad, a finales de los años treinta y principios de los cuarenta, veía a los indios pobres durmiendo en las plazas de Puerto España. Esas gentes eran campesinos que habían emigrado de la India; habían terminado sus contratos hacía veinte años o así, no les habían dado billetes para regresar a la India y habían quedado desamparados, abandonados por todos. Estaban aún más aislados en la ciudad colonial por el idioma, y vivían en la calle hasta que morían. Cuando era bastante joven, se me ocurrió la idea, al ver a aquellos indigentes, de que no teníamos nadie a quien recurrir. Nos habían sacado de la miseria de la India, y no teníamos representación. La idea del enemigo externo no bastaba para explicar lo que nos había ocurrido. Me vi, a edad temprana, mirando hacia dentro, y preguntándome si la cultura —la religión, difícil pero personal, los tabúes, las ideas sociales—, que en un sentido servía de apoyo y de enriquecimiento a algunos de nosotros, y que nos proporcionaba solidez, no sería precisamente lo que nos había expuesto a la derrota.

Subramaniam dijo:

—Yo también pensaba eso, pero de una manera distinta. Los extranjeros estaban aquí. El país se había esclavizado y lo habían saqueado, pero no era solo por la cultura. Era porque nos habíamos debilitado y estancado en el transcurso de los siglos.

Se puso a hablar sobre la pauta que había seguido la historia india.

—Me remito a los comentarios de Alberuni sobre los hindúes.

Alberuni, el historiador árabe que vivió hacia el año 1000 en la corte de Gazni, en el actual Afganistán. Subramaniam lo había mencionado al principio de nuestra conversación. El libro de Alberuni era una de las fuentes de conocimientos sobre la ciencia y el saber hindúes de la antigüedad; pero Alberuni también había escrito palabras famosas sobre la prepotencia hindú en ese saber.

—Nos dormimos en los laureles. Se había desarrollado un sistema en el que la conservación de la cultura del país y de su organización social era independiente de los jefes militares que dirigían la India. El país se regía por unos principios que tenían asumido que los reyes cambiarían, que se librarían guerras, pero que la sociedad continuaría, prácticamente imperturbable ante esos acontecimientos.

»Hasta cierto punto, esa es la razón por la que los hindúes son ahistóricos. Fíjese en lo que recuerda la cultura india: conservamos nuestros libros de matemáticas, astronomía, gramática. Conservamos a Baskara y Charaka, científicos del siglo vii. Entre lo que se conserva no encontramos nombres de reyes ni de batallas: eso no forma parte de nuestra tradición. Conocemos a Baskara y a Shankaracharya. —Shankaracharya, filósofo del siglo ix que viajó por toda la India, revitalizó la filosofía hindú, estableció las bases religiosas (que aún existen) en ciertos lugares y, según se cree, murió a la edad de treinta y dos años—. Pero si se le pregunta a alguien: “¿Quién gobernaba esta parte del país en 1700?”, no sabrá contestar, y, sobre todo, es que no le interesa.

»Sin embargo, ese ha sido el punto débil del país, y lo que nos ha traído la derrota militar; pero la situación cambió con los británicos. Cuando llegaron los británicos, los indios empezaron a comprender, poco a poco, que las derrotas políticas y militares eran algo ante lo que no podían cerrar los ojos. Lo que en otros sitios hubiera sido una reacción natural, un presupuesto natural, en la India tuvo que ser una conclusión intelectual. Llevó mucho tiempo. Se dieron cuenta muy tarde, en el siglo xix.

»Era un sentimiento que muchos compartían. Por eso asistía la gente a colegios ingleses. Yo también fui a un colegio en el que la mitad de la enseñanza se impartía en inglés, pero era muy indio. Lo dirigían hindúes ortodoxos, pero estaban convencidos de que teníamos que aprender inglés, ciencia, tecnología. Resultaba muy estimulante. Recuerdo que había muchas diferencias de opinión sobre el futuro entre los profesores. Incluso Gandhi era objeto de controversia. Al volver la vista atrás, me sorprende que allí hubiera algunas personas, profesores, quizá seis o siete —y con unos sueldos muy bajos— a quienes les movía el deseo de que la gente aprendiera. Se tenía la sensación de que había que cumplir una misión. Recuerdo que uno de mis profesores, que por alguna razón que no acabo de comprender se interesaba mucho por mí, me dio un libro sobre la vida de los grandes científicos, y lo pagó de su bolsillo.

