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Segunda parte. De Isaías a Zhu XI: La novela del alma » Capítulo 5. El sacrificio, el alma, el salvador: «El gran avance espiritual»

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Capítulo 5

EL SACRIFICIO, EL ALMA, EL SALVADOR: «EL GRAN AVANCE ESPIRITUAL»

En 1975 el arqueólogo británico Peter Warren excavó un pequeño edificio que formaba parte del complejo de Knossos, en Creta. Knossos, que se remonta al año 2000 a. C., era el principal centro de la civilización minoica, adoradora del toro, y había sido descubierto por sir Arthur Evans en 1900. El edificio desenterrado por Warren había sido víctima en algún momento de un terremoto y ello hacía que «leer» sus vestigios fuera más difícil de lo normal. A pesar de esto, Warren pronto topó con los huesos dispersos de cuatro niños entre los ocho y los doce años. Muchos de los fragmentos de hueso tenían reveladoras marcas dejadas por el cuchillo al separar la carne de los huesos. En un cuarto adyacente se hallaron más huesos de niños, uno de los cuales era «una vértebra que tenía un corte de cuchillo que los patólogos asocian a degollamientos».[406] Warren concluyó que los restos eran de niños que habían sido sacrificados para evitar un gran desastre, acaso el terremoto mismo que se abatió sobre el templo.

De todas las creencias y prácticas de las religiones antiguas, el sacrificio, tanto de animales como de humanos e, incluso, de reyes, es sin duda la más asombrosa desde nuestro punto de vista. Cuando examinamos los orígenes de la religión en las pinturas de las cuevas y las figurillas de Venus del Paleolítico y, luego, en el culto a la Gran Diosa y el Toro, no encontramos huellas de sacrificio. Sin embargo, para la época en que surgen las primeras grandes civilizaciones, en Sumeria, Egipto, Mohenjo-Daro y China, la práctica de sacrificios estaba muy difundida y demostró ser muy duradera: en algunas partes de la India los sacrificios humanos sólo fueron abolidos en el siglo XIX d. C.[407] Los estudios de los textos antiguos, de la decoración de las paredes de los templos y palacios, de los mosaicos y las cerámicas, así como las investigaciones realizadas en los siglo XIX y XX entre tribus de todo el mundo, confirman la diversidad y difusión de las prácticas sacrificiales (la diferencia entre el sacrificio religioso y el sacrificio mágico se discute en las notas).[408] En México se sacrificaban niños para que sus lágrimas provocaran la lluvia.[409] En otras culturas se seleccionaba para el sacrificio a las personas con anormalidades físicas. Una forma no inusual de sacrificio era la matanza del cerdo. Esto enviaba un mensaje a los dioses, cuya respuesta, se creía, dependía del estado del hígado del animal. (El hígado es el órgano más sangriento del cuerpo y la sangre se asocia con frecuencia con la fuerza vital).

Si bien podemos afirmar que la Gran Diosa, el Toro y las piedras sagradas constituyen las ideas centrales más antiguas de muchas religiones, a este núcleo le siguió una segunda constelación de creencias que estaban bien establecidas antes de que surgieran las grandes doctrinas religiosas aún dominantes en el mundo contemporáneo. El sacrificio fue el aspecto más asombroso de este segundo conjunto de ideas.

En su forma más básica, un sacrificio es dos cosas: un regalo y un vínculo entre el hombre y el mundo espiritual. El sacrificio es un intento de coaccionar a los dioses para que actúen como nosotros queremos que lo hagan, o bien un intento de apaciguarlos, de calmar su ira o de obtener su perdón. Esto es algo bastante fácil de entender. Sin embargo, lo que requiere una explicación más completa es la forma real que adopta el sacrificio y la que adoptó en el pasado. ¿Por qué razón debían matarse animales o seres humanos? ¿Por qué había que derramar esa sangre? ¿Cómo puede arraigar y generalizarse una práctica tan cruel? ¿Consideraban los antiguos que el sacrificio era cruel?

El sacrificio se originó en una época en la que el hombre veía todo lo que le rodeaba (incluso las rocas, los ríos y las montañas) como una forma de vida. En la India el pelo se consideraba sagrado porque continuaba creciendo después de que las personas hubieran muerto y, por tanto, se concluyó que tenía vida propia.[410] Los arios védicos pensaban que el fuego encendido era un ser vivo que devoraba las ofrendas.[411] Quizá más importante todavía es el hecho de que el sacrificio se remonte a una era en la que los ritmos del mundo se observaban pero no eran comprendidos. Fueron estos ritmos, la noción misma de periodicidad, lo que sirvió de base para la religión, que trataba a estos patrones como expresión de fuerzas misteriosas.

Con el desarrollo de las primeras grandes civilizaciones en diversas partes del mundo, como Sumeria, Egipto y la India, el simbolismo nuclear de la Gran Diosa, el Toro y las piedras sagradas se propagó y evolucionó adoptando muchas formas diferentes. Entre los dioses indios antiguos, por ejemplo, aparece Indra, a quién constantemente se compara con un toro.[412] En Irán el sacrificio de toros era frecuente.[413] En varios lugares de África y Asia también se veneraban distintos dioses toro. En la religión acadia de la antigua Mesopotamia el toro era un símbolo del poder, y en Tel Khafaje (cerca de la actual Bagdad) se descubrió la imagen de un toro junto a la de la «Diosa Madre».[414] Al principal dios de la antigua religión fenicia se le conocía como shor («toro») y como El («toro misericordioso»). Según Mircea Eliade, «el toro y la Gran Diosa son uno de los elementos que vinculan todas las religiones proto-históricas de Europa, África y Asia».[415] Entre las tribus dravídicas del centro de la India, se desarrolló la costumbre de que el heredero de un hombre que acababa de morir debía, en un lapso de cuatro días, colocar junto a su tumba una enorme piedra de alrededor de tres metros de alto. La piedra, se creía, «retendría en la tierra» el alma del muerto.[416] En muchas culturas del Pacífico, las piedras representan dioses, héroes o «los espíritus petrificados de los ancestros». Los khasis de Assam ceían que los alineamientos circulares o cromlechs eran piedras «mujer» que representaban a la Gran Diosa del clan, mientras que los menhires eran la variedad «masculina».

