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INDIA » 4. PEQUEÑAS GUERRAS

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Había un lugar en Madrás llamado Periyar Zidal. Se encontraba en un antiguo depósito de autobuses o tranvías. Lo había comprado el propio Periyar, en 1953, por un laj de rupias, cien mil rupias, equivalente por entonces a unas siete mil quinientas libras. Era el sitio desde el que seguía operando su organización.

En medio de la gran explanada de arena se alzaba una estatua de Periyar, negra, con guirnaldas, y la siguiente inscripción en el plinto: PERIYAR, EL PROFETA DE LA NUEVA ERA, EL SÓCRATES DEL SURESTE ASIÁTICO, PADRE DEL MOVIMIENTO SOCIAL Y ENEMIGO DECLARADO DE LA IGNORANCIA, LAS SUPERSTICIONES, LAS COSTUMBRES ABSURDAS Y LOS SINSENTIDOS. La tumba de Periyar se encontraba en una esquina. Alrededor de la tumba había losas de granito gris pulimentado con dichos de Periyar grabados. Uno de los dichos, prácticamente un conjuro, era muy famoso:

Dios no existe. Dios no existe. Dios no existe en absoluto. Quien inventó a Dios es un imbécil. El que difunde a Dios es un canalla. El que adora a Dios es un bárbaro. Así empezaba Periyar todos sus discursos.

Resultaba difícil creer que en ninguna parte de la India se pudiese aceptar algo tan directo y ácido, si no se ofrecía algo más. Y lo que ofrecía Periyar, junto con su «racionalismo» y su rechazo de Dios, era el rechazo de los brahmanes y de su lenguaje; el rechazo del norte; el rechazo de las castas; el rechazo del desprecio de los rubios del norte hacia los morenos del sur.

También tenía importancia el hecho mismo de la existencia de aquella tumba en el Periyar Zidal. A los hindúes se les incineraba; Periyar se empeñó en que lo enterrasen. Era algo más que un racionalista: para quienes lo escuchaban y a quienes les gustaba lo que decía, era el antihindú.

Nació en 1879, diez años después que Gandhi y diez antes que Nehru. Su vida política comenzó en 1919, y continuó hasta su muerte, en 1973. Y en eso consistía la segunda gran sorpresa de Periyar: que hubiera vivido tanto, que su trayectoria se hubiera desarrollado paralelamente a la de Gandhi durante tantos años, y que Gandhi, durante muchos de los años posteriores de lucha y búsqueda, hubiera tenido tras él aquella figura de lo antihindú que acabó por convertirse en el antigandhi, un hombre cuya vida y cuya trayectoria reflejaban y se oponían en gran medida a las de Gandhi.

Gandhi era vegetariano. Periyar comía carne de vaca a la vista de todos. Gandhi luchaba por dominar los sentidos. Periyar comía en enormes cantidades, y era enormemente gordo. Uno de sus admiradores me dijo un día: «Era un

glotón.» Y, en esa oposición de valores, era una palabra de encomio. «Siempre tomaba

biriyani: arroz con cordero, vaca, cerdo. No era

melindroso con la comida.» Ghandi sí era melindroso con la comida.

Era distinto a Gandhi, opuesto a él y, sin embargo, en cierto sentido —el descubrimiento de su causa, la invención de formas para servirla, su fidelidad de por vida a ella y, sobre todo, su sentido práctico de los negocios— era como él. Al igual que Gandhi, Periyar había nacido en el seno de una casta hindú de comerciantes. Gandhi era de una familia de administradores a pequeña escala. Periyar era de una familia de comerciantes acomodados. No recibió tan buena educación como Gandhi, y puede decirse que era más devoto y tradicional. Gandhi estaba en contra de los principios de su casta y fue a Londres a estudiar derecho. A los veintitantos años (mientras Gandhi estaba en Suráfrica, librando duras batallas), Periyar fue a Benarés, a llevar la vida del

sanyasi, a vivir desnudo, de la limosna de los fieles, con la esperanza de recibir una iluminación espiritual.

