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Primera parte. De Lucy a «Gilgamesh»: La evolución de la imaginación » Capítulo 3. El nacimiento de los dioses, la evolución de la casa y el hogar

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Capítulo 3

EL NACIMIENTO DE LOS DIOSES, LA EVOLUCIÓN DE LA CASA Y EL HOGAR

Como hemos visto, Merlin Donald considera que la gran transformación de la historia humana fue el paso del pensamiento episódico al pensamiento mimético, lo que permitió el desarrollo de la cultura: «el gran escape del sistema nervioso». Antes de que este libro llegue a su fin, encontraremos muchos otros candidatos a la idea más importante en la historia de la humanidad: el alma, el experimento, el Único Dios Verdadero, el universo heliocéntrico, la evolución (y cada una cuenta con apasionados partidarios). Algunas de estas ideas son conceptos tremendamente abstractos. Sin embargo, para la mayoría de los arqueólogos la idea humana más grandiosa es una noción mucho más práctica y terrenal. Para ellos, la domesticación de las plantas y los animales, es decir, la invención de la agricultura, es claramente la idea más grandiosa de la historia, pues fue ella la que produjo la transformación más profunda que ha experimentado nuestro modo de vida.

La domesticación de las plantas y los animales tuvo lugar en algún momento hace entre 14 000 y 6500 años, y es una de las ideas mejor estudiadas de la prehistoria. Sus orígenes en ese período de la historia están íntimamente vinculados al registro climatológico del planeta. Hasta hace aproximadamente 12 000 años, la temperatura media de la tierra era mucho más fría y variable de lo que lo es en nuestros días. La temperatura podía cambiar hasta siete grados en menos de una década, mientras que hoy apenas ha cambiado tres grados en un siglo.[200] Hace 12 000 años, sin embargo, la tierra se calentó de forma considerable a medida que la última Edad de Hielo llegaba a su fin y, lo que no es menos importante, que el clima se estabilizaba. Este calentamiento y estabilización marcaron la transición entre los dos grandes períodos de la historia terrestre, el Pleistoceno y el Holoceno, y fueron, de hecho, el gran desencadenante de la historia que hizo posible nuestro mundo.[201]

Podemos afirmar con cierta confianza que aunque estamos bastante seguros de dónde surgió la agricultura, de cómo empezó y de con qué plantas y animales lo hizo, no sabemos con igual certeza por qué tuvo lugar un cambio tan trascendental. Las teorías al respecto, como veremos, se dividen en dos categorías. Por un lado, tenemos teorías ambientales y económicas que son varias, y por el otro, teorías religiosas, de las que hasta el momento sólo existe una.

Sabemos con certeza que la domesticación de las plantas y los animales (en ese orden) surgió de forma independiente en dos regiones del mundo, y existen otros cinco lugares en los que quizá ello también haya ocurrido. La primera de estas áreas es el suroeste asiático, Oriente Próximo, y en particular la «media luna fértil», que se extiende desde el valle del Jordán en Israel hasta el Líbano y Siria y una región del sureste de Turquía, y desde allí hasta las montañas Zagros, en Irak e Irán, la región conocida en la antigüedad como Mesopotamia. La segunda área en la que sin duda la agricultura surgió de forma independiente fue en Mesoamérica, entre lo que hoy es Panamá y el norte de México. Además, existen otros cinco lugares en los que la domesticación también se dio, pero en los que no podemos estar seguros de que lo haya hecho de forma espontánea y no como resultado de los tempranos progresos realizados en Oriente Próximo y Mesoamérica. Son éstos: las tierras altas de Nueva Guinea; China, donde la domesticación del arroz parece tener una historia propia; una estrecha franja del África subsahariana que se extiende desde lo que hoy es Costa de Marfil, Ghana y Nigeria hasta Sudán y Etiopía; la región de los Andes y la Amazonia, cuya accidentada geografía acaso provocó desarrollos independientes; y el oriente de Estados Unidos.[202]

Andrew Sherratt, del Ashmolean Museum en Oxford, nos ofrece una explicación de la forma en que estas áreas se distribuyen alrededor del globo. Su teoría es que tres de ellas —Oriente Próximo, Mesoamérica y los archipiélagos del sureste asiático— son lo que denomina «puntos calientes»: en términos geográficos y geológicos se trata de regiones de constante cambio, donde la increíble presión generada por las placas tectónicas al moverse bajo la superficie terrestre creó en estos lugares delgados istmos en los que se dieron características especiales que no existen en otros lugares del planeta. Estas características especiales fueron, primero, una abrupta yuxtaposición de colinas, desiertos y terrenos de aluvión (depósitos de arena o barro creados por el paso de las aguas) y, segundo, estrechas franjas de tierra que provocaron un aumento de la población hasta tal punto que el istmo ya no pudo abastecer la caza y recolección tradicionales.[203] Estos «puntos calientes» se convirtieron entonces en «áreas nucleares» en las que las condiciones imperantes hicieron que el desarrollo de un nuevo modo de subsistencia resultara más apremiante para el hombre primitivo que habitaba esas regiones.

Más allá de la veracidad de esta teoría, cuya sencillez es bastante atractiva, e independientemente del número de ocasiones en que se «inventó» la agricultura, de lo que no hay duda es de que, en términos cronológicos, las plantas y los animales fueron domesticados por primera vez en la «media luna fértil» del suroeste de Asia. Para comprender de manera cabal de qué estamos hablando, necesitamos conocer la naturaleza de las pruebas que tenemos a nuestra disposición, lo que significa, en primera instancia, dar un vistazo a una ciencia relativamente nueva, la palinología, el estudio del polen. Cada planta, y en especial las especies de árboles polinizadas gracias a la acción del viento, produce anualmente miles de granos de polen, la pared exterior de los cuales es muy fuerte y resistente a la descomposición. El polen tiene diversas formas y tamaños y, siendo orgánico, puede someterse a la datación por carbono. Por tanto, con frecuencia es posible determinar su edad y género, si no su especie, lo que permite a los arqueobotánicos (una especialidad más o menos reciente) reconstruir cómo era la vegetación del planeta en diferentes períodos del pasado.

