Ideas

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Segunda parte. De Isaías a Zhu XI: La novela del alma » Capítulo 6. Los orígenes de la Ciencia, la Filosofía y las Humanidades

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Dada la importancia del legado griego, acaso sea necesario indicar aquí que los estudiosos han señalado en varias ocasiones que los griegos fueron profundamente influenciados por pueblos extranjeros. Contamos con tres ejemplos bastante recientes. Encontramos el primero en 1984, cuando el historiador alemán Walter Burkert identificó diversas áreas específicas de la vida griega que habrían sido moldeadas por las civilizaciones de Oriente Próximo. Este investigador sostuvo, por ejemplo, que los nombres hebreos y asirios para designar a los griegos, jawan y iawan (jonio) respectivamente, evidenciaban un inconfundible contacto entre áreas específicas. En la Odisea, Homero menciona a los phoinikes, hombres de Sidón, como fabricantes de costosos recipientes metálicos. El equipo bélico de los hoplitas está estrechamente vinculado a las armas asirias. Los nombres griegos para las letras del alfabeto (alfa, beta, gama, etc.) son palabras semitas, al igual que otros préstamos: chrysos (=oro), chiton (=prenda, relacionado con el algodón). La unidad acadia de peso, la mena, se convirtió en la griega mna, y la palabra harasu, rascar o grabar, se transformó en charaxai, de la que proviene nuestro «carácter», en el sentido de letra grabada. La idea del juramento hipocrático proviene de los magos babilonios, afirma Burkert, así como la práctica de enterrar figuras guardianes bajo los edificios (algo que, como hemos visto, empezó con la cultura natufense). Todavía más polémica es la propuesta de que Asclepio podría ser Az(u)gallat(u), el «gran médico» de Acad, mientras que Lamia quizá fuera Lamashtu, el demonio femenino de Oriente Próximo. Por último (aunque su libro ofrece muchísimos ejemplos adicionales), Burkert encuentra similitudes entre la Ilíada y la Odisea, por un lado, y el poema de Gilgamesh, por otro.[634]

Más reciente (y más polémica) es la hipótesis de Martin Bernal, un profesor de la Universidad de Columbia en Nueva York, quien sostiene en su libro Atenea negra que el norte de África, y en particular el antiguo Egipto, muchas de cuyas dinastías fueron negras, fue la influencia predominante en la Grecia clásica. Bernal afirma que el culto del toro se inició en Egipto antes de ser llevado a Creta en la civilización minoica. Y también apoya su trabajo en préstamos lingüísticos y similitudes entre, por ejemplo, escritos egipcios y Las suplicantes de Esquilo. Para Bernal el nombre Cefiso, empleado para río y riachuelos por toda Grecia, proviene de Kbh, que significa «fresco», «un nombre común para ríos en Egipto». En un capítulo sobre Atenas, argumenta que el nombre mismo de la ciudad se deriva del término egipcio HtNt: «En la antigüedad se identificaba constantemente a Atenea con la diosa egipcia Nt o Neit. Ambas eran divinidades vírgenes del agua, el tejido y la sabiduría». Y prosigue de este modo para analizar los estilos de la cerámica, los términos militares y el significado de las esfinges.[635] Bernal ha sido objeto de críticas aún más duras que Allan Bloom: su investigación ha sido considerada pobre y sus interpretaciones defectuosas, además se le reprocha el no haber publicado los posteriores volúmenes que había prometido.

El tercero que en épocas recientes ha señalado la influencia de otros pueblos sobre Grecia es M. L. West, en su libro The East Face of Helicon: West Asiatic Elements in Greek Poetry and Myth.

West confirma que existe un fuerte vínculo entre, por ejemplo, el poema de Gilgamesh y la Ilíada, entre Gilgamesh y Odiseo y entre la poesía de Safo y los poemas babilónicos.[636] Esto no disminuye el valor de los logros griegos, pero los sitúa en un contexto apropiado, y en este sentido West, con el permiso de Bernal, reafirma la idea de que, en general, Grecia debe más a Oriente Próximo y los Balcanes que al norte de África. Un trasfondo de este tipo es necesario ya que nos permite conocer dónde pudieron originarse las ideas griegas, pero ello no altera la importancia de esas ideas.

