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Quinta parte. De Vico a Freud, verdades paralelas: La incoherencia moderna » Capítulo 29. El renacimiento oriental

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Hoy resulta difícil comprender todo el impacto que esta idea tuvo en su momento. Al vincular el sánscrito al griego y el latín, y afirmar que la lengua oriental era superior y más antigua que las occidentales, Jones estaba propinando un duro golpe a los fundamentos de la cultura occidental y (al menos de forma tácita) a la suposición de que ésta era más avanzada que las demás culturas del mundo. Se hacía necesaria una enorme «reorientación» del pensamiento y las actitudes respecto de Asia. Y ésta fue mucho más que meramente histórica. La traducción del Zend Avesta realizada por Anquetil era la primera ocasión en que un texto asiático se había concebido de una forma que ignoraba por completo las tradiciones clásica y cristiana. Ésta es la razón por la que Schwab afirma que sólo entonces el planeta se volvió de verdad redondo: la historia de Oriente por fin aparecía a la par que la de Occidente y dejaba de estar subordinada a ella, de hecho, dejaba de tener que formar parte de esa historia. «La universalidad del Dios cristiano había terminado y un nuevo tipo de universalismo vino a sustituirlo». En su estudio de la Société Asiatique francesa, Felix Lacôte afirma en un artículo titulado «L’Indianisme» que «los europeos dudaban de que valiera la pena esforzase por conocer la antigua India. Se trataba de un prejuicio tenaz, y Warren Hastings todavía tendría que luchar contra él en el último cuarto del siglo XVIII».[2813] En cualquier caso, hacia 1832 la situación se había invertido por completo y el romántico alemán August Wilhelm Schlegel adoptó un enfoque diferente y sostuvo que su propio siglo había producido más conocimiento sobre la India que «los veintiún siglos que habían pasado desde Alejandro Magno».[2814] (Schlegel era, como Jones, un prodigio lingüístico. A los quince años ya hablaba árabe y hebreo, y para la edad de diecisiete, cuando aún era discípulo de Herder, daba conferencias sobre mitología.[2815]) En el siglo XIX, Friedrich Max Müller, un orientalista alemán que se convirtió en el primer profesor de filología comparativa en Oxford, se manifestó así: «Si se me preguntara cuál considero que sea el descubrimiento más importante del siglo XIX en relación a la historia antigua de la humanidad, respondería con la siguiente línea: sánscrito Dyaus Pitar = griego Zeus Πατηρ = latín Júpiter = noruego antiguo Tyr».[2816]

El sánscrito era la clave. Pero no fue el único gran avance de la época. Schwab identifica cinco descubrimientos de importancia que provocaron una completa reorientación en el ámbito intelectual en esta era: el desciframiento del sánscrito en 1785, del pahlavi en 1793, del cuneiforme en 1803, de los jeroglíficos en 1822 y del avéstico en 1832; «cada uno de estos logros supuso la apertura de lenguas que durante mucho tiempo habían parecido infranqueables». Uno de los efectos inmediatos de estos acontecimientos fue que el estudio de Extremo Oriente dejó, por primera vez, de ser una empresa misteriosa y conjetural. En Oxford existía la cátedra Laudiana de árabe desde aproximadamente 1640, pero los estudios de índico y chino no empezaron en serio hasta esta época.[2817]

