Ideas

Ideas


Segunda parte. De Isaías a Zhu XI: La novela del alma » Capítulo 7. Las ideas de Israel, la idea de Jesús

Página 22 de 106

Capítulo 7

LAS IDEAS DE ISRAEL, LA IDEA DE JESÚS

En el año 597 a. C. sobrevino finalmente el desastre que durante años se había cernido sobre Israel. Dirigidos por el rey Nabuconodosor, los babilonios asediaron con éxito Jerusalén, capturaron al rey y nombraron a su propio gobernador. Según el Libro Segundo de los Reyes, el rey babilonio «deportó a todo Jerusalén, a todos los jefes y notables, diez mil deportados, a todos los herreros y cerrajeros; no dejó más que a la gente pobre del país».[648] Peor aún, el gobernante nombrado resultó ser tan impopular que los levantamientos continuaron y la ciudad fue sitiada de nuevo. Cuando la ciudad hambrienta cayó por segunda vez en el 586 a. C., las consecuencias fueron terribles: los babilonios desataron el caos en la ciudad y lo saquearon todo, incluido el Templo. Algunos escaparon, pero otros fueron hechos prisioneros y llevados al exilio. «Desde esa fecha en adelante, habría más judíos viviendo fuera de Palestina que dentro de sus fronteras».[649]

Es difícil saber con certeza a cuánta gente afectaron estos hechos. Aunque el libro de los Reyes habla de diez mil, las cifras que nos proporciona Jeremías son más modestas: el total ascendería a unos cuatro mil seiscientos (832 de ellos en el año 586 a. C.). Es posible, sin embargo, que estas cifras se refieran sólo al número de hombres adultos, con lo que quizá el total esté cercano a los veinte mil deportados. En cualquier caso, el que se tratara de un grupo relativamente reducido facilitó que posteriormente los exiliados judíos pudieran mantener su cohesión como grupo con mayor facilidad.

Para ellos, en cualquier caso, esta desgracia fue un verdadero cataclismo. Como ha notado Paula Fredericksen, una de las conclusiones que los judíos habrían podido sacar de la catástrofe, «y acaso la más realista», era que quizá su Dios era en realidad mucho menos poderoso que los dioses de sus vecinos. Sin embargo, lo que ocurrió fue todo lo contrario y la conclusión de los judíos fue diametralmente opuesta: su tragedia confirmaba lo que los profetas habían predicho, es decir, que Israel se había apartado de su alianza con Yahveh y que estaba siendo castigado por ello. Esto implicaba que los judíos necesitaban modificar de forma radical su comportamiento, y el exilio les proporcionaba un espacio especialmente adecuado para ello.[650]

El surgimiento del judaísmo como tal debe mucho al exilio en Babilonia, aunque es importante señalar que los judaísmos actuales han evolucionado en relación a él de la misma forma en que, digamos, el cristianismo contemporáneo lo ha hecho respecto del cristianismo primitivo. (El judaísmo que conocemos hoy no se estableció hasta aproximadamente el año 200 d. C.). El cambio más importante fue que, al carecer de un territorio propio y de un líder político o espiritual, los judíos se vieron obligados a buscar una nueva manera de preservar su identidad y especial relación con su Dios. La respuesta la encontramos en sus escritos. Cuando los judíos partieron hacia el exilio, no existía el Antiguo Testamento o la Biblia hebrea que conocemos en nuestros días. En su lugar, los judíos poseían una colección de rollos en los que se hallaba registrada la ley civil, así como una tradición en torno a los Diez Mandamientos, un libro de otras leyes religiosas que se consideraba compilado por Moisés, otros rollos como el Libro de las Guerras y, por fin, los dichos de sus profetas y los salmos que se cantaban en el Templo.[651]

En el pasado, los escribas no habían gozado de especial prestigio. Ahora, a medida que el libro se iba convirtiendo en un elemento central para la fe, el estatus de éstos aumentó considerablemente. Durante un tiempo, de hecho, adquirieron más importancia que los sacerdotes, ya que contaban con el patrocinio de mercaderes ricos que les financiaban para que pusieran por escrito las tradiciones judías y crearan así el material que mantendría unido al pueblo. Por otro lado, muchos de sus correligionarios veían la escritura como una actividad cercana a la magia, y posiblemente le atribuían un origen divino. Y, por supuesto, además de escribir, los escribas sabían leer. En Mesopotamia se toparon con muchos textos redactados por los sumerios, los asirios y los babilonios y, llegado el momento, los tradujeron. De esta forma entraron en contacto con otras culturas y otras creencias religiosas que les influyeron.

No obstante, no fueron sólo las tradiciones escritas las que se consolidaron en el exilio. Fue en este período cuando empezó a insistirse en ciertas leyes relativas a la dieta y en la circuncisión como modos de «distinguir de manera irrevocable a los judíos de los paganos».[652] (Otros pueblos de la antigüedad, como los egipcios, practicaban la circuncisión, y los sirios, por ejemplo, se abstenían de comer pescado). También aprovecharon el contacto con los babilonios, que poseían una astronomía muchísimo más desarrollada, para actualizar el año litúrgico judío y diseñar un ciclo de festividades regulares: la Pascua (que significa «paso» y conmemora la llegada del Ángel del Señor que ayudó a los israelitas a cruzar el mar Rojo para alcanzar la Tierra Prometida y, por tanto, la fundación del estado); Pentecostés (la entrega de las leyes, la fundación de la religión); y el Día de la Expiación, anticipación del Día del Juicio. También fue en esta época cuando el Sabbath, al que ya se había referido Isaías, adquirió un nuevo significado (algo que se infiere del hecho de que, según los registros conservados, el nuevo nombre más popular en esta época fue «Shabbetai»). Shabbatum, como señalamos en un capítulo anterior, fue originalmente una palabra y una costumbre babilónica, que significaba «día de luna llena» y señalaba el día en que no se trabajaba.[653] Hay incluso algunos testimonios que sugieren que la idea de una «alianza» con Dios surgió en el exilio, lo que evocaría una antigua idea presente en el zoroastrismo y que, como veremos, configuraría la fe del hombre que finalmente liberaría a los judíos de su exilio, Ciro el Grande.

