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Primera parte. De Lucy a «Gilgamesh»: La evolución de la imaginación » Capítulo 4. Ciudades de sabiduría

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El rey Shulgi fundó dos escuelas, acaso las primeras del mundo, en Nippur y Ur en el último siglo del tercer milenio a. C., pero alude a ellas sin ningún énfasis, por lo que tal vez ya existieran mucho antes. El término babilónico para las escuelas o academias de escribas era edubba, literalmente «Casa de las Tablillas». Al director del centro se le denominaba «Padre de la Casa de las Tablillas», y en una inscripción un discípulo dice: «Habéis abierto mis ojos como si fuera un cachorro; has creado la humanidad dentro de mí».[348] Allí había maestros especializados en lenguaje, matemáticas («escriba de cuentas») y medición de terrenos («escriba del campo»), no obstante, la enseñanza cotidiana estaba a cargo de alguien denominado, literalmente, «Gran Hermano», que probablemente fuera un alumno avanzado.

Se han hallado extractos de escritura cuneiforme en diversas ciudades, lo que demuestra que había ya «textos estándar» usados para la enseñanza. Por ejemplo, hay tablillas con el mismo texto escrito en diferentes caligrafías, otras tiene textos literarios en una cara y ejercicios matemáticos en la cara opuesta, hay algunas que tienen el texto del maestro en un lado y el del discípulo, corregido, en el otro. En una tablilla un estudiante se refiere así a su tarea académica:

Éste es el plan mensual de mi asistencia a la escuela:

tengo tres días libres cada mes;

tengo tres fiestas religiosas cada mes;

durante veinticuatro días al mes

en la escuela tengo que estar. ¡Qué largos son![349]

Los escribas tenían que aprender además su propia industria: necesitaban saber cómo preparar la arcilla para escribir y cómo hornear los textos para preservarlos en las bibliotecas. Para hacer la superficie de la tablilla más suave y las cuñas más claras se podía añadir cal.[350] Además de las tablillas de arcilla, a menudo se empleaban tableros de madera o marfil recubiertos de cera y, en ocasiones, formados por varias hojas unidas mediante bisagras. La cera podía luego quitarse para que el tablero se reutilizara.[351]

La tradición de los escribas se propagó mucho más allá de Mesopotamia, y al hacerlo se amplió.[352] Los egipcios fueron los primeros en escribir con pinceles rojos sobre fragmentos de cerámicas viejas; a continuación, introdujeron el uso de tablas de sicómoro cubiertas con yeso, lo que permitía luego limpiarlas y reutilizarlas.[353] El papiro era la superficie de escritura más costosa de todas y sólo estaba a disposición de los escribas más consumados y, por tanto, los que menos material desperdiciaban. La formación de un escriba podía tardar tanto como un doctorado moderno.

Como hemos anotado, no todas las escrituras estaban relacionadas con el mundo de los negocios. Entre los textos literarios sumerios más antiguos se encuentran, lo que quizá sea natural, las primeras muestras de literatura religiosa, himnos en particular. En Uruk se encontró una versión popular sobre la relación amorosa entre el rey y la diosa Inanna (Ishtar en Babilonia, Astarté en Grecia). Otros textos incluyen los consejos de un padre a su hijo sobre cómo llevar una vida útil y gratificante, relatos de batallas y conquistas, registros de construcciones, cosmogonías y un vasto corpus de textos relacionados con la magia. Para la época en que floreció Ashur, aproximadamente entre 1900 y 1200 a. C., existían muchos archivos privados, además de los públicos, algunos de los cuales reunían hasta cuatro mil textos. Para entonces, el conocimiento de más prestigio era la astronomía-astrología, la literatura adivinatoria y la magia. Estas materias contribuyeron a que Ashur consolidara su reputación como al nemeqi, «Ciudad de Sabiduría».[354]

No debemos nunca olvidar que en la antigüedad, antes de la invención de la escritura, las personas podían ejecutar hazañas nemotécnicas realmente prodigiosas. Saber de memoria miles de versos no era algo inaudito, y fue así como se preservó y difundió la literatura. Sin embargo, tras el desarrollo de la escritura, es posible distinguir dos formas de literatura escrita. En primer lugar, tenemos una serie de historias que prefiguran las narraciones que luego serían incluidas en la Biblia. Dada la influencia de ese libro, sus orígenes son importantes. Por ejemplo, tenemos el caso de Sargón, rey de Acad, que surgió de la más absoluta oscuridad para convertirse en «rey del mundo». Su ascendencia fue construida a partir de cuentos populares, que relatan que su madre, una sacerdotisa, ocultó el hecho de que había dado a luz escondiendo a su hijo en una cesta de mimbre que selló con betún y dejó a la deriva en un río. El bebé fue encontrado después por un portador de agua que crio a Sargón como su hijo adoptivo. Sargón se hizo primero jardinero… y luego rey. Las semejanzas con la historia de Moisés son evidentes. La literatura sumeria también ostenta un cierto número de «reyes primordiales» con reinados de extensión inverosímil, algo en lo que también se adelanta al Antiguo Testamento. En la Biblia, por ejemplo, Adán engendra a su hijo Set a la edad de ciento treinta años y se dice que vivió ochocientos años más. Entre Adán y el diluvio aparecen diez reyes que vivieron hasta unas edades avanzadísimas. En Sumeria, hubo ocho reyes similares, que reinaron durante 241 200 años, para una media de 30 150 años cada uno. Los textos desenterrados en Ras Shamra, Ugarit, nos hablan de la lucha entre el dios Baal y Lotan, «la sinuosa y poderosa serpiente de siete cabezas», prefiguración del Leviatán del Antiguo Testamento. Luego tenemos la literatura sobre el diluvio. Encontramos una versión de la historia del diluvio en la epopeya de Gilgamesh, a la que nos referiremos a continuación. En este poema, el héroe del diluvio es Utnapishtim, «Quien Halló la Vida [Eterna]», que en otras leyendas similares recibe el nombre de Ziusudra o Atra-hasis. En todos los relatos los dioses envían el diluvio como castigo.[355]

