Illuminati

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TERCERA PARTE

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Sólo seis años después, en el año 2000, se estrenó una película titulada The Skulls (Los Calaveras), aunque en España se respetó el título original, si bien se le añadió un subtítulo aclaratorio y se promocionó como The Skulls. Sociedad Secreta, que pasó sin pena ni gloria por las pantallas europeas, pero que tuvo mucho éxito en Estados Unidos, hasta el punto de generar dos secuelas además de lo que parece un interesante negocio de venta de películas por Internet. La publicidad la presentaba como un «thriller original basado en hechos irrefutables y más escalofriantes que ninguna película», empezando por la realidad de «la existencia de sociedades secretas elitistas a las que pertenecen algunos de los hombres más poderosos del planeta, como el presidente George W. Bush».

The Skulls relata la historia de un joven estudiante llamado Luke McNamara (un guiño, tal vez, en referencia a Robert McNamara, ex secretario de Seguridad de la Casa Blanca y ex presidente del Banco Mundial), que aspira a ingresar en lo que parece una de las clásicas fraternidades universitarias de estudiantes norteamericanos. La particularidad de ésta, y su prestigio, reside en la dificultad para acceder a ella ante el elevado nivel económico y social de las familias de sus integrantes, todos masculinos. Inesperadamente, Luke recibe una invitación para incorporarse al grupo, lo que consigue tras superar las pruebas iniciáticas que le imponen los veteranos. Una vez aceptado, descubre que la fraternidad es en realidad una auténtica sociedad secreta en la que los miembros se conjuran para prestarse ayuda mutua más allá de los estudios universitarios en sus respectivas carreras hacia la cumbre, donde relevarán a sus respectivos padres.

Estos pertenecen a generaciones anteriores de Skull y son presidentes, senadores, banqueros, industriales y altos cargos de la Administración norteamericana. Para lograr este objetivo están dispuestos a hacer lo que sea, incluso a emplear el asesinato.

Aprovechando el estreno de la película, varios medios especializados publicaron algunos artículos advirtiendo acerca de la existencia real, desde mediados del siglo XIX, de una extraña sociedad secreta hasta entonces completamente desconocida y llamada precisamente Skull and Bones Order (Orden de la Calavera y los Huesos), cuyo principal interés sería «ejercer como la rama estadounidense de los Iluminados de Baviera».

Según estas fuentes, el funcionamiento de la orden era muy similar al descrito en el largometraje: miembros veteranos se encargarían de promover cada año la selección de un grupo distinguido de graduados, en torno a unos quince, en la Universidad de Yale. La oferta es un pacto de índole casi fáustica: la garantía de un futuro pleno de éxitos económicos y sociales integrados en la clase dirigente, a cambio de una completa subordinación a los mandatos de la organización. Si los neófitos aceptan, y parece que el 99,9 % suele hacerlo, se someten a unas pruebas secretas que, una vez superadas, dan paso al ingreso como miembros de pleno derecho. En ese momento, cada uno recibe un hueso con una inscripción que a partir de entonces certifica su condición de Skull. Cuando terminen sus estudios serán «presentados en sociedad» y a partir de entonces dirigidos y apoyados por sus predecesores en la orden, hasta conseguir el anhelado éxito personal y al mismo tiempo la oportunidad de servir a la creciente red de influencias de todo el entramado.

Ese hueso personalizado explica la parte del nombre referido a bones, pero ¿de dónde viene el apelativo de skulls? Las informaciones antes reseñadas denunciaban que parte de la liturgia secreta de la sociedad pasa por la profanación de tumbas y de cadáveres. Y citaban un caso concreto acaecido en 1918, cuando un grupo de skulls, entre los que se encontraba un senador llamado Prescott, profanó el sepulcro de uno de los últimos grandes jefes de la rebelión india, Gerónimo, de la tribu apache, a cuyo cadáver robaron la cabeza para utilizarla en sus rituales. A mediados de los años ochenta del siglo pasado, otro indio, Ned Anderson, líder de la tribu de San Carlos, consiguió retiñir y presentar una serie de fotografías y documentos que probaban el suceso. Según sus datos, el encargado de echar ácido sobre la cabeza de Gerónimo para pelar la calavera, quemando la cabellera y la carne que aún quedaban en ella, fue un personaje llamado Neill Mallon. Anderson llegó a entrevistarse formalmente con miembros de los skulls para pedirles que devolvieran el cráneo, pero no consiguió que lo hicieran.

Similar suerte sufrieron los restos del revolucionario mexicano Pancho Villa, cuyo ataúd también fue asaltado por un grupo de desconocidos y su cuerpo decapitado, aunque algunas versiones aseguran que esta vez no fueron los skulls los que actuaron directamente, sino que pagaron a unos sicarios para conseguir su calavera. Como en el caso de Gerónimo, Villa había causado muchos problemas a la Administración estadounidense en el pasado. Aparte de humillar su memoria, tal vez su cráneo habría sido utilizado, igual que el del jefe indio, para realizar algún tipo de magia simpática: por ejemplo, mantener sometidas a las etnias india y mexicana, garantizando que no volvieran a protagonizar ninguna rebelión contra la clase dominante en Estados Unidos, a la que pertenecían los miembros de la orden.

Un tercer suceso del mismo tipo apareció publicado en una revista política estadounidense de cierto prestigio: NACLA. Report on the Americas. Según esta publicación, los skulls también fueron los responsables de la profanación de la tumba del general Ornar Torrijos justo el 1 de mayo, fecha con indudables resonancias bávaras, de 1990. Diversos testigos confirmaron que ese día un grupo de desconocidos «que hablaban con acento extranjero» abrieron la sepultura del líder panameño y robaron sus cenizas. Torrijos había sido convertido por sus compatriotas en símbolo de la resistencia del nacionalismo panameño frente a las ansias expansionistas y neo imperialistas del gobierno de George Bush padre, que por entonces ocupaba el Despacho Oval. Lo cierto es que el suceso coincidió con el lanzamiento de la llamada Operación Causa Justa contra Panamá, con la que la Administración norteamericana se garantizó la docilidad de las hasta entonces inquietas autoridades locales, sobre todo en lo referido al canal, imprescindible para controlar el tráfico marítimo entre el Atlántico y el Pacífico que pasa por él.

