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INDIA » 7. LA ÉPOCA DE LA MUJER

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»Savvy es una revista escandalosa. Publica un relato en primera página, un relato personal, sobre una mujer. Se la conoce como “Mujer

Savvy del mes”. Tiene que ser divorciada, o puede tener relaciones, o un marido que le da palizas, o a lo mejor abandona a su marido y a sus hijos por otra persona, o él la deja por otra, o ella puede tener marido y amante al mismo tiempo. Y al final puede salir salir victoriosa. Consigue ser el muerto y el enterrador. Todos los meses. Las mujeres de

Savvy son bastante famosas, pero no siempre. Si yo llevo una vida provocadora, si quiero arriesgarme a todo y dejarlo todo al descubierto,

Savvy me convierte en heroína. Han encontrado mercado para esto; creo que hicieron ciertos estudios. Una india quizá no admita que lee

Savvy, pero de todos modos la lee.

Savvy es para las grandes urbes. Se encuentra

Femina y Woman’s Era en ciudades pequeñas, como Nasik y Nagpur.

Savvy sacó un artículo sobre la violación hace un par de meses —con fotografías—, y las asociaciones de mujeres dijeron que era demasiado descarado, hubo una orden judicial y tuvieron que retirar todos los ejemplares.

Hablamos sobre

Woman’s Era. Le conté a Nandini lo que me había dicho Gulshan Ewing sobre la mujer trabajadora a la que se dirigía

Woman’s Era. Ella dijo:

—Eso es darle demasiado brillo a la lectora de

Woman’s Era. Es la portavoz de la elite. —Nandini se encontraba a una o dos generaciones de distancia de la vida de una ciudad pequeña—. Todos los días cojo dos autobuses y un tren para venir a la oficina. Y me levanto temprano. Pero no leo

Woman’s Era. Cocino en casa y vengo a trabajar, y no me resulta tan penoso. Esa es una visión como de rascacielos. La persona que habla así probablemente tiene un montón de criados a su disposición.

Nandini no pensaba que

Woman’s Era atrajese a la mujer trabajadora.

—Va dirigida al ama de casa de clase media tradicional. No quiero decir que sea inculta. Es la única revista con cinco relatos, de ficción, en cada número. Todos ellos sobre y vivieron felices para siempre jamás. El marido vuelve con la mujer.

Woman’s Era tiene muchos prejuicios en favor de las mujeres. La mujer no puede hacer nada malo. Siempre es una buena persona. Puede ser abuela, esposa, suegra; pero siempre buena persona. Incluso si el marido es alcohólico, en esos relatos la mujer, con su buen carácter, lo ayuda a dejar la bebida. Para la revista, quizá no importe por qué le ha dado por la bebida al marido. No se ocupan de ese aspecto. Sacan las situaciones de la vida cotidiana. Las lectoras pueden identificarse con todas y cada una de las situaciones. En los años cincuenta, esos relatos en

Femina y

Eve’s Weekly hubieran resultado lejanos.

Yo dije que los relatos de

Woman’s Era me parecían fábulas, no precisamente relatos. Nandini dijo:

—Están mal escritos. No acabo de comprender que a pesar de la presentación y la factura, tan malas, esa publicación tenga un público tan amplio.

¿Tenía un elemento didáctico? ¿Acudían las mujeres a aquella revista en busca de consejos sencillos, básicos?

—Los relatos están pensados para

entretener. La lectora ve la situación como algo que puede ocurrirle a ella. Problemas entre nuera y suegra. O el chico que estudia en el extranjero. Está prometido a una chica en la India, o casado con ella, y tiene aventuras en el extranjero, pero acaba por volver con su mujer, y viven felices por siempre jamás.

Woman’s Era no acomete problemas sociales. Trata situaciones

personales. La dirección sabe lo que se hace.

Hablamos del artículo sobre el «examen de novias». Había causado ciertas molestias. Hablaban sobre él muchas personas, y desde el punto de vista periodístico había que considerarlo un éxito.

Nandini dijo:

—Yo condenaría el examen de novias, pero ellos no. Su artículo se subtitula: «Una visión positiva de la costumbre.» Y sacan fotografías como esta.