La iluminación no le llegó; se marchó de Benarés y volvió al negocio familiar en su ciudad natal. También se metió en la política municipal y, en 1919, cuando Gandhi llevaba varios años en la India, se adhirió al Partido del Congreso Nacional Indio. Apoyó la campaña de las ropas tejidas en casa y participó en el movimiento de no colaboración.

Después se produjo la ruptura. Fue a causa de los prejuicios de casta de los brahmanes del sur. Los no brahmanes no tenían libre acceso a los templos. Se les impedía el paso al santuario interior en el que se encontraba la deidad del templo; tenían que conformarse con verla desde lejos. A veces, a los no brahmanes no se les permitía ni tan siquiera pasar por el sendero que había delante del templo.

Esta última prohibición produjo especial conmoción en el vecino estado de Kerala en 1924. Kerala era por entonces un principado, con maharajá propio, y los brahmanes eran allí aún más estrictos en cuanto a las prohibiciones de casta que los tamiles de Madrás. En el recinto del palacio real había un templo, y también un juzgado. Un día en que se celebraba una especie de feria sagrada, se cerró el sendero del templo a los no brahmanes. El sendero del templo también llevaba hasta el juzgado. Un abogado llamado Madavan, que no era brahmán, tenía que presentarse ante el juez para defender un caso aquel día; pero (la fama le llega a la gente de formas inverosímiles) no se le permitió pasar ante el templo. Varias personas de Kerala que no eran brahmanes protestaron y provocaron cierta agitación; el maharajá las encarceló. Recurrieron a Periyar. Él fue a Kerala e inició una campaña que duró todo un año, hasta que se abrió el sendero del templo a los no brahmanes.

Se produjo otra crisis poco después. Se descubrió que, en un colegio del Partido del Congreso en el que se difundía el pensamiento de Gandhi, daban de comer por separado a los niños no brahmanes. Y también se descubrió que el colegio, aunque dirigido por un brahmán, estaba financiado por personas que no lo eran. El asunto se puso en conocimiento de Gandhi; pero él respondió con ambigüedad, despreocupadamente.

Entonces, Periyar rompió con Gandhi y con el Partido del Congreso. (En Madrás se cuenta una historia sobre el tema, entre los brahmanes: que, en realidad, la ruptura se produjo porque se le pidió a Periyar que rindiera cuentas de una cantidad de dinero relacionada con la campaña de la ropa casera.) En 1925, Periyar fundó el Movimiento de la Dignidad Personal, y se le ocurrió la brillante idea de llevar una camisa negra como símbolo de su causa. Embutido en una camisa negra, hizo campaña durante el resto de su vida, durante casi cincuenta años, contra el brahmanismo, el Partido del Congreso, la religión hindú, las desventajas de las mujeres. Estableció la idea de los matrimonios con Dignidad Personal, que se celebraban sin sacerdotes ni votos religiosos. Y predicaba un burdo socialismo.

«En el mundo del futuro, no habrá hombres sin carácter ni cultura... La depravación del carácter moderno se basa en que la cultura, la justicia y la disciplina sirven para mantener las diferencias de casta y clase entre los hombres... Cuando desaparezcan estas condiciones capitalistas e individualistas, no surgirá la necesidad de un carácter depravado.»

Presentaba una deslumbrante visión del futuro, con los frutos de la ciencia y sin la necesidad de la idea de Dios.

«La mayoría de las comunicaciones se realizarán por vía aérea y a gran velocidad... La gente podrá llevar una radio en el sombrero... Se meterán en cápsulas o píldoras alimentos enriquecidos con vitaminas suficientes para el sustento de un día o de una semana. La esperanza de vida podrá llegar hasta los cien años o más... Los coches pesarán unos cincuenta kilos y funcionarán sin gasolina... Habrá electricidad en todas partes y en todas las casas, y la gente la utilizará para todo... No habrá industria ni fábrica al servicio del beneficio particular de los individuos. Todo será propiedad de la comunidad, y todos los inventos cubrirán las necesidades y los placeres de todos... Cuando el mundo se convierta en paraíso, nadie tendrá necesidad de imaginar un paraíso entre las nubes. Donde no hay necesidad, no hay dios. Donde hay conocimientos científicos, no hace falta especular ni imaginar... Hay que transformar la lucha por la existencia en una vida feliz.»