—¿Era brahmán?

—Sí, era brahmán. El colegio tenía una orientación brahmánica.

Pensé en la contribución de los brahmanes al movimiento independentista, y a las ideas de regeneración social que habían acompañado a aquel movimiento. Pensé en la contribución posterior de los brahmanes a la ciencia. Dije:

—Entonces, ¿los brahmanes han pagado su deuda, en cierto modo?

—No estoy seguro de que la hayan pagado. Todavía son responsables de muchas cosas de nuestra sitúación social. —Subramaniam se interrumpió en este punto y continuó con un tema que guardaba relación con el anterior—. Se produjo una gran revolución en este estado tras la independencia, y fue consecuencia de ella. Esa revolución social consistió en que cambió la identidad de las clases políticamente poderosas en el transcurso de pocos años. Fue una revolución sin derramamiento de sangre, pero revolución al fin y al cabo, a pesar de que es algo que no se sabe fuera de la India. Antes de la independencia, la administración del estado se encontraba en manos de los brahmanes. Unos años después de la independencia, el poder cambió de manos: me refiero a la forma en que cambió de manos el poder en otras partes del mundo. Quienes ocupan ahora los ministerios pertenecen a una clase social diferente.

»El consejero de ciencia del primer ministro decía el otro día que el problema de la ciencia india es que tiene un carácter demasiado brahmánico, y que necesitamos una ciencia de una casta mucho más baja. Pero el hecho de que haya tantos brahmanes metidos en la ciencia es simplemente cuestión de evolución histórica.

—¿Se siente usted amenazado?

—No le quepa la menor duda. La admisión en las universidades no se basa estrictamente en los méritos. Hay cupos para las distintas clases. Muchos brahmanes piensan que incluso la educación se ha puesto difícil. Hay cupos, y las universidades privadas son caras. Esa circunstancia quizá explique, al menos en parte, la gran cantidad de profesionales indios que hay en el extranjero.

Mis pensamientos, mientras regresaba de Goa, atravesando las ciudades un tanto desastradas pero llenas de actividad, con signos de crecimiento, y después las bien labradas tierras en época de cosecha, se centraron en el despertar indio, y más concretamente hindú. Si Subramaniam estaba en lo cierto, existía una ironía oculta en aquel despertar: que el grupo o la casta que tanto había contribuido a que se produjese se encontrara amenazado.

La educación y la ambición por sí mismas no hubieran llevado a la gente a ninguna parte sin una economía en expansión. Incluso cabía la posibilidad de que la economía en expansión explicara el cambio en la educación india. Para Pravas, que era ingeniero, la expansión había empezado antes de la independencia, cuando la idea del desarrollo modificó la antigua importancia que los británicos daban a las leyes y al orden (sobre todo después del motín indio de 1857).

—Mucha gente quedó absorbida en ese proceso. Hacia 1930 se produjo un crecimiento explosivo en la India. Llegó a la cima hacia 1947, después siguió creciendo y ahora está descendiendo. En 1962, cuando yo pensaba ir a la universidad y estudiar una carrera, podía elegir entre varias profesiones e instituciones. En la actualidad, la gente tiene que luchar con todas sus fuerzas. Pero estas cosas tienen su lado positivo.

»La aspiración del indio medio es crecer al abrigo de una sombra: algo que está muy bien siempre y cuando haya alguien que proyecte esa sombra. En términos concretos, significa que se busca trabajo, se intenta entrar en las estructuras creadas por otros. Así fue como nos gobernaron al principio. Es la siguiente actitud: “Con tal de que el entorno local sea el mismo, no me importa quién esté arriba.” Hace tiempo leí una cosa en un periódico. Trataba sobre el hecho de que, antes de que llegaran los británicos a la India, los indios eran como las abejas de un jardín. Estupendo, siempre y cuando otra persona se ocupara del jardín. Naturalmente, después los británicos pasaron a ser los dueños del jardín y los jardineros, los

malis, mientras que los demás, las abejas, iban felices de flor en flor.

