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Segunda parte. De Isaías a Zhu XI: La novela del alma » Capítulo 6. Los orígenes de la Ciencia, la Filosofía y las Humanidades

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Capítulo 6

LOS ORÍGENES DE LA CIENCIA, LA FILOSOFÍA Y LAS HUMANIDADES

Cuando Allan Bloom, profesor de la Universidad de Chicago, publicó su libro The Closing of the American Mind (traducido al castellano como El cierre de la mente moderna), no se le ocurrió que estaba a punto de convertirse en una celebridad negativa. Indignado por el descenso del nivel intelectual que veía en todas partes a su alrededor, propuso de forma beligerante su idea de que el estudio de «la alta cultura» tenía que ser el principal objetivo de la educación. Ante todo, sostenía, debíamos prestar atención a la antigua Grecia, ya que ella proporcionaba «los modelos para los logros modernos». Bloom creía que de quienes más teníamos que aprender era de los filósofos y poetas del mundo clásico, pues las grandes cuestiones que ellos habían planteado por primera vez no habían cambiado con el paso de los años. Sus obras, decía, todavía tenían la capacidad de enseñarnos y de transformarnos, de conmovernos y de «hacernos sabios».[542]

Su libro desató una tormentosa polémica. Se convirtió en un éxito de ventas a uno y otro lado del Atlántico y él mismo se volvió un hombre rico y famoso. Al mismo tiempo, sin embargo, fue vilipendiado. Más o menos un año después de la aparición del libro, durante un congreso académico convocado en Chapel Hill, en el campus de la Universidad de Carolina del Norte, para discutir el futuro de la educación liberal, «un ponente tras otro» arremetió contra Bloom y otros que como él defendían una visión conservadora del mundo de la cultura. Según el New York Times, estos profesores consideraban que el libro de Bloom era un intento de endilgarle «las elitistas opiniones de unos machos europeos blancos muertos» a una generación de estudiantes que vivían en un mundo muy diferente, en el que las preocupaciones de las pequeñas ciudades-estado de hace 2500 años hacía mucho tiempo que había quedado obsoletas.

Aunque estas «guerras culturales» ya no sean tan agitadas como lo fueron en otra época, aún sigue siendo necesario subrayar por qué es tan importante lo ocurrido en un pequeño país europeo hace miles de años. H. D. F. Kitto inicia su libro Los griegos con estas palabras: «Pido al lector que, por el momento, acepte la siguiente declaración como una exposición de los hechos razonable: en una parte del mundo que durante siglos había alcanzado un altísimo grado de civilización, surgió gradualmente un grupo de personas, no muy numeroso, no muy poderoso, no muy bien organizado, que tenían una concepción absolutamente nueva del sentido de la vida humana y que por primera vez demostró para qué estaba hecha la mente del hombre».[543] O como afirma sir Peter Hall en un capítulo sobre la antigua Atenas titulado «La fuente original»: «La cuestión clave con Atenas es que fue la primera. Y fue la primera no en un sentido restringido: fue la primera en muchísimas de las cosas que, desde entonces, en verdad cuentan para la civilización occidental y lo que ésta significa. En el siglo V a. C. Atenas nos dio la democracia, en una forma más pura que conocemos… Nos dio la filosofía, incluida la filosofía política, en una forma tan desarrollada, que difícilmente alguien pudo añadir algo a ella durante más de un milenio. Nos dio la primera historia sistemática escrita en el mundo. Sistematizó el conocimiento médico y científico de la época, y por primera vez empezó a fundarlo en generalizaciones realizadas a partir de observaciones empíricas. Nos dio la primera poesía lírica y luego la comedia y la tragedia, todo ello también con un grado tan extraordinario de sofisticación y madurez, que parecieran haber estado germinando bajo el sol griego durante centenares de años. Nos dejó el primer arte naturalista; por primera vez, los seres humanos captaron y registraron para siempre el soplo del viento y las cualidades de una sonrisa. Sin ayuda de nadie inventaron los principios y las normas de la arquitectura…».[544]

Una nueva concepción del sentido de la vida humana. La fuente original. La primera en tantas de las cosas que en verdad cuentan para nosotros. Ésa es la razón por la que Grecia es tan importante, aun hoy. Es cierto que los antiguos griegos llevan muertos muchos tiempo, y también que una abrumadora mayoría de ellos eran blancos y, sí, para los estándares actuales, imperdonablemente hombres, pero la cuestión es que al descubrir lo que el historiador (y bibliotecario del Congreso estadounidense) Daniel Boorstin denomina «maravilloso instrumento interior», esto es, el valeroso cerebro humano y sus capacidades de observación y razonamiento, lo que nos han dejado los griegos supera con creces la herencia de cualquier grupo humano comparable. El legado más grandioso que nuestro mundo conoce.[545]

Este legado tiene dos características principales. Una es que los griegos fueron los primeros que en verdad entendieron que el mundo era cognoscible, que era posible conocer mediante la observación sistemática y sin la ayuda de los dioses, que el mundo y el universo poseen un orden ajeno por completo al de los mitos de nuestros ancestros. Y otra, que hay una diferencia entre la naturaleza, que funciona siguiendo leyes inmutables, y los asuntos humanos, que carecen de una ordenación semejante, pero en los cuales es posible imponer o acordar un orden que puede adoptar distintas formas y, por tanto, es modificable. En comparación con la idea de que el mundo sólo puede conocerse a través de Dios o en relación con él, o con la idea de que no puede conocerse en absoluto, esto representa una enorme transformación.