Esos sermones, reiterados día tras día, con esa visión de la desaparición del dolor producido por la casta y por la idea de Dios, iban acompañados por el lado práctico de las cosas que había heredado. Había nacido en el seno de una familia de comerciantes, y el dinero siguió preocupándole toda la vida: nunca negó su valor; siempre intentó mantener a su movimiento y a sí mismo independientes y libres de presiones. A su movimiento nunca le faltó dinero; el fideicomiso que dejó tras de sí para ocuparse de su causa tenía grandes riquezas.

Sus reliquias estaban en una habitación grande del edificio principal del Periyar Zidal. En una cama con cuatro postes situada en la parte delantera de la estancia había una fotografía recortada de Periyar, de tamaño natural (el estilo de las carteleras de cine y de las campañas electorales traspasado a aquel museo particular), ya muy mayor, con barba crecida, sentado con las piernas cruzadas, en la postura de escribir. Sobre la cama había una manta con dibujos en rosa, y la fotografía estaba apoyada sobre un travesaño. Los postes eran blancos; no había dosel. A un lado de la cama había una estantería giratoria, con pequeños bustos de Buda y Lenin, objetos como de tienda de recuerdos, y la estatua de un caballo, un regalo. El caballo no tenía ninguna significación especial; Periyar lo había conservado por su belleza, y como recuerdo de quien se lo había regalado.

Los regalos más simbólicos estaban en una vitrina: objetos iconoclastas de plata: dos mazos de plata, y dos bastones también de plata, con la misma forma del bastón que utilizaba Periyar cuando ya era anciano.

La jefatura del movimiento de Periyar pasó al señor Viramani. Era el conservador de la memoria de Periyar, y el guardián de sus reliquias. Cuando me enseñó los mazos y los bastones, me recordó riendo lo que, según me aseguró, era un antiguo dicho sánscrito: «El veneno, la cobra solo lo tiene en la lengua. El brahmán tiene veneno de los pies a la cabeza.» Ese dicho le llevó a otro, que, según el señor Viramani, era un dicho hindi muy conocido: «Si te encuentras con una serpiente y un brahmán, mata primero al brahmán.» (Yo había oído lo mismo hacía unos años en una versión distinta, y entonces me contaron que era un dicho del sureste asiático: «Si estás en un bosque y ves una serpiente y a un indio, mata primero al indio.»)

Tras los emblemas de lo iconoclástico, los emblemas de la realeza. A Periyar lo llamaban muchas veces el rey barbiblanco de Tamil Nadu. Una ciudad del sur le regaló al anciano un trono de plata ornamentado, y el trono estaba en una urna de cristal, con una corona también de plata, donación de los seguidores de otra ciudad. Otro regalo era un cetro de plata, con las cabezas de Periyar y Buda en la parte superior, y en otra urna de cristal había varias espadas curvas de plata.

Alrededor de aquella gran habitación del museo, en lo alto de las paredes, justo debajo del techo, había una serie de treinta y tres cuadros al óleo que representaban las estaciones de la larga vida de Periyar. Pasaba lo mismo que con las representaciones bíblicas: había que conocer la historia. Y si se la conocía, todo estaba allí: Periyar,