Una tradición familiar

Skull and Bones fue registrada oficialmente en 1856 con el nombre de Asociación Russell y durante algunos decenios estuvo domiciliada en la sede neoyorquina de la Banca Brown Brothers Harriman. En aquella época tenía el sobrenombre de La Hermandad de la Muerte, porque las familias de sus fundadores estaban involucradas en el tráfico de opio en Turquía y China, gracias a la British East India Company, la legendaria Compañía de las Indias. Precisamente en China trabajaba como delegado de esa primera multinacional Warren Delano, el abuelo del futuro presidente Franklin Delano Roosevelt.

Otro de los nombres de Skull and Bones es Capítulo 322, aunque nadie sabe exactamente qué significa. En Estados Unidos, la palabra capítulo suele utilizarse para referirse a las organizaciones locales dependientes de otra de mayor envergadura, pero en ciertos ambientes es sinónimo de logia masónica. Algunas versiones apuntan a que ese número encierra parte del misterio sobre su origen real, referido a una organización secreta alemana, cuyo nombre se ignora, aunque está confirmado que data de 1832. En consecuencia, la cifra se descompondría en (18) 322.°, porque los skulls no serían otra cosa que el segundo capítulo de esta organización germana bávara en realidad?). La explicación más banal, defendida en público por algunos miembros del grupo de Yale, es que alude al año de la muerte del político griego Demóstenes, también conocido como el padre de los oradores.

A día de hoy, la sede oficial de los skulls en el campus universitario de Yale es un edificio de piedra similar a un mausoleo, que los estudiantes conocen popularmente con el sugestivo nombre de La Tumba. Además, se sabe que las iniciaciones de la fraternidad tienen lugar en Deer Island, en propiedades de la empresa Russell Trust.

Entre los primeros skulls encontramos a algunos de los posteriormente conocidos como cabezas de familia de varias dinastías de capitalistas estadounidenses y, sin ir más lejos, al encargado de inscribir la asociación en el registro: William H. Russell, secretario de Guerra en la Administración Grant.

Otros miembros fundadores son Alphonse Taft (con una larga carrera que incluye el Consejo de Estado de Connecticut, la Fiscalía General del Estado y las embajadas de Estados Unidos en Austria y Rusia, y qué además fue el padre de William Howard Taft, el único mandatario que llegó a ser a la vez presidente del país y de la Corte Suprema), William Stead (un periodista de prestigio, próximo a los ambientes teosóficos franceses y a los círculos fabianos, perteneciente a la logia Apolo de Oxford y muy influido por el pensamiento de John Ruskin, quien aseguraba repetidamente que «todo el proyecto mundialista no tiene futuro si no se logra incluir en él a Estados Unidos») y Cecil Rhodes, cuya aportación a la trama veremos más adelante, al referirnos a la organización de la Mesa Redonda, que fundó junto al propio Stead a instancias de la casa Rothschild.

Todos ellos y unos pocos más decidieron consolidar la nueva organización para entrenar y promocionar a sus «cachorros» a fin de lanzarlos hacia los puestos de mayor relevancia política, social y económica de Estados Unidos. El proceso de dominación nacional y, sobre todo mundial, era y sigue siendo demasiado complejo para permitir que lleguen y se instalen en él posibles advenedizos no comprometidos con la causa, de la misma forma en que lo están las sucesivas generaciones del mismo puñado de familias. Según el historiador Anthony Sutton, la nómina de la sociedad «incluye la veintena de apellidos con mayor pedigrí de las finanzas y la industria del este del país». Entre ellos figura el apellido Bush, el de George H., y el de George W., es decir, el de los dos presidentes, pero también el del padre y abuelo respectivo, Prescott Bush. El mismo senador Prescott que participó en la profanación del cadáver de Gerónimo.

Uno de los mayores especialistas mundiales en sectas, el director del Instituto de Nuevas Religiones, Massimo Introvigne, confirmó en su día la pertenencia al grupo de los Bush, además de otros miembros muy destacados de sus respectivos gabinetes como el ex secretario de Estado, George Schultz. Sin embargo, se esforzó en quitar hierro a la leyenda negra de los skulls, sobre cuyos verdaderos objetivos cree que «siempre se fantaseó mucho, hasta el punto de crear a su alrededor una literatura de complots sin fundamento real». Introvigne sí reconoce la existencia de determinados rituales macabros, así como la realidad del episodio de la calavera de Gerónimo. Un suceso que disculpa a medias, al calificarlo de «satanismo lúdico de clase alta», inspirado en la tradición de la masonería anglosajona, que, aun utilizando ciertos ritos de aire ocultista, «no presenta más riesgos que una gamberrada». En su opinión, en realidad no tiene nada de extraño que los elitistas ex estudiantes de una universidad como la de Yale coincidan posteriormente a la hora de ocupar cargos de relevancia social.

En cierto modo tiene razón, todo puede ser fruto de la casualidad… si no fuera porque semejante cadena de «casualidades» a lo largo de los últimos siglos revela que el porcentaje de posibilidades respecto a esas casualidades se ha reducido a una cifra tan diminuta como para buscarla con microscopio.