Los primeros cultivadores parecen haberse establecido en Tesalónica, al norte de Grecia, hacia el año 6500 a. C. Se cree que la lengua griega no llegó a esa zona antes de 2500 a. C., posiblemente traída por invasores de tipo ario procedentes de las estepas rusas. (En otras palabras, un pueblo similar al que invadió el norte de la India aproximadamente en la misma época). Hasta 2000 a. C., por lo menos, los prósperos pueblos griegos todavía no se habían fortificado, aunque para entonces las dagas de bronce comenzaron a alargase y convertirse en espadas.[546]

Grecia es un país muy fragmentado, compuesto por muchas islas y penínsulas, un hecho que quizá haya impulsado allí el desarrollo de la ciudad-estado. El linaje real y la cultura del héroe aristocrática, que en Homero constituyen la norma política universal, habían desaparecido de la mayoría de las ciudades griegas en los albores de la historia (aproximadamente hacia 700 a. C.). La experiencia de Atenas nos muestra por qué, y cómo, se abolió la monarquía.[547] La primera limitación impuesta a las prerrogativas reales ocurrió cuando los nobles eligieron a un jefe de guerra independiente, el arconte, debido a que el rey-sacerdote de la época no era un guerrero. A lo que siguió la promoción del arconte por encima del rey. Según la tradición, el primer arconte fue Medón, que ocupó el cargo de forma vitalicia y a quien sucedió su familia. El rey perdió poder, pero continuó siendo el principal sacerdote de la ciudad. Las tareas judiciales se separaron: mientras que el arconte pasó a ocuparse de los litigios por la propiedad, el rey se encargó de los casos relacionados con la religión y los homicidios. Un proceso que tiene cierta similitud con el que estaba teniendo lugar en Mesopotamia.[548]

La guerra fue también el trasfondo de un conjunto de relatos que desempeñaron un papel central en la autoconciencia griega, y que constituyen las primeras obras maestras de la literatura occidental. Éstas tratan de la expedición aquea (esto es, micénica) a Troya, una ciudad de Asia Menor (hoy Turquía). Con frecuencia se describe las dos grandes epopeyas de Homero, la Ilíada y la Odisea, como la literatura más antigua, la «fuente primordial» de la que desciende toda la literatura europea, el «portal» hacia nuevas formas de pensamiento. Entre ambas constan de cerca de veintiocho mil versos y antes de su aparición, y centenares de años después de ella, «no hay nada que se parezca así sea remotamente a este espectacular logro». Grecia reconoció el genio de Homero desde un principio. Los atenienses se referían a sus libros de la misma forma en que los cristianos devotos de nuestros días se refieren a la Biblia o los musulmanes al Corán. Sócrates citó versos de la Ilíada en el juicio en que sería condenado a muerte.[549]

Algo que es importante anotar sobre estas obras maestras es lo diferentes que son de los primeros relatos bíblicos, que según la mayoría de los estudiosos actuales fueron compuestos más o menos en la misma época. La Biblia hebrea, como veremos en el siguiente capítulo, es el fruto de muchas manos preocupadas por un mismo tema: la historia de los israelitas y lo que ésta revela sobre el plan de Dios. Se trata de una historia de hombres mortales, comunes y corrientes, de gente humilde y ordinaria que busca comprender la voluntad divina. Otras naciones, otros pueblos, tienen y veneran a otros dioses, lo que significa que están equivocados: no merecen compasión (y no la reciben). En contraste con ello, las epopeyas de Homero no se ocupan tanto del destino de la gente común y corriente como del de los héroes y de los mismos dioses, figuras que de un modo u otro atesoran dotes excepcionales. Pero sus relatos no son historias verdaderas. En este sentido, son más parecidas a las novelas modernas que toman un episodio y lo examinan en detalle para conocer lo que revela sobre la naturaleza humana. En palabras de Horacio, Homero empieza zambulléndose, in medias res. Sin embargo, los dioses de Homero no son «inescrutables». De hecho, son demasiado humanos, y tienen problemas y debilidades humanas. No menos significativo es el hecho de que los enemigos de los héroes homéricos son también héroes, dotados de su propia dignidad y honor y tratados en ocasiones con simpatía. Al componer sus epopeyas, Homero aprovechó una enorme cantidad de poemas y cantos que se habían estado transmitiendo oralmente durante generaciones. Estas composiciones se basaban en mitos y mythos, la palabra griega de la que deriva nuestra expresión, significa en realidad «palabra», en el sentido de «última palabra», una declaración final. El término se opone en esto a logos, que también significa «palabra» pero en el sentido de una verdad o afirmación que puede ser argumentada e incluso cambiada. A diferencia de los logoi, que se escribían en prosa, los mitos se escribían en verso.

Las historias de Homero son en cierto sentido las primeras narraciones «modernas». Sus personajes se desarrollan plenamente y parecen en verdad vivos, tienen puntos débiles y fuertes y poseen diferentes motivos y emociones; valientes en un momento, pueden mostrarse vacilantes en el siguiente, más parecidos a la gente real que a los dioses. Las mujeres son tratadas con igual simpatía que los hombres (y de forma igualmente completa): por ejemplo, en Helena vemos cómo la belleza puede ser tanto una maldición como una bendición. Ante todo, a medida que el relato va desarrollándose, Odiseo aprende (su carácter evoluciona) y ello lo hace más interesante que los dioses y lo eleva por encima de ellos. Odiseo se muestra como alguien dotado de pensamiento racional, independiente de los dioses.

El mismo proceso de razonamiento que encuentra su primera expresión en Homero se produjo en la vida comunitaria, lo que tuvo trascendentales consecuencias para la humanidad. Y al igual que en la Ilíada y la Odisea, la guerra desempeñó un papel.