En 1822, los ingleses enviaron a Londres los libros sagrados del Tíbet y Nepal que estaban saliendo a la luz. Los textos más importantes de éstos eran los que conformaban el canon budista: cien volúmenes en tibetano y ochenta en sánscrito, descubiertos y enviados a Occidente por el etnólogo inglés Brian Hodgson. Fue gracias a las traducciones de estos textos que los estudiosos occidentales empezaron a advertir las similitudes entre el cristianismo y el budismo que hemos discutido antes en el capítulo 8. En Alemania, el filósofo de la historia Johann Gottfried von Herder se sintió profundamente conmovido por la traducción del Zend Avesta de Anquetil y tradujo al alemán ciertos versos de la versión inglesa del Bhagavad Gita de Wilkins (publicada en 1784). Sin embargo, la principal transformación de Herder tendría lugar tras la lectura de una traducción alemana de la versión inglesa del Shakuntala de Kalidasa realizada por Jones en 1789. Schwab reseña así la importancia de este acontecimiento: «Es bien sabido que Herder, al volver a encender por la India descifrada el entusiasmo que había despertado la India imaginada, difundió entre los románticos la idea de que la cuna de la divina infancia de la raza humana se encontraba en India».[2818] De igual forma, las traducciones alemanas del Bhagavad Gita y el Gita Govinda, publicadas en la primera década del siglo XIX, ejercieron una influencia tremenda sobre Friedrich Schleiermacher, F. W. Schelling, August Schlegel, J. C. Schiller, Novalis y, finalmente, sobre Johann Goethe y Arthur Schopenhauer.

Con todo, el Shakuntala continuó siendo «el gran milagro». Además de seducir a Herder, conmovió a Goethe, quien pese a no prestar mucha atención al politeísmo hindú escribió la siguiente línea: «Nenn’ ich Sakontala dich, und so ist alles gesagt» («Cuando digo Shakuntala, todo queda dicho»). Shakuntala fue una de las cosas que impulsó a Schlegel a aprender sánscrito. Y Jones adquirió tanta fama por su traducción de este texto como por haber identificado las similitudes entre el sánscrito y el latín y el griego. Goethe llegó a referirse a él como «el incomparable Jones». «Shakuntala fue el primer vínculo con la India auténtica y el fundamento sobre el cual Herder construyó la idea de una patria índica para la infancia de la raza humana».[2819] Muchos versos de Heine tienen como modelo los de Shakuntala. En Francia, en 1830, la publicación de la traducción del clásico de Kalidasa realizada por Antoine-Léonard de Chézy «fue uno de los acontecimientos literarios que conformaron la textura del siglo XIX, no sólo por su influencia directa, sino porque introdujo una competición inesperada en la literatura mundial».[2820] La traducción de Chézy tenía como epígrafe los famosos versos de Goethe en los que el poeta alemán confesaba que Shakuntala era «una de las estrellas que hacía sus noches más brillantes que sus días». Lamartine reconoció en la traducción de Chézy «el triple genio de Homero, Teócrito y Tasso combinado en un único poema».[2821] Hacia 1858 Shakuntala era tan famoso en Francia, y tan bien considerado, que inspiró un ballet en la Ópera de París, con música de Ernst Reyer y guión de Théophile Gautier.

El efecto del Bhagavad Gita no fue menos profundo. Su poesía, su sabiduría, su complejidad y riqueza produjeron un gran cambio en la actitud de los europeos respecto de la India, Oriente y sus capacidades. «Fue una enorme sorpresa», escribió el estudioso francés Jean-Denis Lanjuinas, «hallar en estos fragmentos de un extraordinario y antiguo poema épico indio, junto al sistema de la metempsicosis, una teoría brillante sobre la existencia de Dios y la inmortalidad del alma, todas las doctrinas sublimes de los estoicos… un panteísmo completamente espiritual y, finalmente, la visión de un Dios que todo lo incluye».[2822] Otros encontraron en el pensamiento indio precursores de Spinoza y Berkeley, y el mismo Lanjuinas sostuvo que el Hitopadesha (enseñanzas sobre la política, la amistad y la sabiduría terrenal que se remontan al siglo III a. C.) contenía uno de los tratados morales más valiosos de todos los tiempos, al mismo nivel de las Escrituras y las obras de los padres de la Iglesia. Friedrich Schlegel confirmó estos veredictos, y en Über die Sprache und Weisheit der Indier (Sobre el lenguaje y la sabiduría de las Indias) exploró las tradiciones metafísicas de la India en pie de igualdad con las ideas griegas y latinas. Esto fue muchísimo más importante de lo que quizá hoy nos parezca, pues, en un contexto en el que imperaban el deísmo y la duda, un acercamiento similar permitió atribuir a los indios —los habitantes de Extremo Oriente— un conocimiento y una creencia en el Dios verdadero tan legítimos como los de los europeos. Esto se oponía de forma significativa a las enseñanzas de la Iglesia. Jones había especulado que el sánscrito, el griego y el latín tenían un origen común, pero había quienes sospechaban que el sánscrito (que significaba no «escritura sagrada», sino «perfecto», de samskrta) era en verdad la lengua original que se había hablado en el mundo tras la Creación. ¿Qué relación había entre Brahmán y Abraham?