Volviendo al abuelo Prescott, veamos otro ejemplo de «casualidad» en la que aparecen enlazados personajes de suficiente importancia como para no fiarnos del azar. El abuelo de George W. Bush se graduó en Yale en 1917 junto a su amigo Edward Roland Harriman. Desde el momento en el que ambos ingresaron en The Skull and Bones comenzó su meteórico ascenso gracias al apoyo directo de, entre otros, Perey Rockefeller, que según algunas fuentes había entrado en la orden en 1900. La familia Bush se había enriquecido durante la primera guerra mundial gracias a Samuel, padre de Prescott, que se dedicó al rentable negocio de la venta de armas y munición, pero su hijo se dio cuenta de que el negocio bancario daba todavía más beneficios y fundó la Union Banking Corporation. Su amigo Harriman prefirió asociarse directamente a la Banca Brown Brothers. Juntos, se convertirían, como sabemos, en banqueros y socios comerciales del régimen de Adolf Hitler. La biografía no autorizada de Bush padre, elaborada por Webster G. Tarpley y Antón Chaitkin, demuestra que ambos grupos bancarios participaron en la financiación del cártel alemán del acero del régimen nacionalsocialista.

Con semejantes antecedentes, no es extraño que investigadores como Ray Renick acusen a la familia Bush de participar, al final de la segunda guerra mundial, en el desarrollo de la Organización Gehlen, edificada a partir del reclutamiento de los nazis huidos del viejo continente, con aytida directa de los Rockefeller y la Orden de Malta, a la que pertenece a su vez el hermano mayor de George Bush. Desde el cuartel general de Gehlen, en California, se diseñó y lanzó una campaña de terror a lo largo y ancho de toda Hispanoamérica, con diversos objetivos. Por ejemplo, la llamada Operación Amadeus, que incluía el narcotráfico a gran escala, con la colaboración de la Cosa Nostra, y la evasión y blanqueo de capitales en las islas Bahamas y otros paraísos fiscales. Eso fue lo que denunció el ex detective de narcóticos de la Policía de Los Ángeles, Mike Ruppert, en una Comisión de Inteligencia del Senado, en la que aportó casos como el de Albert Carone, un coronel de la inteligencia militar, que, según la definición del ex detective, «poseía una agenda que parecía un directorio conjunto de la CIA y de la Mafia». Carone tuvo algunos problemas con Gehlen y expresó agrias quejas que no debieron de sentarle muy bien a la dirección de la organización, ya que poco después murió de forma repentina y misteriosa. Según el informe médico, «víctima de una toxicidad química de etiología desconocida». Ruppert tuvo acceso a cierta documentación que poseía su hija. Fila estaba convencida de que su padre había muerto asesinado y de que Amadeus era el nombre en clave del propio Bush. Los resultados de la investigación elaborada por la Comisión del Senado no se conocen todavía.

Siguiendo la estela familiar, George W. Bush se inició en Skulls and Bones en 1968 y, como su padre, decidió decantarse por el negocio petrolero. Nueve años después dirigía su primera compañía, curiosamente denominada Arbusto Energy (arbusto es la traducción literal al español de Bush), que logró arrancar gracias a la ayuda económica de sus camaradas, empezando por su tío Jonathan, que se encargó de convencer a una veintena de inversores. Así empezó a consolidar su fortuna personal, aunque sus comienzos en solitario fueron cualquier cosa menos brillantes. La carrera económica de Bush hijo fue paralela a la política, llegó a ser gobernador de Texas, donde batió todos los récords de aplicación de la pena de muerte, y después, presidente de Estados Unidos. No deja de resultar sorprendente que un vástago de la familia Bin Laden, con la que la familia Bush comparte amistad y acciones, se convirtiera precisamente en uno de sus mayores quebraderos de cabeza. En realidad, no parece que George W. Bush haya tenido nunca mucha suerte con sus amistades, como muy bien podría explicar Sadam Husein, ex presidente de Irak, que fue compañero de negocios petroleros y gran amigo personal.

Señales nocturnas

En el momento de redactar estas líneas nadie sabe si Bush hijo conseguirá revalidar su mandato en las elecciones presidenciales de noviembre de 2004, como candidato del Partido Republicano. Después de lo ocurrido en los últimos años, muchos estadounidenses quieren que sea derrotado y sustituido por el candidato del Partido Demócrata, John F. Kerry. Creen que así el país recuperará su liderazgo mundial, se combatirá mejor el terrorismo internacional y se recuperará la economía tanto a nivel nacional como internacional. Desde luego, la propaganda de los demócratas ha insistido hasta el hastío en la comparación entre el llorado JFK (John Fitzgerald Kennedy) y el nuevo JFK, aunque probablemente muchos de esos norteamericanos ignoran que esa F del apellido de Kerry es la inicial de Forbes.

La misma familia Forbes que, al igual que otras pocas familias estadounidenses, como los Cabot, los Perkins, los Lowell, los Coolidge o los Russell, se hizo millonada con el tráfico de opio en el siglo XIX gracias a la Compañía de Indias británica. Y la misma familia Forbes, entre cuyos protegidos y hombres de confianza figuran desde hace muchos años los Bush.

Claro que Kerry es el mismo político que durante los años noventa del siglo XX se encargó de la investigación que el Senado llevó a cabo en torno a los Bush y el escándalo del Bank of Credit and Commerce International, una entidad creada en 1972 por el Bank of América y la CIA para canalizar los fondos de la Administración destinados a los «amigos» de la Casa Blanca en todo el mundo, como el panameño Manuel Noriega o los ya citados Sadam Husein y Osama Bin Laden. El mismo Kerry que puso sordina a la susodicha investigación y que posteriormente siempre ha apoyado la intervención militar estadounidense en Irak. El Kerry que, en un programa de televisión emitido en directo, fue preguntado por sorpresa por el periodista Tim Russert si pertenecía a The Skulls and Bones y contestó asintiendo con la cabeza, sin añadir ni una palabra.

Según diversos expertos, John F. Kerry se convirtió en un miembro de esa orden en la generación de 1966. Así que, en realidad, ¿importa tanto si gana Bush o Kerry?