Una fotografía en color, que ocupaba la parte superior de la primera página del artículo, mostraba a una chica que había posado especialmente para ello con una bandeja para servir té a un grupo de personas que habían ido a examinarla. La habitación de la fotografía era pequeña y estrecha (tal vez una de las típicas habitaciones de poco más de tres por tres metros), y casi no había espacio entre los muebles: un «tresillo», una mesita baja y una mesa lateral con una gran lámpara y caléndulas en una maceta de barro. Cuatro miembros del grupo estaban sentados en el sofá, y dos mujeres contemplaban fijamente a la chica, que estaba de pie con la bandeja, con un sari nuevo, el pelo recién arreglado, y miraba a la cámara con una expresión como de pena.

Nandini no tenía mi mirada de forastero. Ella no veía nada humorístico en la fotografía: estaba totalmente a favor de la chica.

—Es horrible. Al final del artículo dicen que es aconsejable un arreglo entre el chico y la chica (no que sea imprescindible), y hay una fotografía de un chico y una chica sentados a una mesa, frente a frente, pero sin mirarse ni hablar. «Sé respetuosa y cariñosa», dice el título de uno de los apartados. —Leyó en voz alta, del artículo—: «Se debe tratar con amistoso afecto a las hermanas, las sobrinas y los sobrinos del chico.» —Le irritaba lo que leía. Dijo—: Viene a verte todo un batallón, pero no estás exhibiéndote. No te están comprando. En el artículo intentan dar un paso liberal, pero los argumentos que justifican la costumbre son tan fuertes que el paso liberal queda anulado. No se dirigen a la nueva mujer. Se dirigen a la mujer tradicional.

»Mi hermana es culta, pero pasó por una boda concertada. No se había enamorado de nadie, y ciertas personas hicieron una propuesta. Mis padres le preguntaron. No hubo una exhibición de ese tipo. Simplemente conoció al chico. Es capitán de la marina mercante. Los dos se gustaron.

—Las lectoras de

Woman’s Era, ¿lo pasarían mal si tuvieran que someterse a uno de esos exámenes de novias?

—Están condicionadas por el hecho de tener que someterse a todo eso. A algunas mujeres les parece una tortura, pero tienen que aguantarlo. Por culta o pudiente que sea una mujer, te dirá: «En definitiva, me gustaría casarme y tener hijos.» Pero también hay mujeres que aceptan la revista

Savvy. Ahora existen estas dos tendencias, y las dos revistas están dejando muy atrás a

Femina y

Eve’s Weekly.

»En el terreno de la publicidad se encuentran alimentos y ciertos cosméticos en

Woman’s Era y

Femina, pero una crema para el cuidado de la piel en invierno que cuesta 50 rupias los 200 mililitros. Eso lo anuncian en

Savvy. En la India no es un mercado fácil. Hay que estudiarlo.

En el transcurso de mi viaje compraba

Woman’s Era de vez en cuando, y fue aumentando mi respeto por sus logros sociales y periodísticos. Pensaba que se merecía el éxito que tenía. En mi opinión, el mérito residía en algo que había mencionado Gulshan Ewing: que no intimidaba a sus lectoras.

Un tema que se repetía en sus relatos era que una mujer —por lo general recién casada—, descubre que la gran vergüenza que sentía por sus parientes pobres no tiene sentido. Y

Woman’s Era jamás avergonzaba a sus lectoras. En sus relatos, sus recetas, sus fotografías de interiores (como la estrecha habitación que ilustraba el artículo sobre el examen de novias), reconocía las condiciones en que vivían sus lectoras, y nunca sobrepasaba tales condiciones. Quizá ese reconocimiento fuera en sí mismo una especie de

glamour; quizá no hubiera ninguna otra forma —ni el cine ni la televisión— con la que se sintieran reconocidas las mujeres de ese grupo.

El reconocimiento siempre iba acompañado por la tranquilidad. Podía decirse que esa tranquilidad era el tono dominante de

Woman’s Era. En sus relatos (con temas normalmente relacionados con el amor familiar), las personas siempre acaban siendo mejores y más humanas de lo que parecen. Y también resultaban tranquilizadores los artículos instructivos o de consejos. En ellos no se daba nada por sentado.