Una de las invenciones que surgieron en esta parte del mundo, entre los lidios, como hemos visto, fueron las monedas. El invento se difundió con rapidez entre los griegos y el creciente uso del dinero hizo que aumentara la riqueza y que más hombres pudieran adquirir tierras. Estas tierras necesitaban que se las defendiera y en el siglo VII a. C. aparecieron, en conjunción con las nuevas armas, un nuevo tipo de guerrero y un nuevo tipo de guerra. Me refiero al surgimiento de la infantería «hoplita», dotada de cascos, lanzas y escudos de bronce (hoplon significa en griego «escudo»). Hasta la aparición de los hoplitas, los combates habían sido una cuestión básicamente individual, con ellos, sin embargo, surgieron las formaciones: los hombres avanzaban (principalmente en los valles, ya fuera para atacar o defender los cultivos que había en ellos) de manera disciplinada, en formaciones de ocho filas, en las que el lado derecho de cada hombre estaba protegido por el escudo de su compañero. Sí caía, el hombre que se encontraba a sus espaldas en la siguiente fila ocupaba su lugar.[550] El que más hombres compartieran la experiencia militar tuvo dos consecuencias. En primer lugar, el poder se le escapó a las viejas aristocracias; y en segundo lugar, se abrió una gran brecha entre ricos y pobres. (Los hoplitas tenían que costearse su propia armadura, por lo que provenían mayoritariamente de familias de campesinos ricos o de ingresos medios).

Esta brecha se abrió porque la tierra en Ática era pobre en lo que al cultivo de cereales se refiere. Por tanto, en los años de malas cosechas, los granjeros más pobres tenían que pedir prestado a sus vecinos más ricos. Con la invención de las monedas, sin embargo, en vez de pedir prestado un saco de grano para luego pagar un saco de grano a la antigua usanza, al granjero se le prestaba ahora el precio del saco. Por lo general, los préstamos se hacían cuando el grano era escaso y, por tanto, relativamente caro, y los pagos cuando el grano era abundante y barato. Esto fue la causa de que la deuda creciera y en Ática las leyes permitían que los acreedores detuvieran a los deudores insolventes y los esclavizaran junto con sus familias. Esta «ley del hombre rico» ya era bastante mala, pero la difusión de la escritura la hizo aún peor. Bajo la supervisión de Dracón, las leyes fueron puestas por escrito y ello animó a la gente a hacerlas cumplir. La «ley draconiana», se dijo, estaba escrita con sangre.[551]

El descontento se propagó, tanto que los atenienses tomaron una decisión que para nosotros sería inconcebible: nombraron un tirano como mediador. Originalmente, cuando la palabra empezó a usarse en Oriente Próximo, tirano no era una expresión peyorativa. Era un título informal, equivalente a «jefe». Usualmente el tirano surgía tras una guerra, momento en que su principal función era la de distribuir equitativamente las tierras del enemigo entre las tropas vencedoras. En Atenas se eligió a Solón como tirano debido a que tenía una amplia experiencia. Descendiente lejano de los reyes, Solón era además autor de poemas en los que criticaba a los ricos por su codicia. Tomó posesión del cargo en el año 594 o 592 a. C. y su primera medida fue la abolición de la esclavitud por deudas y la cancelación de todas las deudas pendientes. Por otro lado, prohibió la exportación de todos los productos agrícolas, con excepción del aceite de oliva, en el que los atenienses nadaban, argumentando que los grandes terratenientes no podían vender sus productos en mercados ricos mientras en Atenas sus compatriotas padecían hambre. Su siguiente paso fue cambiar la constitución. Hasta su llegada al poder, Atenas había estado gobernada por un sistema tripartito. Para esta época, había nueve arcontes en lo más alto; luego venía el consejo de los mejores hombres, o aristoi, que se reunía para discutir todas las cuestiones de importancia; y por último la asamblea popular (ekklesia, palabra de la que deriva «iglesia»). Solón transformó la asamblea, en la que se permitió que participaran también los comerciantes y no sólo los terratenientes, y redujo de forma considerable los requisitos para ser elegido arconte. Más aún, estableció que los arcontes tenían que informar a la asamblea de su año en el cargo y que únicamente aquellos cuya labor fuera considerada exitosa podían ser elegidos para el consejo de los mejores hombres. De esta forma, el sistema resultaba mucho más justo y abierto que en el pasado, y el poder de la asamblea aumentó de forma notable. (Esto de algún modo es una simplificación excesiva de la democracia ateniense, pero al menos deja muy claro que lo que en el siglo XXI llamamos democracia es en realidad una oligarquía electiva.[552])

Sin embargo, es imposible entender plenamente la democracia ateniense sin un mayor conocimiento de lo que era la polis, y sin tener en cuenta lo pequeños que eran los estados griegos de acuerdo con nuestros estándares. Tanto Platón como Aristóteles creían que la polis perfecta debía tener alrededor de cinco mil ciudadanos y, de hecho, muy pocas ciudades superaban en la época los veinte mil. «Ciudadanos» significa en este contexto hombres libres, y por lo tanto estas cifras no incluyen a las mujeres, los niños, los extranjeros y los esclavos. Peter Jones calcula que en 431 a. C. la población total de Atenas era de 325 000 habitantes y que para 317 a. C. era de 185 000. En general, las poleis griegas eran aproximadamente del tamaño de un condado inglés pequeño y la polis debía mucho a la geografía del país, pero también algo a la naturaleza griega misma. Aunque el término significaba originalmente «ciudadela», al final vendría a designar «la vida comunal en su conjunto, la política, la cultura, la moral…».[553] Los griegos llegarían a considerar la polis como una forma de vida que permitía a cada individuo vivir la vida plenamente y realizar su verdadero potencial. Y se esforzaron por no olvidar para qué estaba hecha la política.[554]

Clístenes introdujo la democracia en Atenas en el año 507 a. C., y para la época de Pericles (c. 495-429) —la que se considera la edad de oro ateniense— el poder de la asamblea era supremo, y por buenos motivos. Aunque no carecía de enemigos, Pericles era uno de los mejores generales griegos, un orador excelente y un líder excepcional. Instauró el pago por parte del estado a los jurados y a los miembros del concejo, terminó las murallas de la ciudad, que la hicieron impenetrable, y se interesó de forma especial por las cuestiones filosóficas, artísticas y científicas (algo inusual en un militar, aunque característico del ideal ateniense). Fue amigo, entre otros, de Protágoras, Anaxágoras y Fidias, a quienes pronto volveremos a encontrar, mientras que Sócrates tuvo una estrecha relación tanto con Alcibíades, el pupilo de Pericles, como con Aspasia, su esposa morganática. Pericles reconstruyó el Partenón, lo que no sólo proporcionó empleo a incontables artesanos sino que contribuyó a dar un impulso inicial a la edad dorada de Atenas.