El mismo nombre de Mesopotamia, «entre ríos», sugiere que las inundaciones eran algo común en la región. Sin embargo, la idea de una Gran Inundación parece haber estado profundamente arraigada en la conciencia del antiguo Oriente Próximo.[356] Existen tres posibilidades. Una es que el Tigris y el Éufrates se inundaran juntos, lo que habría cubierto de agua una gran área. Según las excavaciones de Leonard Woolley en Ur mencionadas al comienzo de este capítulo, el cieno encontrado en ellas revela una inundación de quizá casi ocho metros de profundidad que habría abarcado un área de cuatrocientos ochenta kilómetros de largo por ciento sesenta de ancho.[357] Esta idea ha sido cuestionada debido a que Uruk, a menos de veinticinco kilómetros de Ur y situada a menor altura, no tiene rastros de haber estado inundada. Una segunda posibilidad, que discutiremos con más detalle en el próximo capítulo, es que un terrible terremoto golpeara el valle del Indo en la India hacia el año 1900 a. C., provocando el desvío del río Sarasvati, el gran río de las antiguas escrituras hindúes, el Rig Veda, que entonces llegaba, en algunos lugares, a tener diez kilómetros de ancho (ya no lo hace). El acontecimiento que desencadenó esta gran catástrofe tuvo que haber causado enormes inundaciones en una gran área. La última posibilidad es la supuesta inundación del mar Negro. Según esta teoría, dada a conocer en 1997, el mar Negro se formó después de la última Edad de Hielo, cuando el nivel del Mediterráneo aumentó, hace 8000 años, anegando a través del Bósforo una gigantesca zona que tenía unos mil kilómetros de este a oeste y más de quinientos de norte a sur.[358]

La más grande creación literaria de Babilonia, la primera obra maestra de imaginación de la literatura universal, fue la epopeya de Gilgamesh, o «Aquel que ha visto todo hasta los confines del mundo», como lo describe la primera línea del poema. Tenemos casi la certeza de que Gilgamesh gobernó en Uruk hacia el año 2900 a. C., por lo que algunos de los episodios de esta epopeya están inspirados en hechos reales.[359] Sus aventuras son complicadas, con frecuencia fantásticas y difíciles de seguir. Ciertos elementos prefiguran los trabajos de Hércules y, como veremos, la Biblia recoge algún eco de ellos. En el poema, Gilgamesh es dos terceras partes dios y una tercera parte humano. En los primeros versos, nos enteramos de cómo venció la resistencia de la gente de Uruk y cómo llevó a cabo una «maravillosa hazaña», a saber, la construcción de la muralla de la ciudad. Ésta, se decía, tenía 9,5 kilómetros de largo y ostentaba novecientas torres semicirculares. Parte de esta sección de la historia quizá estuviera basada en hechos reales, ya que las excavaciones llevadas a cabo en Uruk han identificado unas estructuras semicirculares procedentes del período Dinástico Anterior (es decir, alrededor de 2900 a. C.) que empleaban un nuevo tipo de ladrillo curvo.[360] Gilgamesh es muy estricto y exigente, tanto que sus súbditos ruegan a los dioses que creen un contrincante que venza a Gilgamesh y les permita llevar una vida apacible. Los dioses se apiadan de ellos y crean e Enkidu, «un salvaje cubierto de pelo». En este punto, sin embargo, la trama da un giro y Enkidu y Gilgamesh se hacen amigos y desde ese instante emprenden sus aventuras como compañeros.[361] Los dos regresan a Mesopotamia donde la diosa Inanna se enamora de Gilgamesh, quien rechaza sus atenciones, razón por la cual ella se venga enviándole un impresionante «toro del cielo… que aun un centenar de hombre no pueden controlar» para que acabe con él.[362] No obstante, uniendo sus fuerzas, Enkidu y Gilgamesh logran derrotarlo juntos cortándole sus patas.

Esta primera parte del poema es en general positiva, pero luego se vuelve más oscuro. Enlil, el dios del aire y de la tierra, decide que Enkidu tiene que morir por algunas de las matanzas heroicas que ha realizado. La pérdida de Enkidu afecta profundamente a Gilgamesh:

Día y noche sobre él he llorado,

antes de acostarlo en su tumba.