El sacrificio también puede haber empezado de una forma menos cruel en un momento en el que la dieta del hombre estaba compuesta principalmente por grano y comer carne era un acontecimiento relativamente raro. Es posible que se venerara a los animales y que comer uno fuera un modo de apropiarse de los poderes del dios. Esto se infiere de la palabra griega thusia que posee tres significados que se solapan entre sí: violencia, movimiento excitado; humo; y sacrificio.[417] Sin embargo, la siembra y la cosecha son los hechos centrales del drama agrícola y por ello aparecen invariablemente asociados al ritual.[418] En muchas culturas, por ejemplo, las primeras semillas no se destinan a la siembra sino que se arrojan junto a los surcos como una ofrenda a los dioses.[419] Con la misma lógica, los pocos últimos frutos que quedaban nunca se arrancaban del árbol, se dejaban siempre unos cuantos mechones de pelo en las ovejas, y los granjeros, cuando bebían agua de un pozo, devolvían algunas gotas «para que no se secara».[420]

Aquí tenemos ya el concepto de abnegación, de sacrificar parte de lo que le corresponde a uno, con el objetivo de alimentar o propiciar a los dioses. En otros lugares (y ésta es una práctica que se extiende desde Noruega hasta los Balcanes) con las últimas espigas de trigo se construían figuras humanas, que en ocasiones se arrojaban al siguiente campo que iba a cosecharse o bien se conservaban hasta el año siguiente, cuando se quemaban y luego se tiraban las cenizas al terreno antes de la siembra para garantizar su fertilidad.[421] Los registros muestran que en ciertos pueblos de América central y septentrional, así como en algunas partes de África, unas pocas islas del Pacífico y cierto número de tribus dravídicas indias, se ofrecían sacrificios humanos para la cosecha.[422] Aparte de los khonds, el proceso aparece claramente entre los aztecas, en México, donde se decapitaba a una joven en el templo del dios del maíz en una ceremonia que tenía lugar cuando el cultivo había alcanzado la madurez. Sólo después de que se realizara la ceremonia podía recogerse y comerse el maíz (antes de ella, era sagrado y no podía tocarse). Es posible imaginar las razones por las cuales el sacrificio, que empezó preservando unas cuantas espigas de trigo, se fue volviendo cada vez más complicado y, aparentemente, más cruel. Cada vez que la cosecha fracasaba y llegaba el hambre, los pueblos primitivos habrían imaginado que los dioses estaban descontentos y no les eran favorables, lo que les habría llevado a redoblar sus esfuerzos y añadir a sus costumbres más dosis de abnegación en un intento de reparar el desequilibrio.[423]

Después del sacrificio, la siguiente adición importante al núcleo de creencias básicas que estamos examinando es el concepto de «dios de los cielos», la más difundida de todas las nuevas ideas que habían surgido desde principios del Neolítico. Esto tampoco es muy difícil de entender, aunque muchos estudiosos modernos minimizan hoy este aspecto. De día, el aparente movimiento del sol es claramente visible, de forma constante «muere» y «renace», y su papel en las estaciones y en el crecimiento de las cosas tuvo que haber sido tan obvio como misterioso para todos. De noche, la multitud de estrellas y el aún más curioso comportamiento de la luna, que crece y mengua, desaparece y reaparece, su vínculo con las mareas y el ciclo de la mujer, debió de haberla hecho parecer, si cabe, todavía más misteriosa. En Mesopotamia (donde había tres mil trescientos nombres de dioses), la palabra sumeria para divinidad, dingir, significaba «brillante, reluciente», y lo mismo ocurría en el acadio. Dieus, dios del cielo luminoso, era una divinidad común a todas las tribus arias.[424] El dios indio Dyaus, el romano Júpiter y el griego Zeus evolucionaron todos a partir de una primitiva divinidad celeste, y en varias lengua la palabra que designa la luz es también la palabra que designa la divinidad. En la India, en tiempos védicos, el dios del cielo más importante era Varuna, y en Grecia Urano era el cielo.[425] Su lugar sería finalmente ocupado por Zeus, que es probablemente la misma palabra que Dieus y Dyaus, las cuales significan «brillo», «resplandor» y «día». La existencia de dioses celestiales es la responsable del concepto de «ascensión». En distintas lengua antiguas el verbo «morir» estaba asociado a escalar montañas o a irse a las colinas.[426] Estudios etnológicos han mostrado que, en todo el mundo, el cielo, en tanto morada de los dioses, es un lugar que queda «arriba», al que se llega mediante una cuerda, un árbol o una escalera, y encontramos muchos ritos de ascensión en las antiguas religiones védicas, mitraicas y tracias.[427] El concepto de ascensión desempeña un papel central en el cristianismo.