También se han identificado y datado usando radio-carbono otros restos vegetales distintos del polen procedentes de centenares de yacimientos en Oriente Próximo. Según el genetista israelí Daniel Zohary, hoy contamos con una imagen parcialmente clara de lo ocurrido. En primer lugar, tenemos tres cereales que formaban los principales «cultivos fundadores» de la agricultura neolítica. En orden de importancia, éstos eran el trigo racimal (Triticum turgidum, subespecie dicoccum), la cebada (Hordeum vulgare) y el trigo alonso (Triticum monococcum), que aparecieron por primera vez en el décimo y noveno milenios antes de nuestra era. La domesticación de estos cereales estuvo acompañada por el cultivo de varias «plantas compañeras», en particular el guisante (Pisum sativum), la lenteja (Lens culaniris), el garbanzo (Cicer arietinum), la arveja amarga (Vicia ervila) y el lino (Linum usitatissimum).[204] En cada uno de estos casos, se ha logrado identificar la variedad silvestre original a partir de la cual evolucionó el cultivo domesticado; lo que nos permite ver las ventajas que ofrecía la variante domesticada sobre sus primos silvestres. En el caso del trigo alonso, por ejemplo, el principal rasgo distintivo entre la variedad domesticada y la salvaje reside en la biología de la dispersión de semillas. El alonso salvaje tiene espigas quebradizas; las espiguillas individuales se rompen al madurar para dispersar las semillas. Por su parte, la variedad cultivada de este trigo tiene espigas menos frágiles, que permanecen intactas y sólo se rompen al trillarlo. En otras palabras, para sobrevivir necesita ser cosechado y sembrado. Lo mismo puede decirse de los demás cultivos: las variedades domesticadas eran menos frágiles que las silvestres, por lo que las semillas sólo se esparcían después de que las plantas hubieran sido trilladas, lo que le daba al hombre control sobre ellas. La comparación del ADN de diversas clases de trigo de toda la media luna fértil ha demostrado que todas son básicamente idénticas, mientras que el ADN de los trigos salvajes es más variado. Esto sugiere que en cada caso la domesticación ocurrió sólo una vez. «Las plantas con las cuales empezó la producción de alimentos en el “área nuclear” del suroeste asiático se transportaron (ya como cultivos domesticados) para dar comienzo a la agricultura sobre este inmenso territorio».[205]

Se han identificado varios emplazamientos específicos que podrían ser el lugar en el que la domesticación ocurrió por primera vez. Entre éstos se encuentran Tell Abu Hureyra y Tell Aswad, en Siria, que tienen 10 000 años de antigüedad, Karacadag, en Turquía, Netiv Hagdud, Gilgal y Jericó, en el valle del Jordán, y Aswan, en la cuenca de Damasco, también en Siria, todavía más antiguos, ya que se remontan a 12 000-10 500 años antes del presente. Una teoría alternativa —y por el momento especulativa— es que un control cada vez mayor del fuego permitió al hombre quemar grandes extensiones de bosque, y que las hierbas y brotes tiernos que habrían crecido entre los restos carbonizados habrían sido ya, en realidad, plantas domesticadas y habrían atraído a presas herbívoras.[206] Para ello habría sido necesario que el hombre primitivo conociera la técnica de la roza y que contara con herramientas capaces de cortar grandes árboles para crear cortafuegos. Sin embargo, no es en absoluto seguro que poseyera tales herramientas.

En el caso de la domesticación de animales el tipo de evidencia es de algún modo diferente. En primer lugar, debemos señalar que, en cierto sentido, la historia general del planeta contribuyó a ello: tras la Edad de Hielo la mayoría de las especies de mamíferos tenían un tamaño inferior al común de la actualidad.[207] Uno o más de los siguientes tres criterios se consideran normalmente prueba de domesticación: un cambio en la abundancia de una especie, esto es, un repentino incremento de la proporción de una especie determinada en los estratos sucesivos de un yacimiento; un cambio de tamaño —la mayoría de las especies salvajes son más grandes que sus parientes domésticos—; y un cambio en la estructura de la población, por cuanto, en una manada o rebaño domésticos, la estructura de edad y sexo haya sido manipulada por sus dueños para maximizar la producción, usualmente mediante la conservación de las hembras y la selección de machos jóvenes. Empleando estos criterios, la cronología de la domesticación de animales parece iniciarse hace algo menos de 9000 años, es decir, unos mil después de la domesticación de las plantas. Los lugares en que este proceso ocurrió se encuentran todos en Oriente Próximo, de hecho, en la media luna fértil, en sitios que, pese a no ser idénticos, se solapan con aquellos en los que empezó la agricultura. Entre ellos se encuentran Abu Hureya, 9400 años antes del presente; Ganj Dareh, en Irán, entre 9000 y 8450 años antes del presente; Gritille, en Turquía, entre 8600 y 7770 años antes del presente; y Tell Aswad, Jericó, Ramad, ’Ain Ghazal, Beida y Basta, todos con poco menos de 9000 años. En la mayoría de los casos, se considera que la secuencia de la domesticación fue por lo general la siguiente: primero, cabras, luego ovejas, y poco después cerdos y ganado vacuno. «El paso de una economía de caza y recolección al establecimiento de aldeas permanentes y una economía agrícola mixta con plantas y animales completamente domesticados, una transformación que acaso empezó con el cultivo de cereales salvajes, fue un proceso que tardó por lo menos tres mil años». No hubo una ruptura radical; durante muchos años, la gente se limitó a cuidar «jardines salvajes» más que a tener lo que para nosotros serían parcelas o granjas claramente definidas. Debió de existir un período de transición en el que los cazadores-recolectores reunieran y seleccionaran pequeños animales. Los cerdos no se adaptaron a la forma de vida nómada, y su domesticación, por tanto, implicó el sedentarismo.[208]