Para esta época, la asamblea incluía a todo hombre adulto que no hubiera sido privado del derecho al voto por algún delito grave. Ésta era ahora el único cuerpo legislativo y poseía un control absoluto de la administración y la judicatura; se reunía una vez al mes, y cualquier ciudadano podía pronunciarse en ella y realizar propuestas. Sin embargo, con asambleas de cinco mil o más ciudadanos, surgió la necesidad de un comité que preparara los asuntos. Este consejo fue denominado la boule y, compuesto por quinientos ciudadanos, apenas era menos numeroso; los miembros de la boule no eran elegidos sino seleccionados al azar para evitar que surgiera una identidad corporativa que habría podido corromper y distorsionar el funcionamiento de la asamblea. No había abogados profesionales. «Se preservó el principio de que el hombre agraviado debía dirigirse directamente a sus conciudadanos para reclamar justicia».[555] El jurado estaba conformado por una selección de ciudadanos pertenecientes a la asamblea y, según la importancia del caso, podía tener entre 101 y 1001 miembros. No había apelaciones. Si el delito no tenía una pena específica, el acusador, en caso de ganar el pleito, podía proponer una, mientras que el acusado sugería otra. Después de ello, el jurado escogía entre las dos. «Para los atenienses, la responsabilidad de tomar decisiones propias, actuar de acuerdo con ellas y aceptar sus consecuencias era un parte fundamental de la vida de un hombre libre».[556]

Dadas las dimensiones de Atenas, su democracia fue un logro extraordinario y único. No a todos les gustaba (Platón, de hecho, la condenó) y su funcionamiento era diferente del de las democracias parlamentarias de nuestros días. (Repitamos el argumento de Peter Jones: las democracias modernas son oligarquías electivas). Y ésta es una de las razones por la que otra idea griega, la retórica, no sobrevivió. Retórica era una forma de hablar, discutir y persuadir, que era esencial en una democracia de grandes asambleas que carecían de micrófonos y en las que era necesario convencer a los demás durante el debate. La retórica desarrolló sus propias reglas y fomentó espectaculares exhibiciones de elocuencia y mnemotecnia, lo que ejerció una profunda influencia sobre la evolución de la literatura clásica. En las oligarquías electivas, en cambio, la etiqueta política está más interiorizada (y es más cínica) y ello hace que la retórica carezca de verdadero espacio: para los oídos modernos, cualquier ejercicio retórico suena forzado y artificial.

Si la política, la democracia, es la idea griega más famosa que ha llegado hasta nosotros, la sigue de cerca la ciencia (scientia significaba originalmente conocimiento). Por lo general, se cree que este ámbito de la actividad humana, sin duda mucho más provechoso, nació en Jonia, que entonces abarcaba la franja occidental de Asia Menor (la moderna Turquía) y las islas ubicadas frente a ella. Según Erwin Schrödinger, hay tres razones principales por las que la ciencia haya empezado allí. En primer lugar, la región no pertenecía a ningún estado poderoso, que normalmente se muestran hostiles hacia el pensamiento libre. En segundo lugar, Jonia era un pueblo de marineros, ubicado entre Oriente y Occidente, y con sólidos vínculos comerciales. El intercambio mercantil ha sido siempre el principal motor del intercambio de ideas, que con frecuencia surgen de la necesidad de resolver problemas prácticos (tal es el caso, por ejemplo, de la navegación, los medios de transporte, el suministro de agua, las técnicas artesanales). En tercer lugar, la región no estaba «infestada de sacerdotes»; no había, como en Babilonia o Egipto, una casta sacerdotal hereditaria y privilegiada con un interés personal en el mantenimiento del statu quo.[557] Al comparar los orígenes de la ciencia en la antigua Grecia y la antigua China, Geoffrey Lloyd y Nathan Sivin sostienen que los filósofos y científicos griegos gozaron de menos patrocinio que sus contemporáneos chinos, a quienes el emperador empleaba y que a menudo tenían que encargarse de visitar el calendario, el cual era un asunto de estado. Esto tuvo como consecuencia que los científicos chinos fueran mucho más circunspectos en sus opiniones y menos dados a adoptar nuevos conceptos que sus colegas griegos: tenían mucho más que perder, y rara vez discutían como lo hacían éstos. En lugar de ello, los pensadores chinos invariablemente incorporaban las nuevas ideas en teorías existentes, con lo que producían una «cascada» de significados; de esta forma las nociones nuevas nunca tenían que enfrentarse abiertamente a las antiguas.[558] En Grecia, por su parte, lo que había era una «competencia de sabiduría», bastante similar a la que encontramos en las pruebas deportivas (el deporte mismo era una forma de sabiduría).[559] Lloyd asegura que encontramos muchísimas más afirmaciones en primera persona del singular en la ciencia griega que en la china, mucho más egotismo, los científicos griegos se referían con más frecuencia a sus errores e incertidumbres y se criticaban más a menudo.[560] Los griegos se burlaban ridiculizando a los científicos y ello también les resultó útil.[561]

Lo que los jonios comprendieron era que el mundo era algo que podía ser conocido, si uno se tomaba la molestia de observarlo de forma adecuada. No era el patio de recreo de unos dioses que actuaban de forma arbitraria según se sintieran en el momento, animados por las pasiones suscitadas por el amor, la ira o el deseo de venganza. Este descubrimiento dejó asombrados a los jonios: se trataba, como subrayó Schrödinger, de algo «completamente nuevo».[562] Los babilonios y los egipcios sabían mucho sobre las órbitas de los cuerpos celestes, pero las consideraban un secreto religioso.