El simbolismo lunar parecer estar asociado con nociones primitivas acerca del tiempo (véase Génesis 1, 14-19).[428] La forma que la luna adopta en cuarto creciente indujo a los pueblos antiguos a ver en ella un eco de los cuernos del toro, por lo que al igual que el sol se la comparó en ocasiones con esta divinidad. Por último, la muerte y renacimiento constantes de la luna hizo que, como el sol, se la asociara con la fertilidad. La existencia del ciclo menstrual convenció a algunos pueblos primitivos de que la luna era «la patrona de las mujeres» y, en ciertos casos, «la primera hembra».[429]

Los dioses del cielo también desempeñaban una importante función en otra idea central, la de una vida después de la muerte. Sabemos que desde tiempos paleolíticos el hombre primitivo tenía una rudimentaria noción de la «otra vida» porque incluso entonces algunas personas eran enterradas en tumbas junto a aquellas cosas que, se imaginaba, podría necesitar en el otro mundo. Al observar el mundo que le rodeaba, el hombre primitivo debió de encontrar muchísimos hechos que demostraban la existencia de esa otra vida, del morir y el renacer. La luna y el sol continuamente estaban apareciendo y desapareciendo. Muchos árboles perdían sus hojas cada año, pero luego éstas volvían a crecer con la llegada de la primavera. La noción de otra vida implica, es claro, la idea de una existencia después de la muerte, lo que dio origen a otra idea fundamental adicional, «el concepto más básico» de la humanidad, en palabras del historiador S. G. Brandon: el alma. El alma, sostiene este estudioso, es una idea relativamente moderna (en comparación con la noción de «otra vida») e incluso hoy está lejos de ser universal (aunque su colega E. B. Tylor piensa que es posible encontrarla en el núcleo de todas las religiones).[430] Una creencia muy común es que sólo seres humanos muy especiales tienen alma. Algunos pueblos primitivos atribuyen un alma al hombre pero se la niegan a las mujeres, otros creen lo contrario. En Groenlandia existía la creencia de que únicamente las mujeres que morían durante el parto tenían alma y disfrutaban de la otra vida a partir de entonces. Para distintos pueblos el alma reside en diferentes partes del cuerpo o relacionadas con él: los ojos, el pelo, la sombra, el estómago, la sangre, el hígado, el aliento y, por encima de todo, el corazón. Para algunos pueblos primitivos, el alma abandonaba el cuerpo por la parte superior de la cabeza, y éste es el motivo por el que la trepanación siempre ha sido un ritual religioso bastante común.[431] Por su parte, el alma hindú no es el corazón sino que es del «tamaño de un pulgar» en el momento de la muerte, y vive en el corazón. El Rig Veda reconoce al alma como «una luz en el corazón». Los gnósticos y los antiguos griegos consideraban el alma como la «chispa» o el «fuego» de la vida.[432]

Con todo, existía también un sentimiento generalizado de que el alma es una versión alternativa del yo.[433] Antropólogos como Tylor consideran que esto se remonta a la forma en que el hombre primitivo experimentaba los sueños, al hecho de que «en el sueño parecía posible abandonar el propio cuerpo y partir de viaje y, en ocasiones, encontrar a aquellos que estaban muertos».[434] Al reflexionar sobre estas experiencias, los pueblos primitivos podrían haber concluido de forma natural que existía una especie de yo interior o alma que moraba dentro del cuerpo durante la vida, por las noches el alma dejaba temporalmente el cuerpo y, tras la muerte, lo abandonaba definitivamente.[435]

Para los antiguos egipcios, había otras dos entidades que existían además del cuerpo, el ka y el ba. «La primera era considerada como una especie de doble de la persona viva y actuaba como su genio protector: se la representaba con un signo jeroglífico de dos brazos extendiéndose en un gesto protector». Al morir una persona, era necesario proporcionar suministros al ka y la tumba recibía el nombre de het ka, «casa de la muerte».[436] «Desconocemos de qué sustancia creían que estaba compuesto».[437] El ba, la segunda entidad, aparece descrita usualmente como el «alma» en las obras modernas sobre la antigua cultura egipcia, y se la representaba como un ave con cabeza humana. Podemos tener casi la certeza de que con ello se pretendía sugerir la idea de libertad de movimiento, de no estar atado a las limitaciones físicas impuestas por el cuerpo. En las ilustraciones del Libro de los muertos, compuesto hacia el año 1450 a. C., se representa con frecuencia al ba posado sobre la puerta de la tumba, o bien observando el fatídico momento en que, tras la muerte, se pesa el corazón del difunto. «Pero el concepto era de algún modo vago y el ba no parece haber sido considerado como el yo esencial o como el principio que anima la vida».[438]

Los egipcios concebían al individuo como un organismo psicofísico, «sin que ninguna de sus partes constitutivas fuera más importante que la otra». Los complejos rituales funerarios practicados en Egipto durante tres milenios reflejan el hecho de que se esperaba que una persona se «reconstituyera» después de la muerte. Ello explica el largo proceso de embalsamamiento para prevenir la descomposición del cuerpo y la subsiguiente ceremonia de la «apertura de la boca», cuyo objetivo era revivir la capacidad del cuerpo para alimentarse. «La otra vida nunca era una cosa etérea para la imaginación egipcia, como ocurría en cambio en otros lugares, y apenas el hombre pudo dejar por escrito sus pensamientos encontramos la idea de que el ser humano es más que carne y sangre».[439]

En Mesopotamia la situación era diferente. Los habitantes de esta región creían que los dioses habían negado la inmortalidad a los humanos y que era eso, precisamente, lo que los hacía humanos. Además, aunque consideraban también que el hombre era un organismo psicofísico, a diferencia de los egipcios, pensaban que el componente psíquico era una única entidad. Ésta recibía el nombre de napitsu, término que en un principio significaba «garganta», y luego se amplió para denotar «aliento», «vida» y «alma». El napitsu, no obstante, no era considerado como el yo interior más esencial, sino como un principio vital que animaba a los organismos vivos, y lo que le sucedía después de la muerte no es claro. Aunque no creían en que la inmortalidad fuera posible, los antiguos habitantes de Mesopotamia sí creían en alguna forma de supervivencia post mortem, una contradicción en términos en cierto sentido.[440] La muerte, creían, provocaba un cambio terrible en la persona, la transformaba en un etimmu. «El etimmu necesitaba ser alimentado mediante ofrendas fúnebres, y tenía el poder de atormentar a los vivos si se le descuidaba… entre los demonios más temidos de Mesopotamia se encontraban los etimmus de aquellos cuya muerte se desconocía y no habían sido objeto de los ritos funerarios adecuados. Con todo, incluso estando bien aprovisionado, la otra vida era lúgubre. Los muertos moraban en kur-un-gi-a, la tierra de la que no se regresa, donde el polvo era su alimento y la arcilla su sustancia… donde no veían la luz y vivían en la oscuridad».[441]