Faber-Kaiser nos advirtió acerca de las presuntas instrucciones de Philip von Rothschild respecto al significado de un gran apagón en la ciudad de Nueva York a partir de 1980. El 14 de agosto de 2003, unos 50 millones de habitantes de la costa este de Canadá y Estados Unidos, incluyendo Nueva York y Detroit entre otras grandes urbes, se quedaron a oscuras. Oficialmente, el apagón fue originado por una avería en la central eléctrica de la región del Niágara, que habría causado una reacción en cadena, aunque esta explicación nunca satisfizo a nadie. Sobre todo, cuando sólo dos semanas después, Londres sufrió otro apagón idéntico, aunque algo más breve, y lo mismo ocurrió con Sidney, la capital australiana. Durante los meses siguientes, distintos puntos del mundo como Chile, la zona del Yucatán en México y Malasia también se quedaron a oscuras durante unas horas. Como si alguien estuviera contestando a la señal lanzada desde Nueva York. O como si fuera un ensayo general para un apagón mundial; tal vez un obsequio de los Illuminati para subrayar el próximo comienzo de una nueva era, definitivamente a su servicio.

Mientras llega ese momento, no nos queda más que tomarlo con humor. Como hicieron numerosos neoyorquinos que aprovecharon el susto de agosto del año 2003 para vender todo tipo de recuerdos: delantales de desayuno, tazas de café, pegatinas, ropa interior… y naturalmente las inevitables camisetas con frases como «Blackout (apagón) 2003», «I survived historical blackout in New York City» (Yo sobreviví al histórico apagón en la ciudad de Nueva York), o «New York, the light of my life» (Nueva York, la luz de mi vida). La camiseta «oficial» salió a la venta por sólo 13,99 dólares, impuestos incluidos.

«Nada sucede en política por accidente.

Si sucede algo, puedes apostar a que

estaba planeado de ese modo».

FRANKLIN DELANO ROOSEVELT, presidente de Estados Unidos.

Círculos dentro de más círculos

Existe una organización en Estados Unidos que es garantía de trabajo seguro y bien pagado en la Administración del Estado, el Consejo de Relaciones Exteriores.

Paradójicamente, su nombre no es muy conocido, ni siquiera en su propio país, pese a que ya en 1961 la revista Christian Science Monitor, editada por uno de los miembros de la Mesa Redonda, reconocía que «casi la mitad de los integrantes del Consejo de Relaciones Exteriores ha sido invitada a asumir posiciones oficiales de gobierno o a actuar como consultores en un momento u otro». La publicación lo achacaba a la «exclusiva dedicación» de sus socios al estudio de la política exterior.

Lo cierto es que, desde la década de 1930 hasta finales de 2004, todos los Secretarios de Estado norteamericanos, incluyendo al último, Colin Powell, han sido miembros del Consejo de Relaciones Exteriores, igual que 14 de los 16 secretarios de Defensa que se sucedieron a partir de la presidencia de Kennedy, incluyendo también al último, Donald Rumsfeld. De los 20 secretarios del Tesoro desde la presidencia de Eisenhower, 18 han pertenecido al mismo grupo, e idéntica filiación hay que buscar en todos los directores de la CIA desde la presidencia de Johnson, así como en la práctica totalidad de los embajadores estadounidenses ante la ONU y de los presidentes de la Reserva Federal durante el último medio siglo.

Desde la presidencia de Truman, todos los presidentes estadounidenses, salvo el actor Ronald Reagan, surgieron de la misma cantera. No es extraño que uno de los eslóganes no oficiales del consejo sea: «No importa quien gane, demócratas o republicanos: siempre gobernamos nosotros».

Traspaso de poderes

Infiltrado por los Illuminati, el Imperio británico fue el primero de la larga serie histórica que se planteó su expansión sin necesidad de ocupar y administrar grandes espacios geográficos contiguos como habían hecho sus predecesores, el español, sin ir más lejos. Mantener el sistema clásico resultaba muy caro en dinero, hombres y esfuerzos por parte de la metrópoli, que, al cabo de poco tiempo, no tenía más remedio que empezar a reclutar extranjeros o criollos para los puestos de cierta responsabilidad y, a largo plazo, terminaba por agotarse y perder las posesiones. Siguiendo el viejo lema de Weishaupt «Pocos pero bien situados», los británicos prefirieron hacerse con pequeños y determinados puntos estratégicos a lo largo y ancho del planeta, salvo en casos excepcionales como la India, conocida como «la joya del Imperio», a fin de establecer y consolidar una red comercial y de influencias global, muy bien comunicados unos con otros gracias a su poderosa flota.

La sociedad secreta utilizada por los Illuminati para conseguir una exitosa expansión colonial, según diversos autores, fue la Round Table o Mesa Redonda, registrada en febrero de 1891, aunque en realidad llevaba varios decenios operando en diversos escenarios. Por ejemplo, comprando las acciones de la compañía del canal de Suez a través de la casa Rothschild y cediéndolas después de manera formal a la corona británica. Su fundador fue Cecil Rhodes, un masón de la logia Apolo de Oxford, públicamente conocido como magnate del negocio del oro y los diamantes. Entre los miembros principales de esta sociedad organizada según los modelos de la orden jesuita y de la masonería, figuran los inevitables Rothschild, lord Alfred Milner, lord Albert Grey y otros. Su objetivo declarado era «llevar la civilización anglosajona a todos los confines del mundo» y, a cambio, hacerse con todas las riquezas que se hallaran sobre la marcha, en una especie de parodia cruel de la mítica Orden de la Mesa Redonda del legendario rey Arturo y su consejero Merlín. La influencia de la organización fue tan notable que incluso aparece reflejada en El hombre que pudo reinar, uno de los relatos más populares de Rudyard Kipling, debido en parte a la versión cinematográfica que rodó John Huston con Sean Connery y Michael Caine como protagonistas.