El exilio se prolongó desde el año 586 a. C. hasta el año 538 a. C., por lo que no alcanzó a durar medio siglo. No obstante, su influencia en las ideas judías fue profunda. Según los libros de Jeremías y Ezequiel, la mayoría de los exiliados fueron llevados hasta la mitad sur de Mesopotamia, cerca de la misma Babilonia. Se les permitió construir casas y llevar granjas, también podían practicar libremente su religión, si bien no se ha encontrado ningún templo judío en Babilonia. Muchos judíos parecen haber tenido éxito como mercaderes y en las tablillas comerciales de la época, escritas en cuneiforme, se observa un aumento del número de nombres judíos.[654]

Si el exilio estuvo lejos de ser oneroso, la situación de los judíos mejoró notablemente cuando, en el año 539 a. C., una alianza de persas y medos, unidos bajo Ciro el Grande, el fundador del imperio aqueménida, conquisto a los babilonios. Aunque profesaba el zoroastrismo, Ciro toleraba las demás religiones y no tenía ningún interés en mantener cautivos a los judíos. En 538 a. C., éstos fueron liberados (si bien muchos se negaron a salir, por lo que Babilonia continuaría siendo el centro de cultura judía durante milenio y medio).[655]

Las Escrituras hebreas nos dicen que el regreso del primer contingente de cautivos resultó ser más duro que el exilio. Los descendientes de los israelitas pobres, a los que los babilonios no se habían molestado en deportar cincuenta años antes, no se mostraron muy acogedores y no pensaban que fuera necesario invertir en la construcción de nuevas murallas para la ciudad. Un segundo grupo de exiliados, mucho mayor que el primero, dejó Babilonia en 520 a. C. Según la Biblia, lo formaban más de cuarenta y dos mil personas, acaso el doble de los que habían sido llevados al cautiverio originalmente. Este grupo contaba con el apoyo de Darío, el hijo de Ciro, pero incluso así la reconstrucción de Jerusalén no se reinició hasta el año 445 a. C. Fue entonces cuando llegó Nehemías, un judío rico muy respetado en la corte persa, que se había enterado de la lamentable situación de Jerusalén. Nehemías reconstruyó las murallas y el Templo e introdujo cambios para ayudar a los pobres. Sin embargo, como afirma Robin Lane Fox, «aunque entre el pueblo aparece como alguien que posee un amplio conocimiento de la ley mosaica, en ningún momento alude a una autoridad escrita».[656]

El consenso general es que debemos la primera referencia a la existencia de unas Escrituras a Esdras, un sacerdote con muy buenas relaciones en Babilonia. Al igual que Nehemías, Esdras había sido funcionario de la corte persa en Mesopotamia, y había llegado a Jerusalén en el año 398 a. C. «con una carta real de respaldo, algunos regalos espléndidos para el Templo y una copia de la ley de Moisés».[657] Según estudiosos como Lane Fox, es sólo entonces cuando «por primera vez se apela a “lo que está escrito”». De lo que podemos concluir que un editor anónimo habría comenzado a amalgamar los distintos rollos y escrituras en un relato y una ley únicos. Mientras que aproximadamente hacia el año 300 a. C. los griegos ya contaban con una versión autorizada de Homero, las Escrituras hebreas (el Antiguo Testamento de los cristianos) no se completaron hasta 200 a. C., cuando personajes como Ben Sirá, responsable del Eclesiástico y primer autor judío cuyo nombre conocemos, se refiere al «libro de la alianza del Dios Altísimo, la Ley que nos prescribió Moisés».[658] Como hemos mencionado antes, la idea de una alianza con Dios, un aspecto fundamental del judaísmo, quizá haya sido adaptada de las creencias zoroástricas de Mesopotamia. Tras el exilio, la alianza que dominaba la vida judía quedaría ligada al libro, lo que supuso realizar un gran esfuerzo para alcanzar un estricto acuerdo y determinar qué textos se incluirían en él y cuáles, en cambio, quedarían excluidos. Los judíos tenían que establecer un canon. Éstos fueron los primeros pasos hacia la compilación de la Biblia, para muchos, el libro más influyente de todos los tiempos.

La palabra «canon» es de origen sumerio, se aplicaba a la «vara», a lo recto y erguido. Tanto los acadios como los egipcios tenían cánones. Éstos contaban con especial importancia en Egipto, donde el Nilo crecía con regularidad e inundaba las propiedades, destruyendo sus límites. Un registro preciso iba a ser, por tanto, un bien preciado, y éste fue el significado inicial del canon. Por otro lado, el visir, encargado de los archivos, era también el responsable del sistema judicial; de aquí que se difundiera el uso de la palabra “canon” con el significado de “norma tradicional”, invariable.[659] En Grecia ocurrió algo semejante: la palabra kanon designaba también una vara recta, y su significado se amplió para abarcar también normas abstractas e incluso las reglas que dictan el modo correcto de componer poesía o música.[660] Las ideas de Platón acerca de las formas ideales también se adaptaban con facilidad a la idea de un canon: las grandes obras obedecían a estas reglas. En la Grecia clásica canon podía aplicarse bien fuera a obras individuales o a colecciones completas. Policleto escribió un canon sobre la figura humana. Con todo, los judíos fueron quienes aplicaron por primera vez el término a la escritura. Para ser incluidos en su canon, un texto debía haber sido inspirado por Dios.