Aristóteles murió en el año 322 a. C. En 1962, Isaiah Berlin, el historiador de las ideas oxoniense, pronunció una serie de conferencias en Yale, luego reunidas en un libro, en las que señaló el gran cambio que sufrió Grecia tras la muerte del filósofo. «Más o menos dieciséis años después Epicuro empezó a enseñar en Atenas, y después de él, Zenón, un fenicio procedente de Citio, Chipre. Al cabo de unos cuantos años, las suyas se han convertido en las escuelas filosóficas dominantes de Atenas. Fue como si la filosofía política se hubiera desvanecido de repente. No hay nada en ellas sobre la ciudad o sobre cómo educar a los ciudadanos para que realicen sus tareas… la noción de realización como un hecho necesariamente social y público desaparece sin dejar huellas. En un lapso de veinte años o menos encontramos, en lugar de la jerarquía, la igualdad; en lugar del énfasis en la superioridad de los especialistas, la idea de que el hombre puede encontrar la verdad por sí mismo y vivir una buena vida como cualquier otro hombre; en lugar del énfasis en las dotes intelectuales… se subraya ahora la voluntad, las cualidades morales, el carácter; en el lugar de la otra vida, la vida interior; en lugar del compromiso político… tenemos ahora una noción de autosuficiencia individual, un elogio de la austeridad, un énfasis puritano en el deber… se hace hincapié en que el mayor de todos los valores es la paz del alma, la salvación individual, algo que se obtiene no mediante un conocimiento acumulativo, no a través del aumento gradual de la información científica (como enseñaba Aristóteles)… sino a través de la conversión repentina: el resplandor de la luz interior. Los hombres empiezan a distinguirse entre convertidos y no convertidos».[637]

Éste es, sostiene Berlin, el nacimiento del individualismo griego, uno de los tres grandes giros en la historia del pensamiento político occidental (toparemos con los otros dos a su debido tiempo). Durante el período clásico, afirma Berlin, decir que los seres humanos eran esencialmente seres sociales es afirmar una banalidad: todos —filósofos, dramaturgos, historiadores—, daban por sentado que «la vida natural de los hombres es la vida institucionalizada de la polis». «Uno no debería decir que un ciudadano es dueño de sí mismo», afirma Aristóteles en la Política, «sino que todos pertenecen a la polis».[638] Epicuro, por su parte, afirma algo bastante diferente: «El hombre no está adaptado por naturaleza para la vida en comunidades cívicas».[639] Nada, añade, es un fin en sí mismo excepto la felicidad individual. La justicia, los impuestos, el voto: nada de ello tiene valor en sí mismo más allá de si resultan útiles para la felicidad del individuo. La independencia lo es todo. En el mismo sentido, después de Zenón, los estoicos buscaron la aphatia, la ausencia de pasión: su ideal era ser impasibles, fríos, imparciales e invulnerables. «El hombre es un perro atado a un carro; si es inteligente correrá cuando lo haga éste».[640] Zenón, además de estoico y matemático, le decía a los hombres que miraran dentro de sí mismos, porque no había otro lugar adonde mirar, y que obedecieran las leyes de la naturaleza, pero ninguna otra. La sociedad era, básicamente, un estorbo para la principal meta de la vida: la independencia. Junto a sus seguidores defendió una libertad social absoluta, la promiscuidad sexual, la homosexualidad, el incesto, el canibalismo. La ley humana es irracional, «nada para el hombre sabio».[641]

Berlin estaba convencido de que las consecuencias de esta ruptura en la historia del pensamiento fueron inmensas. «Por primera vez la idea de que la política era una ocupación sórdida, no apta para hombres sabios y buenos, empezó a ganar terreno. La separación de la ética de la política se volvió absoluta;… Lo que importaba no era el orden público sino la salvación personal».[642] La mayoría de los historiadores, reconoce Berlin, están de acuerdo en considerar que lo que provocó este cambio fue la destrucción de tantas ciudades-estado a manos de los ejércitos de Filipo de Macedonia y su hijo Alejandro Magno, una devastación que convirtió en insignificante la idea de polis. Desaparecidos los antiguos puntos de referencia familiares, el hombre se vio rodeado por un vasto imperio: en semejante contexto, preocuparse por la salvación personal tenía mucho sentido y el hombre se refugió en su propio interior.[643]