sanyasi desnudo en Benarés, en 1904, comiendo lo que encontraba; Periyar diez años más tarde, metido en la política municipal de su ciudad natal; Periyar con el Partido del Congreso, en 1919; Periyar haciendo campaña en Kerala, en 1924, defendiendo el derecho de los no brahmanes a entrar en los templos; Periyar haciendo campaña, no mucho después, por la abolición de las distinciones de casta en el colegio del Partido del Congreso; Periyar durante la fundación del Movimiento de la Dignidad Personal, en 1925, por primera vez con camisa negra; Periyar en Alemania, en 1932, con «ateos alemanes»; Periyar en Rusia aquel mismo año, con empleados rusos de un sanatorio; Periyar en 1943, discutiendo la desmembración de la India tras la independencia con el señor Yinah (que abogaba por un Pakistán musulmán), con el doctor Ambedkar (que quería un estado de castas establecidas con el nombre de Dalitsán), mientras que Periyar esperaba conseguir un estado meridional, dravidiano, no brahmán, que se llamaría Dravistán. Otros cuadros representaban a Periyar, tras la independencia, borrando los nombres hindúes en las estaciones de ferrocarril del sur, en 1952; rompiendo ídolos de Ganesha, Ganpati, el dios elefante, en 1953, para demostrar que eran solo de barro, y totalmente inocuos; tachando en 1957 la palabra «brahmán» del anuncio de un hotel que decía «Hotel Brahmán», es decir, vegetariano, lo contrario de «militar», no vegetariano, y quemando la Constitución india aquel mismo año.

Fue decidido e incansable durante toda su larga vida. El señor Viramani había dispuesto la colección de sus objetos personales en otra urna de cristal, en el centro de la habitación: su linterna, la lupa, su bastón, insólitamente grueso, el reloj, las gafas, la bandeja de acero inoxidable, el orinal, la jeringa y otros objetos médicos. Casi como las reliquias de Gandhi; y hubieran sido gandhianas si Periyar no hubiera dejado nada más. Pero lo que había dejado en el fideicomiso, que incluía la extensa propiedad urbana del Periyar Zidal, valía muchos millones, valor que se había multiplicado en el transcurso de los quince años después de su muerte.

A pesar de su afición a la comida y de ser carnívoro, en su resolución y su obsesión había una cierta pureza, cualidad que lo había convertido en el antigandhi. Pero aquella figura, la del antigandhi, solo tenía sentido por la existencia misma de Gandhi. Gandhi evolucionó y se desarrolló; durante los primeros cuarenta años del siglo, desde sus treinta hasta sus setenta años, no paró de buscar nuevos caminos políticos y religiosos. Su búsqueda lo convirtió en figura universal; las gentes ajenas a la política podían tener a Gandhi como punto de referencia de su propia búsqueda. Periyar era una figura local; jamás fue más allá de su propia causa. Sin Gandhi, el Partido del Congreso y el movimiento independentista, su causa no hubiera llegado a tener el poder que tuvo; iba a la zaga de algo muy grande. Quizá por eso yo no hubiera oído hablar de él.

Fue Sadanand Menon, un escritor que vivía en Madrás, quien me llevó al Periyar Zidal y quien me proporcionó los datos para que comprendiese la vida y el movimiento del dirigente.

A finales del siglo xix, bajo el dominio de los británicos, los brahmanes se hicieron con un poder del que no habían disfrutado durante cierto tiempo, según me contó Sadanand. Dominaban la vida social india, las profesiones y, al principio, el movimiento nacionalista. Pero la provincia de Madrás (que comprendía Tamil Nadu y otras regiones) era muy extensa; Madrás era un puerto y, cuando creció la economía de la provincia, empezaron a aparecer personalidades destacadas de otras castas intermedias. Muchas de estas personas de castas intermedias eran acomodadas, como la familia de Periyar: muchos eran terratenientes; algunos podían permitirse el lujo de enviar a sus hijos a estudiar a Oxford y a Cambridge. En cuanto esas personas empezaron a destacar entre las clases medias, no resultó fácil mantener las antiguas restricciones de casta de los brahmanes. Lo que hizo Periyar fue llevar este sentimiento de rechazo a las masas no brahmánicas.