Siete días y siete noches,

como un gusano yació cara al suelo,

Entonces corrí por la llanura como un cazador.[363]

Hasta este momento, Gilgamesh había pensado muy poco en la muerte. Desde ahora, sin embargo, su único objetivo será encontrar la vida eterna. Gilgamesh recuerda que una leyenda dice que, en los confines del mundo, más allá de «las aguas de la muerte», vive su ancestro, Utnapishtim, que es inmortal y, por tanto, conoce el secreto. Solo, Gilgamesh emprende su camino hacia el fin del mundo, más allá de las montañas en que se pone el sol. Encuentra un oscuro paso a través del cual el sol desaparece cuando anochece, y finalmente llega a las orillas de un gran mar.[364] Allí encuentra al barquero de Utnapishtim, que accede a transportarlo por las aguas de la muerte, «una sola gota de las cuales significa con seguridad la destrucción».[365] Cuando Gilgamesh por fin conoce a Utnapishtim se siente decepcionado. Su inmortalidad, le cuenta, se debe a unas circunstancias únicas que nunca volverán a repetirse. Utnapishtim le revela a Gilgamesh que, en una época anterior, los dioses habían decidido destruir a la humanidad y habían provocado una inundación: él y su esposa habían sido los únicos a los que se había permitido sobrevivir. Se les advirtió con antelación y ellos construyeron un gran barco en el que reunieron parejas de todos los seres vivientes. Después de que la tormenta hubo azotado la embarcación durante seis días y seis noches, cuando todo estaba en silencio, Utnapishtim abrió una ventana y vio que su barco había embarrancado en una isla, que resultó ser en realidad la cima de una montaña. Allí, aguardó durante otros seis días, después de los cuales envió a una paloma y luego a una golondrina. Ambas regresaron. Por último, liberó a un cuervo, que no regresó.[366] Posteriormente, cuenta Utnapishtim, Enlil se arrepintió de su intempestiva decisión y recompensó a Utnapishtim con la inmortalidad por haber salvado la vida en la tierra. Los dioses, sin embargo, nunca iban a repetir una acción semejante.

Las primeras bibliotecas se fundaron en Mesopotamia, aunque no eran tanto bibliotecas como archivos en los que se recogían los registros de las actividades prácticas y cotidianas de las ciudades-estado de Mesopotamia. Esto es cierto tanto en el caso de las bibliotecas de Nippur (de mediados del tercer milenio a. C.) o Ebla (en donde en 1980 se hallaron doscientas tablillas de arcilla aproximadamente del 2250 a. C.), como en el de bibliotecas posteriores. Tenemos que recordar que en la mayoría de los casos las bibliotecas estaban al servicio de los sacerdotes y que en las ciudades de Mesopotamia, en las que el culto del templo poseía muchísimas propiedades, los archivos prácticos (en los que se registraban las transacciones, los contratos y las entregas) formaban parte del culto tanto como los textos rituales de los servicios sagrados. Sin embargo, las necesidades propagandísticas del culto y el surgimiento de una élite real dieron como resultado una forma de textos más moderna. Es posible entonces que textos como la epopeya de Gilgamesh o la epopeya de la Creación hayan sido usados en los rituales. No obstante, estas obras, que implicaban un tipo de actividad intelectual superior a la del simple registro de las transacciones, aparecieron primero en los textos de Nippur a mediados del tercer milenio. El siguiente avance lo encontramos en Ebla, Ur y Nippur.[367] Cada una de estas bibliotecas ostentaba un carácter nuevo, más académico e incluyen catálogos de los textos reunidos en ellas, catálogos en los que las obras de imaginación y las obras religiosas se listan aparte. Más tarde aún, surge una innovación adicional: varias líneas, añadidas al final del texto en la cara posterior de las tablillas, permiten ahora identificar los contenidos de un texto más o menos de la misma forma en que lo hacen los índices de nuestros días. Esto adquirió luego el nombre de colofón, palabra derivada del griego kolophon, que significa «toque final». Uno, por ejemplo, dice así: «Octava tablilla del festival Dupaduparsa, palabras de Silalluhi y Kuwatalla, la sacerdotisa del templo. Escrito por la mano de Lu, hijo de Nugissar, en presencia de Anuwanza, el supervisor». Los colofones estaban numerados y anotaban de cuántas tablillas se componía el texto completo. Algunos de los catálogos fueron más allá de los detalles recogidos en los colofones, de tal manera que para saber qué había en la biblioteca los escribas sólo necesitaran examinar detenidamente este documento. Con todo, el orden de la lista todavía seguía siendo bastante caótico, pues la introducción del alfabeto tardaría todavía algo más de mil quinientos años.[368] Con el paso del tiempo, el número de títulos religiosos empezó a aumentar. Para la época de Tiglath-Pileser I, uno de los más grandes gobernantes asirios (1115-1077 a. C.), los textos más abundantes eran los relacionados con los movimientos de los cielos y la predicción del futuro a partir de distintos augurios. Había algunos himnos y un catálogo de composiciones musicales («Cinco salmos sumerios incluida una liturgia, para el adapa», el adapa era probablemente una pandereta). Ashurbanipal, el último gobernante asirio de importancia (668-627 a. C.), también gozó de una excelente biblioteca y sabía leer y escribir. En este caso el grueso del material reunido también lo conforman archivos; le siguen en número los textos proféticos y, a continuación, las listas de palabras y nombres y los diccionarios para traducir; por último, tenemos las obras literarias como la epopeya de Gilgamesh. En total había cerca de mil quinientos títulos diferentes.[369] Muchas tablillas asirias llevaban inscrita una maldición para disuadir a la gente de robarlas.[370]

Es indudable que existieron bibliotecas en el antiguo Egipto, pero debido a que este pueblo escribía en papiros (los «juncos» en los que el pequeño Moisés supuestamente fue abandonado), lo que ha sobrevivido es muy poco. Al describir el complejo de edificios de Ramsés II (1279-1213 a. C.), el historiador griego Diodoro cuenta que éste incluía una biblioteca sagrada que lucía la inscripción «Clínica del alma».