Los orígenes de la religión hindú son muchísimo más problemáticos que los de cualquier otra de las grandes religiones. Después de que sir William Jones, un juez británico que vivió y trabajó en la India a finales del siglo XVIII, llamara la atención sobre las similitudes entre el sánscrito y varias lenguas europeas, los estudiosos han propuesto la hipótesis de que existió un antiguo idioma proto-europeo a partir del cual todos los demás se habrían desarrollado y un pueblo proto-indoario que habría hablado esa «proto-lengua» y habría contribuido a su difusión. En su versión más cuidada, esta teoría propone que este pueblo habría sido el primero en domesticar el caballo, un avance que les habría ayudado a desplazarse y les habría otorgado un gran poder sobre otros.

Debido a su relación con el caballo, los proto-indo-arios, en opinión de muchos, habrían llegado desde las estepas que hay entre el mar Negro y el Caspio, entre el Caspio y el mar de Aral, o de otros lugares de Asia central. Las investigaciones más recientes sitúan su hogar en la cultura abashevo, en el bajo Volga, y en la cultura sintashta-arkaim, en el sur de los Urales. Desde allí, según Asko Parpola, un profesor finlandés de indología, «el caballo doméstico y la lengua indo-aria parecen haber entrado al sur de Asia en la cultura funeraria gandhara del norte de Pakistán hacia 1600 a. C».. Se considera que el aspecto más importante de su migración estuvo en el noroeste de la India, en el valle del Indo, donde las grandes civilizaciones de Harappa y MohenjoDaro sufrieron un misterioso declive hacia el segundo milenio a. C., del que se responsabiliza a los indo-arios. Se cree que fueron los indoarios los que compusieron el Rig Veda. Su lugar de origen y su migración, se afirma, están reflejados en el hecho de que la lengua fino-ugria posee cierto número de palabras tomadas en préstamo a lo que luego se convertiría en sánscrito, que las tribus Andronovo de las estepas tengan una cultura similar a la que se describe en el Rig Veda, y que dejaron un rastro de nombres, principalmente de ríos (palabras que se sabe son muy estables), a medida que se desplazaban por Asia central. También habrían introducido el carro (y por tanto el caballo) en India, y asimismo el hierro, los cuales también aparecen mencionados en el Rig Veda.[442] Por último, el ambiente del Rig Veda es, en general, pastoril, no urbano, lo que significa que fue escrito antes de que los indo-arios llegaran al mundo fundamentalmente urbano del valle del Indo.

Esta visión ha sido severamente criticada en los últimos años, en especial por académicos indios que sostienen que esta teoría «migracionista» es «racista», una idea de estudiosos occidentales que no pueden creer que la India produjera todo el Rig Veda sola. Los investigadores indios afirman que no hay en realidad pruebas que demuestren que los indo-arios llegaran desde fuera y señalan que el centro del Rig Veda corresponde al actual Punjab. Tradicionalmente, esto planteaba un inconveniente, porque el nombre Punjab se basa en el sánscrito panca-ap, que significa «cinco ríos», mientras que el Rig Veda se refiere a un área de «siete ríos», siendo el Sarasvati el más majestuoso de todos.[443] Durante muchos años nadie consiguió identificar a cuál de los ríos actuales podía corresponder el Sarasvati, por lo que empezó a ser considerado por algunos como una especie de entidad «celestial». No obstante, en 1989 los arqueólogos descubrieron el lecho hoy seco de lo que en otro tiempo fue un río gigantesco que, en algunos puntos, había llegado a tener casi diez kilómetros de ancho, un hecho que sería luego confirmado por fotografías tomadas por satélite.[444] A lo largo de las orillas de este lecho seco (y de un gran afluente, lo que eleva a siete el total de ríos de Punjab) se han localizado no menos de trescientos yacimientos arqueológicos. Esto confirmaría, al menos para los indigenistas, no sólo que el área del Rig Veda estaba dentro de la India, sino también el derrumbe de la civilización del valle del Indo, un acontecimiento al que habría contribuido la desecación de los ríos.[445] Estos autores también llaman la atención a recientes investigaciones sobre los sucesos astronómicos que aparecen en el Rig Veda, los cuales, dicen, confirman que estos textos son muy anteriores a 1900-1200 a. C., el lapso temporal a los que tradicionalmente se los vincula. Los investigadores sostienen que la astronomía y los cálculos matemáticos involucrados demuestran que los indo-arios eran originarios del noroeste de la India, que es el lugar donde empezaron los idiomas indoeuropeos, y que las matemáticas indias estaban mucho más avanzadas que las de cualquier otro lugar. Aunque el debate está lejos de llegar todavía a una conclusión definitiva (hay graves vacíos tanto en la teoría migracionista como en la indigenista), lo cierto es que la matemática india era muy sólida y que, como hemos comentado en el capítulo anterior, una escritura muy antigua, quizá la más antigua hasta ahora hallada, fue descubierta hace muy poco en la India.

En el pensamiento védico, la vida del hombre se dividía en dos etapas. Su existencia terrenal era considerada la más deseable. Los himnos del Rig Veda hablan de gente que vive la vida plenamente y valoran la buena salud, la comida y la bebida, los lujos materiales, los niños.[446] Pero hay también una existencia post mortem, cuya calidad depende, hasta cierto punto, de la piedad que uno haya demostrado aquí en la tierra. Con todo, estas dos etapas eran definitivas: no había en absoluto ninguna idea de que el alma pudiera retornar a la tierra para vivir de nuevo, eso fue una invención posterior. En una primera fase, cuando los cuerpos védicos se enterraban, se creía que los muertos vivían en un inframundo presidido por Yama, el dios de la muerte.[447] A los muertos se los enterraba con pertenencias personales e incluso con comida, aunque no es claro qué parte de la persona era la que consideraban que sobrevivía.[448] Los indo-arios pensaban que un individuo se componía de tres entidades: el cuerpo, el asu y el manas.