Sara Millin, biógrafa de Cecil Rhodes, ha resumido su carácter en siete palabras, «su deseo primario era gobernar el mundo», aunque parece claro que no buscaba un dominio unipersonal, como sugiere el hecho de que en su testamento asignara una cantidad de dinero específica para fomentar «la extensión de la autoridad británica a través del mundo, […] la fundación de un poder tan grande como para hacer las guerras imposibles y promover así los intereses de la humanidad». Es decir, para que la campaña de conquista del planeta continuara, aunque él no estuviera ya para dirigirla en persona. Por cierto, la mayor parte de su herencia la legó al financiero favorito de sus esforzadas empresas, lord Rothschild.

Para proteger mejor sus intereses a través de diversas alianzas con otros poderes políticos y económicos, especialmente en los cada vez más pujantes Estados Unidos, la misma cúpula directiva de la Mesa Redonda instituyó en 1919, poco después de la primera guerra mundial, el RILA o Royal Institute of International Affairs (Real Instituto de Asuntos Internacionales).

Su fundación oficial recayó en Mandell House, el consejero y alter ego del presidente norteamericano Wilson, en una reunión que mantuvo en el hotel Majestic de París con un grupo de importantes prohombres de cultura anglosajona de ambos lados del Atlántico. A medida que fueron pasando los años y el Imperio británico se extinguía, el objetivo de la institución adquirió una pátina pro mundialista. Para hacer honor a los deseos de unificación de todas las culturas del planeta, muchos de sus miembros se fueron enrolando en otras sociedades que surgieron a lo largo del siglo XX. Por ejemplo, el director del RIIA a mediados de los años ochenta del siglo pasado, Andrew Schonfield, era también miembro destacado de la Comisión Trilateral y del Grupo Bilderberg. Otro de los miembros de la organización, Edward Heath, prosperó hasta convertirse en primer ministro del Reino Unido, momento en el que empleó a Nathaniel Víctor Rothschild como jefe de «un grupo de expertos encargado de examinar los planes políticos del gobierno y aconsejar su forma de actuación». Cuando dejó la política, Heath fue, a su vez, contratado por la banca internacional Hill Samuel.

El equivalente del RIIA en Estados Unidos, y hermanado formalmente con él, es el CFR o Council on Foreign Relations (Consejo de Relaciones Exteriores), que comenzó sus trabajos a plena luz en 1921, gracias al mismo Mandell House y a un pequeño grupo de personajes de peso, entre las que figuraban los hermanos John y Allen Foster Dulles (el primero, secretario de Estado y el segundo, director de la CIA), el periodista Walter Lipman y el banquero Otto H.

Kahn. En sus primeros estatutos se autodefinían como «un grupo de estudios» cuyo objetivo era promover un «diálogo permanente» sobre «las cuestiones internacionales de interés para Estados Unidos». Su táctica sería «reunir especialistas en diplomacia, finanzas, industria, enseñanza y ciencias» en calidad de consultores, además de «crear y estimular en el pueblo americano un espíritu internacional» y cooperar sistemáticamente «con el gobierno y otros organismos internacionales».

El CFR publica la más influente revista de política internacional, Foreign Relations (Relaciones Exteriores), que cuenta con una edición en español. Además de las cuotas de sus miembros, el grupo se financia con aportaciones de las más poderosas compañías norteamericanas, incluyendo por supuesto a grupos bancarios como los Morgan, Rockefeller y Warburg y fundaciones como Ford y Carnegie.

En uno de sus estudios publicado en noviembre de 1959, el CFR ya abogaba sin más por la construcción «de un nuevo orden internacional, que refleje las aspiraciones mundiales por la paz, el cambio social y el económico, […] incluyendo a los estados que se llaman a sí mismos socialistas [en referencia a los comunistas]». Esta debía llevarse a cabo por todos los medios posibles y en ella colaboraban sin duda cada uno de los miembros del club, aunque a veces los que se encontraran «en posiciones delicadas pueden verse forzados» a mantener en secreto su pertenencia a la asociación, según dice otro documento interno publicado en 1952.

El CFR, o alguno de sus miembros, aparece en todos los acontecimientos políticos, económicos y sociales de importancia del siglo XX: desde la construcción de la ONU y la OTAN, hasta la puesta en marcha del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, pasando incluso por el apoyo político y logístico para la creación de la Unión Europea y la estrategia de acoso y derribo del bloque soviético. Su penúltima gran estrategia, según reflejan sus propios documentos, fue el impulso, desde principios de los años setenta hasta la actualidad, de una auténtica «ola de democracia» en todo el planeta. Pero no entendiéndola como «el menos malo de los sistemas políticos posibles», según la definiera Winston Churchill, sino como el «único sistema posible», lo que ha llevado a intentar exportarla sin la previa y necesaria educación ciudadana incluso a los países cuyas culturas ancestrales se alejan profundamente de la idea democrática, como en algunas tradiciones musulmanas, africanas o asiáticas. Eso ha generado tensiones importantes que aparecen reflejadas en las noticias diarias en forma de desestabilización y guerras constantes.

La estrategia en marcha en estos momentos según diversos especialistas es la de «privatización y concentración», basada en lograr que los gobiernos nacionales se desprendan de sus grandes empresas «al objeto de resultar menos onerosas para los contribuyentes y reducir el déficit público». Las multinacionales compran esas empresas y concentran el poder en diversos sectores: cada vez más en menos manos. A medio plazo, el resultado final es que el ciudadano medio se enfrenta progresivamente a mayores costes personales, porque, como es lógico, las multinacionales no buscan el interés común, sino su único beneficio.