La domesticación de animales ocurrió por primera vez en la región montañosa en que confluyen los actuales Irán, Irak y Turquía, y la razón más probable para que ello hubiera sucedido allí es que, en un momento en el que gran parte de las especies salvajes no era domesticable naturalmente, las regiones con abundantes montes (en los que la diversidad de altitudes se traduce en distintas formas de vegetación) ofrecían un abanico mucho mayor de especies animales y una mayor variedad de individuos dentro de una misma especie. Un entorno semejante debió de haber producido tipos más pequeños y fáciles de controlar.

Por tanto, en el caso del Viejo Mundo, conocemos el lugar y el momento en que surgió la agricultura, así como las plantas y animales en los que ésta se basó originalmente. Además, hay un acuerdo general entre los paleobiólogos de que la domesticación se inventó sólo una vez y luego se difundió por Europa occidental e India. Si también llegó a lugares tan alejados como el sureste asiático y África central continúa siendo una cuestión debatible, y las pruebas genéticas de granjeros más recientes (en oposición a las de sus cultivos) no han resultado tan concluyentes como cabría esperar. Demuestran que los actuales griegos comparten entre un 85 y un 100 por 100 de sus genes (relevantes) con los habitantes de Oriente Próximo (Bagdad, Ankara, Damasco), mientras que los parisinos sólo comparten con éstos entre un 15 y un 30 por ciento. Algunos arqueólogos han propuesto que esto significa que no fue la idea de la agricultura lo que se difundió, sino la gente que practicaba esta idea, pero no todos aceptan que esto haya sido así.[209]

Sin embargo, aún más polémicos son los intentos de explicar por qué se desarrolló la agricultura y por qué se desarrolló cuándo y dónde lo hizo. Es evidente que ésta es una cuestión de mayor importancia para comprender el desarrollo mental de la humanidad. Además, el problema es mucho más interesante de lo que parece a primera vista cuando consideramos el hecho de que el modo de vida de los cazadores-recolectores es, en realidad, bastante eficaz. Los estudios etnográficos de tribus de cazadores-recolectores contemporáneas demuestran que, por lo general, éstos sólo necesitan «trabajar» tres o cuatro horas diarias para obtener su sustento y el de sus familias. Los restos óseos de granjeros de la Edad de Piedra tienen más signos de malnutrición, enfermedades infecciosas y deterioro dental que los de sus ancestros cazadores-recolectores. ¿Por qué razón iba alguien a cambiar su modo de vida por uno diferente en el que tenía que trabajar mucho más duro? Por otro lado, la dependencia del grano impuso a los granjeros una dieta mucho más monótona que aquella a la que el hombre primitivo estaba acostumbrado en su época de cazador-recolector. Y en cualquier caso, después de que el hombre consiguiera por primera vez domesticar las plantas, éstas siguieron siendo una pequeña parte de su dieta durante siglos y quizá durante más de un milenio. Lo que nos obliga a volver a preguntarnos por lo que motivó el cambio.

Una teoría es que el cambio hacia la agricultura estuvo impulsado por razones rituales o sociales: dado que los nuevos alimentos eran un raro lujo, éstos se difundieron de forma gradual, de manera similar a como lo hacen hoy los artículos de diseño. Las lentejas, por ejemplo, sólo crecen de a dos por planta silvestre y difícilmente habrían saciado el hambre de una familia de la Edad de Piedra. Con todo, las lentejas están entre los primeros cultivos de Oriente Próximo. Algunos paleontólogos piensan que la cerveza era el producto final más importante de estos granos, y el valor del alcohol en las celebraciones rituales es obvio.

Sin embargo, una explicación económica mucho más básica deriva del hecho de que, como antes hemos mencionado, el mundo experimentó un gran cambio climático hace entre 14 000 y 10 000 años. Estos dos factores redujeron de forma espectacular la cantidad de campo abierto disponible, «lo que segmentó en pequeñas unidades lo que antes era un amplio territorio abierto y creó los nichos para la evolución de diferentes especies según la altura y el tipo de vegetación… El sedentarismo y la reducción del campo abierto impulsó la territorialidad. La gente empezó a proteger y propagar las manadas locales, una práctica anterior a la domesticación que es posible considerar como una forma de gestión de los recursos alimenticios».[210] Un elemento adicional de este conjunto de cambios fue que el clima se hizo cada vez más árido, y que las estaciones se hicieron más marcadas, una circunstancia que contribuyó a la difusión de los cereales silvestres y al desplazamiento de pueblos de un entorno a otro en busca tanto de plantas como de animales. Había más variedad climática en regiones con montañas, planicies costeras, mesetas y ríos. Esto explica la importancia de la media luna fértil. Los pastos eran comunes en esta región de Oriente Próximo (y aún hoy existen allí espigas salvajes de cebada y de trigo racimal y alonso). Pero no es difícil entender qué fue lo que ocurrió. «El lote de semillas cosechado favoreció la selección del tipo no quebradizo y de maduración uniforme. Tan pronto los humanos empezaron a sembrar las semillas que habían recogido, automáticamente (e incluso sin proponérselo) iniciaron un proceso de selección que favoreció el genotipo no quebradizo».[211]