Encontramos al primer científico verdadero, Tales de Mileto, una ciudad de la costa jónica, en el siglo VI a. C.

No obstante, «ciencia» es una palabra moderna que sólo empezó a ser empleada con el significado que le damos actualmente a principios del siglo XIX: los antiguos griegos no la entendían de la misma manera. Para ellos no había límites entre la ciencia y los demás campos del conocimiento, y de hecho fueron quienes formularon las preguntas que dieron origen tanto a la ciencia como a la filosofía.[563] Tales no fue el primer personaje de la antigüedad que especuló sobre el origen y la naturaleza del universo, pero fue el primero «que expresó sus ideas en términos lógicos y no en términos mitológicos».[564] Como era mercader, había viajado a Egipto y había aprendido sobre la marcha suficientes matemáticas y astronomía babilónica para poder predecir un eclipse total de sol en el año 585 a. C., eclipse que ocurrió a su debido momento el día correspondiente a nuestro 29 de mayo. (Dos siglos más tarde, Aristóteles consideraría que este acontecimiento marcaba el inicio de la filosofía griega).[565] Sin embargo, Tales es recordado más a menudo por una pregunta que formuló: ¿de qué está hecho el mundo? La repuesta que ofreció —de agua— era incorrecta, pero el hecho mismo de plantear una cuestión tan fundamental para la ciencia y la filosofía era toda una innovación. Su respuesta también era nueva porque sugería que el mundo no consistía en una innumerable cantidad de cosas (un hecho obvio a simple vista) sino que, por debajo de esta apariencia de multiplicidad, estaba formado por un único elemento. En otras palabras, para Tales el universo no era sólo racional, y por tanto cognoscible, sino también simple.[566] Hasta este momento, se pensaba que el mundo había sido hecho por los dioses y que su propósito sólo podía conocerse de forma indirecta, a través de mitos, o, en el caso de los judíos, que no podía conocerse en absoluto. Este cambio marcó un hito en la historia del pensamiento (aunque, es importante señalarlo, en un principio afectó únicamente a un grupo muy reducido de personas).

El sucesor inmediato de Tales, fue otro jonio, Anaximandro, quien arguyó que la realidad física última del universo no podía ser una sustancia tangible (una idea que no estaba tan lejos de la verdad, como se descubriría mucho más tarde). Anaximandro sustituyó el agua por un «algo indefinido» sin propiedades químicas tal como nosotros las concebimos, aunque propuso lo que denominó «oposiciones»: la calidez y la frialdad, la humedad y la sequedad, por ejemplo. Esto puede considerarse un paso adelante hacia el concepto de la «materia» en general. Anaximandro también tenía una teoría de la evolución. Rechazaba la idea de que los seres humanos derivaban indirectamente de los dioses y los titanes (los hijos de Urano, una familia de gigantes) y pensaba que todas las criaturas vivas se habían originado en un principio en el agua, «cubiertas con conchas llenas de púas». Luego, al secarse parte del mar, algunas de estas criaturas salieron a la tierra, donde sus conchas se rompieron para dar origen a nuevos tipos de animales. En este sentido, Anaximandro creía que «en un principio el hombre había sido un pez».[567] Nuevamente estamos ante un hito histórico e intelectual cuya trascendencia es difícil de exagerar: el rechazo de los dioses y de los mitos como forma de explicarlo todo y los comienzos de la observación como base de la razón. El que el hombre descendiera de otros animales y no de los dioses suponía, como podemos imaginar, una enorme ruptura con la mentalidad pasada.

Para Anaxímenes, un tercer jonio, el aer era la sustancia primera, que cambiaba de formas interesantes. Era una especie de vapor cuya densidad variaba. «Cuando es más uniforme», afirmaba, «resulta invisible para el ojo… Los vientos soplan cuando el aer es denso, y se mueve bajo presión. Cuando se vuelve todavía más denso, se forman las nubes, y así se convierte en agua. El granizo aparece cuando el agua que cae de las nubes se solidifica, la nieve cuando se solidifica en condiciones de mayor humedad».[568] Este razonamiento no estaba muy equivocado, y conduciría un centenar de años después a la teoría atómica de Demócrito.

Sin embargo, antes de Demócrito, tenemos a Pitágoras, otro jonio. Pitágoras creció en Samos, una isla al norte de Mileto, frente a la costa turca, pero emigró a Crotón, en la Italia griega, porque, se cuenta, el rey pirata Polícrates, a pesar de atraer a artistas y poetas a la isla y construir unas impresionantes fortificaciones, mantenía una corte disoluta que Pitágoras, un hombre profundamente religioso (por no decir, místico), detestaba. Durante toda su vida, Pitágoras fue un alma paradójica. Alimentó un gran número de supersticiones, como, por ejemplo, la de que no se debe atizar el fuego con un cuchillo porque se lo puede herir y éste buscar luego venganza. Sin embargo, su fama descansa en el teorema que lleva su nombre. Este inolvidable teorema en particular (sobre cómo obtener un ángulo recto) no fue una pura abstracción: obtener un ángulo recto era esencial para la construcción. Este interés en las matemáticas evolucionó en una fascinación por la música y los números. Fue Pitágoras quien descubrió que al detener la cuerda de una lira en los tres cuartos, los dos tercios o la mitad de su longitud, se obtienen un cuarto, un quinto y un octavo de su nota, y que estas notas, ordenadas de manera apropiada, «pueden conmovernos hasta las lágrimas».[569] Este fenómeno le convenció de que los números guardaban el secreto del universo, que el número, antes que el agua o cualquier otra sustancia, era el «elemento» básico. Esta preocupación mística por la armonía convenció a Pitágoras y sus seguidores de que había una belleza en los números, y esto condujo, entre otras cosas, a la idea de lo que denominamos «números cuadrados», aquellos que pueden representarse mediante cuadrados:

Pero esta fascinación también llevó al filósofo a lo que hoy llamaríamos numerología, la creencia en el significado místico de los números. Un callejón sin salida muy elaborado.