—¿Cuál es el lado positivo de la lucha en la actualidad?

—Esa zona de sombra de la que le he hablado se está superpoblando. Está obligando a la gente a valérselas por sí misma. Está obligándolos a ser sus propios patronos.

Pravas era de una región lejana, del este del país. Su abuelo había sido sacerdote, y su padre entró al servicio del gobierno en calidad de administrativo.

—Es casi la típica historia de triunfo en la India. Mi padre hubiera debido entrar al servicio del gobierno a mediados de los años cuarenta, la época en la que la administración acababa de empezar a recuperarse. Todavía no había mucha ciencia ni industria, ni nada parecido; pero la estructura estaba en expansión. Fue la precursora del desarrollo. Cuando llegó el verdadero desarrollo, había una administración no tradicional. La administración tradicional hubiera necesitado policía, soldados, funcionarios y abogados. La administración no tradicional necesitaba industriales, artesanos, ingenieros, médicos, científicos, empresarios. Como mi padre entró al servicio del gobierno en la época anterior, no fue científico.

—¿Qué leía su padre?

—Conservaba muchas tradiciones. Cantaba

mantras. Mi abuelo era un buen

purohit clásico, respetuoso con los rituales, según lo que me han contado. Su profesión consistía en oficiar los ritos, mientras que mi padre, si queremos seguir la transición, entonaba los

mantras por costumbre, por respeto, como una expresión de gratitud a Dios los

mantras te resonaban en la cabeza desde la infancia. Yo no establezco ninguna diferencia entre eso y el joven que hoy en día canta canciones de películas en hindi, formal e informalmente, en un entorno de vídeo o audio.

»Mi padre es más alto que yo, y tiene muy buena estampa cuando se sienta con las piernas cruzadas, cantando, con la espalda recta. La postura me parece preciosa. Mi padre tiene setenta y siete años, y la espalda todavía recta. Pero con mi padre, el canto de

mantras “se ha degradado”, entre comillas, ha pasado de ser una forma de ganarse la vida a un placer. Placer verbal, si quiere; nostalgia: una protección contra los miedos. Toda una gama de sentimientos: a eso le llamo yo placer, porque se hace de una forma voluntaria.

»Vivíamos en un pequeño principado del este. Mi abuelo era uno de los sacerdotes de la familia real. En realidad no era un rey muy importante: era un reino feudal de unos trescientos o cuatrocientos kilómetros cuadrados.

Un pequeño principado del este, un sacerdote al servicio de la familia en el poder. Dije:

—Eso es realmente la vieja India.

Pravas dijo:

—El grado de cambios culturales que he experimentado y digerido personalmente destrozaría a una persona en cualquier otro sitio. Cuando era pequeño e iba de visita a mi pueblo ancestral, hacíamos el viaje en carros tirados por bueyes: era la única manera. O a pie. Eso ocurría incluso en 1960. No teníamos lo que podría considerarse cuarto de baño. Bajábamos al río.

—¿Era usted consciente de las penurias?

—Por entonces me parecían algo normal. Todo el mundo hacía lo mismo en el pueblo. Y durante años enteros, cuando volvía al pueblo a pasar un par de días, me parecía una especie de excursión. Antes de que te dieras cuenta de la indigencia en la que vivías, ya te habías marchado de allí.

»La mayoría de los reyes de aquella época seguía la política de fomentar cierta actividad intelectual. Era cuestión de orgullo. En términos directos significaba que tomaban medidas para que sus súbditos, la casta sacerdotal, los intelectuales, no tuvieran que depender de otras personas para su seguridad. Por eso les daban una parcela de tierra a los

purohit. No se podía recuperar un pedazo de tierra regalado, ni a un

purohit ni a nadie. Era una donación de por vida. Se hubiera considerado un pecado de los peores recuperar una donación. En aquel reino había entre cinco y diez familias de sacerdotes. Los ritos religiosos estaban muy especializados. Unos

purohit hacían ciertas cosas y otros hacían otras.