El efecto del desarrollo de las Escrituras sobre los judíos los diferenció de otros pueblos como, digamos, los griegos o, más tarde, los romanos. Como hemos visto en el capítulo anterior, la Grecia de los siglos V, IV y III a. C. fue testigo de la evolución de la filosofía, el pensamiento crítico, el teatro trágico, la historia escrita y, también, de un alejamiento cada vez mayor de las creencias religiosas. En Israel ocurrió todo lo contrario: a medida que la gente empezó a aprender a leer y a encontrar placer en los libros, éstos se hicieron cada vez más populares. Dado que gran parte de ellos eran de carácter profético y (a diferencia de lo que sucedió en Grecia) no se inspiraban en la mitología o la observación, había un espacio mucho más amplio para interpretar qué era exactamente lo que los profetas habían querido decir. Los comentarios de la Biblia proliferaron y, con ellos, aumentó el nivel de confusión respecto al significado real de las Escrituras. Muchos rollos eran considerados sagrados, en especial los más antiguos, que contenían el nombre de Dios, YHVH. Posteriores textos habían optado por excluir este nombre por temor a que los gentiles pudieran emplearlo en sus conjuros. No mencionar el nombre también era un modo de sugerir que Dios no puede ser definido o limitado.[661]

Josefo, un líder judío nacido hacia el año 37 d. C. y que luego se convertiría en ciudadano romano, escribió dos célebres historias sobre los judíos, La guerra de los judíos y Las antigüedades judías. En su obra, este autor identifica veintidós libros como Escrituras, aunque para entonces también había muchos otros libros no canónicos. Josefo sostiene que esos veintidós libros «están justamente autorizados y contienen el registro de toda la historia». Cinco de ellos contienen leyes, trece versan sobre historia y cuatro son «libros de himnos a Dios y preceptos para la conducta humana» (Salmos, Proverbios, Cantar de los Cantares y Eclesiastés). Sólo los dos primeros grupos, afirma, están escritos por profetas.[662] Es posible que el número de veintidós haya sido elegido por ser también el de las letras del alfabeto hebreo (volvemos a toparnos con la numerología). Sin embargo, todo indica que en la época de Jesús no existía aún un canon de Escrituras definitivo, lo que nosotros llamaríamos una «versión autorizada». De un mismo libro podían existir varias versiones con fórmulas y expresiones diferentes e incluso de distinta extensión (de algunos textos, como el de Ezequiel, se daba una extensa y otra más corta), y había un gran desacuerdo respecto a su significado.[663]

Lo que los cristianos denominan Antiguo Testamento es para los judíos el Tanaj, en realidad, un acrónimo derivado de los tres tipos de sagradas escrituras reunidas en el libro: Torá (la ley), Neviim (los profetas) y Ketuvim (los escritos). En las primeras versiones griegas de la Biblia los cinco libros que conforman la Torá eran conocidos como el Pentateuco.[664] La división de los textos en capítulos y versículos no fue una ocurrencia de los autores originales, sino una innovación muy posterior. El orden de los libros de la Biblia hebrea es diferente del que presenta el Antiguo Testamento cristiano; el Antiguo Testamento católico, a su vez, incluye los llamados libros deuterocanónicos, ausentes del Antiguo Testamento protestante.[665]

Existe una cantidad enorme de investigaciones sobre la escritura del Antiguo Testamento. Estos estudios han «revelado», entre otras cosas, cuándo se pusieron por escrito por primera vez los textos, cuántos autores intervinieron en su composición y, en algunos casos, dónde fueron elaborados. Por ejemplo, actualmente los estudiosos creen que la Torá se compone de cuatro «estratos», reunidos hacia finales del siglo IV a. C. (es decir, después del exilio). Esto se infiere del hecho de que el Génesis, a pesar de ir en primer lugar en el esquema bíblico de la historia, no fuera conocido por los primeros profetas, cuyos libros, ambientados entre mediados y finales del siglo VIII a. C., no mencionan absolutamente nada sobre la Creación, Adán, Eva o (para los cristianos) la Caída, pese a describir muchas de las experiencias de los antiguos israelitas. Las pruebas de escritura que han sido encontradas por los arqueólogos en siete yacimientos de Judá, y que datan de siglos anteriores, son invariablemente materiales de tipo económico (relacionados con entregas de vino y de aceite) o vinculados a cuestiones administrativas o gubernamentales. Además, la Teogonía de Hesíodo (c. 730-700 a. C.) contiene algunas ideas que se solapan a grandes rasgos con las del Génesis. Por ejemplo, en la Teogonía, Pandora, la primera mujer, es creada a partir del hombre, como ocurre con Eva en la Biblia. En el año 620 a. C., en Atenas, el primer código jurídico escrito en griego fue esbozado por Dracón. ¿Sirvió éste de inspiración para la Torá israelita? La historicidad (o no historicidad) de las primeras partes de las Escrituras hebreas ha sido también puesta en duda debido a que no hay fuentes independientes que corroboren la existencia de figuras como Moisés, a pesar de que la presencia de otros personajes del mismo período sí se encuentra bien atestiguada. Por ejemplo, el Éxodo que dirigió debió de tener lugar entre 1400 y 1280 a. C., una época de la que conocemos con certeza los nombres de los reyes de Babilonia y Egipto, así como muchas de sus acciones, y de la que se han hallado restos identificables. Sin embargo, la primera figura bíblica cuya existencia podemos corroborar en fuentes independientes es el rey Ajab, que se enfrentó al rey asirio Salmanasar III en el año 853 a. C.

Podemos ir aún más lejos. De acuerdo con arqueólogos que han realizado excavaciones en Israel (algunos de ellos israelíes, otros no) no existen pruebas arqueológicas de la existencia de ninguno de los patriarcas (Abraham, Noé, Moisés o Josué) y tampoco del exilio judío en Egipto, del Éxodo heroico y de la violenta conquista de Canaán. Para la mayoría de los expertos en la Biblia, la cuestión no es si personajes como Abraham existieron realmente, sino si las costumbres e instituciones que aparecen en las narraciones bíblicas son históricas; y no si el Éxodo y la conquista tuvieron lugar exactamente como se relata en la Biblia, sino de qué tipo de éxodo y de conquista pudo tratarse. Además de todo esto, no hubo alianza entre los judíos y Dios y, lo que es aún más importante, Yahveh, el Dios de los Judíos, no fue un tipo de ser sobrenatural totalmente distinto, como aseguran siempre los israelitas, sino uno entre una gran variedad de deidades de Oriente Próximo, y que, hasta mediados del siglo VII a. C., tenía una esposa: el judaísmo no fue siempre una religión monoteísta.[666] Más aún, investigaciones muy recientes han planteado dudas incluso sobre la existencia de David y Salomón y la «Monarquía Unida», la época dorada de la historia judía en la que, según la Biblia, las doce tribus vivieron bajo un rey, una era que habría comenzado hacia el siglo XII a. C., con ciudades tan grandes como Meguiddó (Armagedón), Jasor y Yizreel. Según este punto de vista, David y Salomón, en caso de haber sido reyes, fueron gobernantes menores, no los grandes constructores de palacios que dominaron la región que actualmente ocupa el estado de Israel y de los que tanto se habla en la Biblia.[667] La «era dorada de Salomón» es particularmente problemática en términos históricos.