Sadanand dijo:

—Su forma de comunicación tenía carácter cultural. El Movimiento de la Dignidad Personal empezó a dirigir tres o cuatro periódicos al mismo tiempo. Hacían hincapié en la educación. En los años treinta, uno de los métodos del movimiento era el del discurso social, no el de predicar. Siempre había algún voluntario culto que iba a una zona de chabolas de una ciudad, o a la plaza de un pueblo, y se ponía a leer un periódico en voz alta. En nada de tiempo lo rodeaba una multitud. Y el voluntario interpretaba lo que leía según la ideología del Movimiento de la Dignidad Personal. Lo han mantenido así hasta el día de hoy. Es la columna vertebral del MPD, el contacto directo entre los cuadros del partido y el pueblo. Los demás partidos no hacen lo mismo. Ni siquiera lo han intentado. Recuerdo que en los años sesenta yo iba a un sitio cerca de donde vivía, a observar a un trabajador del MPD. Llegaba a las seis y media de la tarde, en punto, con el periódico del partido, un periódico en inglés y otro en tamil. Llevaba una lámpara a prueba de viento. Se sentaba en una choza, un simple techo con cuatro postes, y leía en voz alta, y reunía hasta ciento cincuenta personas.

¿Qué profundidad, o qué importancia tenía el lado racionalista del movimiento? ¿Hasta qué punto llegaba el rechazo de la gente hacia Dios o los dioses?

Sadanand dijo que el movimiento racionalista como tal se había convertido en una parodia de sí mismo en el transcurso de los años; pero el MPD, que era la rama política de aquel movimiento, se había hecho con el poder, y se había producido un cataclismo. Añadió:

—El MPD accedió al poder en 1967 —el año en que fui a Madrás por segunda vez y fui a ver a Sugar y a su padre a su casa de dos pisos en Milapore, cuando Sugar me habló de los libros proféticos—, y creó un ministerio, el de Fundaciones Hindúes Religiosas y Caritativas, el FHRC. El ministro del FHRC controlaba los enormes recursos de los templos y fideicomisos hindúes. Tierras, capitales fijos, joyas: todos los templos poseen enormes cantidades de joyas, incluidos los ídolos y los donativos diarios. Los donativos a los templos se hacen de forma anónima; no hay manera de calcularlos. Las riquezas del templo eran incontables. ¿Cómo valorar un Siva del siglo x? Después, y sin nada que ver con lo que hacía el gobierno, empezaron a robar los ídolos y a sustituirlos por copias. Hace poco, los arqueólogos han descubierto que se han sustituido grandes cantidades de imágenes por otras falsas. Los originales han ido a parar a colecciones particulares de todo el mundo.

—¿No le importaba al MPD? ¿No es también su arte?

—El MPD no se lo pensó dos veces. Estaban tratando con el enemigo. Al mismo tiempo, el nuevo gobierno inició una política de distribución de tierras pertenecientes al templo entre los sin tierra. Pero fue algo muy teórico. Podían presentar los nombres de doscientas personas a las que les habían dado cuarenta áreas de tierra, pero en realidad, toda esa tierra podía pertenecer a una sola persona o al partido. El pueblo no sacó nada en limpio.

Sadanand lo definió como el «saqueo» de los templos, empleando la palabra —en principio hindi, circunstancia que reflejaba algo de la historia de la India— en el sentido indio. ¿Había contribuido al empobrecimiento de los brahmanes?

—En la mayoría de los templos, los brahmanes empezaron a dedicarse simplemente a oficiar los ritos, como

purohits, y, desde luego, se empobrecieron. —Pero, según lo que me contó Sadanand, fue más importante la degradación de los templos—. Tal como se habían concebido los templos al principio, eran en gran medida instituciones sociales. Cada templo tenía sus escuelas, sus graneros, instalaciones para el almacenamiento de agua en grandes cantidades (esos fueron los orígenes de las grandes cisternas), hospitales, establos. Además, eran mecenas de las artes. Pero el MPD estableció unas equivalencias muy burdas. El templo se hizo sinónimo de cierto tipo de opresión, y después lo destruyeron todo, sin discriminación.

El movimiento aseguraba estar vinculado con el pasado no brahmánico de Tamil Nadu, y sobre todo con los emperadores Chola, que reinaron entre los siglos viii y x. Pero según Sadanand, también esto era pura demagogia, sin fundamento histórico.