—¿Eran personas con privilegios?

—Sí y no. La parcela de tierra no era muy grande. Solo daba para sobrevivir, solo para que la persona en cuestión no se muriese de hambre. Era algo a lo que recurrir, pero nada más. Los

purohit no tenían mucha ropa. Tenían dos

dotis o algo parecido. En comparación con los comerciantes, los que vendían cereales, madera o semillas oleaginosas, eran pobres. En comparación con los mendigos, eran personas acomodadas.

—Entonces, ¿los reyes mantenían a los brahmanes en una posición ambigua?

—Si se considera desde el punto de vista económico, desde luego que parece incongruente; pero tenía su propia lógica. Los brahmanes disfrutaban de estatus social y de la protección real. El rey trataba con severidad cualquier acto de agresión contra los sacerdotes. Y los reyes también fomentaban los intercambios intelectuales, debates, cánticos,

yaguas o grandes

pujas, incluso con brahmanes de otros reinos: todos competían, o colaboraban en un sentido competitivo, para mostrar sus habilidades. A veces había mil brahmanes cantando, pero cada uno de ellos estaba pendiente de los demás para ver si cantaba bien o mal. Es precisamente lo que ocurre en los congresos de científicos o de intelectuales hoy en día.

»El factor interno consiste en que la comunidad sacerdotal nació y se crió con la idea de que no esperaba nada más. Hasta tal punto forma parte del sistema interno que ha pasado al nivel popular. El Señor Visnú tiene dos esposas: Laksmi, la diosa de la riqueza, y Sarasvati, la diosa de la sabiduría. Naturalmente, las dos mujeres debían de estar picadas: una representación del hecho de que la vida intelectual raramente va acompañada por la riqueza: hay que elegir una de las dos. Entonces, por una serie de circunstancias, la clase sacerdotal no iba en busca de riquezas, ni tampoco se las concedían. Los intereses encajaban a la perfección.

»En la vida de mi padre había un equilibrio distinto. No tenía ninguna seguridad, como mi abuelo. Tenía que trabajar para mantener a su familia. La mitad de su vida consistía en ritos y la otra mitad en la lucha por la supervivencia. El equilibrio se encontraba entre las dos partes.

»En ciertas comunidades, la gente se apoya en el andamiaje de la sociedad. Si perteneces a una casta de comerciantes, que venden semillas oleaginosas o algodón en rama, y lo que quieres es comerciar con radios, el andamiaje es el mismo. Solo cambia el producto. Hay un movimiento de grupo. Mientras que, en un caso como el de mi padre, él no se movía con la sociedad: la sociedad no se movía de una forma coordinada. Había muchos jóvenes que estaban haciendo lo mismo en aquella época, pero todos ellos individualmente. Mi padre no solo tuvo la dificultad de abrirse camino, sino que cada vez que volvía, que regresaba a casa de mi abuelo, surgían los conflictos. Debía de ser como trasladarse de una habitación caliente a otra fría.

—¿Qué clase de conflictos?

—En la vieja sociedad, se conservaba la pureza en lo genético y en lo externo. Solo podías casarte con determinadas personas, y no se mantenían contactos con personas de una casta inferior más allá de ciertos límites. No se podían comer alimentos cocinados por alguien de una casta inferior. Comer se consideraba una actividad sagrada. Se pensaba que la comida era un sacrificio a los jugos gástricos. Había estrictas prescripciones sobre las horas a las que se podía comer, en qué dirección había que mirar durante la comida, quién la servía y qué cantidades se podían tomar. La comida se analizaba hasta el último detalle. Las diferentes clases de personas comían cantidades distintas. Por ejemplo, las escrituras prescriben que para los intelectuales que realizan muy poco ejercicio físico la cantidad adecuada es el arroz que cabe en un puño antes de cocinarlo.