Lo que ha socavado de forma más contundente la autoridad de la Biblia es que, gracias al desarrollo de la arqueología, hoy sabemos que relatos supuestamente ambientados en la Edad del Bronce, esto es, hacia 1800 a. C., describen en realidad el mundo de la Edad del Hierro y, por tanto, posterior a 1200 a. C. Los topónimos bíblicos son nombres de la Edad del Hierro; los filisteos (palestinos) no aparecen mencionados en textos pertenecientes a otras tradiciones hasta 1200 a. C. aproximadamente, y pese a que la Biblia los menciona ya en el capítulo 24 del Génesis, los camellos no fueron domesticados hasta finales del segundo milenio a. C.[668]

Contamos, además, con el trabajo de Israel Finkelstein. Profesor de arqueología de la Universidad de Tel Aviv, Finkelstein es probablemente el arqueólogo más carismático y polémico de su generación. Su contribución es doble. Tradicionalmente, es decir, de acuerdo con la Biblia, los israelitas llegaron a Canaán desde el extranjero y, ayudados por su dios, Yahveh, vencieron a los filisteos (o palestinos) entre los siglos XIII y XII a. C., tras lo cual establecieron el glorioso imperio de David y Salomón en los siglos XII y XI a. C. Esta «Monarquía Unida» de Samaria, al norte, y Judea, al sur, se habría prolongado hasta el siglo VI a. C., cuando los babilonios conquistaron Israel y se llevaron a los judíos a Mesopotamia como esclavos, el «segundo exilio». Ahora bien, la cuestión es que en la actualidad prácticamente no hay ninguna prueba arqueológica que respalde esta concepción. No hay vestigios en la región de la breve campaña militar de conquista dirigida por Josué y tampoco de ciudades saqueadas o incendiadas. De hecho, hoy sabemos que muchas de las ciudades que según afirma la Biblia fueron conquistadas por Josué —por ejemplo, Arad, Ay y Gabaón— no existían en aquella época. Al mismo tiempo, hay bastantes evidencias de lo contrario, es decir, de que la vida siguió como siempre, sin alteraciones de ningún tipo. Arqueólogos anteriores habían sostenido que la súbita aparición de cierto tipo de cerámica (jarrones con un cuello distintivo) y de la casa de cuatro habitaciones eran indicios de que la región había experimentado un repentino influjo del exterior, esto es, de la llegada de los israelitas. No obstante, investigaciones posteriores han demostrado que ambos desarrollos maduraron a lo largo de cerca de ciento cincuenta años en distintos lugares y, en muchos casos, antes de la fecha propuesta para la llegada de los israelitas. Si esta perspectiva es correcta, ello significaría, evidentemente, que la Biblia está equivocada por completo en un asunto de primer orden, a saber, su esfuerzo por mostrar lo diferentes que eran los judíos de todos los demás pueblos de la región. Según esta reciente teoría, los judíos no habrían llegado a Canaán desde fuera y sometido a la población indígena, como cuenta la Biblia, sino que eran sólo una tribu local con sus propios dioses (en plural), como muchas otras, que progresivamente fue separándose del resto.[669]

Esto resulta importante en tanto que respalda la idea de que la Biblia fue obra de judíos que habían regresado a la región tras el «segundo exilio» en Babilonia (el «primero» habría tenido lugar en Egipto) y que habrían compilado una narración con dos objetivos en mente. Primero, dar a entender que en la historia antigua ya había un precedente de judíos que llegaban del exterior y se apoderaban de la tierra; y segundo, justificar su reclamación de la tierra mediante la Alianza con Dios, un invento que implicaba que los israelitas necesitaban un Dios especial, muy diferente de cualquier otra deidad venerada en la región.[670]

Es en este contexto en donde se encuadra el reciente trabajo del doctor Raz Kletter. Kletter, investigador de los servicios arqueológicos israelíes, ha culminado hace poco tiempo un examen cuidadoso de no menos de ochocientas cincuenta figurillas que han sido desenterradas durante las últimas décadas. Estas figurillas, usualmente pequeñas, hechas de madera o moldeadas en arcilla, tienen pechos exagerados y, por lo general, fueron concebidas para ser vistas sólo de frente. Muchas están rotas, quizá a causa de algún ritual, y son bastantes las que fueron descartadas y arrojadas entre los desperdicios. Otras, en cambio, se hallaron en bamot, espacios abiertos sagrados. Todas fueron creadas entre los siglos VIII y VI a. C. Nadie sabe por qué estas figurillas se encontraban donde fueron halladas, o por qué tienen la forma que tienen. Hay también una serie de figuras masculinas —cabezas o cuerpos completos—, sentadas sobre caballos. Según el doctor Kletter y también Ephraim Stern en su magistral investigación Archaeology of the Land of the Bible (volumen 2), las figurillas representan a Yahveh y su consorte Astarté. (La personificación femenina de la «Sabiduría» es presentada como consorte del Dios bíblico en Proverbios, 8.) El profesor Stern sostiene que estas figurillas israelitas y bamot no son tan diferentes de las halladas en países vecinos y concluye que representan un estadio intermedio en el desarrollo del judaísmo, entre el paganismo y el monoteísmo, que denomina «yahvismo pagano». La relevancia de estas figurillas reside en la época de la que proceden y en el hecho de que no haya diferencias sustanciales entre ellas y las de otros países. Son estas las que parecen respaldar la idea de que el judaísmo completamente desarrollado no surgió hasta el exilio babilonio. En resumen: fue durante el «segundo exilio» cuando los israelitas convirtieron a Yahveh en un dios especial, único, para justificar su derecho a la tierra.[671]

Por supuesto, hay quienes se oponen a esta hipótesis, con argumentos igualmente sólidos. Si la Universidad de Tel Aviv es en este ámbito el centro de los radicales, la Universidad Hebrea de Jerusalén es el centro de los conservadores.