Las primeras ciudades tenían dos tipos de autoridades. En primer lugar, estaba el sumo sacerdote, llamado el en. Él (y en ocasiones ella) administraba la entidad corporativa, o municipalidad, intercediendo ante los dioses para garantizar la fertilidad constante de la tierra de la que dependían la comida y los ingresos de todos los ciudadanos; el en, además, era el encargado de redistribuir sus frutos entre los habitantes de la ciudad y determinar lo que se destinaría al comercio. La consorte del en se denominaba nin, y en palabras de Petr Charvát formaban una «pareja pontificia».[371] El segundo tipo de autoridad era el lugal: el supervisor, el comandante de la fortaleza, literalmente el «gran hombre», encargado de dirigir las cuestiones militares, lo que nosotros denominaríamos asuntos extranjeros, las relaciones con los forasteros. Ahora bien, esta división no nos dice en realidad mucho: no todas las ciudades tenían dos tipos de líderes (algunas tenían ens y otras tenían lugals) y en el caso de que una contara con ambas formas de autoridad es claro que los líderes militares habrían buscado el respaldo de la élite religiosa para todas sus campañas. Sin embargo, esta disposición cambió y los testimonios muestran que, en determinado momento, la nin se separó del en para unirse al lugal.[372] Por la misma época, la función que desempeñaban los ens fue perdiendo importancia y haciéndose cada vez más ceremonial, mientras que el lugal y la nin asumían el papel de los que nosotros llamaríamos reyes y reinas. A partir de ahí la división entre el poder terrenal y el espiritual se amplió y aumentó el predominio de la masculinidad,[373] un cambio que quizá hubiera sido provocado por la guerra, que ahora era algo más que una amenaza por dos razones. En primer lugar, tratándose de una región circunscrita entre dos grandes ríos, la competencia entre las ciudades de Mesopotamia tuvo que haber sido cada vez mayor a medida que el aumento de la población las llevaba a rivalizar por la tierra y el agua; y en segundo lugar, la prosperidad y la acumulación de posesiones materiales, obra de un creciente número de especialistas, hacía que los posibles beneficios de un saqueo fructífero hubieran aumentado considerablemente. En la guerra, un guerrero era su propio amo, mucho más que en la paz, y el carisma y éxito de un lugal astuto habría tenido un poderoso impacto sobre sus conciudadanos. Después de que una ciudad hubiera vencido a otra, lo natural habría sido que el lugal asumiera la administración de ambos territorios, ya que había sido él quien había logrado la victoria; además, los dioses de la ciudad rival podían ser muy diferentes de los de la ciudad vencedora y en tal caso el en de la ciudad A habría tenido muy poca o ninguna autoridad en la ciudad B. De esta forma, los lugals empezaron a superar a los ens y a convertirse en las figuras más poderosas de la sociedad sumeria. Petr Charvát señala que el que también empezara a aumentar el culto al mismo dios en diferentes ciudades sumerias confirma este cambio. El creciente poder de los lugals se reconoció en la práctica al adquirir el privilegio de controlar los sistemas de medición (quizá una reliquia de la construcción de defensas) y el derecho a dejar registradas por escrito sus hazañas. Estos testimonios eran en parte propaganda y en parte historia, y pretendían que la gente recordara quién había hecho qué.[374] Fue así como fue evolucionando en Mesopotamia la idea de monarquía más o menos moderna y, paralelamente a ella, la idea de estado. La primera entidad política suprarregional del antiguo Oriente Próximo fue el estado acadio, que empieza con Sargón (c. 2340-2284 a. C.), el primer rey en el sentido que aún damos al término.

La idea de realeza, por tanto, fue en parte consecuencia de la guerra. De hecho, la guerra, o la institucionalización de la guerra, fue el crisol y el motor de un buen número de nuevas ideas.

La rueda puede o no haberse inventado en Mesopotamia. Debemos los primeros vehículos, los trineos, presumiblemente tirados por perros, a las primitivas sociedades de cazadores y pescadores de Europa septentrional cercanas al Ártico de 7000 a. C.[375] Los signos para «vehículo» aparecen en la escritura pictográfica de Uruk a finales del cuarto milenio a. C., y en un yacimiento de datación similar en Zúrich, se hallaron los restos verdaderos de una unidad de rueda y eje. Estos vehículos tenían ruedas sólidas, hechas a partir de una o tres piezas de madera. De los restos arqueológicos encontrados en yacimientos anteriores a 2000 a. C., sabemos que el uso de las denominadas ruedas de disco se extendió de Persia a Dinamarca, siendo el área de mayor densidad la zona inmediatamente adyacente al norte del mar Negro.[376] Esto quizá sea un indicio del lugar en el que el uso de la rueda se introdujo por primera vez. Al principio, se utilizaron bueyes y asnos como animales de tiro.