—Los Chola eran demócratas, si se puede concebir la democracia en una estructura feudal. Pero también eran los imperialistas de la región, y el símbolo Chola del movimiento es el símbolo del imperialismo tamil, nada más. Los Chola eran cultos, escribieron libros de astronomía, y eran mecenas de las artes. El símbolo Chola del MPD no representa nada de eso. Los reyes Chola crearon unos sistemas de irrigación fascinantes en la región de Tanjore. El MPD nunca se preocupó de semejante cosa.

Por su estrechez de miras, por su localismo y su obsesión con las castas, otras cosas sufrieron las consecuencias. La lengua inglesa, por ejemplo. Disminuyó el número de personas del estado con puestos destacados en el gobierno central; muchos funcionarios del gobierno central empezaron a venir de fuera. La propia lengua tamil se deterioró.

—El movimiento ya no es creativo. El tamil es ahora una lengua incapaz de expresar una sola idea moderna. Es una lengua fosilizada, y eso se refleja en la calidad del periodismo en tamil. Una gran parte es frívolo, inútil.

»El movimiento todavía ocupa un lugar, pero lo que hace hoy en día es una parodia de sí mismo. De él ha salido una iconografía empobrecida. Usted ha visto esa fotografía recortada de Periyar sobre una cama. Esa idea pasó más adelante a los políticos del movimiento, a los dirigentes del MPD y los partidos posteriores. Los proyectaban como auténticos gigantes de veinticinco metros, en sustitución de lo que habían perdido. Y en Tamil Nadu se han fortalecido los movimientos religiosos o neorreligiosos.

»El movimiento neorreligioso actual es el culto de Adi Parachakti. Puede encontrarlo en un sitio a medio camino entre Madrás y Pondicherry. Es un culto a la madre primordial: la religión dravidiana, al contrario que la religión aria, estaba centrada en la figura de la madre. De ahí ha surgido el nuevo culto. Un buen día, a un profesor se le ocurrió decir que había soñado con esta Madre o Shakti, que se le había aparecido y le había ordenado que difundiese su nombre. Asegura que cuando se despertó había un ídolo de Adi Parashakti saliendo de la tierra frente a él. Los seguidores de este movimiento llevan uniforme, en dos tonos de rojo. Es uno de los residuos paradójicos del movimiento racionalista.

Había otra ironía, más profunda. El movimiento antibrahmánico no era un movimiento de todas las castas de no brahmanes. Era, sobre todo, un movimiento de las castas medias. Había, como con todo en la India, un nivel aún más bajo, otro nivel de privaciones. A esas gentes, las más humildes, el MPD no les ofrecía ninguna protección.

Sadanand dijo:

—El MPD subió al poder en 1967, hablando de la opresión de las castas inferiores. De hecho, los ataques más brutales contra las castas establecidas se produjeron después de 1967. En 1969 quemaron vivos a cuarenta

harijanis. La casta conocida como zevar fue la responsable. Son una casta media, una casta atrasada que ha subido socialmente en los últimos cien años y ahora es poderosa y tiene su propia asociación de casta. Es una de las más militantes. Se autodenominan

kchatriyas, los guerreros, en el orden jerárquico tamil. El Movimiento Dravidiano fue fundado por las castas medias. Cuando su gobierno accedió al poder, se convirtieron en los opresores.

Casi sin ninguna duda, el análisis de Sadanand sobre el empobrecimiento cultural causado por el movimiento era acertado. Estaba presente en la iconografía; estaba presente en las exageraciones, las simplezas y las contradicciones de los discursos de Periyar, en los que parecía que las palabras tenían valor por sí mismas, en los discursos que había que prolongar, para regodearse en ellos, dándole vueltas a los conceptos, uno tras otro. Pero también había que ver el apasionamiento de los seguidores de Periyar. Periyar había tocado una fibra sensible de aquellas gentes, algo más profundo que la lógica y la preocupación por la corrección histórica: eso también había que tenerlo en cuenta.