El asu era básicamente el «principio vital», equivalente a la psyque de los griegos, y el manas era la sede de la mente, la voluntad y las emociones, equivalente al thymos griego. Al parecer carecían de una palabra para (y de la idea de) el alma como «yo esencial». Las razones por las que luego dejaron los enterramientos y pasaron a cremar a sus muertos tampoco son claras.

De la creencia en la existencia de las almas, es fácil pasar a la creencia en un lugar al que éstas puedan ir después de la muerte. Lo que nos lleva a preguntarnos dónde surgió toda una constelación de ideas asociadas: la otra vida, la resurrección, el cielo y el infierno.

Lo primero que es importante anotar es que el cielo, el infierno y el alma inmortal fueron ideas tardías en el mundo antiguo.[449] El concepto moderno de alma inmortal es una idea griega, que debe mucho a Pitágoras. Antes de ello, la mayoría de civilizaciones antiguas pensaban que el hombre tenía dos tipos de alma. Por un lado, estaba el «alma libre», que representaba la personalidad individual. Por otro, había cierto número de «almas corporales» que dotaban al cuerpo de vida y conciencia.[450] Para los antiguos griegos, por ejemplo, la naturaleza humana estaba compuesta por tres entidades: el cuerpo; la psyque, definida como el principio vital y situada en la cabeza; y el thymos, la «mente» o «conciencia», localizado en los phrenes o pulmones.[451] Durante la vida, el thymos era considerado la más importante de estas entidades, pero no sobrevivía a la muerte. La psyque, por su parte, se convertía en el eidolon, una forma fantasmal del cuerpo.

La distinción no sobrevivió más allá del siglo VI a. C., cuando la psyque empezó a ocupar el lugar de ambos y a ser considerada el yo esencial, la sede de la conciencia y el principio vital. Píndaro pensaba que la psyque tenía un origen divino y que, por tanto, era inmortal.[452] Al desarrollo de la idea de un alma inmortal propuesta por Pitágoras contribuyeron a continuación Parménides y Empédocles, otros filósofos griegos de Italia meridional y Sicilia. A estos pensadores se los vincula con una secta mística y puritana conocida como los órficos, que en ocasiones eran «vegetarianos fanaticios». Esto parece haber formado parte de una rebelión contra el sacrifico y la secta usaba drogas psicotrópicas: hachís, cáñamo, cannabis (aunque las investigaciones al respecto son muy polémicas). Se dice que estas ideas y prácticas provenían de los escitas, cuya patria estaba al norte del mar Negro (y Homero la visitó). Éstos disponían de un curioso culto alrededor de cierto número de individuos que padecían una enfermedad crónica, posiblemente hemocromatosis, quizá causada por los ricos depósitos de hierro de la región. Esta afección conduce a la impotencia total y al eunucoidismo. Hay varios relatos sobre travestismo en la zona y estos individuos quizá dirigieran ceremonias funerarias en Escitia que involucraban el uso de drogas para producir éxtasis.[453] ¿Es posible que este culto sirviera de base al orfismo y que los trances y alucinaciones provocados por el uso de drogas fueran el mecanismo que condujo a los griegos a concebir la idea del alma y, en relación con ella, la de la reencarnación? Pitágoras, Empédocles y Platón creían en la reencarnación y en la metempsicosis: la idea de que las almas pueden volver al mundo dentro de otros animales e, incluso, de plantas. Los órficos creían que la forma real que adoptaba el alma al reencarnarse era una especie de castigo por algún «pecado original».[454] Tanto Sócrates como Platón compartían la idea de Píndaro sobre el origen divino del alma y fue en este período cuando se consolidó la concepción de que el alma era más valiosa que el cuerpo. Es importante señalar que ésta no era la opinión mayoritaria de los atenienses, que fundamentalmente creían que las almas eran algo desagradable y hostil para los vivos. Muchos griegos no creían que hubiera una vida después de la muerte.

Para los griegos que sí creían en algún tipo de vida después de la muerte, los muertos iban directamente al inframundo que en la Ilíada custodia el perro Cerbero. El alma sólo podía llegar a este «lugar carente de alegría» cruzando el río Estigio. El inframundo recibía el nombre de Hades, palabra que deriva de un término que significa invisible, no visto.[455] Al parecer la muerte se consideraba algo inevitable. Atenea le dice a Telémaco, el hijo de Odiseo, que «la muerte es común a todos los hombres, y ni siquiera los dioses pueden evitársela al hombre que aman…».[456] Sin embargo, en las últimas secciones de la Odisea hay un cambio. Por ejemplo, Proteo le dice a Menelao que él será enviado «a los Campos Elíseos en los confines de la tierra». El nombre Elíseo es anterior a los griegos y, por tanto, esta idea tiene que haber nacido en otro lugar. Por la época en que Hesíodo compone su Los trabajos y los días (finales del siglo VIII a. C.), escuchamos hablar de la Isla de los Bienaventurados, a la que se envía a muchos héroes cuando han terminado su vida en la tierra. Aproximadamente en la misma época, encontramos por primera vez poemas épicos que mencionan a Caronte, el barquero de los muertos. En el siglo V a. C., empezó la costumbre griega de enterrar a los muertos con un óbolo, una pequeña moneda para que el fallecido pagara a Caronte.[457] Hacia el año 432 a. C., en un monumento oficial para conmemorar una guerra, se dice que las almas de los atenienses muertos son recibidas por el aither, «el aire superior», aunque sus cuerpos permanecerán en la tierra. En Platón y en muchas tragedias griegas descubrimos que los atenienses no parecen haber creído en la existencia de recompensas y castigos después de la muerte. «De hecho, no parecen haber esperado gran cosa en realidad. “Tras la muerte todos los hombres son tierra y sombra: nada va a la nada”». (Esto lo dice un personaje en una obra de Eurípides). En el Fedón platónico, Simmias revela su temor de que al morir su alma se disperse «y éste sea su fin».[458]