Woman’s Era explicaba cómo hacer una visita: no ir sin avisar, no dejar que los niños tocaran las cosas, no dejarles que saltaran con los zapatos llenos de barro sobre el sofá y los cojines de la anfitriona. En otro número,

Woman’s Era —volviendo las tornas, por así decirlo— contaba cómo tratar a una visita inesperada: «No inmediatamente después de su llegada, sino en un momento dado, se les puede dar una pista diciendo con tacto: “Si hubiera sabido que ibais a venir para quedaros un buen rato, habría preparado las cosas para que estuvierais más cómodos y habría cambiado nuestros planes.” A menos que el invitado sea excepcionalmente insensible, esto será suficiente para que se dé por enterado.»

Woman’s Era explica cómo escribir una carta: no usar papel arrugado ni manchado de grasa, no arrancar una hoja del cuaderno de tu hija, no emplear palabras altisonantes, no escribir cosas solo sobre una misma, no pegar los sellos por todo el sobre. La revista incluso explica cómo ir al cine: no llevar comida, no hacer comentarios sobre la película, no sacar al niño a darle vueltas por el pasillo cuando se pone a llorar.

Las personas que no necesitan esta clase de consejos tampoco necesitan

Woman’s Era. Y a las personas que necesitan los consejos jamás se las censura ni se las ridiculiza. Nunca escriben sobre los errores como si fueran errores de las lectoras. Son errores de otros, errores que la lectora puede haber observado; siempre hay un relato o fábula que suaviza la rectificación.

Woman’s Era invita a sus lectoras a entrar en un mundo especial, compartido. El tono editorial es de preocupación, casi de cariño.

Y cuando conocí al director, Vishwa Nath, descubrí que ese tono reflejaba con bastante claridad la idea de misión que él tenía.

Tenía setenta y dos años, y en gran medida seguía al frente de su negocio de imprenta y publicaciones. Era de estatura media, enérgico, sin mucha grasa, con aspecto fresco y dispuesto con sus pantalones y su camisa de manga corta blancos: ropa india de fabricación casera, pero yo no me hubiera dado cuenta si él no me lo hubiera dicho.

Daba la impresión de no estar acostumbrado a hablar de sí mismo. No tenía anécdotas personales que contar, y no extraía lecciones morales de su experiencia. Seguía metido en el mundo; aún le importaban las ideas, su trabajo lo absorbía y le hacía asomarse al exterior. Le encantaba la idea de las revistas; le encantaba todo lo relacionado con la imprenta. Estaba orgulloso de las nuevas máquinas Heidelberg de la planta baja. Al mismo tiempo, por su amor a la imprenta guardaba, en una habitación con alambrada de la planta alta, bandejas y cajas de tipos móviles, hindis e ingleses, de los viejos tiempos.

Su familia instaló una imprenta en Delhi en 1911. De modo que, en aquel negocio, tenía una especie de linaje. Al igual que con los indios en otros terrenos, el talento que parecía haber florecido tras la independencia llevaba madurando un par de generaciones. Su familia vivía en Delhi desde hacía cuatrocientos años, pero él solo podía remontarse a su bisabuelo, en cuya casa había nacido en 1916 y donde vivió hasta 1 934. Aquel bisabuelo nació justo antes del motín, probablemente en 1854; fue el hombre que transmitió la historia de que la familia abandonó la casa durante el cerco y el saqueo de Delhi por los británicos en 1857.

Había una reliquia más tangible de aquel antepasado. En cierto momento de la séptima década del siglo xix lo empleó un lexicógrafo británico, el doctor Fallón. El doctor Fallón estaba preparando un diccionario hindi-urdu-inglés, y el antepasado de Vishwa Nath viajó con él por el norte de la India, recogiendo las palabras y frases que oían.

Detrás de Vishwa Nath, en su despacho, había una librería con puertas de cristal que se alzaba desde el armario hasta el techo. El diccionario del doctor Fallón —con nueva encuadernación— estaba en una estantería de aquella librería. Tenía 1.200 páginas, de un tamaño casi en cuarto, 25 por 18 centímetros:

Nuevo diccionario indostaní-inglés, con ilustraciones de la literatura y el folklore indostaníes, por S. W. Fallón, doctor en filosofía, publicado en 1879 por Trubner & Co., Londres, y E. J. Lazarus & Co., Benarés. Cada artículo aparecía en las tres lenguas, en las tres grafías; se ofrecía una aproximación en inglés de la pronunciación de la palabra hindi o urdu.