El señor Gopalakrishnan era el propietario de Emerald Publishers, editores de libros escolares y de libros sobre el movimiento racionalista. Me contó lo siguiente:

—Mi padre tenía un negocio muy pequeño. Pertenecía a la casta mudaliar. Éramos de clase media baja. Tenía un tenderete. Vendía cigarrillos, agua con gas, cositas así.

»Yo empecé a ser racionalista a principios de los años cuarenta, cuando tenía unos diez años, más o menos. Estudiaba en el Instituto Sri Ramakrishna de Madrás. Era un centro dominado por brahmanes. Incluso los botones y los encargados del agua, cuatro o cinco, eran brahmanes. Solo había unos cuantos alumnos en cada clase. Todos los días, algún profesor nos daba un sermón para decirnos que nosotros solo servíamos para apacentar ganado. Nos lo decían sobre todo tres profesores. Pensaban que los no brahmanes no debían estudiar, y no paraban de repetirnos: “Id a apacentar el ganado.”

»Teníamos que asistir a la oración en el salón todas las mañanas. Las oraciones eran en sánscrito. Eran las mismas todos los días: un aburrimiento. Un compañero mío, que no era brahmán, no asistía a la oración; le pegaban muchas veces por eso. Todos los chicos iban con la marca de casta. Yo utilizaba tiza, en lugar de la llamada ceniza sagrada, para pintarme las marcas horizontales en la frente. Mi amigo nunca lo hacía, y también le pegaban por eso. Era un chico muy creativo. Al cabo de diez años escribió una obra de teatro e intervino en ella como actor: era una obra con ideas racionalistas.

»Un día, mientras estaba en el colegio, tuve la oportunidad de asistir a un discurso de Periyar. Era en Saidapet, donde vivíamos nosotros, e iba a ir mucha gente, no brahmanes. Fue en esa reunión donde comprendí por qué los profesores brahmanes tenían tantos prejuicios contra nosotros. Hasta entonces no lo había comprendido. Empecé a leer libros publicados por el movimiento de Periyar, y también revistas. Tardé cuatro años en hacerme totalmente racionalista.

»En primer lugar, en 1947, dejé de ir al templo. Hasta entonces había asistido con devoción. Es algo que se me pegó desde que era un crío, de mi madre y mis hermanas: mi entorno era así. En aquellos tiempos, los sacerdotes brahmanes trataban a los fieles no brahmanes con desprecio. Los fieles lo veían como algo normal: era la tradición. A mí también me parecía normal, cuando era niño. Los sacerdotes arrojaban la ceniza sagrada a los no brahmanes con desprecio, desde lejos, mientras que a los brahmanes se les permitía la entrada en el sanctasanctórum, donde está el ídolo. Los fieles no brahmanes solo podían ver el ídolo desde lejos.

»El dejar de ir al templo fue un proceso gradual. Durante mi época de estudiante leía a Shaw, a Wells y a Russell. Sus textos me influyeron enormemente, y tuve el valor de enfrentarme con los creyentes de mi familia y de mi sociedad.

»Mi madre seguía apegada a los ritos. Al cabo de muchos años, empezó a preocuparse de que cuando muriese yo no fuera a celebrar ninguna ceremonia por ella, pero tres meses antes de morir me llamó y me dijo que no quería que celebrase ninguna ceremonia en su honor.

»No me interesa la religión hindú. Ya no pierdo el tiempo hablando sobre ella. Cuando murió mi madre, no celebré ninguna ceremonia. Eso fue hace dos años. Lo que hago ahora ese día es regalarles vestidos a mis nietas. Nada más. Nada de sermones. Ni flores. Solo conservo el retrato de mi madre: eso es todo.

Más obsesivo, con una pasión que nada podía mitigar, era el señor Palani. Era un hombre menudo, moreno, de sesenta y tres años. Había nacido en el distrito de Coimbatore, y conservaba vivos recuerdos del descubrimiento de los prejuicios de casta en su colegio, hacía más de cincuenta años.

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