El origen del paraíso, o de la palabra al menos, está mejor documentado. Proviene de una antigua palabra meda compuesta por pari, que significa «alrededor», y daeza, que significa «muro». (Los medos eran una civilización establecida en Irán hacia el siglo VI a. C.). La palabra paridaeza significó diversas cosas, viñedo, arboleda de palmas datileras, el lugar en el que se hacían los ladrillos; y en algún momento llegó incluso a designar el «barrio chino» de Samos. Sin embargo, su significado actual probablemente esté más relacionado con su aplicación a los cotos de caza reales o, simplemente, a los suntuosos jardines umbríos que eran privilegio de la aristocracia. Esto pudo vincularse a la creencia, que examinaremos a continuación, de que sólo los reyes y los aristócratas irán al paraíso, mientras que todos los demás lo harán al infierno. En los escritos sobre Pitágoras hay algunos indicios de que su idea de la otra vida y del alma inmortal estaba reservada a la aristocracia, por lo que esta concepción quizá haya sido una forma de preservar los privilegios de la clase alta en una época en que empezaba a verse marginada a medida que aumentaba la importancia de las ciudades (y los mercaderes).

Entre los israelitas, la idea de alma nunca se desarrolló de un modo complejo. El Dios de Israel creó a Adán a partir de ’adamah, el barro, y luego infundió en él «el aliento de la vida» para que se convirtiera en un nephesh, o «alma viviente».[459] Este término es similar a la palabra acadia napistu, y se lo asocia con la sangre, la «sustancia de la vida», que se va con la muerte.[460] Los hebreos nunca tuvieron una palabra para el «yo esencial» que sobrevive a la muerte. No debemos olvidar que todo el libro de Job de las Escrituras hebreas trata del problema de la fe y el sufrimiento y las desigualdades en una vida en la que no hay ningún más allá (todas las recompensas que su Dios promete a los judíos son terrenales). Incluso con la llegada del mesianismo judío, el concepto de alma sigue ausente. Había el concepto de Sheol, pero éste se asemeja más a la palabra «tumba» que a la idea de Hades, como en ocasiones se lo traduce. «El Sheol estaba localizado en las honduras de la tierra (Salmos 63,10), estaba repleto de gusanos y polvo (Isaías 14:11) y era imposible escapar de él (Job 7,9-10)». Fue sólo después del exilio en Babilonia cuando surgieron las secciones buena y mala del Sheol, y empieza a asociárselo con la Gehenna, un valle al sur de Jerusalén en el que inicialmente se creía que tendrían lugar los castigos del Juicio Final. Poco tiempo después, se convirtió en el nombre del infierno de fuego.[461]

El último y acaso más importante aspecto de esta constelación de creencias fundamentales es el simple hecho de que, hacia la época en que surgieron las primeras grandes civilizaciones, los dioses principales cambiaron de sexo, cuando se relegó a la Gran Diosa y a un montón de diosas menores y dioses con atributos masculinos tomaron su lugar. Una vez más, no es muy difícil entender por qué ocurrió esta transformación. Las sociedades predominantemente agrícolas, agrupadas alrededor del hogar, eran por lo menos igualitarias y muy probablemente matriarcales, con la madre como centro de muchas actividades. Por su parte, la vida en las ciudades estaba más dominada por los hombres, como hemos comentado en el capítulo precedente. Una mayor necesidad de ejércitos permanentes favoreció a los hombres, que podían dejar el hogar. También los favoreció el desarrollo de oficios especializados: mientras que las mujeres se quedaban en casa para cuidar de la prole, los hombres podían convertirse en alfareros, herreros, soldados, escribas y, especialmente, sacerdotes. El desempeñar distintas funciones amplió sus intereses de una manera que estaba vedada a las amas de casa, y les hizo sentir una necesidad más apremiante de participar en política. En tales circunstancias, era natural que los líderes también fueran hombres, y por tanto los reyes pasaron a tener más relieve que las reinas. El efecto que este cambio ha tenido en la historia de la humanidad es incalculable. La primera vez que se llamó la atención sobre este cambio fue en el siglo XIX, en la obra de Johann Jakob Bachofen Derecho materno.

El análisis de las religiones antiguas puede parecer en ocasiones una especie de numerología. Hay tantas, y son tan variadas entre sí, que pueden adaptarse prácticamente a cualquier teoría. No obstante, hasta donde las religiones del mundo pueden reducirse a elementos fundamentales, esos elementos son: una creencia en la Gran Diosa, en el Toro y en los principales dioses celestiales (el sol y la luna), en las piedras sagradas, en la eficacia del sacrificio, en otra vida y en algún tipo de alma que sobrevive a la muerte y vive en algún lugar bendito. Estos elementos describen incluso muchas de las religiones que existen hoy en algunas de las zonas menos desarrolladas del mundo. Entre las grandes civilizaciones, sin embargo, este catálogo es imposible de aplicar y la razón para este estado de cosas es, sin discusión, uno de los grandes misterios de la historia de las ideas. Durante el período comprendido entre los años 750 y los años 350 a. C. el mundo experimentó una extraordinaria transformación. En ese lapso de tiempo, un período relativamente corto, surgieron la mayoría de las grandes fes religiosas del mundo.