La riqueza del sánscrito desafiaba además la idea ilustrada de que las lenguas habían empezado siendo muy rudimentarias y poco a poco habían ido ganando complejidad y elaboración.[2823] Esto provocó una creciente convicción en que Vico había tenido razón, y que la estructura de los idiomas podía revelar muchísimo la antigüedad del hombre. También contribuyó a su vez a inaugurar la denominada gran era de la filología en el siglo XIX, a medida que los estudios de gramática y de vocabulario empezaban a revelar grupos lingüísticos (por ejemplo, la separación de las lenguas germánicas de los grupos griego, latino y balto-eslavo).[2824] Las obras de Schlegel y de Franz Bopp ejercieron una influencia determinante sobre Wilhelm von Humboldt, el pastor que contribuyó a la creación de las primeras cátedras de sánscrito en Alemania en 1818.[2825] Humboldt estaba interesado, en particular, por lo que el lenguaje puede decirnos sobre la psicología de los distintos pueblos. En esta época muchos espíritus religiosos estaban convencidos de que la lengua más antigua (y la más perfecta) tenía que ser el hebreo, o alguna similar a ella, ya que éste era el idioma del pueblo elegido. Bopp dio la espalda a estos prejuicios, y demostró lo complejo que era el sánscrito hace miles de años, y en el proceso puso en duda la idea misma de que el hebreo fuera la lengua primigenia. Fue de esta forma como se consiguió que se reconociera que el lenguaje tenía una historia natural y no tanto una historia sagrada, y que, de hecho, los idiomas podían ser objeto de estudio científico.[2826]

Schelling llevó las ideas de Jones un paso más allá. En su conferencia de 1799 sobre la Philosophie der Mythologie propuso que, así como había existido una «lengua madre», debía haber existido una mitología mundial compartida por todos los pueblos. Su opinión era que la tarea de los académicos alemanes formados en el estudio de las lenguas era crear, para la Europa moderna, «una fusión de las tradiciones mitológicas de toda la humanidad… Todas las leyendas de la India y Grecia, de los escandinavos y los persas, “tenían que ser” aceptadas como componentes de una nueva religión universal que permitiría regenerar un mundo distraído por el racionalismo».[2827] En una vena muy similar, Hippolyte Taine adoptó la postura de que la concordancia entre el budismo y el cristianismo era «el acontecimiento más grandioso de la historia» porque ponía de manifiesto los mitos originarios del mundo.[2828] La India era tan grande y tan viva, y sus religiones eran tan complejas, que resultaba ya imposible limitarse a maldecir y despreciar a los paganos y esperar que algún día se convirtieran. El cristianismo tenía que ser capaz de asimilar una heterodoxia milenaria y especialmente muy viva.[2829]

Una última e importantísima forma en la que estos descubrimientos incidieron de manera profunda en la mentalidad europea la encontramos en la noción de «devenir». Si las religiones se encontraban en etapas diferentes de desarrollo y, al mismo tiempo, estaban todas vinculadas de alguna forma misteriosa, hasta el momento apenas vislumbrada, ¿significaba esto que Dios, en lugar de limitarse a ser, podía también «devenir» como el resto de la vida en la tierra de acuerdo con la tradición griega y cristiana? Ésta era con claridad una pregunta de primer orden. El aspecto más importante de todas estas diferentes perspectivas es que proporcionaron al deísmo una segunda oportunidad. Dios empezaría a ser considerado no en un sentido antropomórfico, sino como una entidad metafísica abstracta. Había una diferencia muy grande y muy real entre Dios y el hombre.[2830]

Al igual que las nuevas clasificaciones en biología propuestas por Linneo y los avances en geología de Hutton (véase infra, capítulo 31), la comprensión sistemática cada vez mayor de las lenguas de la humanidad contribuyó de forma importante a respaldar una temprana idea de lo que luego se conocería con el nombre de evolución. Con todo, el renacimiento oriental también desempeñaría un papel crucial en un desarrollo bastante diferente y que continúa siendo dominante en la vida actual. Me refiero a su relación con los orígenes del movimiento romántico.