Las carretas de cuatro ruedas eran muy lentas, siendo su velocidad de unos 3,2 kilómetros por hora según ciertos cálculos. Sin embargo, el carro, de dos ruedas, era mucho más rápido y alcanzaba los doce o catorce kilómetros por hora al trote y los diecisiete o veinte al galope. En textos cuneiformes, los sumerios se refieren al «equino del desierto» para designar al burro o asno y al «equino de las montañas» para designar al caballo.[377] Para denominar los vehículos con ruedas existían tres palabras: mar-gid-da, para las carretas de cuatro ruedas; gigir, para los vehículos de dos ruedas; y narkabtu, que con el paso del tiempo llegaría a significar carro. Con el narkabtu, afirma el arqueólogo Stuart Piggott, «arribamos al comienzo de uno de los capítulos más importantes de la historia antigua: el desarrollo del carro liviano de dos ruedas tirado por una pareja de caballos como artefacto tecnológico y como institución dentro del orden social, en el que se convirtió en un emblema de poder y prestigio».[378] Después de que se inventaran las primeras ruedas sólidas, surgió la rueda de rayos. Ésta tenía que construirse mediante tensión, con madera tallada, pero su ligereza permitía alcanzar grandes velocidades.[379] La guerra con carros floreció entre 1700 y 1200 a. C., es decir al final de la Edad del Bronce y en la Edad del Hierro.

Acerca del equino de las montañas, es importante señalar que nadie sabe con exactitud dónde o cuándo se domesticó el caballo y cuándo o dónde surgió la idea de cabalgarlo. Hasta hace muy poco tiempo, se daba por hecho que la colonización de las estepas de Eurasia había dependido de la domesticación del caballo, y que los pioneros de las estepas eran «jinetes pastores de disposición belicosa». Para los arqueólogos, el ejemplo más antiguo de domesticación del caballo se atribuyó durante años a Dereivka, a trescientos kilómetros al norte del mar Negro, en la actual Ucrania, un yacimiento perteneciente a la cultura de Sredny Stog, es decir, una ubicación bastante similar a aquella en la que, se considera, podía haberse inventado la rueda. El yacimiento, datado entre el 4570 y el 3098 a. C., está localizado en la orilla derecha del río Omelnik, un afluente del Dniéper. Las pruebas que sustentan esta interpretación son la presencia de huesos de caballos en sepulturas de humanos, los restos de los premolares aparentemente desgastados por el uso de bocados, puntas de cuernos perforadas que han sido interpretadas como parte de la cabezada y, finalmente, la preponderancia de huesos de caballos machos en los yacimientos, lo que sugiere que se los prefería para cabalgar y como animales de tracción. También existen algunos testimonios indirectos, como el surgimiento de cetros hechos de hueso y adornados con cabezas de caballo, lo que sería indicio de un culto al animal, aunque, en términos estrictos, no de que se cabalgara.[380]

Nuevos análisis de este mismo material en los últimos años han menoscabado estas conclusiones. Las puntas de cuernos que supuestamente formarían parte de la cabezada nunca se han descubierto junto a cráneos de caballos, y sólo en muy raras ocasiones se las vincula a restos de caballo en general. Se ha descubierto que el desgaste de los premolares en caballos salvajes no es diferente del observado en los animales hasta entonces considerados domesticados, y que el perfil de los huesos hallados en yacimientos antiguos, tanto dentro como fuera de las tumbas, no es diferente del de las poblaciones salvajes (en las que se conoce la existencia, por ejemplo, de «grupos de solteros»). Ahora sabemos que la única área en la que se producen cambios en la estructura ósea del caballo debido de forma incontrovertible a la domesticación, en este caso al usarlos como cabalgadura, es en la parte media de la columna vertebral, donde el jinete se sienta. Las vértebras de aquellos caballos que indudablemente fueron usados como montura en la antigüedad poseen unas diminutas lesiones debido a la fatiga del hueso (fracturas) en sus epífisis, sus extremos más duros; un tipo de lesión que se desconoce por completo en los caballos salvajes. Hasta el momento, tales lesiones no aparecen en el registro arqueológico antes del siglo V a. C.[381] Por su parte, las primeras pruebas artísticas y textuales inequívocas de la domesticación del caballo se remontan a finales del tercer milenio a. C. Las pruebas de enterramientos de caballos acompañados de artefactos relacionados inequívocamente con la equitación o la tracción son todavía más recientes, y probablemente no vayan mucho más allá del final del segundo milenio a. C., cuando el uso de los caballos para el tiro de carros se había generalizado en Oriente Próximo, la estepa euroasiática y Grecia. No hay testimonios textuales o artísticos confiables del uso del caballo como montura antes del final del segundo milenio a. C.[382]