Así que, justo veinte años después del viaje de William Howard Russell hubo otro viaje inglés por algunos de los mismos distritos, y otra ardua tarea, que sin duda no tuvo una recompensa adecuada. Y allí, en el prólogo, estaba el reconocimiento del antepasado erudito de Vishwa Nath: «Munshi Thakur Das, de Delhi.»

Thakur Das, unos treinta años más tarde, compró los derechos del diccionario al doctor Fallón. Su intención era reeditar la obra, una de las razones por las que compró una imprenta en 1911, el año de la coronación del rey-emperador Jorge V, como dijo Vishwa Nath: el año en que se retiró la capital de la India británica de Calcuta y se colocaron los cimientos de Nueva Delhi. Pero Thakur Das no reeditó el diccionario. Murió casi inmediatamente después de haber comprado la imprenta. Entonces, el abuelo de Vishwa Nath tuvo que ocuparse de su instalación y funcionamiento comercial. El diccionario hubiera supuesto una tarea muy dura, y no hubiera cubierto los gastos. Vishwa Nath dijo:

—Habría que haber compuesto a mano todas y cada una de las letras, en hindi, inglés y urdu. Así que la imprenta hizo otros trabajos para mantenerse.

El diccionario se dejó de lado, y sobrevivió en la familia solo en aquel ejemplar de la librería con puertas de cristal del despacho de Vishwa Nath, que, dijo:

—Ya no están vigentes los derechos de autor, y he oído que han sacado una edición en offset.

El abuelo de Vishwa Nath murió durante la epidemia de gripe de 1917. Fue entonces cuando su padre y su tío abuelo se hicieron cargo de la imprenta. Eran una familia hindú ortodoxa. «Una familia conjunta, en la que vivían y trabajaban juntos.» Pero había roces. «Se produjo una división en la familia. En 1939 la imprenta estaba casi terminada. Yo quería trabajar allí, pero como vi que se peleaban, lo dejé y estudié contabilidad. Nunca ejercí esa profesión. Empecé con otra imprenta, yo solo, sin el resto de la familia. Tenía veintidós años.»

Le pregunté cómo era Delhi por entonces.

—Tranquila, antes de la guerra. La ciudad dormía durante seis meses. El gobierno de la India se marchaba de Simia desde abril hasta septiembre: el éxodo veraniego. Nueva Delhi se quedaba casi vacía. Todo el mundo se tomaba la vida con calma: dormían durante el día y hacían las cosas pausadamente.

¿La política? ¿Gandhi?

—Yo empecé a interesarme por eso en 1930. —Tenía catorce años—. Quería ir a la cárcel, pero era menor de edad. No me detenían. Era durante la época de la marcha de la sal. Gandhi era famoso por sus reclamos. Yo lo llamo reclamos. La marcha de la sal fue un reclamo, pero era algo necesario. No teníamos armas. Gandhi iba a los pueblos y levantaba a las masas. La marcha de la sal enfervorizó al país entero. Recuerdo que el día en que Gandhi llegó a Dandi, junto al mar, en nuestra calle de Delhi preparamos sal de un pozo salobre, y dijimos: «Hemos infringido las leyes de la sal.» Desde aquel día empecé a llevar

khadi, la ropa hecha en casa. Y todavía sigo llevándola.

»En la época de la marcha de la sal teníamos manifestaciones todos los días. Fue la primera vez que las mujeres salieron de casa, que salieron del

purdah, en Delhi y en todo el norte de la India. Algunos familiares nuestros anduvieron en busca de que los detuvieran. Mi tío estuvo en la cárcel seis meses; después fue ministro, en el gobierno de Nehru.

También por entonces —«El país entero estaba en plena agitación»— se le ocurrió la idea de publicar. Le gustaba leer; gastaba toda la paga que le daban sus padres en libros y revistas.

—Iba a la imprenta, e imprimía a mano, por puro juego. A mi padre le encantaba imprimir, y a mí también. Cuando estaba en cuarto grado, a los once años, decidí publicar revistas.