Los pitagóricos también sabían que la tierra era un esfera y fueron probablemente los primeros en llegar a esta conclusión a partir de la sombra que proyecta la tierra durante los eclipses de la luna (de la que sabían también que no emitía luz propia). Pensaban que la tierra siempre ofrece la misma cara al «Fuego Central» del universo (que no era el sol) de la misma forma en que la luna presenta siempre una misma cara a la tierra. Por esa razón, imaginaban que la mitad de la tierra era inhabitable. Fue el variable brillo de Mercurio y Venus lo que convenció a Heráclito (bastante cercano a los últimos pitagóricos) de que su distancia respecto de la tierra no era siempre la misma. Sus órbitas añadían complejidad a los cielos y confirmaban que los planetas eran «errantes» (que es el significado original de la palabra planeta).[570]

La búsqueda de la sustancia de la que estaba hecho el universo continuó con dos «atomistas»: Leucipo de Mileto (activo c. 440 a. C.) y Demócrito de Abdera (activo c. 410 a. C.).[571] Ellos sostenían que el mundo estaba compuesto por «una infinidad» de diminutos átomos que se movían de forma aleatoria en «un vacío infinito». Estos átomos, corpúsculos sólidos demasiado pequeños para ser vistos, tenían toda clase de formas y sus «movimientos, colisiones y configuraciones transitorias» eran la causa de la enorme variedad de sustancias y de fenómenos que conocemos. En otras palabras, la realidad es una especie de maquinaria sin vida en la que todo lo que ocurre es el resultado del movimiento, según su naturaleza, de unos átomos de materia inerte. «No hay mente ni divinidad que pueda penetrar en este mundo… No hay aquí espacio para el propósito o la libertad».[572]

Anaxágoras de Clazomene estaba parcialmente convencido de los argumentos de los atomistas. Creía que tenía que existir alguna partícula fundamental: «¿Cómo puede el pelo surgir de lo que no es pelo y la carne de lo que no es carne?».[573] Pero también sentía que ninguna de las formas de la materia que nos resultan conocidas, el pelo o la carne, digamos, era lo bastante pura, que todo estaba hecho de una mezcla producto del «caos primordial». Anaxágoras reservó un lugar especial para la mente, que consideraba también una sustancia: la mente no podía haber surgido de algo que no fuera mente. La mente era lo único puro, en el sentido de que no se mezclaba ni era producto de mezcla alguna. En el año 468 o 467 a. C., un inmenso meteorito cayó a la tierra en la península de Gallipoli y esto parece haberle dado a Anaxágoras nuevas ideas sobre los cielos. Propuso que el sol era «una masa semejante de piedra incandescente», «más grande que el Peloponeso», y que lo mismo ocurría con las estrellas que estaban tan lejos que no alcanzábamos a sentir su calor. Por otro lado, pensaba que la luna estaba hecha del mismo material que la tierra y que tenía también «planicies y terrenos accidentados».[574]

Los argumentos de los atomistas estaban sorprendentemente cerca de la verdad, como se confirmaría experimentalmente más de dos mil años después. (Como teoría el atomismo era, según la expresión de Schrödinger, la más bella de todas las «bellas durmientes».[575]) Sin embargo, como acaso era inevitable, no todos sus contemporáneos aceptaron sus ideas. Empédocles de Agrigento (activo c. 450 a. C.), que vivió aproximadamente en el mismo período que Leucipo, estableció que había cuatro elementos (o «raíces» como los denominó) de todas las cosas materiales: el fuego, la tierra, el aire y el agua (presentados en su atuendo mitológico como Zeus, Hera, Aidoneo y Nestis). De estas cuatro raíces, escribió Empédocles, «brotan todas las cosas que fueron, que son y que serán, los árboles y los hombres y las mujeres, las bestias y las aves y los peces criados en el agua, y también los dioses de larga vida, poderosos en sus prerrogativas… Pues existen sólo estas cosas y uniéndose una a otro asumen distintas formas». Pero también pensaba que estos ingredientes materiales por sí solos no podían explicar todo el movimiento y el cambio, y por esta razón introdujo dos principios inmateriales adicionales: el amor y el conflicto, que «inducen a las cuatro raíces a reunirse y a separarse».[576]

Como siempre, es mejor no convertir el positivismo jónico en más de lo que en realidad fue. La reputación de Pitágoras alcanzó tal extremo que se le atribuyeron muchos logros e ideas de los que no fue responsable, y es posible que incluso su famoso teorema sea obra de seguidores posteriores. Hay quien compara a estos primeros «científicos» con una «flotilla» de pequeños barcos con rumbos de todo tipo y a los que sólo unía su fascinación por los mares inexplorados.

En la Ilíada y la Odisea las plagas se atribuyen a la intervención divina (una idea que más de mil años después resucitaría el cristianismo medieval), sin embargo, al narrar las batallas Homero nos ofrece una cuidadosa descripción del tratamiento de las heridas que evidencia de forma clara que ya entonces había al respecto un saber especializado. Asclepio, a quien el poeta se refiere como un gran sanador, fue luego deificado al estilo griego y se estableció un culto en su honor. Los arqueólogos han hallado al menos un centenar de templos dedicados a él a los que los enfermos acudían en gran número en búsqueda de una cura para sus males.[577]

En los siglos V y IV a. C. se desarrolló una tradición nueva y más secular asociada al nombre de Hipócrates de Cos (c. 460-377 a. C.), que fue un meticuloso observador. (Celso consideraba que Hipócrates era el hombre que había separado la medicina de la filosofía.[578]) Uno de sus tratados se ocupa de los efectos del clima y el medioambiente en la salud física y psicológica, otro, titulado La enfermedad sagrada, era una investigación sobre la epilepsia. Hipócrates descontaba la intervención de los dioses y atribuía este padecimiento a «causas naturales… los hombres piensan que es divina porque no la entienden… todas las enfermedades son igualmente divinas, y todas son humanas; todas tienen sus causas antecedentes». Su propia teoría era que la epilepsia era provocada por una obstrucción (causada por la flema) de las venas del cerebro.