Amihai Mazar, profesor de arqueología en esta última institución y autor de Archaeology of the Land of the Bible (volumen 1), admite que muchos de los primeros libros de las Escrituras hebreas, particularmente en lo concerniente a los patriarcas, no pueden ser considerados una fuente fiable. Sin embargo, no cree que deba irse mucho más lejos. En primer lugar, el profesor Mazar nos remite a la estela de Meneptah, actualmente en el Museo de El Cairo. Una estela es una losa de piedra que contiene inscripciones y Meneptah fue un faraón egipcio. Esta estela data de 1204 a. C. y describe cómo los egipcios conquistaron varias ciudades en la región que hoy es Israel, incluidas Ascalón y Guézer. Pero la estela también describe la destrucción de «el pueblo de Israel». Mazar cita a continuación el descubrimiento de la estela de Tel Dan en 1993, que contiene una inscripción en arameo que alude a «Beit David», o la Casa de David, en el sentido de «dinastía», y que habría sido realizada en el siglo IX a. C. Este monumento, sostiene, respalda el relato tradicional que encontramos en la Biblia.[672] Ahora bien, aunque las revisiones de la cronología de la Biblia y su significado son necesarias, como ha subrayado William Foxwell Albright, lo que nadie discute es el hecho de que el monoteísmo fue una creación única de los israelitas en Oriente Próximo.

La primera parte del Tanaj hebreo, los cinco libros desde el Génesis hasta el final de Números, se ocupa del período que va desde la Creación hasta la llegada de los hebreos a la Tierra Prometida. Los estudiosos consideran que esta sección tuvo cuatro fuentes diferentes que fueron refundidas por una quinta, un editor que intentó imponer cierta unidad al conjunto entre los años 520 y 400 a. C. El siguiente segmento lo componen ocho libros, desde el Deuteronomio hasta el Segundo Libro de los Reyes. La «unidad subyacente» a estos libros ha llevado a que muchos académicos consideren que, con excepción de Rut, fueron escritos por un único autor, el llamado Deuteronomista o D. El tema que une estos libros lo proporcionan los profetas y su preocupación por que Israel sea un día expulsada de la tierra, lo que lleva a los estudiosos a pensar que estos libros tuvieron que haber sido escritos después de que ese terrible acontecimiento hubiera ya tenido lugar: en otras palabras, estos libros habrían sido escritos en el exilio hacia mediados del siglo VI a. C.[673] La tercera sección va desde Crónicas hasta Esdras y Nehemías, libros que relatan el regreso del exilio y el reestablecimiento de la ley en la tierra de Israel. Su autor es denominado, por lo general, el Cronista y sus libros habrían sido compuestos y editados hacia el 350 a. C. Los demás libros de la Biblia hebrea habrían sido compuestos por distintos autores en distintos momentos, desde aproximadamente el 450 a. C. hasta el 160 a. C., cuando se escribe Daniel, el más reciente de todos.[674]

En los capítulos 4 y 5 de este libro hemos visto que la antigua literatura babilónica cuenta con historias bastante similares a algunos relatos bíblicos: el niño entre los juncos, por ejemplo, o el diluvio, en el que dos elegidos construyen un barco para reunir en él a una pareja de cada especie del reino animal. Con todo, uno de los hechos más sorprendentes de las Escrituras hebreas es que nos ofrecen dos relatos contradictorios sobre la Creación. En los primeros capítulos del Génesis, Dios crea el mundo en seis días y descansa el séptimo. Separa la luz de la oscuridad, los cielos de la tierra, ordena que brillen el sol y las estrellas y luego crea los árboles y la hierba y, después, las aves, las criaturas marinas y los animales terrestres. A continuación, crea a los humanos a su imagen, los divide en hombres y mujeres y les encomienda reinar sobre los animales y comer frutas y verduras: «la primera creación es vegetariana».[675] Más adelante, sin embargo, encontramos en el Génesis un segundo relato de la creación. En éste, Dios crea al hombre a partir del polvo del suelo (en hebreo ’adamah). Este relato de la Creación es específicamente masculino y, en él, el hombre existe antes de las demás criaturas vivientes, incluidas las plantas. Es sólo cuando Dios advierte que el hombre está solo cuando crea a los animales y se los presenta para que les dé nombre. Luego crea a la mujer a partir de una de las costillas del hombre y la denomina wo-man («fuera del hombre»).[676] Las dos versiones son muy diferentes y siempre han desconcertado a los estudiosos. En el siglo XVII, como señalamos en el prólogo, Isaac La Peyrère sugirió que la primera creación se refería a los pueblos no judíos y la segunda a la raza de Adán en particular. Esto explicaba toda una serie de anomalías, como el hecho de que hubiera seres humanos en el Ártico y en las Américas, lugares que la Biblia no menciona y de los que el Viejo Mundo no tuvo noticia hasta la era de los descubrimientos. La idea de que la verdad quizá era más prosaica no sería propuesta hasta 1711, cuando un pastor alemán, H. B. Witter, apuntó que los dos relatos de la creación en el Génesis habían sido escritos por personas distintas en momentos diferentes.[677] Existe una división similar en la relación de la llegada de los antiguos hebreos a la tierra prometida. Según una primera versión, los descendientes de Abraham son llevados a Egipto y luego, liderados por Moisés, atraviesan el desierto para llegar a Canaán. En la otra narración, la tierra es colonizada desde el oriente sin que se mencione ninguna vez a Egipto. La Biblia contiene otras incongruencias similares, pero esta disparidad de versiones es una característica común a otras religiones.