Me pareció que estaba hablando por mí. En la Trinidad colonial, aproximadamente a la misma edad —y en gran medida por mi padre, que era periodista— llegué a tenerle gran cariño a la imprenta, a las formas de las letras, las variedades de tipos, a maravillarme ante la transformación de la escritura a mano en caracteres tipográficos. Por mi cariño a ese proceso decidí ser escritor, quizá con una idea menos clara de los temas sobre los que escribiría que Vishwa Nath —en plena agitación de la India en los años treinta— sobre las revistas que publicaría.

Hablamos un rato sobre la imprenta. Le pregunté por los tipos hindis. Me gustaban mucho. Me parecían fuertes, elegantes y lógicos, y al mismo tiempo fieles a la escritura a mano. Le pregunté a Vishwa Nath si sabía quién había diseñado el primer tipo hindi. Estaba seguro de que tenía que haber sido alguien de la India. Al parecer, estaba equivocado.

—Enviaron dibujos de la India a Inglaterra. La escritura devanagari —la escritura hindi, derivada del sánscrito— se tallaba allí. Todos los tipos que usábamos, para el diccionario de Fallón, para todo, se importaban de Inglaterra. Seguimos importando de Inglaterra los tipos en devanagari hasta los años veinte, cuando se abrieron fundiciones en la India. El papel que utilizábamos era importado. La maquinaria era importada. La tinta era importada. Hasta que Gandhi inició el movimiento

swadeshi —el movimiento en favor de los productos fabricados en la India— no hubo empeño por producir cosas en la India.

Sin embargo, había un aspecto del imperialismo que había que reconocer.

—Lo cierto es que debemos mucho a esos oficiales, soldados y estudiosos británicos que profundizaron en nuestra literatura para traducir los textos que los brahmanes no querían que se conocieran fuera de su círculo.

Ese punto de los brahmanes era algo que Vishwa Nath no dejaba escapar; aún le dolía, y aún lo motivaba. Pero también estaba su lado profesional, siempre, y habló del tipo hindi con entusiasmo de impresor.

—La escritura sánscrita es esencialmente para el manuscrito. Tiene letras de trazo alto, de trazo corto, las letras van a derecha y a izquierda, y hay muchas contracciones. Era un trabajo precioso de hacer —el carácter—, en tipo móvil. En inglés hay 26 letras y dos cajas, la alta y la baja. En las tipografías había literalmente dos cajas, una con las mayúsculas, otra con las minúsculas. Cuando se compone en hindi, hay cuatro cajas: para las contracciones, las letras medias, los indicadores de vocales. —Dibujó un plano en una hoja de papel, y dijo—: No. Se necesitan entre cinco y seis cajas.

Dos habitaciones más allá de su despacho —habitaciones vacías entonces, a esa hora de la tarde, las mesas ordenadas, las múltiples sillas libres— era donde guardaba las bandejas del antiguo tipo. Sacó unas cuantas y me las enseñó: formas aún colocadas, el tipo móvil desgastado por los bordes, brillante. Desde una galería de aquel piso superior se podían ver las máquinas Heidelberg en la planta baja, y los rimeros de hojas impresas. Había un olor a tinta y papel caliente.

Con su ropa blanca de confección casera, atravesando con decisión las habitaciones vacías, era —incluso sin la deferencia de los empleados para subrayar su posición— el propietario, el hombre que sabía dónde estaba todo, porque él había dispuesto que estuviera como estaba.

Cuando volvimos a su despacho, de gran tamaño —la gran mesa, la silla giratoria tapizada de terciopelo marrón, la librería con puertas de cristal que llegaba hasta el techo, los libros en las estanterías, los números archivados de sus revistas, la estatua negra de Siva sobre el armario, un número antiguo de la

Cosmopolitan norteamericana: los diversos atributos de su personalidad—, empezó a hablar de historia y de su obsesión antibrahmánica.

—Cuando era joven, el movimiento por la libertad estaba en su apogeo. Llevábamos siglos siendo esclavos, y cuando empezó el movimiento por la independencia necesitamos una especie de tónico: que no éramos tan malos como nos decían los británicos. Para ganar el respeto por nosotros mismos, empezamos a pensar que teníamos una civilización muy antigua. Naturalmente, hay algo de verdad en eso. Pero esta también tenía sus debilidades, fueron esas debilidades lo que nos hizo esclavos durante tanto tiempo.