El poeta latino Ovidio fue sólo uno de los muchos autores de la antigüedad que estaban convencidos de que antes había existido una era dorada primigenia, en la que no se daba el conflicto y el rencor: «Sin nadie que impusiera el castigo, sin leyes de cualquier tipo, los hombres tenían fe y hacían lo que era correcto… La gente vivía sus vidas segura y en paz, sin necesidad de ejércitos».[383]

Ojalá hubiera sido así… En 1959 Raymond Dart publicó un análisis de la quijada de un australopiteco y concluyó que «había sido machacada por un formidable golpe propinado frontalmente con gran precisión justo a la izquierda del punto de unión de la mandíbula». En su opinión, el instrumento con el que se había asestado semejante golpe era un húmero de antílope.[384] En el período proto-Neolítico, surgieron cuatro nuevas armas «asombrosamente poderosas» que «dominarían la guerra hasta el presente milenio: el arco, la onda, la daga y la maza».[385] Pinturas rupestres encontradas en España nos muestran a un grupo de guerreros provistos de arcos y flechas, el líder identificado por un fantástico tocado. Otras pinturas representan a arqueros formados en una línea de tiro. «La aparición de columna y filas, que implica mando y organización, es sinónimo de la invención de tácticas».[386] En otras pinturas reconocemos lo que parecen ser prendas protectoras —una armadura— sobre las rodillas, genitales y hombros de los guerreros. En Çatal Hüyük encontramos dibujos que representan hondas en acción, y los asentamientos fortificados empiezan a propagarse por todo Oriente Próximo entre los años 8000 y 4000 a. C.[387] Nunca hubo una edad dorada de paz.

Para la época del Nuevo Reino en Egipto, los faraones podían llevar al campo de batalla ejércitos de hasta veinte mil hombres. Ello implicaba una organización y un apoyo logístico de enormes proporciones. Compárese esto con los datos que poseemos de la batalla de Agincourt (1415), en la que entre seis y siete mil ingleses vencieron a un ejército francés de veinticinco mil, o de la batalla de Nueva Orleans (1815), en la que cuatro mil estadounidenses vencieron a nueve mil soldados británicos. La introducción del carro es un indicio de que la necesidad de reaccionar con rapidez era más grande que nunca, lo que a su vez influyó en la creación de ejércitos permanentes. En Egipto el ejército estaba compuesto por soldados profesionales, mercenarios extranjeros (nubios en este caso) y, en ocasiones, reclutas. El título de «supervisor de soldados» era equivalente a nuestro «general», y de éstos llegó a haber, en determinado momento, cerca de quince.[388] El alistamiento de los reclutas era llevado a cabo por funcionarios especializados que recorrían el país y tenían el poder de llevarse a uno de cada cien hombres. El impresionante poder alcanzado por los asirios como nación guerrera se debió a dos factores que superaron al carro: el hierro y la caballería. El hierro, y en particular el descubrimiento asirio de cómo mezclarlo con carbón durante la fundición para producir hierro carburado, similar al acero, favoreció el desarrollo de la espada, de borde afilado, en oposición a la daga, cuya peligrosidad residía en la punta.[389]

Dado que el caballo no es originario de Asiria, las medidas que los asirios adoptaron para procurarse animales fueron extraordinarias. Esto es algo que mostró en 1974 el profesor de Cambridge Nicholas Postage en su libro Taxation and Conscription in the Assyrian Empire (Impuestos y reclutamiento en el imperio asirio). Postage cuenta que diariamente se escribían «informes sobre caballos» dirigidos al rey, quien tenía dos hombres en cada provincia dedicados a buscar bestias y hacerlos transportar a la capital. Los veintisiete informes estudiados por Postge, pertenecientes a un corto período de tres meses, mencionar a cerca de tres mil animales, lo que significa que hubo momentos en los que estos agentes, llamados musarkisus, llegaron a enviar a Nínive más de un centenar de caballos al día. De los animales que se mencionan en los informes, 1840 son caballos de «yunta» o carro y 787 son cabalgaduras. «Aunque los asirios eran los aurigas clásicos, la caballería, con mayor libertad de movimiento, pronto los desplazaría, y desde aproximadamente el año 1200 a. C. conformó la élite de los ejércitos del mundo hasta la llegada del tanque en 1918, durante la primera guerra mundial».[390]

Una de las tareas del rey en Mesopotamia era la de administrar justicia. (En las primeras ciudades, la injusticia era considerada una afrenta a los dioses.[391]) Durante siglos, se pensó que las leyes más antiguas del mundo eran las contenidas en el Antiguo Testamento y atribuidas a Moisés. No obstante, esta concepción se vino abajo a comienzos del siglo XX, cuando los arqueólogos franceses que excavaban en Susa, al suroeste de Irán, en 1901 y 1902, desenterraron una estela de basalto negro de más de unos dos metros y medio de alto (actualmente en el Louvre) que resultó tener inscrito el código legislativo de Hammurabi, un rey babilónico del segundo milenio a. C. La sección superior mostraba al rey orando a un dios sentado sobre un trono, que podría ser Marduk, el dios sol, o Shamash, el dios de la justicia. El resto del frente y la parte posterior de la piedra estaba grabado con columnas horizontales del cuneiforme más hermoso.[392] Desde el descubrimiento de los franceses, los orígenes de la ley se han hecho retroceder en varias ocasiones, sin embargo, para nosotros tal vez sea mejor examinar la secuencia en orden inverso, ya que así la evolución de los conceptos jurídicos resulta más clara.