La relación más obvia y más viril fue, en este sentido, la de los estudios índicos con el romanticismo alemán. Los estudios índicos resultaron ser muy populares entre los académicos y eruditos alemanes por razones que, en términos generales, podemos considerar nacionalistas. Planteada sin rodeos, la cuestión es que los estudiosos alemanes pensaban que la tradición aria-india-persa estaba relacionada con los pueblos bárbaros que habían invadido originalmente el imperio romano desde el este y que, junto con los mitos escandinavos, constituía una tradición alternativa (septentrional) a la tradición clasicista grecolatina mediterránea que había dominado la vida y el pensamiento europeos durante los últimos dos mil quinientos años (véase el capítulo 10). Más aún, desde el punto de vista de los estudiosos alemanes, las similitudes entre el budismo y el cristianismo, así como las ideas hindúes a propósito del alma, sugerían una forma de revelación primitiva, de hecho, la revelación original, de la cual podrían haberse derivado el judaísmo y el cristianismo; ello sin embargo implicaba que el verdadero propósito de Dios se encontraba oculto en algún lugar de las religiones orientales, que la primera religión del mundo, aquélla anterior a todas las Iglesias, estaba de algún modo esperando ser encontrada en las antiguas escrituras indias. Semejante concepción suponía que había un único Dios para toda la humanidad, y que había una mitología mundial, cuya comprensión era una labor fundamental. Según Herder, esta mitología ancestral constituía «los sueños de infancia de nuestra especie».[2831]

Un factor adicional que influyó en el romanticismo fue el hecho de que las escrituras indias originales estuvieran compuestas en verso, que fueran poesía. Esto popularizó la idea de que la poesía era «la lengua madre», que el verso era la forma original en que se transmitía la sabiduría que Dios había encomendado a la humanidad («el hombre es un animal que canta»). La poesía, se pensaba, era el idioma originario del Edén, y, por tanto, a través de la antigua poesía de la India podía redescubrirse el mundo edénico. De este modo, los filólogos y los poetas se unieron para conseguir lo que Schwab denomina «la venganza de la pluralidad en la unidad».[2832] En este mismo momento, los científicos estaban buscando controlar el mundo, a medida que descubrían que funcionaba siguiendo un número cada vez más reducido de reglas. Así, en un momento en el que las teorías sobre el progreso reducían la experiencia y daban por sentado que todas las sociedades debían desarrollarse en una única y misma dirección, los poetas y los filólogos optaron por el camino opuesto y buscaron regenerar la sociedad a través de una nueva religión. Desde su punto de vista, había una primitiva unidad de la raza humana, que, no obstante, con el tiempo se había separado en diferentes religiones, todas las cuales eran igualmente válidas, poseedoras de mitos, leyendas y rituales de igual autoridad, todos igual de bien adaptados a los entornos y países en los que eran dominantes. Según esta argumentación, originalmente había habido un monoteísmo primigenio que, al dispersarse, se había transformado en politeísmo, lo que implicaba que, al menos en principio, el contenido de la revelación no era diferente del de las mitologías.[2833]