»Cuando abrí mi imprenta, en 1939 (y al poco tiempo empecé a sacar mis propias revistas), empecé a leer nuestras antiguas escrituras. Quería descubrir por mí mismo lo grande o grandiosa que era nuestra civilización. Y al examinar nuestra literatura ancestral comprendí que nos faltaba algo de importancia vital. Cuanto más ahondaba en las escrituras más vueltas le daba a la cabeza. Y entonces empezó esto.

Esto: la tendencia reformista de sus revistas.

—La religión hindú es un conglomerado de credos, de quinientas religiones o credos. Hemos tenido movimientos reformistas desde el principio. Desde el alba de la civilización ha habido movimientos reformistas contra la ortodoxia. Lo que ocurre es que todo movimiento reformista degenera en una secta: los lingayat, los arya samajist, todos. Buda se rebeló. Mahavir, el fundador del jainismo, se rebeló. El gurú Nanak, el fundador del sijismo, se rebeló. Es una larga lista. Se rebelaron y degeneraron en sectas, y se hicieron tan ortodoxos como los ortodoxos anteriores. Así que yo no me puse esas túnicas de color azafrán ni asistí a todas esas conferencias, ni empecé a predicar en público. Publiqué mis revistas.

Su primera revista,

Caravan, en inglés, empezó a publicarse en 1941. En 1945 sacó

Sarita, para mujeres, en hindi. Ambas publicaciones alcanzaron una tirada de unos 15.000 ejemplares. .

—Una tirada importante para aquella época. Se produjo gran alboroto cuando publiqué un artículo en el que decía que debían eliminarse las vacas extraviadas. Hubo manifestaciones. Pusieron carteles por toda la ciudad. Eso fue en 1950, más o menos.

Pero no había mucha rebelión en

Woman’s Era. La gente la consideraba una revista incluso conservadora.

Dijo:

—La rebelión no está en

Woman’s Era. Está en

Sarita, nuestra revista en hindi, que vende tres veces más de lo que vende

Woman’s Era. Woman’s Era es más para asuntos sociales. Es educativa. Enseña a las mujeres las cosas sencillas que nadie se molesta en explicarles.

Su idea de los asuntos sociales difería de la de Nandini. Ella me había dicho que la revista se ocupaba más de situaciones personales que de problemas sociales. El diferente uso de la palabra procedía de las diferentes visiones del mundo, de diferentes supuestos y niveles de educación. Y Vishwa Nath tenía sus propias ideas sobre la rebelión.

—En

Sarita somos demoledores, predicamos contra los dioses y las diosas, incluso contra el mismo Dios. El mes pasado sacamos un artículo en

Woman’s Era, «La oración fomenta el egoísmo y la adulación».

Cogió un manuscrito de archivo de la librería y me enseñó el artículo. Yo pensaba que solo

Woman’s Era hubiera podido emplear un título tan duro. Era, sin embargo, una buena descripción del artículo, que arremetía contra la oración de las gentes de todos los credos. Estaba saturado de principio a fin de la rabia de Vishwa Nath por la historia india. Las personas que se humillaban ante Dios, decía el artículo, también podían humillarse ante un gobernante despótico. Ese toque de enjuiciamiento histórico, la mención de un gobernante despótico, parecía alejar el escenario contemporáneo y dar un sabor de antigüedad al artículo, que, a pesar de su apasionamiento y audacia, y de las fotografías contemporáneas, resultaba curiosamente inofensivo, una crítica no tanto de la religión como de los individuos estúpidos que tratan de hacer un contrato con Dios.

¿Era él religioso? Solo un hombre religioso podía estar tan obsesionado con la religión, pensaba yo. Solo alguien realmente inclinado hacia el hinduismo podía haber dedicado tanto tiempo a unos textos hindúes difíciles, especulativos. Me acordé de Chidananda Das Gupta, en Shantiniketan: sin ser teísta, Chidananda había experimentado una «inclinación renovada», en su semijubilación, a leer los

Upanishad, y —solo unos cuantos años más joven que Vishwa Nath— había encontrado en ellos el nivel más elevado y provechoso de espiritualidad.

Vishwa Nath dijo:

—No soy en absoluto religioso. —¿Los

Upanishad?—Juegos de palabras. Los

Upanishad son simples juegos de palabras.

Atman, Brahma: todo el ejercicio consiste en demostrar que

atman es parte de Brahma, y que Brahma es

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