El hotel holandés

Todas las grandes organizaciones discretas promotoras de los ideales mundialistas o globalizadores han surgido en torno a la labor de algún «gran visir» que ha actuado desde dentro del poder, pero sin aparecer nunca en primera fila, como si no le interesara figurar en el reparto de medallas. Son muchos los investigadores que sospechan de la filiación Illuminati de estos personajes, cuya vida personal y méritos generales para aparecer en los más altos cargos suelen ser desconocidos, aunque a cambio muestran una notable capacidad de organización y relaciones públicas. Si Rhodes fue el alma fundadora de la Mesa Redonda, y Mandell House ejerció idéntico papel con el RIIA y el CFR, el Club Bilderberg debe su nacimiento al polaco Joseph Retinger.

Pocos ciudadanos han oído hablar de Retinger, una referencia anónima en la Europa del siglo XX. Sin embargo, cuando murió en 1960 el príncipe Bernardo de Holanda le rindió homenaje en su funeral con estas significativas palabras: «Conocemos numerosos personajes notables, […] admirados y festejados por todos, y nadie ignoró su nombre. […] Existen sin embargo otros hombres cuya influencia es todavía mayor, incidiendo con su personalidad en el tiempo en que viven aunque no sean conocidos más que por un restringido círculo de iniciados. Retinger fue uno de éstos».

Nacido en Cracovia en 1888 y educado por un miembro de la Sociedad Fabiana, Retinger fue iniciado en la masonería de Suecia. A través de su amistad con Mendell House, trabajó para la Mesa Redonda y el CFR y realizó diversos viajes por Europa y América, donde se relacionó con las más altas esferas sociales, políticas y diplomáticas. En México, fue uno de los principales impulsores de la fundación del partido que se convertiría en principal referente de la izquierda moderada, el PRI (Partido Revolucionario Institucional, un nombre contradictorio), y, comisionado por éste, negoció como diplomático con el Vaticano. Tras colaborar con el gobierno polaco en el exilio durante la segunda guerra mundial, en 1947 apoyó a Henri Spake en sus primeros pasos hacia la constitución del Mercado Común Europeo. Un año después organizó el Congreso de Europa, del cual emergería la institución que hoy conocemos como Consejo de Europa.

En 1954 concentró a muchos de los más importantes prohombres del dinero y la política del momento en el hotel Bilderberg de la localidad holandesa de Oosterbeck, para «animarlos a trabajar en favor de la comprensión y la unión atlántica». Los asistentes a este encuentro quedaron tan satisfechos de los resultados que bautizaron al grupo con el nombre del hotel y decidieron reunirse a partir de entonces periódicamente, otorgando la primera presidencia a su entonces anfitrión, el príncipe Bernardo, esposo de la reina Juliana de Holanda y acaudalado accionista, entre otras, de la Société Générale de Belgique (otro banco ligado a la casa Rothschild), además de importante representante de la Royal Dutch Petroleum (integrada en la Shell). Es inútil decir que los principales miembros son los mismos que hemos encontrado en otras organizaciones: los Rockefeller, los Carnegie, los Ford, la banca Kuhn, Loeb & Company, los Warburg, los Lazard, George Soros… y, naturalmente, los Rothschild.

Las reuniones del Club Bilderberg son secretas y se organizan anualmente en un hotel distinto de cualquier lugar del mundo, siempre que reúna las siguientes condiciones: que sea de gran lujo, esté ubicado en una localidad pequeña y tranquila, rodeado de hermosos paisajes, y se encuentre protegido con medidas extremas de seguridad. En realidad, el gobierno anfitrión es el que se responsabiliza de la seguridad de los asistentes, que no están obligados a seguir las normas legales para entrar y salir del país, como pasar por la aduana o llevar visados. El club desplaza su propio equipo de operadoras telefónicas, cocineros, camareros y demás apoyo logístico.

La última vez que se reunieron en España fue en La Toja, Pontevedra, en 1989, aunque ya antes estuvieron en Palma, Mallorca, en 1975, donde según algunas fuentes los bilderbergers llegaron a diseñar las líneas maestras de la transición política española. Su última cita conocida, la del cincuenta aniversario de su fundación, fue en junio de 2004, en la localidad italiana de Stresa, junto al lago Maggiore, a pocos kilómetros de Milán.

No todos los asistentes al seminario anual del Club Bilderberg tienen el mismo nivel. Hay dos tipos de socios: los activos, que sustentan la organización y entre los cuales se escoge su grupo director, y los ocasionales, que actúan como ponentes acudiendo a las reuniones por invitación expresa y sólo para informar acerca de materias concretas relacionadas con su experiencia profesional o personal. Todos juran antes de cada reunión que nunca hablarán del contenido de sus discusiones, pero se sabe que en ellas se analiza exhaustivamente la situación del mundo y se fija una estrategia conjunta de actuación.

En la actualidad, el grupo está presidido por el vizconde Etienne Davignon, propietario de casi todas las empresas eléctricas de Bélgica, así como de uno de sus bancos principales. Tras él, encontramos una larga lista que concentra a financieros, industriales, políticos, directivos de multinacionales, ministros de Finanzas, representantes del Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio y el FMI, ejecutivos de medios de comunicación y dirigentes militares, así como miembros de algunas casas reales europeas, como la reina Beatriz de Holanda o el príncipe Felipe de Bélgica, lodos los presidentes estadounidenses desde Dwight David Eisenhower han sido «bilderbergers» y, si no lo fueron los anteriores, se debe única y exclusivamente a que el grupo se creó en 1954, cuando Ike estaba precisamente en el poder.

Otros miembros conocidos del club son el ex presidente de la comisión Europea Romano Prodi y su sucesor José Durao Barroso, el gobernador del Banco Central Europeo, Jean Claude Trichet; el presidente del Banco Mundial, James Wolfenson; el primer ministro británico, Tony Blair; el responsable de la política exterior de la UE, Javier Solana; el ex primer ministro francés Lionel Jospin, el ex secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, y el presidente del Washington Post, Donald Graham, entre otros.