Este conjunto de ideas influyó de forma significativa en un importante abanico de poetas, escritores y filósofos a ambos lados del Atlántico. Emerson y Thoreau se iniciaron en el budismo. Uno de los primeros poemas de Emerson se titula «Brahma» y se inspira en el Bhagavad Gita. Sus Diarios contienen muchas referencias a Zoroastro y a los Vedas. El 1 de octubre de 1848 escribió: «Le debo… un magnífico día al Bhagavad Gita. Fue el primero de los libros; es como si un imperio nos hablara, no hay en él nada pequeño o de poco valor, sino la voz, fuerte, consistente y serena, de una inteligencia antigua que en otra época y en otro clima sopesó y consideró las mismas preguntas que hoy nos planteamos».[2834] Thoreau legó a Emerson su colección de libros orientales. Whitman confesó haber leído la poesía hindú para preparar su propia obra. Goethe aprendió persa y en el prefacio a Der Westostliche Divan escribió: «Quiero penetrar aquí en los orígenes primeros de las razas humanas, cuando ellas todavía recibían el mandato de Dios en lenguas terrenales».[2835] Heine estudió sánscrito con Schlegel en Bonn y con Bopp en Berlín.[2836] Como escribió en una ocasión: «Nuestra lírica está dirigida a cantar a Oriente». Schlegel creía que los arios, los habitantes originales de la India, habían sido «llamados» al Norte, esto es, que eran los ancestros de los alemanes y los escandinavos. Tanto Schlegel como Ferdinand Eckstein, otro orientalista alemán, creían que las epopeyas índicas, persas y helénicas descansaban en las mismas fábulas que constituían los cimientos del Nibelungenlied, la gran epopeya de venganza medieval alemana que Wagner retomaría para su drama musical El anillo.[2837] Eckstein buscó «un cristianismo anterior… en las antigüedades del paganismo».[2838] «Para Schleiermacher, así como para todo el círculo de Novalis, la fuente de todas las religiones “podía encontrarse”, según Ricarda Huch, “en el inconsciente o en Oriente, de donde todas las religiones provenían”».[2839]

El encuentro de Schopenhauer con Oriente lo transformó. Su opinión sobre el budismo era que «nunca un mito se ha acercado más a la verdad, y ninguno llegará a hacerlo».[2840] Estaba convencido de que «nuestras religiones no han encontrado arraigo ni lo encontrarán en la India; la sabiduría primitiva de la raza humana no permitirá que se la desvíe de su propio curso por alguna aventura que tuvo lugar en Galilea».[2841] El cristianismo, mas no el judaísmo, decía, «es indio en espíritu, y por tanto es más probable que sus orígenes sean indios, si bien sólo de forma indirecta, a través de Egipto».[2842] El filósofo continuaba examinando, de forma no del todo lógica, lo que desde su punto de vista serían los orígenes indoiranios del cristianismo: «Aunque el cristianismo, en aspectos esenciales, enseña sólo lo que toda Asia sabía hace mucho tiempo y mucho mejor, para Europa éste constituyó una revelación completamente nueva y grandiosa». Y añadía: «El Nuevo Testamento… debe de haber tenido alguna especie de origen hindú; su ética, que traduce la moral en ascetismo, su pesimismo y su avatar son todos testimonio de tal origen… La doctrina cristiana, nacida de la sabiduría hindú, ha cubierto por completo el viejo tronco de un judaísmo burdo que le es por completo ajeno».[2843]

Lamartine confesaba que la filosofía india era la que más lo conmovía. «Eclipsa a todas las demás para mí: mientras ella es los océanos, nosotros somos sólo nubes… Leo, releo y vuelvo a leer… Lloro y cierro mis ojos, abrumado de admiración…».[2844] Tenía planes (nunca realizados) de componer una gran secuencia de poemas, «una épica del alma», a la que denominaba Hindoustanique.[2845] «De ella [la India] uno inhala un aliento al mismo tiempo santo, tierno y triste, que, me parece, no hace mucho ha transitado un Edén vedado a la humanidad».[2846] Para Lamartine, el descubrimiento de la India y de su literatura no era simplemente «una nueva ala que añadir a las viejas bibliotecas; era una nueva tierra que había de ser recibida con ovación por los hombres náufragos».[2847] Victor Hugo, otro de los grandes escritores franceses de este período, sentía que Oriente le atraía y le repugnaba al mismo tiempo. En septiembre de 1870, cuando pronunció su discurso «A los alemanes», en el que intentaba convencerlos de que respetaran París durante el asedio de la ciudad, el escritor acudió a una comparación que muchos otros habían antes utilizado y que, de hecho, a los alemanes les gustaba realizar: «Alemania es a Occidente, lo que India es a Oriente, una especie de gran antepasado. Permitidnos venerarla».[2848] Su poesía contiene muchas referencias a Ellora, al Ganges, a los brahmanes, a una «inmensa rueda» y a aves mágicas inspiradas en el Mantiq ut-Tair (Coloquio de los pájaros) de Farid al-Din.[2849] Gustave Flaubert escribió de «un inmenso bosque indio donde la vida late en cada átomo»;[2850] mientras que Verlaine pasó sus vacaciones «inmerso en la mitología hindú».[2851]