»El hinduismo es una religión basada en una trinidad: hay tres opciones para todo. Así que había tres tipos de comida:

satvik, rayasik y

tamasik. Los alimentos

satvik fomentan las tareas intelectuales, contribuyen a la claridad mental, a unos pensamientos más puros. Los alimentos

satvik son muy ligeros, sobre todo cereales, cierta cantidad de mantequilla desleída, las verduras más ligeras. La comida

rayasik está destinada al trabajo.

(Deviah me proporcionó más adelante una lista más amplia de alimentos

satvik: verdura de hoja, leche, cuajada, mantequilla, arroz, trigo, la mayoría de los brotes, la mayoría de las lentejas [salvo un tipo de

dal], batatas [pero no patatas], fruta. También me enteré por Deviah de que los alimentos

rayasik estaban destinados a algo más que el trabajo. La comida

rayasik fomentaba el valor y la pasión, y Deviah me dio la siguiente lista:

dal urad, carne, vino, especias [los auténticos brahmanes no se llevan bien con las especias]. Con respecto a la comida

tamasik —en cuyos detalles no había entrado Pravas, con sus escrúpulos de brahmán, y yo, temiendo lo peor, tampoco le obligué a hacerlo, pues no quería que se fuera por las ramas—, Deviah me dijo que fomentaba la pereza. Sin embargo, y por extraño que parezca, la lista

tamasik que me dio Deviah me pareció bastante delicada, con algunos elementos de la comida

rayasik, y algunas verduras parecían lo suficientemente ligeras como para pertenecer a la dieta

satvik. Esta era la lista de alimentos

tamasik de Deviah: cebolla, ajo, col, zanahorias, berenjenas, patatas,

dal urad, carne. El

dal urad y la carne también estaban en la lista

rayasik.)

Pravas dijo:

—El

satvik está destinado a la mente. Se pensaba que esas personas hacían lo que hacían porque había que hacerlo, no porque esperasen una recompensa. Lo hacían movidas por una motivación interna. Los brahmanes se identificaban con la tendencia

satvik y, por consiguiente, no podían tomar ciertos alimentos.

»Todo estaba ritualizado. Por ejemplo, si tu padre aún vivía, no podías mirar hacia el sur mientras comías. Esta prohibición no se extendía a toda la India, pero era algo más que una circunstancia local. Así que si la sombra de una persona de casta inferior recaía sobre la comida, era un asunto grave. Si ocurría mientras estabas comiendo, se acabó. Tenías que dejar de comer. La comida era impura. Y se me olvidaba una cosa: que nadie podía tocarte mientras comías, y había que hacerlo en una postura determinada. Algunas personas eran tan “ortodoxas”, entre comillas, que ni siquiera podían oír la voz de alguien de casta inferior mientras comían. Esas personas comían en lo más recóndito de su casa.

—¿Se enfadaban si tenían que dejar de comer por una sombra o una voz?

Pravas contestó, con una sonrisa:

—Supuestamente, los brahmanes no se encolerizan. Simplemente, dejaban de comer. La cólera no se considera una cualidad entre los brahmanes. Aunque muchos de los que yo conozco, digamos el 80 por 100, tienen muy mal genio.

»Así que mi padre se trasladaba de habitaciones calientes a habitaciones frías, como he dicho antes. Suponía una lucha continua para él. Tenía que enfrentarse a todo un interrogatorio cada vez que regresaba a casa de mi abuelo. ¿Había comido alimentos cocinados por no brahmanes? ¿Llevaba siempre la ropa adecuada? Era muy importante en aquellos días. Mi abuelo nunca llevaba pantalones largos; llevaba el

doti. Mi padre iba vestido mitad y mitad:

doti y pantalones. Pero el asunto de la comida no se lo tomaban a broma. En aquel sistema de valores, violar cualquier norma constituía un sacrilegio.

»Debido a su educación, mi padre tenía tendencia a la filosofía, pero incluso en ese sentido, sus lecturas diferían de las de mi abuelo. Mi abuelo leía el sánscrito puro y duro, los

mantras originales tal como aparecen en los

Vedas o los

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