Dennis Healy, uno de los fundadores del Club Bilderberg, explicó en una ocasión que sus miembros «no se dedican a establecer la política mundial, sino que se limitan a debatir las grandes líneas a seguir con las personas que las hacen realidad». El caso es que existe una larga serie de coincidencias entre los asistentes a sus reuniones y su ascensión al poder. Veamos algunos casos.

Bill Clinton, un peso pesado en el Partido Demócrata, pero no más que otros, fue nombrado candidato de esta formación en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, que luego ganó, justo después de asistir a la reunión del club en 1991. John Edwards, otro de los muchos candidatos del Partido Demócrata, y no precisamente el que llevaba las de ganar para presentarse a las elecciones presidenciales de 2004, fue elegido mano derecha de John F. Kerry, otro bilderberger, apenas un mes después de participar en la reunión de Stresa.

Al británico Tony Blair le sucedió lo mismo que a Clinton, acudió a la reunión de 1993 y en julio de 1994 alcanzó la presidencia del Partido Laborista. En mayo de 1997 era elegido primer ministro del Reino Unido.

El italiano Romano Prodi fue invitado del grupo en 1999 y alcanzó la presidencia de la Comisión Europea en septiembre del mismo año. En la OTAN, George Robertson estuvo en el encuentro de los bilderberger en 1998 y, al año siguiente, fue nombrado secretario general de la Alianza Atlántica.

El investigador Santiago Camacho reprodujo en su libro Las cloacas del imperio (primera edición de febrero de 2004) parte de la lista de una de las últimas reuniones de los bilderberger en la que, entre muchos invitados de diversos países, figuraba la siguiente entrada: «Trinidad Jiménez, Socialist Party, Madrid». Un mes después de su publicación, el PSOE ganó las elecciones generales, y José Luis Rodríguez Zapatero, que ha reconocido públicamente que Jiménez es una de sus más estrechas colaboradoras como encargada de las relaciones internacionales del PSOE, se convertía inesperadamente en presidente del gobierno español.

E igual que se alcanza, se pierde el poder. Varios autores han documentado que todas las instituciones europeas modernas que trabajan en pro de la unidad política del viejo continente, desde la Comunidad Europea hasta el Euratom, fueron diseñadas y materializadas por bilderbergers, y si alguien entorpece el complicado y a la fuerza lento proceso de integración, se le aparta sin complejos.

Así parece que sucedió en el Reino Unido cuando su entonces primera ministra Margaret Thatcher se hizo eco del sentir mayoritario de los británicos, reforzando sus posiciones nacionalistas y antieuropeístas, y se negó a diluir más poder en las instituciones europeas desde las que se construyen los futuros Estados Unidos de Europa. Sin explicar muy bien por qué, de pronto los principales dirigentes de su propio Partido Conservador se pusieron en su contra y obligaron a la Dama de Hierro a abandonar su puesto a favor de uno de sus principales colaboradores, el anodino y dúctil John Major. Eso acaeció justo después de la reunión del club en la isla de La Toja, donde, según la publicación norteamericana The Spotlight se debatió entre otros asuntos el «irritante y exagerado» nacionalismo de la Thatcher.

Otro ejemplo más cercano. Todos los diarios del mundo especularon a lo largo de los primeros meses de 2002 con la posibilidad de que Estados Unidos desatara su segunda y definitiva guerra contra el régimen de Sadam Husein en Irak durante el verano de aquel mismo año. La Casa Blanca insistía con argumentos como el de la existencia de armas de destrucción masiva y las relaciones de Osama Bin Laden con Al Qaeda. Además, la indignación y ansias de revancha del americano medio tras lo ocurrido en septiembre de 2001 no se habían calmado con la invasión de Afganistán y la caída del régimen de los talibanes, sobre todo porque el propio Bin Laden, que había sido protegido por los integristas islámicos afganos, según se decía entonces, no aparecía por ningún lado. Así pues, todo parecía preparado, sin embargo… En junio de 2002, American Free Press publicó que en la última reunión del Club Bilderberg se había decidido retrasar la guerra hasta marzo de 2003 por razones no explicadas. La noticia coincidió con el tira y afloja internacional que se desató entonces respecto al envío de inspectores de la ONU en busca de las supuestas y terribles armas. Y, en efecto, al tercer mes del año siguiente, no antes, se desató la operación militar que originó la caída definitiva de Husein.

David Rockefeller, uno de los socios más respetados del Club Bilderberg, anunció en su día que «el más íntimo» deseo de sus miembros era configurar «una soberanía supranacional de la élite intelectual y los bancos mundiales, que es seguramente preferible a la autodeterminación nacional practicada en siglos pasados».

Los tres lados del triángulo

De las numerosas organizaciones que aún podríamos examinar sólo incluiremos una más por razones de espacio, la Comisión Trilateral. En su libro Sin disculpas, el senador norteamericano Barry Goldwater acusaba directamente a este grupo de querer hacerse con el control del mundo, utilizando medios ilegítimos. Según sus propias palabras, «ha sido diseñado para convertirse en el vehículo de la consolidación multinacional de los intereses comerciales y bancarios a través del control político del gobierno de Estados Unidos».

Siguiendo el esquema de los círculos concéntricos utilizado por los Illuminati, la Trilateral ocuparía, según varias fuentes, un espacio informativo, más que decisorio. La misión de sus miembros sería la de realizar análisis políticos, sociales y económicos sobre la evolución futura de la humanidad, sugiriendo instrucciones y líneas de actuación a seguir.