La inconsistencia se explica en parte por la existencia de dos fuentes principales para los primeros libros de la Biblia, que según el nombre que atribuyen a Dios se denominan E, o Elohísta, y J, o Yavista, y en parte por la intervención de un editor posterior que habría intentado limar las diferencias. A E se lo considera la fuente primaria, aunque el material que aporta sea menor que el procedente de J. Y, de hecho, en ocasiones J parece estar respondiendo a E. Estas fuentes primarias se remontarían al siglo VIII a. C., aunque algunos investigadores prefieran hablar del siglo X a. C. J es la fuente que refiere la existencia de una relación especial entre Dios y los judíos, aunque no menciona ninguna alianza en torno a la tierra. Ésta es la razón por la que se considera que la Alianza es una invención surgida en el siglo VI a. C., cuando, durante el exilio en Babilonia, los judíos conocieron las creencias zoroástricas.[678] Al tercer autor de la Torá se le denomina P o Sacerdote (en alemán «Priester»), quien quizá (algunos estudiosos lo ponen en duda) habría refundido E y J y añadido su propio material, relativo, principalmente a las leyes para los rituales y los diezmos. P también se refiere a Dios como Elohim, no como Yahveh.[679]

En años posteriores, tras el exilio, la responsabilidad de conservar con exactitud la Tanaj recayó en los masoretas, familias de eruditos y escribas encargados de copiar fielmente los textos antiguos. Éste es el motivo por el que las Escrituras canónicas recibirían el nombre de Texto Masorético. Después del descubrimiento de los Rollos del mar Muerto en Qumran tenemos alguna idea de cómo variaron las Escrituras en la antigüedad (de los ochocientos rollos, unos doscientos son libros bíblicos). Sabemos, por ejemplo, que la versión de la Torá que usaban los samaritanos, una tribu del norte que, en su mayoría, no había ido al exilio, difiere del Texto Masorético en, aproximadamente, unos seis mil puntos. De éstos, el texto samaritano comparte unos mil novecientos con la versión Septuaginta.[680] Un ejemplo nos permitirá entender lo importante que puede ser el control editorial. En la escritura hebrea, en la que sólo se escriben las consonantes, la ausencia de vocales favorece en muchas ocasiones el error. La mayoría de las palabras hebreas están formadas por raíces de tres letras, que pueden construirse de diversos modos para crear familias de palabras que se refieran a cosas similares. Esto hace que el hebreo sea una lengua muy eficaz en algunos contextos, una palabra es suficiente allí donde el inglés o el castellano tendrían que usar tres o cuatro. Pero confundirse es sencillo. Consideremos, por ejemplo, la conocida historia de David y Goliat. Durante su célebre enfrentamiento, se describe a Goliat provisto de armadura y casco. Los descubrimientos arqueológicos han revelado que los cascos del período estaban provistos de un saliente que cubría la nariz y la frente del guerrero. ¿Cómo es posible entonces que la piedra que David lanzó con su honda hubiera golpeado en la frente de Goliat y le hubiera matado? Una posible respuesta es que metzach, la palabra hebrea que significa frente, puede confundirse fácilmente con mitzchah, espinillera. Ambas provienen de la misma raíz: m-tz-ch. David habría arrojado su piedra de tal modo que se alojara entre la espinillera y la pierna de Goliat, lo que le habría impedido doblar su rodilla y hecho perder el equilibrio; entonces David se habría abalanzado sobre él para matarle.[681]

Los Neviim, o libros de los profetas, se dividen en «profetas anteriores» —Josué, Jueces, Samuel y Reyes, libros cuya construcción es principalmente narrativa—, «profetas posteriores» —a los que nos hemos referido en el capítulo 5: Isaías, Jeremías y Ezequiel— y los denominados doce profetas menores. Ben Sirá, que escribe hacia 180 a. C., se refiere a «los doce profetas», por lo que es posible que para esa fecha esta sección de la Tanaj ya estuviera establecida.[682] Los Ketuvim son fundamentalmente «literatura sapiencial» y obras poéticas, como los Salmos, el Eclesiastés y el libro de Job. Se trata de obras muy posteriores en relación a las que componen el resto de libros de la Tanaj y quizá entraron a formar parte del canon cuando Antíoco Epífanes, un sucesor de Alejandro Magno, persiguió a los judíos a mediados del siglo II a. C. Antíoco intentó imponer las costumbres y cultos griegos y destruir las Escrituras hebreas, y es posible que, como reacción, los Ketuvim hubieran sido aceptados dentro del canon. Al comienzo del Eclesiástico (libro que para los judíos y los cristianos protestantes forma parte de los Apócrifos y que no debe confundirse con el Eclesiastés), Ben Sirá menciona tres tipos de escritura distintos: la Ley, los Profetas y los «otros libros». Dado que el Eclesiástico se tradujo al griego hacia el 132 a. C. (la traducción la habría realizado el nieto del autor), podemos dar por sentado que el canon hebreo ya había adquirido para entonces una forma más o menos estable.[683] Ahora bien, el grado de «oficialidad» de este canon es una cuestión polémica. Los Rollos del mar Muerto, descubiertos en Qumran después de la segunda guerra mundial, conforman un conjunto de textos muy variado, lo que sugiere que en la época había un amplio abanico de escrituras, algunas de ellas muy diferentes del Texto Masorético. Aunque para la época en que Jesús vivió existía «un» canon de escrituras, no hay razón para suponer que éste fuera «único» y que el uso de textos sagrados diferentes no estuviera difundido.[684]