Mark Nathan Cohen es el defensor más destacado de la teoría según la cual hubo una crisis poblacional en la prehistoria y que fue ésta la que precipitó la evolución de la agricultura. Entre los argumentos que sostienen su hipótesis se encuentra el hecho de que la agricultura no sea un modo de vida más fácil que la caza y recolección; la «coincidencia global» de que la megafauna, los grandes mamíferos que proporcionaban la mayor parte de las proteínas consumidas por el hombre primitivo, se extinguiera simultáneamente en todo el planeta; la coincidencia adicional de que la domesticación surgiera al final del Pleistoceno, cuando el mundo se había calentado y la gente podía desplazarse con mayor facilidad; y de que el cultivo de especies silvestres, antes de la aparición de la agricultura propiamente dicha, debió de propiciar el nacimiento de más hijos. Es sabido, por ejemplo, que los nómadas y los cazadores-recolectores controlan el número de hijos que engendran prolongando la lactancia durante dos años. Esto contribuye a limitar las dimensiones de un grupo que se encuentra en constante movimiento. Sin embargo, tras la aparición del sedentarismo retrasar el destete dejó de ser necesario y como consecuencia de ello, afirma Cohen, hubo una considerable explosión de la población mundial. Cohen también asegura que la prueba de que existió una crisis poblacional en la antigüedad puede deducirse del número de nuevas zonas dedicadas a la producción de comida, los cambios en la dieta al pasar de grandes animales a pequeños (debido a la extinción de los primeros), el aumento en la proporción de restos de personas con problemas de nutrición, la especialización de artefactos que habían evolucionado para tratar con animales y plantas cada vez más escasos, un uso cada vez mayor del fuego para la cocción de alimentos de otro modo incomestibles, el uso cada vez mayor de los recursos hídricos, el hecho de que muchas plantas alimenticias disponibles en grandes cantidades no hubieran empezado a ser cosechadas hasta hace 12 000 años, el que la paja (cereales) sea una alternativa muy baja en términos alimenticios, y así sucesivamente; todo ello, de acuerdo con Cohen, corroborado por las excavaciones arqueológicas. Para él, por tanto, la revolución agrícola no fue, en ningún sentido, una liberación para el hombre primitivo, sino una acción dilatoria destinada a lidiar con la sobrepoblación. Lejos de ser una forma de vida inferior, los cazadores-recolectores habían tenido tanto éxito que habían llenado el mundo, hasta donde su estilo de vida se lo permitía, y no había ya a dónde ir.[212]

También ésta es una hipótesis de atractiva simplicidad, pero también tiene sus inconvenientes. Una de las críticas más duras es la de Les Groube, que defiende una teoría rival. Según Groube, sencillamente no es verdad que el mundo haya experimentado en su remota antigüedad una crisis poblacional o, en todo caso, con seguridad no una crisis de sobrepoblación. Su posición es la opuesta, que la colonización relativamente tardía de Europa y las Américas sugiere un planeta bastante poco poblado. Para él, a medida que el hombre salió de África rumbo a entornos más fríos, los problemas con las enfermedades debieron de ser mínimos, ya que, desde un punto de vista microbiano, las regiones más frías eran también las más saludables y seguras. Durante miles de años, por tanto, el hombre primitivo habría padecido poquísimas enfermedades en lugares como Europa y Siberia, en comparación con África. No obstante, hace unos 20 000 años, tuvo lugar una importante coincidencia. El mundo empezó a calentarse y el hombre llegó al final del Viejo Mundo, lo que significa que, en realidad, para entonces el mundo estaba «lleno» de gente. Y todavía había abundante comida. Sin embargo, a medida que el mundo empezó a calentarse, muchos de los parásitos del hombre pudieron también salir de África. En resumen, que las que antes habían sido sólo enfermedades tropicales se convirtieron en enfermedades de climas templados. Entre las enfermedades que Groube menciona se encuentran la malaria, la esquistosomiasis y la anquilostoma, «una terrible trinidad». Pero además, también tuvo lugar una segunda coincidencia. La cacería hasta la extinción de la megafauna, todos animales mamíferos y, por tanto, en buena medida similares al hombre. Repentinamente (repentinamente en términos evolutivos), los predadores microbianos se descubrieron con muchos menos mamíferos de los cuales alimentarse, y se vieron obligados a recurrir al hombre.[213]

En otras palabras, en algún momento después de hace 20 000 años, hubo una crisis de salud mundial, una explosión de enfermedades que llegó a amenazar la existencia humana. Según Groube —cuya teoría, él mismo reconoce, es ligeramente estrafalaria—, el hombre primitivo habría comprendido ante esta avalancha de males que su modo de vida migratorio, que limitaba los nacimientos a una vez cada tres años más o menos, era insuficiente para mantener los niveles de población. El cambio al sedentarismo, por tanto, se debió a que permitía a los pueblos tener hijos más a menudo, aumentar de tamaño y evitar la extinción.

Uno de los aspectos que favorece la teoría de Groube es que separa el sedentarismo de la agricultura. Esta separación es una de las reflexiones más importantes sobre la cuestión realizadas después de la segunda guerra mundial. En 1941, el arqueólogo Gordon Childe acuñó la expresión «la revolución neolítica» al sostener que la invención de la agricultura había provocado el desarrollo de las primeras aldeas y que había sido esta nueva forma de vida sedentaria la que había dado lugar a la invención de la cerámica, a la metalurgia y, en el transcurso de unos pocos miles de años, al florecimiento de las primeras civilizaciones.[214] Sin embargo, esta sencilla idea fue luego invalidada y hoy sabemos con bastante certeza que el sedentarismo, esto es, el surgimiento de las aldeas y el abandono del estilo de vida nómada de los cazadores-recolectores, ya se había iniciado en el momento en que ocurrió la revolución agrícola. Este hallazgo ha transformado nuestra manera de entender al hombre primitivo y su pensamiento.