Probablemente bajo la influencia de Empédocles, la escuela de Hipócrates adoptó la teoría de los cuatro humores: la flema, la sangre, la bilis amarilla y la bilis negra «que reflejan en el cuerpo los cuatro elementos [o “raíces”] del cosmos, el fuego, el aire, el agua y la tierra, y cada uno de los cuales está vinculado a las cualidades básicas de lo caliente, lo seco, lo frío y lo húmedo. La flema, por ejemplo, es fría y su cantidad aumenta con el invierno y, por tanto, en esa época del año son más comunes las enfermedades flemáticas. El equilibrio de estos cuatro humores en el cuerpo es necesario para la buena salud, y es su desequilibrio lo que provoca el dolor; los temperamentos difieren según el humor predominante (flemático, sanguíneo, colérico y melancólico)». Purgar el cuerpo mediante sangrías o laxantes, por ejemplo, era la forma correcta de restaurar el equilibrio perdido y, con él, la salud.[579] Como señala el historiador Andrew Burn: «Esta teoría ejercería una influencia absolutamente nociva sobre la medicina durante dos mil años; siguiendo sus postulados era posible explicar cualquier cosa, y ello obstaculizó el desarrollo de investigaciones basadas en la observación». (El método de Hipócrates para tratar la dislocación de la mandíbula todavía se empleaba en Francia en el siglo XIX.[580]) Hipócrates también enseñó que una observación atenta de los síntomas era una parte fundamental de la medicina y que debían examinarse el cuerpo, la postura, la respiración, el sueño, la orina y las heces, los esputos, si el paciente tiene tos o no, si estornuda, tiene flatulencias o lesiones de algún tipo, y así sucesivamente. Los tratamientos no sólo implicaban determinada dieta, sino que podían incluir baños y masajes, y se empleaban muchas hierbas medicinales, entre ellas eméticos, para inducir al vómito, y expectorantes, para provocar tos. Con todo, es muy probable que Hipócrates sea aún más famoso por su juramento, que fue adoptado por su escuela. Entre las principales características del juramento estaban la de colocar al paciente siempre en primer lugar, la de nunca administrar venenos ni practicar abortos, y la de no usar la propia posición de autoridad para seducir «a hombre o mujer, sean libres o esclavos». El juramento ampara la confidencialidad del pacientecliente con tanto detalle que ha servido para conferir un alto estatus a los doctores durante la mayor parte de la historia.

No se necesita una gran imaginación para entender lo escandaloso que todo esto debe de haber sido para una gente que creía que los cuerpos celestes y los vientos eran dioses o, al menos, agentes de los dioses. Se tomaron medidas contra estos intelectuales «de avanzada», los hombres religiosos intentaron impugnarlos y es famosa la manera en que Aristófanes los satirizó en Las nubes. Sin embargo, las nuevas ideas formaban parte de una cultura que estaba evolucionando en las poleis griegas. Geoffrey Lloyd señala, por ejemplo, que la palabra que se empleaba en los tribunales atenienses para designar a los testigos era también la raíz de la palabra que los primeros científicos utilizaron para referirse a las «pruebas» (piénsese en los distintos significados de la palabra «testimonio»), y que el término para «interrogatorio» sufrió una adaptación similar para pasar a describir el proceso de comprobación de una hipótesis.[581]

El nacimiento de la reflexión en Jonia, lo que algunos estudiosos modernos denominan el positivismo jónico o la ilustración jónica, ocurrió de forma dual: ciencia y filosofía. Podemos considerar a Tales, Anaximandro y Anaxímenes como los primeros filósofos así como los primeros científicos. Tanto la ciencia como la filosofía provienen de la idea de que existía un kosmos que era lógico, parte de un orden natural que podía, dado el tiempo necesario, ser entendido. Geoffrey Lloyd y Nathan Sivin afirman que los filósofos griegos inventaron el concepto mismo de naturaleza «para subrayar su superioridad sobre los poetas y los líderes religiosos».[582]

Tales, y sus seguidores inmediatos habían buscado respuestas a sus preguntas mediante la observación, pero fue Parménides, nacido hacia el año 515 a. C. en Elea, (la actual Velia) en Italia meridional, entonces parte de la Magna Graecia, quien inventó el primer método «filosófico» en el sentido en que entendemos actualmente el término. Es difícil valorar sus logros porque lo único que conservamos de su obra son unos ciento sesenta versos de un poema, Sobre la naturaleza. Sin embargo, sabemos que fue un gran escéptico, en particular respecto de la unidad de la realidad y de la observación como método para entenderla. En lugar de ello, Parménides prefería resolver las cosas a través de procesos mentales, es decir, mediante el pensamiento puro, lo que denominaba el noema. Al creer que ésta era una alternativa viable a la observación científica, creó una división en la vida mental que se ha mantenido hasta nuestros días.[583]