El hombre clave de la Comisión Trilateral es otro norteamericano de origen polaco y nombre impronunciable, Zbigniew Brzezinski, que en 1970 publicó Entre dos épocas, un ensayo en el que esbozaba la idea de la necesaria cooperación entre los tres grandes bloques económicos forjados en Occidente durante la segunda mitad del siglo XX: el norteamericano, formado por Estados Unidos y Canadá; el europeo democrático representado por la UE, y el creciente imperio japonés. Trazando los límites de estas zonas en línea recta se obtiene un gran triángulo —precisamente un triángulo—, de donde viene el nombre de Comisión Trilateral. La organización nació en 1973 para hacer realidad las sugerencias de Brzezinski «sensibilizando a los gobiernos y dirigentes sobre la necesidad de mantener sociedades abiertas y allanar las barreras entre los países capitalistas, comunistas y subdesarrollados, así como redefiniendo el crecimiento mundial en un marco de economía de libre mercado».

La sede y la dirección general se encuentran en Nueva York, aunque cada una de las tres áreas posee su propio presidente regional. Cabe destacar, por otra parte, que el mentor y patrón de Brzezinski fue desde un principio David Rockefeller. Los miembros de la comisión son grandes multinacionales, asociaciones patronales, bancos internacionales, líderes de grandes sindicatos, políticos de relieve, responsables de grandes industrias de medios de comunicación, etcétera. Entre éstos se encuentran el ex presidente norteamericano James Carter, el presidente de Hewlett Packard Company, David Packard; el patrón de la FIAT, Giovanni Agnelli; el presidente del gobierno alemán, Gerharhd Schroeder; el presidente de la banca Rothschild Frères y del Israel General Bank, Edmond de Rothschild, y el presidente de Sony, Akio Morita.

Brzezinski publicó un segundo libro de interés, La Era tecnotrònica, que proponía quince puntos muy concretos para avanzar en los objetivos de la Trilateral.

Muchos de ellos, si no todos, parecen extraídos del plan original de los Illuminati. Estos son algunos ejemplos: limitación de las funciones de los parlamentos, aumentando a cambio el poder de presidentes y gobiernos; subordinación de los anteriores al Comité Político de la Trilateral; limitación de la libertad de prensa y control radical de los medios audiovisuales; introducción de una tarjeta de identidad válida para todos los estados por igual y que sirva como cédula para votar; proceso electoral completamente financiado por el Estado, incluyendo la propaganda política; incremento de los impuestos de la clase media; legalización progresiva de los inmigrantes ilegales hasta desembocar en una inmigración ilimitada desde el Tercer Mundo, y un nuevo orden económico mundial.

«La sociedad será dominada por una élite de personas libres de valores tradicionales, que no dudarán en realizar sus objetivos mediante técnicas depuradas con las que influirán en el comportamiento del pueblo y controlarán y vigilarán con todo detalle a la sociedad».

ZBIGNIEW BRZEZINSKI, asesor estadounidense.

El futuro es hoy

En un artículo publicado a mediados de los años noventa, el periodista español José María Carrascal reprodujo una especie de nuevas Tablas de la Ley que circulaban en Washington para uso de los políticos novatos en las más altas instancias del Estado. Éstas son sus doce normas de oro, que no precisan comentarios:

No mientas, estafes o robes innecesariamente.

Recuerda que siempre hay un hijo de perra más grande que tú.

Una respuesta honesta puede traerte un montón de problemas.

Si vale la pena luchar por algo, vale la pena luchar sucio por ello.

Los hechos, aunque interesantes, son irrelevantes.

«No» es sólo una respuesta interina.

No puedes matar una mala idea.

Si no consigues algo a la primera, destruye todas las pruebas de que lo intentaste.

La verdad es variable.

Un puercoespín con las púas abatidas no es más que un roedor gordo.

Una promesa no es ninguna garantía.

Si no puedes contradecir un argumento, abandona la reunión.

Carrascal calificaba estos apuntes como una guía «bastante práctica» para moverse en las arenas «movedizas y no siempre limpias de la política».

Desgraciadamente, tenía razón. Si hay algo que falta en política en la actualidad, en cualquier parte del mundo, es honradez. Hemos dado la vuelta a la máxima que Julio César recomendó a su mujer Calpurnia: «No vale con que seas honesta, además debes parecerlo». Hoy la interpretación más corriente es esta otra: «No importa ser honesto sino parecerlo».

Esta máxima puede aplicarse a los numerosos grupos que, con más o menos relación con los Illuminati, hemos examinado hasta ahora. Aún señalaremos la existencia de uno más, el Bohemians Club (Club de los Bohemios) que agrupa a ciudadanos privilegiados de todo el mundo occidental, y cuyo símbolo es un búho. Se cree que fue fundado en 1872 en San Francisco y que cuenta en estos momentos con unos 3.000 miembros. Según varios expertos, se trata de una especie de «sucursal» de la Trilateral. El club posee, entre otras propiedades, 1.500 hectáreas de bosque en California, donde, protegidos por fuertes medidas de seguridad, se reúnen sus miembros de vez en cuando. Pese a ello, dos investigadores norteamericanos, Alex Jones y Mike Hanson, se colaron en sus instalaciones y lograron grabar con una pequeña cámara digital unos instantes de un curioso ritual. En las imágenes, tomadas de noche y a distancia, se observa a un grupo de personas ataviadas con largos ropajes, moviéndose a la luz de las antorchas en torno a una estatua colosal de un búho, frente a la cual arde una hoguera.

Ritual crematorio de Bohemian Grove.

Cada cual es libre de entretenerse como quiera, incluso de realizar extraños rituales en un bosque, como lo hacían Weishaupt y sus compañeros a finales del XVIII. Sin embargo, Jones y Han son relacionaron lo que vieron con una de las sorpresas que pueden encontrarse en un billete de un dólar si se lo examina con detenimiento y una lupa: la pequeña imagen de un búho que figura en una de sus esquinas, con una especie de tela de araña detrás y entre lo que parecen ser unas ramas de laurel.

Los secretos del billete verde

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