Aunque las actuales tribus de la «edad de piedra» no son en ningún sentido un perfecto reflejo de las antiguas comunidades de cazadoresrecolectores (entre otras cosas, porque tienden a ocupar áreas marginales), es claro que los pueblos considerados «primitivos» poseen un profundo conocimiento del mundo natural en el que habitan. Y, aunque quizá no practiquen la agricultura a gran escala, sí cultivan plantas y crían animales, en el sentido en que despejan determinadas zonas y plantan en ellas pastos, hortalizas o frutas. Siembran, desecan y riegan, practican un burdo pastoreo y cuentan con animales que dejan vagar libremente por los alrededores. Tienen mamíferos y aves que les sirven como mascotas y conocen las cualidades medicinales de ciertas hierbas. Ésta es con seguridad una etapa a medio camino entre los cazadores-recolectores y una agricultura completamente desarrollada. En el mismo sentido, «hoy posemos un considerable corpus de pruebas que respaldan la idea de que algunos lugares ricos en recursos estaban ocupados a lo largo de todo el año durante la última parte del Pleistoceno (más específicamente en los períodos natufiense y khiamiense: c. 10 500-8300 a. C.) por “forrajeadores sedentarios” que desarrollaron… técnicas para la explotación de plantas, incluido el almacenamiento y posiblemente el cultivo a pequeña escala… y que vivieron todo el año en asentamientos de hasta media hectárea».[215]

El hecho de que el sedentarismo haya precedido a la agricultura animó al arqueólogo francés Jacques Cauvin a elaborar una amplia revisión de la arqueología de Oriente Próximo, lo que le permitió reconciliar muchas investigaciones, en especial sobre los orígenes de la religión y la idea de hogar, en un estudio que tiene importantes implicaciones para el desarrollo de las innovaciones más básicas y más especulativas y filosóficas de la humanidad. Si las herramientas y el control del fuego fueron las primeras ideas del hombre, la ropa y el refugio las siguieron de cerca.

Cauvin, antiguo director de investigación emérito del Institut de Préhistoire Orientale en Jalés, en Ardèche, Francia, comienza con un detallado examen de las aldeas preagrícolas de Oriente Próximo. Éstas empezaron, sostiene, entre los años 15 500 y 12 500 a. C., en Kharaneh, en Jordania, con «campamentos base» de hasta dos mil metros cuadrados de extensión, que consistían en depresiones circulares en emplazamientos a campo abierto. Entre 12 500 y 10 000 a. C., sin embargo, la denominada cultura natufiense se difundió por casi todo el Levante, desde el Éufrates hasta el Sinaí (el nombre de la cultura deriva del yacimiento de Wadi an-Natuf en Israel). Excavaciones realizadas en Eynan-Mallaha, en el valle del Jordán, al norte del mar de Galilea, descubrieron la presencia de fosos de almacenamiento, lo que sugiere que «estas aldeas no deben sólo definirse como las primeras comunidades sedentarias de Levante, sino como “cosecheros de cereales”».[216]

La cultura natufiense también dispuso de casas. Éstas se construían juntas en grupos de unas seis, formando aldeas, y eran semisubterráneas, edificadas en fosos poco profundos y circulares «cuyos lados se reforzaban mediante muros de contención hechos en piedra; tenían uno o dos hogares y huellas de círculos concéntricos de postes, lo que prueba su capacidad de construcción». Además de las herramientas líticas empleadas en la caza, disponían de utensilios para moler y machacar, y también contaban con muchos útiles de hueso. Se realizaban entierros individuales y colectivos bajo las casas o agrupados en «auténticos cementerios».[217] Es posible que algunos enterramientos, incluidos los de perros, fueran ceremoniales, dado que aparecen decorados con conchas y piedras pulidas. En estas aldeas se encontraron principalmente piezas artísticas realizadas en hueso, por lo general con motivos animales.

En Abu Hureya, entre 11 000 y 10 000 a. C., los natufienses cosecharon de forma intensiva cereales silvestres. Sin embargo, hacia el final del período los cereales se volvieron cada vez más raros (el mundo se estaba secando) y los natufienses se pasaron a la arveja y la centinodia. En otras palabras, no estamos aún ante una especialización deliberada. El análisis de las microhojas de estos yacimientos ha demostrado que se las usaba tanto para cosechar cereales silvestres como para cortar juncos, una prueba adicional de que carecían de especialización.

A continuación Cauvin dirige su atención a la denominada fase khiamiense, que debe su nombre al yacimiento de Khiam, al oeste del extremo norte del mar Muerto. Este período es significativo por tres razones: en primer lugar, por el hecho de que aparecen nuevos tipos de armas; en segundo lugar, por el hecho de que las casas redondas aparecen por completo en la superficie por primera vez, lo que implica el uso de la arcilla como material de construcción; y en tercer lugar, lo más importante, por una «revolución simbólica».[218] Mientras el arte natufiense era básicamente zoomorfo, en el período khiamiense empiezan a aparecer figuras femeninas humanas. Al principio, éstas eran esquemáticas, pero con el paso del tiempo se hacen cada vez más realistas. Hacia el año 10 000 a. C., aparecen enterrados en las casas cráneos de uro (una forma hoy extinta de buey salvaje o bisonte), con los cuernos en ocasiones incrustados en las paredes, una disposición que sugiere que tenían una función simbólica. Luego, según Cauvin, alrededor de 9500 a. C., vemos iniciarse en Levante, «todavía en un contexto económico de caza y recolección inalterado» (las cursivas son mías), el desarrollo de dos figuras simbólicas dominantes, la Mujer y el Toro. La Mujer era la figura suprema, sostiene el investigador francés, y con frecuencia se la representa dando a luz un Toro.