Hammurabi (1792-1750 a. C.) tuvo un reinado innovador y próspero. Su capital fue Babilonia, donde centralizó los cultos locales en el servicio de Marduk.[393] Como parte de esto simplificó y unificó la burocracia a lo largo y ancho de su reino, incluido el sistema legal. En total, se conocen cerca de trescientas leyes del código de Hammurabi, contenidas entre un prólogo y un epílogo. Estas leyes están organizadas de la siguiente manera: delitos contra la propiedad (veinte secciones), transacciones comerciales y mercantiles (cerca de cuarenta secciones), la familia (sesenta y ocho secciones, que cubren el adulterio, el concubinato, el abandono, el divorcio, el incesto, la adopción, la herencia), salarios y tarifas de contratación (diez secciones), posesión de esclavos (cinco secciones). Las leyes de Hammurabi, como sostiene H. W. Saggs, adoptan una de dos formas posibles, la apodíctica y la casuística. Las leyes apodícticas son prohibiciones absolutas, como «no matarás». Las leyes casuísticas son del tipo: «si un hombre entrega a su vecino dinero o bienes para que se los guarde, y alguien los roba de la casa de este hombre, entonces, si el ladrón es atrapado, deberá pagar el doble». El prólogo aclara que el propósito era que las leyes de Hammurabi se exhibieran en público, en un lugar en el que todos los ciudadanos pudieran leerlas o escuchar a alguien leerlas.[394] No eran lo que nosotros llamaríamos estatutos, sino una serie de decisiones reales, un abanico de ejemplos típicos más que una serie de principios declarados formalmente. Hammurabi pretendía que el código se aplicara en toda Babilonia y reemplazara a las antiguas leyes locales que diferían de una zona a otra.

A partir del código es posible concluir que, en términos jurídicos, la sociedad babilónica estaba dividida en tres clases: hombres libres (awelum), mushkenum y esclavos (wardum). En comparación con los esclavos, los mushkenum eran un grupo «privilegiado» en el sentido de que realizaban ciertas tareas civiles o militares a cambio de tener determinadas ventajas. Por ejemplo, el precio de salvar una vida era de diez siclos de plata en el caso de un awelum, cinco en el de un mushkenum y dos en el de un esclavo (§§ 215-217). Asimismo, «si un hombre le pincha un ojo a un awelum, deberá pincharse un ojo», pero «si le pincha un ojo o rompe un hueso a un mushkenum, deberá pagar una mina de plata» (§§ 196-198). Los castigos eran crueles de acuerdo con nuestras normas, pero su objetivo no era muy diferente. La ley familiar estaba concebida para proteger a las mujeres y los niños de un tratamiento arbitrario y para prevenir la pobreza y el abandono. De esta forma, aunque el adulterio se castigaba con la muerte de la esposa adúltera, su marido podía siempre perdonarla y el rey perdonar a su amante. Lo que los salvaba «de ser atados y arrojados a un río juntos» (§ 129).[395] Así como muchas narraciones sumerias y babilónicas prefiguran las que encontramos en la Biblia, algunas de las leyes del código Hammurabi se adelantan a las de Moisés. Por ejemplo: la ley § 117 de Hammurabi reza: «Si una deuda ha provocado la detención de un hombre y éste ha entregado a su esposa o su hijo o su hija por plata, o los ha entregado como personas embargadas por la deuda, ellos deberán servir durante tres años en la casa del comprador o de quien los ha embargado, pero en el cuarto año deberán ser dejados en libertad». Compárese esto con las palabras de Deuteronomio: «Si tu hermano hebreo, hombre o mujer, se vende a ti, te servirá durante seis años y al séptimo le dejarás libre» (15,12).

En algunas partes el código de Hammurabi se refiere a los jueces y explica las circunstancias en las cuales se los puede desautorizar. Esto sugiere que se trataba de profesionales pagados por el Estado. Los jueces trabajaban en los templos o en sus puertas, en particular aquéllos dedicados al dios de la justicia, Shamash. Sin embargo, el rey era siempre el tribunal de apelaciones e intervenía cada vez que quería hacerlo. Los babilonios estaban menos interesados en una teoría abstracta de la justicia que en encontrar soluciones aceptables que no trastornaran a la sociedad. Por ejemplo, a las dos partes involucradas en un caso se les pedía que juraran que estaban satisfechas con el veredicto y que no buscarían luego vengarse.[396] Cuando un litigio llegaba ante el juez, no había defensores y tampoco interrogatorios. El tribunal examinaba en primer lugar todos los documentos relevantes y luego escuchaba las declaraciones del acusador, el acusado y los testigos. Todos los que proporcionaban su testimonio hacían un juramento a los dioses, y si surgía un conflicto entre ellos, se resolvía mediante la ordalía, esto es, los testigos rivales eran obligados a saltar al río, y la idea era que el temor a la ira divina forzaría al que mentía a confesar. La práctica parece haber funcionado, ya que volvemos a encontrarla en tiempos bíblicos como se menciona en Números.[397]

Todo esto sugiere algo muy bien organizado y meditado con sumo cuidado. Pero es importante añadir que no hay pruebas directas de que el código de Hammurabi hubiera sido en verdad adoptado, y que ninguno de los fallos jurídicos del período que se conservan alude a él.