La Septuaginta o versión de los Setenta, la traducción griega de la Tanaj, es un ejemplo relevante en esta discusión. En el siglo III a. C., el rey Ptolomeo Filadelfo, de Alejandría (285-247 a. C.), tenía la mejor biblioteca del mundo. (Alejandría, fundada por Alejandro Magno en el año 331 a. C. e inspirada en los principios aristotélicos de la ciudad ideal, se construyó en una franja de tierra entre el mar Mediterráneo y un lago natural, cerca de la desembocadura más occidental del Nilo. Siendo una ciudad griega en Egipto, se llenó de templos y palacios y de una gran biblioteca, que pronto la convirtió en «la capital intelectual y cultural del mundo».[685]) Sin embargo, el bibliotecario, Demetrio, informó al rey de que la biblioteca carecía de cinco libros importantísimos: la Torá. En consecuencia, Ptolomeo Filadelfo acudió a Esdras, sumo sacerdote de Jerusalén, quien encomendó a setenta eruditos la traducción de los libros hebreos al griego. Sin ser conscientes de ello, los setenta estudiosos produjeron traducciones idénticas. Un desarrollo de los acontecimientos más probable es que, durante el exilio, el hebreo hubiera empezado a desaparecer como lengua hablada y a ser reemplazado por el arameo (la lengua de Jesús). De forma gradual, el hebreo se habría convertido en un idioma literario (como el latín medieval) y es probable que entre los judíos helenizados de Alejandría surgiera la necesidad de una Biblia en griego. La Torá habría sido traducida al griego ya en el siglo V o IV a. C. Ahora bien, más allá del carácter fantástico de la leyenda de la traducción, lo que nos interesa aquí es el hecho de que la Septuaginta comprende todos los libros del Antiguo Testamento actual (aunque en un orden diferente) y los llamados textos deuterocanónicos, que los cristianos católicos, pero no los protestantes, aceptan dentro del canon, así como otros textos considerados apócrifos.[686]

Entre libros deuterocanónicos se incluyen el Eclesiástico, Judit, el primero y segundo libros de los Macabeos, Tobías y Sabiduría. En Jerusalén no se los consideraba libros de inspiración divina, aunque se les reconocía una especie de autoridad de segundo grado. En Alejandría, en cambio, fueron aceptados como parte del canon, aunque allí también se los consideraba menos importantes que los demás (deuterocanónico significa literalmente «canónico en segundo lugar»).[687] A algunos de estos libros se los califica de pseudepigrapha debido a la costumbre de atribuir a personajes famosos del pasado escritos que en realidad eran anónimos. Así, por ejemplo, la Sabiduría de Salomón fue compuesto mucho después de la muerte de su supuesto «autor». Entre los libros apócrifos de la Septuaginta no aceptados como canónicos por los hebreos ni por ninguna de las confesiones cristianas se encuentra, entre otros, el libro de los Jubileos, que describe la historia del mundo desde la Creación hasta el paso de los judíos por el Sinaí y añade detalles a las historias bíblicas al señalar, por ejemplo, el nombre de los hijos de Adán después de Caín, Abel y Set. Otros apócrifos nos ofrecen detalles adicionales sobre el Éxodo.[688] No obstante, lo más importante es que todos estos libros nos muestran el desarrollo de las ideas dentro del judaísmo antes del nacimiento de Jesús. Surge la idea de Satán, se diferencia entre la resurrección del cuerpo y la resurrección del alma, y aparecen los conceptos de recompensa y castigo más allá de la tumba. El «Sheol», el inframundo en el que moran los muertos (y al que ya nos referimos en el capítulo 5), aparece ahora dividido en dos compartimentos diferentes: por un lado, una especie de cielo para los justos y, por otro, un infierno auténtico para quienes no lo son. Es posible que estas ideas también hayan surgido entre los israelitas debido a su contacto con los las creencias de Zoroastro durante su exilio en Babilonia.[689]

Vale la pena destacar, una vez más, la enorme diferencia que existe entre las Escrituras hebreas y la literatura griega más o menos contemporánea. En particular, el horizonte de la Tanaj es estrecho. Como ha señalado Robin Lane Fox, no hay evidencia en ella de un interés especial por la política o las grandes fuerzas que conforman el mundo, sean éstas económicas, científicas o, incluso, geográficas. Algunas comparaciones nos permitirán subrayar esta diferencia. Por ejemplo, el Canto de Débora en el Antiguo Testamento examina, como Los persas de Esquilo, el impacto de la derrota bélica sobre las mujeres de la nobleza enemiga. Las Escritura hebreas son una oda victoriosa, y se regodean en el cambio de circunstancias de las mujeres con las palabras: «¡Así perezcan todos tus enemigos, oh Yahveh!». En cambio, la tragedia de Esquilo demuestra compasión por las mujeres: los dioses han apoyado al bando griego, pero eso no hace que sus enemigos dejen de ser seres humanos por derecho propio y como tales se los trata.[690]