El primer hombre que señaló este hecho fue el filósofo alemán Karl Jaspers en 1949, en su libro Origen y meta de la historia. Jaspers denominó a este período la «Era Axial» y lo describió como una época en la que «nos encontramos con la línea divisoria más profunda de la historia. El hombre, como lo entendemos hoy, nació entonces… Los más extraordinarios acontecimientos se concentran en este período. Confucio y Lao-tse vivían en China, todas las escuelas de filosofía china aparecieron entonces, incluidas las de Mo-ti, Chuang-tse, Leh-tsu y muchas otras más; la India produjo los Upanishads y Buda y, al igual que China, recorrió todo el espectro de posibilidades filosóficas del escepticismo, al materialismo, a la sofística y el nihilismo; en Irán, Zaratustra enseñó una sugerente visión del mundo como una lucha entre el bien y el mal; en Palestina, aparecen los profetas, desde Elías y a través de Isaías y Jeremías hasta el Deutero-Isaías; Grecia es testigo de la aparición de Homero, los filósofos —Parménides, Heráclito y Platón—, de las tragedias, de Tucídides y Arquímedes. Todo lo que implican estos nombres se desarrolló durante estos pocos siglos casi de manera simultánea en China, India y Occidente, sin que ninguna de estas regiones conociera lo que ocurría en las otras».[462]

Jaspers consideraba que el hombre, de algún modo, se hizo «más humano» en esta época. El filósofo pensaba que en esta época habían aparecido la reflexión y la filosofía, que había tenido lugar un «gran avance espiritual» y que entre los chinos, indios, iraníes, judíos y griegos habían creado la psicología moderna en la que la relación del hombre con Dios asume la forma de un individuo que busca una meta «interior» y no ya la de una serie de relaciones con una serie de dioses situados «allá afuera», en los cielos, en el paisaje que nos rodea o entre nuestros ancestros. No todas las fes que surgen en este período son, en sentido estricto, monoteístas, pero todas sí se centran en un individuo, bien sea este hombre (siempre un hombre) un dios, una persona a través de la cual habla Dios o alguien con una visión o concepción particular de la vida que resulta atractiva para un gran número de personas. Podría decirse que éste es el cambio más trascendental de la historia de las ideas.

Empezaremos con la religión de Israel no porque sea la primera (no lo es, como veremos) sino porque, como afirma Grant Allen, «el peculiar logro de Israel es el haber desarrollado a Dios».[463] En el caso de Israel, esta evolución resulta especialmente clara.

El nombre del dios judío, Yahveh, el cual le fue revelado a Moisés, parece ser originario de Mesopotamia. Esto es algo que sabemos hace relativamente poco tiempo, desde el descubrimiento en el decenio de 1930 de un conjunto de textos en arcilla en Nuzu, un yacimiento situado entre la moderna Bagdad y Nimrud, en Irak. Escritos en el siglo XV o XIV a. C., estos textos no se refieren a ningún individuo bíblico por su nombre pero sí esbozan una serie de leyes y describen una sociedad en la que es posible reconocer aquella a la que huyó Jacob, el hijo de Isaac, tras haber engañado a su padre para que le bendijera en lugar de a su hermano Esaú (una sociedad que la Biblia sitúa en Mesopotamia). Por ejemplo, en la Biblia Jacob compra a su hermano Esaú su «primogenitura». Las tablillas de Nuzu manifiestan con claridad que los derechos de herencia son negociables. El abuelo de Jacob, Abraham, aunque nacido en Uruk, pasó luego un tiempo en Haran, al norte de Mesopotamia. Esta área en general era un territorio en el que se encontraban diversos pueblos, el más importante de los cuales lo conformaban los amoritas, los arameos y los hurritas. El nombre de Yahveh aparece con frecuencia entre los nombres amoritas.[464]

Sin embargo, hasta un período relativamente tardío de la historia judía, los israelitas tuvieron un número «considerable» de divinidades. «Pues cuantas son tus ciudades, otros tantos son tus dioses, Judá», dice el profeta Jeremías, que escribe en el siglo VI a. C.[465] Cuando la religión israelita aparece por primera vez, en las escrituras hebreas, encontramos no menos de tres formas principales de culto: el culto de los teraphim o dioses familiares, el culto de las piedras sagradas y el culto de ciertos grandes dioses, en parte nativos, en parte quizá tomados de otras culturas. Algunos de estos dioses tienen forma de animales, otros de dioses celestiales, el sol en particular. En la Biblia hay muchas referencias a estos dioses. Por ejemplo, cuando Jacob huye de Labán, nos enteramos de que Raquel roba los teraphim de su padre: cuando el enfurecido jefe finalmente atrapa a los fugitivos, una de sus primeras preguntas es por qué han robado sus dioses.[466] Oseas se refiere a los teraphim como «maderos», mientras que Zacarías los rechaza como «ídolos que dicen falsedades a la gente».[467] Es claro que los teraphim eran conservados en cada hogar con reverencia y cuidado, que las familias les ofrecían sacrificios cada cierto tiempo y que se les consultaba en todo momento de duda o dificultad mediante «un sacerdote doméstico “vestido con un efod”. En todo ello los israelitas se diferenciaban muy poco de los pueblos que les rodeaban».[468]

El culto de las piedras también desempeñó un papel importante en la primitiva religión semítica. Para los antiguos hebreos una piedra sagrada era un «Beth-el», un lugar en el que moran los dioses.[469] La leyenda del sueño de Jacob nos proporciona un ejemplo en el que la piedra sagrada es ungida y se le promete como ofrenda el pago de un diezmo. En otros lugares las mujeres rezaban a piedras en forma fálica para que se las bendijera con hijos.[470] En Deuteronomio y en el segundo libro de Samuel, encontramos referencias a Yahveh como roca. Las referencias a otros grandes dioses son igualmente numerosas. Los nombres de Baal y Moloch se emplean como términos generales en las Escrituras hebreas y se aplican principalmente a dioses locales de la región semítica y, en ocasiones, a piedras sagradas. En Dan y Bethel se adoraba a un dios con forma de toro joven en la época en que los israelitas levantaron un «becerro de oro» en el desierto durante el Éxodo.[471] Grant Allen afirma explícitamente que en un principio Yahveh fue adorado en forma de toro joven. En otras palabras, la religión israelita fue politeísta durante siglos, y la adoración de Baal, Moloch, el toro y la serpiente se desarrolló de forma paralela al culto de Yahveh «sin que existiera una rivalidad consciente».[472] Pero luego todo esto empezó a cambiar, y las consecuencias para la humanidad fueron tremendas.