Con todo, el famoso código de Hammurabi no es ya el conjunto de leyes más antiguo que conocemos. En la década de 1940 se encontró un código anterior escrito en sumerio.[398] Redactado por Lipit-Ishtar (1934-1924 a. C.) de Isin, una ciudad del sur de Mesopotamia que destacó tras la caída de Ur, este código también contiene un prólogo en el que se dice que los dioses elevaron a Lipit-Ishtar al poder «para establecer la justicia en la tierra… para traer el bienestar al pueblo de Sumer y Acad». Las más o menos dos docenas de leyes tienen un alcance más limitado que las del código de Hammurabi, se ocupan de la posesión de la tierra, incluido el robo y los daños a los huertos, los esclavos fugitivos, las heridas a los animales alquilados, los compromisos y el matrimonio. La posesión de la tierra proporcionaba privilegios, pero también acarreaba responsabilidades. Por ejemplo, § 11 dice: «Si al lado de la propiedad de un hombre, otro hombre tiene tierra baldía sin cultivar y el dueño de la tierra cultivada le ha dicho al de la tierra sin cultivar: “Como tu tierra yace baldía alguien podría entrar a robar en mi tierra; protege tu tierra”; y este acuerdo es confirmado por él, el dueño de la tierra sin cultivar debe responder al dueño de la tierra cultivada por cualquiera de sus propiedades que se pierda».[399]

En las décadas de 1950 y 1960 se descubrieron leyes aún más antiguas, promulgadas por Ur-Nammu, el fundador de la tercera dinastía de Ur hacia 2100 a. C. El fragmento encontrado trata de los abusos en los impuestos y del establecimiento de pesos y medidas estándares, pero también incluye una poderosa declaración de principios para impedir que los económicamente fuerte exploten a los débiles: «El huérfano no fue entregado al rico; la viuda no fue entregada al poderoso; el que posee un siclo no fue entregado al que posee una mina».[400] Las leyes de Ur-Nammu no pretendían ser un código sistemático, regido por principios jurídicos abstractos, sino que están fundadas en casos reales. Además, a diferencia de las leyes de Hammurabi o de la Biblia, no incluyen algo similar a la lex talionis, el principio de que debe pagarse ojo por ojo y diente por diente, como castigo por las lesiones físicas.[401] El talión parece hacer sido una forma de ley todavía más primitiva, a pesar de su presencia en la Biblia (un documento, en términos jurídicos, relativamente tardío). En las leyes hititas (c. 1700-1600 a. C.), por ejemplo, el castigo por robar una colmena era «someterse a una picadura de abeja», pero más adelante esto se sustituyó por el pago de una multa.[402]

No obstante, todo ello acaso haga parecer a la justicia antigua más organizada (y moderna) de lo que en realidad era. El «código» más antiguo que conocemos hoy es el de Uruinimgina de Lagash, pero al igual que otros quizá él simplemente estaba intentado aliviar las injusticias tradicionales de la sociedad arcaica, siempre a punto del descontrol. Las reformas de Uruinimgina, como las de otros, pueden haber sido tanto propaganda real como leyes verdaderas y eficaces. Los reyes surgieron en sociedades que eran muy competitivas y que estaban cambiando con rapidez. Les gustaba intervenir en la forma en que se administraba justicia porque era una de las maneras que tenían de exhibir su poder. Y es probable que la justicia no estuviera tan claramente organizada como estos códigos idealizados parecen sugerir.

Hay pruebas de un desarrollo del pensamiento abstracto en las ciudades de Mesopotamia. Para empezar, por ejemplo, los primitivos sistemas para contar sólo se aplicaban a artículos específicos, es decir, el símbolo para «tres ovejas» se aplicaban sólo a ovejas y era diferente del símbolo para «tres vacas». No había un símbolo para el tres mismo.[403] Lo mismo puede decirse de las medidas. Posteriormente, sin embargo, aparecen palabras que designan cualidades abstractas, como el número, la medida del volumen en unidades abstractas (espacios vacíos) y las formas geométricas (la triangularidad, por ejemplo). Algo así ocurrió con el uso de la palabra LU para significar «ser humano, individuo de la especie humana».[404] No menos trascendental fue la evolución del concepto de propiedad privada, como lo demuestran los cementerios extramuros que, al parecer, estaban reservados a comunidades particulares.[405] He aquí otro importante «primer lugar» de los babilonios.

Fue así cómo en estas antiguas ciudades LU, el ser humano, descubrió su don para el arte, la literatura, el comercio y las leyes, y para muchas otras cosas nuevas. Llamamos a esto civilización y tendemos a pensar que es algo que se refleja en los restos físicos de los templos, los castillos y los palacios que vemos a nuestro alrededor. Pero fue mucho más que eso. Fue un gran experimento de convivencia, que engendró experiencias psicológicas completamente nuevas, un experimento que aún hoy continúa entusiasmando a muchos más de nosotros que las alternativas. Las ciudades han sido el motor de las ideas, del pensamiento, de la innovación, en casi todos los sentidos que han hecho avanzar la vida.

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