Encontramos un abismo aún más grande al comparar la historia tal y como la conciben Herodoto y Tucídides y la que recoge las Escrituras hebreas. En el relato de Herodoto hay lugar para los milagros y Tucídides no deja de advertir «la mano del destino» en el desarrollo de los acontecimientos; sin embargo, mientras los griegos basaban sus libros en investigaciones, visitaban los lugares reales en los que habían ocurrido los hechos y entrevistaban a testigos presenciales cuando podían hacerlo, la Biblia hebrea hace casi exactamente lo contrario: son escritos anónimos, sin indicios de ningún tipo de investigación que los sustente, nadie se ha desplazado para conocer el escenario por sí mismo y los actores no se han esforzado por comparar las historias de la tradición hebrea con autoridades foráneas e independientes. Las Escrituras hebreas se proponen contar toda la historia del mundo desde la creación, pero tratan sucesos increíblemente distantes casi de la misma forma en que abordan los acontecimientos recientes. El relato del Génesis está repleto de fechas fantásticas (algo que se atenúa en los libros posteriores) que nunca son cuestionadas, a diferencia de Tucídides, que era consciente de los calendarios locales y de cómo variaban de un sitio a otro. La distancia entre los historiadores griegos y los autores de las Escrituras hebreas se aprecia también en un aspecto aún más significativo: mientras que para los primeros los hombres son responsables de sus acciones tanto en la victoria como en la derrota y, al menos en el caso de Tucídides, los dioses no desempeñan un gran papel en uno u otro resultado, el principal tema del Antiguo Testamento es la relación de los hebreos con su dios. En conjunto, éste ofrece una narración mucho más cerrada y, por decirlo de algún modo, introvertida. Varios autores han señalado que la primera vez que el judaísmo es empleado como término específico es en el Segundo Libro de los Macabeos, escrito hacia el año 120 a. C., para contrastar el modo de vida judío con el helenismo.[691] Sin embargo, lo que resulta incuestionablemente conmovedor acerca de la Tanaj es que se centra en la vida de gente común y corriente enfrentada a preguntas de gran trascendencia. «Los judíos fueron la primera raza que halló palabras para expresar las emociones humanas más profundas, en especial los sentimientos provocados por el sufrimiento mental o corporal, la angustia, la desesperación y la desolación espiritual».[692] Algunos de los textos que componen la Tanaj fueron tomados en «préstamo» a obras anteriores. Proverbios, por ejemplo, es una versión disfrazada de una obra egipcia, La sabiduría de Amenope. Pero a lo largo de toda la Biblia hebrea lo que encontramos es el sentir de un pueblo humilde que vive a la sombra de Dios, «lo que significa, de hecho, haber vivido durante un gran lapso de tiempo ignorando la voluntad divina. Esto, lo que quizá sea inevitable, implica lidiar con el infortunio, un infortunio con frecuencia imposible de prever e inmerecido».[693] ¿Existe una obra más dolorosa, trágica y extraordinaria que el libro de Job? En su interés por el mal no es tan única como en ocasiones se ha sostenido. El libro parece haber sido escrito entre los años 600 y 200 a. C., cuando otras literaturas de Oriente Próximo ya habían abordado el problema del mal.[694] Job, no obstante, es especial por dos razones. Para empezar, hay en él más de un centenar de palabras que no encontramos en ningún otro lugar. Cómo consiguieron sus primeros traductores solucionar el aprieto que ello planteaba es algo que siempre ha inquietado a los filólogos. Con todo, la verdadera originalidad del libro sin duda reside en su examen de la idea de un Dios injusto. En cierto nivel, se trata de una obra sobre la ignorancia y el sufrimiento. Al comienzo, Job desconoce la apuesta que Dios ha hecho con Satán: ¿abandonará Job a su Dios una vez se multipliquen sus sufrimientos? Aunque a diferencia de Job los lectores conocemos la apuesta, ello no implica necesariamente que entendamos los motivos de Dios mejor que él. El tema del libro es tanto la ignorancia como el mal: qué sabemos, qué creemos que sabemos, qué es lo que, a fin de cuentas, podemos saber.[695] ¿Cuál es el lugar de la fe en un mundo en el que Dios es injusto? ¿Quiénes somos para cuestionar los motivos de Dios?

Después del exilio, el nuevo carácter del judaísmo como religión del libro tuvo dos importantes consecuencias, muy diferentes entre sí. En primer lugar, su preocupación por el canon convirtió a los israelitas en un pueblo relativamente estrecho de miras (aunque hubo excepciones, como Filón o Josefo). Esto también pudo haberlos hecho inflexibles y poco dispuestos a adaptarse, algo que tendría consecuencias trascendentales (por no decir desastrosas). Por otro lado, una religión del libro promueve, casi por definición, la alfabetización y el respeto por la erudición, y esto resultó muy útil a los judíos. Asimismo, el respeto por la palabra escrita, la ley en particular, fue un elemento civilizador, que proporcionó a los judíos un sentimiento colectivo de propósito. El estudio que rodeaba las Escrituras condujo al surgimiento de una nueva institución en el judaísmo: la sinagoga, el lugar en el que el libro se enseñaba y se estudiaba con detenimiento. Sinagoga es una palabra de origen griego. Designa simplemente un lugar en el que la gente se reúne, y esto sugiere que el concepto también se desarrolló durante el exilio. En Babilonia, los judíos se habrían reunido en casas de otros judíos, durante el recién establecido Sabbath, para leer (en un principio) partes relevantes de la Torá. Esta práctica ya era común, con seguridad, durante la época de Esdras y Nehemías, aunque las primeras sinagogas de las que tenemos noticias estaban en Alejandría, donde se han encontrado vestigios de la época de Ptolomeo III (246-221 a. C.).[696]

El inconveniente para los judíos era que, a pesar del éxito de su religión (o lo que ellos interpretaban como tal), su problema político central escasamente había cambiado. Eran todavía un pueblo pequeño, religioso hasta la intransigencia, rodeado por grandes potencias. Desde la época de Alejandro Magno en adelante, Palestina y Oriente Próximo estuvieron bajo el dominio de los macedonios, los ptolomeos egipcios y los seléucidas sirios. La perspectiva de todos ellos era helenista y éste fue un factor crucial, ya que Israel quedó rodeada de ciudades, poleis, en las que las principales instituciones culturales eran el gimnasio, el teatro, el liceo, el ágora y el odeón, en lugar de la sinagoga y el Templo (como ocurría en Jerusalén). Ésta era la situación de Tiro, Sidón, Biblos y Trípoli, situación que provocó, por ejemplo, que los pueblos de Samaria y Judea se consideraran atrasados. Lo único que logró esta división cultural fue hacer que los judíos más ortodoxos se volvieran aún más introvertidos. Muchos se retiraron al desierto en búsqueda de una pureza que les parecía imposible de conseguir en las ciudades, Jerusalén incluida. Al mismo tiempo, sin embargo, había muchos otros judíos, con frecuencia los que mejor formación habían recibido, que veían la cultura helenística como más variada y equilibrada que la propia. De aquí que, originalmente, la helenización fuera para los judíos, según Paul Johnson, «una fuerza espiritualmente desestabilizadora y, ante todo, una fuerza secularizadora y materialista».[697] Esta explosiva mezcla empezaría a arder hacia el año 175 a. C., con la llegada de un nuevo gobernante seléucida, Antíoco Epífanes, a quien ya nos hemos referido (página 250). Antes de esa fecha, ya se habían realizado algunos intentos de reformar el judaísmo ortodoxo. El helenismo presente en todo Oriente Próximo había promovido el comercio y, en general, había atenuado las diferencias religiosas. En comparación con los judíos, los griegos tenían una idea muy diferente de la divinidad. «Para la imaginación helénica los dioses eran como nosotros mismos, sólo que más hermosos, y descendían a la tierra para enseñar a los hombre la razón y las leyes de la armonía».[698] En conformidad con esto, griegos, egipcios y babilonios estaban dispuestos a fusionar a sus dioses, como en el caso de Apolo-Helios-Hermes, el dios sol.[699]

Ir a la siguiente página

Report Page