Este cambio tuvo dos vertientes. La primera es que el Yahveh original era un dios de la prosperidad, la fecundidad y la fertilidad. En la Biblia, Yahveh promete a Abraham «te multiplicaré sobremanera», «serás padre de una muchedumbre de pueblos», «te haré fecundo sobremanera». Y dice lo mismo a Isaac.[473] Una de las costumbres judías más famosas, la circuncisión, es obviamente un rito de fertilidad relativo al principio masculino y una confirmación del predominio alcanzado por los dioses masculinos sobre los femeninos.

El Yahveh primitivo era también un dios de la luz y el fuego. La historia de la zarza ardiente es bastante conocida, pero, además, hay que contar con que Zacarías dice «Yahveh hará relámpagos», mientras que Isaías lo describe de la siguiente forma: «La luz de Israel vendrá a ser fuego, y su Santo, llama… Sus labios llenos están de furor, su lengua es como fuego que devora».[474] De esto a la idea de que Yahveh es «un fuego devorador, un Dios celoso» sólo hay un paso.[475] El judaísmo primitivo también incorporó diversos aspectos del culto a la luna. Por ejemplo, el sábado (shabbatum, el «día de luna llena» en Babilonia) era originalmente el funesto día dedicado al maligno dios Kewan o Saturno, en el que nadie deseaba realizar trabajos de ningún tipo. Las implicaciones de la división del mes lunar en cuatro semanas de siete días, cada uno dedicado a uno de los dioses de los siete planetas, son evidentes.

Cuando se los examina con atención, los versículos bíblicos que vinculan el judaísmo primitivo con religiones paganas todavía más antiguas, y manifiestan todas las creencias nucleares que hemos identificado, resultan clarísimos. Lejos de ser una presencia etérea, omnipotente y omnisciente, el Dios de las antiguas Escrituras hebreas vivía en un arca. De otro modo, ¿cómo se explica que ésta fuera considerada sacrosanta o que los filisteos se desesperaran por capturarla? Con todo, hay dos cosas que es necesario explicar ahora: por qué Yahveh se convirtió en un único dios y por qué en uno celoso, intolerante respecto a las demás deidades.

En primer lugar, tenemos las circunstancias particulares de los israelitas en Palestina.[476] Eran una tribu pequeña, rodeada de enemigos poderosos. Constantemente estaban luchando, y vivían siempre amenazados. El arca de Yahveh (el altar portátil), en su estancia en Shiloh, parece haber servido como punto de encuentro del patriotismo hebreo. Con el becerro de oro (es decir, el toro) en su interior, el arca iba siempre delante del ejército hebreo. Por tanto, había un solo dios en el arca, y aunque Salomón (siglo X a. C.) construyó templos dedicados a otros dioses hebreos, que existieron durante siglos, Yahveh se convirtió de este modo en la deidad principal.[477] Durante generaciones los dos pequeños reinos israelitas mantuvieron una precaria independencia frente a los grandes imperios de Egipto y Mesopotamia. Sin embargo, a comienzos del siglo VIII a. C., este delicado equilibrio se rompió y los judíos fueron derrotados en la batalla, primero por los asirios y luego por los babilonios. La existencia misma de Israel estaba en juego y, en respuesta a ello, «estalló un éxtasis de entusiasmo» por Yahveh. Fue así como surgió la «Edad de los Profetas», a la que debemos las primeras obras maestras de la literatura hebrea, concebidas para mover a los pecadores israelitas a actuar en conformidad con los deseos de su dios, Yahveh, que hacia el final de este período se había convertido en supremo.

Hay dos cuestiones relevantes aquí, una que consideraremos a continuación y otra que dejaremos para un capítulo posterior. En primer lugar, el mensaje e impacto de los profetas; en segundo lugar, la compilación de las Escrituras hebreas, que en lugar de ser una colección de palabras inspiradas por Dios son, como todos los textos sagrados, documentos claramente producidos por seres humanos con objetivos específicos.[478]

«Profeta» es una palabra de origen griego que designaba a quien hablaba ante la sagrada cueva del oráculo.[479] Los profetas hebreos desempeñaron un papel que ha sido considerado único en la historia de la humanidad, pero deben su destacado lugar no tanto a sus profecías mismas, como a sus atronadoras y repetidas denuncias de la maldad e hipocresía de la gente y a su predicción del terrible destino al que les conduciría este continuo alejamiento de Dios. Los profetas se oponían al sacrificio, la idolatría y al clero tradicional, no tanto por principio como por el hecho de que «los hombres realizaban los ademanes formales necesarios para honrar a Dios sin que sus acciones cotidianas evidenciaran en realidad el amor a Dios que otorga significado al sacrificio».[480] La principal preocupación de los profetas era la espiritualidad interior de Israel. Su propósito era alejar el culto de Yahveh de la idolatría (el ídolo en el arca) de tal forma que los fieles meditaran mejor en su propia conducta, en sus sentimientos y sus defectos. Este concentrarse en la vida interior sugiere que los profetas tenían en mente una religión urbana y se enfrentaban a los problemas que planteaba una vida en común más estrecha. Esto quizá explique por qué razón, en su esfuerzo por conmover a los israelitas y elevar su moral, los profetas forjaron la idea de revelación.[481]

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