Cauvin considera que éste es el verdadero origen de la religión. Su principal argumento es que ésta es la primera vez que se representa a los humanos como dioses y la primera vez que se representa tanto al principio femenino como al masculino, y que ello es indicio de un cambio de mentalidad anterior a la domesticación de las plantas y los animales. Resulta fácil entender por qué la elegida fue la mujer y no el hombre. La forma femenina es un símbolo de la fertilidad. En una época en que la mortalidad infantil era alta, la verdadera fertilidad debía de ser especialmente apreciada. Un culto semejante habría sido concebido para garantizar el bienestar de la tribu o unidad familiar.

Pero el segundo argumento clave de Cauvin, además y por encima del hecho de que una religión reconocible en nuestros términos surgió en Levante alrededor del año 9500 a. C., es que todo esto tuvo lugar después de que el cultivo y el sedentarismo habían empezado, pero antes de la domesticación y la agricultura propiamente dichas.

Luego Cauvin pasa a considerar la cultura mureybetiense, que debe su nombre al yacimiento de Tell Mureybet, cerca del Éufrates, en la actual Siria. Aquí las casas son más complejas, hay áreas especiales para dormir, hogares elevados y separados y zonas de almacenamiento, y poseen un techo plano de barro sostenido mediante un conjunto de vigas. Entre las casas, los espacios comunales a cielo abierto contenían varios «fosos-hoguera» de gran tamaño. Éstos eran de un tipo hallado con frecuencia en yacimientos neolíticos de Oriente Próximo: tienen forma de cuenco y a menudo se los encuentra repletos de guijarros, por lo que quizá fueran una especie de versión antigua del actual horno polinesio, en el que los guijarros conservan durante largos períodos el calor producido por el fuego encendido sobre ellos. Los fososhoguera de Mureybet están por lo general rodeados de huesos de animales en mayor o menor medida carbonizados. «Que fueran utilizados para la cocción comunal de la carne es una posibilidad razonable».[219] No obstante, lo que más entusiasmaba a Cauvin era un importante cambio arquitectónico que surgió en Mureybet hacia el año 9000 a. C. «Es entonces cuando aparecen las primeras construcciones rectangulares conocidas de Oriente Próximo, o del mundo». Tanto las casas como las zonas de almacenamiento se vuelven rectangulares (aunque algunas casas poseen esquinas redondeadas). Estas edificaciones fueron construidas a partir de bloques de piedra caliza «cortados en forma de cigarro» y pegados con mortero. Las viviendas rectangulares permitían agruparse en mayor número en lugares pequeños, y Cauvin sugiere que acaso la razón para ello fuera la defensa.

Otra destacada innovación de Mureybet fue el uso de arcilla cocida para la fabricación de estatuillas femeninas. La arcilla «también se utilizó en pequeños receptáculos, aunque aún nos falta un milenio y medio para la aparición de un uso generalizado de la cerámica en Oriente Próximo… De esto se sigue que la acción del fuego sobre estos objetos modelados era conocida y utilizada de forma intencional por los habitantes de Mureybet desde 9500 a. C»..[220]

El argumento central de Cauvin (y hay otros que comparten su concepción general) es que en lugares como Mureybet, el desarrollo de la agricultura no fue un acontecimiento súbito provocado por la miseria o alguna otra amenaza económica. En lugar de ello, tenemos que el sedentarismo precedió durante largo tiempo a la domesticación, que las casas ya habían cambiado al pasar de las primitivas estructuras redondas y semisubterráneas a edificaciones rectangulares por encima de la superficie, y que ya se estaban fabricando ladrillos y objetos simbólicos. De esto, afirma, podemos inferir que hace aproximadamente 12 000 o 10 000 años el hombre primitivo experimentó un profundo cambio psicológico, básicamente una revolución religiosa, y que esto precedió a la domesticación de las plantas y los animales. (Este argumento nos recuerda la idea de Merlin Donald de que el lenguaje se utilizó por primera vez para el mito, y no para cuestiones más «prácticas»). Esta revolución religiosa, nos dice Cauvin, consistió fundamentalmente en el paso de un culto de los animales o los espíritus a un culto de algo que es fundamentalmente lo que reconocemos hoy. Es decir, la diosa femenina, flanqueada por su compañero masculino (el toro), es adorada como ser supremo. Cauvin llama la atención sobre grabados de este período en los que aparecen «fieles» con sus brazos en alto, como si oraran o suplicaran. Por primera vez, afirma, aparece «una relación de subordinación completamente nueva entre dios y el hombre».[221] Desde este momento, según este autor, habrá una fuerza divina, con los dioses «arriba» y la humanidad de todos los días «abajo».

El toro, dice, simboliza no sólo el principio masculino sino también la naturaleza indomable, las fuerzas cósmicas desatadas durante las tormentas, por ejemplo. En la cultura mureybetiense son comunes los bastones de piedra pulida y Cauvin los considera símbolos fálicos. Además, este autor distingue una clarísima evolución en Oriente Próximo. «El primer bucráneo de Khiam o Mureybet permanecía enterrado dentro de las paredes más gruesas del edificio, y por tanto no era visible para sus ocupantes. Acaso lo único que querían era, metafóricamente, garantizar la resistencia de la construcción a todas las formas de destrucción apelando a este nuevo simbolismo durante una consagración inicial [esto es, en el momento en que las casas fueron construidas]. Aún no había llegado el momento de la confrontación directa con el animal».[222] Después de ello, sin embargo, el simbolismo bovino se difunde por Levante y Anatolia, y en ’Ain Ghazal encontramos las primeras alusiones explícitas, hacia el 8000 a. C., a la confrontación con el toro, en las que el hombre mismo aparece.[223] Lo que aquí se celebra, dice Cauvin, es la virilidad masculina, y es este interés por la virilidad lo que vincula la revolución agrícola y la revolución religiosa: ambas fueron intentos de satisfacer «el deseo de dominar al reino animal».[224] Esto, argumenta, era un cambio psicológico, un cambio de «mentalidad» más que un cambio económico, como se ha pensado convencionalmente.