En 1865, el (autoproclamado) conde francés Joseph-Arthur de Gobineau, un teórico de las razas tristemente célebre, publicó Les religions et les philosophies dans l’Asie centrale, obra cuya tesis principal sostenía que todo el pensamiento europeo se había originado en Asia. Y para verificar su hipótesis llegó incluso a viajar a Persia en 1855, mientras preparaba su libro.[2852] Aunque no compartía la idea de que las lenguas de Europa septentrional descendían de la India, pensaba que esto sí era cierto en el caso de los pueblos de esta región. En su opinión, los arios eran la nobleza de la humanidad y creía que la palabra «ario» estaba relacionada con el alemán Ehre (que significa «honor», «rectitud»). En la parte final de Sobre la desigualdad de las razas humanas, titulada «La capacidad de las razas nativas alemanas», sostuvo que el ario germánico era sagrado, la raza de los señores de la tierra, mientras que en la conclusión declaraba que «la raza germánica ha sido dotada de toda la energía de la variedad aria… Después de eso las especies blancas no tienen nada más poderoso y activo que ofrecer».[2853]

Al final de su vida, Wagner «se lanzó a los brazos de Gobineau».[2854] Lo conoció y escribió una introducción a sus obras reunidas. Wagner consideró que la filosofía y la «ciencia» del francés se adecuaban muy bien a sus propios objetivos, en un momento en el que buscaba desplazar a la ópera franco-italiana del lugar central que entonces ocupaba en el canon y sustituirla por «la música del futuro», que promovía una tradición radicalmente diferente: la epopeya alemana, el paganismo alemán, «la fuente inalterable de la pureza».[2855] «Como relata Wagner en Mi vida, fue en 1855, mientras trabajaba en la orquestación de Die Walküre, que ocurrió el acontecimiento que decidiría su destino: “La Introducción a la historia del budismo indio de Burnouf se convirtió en el libro que más me interesaba, y en él hallé material para un poema dramático que desde entonces se alojó en mi mente… para la mente del Buda, la vida pasada (en una encarnación anterior) de cualquier ser que se presenta ante él resulta tan clara como la presente”».[2856] Los diarios de Wagner están salpicados de referencias al Buda y a los conceptos budistas. «Todo me resulta extraño, y con frecuencia vislumbro con nostalgia el país del Nirvana. Pero para mí el Nirvana se convierte, con gran rapidez, en Tristán».[2857] En el Parsifal encontramos elementos del Ramayana, y en un momento el compositor planeó un drama inspirado en el libro Stimmen vom Ganges (Voces del Ganges).[2858]

El renacimiento oriental fue muchas cosas. Arrojó nueva luz sobre la religión, sobre la historia, sobre el tiempo, sobre el mito y sobre las relaciones entre los distintos pueblos del mundo. En medio de la Ilustración y la revolución industrial, aportó una nueva vida a la lírica y al acercamiento estético y poético a los asuntos humanos. A corto plazo fue una de las fuerzas que contribuyó a crear la revolución romántica, el tema de nuestro próximo capítulo. Pero a largo plazo el descubrimiento de los orígenes comunes del sánscrito, el griego y el latín pasaría a formar parte de una moderna síntesis científica que vincula a la genética, la arqueología y la lingüística para comprender cómo se pobló el mundo, sin duda uno de los aspectos más maravillosos e importantes de nuestra historia. En este sentido, representó un significativo cambio de mentalidad que con frecuencia tiende a pasarse por alto en el contexto de los demás desarrollos que tuvieron lugar en el siglo XVIII.

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