Berlin discrepaba. Para él, todo ello había ocurrido demasiado rápido. Las poleis, además, no habían sido destruidas por Alejandro y, de hecho, habían surgido otras nuevas.[644] Berlin creía en cambio que el origen de las nuevas ideas se encontraba en Antifón, un sofista de finales del siglo V a. C., y en Diógenes, quien reaccionó contra la polis y propuso la creencia de que únicamente el hombre verdaderamente independiente es libre «y sólo la libertad proporciona la felicidad». Las necesidades más profundas del hombre sólo pueden satisfacerse mediante la construcción de una vida privada, en la que la felicidad y la dignidad se conquistan siguiendo las leyes de la naturaleza, que ignoran por completo los convenios artificiales.[645] De hecho, Berlin se pregunta si no sería ésta una idea importada de Oriente, ya que Zenón provenía de una colonia fenicia en Chipre, Diógenes de Babilonia y otros de mente similar de Sidón, Siria y el Bósforo. («Ni uno sólo de los estoicos había nacido en la antigua Grecia»).

Cualquiera que hubiera sido su origen, esta revolución intelectual se compuso de cinco elementos centrales. Uno, el divorcio entre ética y política. «La unidad natural no es ya el grupo… sino el individuo. Lo que cuenta son sus necesidades, sus propósitos, sus soluciones, su destino». Dos, la única vida auténtica es la vida interior: la vida exterior es prescindible. Tres, la ética es la ética del individuo, lo que concede un nuevo valor a la privacidad y conduce a una de las principales concepciones de la libertad que hoy defendemos, esto es, la de que existen fronteras más allá de las cuales el estado no está autorizado a aventurarse. Cuatro, la política se degradó y pasó a ser una actividad indigna de un hombre con verdadero talento. Y cinco, surgió una división fundamental entre la creencia en que existe un vínculo común entre las personas, una unidad vital, y la de que todos los hombres son islas. Podemos estar seguros de que, desde entonces, ésta ha sido una diferencia política fundamental para los seres humanos.

Lo «clásico» es en sí mismo una idea. En el siglo XXI, es un calificativo que sugiere excelencia y gusto: música clásica; rock clásico; esta o esa lista de «los clásicos» de determinada casa editorial, los libros de todos los tiempos con los que deberíamos estar familiarizados; incluso automóviles «clásicos», una categoría ya establecida en las subastas de coches. Cuando describimos algo como «un clásico» estamos afirmando que es lo mejor en su tipo, que es lo suficientemente bueno como para perdurar en el futuro como modelo. Sin embargo, cuando hablamos de la Grecia clásica, nos referimos a Grecia, en general, y a Atenas, en particular, en el siglo V a. C., a los nombres y las ideas que hemos reseñado en este capítulo.[646] Ideas y prácticas que fueron en su momento completamente novedosas, pero que resistieron el paso del tiempo, como insiste Allan Bloom. En el capítulo 9 veremos que fue la reverencia de los romanos hacia el estilo de vida de los griegos lo que dio origen a la noción de los «clásicos», la idea de que vale la pena preservar y aprovechar lo mejor que ha sido pensado, escrito, esculpido y pintado en el pasado. Tenemos mucho que agradecer a los romanos, pero acaso su devoción por los griegos sea la mejor respuesta que podamos ofrecer a quienes atacan a Allan Bloom y a los que como él defienden los logros de unos «machos europeos blancos muertos» que vivieron en una pequeña ciudad-estado hace dos mil quinientos años. He aquí unas palabra del historiador de la ciencia alemán Theodor Gomperz: «Prácticamente toda nuestra educación intelectual tiene su origen en los griegos. Un completo conocimiento de sus orígenes es un prerrequisito indispensable para liberarnos de su aplastante influencia».[647]

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