Parménides vendría a ser conocido como sofista. Para empezar, este término significa básicamente hombre sabio (sophos) o amante de la sabiduría (philo-sophos), sin embargo el término moderno, filósofo, oculta el carácter práctico de los sofistas en la Grecia antigua. Como señala el estudioso de los clásicos Michael Grant, los sofistas fueron la primera forma de educación superior (en el mundo occidental al menos) al convertirse en maestros que viajaban de un lado a otro impartiendo clases a cambio de unos honorarios. Las materias que enseñaban eran muy variadas, y abarcaban la retórica (de tal forma que sus discípulos pudieran expresarse en las discusiones políticas de la asamblea, una cualidad especialmente admirada en Grecia), la matemática, la lógica, la gramática, la política y la astronomía. Debido a que viajaban por todas partes y tenían muchos estudiantes diferentes en circunstancias también muy diferentes, los sofistas se volvieron expertos en defender puntos de vista distintos y ello hizo que, con el tiempo, la validez de su método fuera puesta en duda. Y su constante insistencia en la diferencia entre physis, la naturaleza, y nomos, las leyes griegas, no les ayudó precisamente. (Les interesaba hacer hincapié en esta distinción porque al contrario de las leyes de la naturaleza, que son por definición inflexibles, las leyes humanas podían ser modificadas por personas con la formación adecuada, esto es, los mismos estudiantes a los que enseñaban y de los cuales dependían sus ingresos). De esta forma, la sofistería, que había empezado siendo el amor de la sabiduría y el conocimiento, pasó a representar «un razonamiento astuto diseñado para poner malos argumentos bajo una buena luz».[584]

El más famosos de los sofistas griegos fue Protágoras, nacido en Abdera, Tracia, hacia el año 490 o 485 a. C., y muerto después de 421 o 411 a. C. Su escepticismo le llevó a dudar incluso de los dioses. «No sé nada de los dioses, tampoco si existen o no, o cuáles son sus formas».[585] (Xenófanes también fue un escéptico: cuestionó el hecho de que los dioses tuvieran forma humana, pues los mismos razonamientos usados para defender esta idea podían usarse para concluir que los caballos veneraban a dioses con forma equina. Por otro lado, pensaba que había tantas posibilidades de que existiera un solo dios como de que existieran muchos.[586]) No obstante, Protágoras es quizá más recordado por otra declaración, la de que «el hombre es la medida de todas las cosas: de las que son en cuanto son, y de las que no son en cuanto que no son».

Fue así como nació la filosofía, pero existen tres grandes filósofos griegos cuyos nombre todos conocemos: Sócrates, Platón y Aristóteles. En su libro sobre Protágoras, Platón nos muestra a Sócrates (c. 470-399 a. C.) burlándose de los sofistas, a quienes considera más interesados en pirotecnias verbales que en el saber auténtico. Sin embargo, al igual que Parménides y Protágoras, Sócrates se apartó de la observación científica y se concentró más en el conocimiento que podía alcanzarse mediante el razonamiento puro. No obstante, no escribió ningún libro, y lo que sabemos de él se debe fundamentalmente a las obras de Platón y de Aristófanes, quien realizo un retrato poco halagüeño de él en dos de sus comedias. Sócrates es recordado principalmente por tres razones: en primer lugar, por su convicción de que hay una «norma absoluta» eterna e inmutable de lo que es bueno y correcto, y la creencia de que toda la naturaleza tiene un propósito, que es comprender esa «norma»; en segundo lugar, por su idea de que para descubrir esa norma el paso fundamental es conocerse a sí mismo; y por último, por el denominado «método socrático» de cuestionarlo y examinarlo todo y a todos («una vida sin examen no merece ser vivida»). Sócrates hacía algo más que jugar con juegos de palabras; creía que los dioses le habían encomendado la misión de hacer que la gente pensara y por eso le planteaba acertijos y juegos mentales para conseguir que sus contemporáneos reflexionaran y cuestionaran todo lo que daban por hecho. Su objetivo era contribuir a que la gente llevara una vida buena y satisfactoria, pero la picardía de su método lo conduciría finalmente a ser acusado y juzgado por burlarse de la democracia y la moral pública, corromper a los jóvenes y enseñarles a desobedecer a sus padres. Cuando se le declaró culpable, la ley le permitía escoger su pena. Es seguro que si hubiera elegido el exilio se le habría concedido. Pero, siempre polémico, sostuvo que lo que realmente se merecía era una pensión vitalicia como benefactor de la sociedad, pero que accedía a pagar una multa. El jurado se sintió insultado y le mandó suicidarse (por una mayoría mucho más amplia que la que le había hallado culpable). Tras un intervalo en el que, según Platón, habló con elocuencia del alma, bebió la cicuta al atardecer.[587]

Platón, nacido c. 429 a. C., quería en un principio ser poeta pero hacia el año 407 conoció a Sócrates e inspirado por este maestro decidió dedicar su vida a la filosofía. Viajó mucho por Italia meridional y Sicilia, y se dice que tuvo diversas aventuras, en una de las cuales habría sido detenido en Aegina y sólo se lo liberó después de que se pagara un rescate. Al regresar a Atenas fundó, aproximadamente a un kilómetro de la ciudad, desde la puerta de Dipilón, su famosa Academia, llamada así en honor del héroe Academo, cuya tumba quedaba cerca. (Atenas contaba con cuatro escuelas destacadas: la Academia, el Liceo, la Estoa, hogar de los estoicos, y el Jardín de Epicuro). Aparte de defender y difundir las ideas de Sócrates, Platón es un claro ejemplo de todas las ventajas y debilidades de la aproximación al mundo desde el «pensamiento puro». Sus intereses abarcaban una fantástica variedad de ámbitos, y a diferencia de su maestro, escribió muchos libros. En el Fedón, defendió su teoría de la inmortalidad del alma (teoría que expusimos en el capítulo anterior); en el Timeo (un astrónomo) expuso su famosa concepción sobre los orígenes de la vida, que cuenta con el mito del continente imaginario de la Atlántida y de cómo los atenienses derrotaron el intento de invasión de una potencia marítima que adoraba al toro. Platón luego recae en su conocido intuicionismo místico cuando afirma que Timeo presenta a Dios como la causa eficaz e inteligente del mundo entero y su orden moral, que en ocasiones está gobernado de forma que nos resulta imposible de conocer.[588] Luego encontraremos ecos del Timeo en el cristianismo (véase el capítulo 8).

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