Desde esta óptica, la innovación crucial en términos de ideas no es tanto la domesticación de las plantas y los animales, sino el cultivo de las especies silvestres de cereales que crecían en abundancia en Levante y que posibilitaron la aparición del sedentarismo. Fue el sedentarismo lo que hizo que el intervalo entre nacimientos se redujera y aumentara la población; consecuencia de ello fueron el crecimiento de las aldeas, el surgimiento de una organización social más compleja y, quizá, la invención de un nuevo concepto de religión, que en cierto sentido reflejaba las circunstancias de la aldea, en la que habrían aparecido diferencias entre líderes y subordinados. Una vez que estos cambios estaban en marcha, la domesticación de las plantas pudo haberse desarrollado casi de forma inconsciente a medida que la gente «seleccionaba» cereales silvestres que se adaptaban a su nuevo estilo de vida.

Por lo general se considera que estas culturas primitivas, con sus animales y plantas recién domesticados, son características del Neolítico, y sus prácticas agropecuarias pronto se difundieron con rapidez, primero por toda la media luna fértil, después más allá, hacia Anatolia, y luego Europa, en dirección oeste, y hacia Irán y el Cáucaso, en dirección este, hasta extenderse por todo el Viejo Mundo de forma gradual, como veremos. Además de la agricultura, la ganadería y la religión, esta expansión incluyó la idea adicional que ya hemos mencionado: la casa rectangular. Diferentes variaciones de ésta pueden inferirse de los cimientos hallados en Anatolia, en Nevali Cori, en Irán, y el sur de Levante, pero el paso de las casas circulares a las casas rectangulares provistas de habitaciones rectangulares parece haber sido una respuesta a las consecuencias de la domesticación de los animales y la agricultura. El hombre del neolítico necesitaba viviendas para familias más grandes y con mayor espacio de almacenamiento, y es posible que sus necesidades de defensa también hubieran aumentado (con el sedentarismo el número de posesiones materiales se incrementa y hay más que envidiar y robar). Las casas y habitaciones rectangulares se acoplan de forma mucho más eficaz y resulta más fácil variar su tamaño, permiten tener más habitaciones «interiores» y aprovechar las paredes comunes.[225]

Lo que tenemos aquí no es tanto un renacimiento como un nacimiento, una época (relativamente corta) de gran innovación, en la que tres de nuestras ideas más básicas quedaron establecidas: la agricultura, la religión y la casa rectangular. El hombre primitivo quizá no hubiera reconocido esta mezcla de ideas abstractas e ideas prácticas y terrenales como tal. La religión invadía las otras dos ideas y cada actividad se revertía sobre las otras.

Durante sus excavaciones en Jericó en la década de 1930, la arqueóloga británica Dorothy Garrod realizó tres descubrimientos muy relevantes para el contenido de este capítulo. En primer lugar, el asentamiento tenía alrededor de setenta edificios, capaces de albergar quizá hasta unos mil individuos: Jericó era un «pueblo». En segundo lugar, encontró una torre, de ocho metros de alto y nueve de diámetro, provista de una escalera interna de veintidós escalones. Semejante arquitectura carecía de precedentes: cien hombres habrían tenido que trabajar durante cien días para construir una estructura como ésta.[226] El tercer descubrimiento de Garrod, desenterrado en la terraza B, era un buen ejemplar de una unidad de cocina-horno natufiense. «Esta terraza parece haber contado con todo el equipo necesario para el proceso: el pavimento, conservado parcialmente, era apropiado para trillar a mano y descascarar; los cuencos y los numerosos morteros de piedras servían para moler o triturar el grano; el cuenco más grande habría sido empleado para mezclar la sémola molida o una tosca “harina” con agua; y todo esto se encontró no muy lejos de los hornos».[227]

No se encontró cerámica. Todos los utensilios y accesorios personales de los natufienses se fabricaban golpeando meticulosamente la piedra contra la piedra o la piedra contra el hueso.[228] Los primeros usos de la arcilla en Oriente Próximo de los que tenemos noticia los encontramos en Jericó (hacia el noveno milenio a. C.), Jarmo (octavo milenio) y Hacilar (séptimo), donde se la encontró mezclada con paja, ahechaduras y cáscaras —los subproductos del trillado— para pegar ladrillos. Tanto en Jericó como en Jarmo se descubrieron depresiones en los suelos de arcilla.[229] «Fueran usadas como cuencos para actividades del hogar, como graneros o como hornos provistos de “piedras ardientes”, su principal interés reside en el hecho de que estos receptáculos fijos estaban situados junto con los hornos y los hogares en los patios, los lugares de trabajo de las casas. Es posible concluir entonces… que alguna llama accidental, producto de la cercanía de los distintos actos que involucraba la preparación, cocción y horneado del trigo y la cebada molidos en los cuencos fijos y el horno, fue la causa de la transformación del barro arcilloso en cerámica».[230] Johan Goudsblom especula que la preservación del fuego pudo haberse convertido en una actividad especializada en las aldeas primitivas, lo que habría dado a quien se encargaba de ella un poder particular.[231]

Los arqueólogos han debatido durante algún tiempo la posibilidad de que las primeras formas de cerámica no hayan sido todavía encontradas, pues los utensilios hallados son de gran calidad, demasiado bien hechos para ser representantes de unos «comienzos titubeantes».[232] Por tanto, es posible que la cerámica fuera inventada antes, e incluso mucho antes. Esto encajaría con el hecho de que la cerámica más antigua la encontramos en Japón hacia el año 14 500 a. C. por la cultura jomon, un pueblo de cazadores-recolectores.[233] Los jomon japoneses eran extraordinariamente creativos, poseían unas hachas de mano muy sofisticadas e inventaron también la laca. Sin embargo, nadie sabe por qué inventaron la cerámica o para qué la utilizaron (incluso se ha insinuado que una gran cantidad debió ser hecha pedazos en alguna clase de ceremonia). Con todo, el desarrollo completo de la alfarería, como una de las «culturas del fuego», se comprende mejor a través de su evolución en Oriente Próximo.

En el yacimiento neolítico de Çatal Hüyük, en Turquía (séptimo milenio a. C.), se encontraron dos tipos de horno, construidos uno junto al otro. «Uno es el horno abovedado normal. El segundo difiere de éste en que posee, bajo la cámara principal, otra cámara dividida en dos compartimientos por media pared de ladrillo de unos quince centímetros de altura. La tapa frontal de ambos hornos, que evidentemente sobresalía dentro de la habitación, quedaba destruida, y es claro que se la retiraba para sacar lo que se estaba cocinando dentro, bien fueran cacharros o pan. Para la siguiente cocción se volvía a cerrar la parte delantera, cosa fácil de hacer con barro».[234] Fragmentos hallados en Jarmo, Jericó y Çatal Hüyük sugieren que los cacharros se fabricaban a partir de tiras de arcilla dispuestas en forma de anillo y luego alisadas. Más que madera, se empleaba como combustible estiércol y paja.[235]

En una aldea como Teleilat al Ghassul, cerca del extremo septentrional del mar Muerto, en Jordania, encontramos tanto utensilios de piedra como antiguas muestras de cerámica que atestiguan que estaba teniendo lugar una importante transición. Durante sus excavaciones en Tepe Sarab, cerca de Kermanshah al oeste de Irán (un yacimiento aproximadamente contemporáneo de Jarmo), Frederic Matson encontró que los recipientes se fabricaban principalmente en tres diámetros distintos. ¿Indica esto que cumplían con tres funciones diferentes? Este investigador también descubrió que, tras ser inventada, la tecnología de la cerámica mejoró con rapidez. Por ejemplo, se hallaron métodos para reducir la porosidad de la arcilla, ya fuera puliéndola o sometiéndola a temperaturas más intensas o, en ocasiones, impregnándola con materias orgánicas. Los recipientes que eran demasiado porosos perdían el agua con rapidez; pero, no obstante, se necesitaba cierto grado de porosidad para que parte del agua se evaporase y el resto se conservara fresca.[236]

Algunos de los primeros cacharros eran muy sencillos, pero no tardaron en empezar a ser decorados. La barbotina roja fue el primer tipo de decoración empleado, junto con incisiones practicadas con los dedos. «El descubrimiento de que la tierra marrón adquiría un color rojo brillante al someterla al fuego debió de ser consecuencia de las fogatas».[237] En los emplazamientos más antiguos, las formas más comunes de los cacharros son las globulares (un tipo de recipiente a prueba de roedores), parte de los cuales quedaba bajo tierra, y los cuencos abiertos, probablemente utilizados para gachas o papillas hechas con las semillas de plantas silvestres o cultivadas.[238] Después de los primeros cacharros, que podían ser negros, marrones o rojizos, según el caso, empiezan a aparecer los de color crema y los grises moteados (en Anatolia, por ejemplo).[239] Las cerámicas de colores claros invitaban a la decoración. Tras estos iniciales motivos hechos a mano, empiezan a utilizarse conchas y otros objetos, que se presionan contra la arcilla para imprimir patrones antes de hornearla.[240] Asimismo evolucionan las tapas, los picos y los bordes ensanchados, y desde este momento en adelante la forma y decoración de la cerámica se convierten en una de las características que definen a una civilización, una forma de conocimiento para los arqueólogos por todo lo que revela sobre las sociedades antiguas.

La Mujer y el Toro, que Cauvin considera los primeros dioses verdaderos, en tanto se trata de entidades abstractas y no de espíritus animales, tuvieron un gran eco, en toda Europa, por lo menos, durante el Neolítico. Aparecen en diferentes contextos y culturas, vinculados a símbolos que difieren de un lugar a otro. Pero estas pruebas confirman que el sedentarismo y el descubrimiento de la agricultura alteraron la forma en que el hombre primitivo pensaba la religión.

Hablando en términos muy aproximados, entre el año 5000 y 3500 a. C. encontramos el desarrollo de los megalitos. Se han encontrado megalitos —la palabra significa «piedras grandes»— en todo el mundo, pero es en Europa donde se concentra (y estudia) la mayor cantidad de ellos. Aunque algunos de los mejores monumentos megalíticos se encuentran en la isla de Malta, en el Mediterráneo, los megalitos europeos están especialmente vinculados con el extremo occidental del continente: España, Portugal, Francia, Irlanda, Gran Bretaña y Dinamarca. Siempre asociadas con (en ocasiones vastas) cámaras mortuorias subterráneas, algunas de estas piedras tienen más de dieciocho metros de altura y pesan hasta doscientas ochenta toneladas. Según su estructura, los monumentos megalíticos se dividen en tres categorías. Los términos originales para éstos eran, en primer lugar, menhir (del bretón, men = piedra e hir = larga), por lo general una gran piedra colocada verticalmente sobre la tierra. En segundo lugar, cromlech (crom = círculo, curva y lech = lugar), un grupo de menhires dispuestos en un círculo o semicírculo, como en Stonehenge, cerca de Salisbury, Inglaterra. Y por último, dolmen (dol = mesa y men = piedra), en el que diversas piedras colocadas verticalmente formando un recinto o cámara sostienen sobre sí una inmensa laja en posición horizontal.[241] En la actualidad se acostumbra a emplear simples términos descriptivos y, por ejemplo, hablar de «alineamiento circular» en lugar de cromlech.

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