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Segunda parte. De Isaías a Zhu XI: La novela del alma » Capítulo 8. Alejandría, Occidente y Oriente en el año 0

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Pero incluso Orígenes no pensaba que el Padre y el Hijo fueran de la misma esencia, parte de la misma Trinidad. De hecho, creía que había una inmensa diferencia entre Uno y Otro y que el Hijo era tan inferior al Padre que ni siquiera debía venerárselo. Esta concepción encontró eco (algo más que eco) en la segunda gran controversia que sacudió a la Iglesia primitiva: la denominada herejía arriana. No sabemos con certeza si Arrio nació en Libia o en Alejandría, pero es seguro que pasó su vida adulta en esta última ciudad. Al parecer era un hombre pendenciero, y dos veces fue excomulgado por el obispo de Alejandría; con todo, su más famosa y problemática aseveración fue su cuestionamiento de la divinidad de Cristo, al argüir que Jesús era «un ser creado» y que, por tanto, era completamente diferente, e inferior, a Dios, el Padre. Esta idea se convirtió en el centro de un apasionado debate en las calles y tiendas de Alejandría, debate en el que llegó a haber derramamiento de sangre.

Para Arrio, Jesús era un ser intermedio entre Dios y el Mundo, que preexistía antes del inicio de los tiempos y de todas las criaturas, y que era el ejecutor de Sus pensamientos. Pero él, sostenía Arrio, había sido creado, no de la esencia del Padre, sino de la nada.[814] Jesús, por tanto, no era eterno e inmutable. En su propia defensa, Arrio señaló que en las Escrituras Cristo había dicho: «el Padre es más grande que yo».

Para decidir esta cuestión se convocó el primer concilio ecuménico de la Iglesia, celebrado en Nicea en el año 325 d. C. El concilio decidió, en contra de Arrio, que el Hijo era de la misma sustancia (homoousios) que el Padre. Aunque Arrio se negó a aceptar esta conclusión y fue enviado al exilio por ello, en el 336 d. C. se le readmitió en la Iglesia. Sin embargo, según cuenta la tradición, cuando iba de camino al lugar en el que tendría lugar su ceremonia de readmisión en Constantinopla, le sorprendieron unos retortijones de estómago, sus entrañas se vaciaron y una intensa hemorragia acabó con su vida casi al instante.

Hay una última idea alejandrina a la que debemos prestar atención: el empirismo médico. Sabemos que en el antiguo Egipto «abundaban» los doctores, aunque en aquellos tiempos ser médico era fundamentalmente una ocupación teórica (el término técnico era iatrosofista). Esto quiere decir que los médicos tenían muchas teorías sobre cuáles eran las causas de las enfermedades y qué tratamientos eran los más efectivos, pero no realizaban ningún experimento para someter a prueba estas teorías. Era una idea que hasta el momento no se le había ocurrido a nadie. Sin embargo, parece que en Alejandría, al iniciar el siglo III a. C., se permitió que, al menos, dos médicos, Herófilo y Erasístrato, realizaran autopsias a los cuerpos de los criminales, suministrados «de la prisión por el rey». La noticia de los experimentos conmocionó a muchos ciudadanos, pero las disecciones condujeron a tantísimos descubrimientos que «la lengua griega simplemente era incapaz de darle nombre a todos».[815] Ambos deben muchísimo a Aristóteles, el hombre que, junto a los estoicos, había conseguido la secularización del cuerpo, la idea de que las «cosas» son «moralmente indiferentes».[816]

Herófilo realizó dos avances. El primero fue establecer, en un contexto médico, la cultura de lo pequeño, una valoración de las estructuras más pequeñas del cuerpo. Descubrió la existencia de los nervios, y distinguió con acierto entre nervios motores y sensores, de los ventrículos del cerebro, de la córnea y la retina en el ojo; hizo la primera descripción precisa del hígado, la primera investigación del páncreas, de los ovarios, de las trompas de Falopio y de la matriz, y en el proceso desmitificó el útero y la idea de que en las histéricas éste, de algún modo, se había movido.[817] Su segundo logro fue la matematización del cuerpo, al advertir que había etapas en el desarrollo del embrión, que ciertos malestares eran periódicos (como las fiebres) y proponer una teoría cuantitativa del pulso. Éste, sostenía, variaba según las etapas de la vida, cada una de las cuales tenía su propia «música» o ritmo característico. En primer lugar estaba el pulso pírrico de la infancia (UU), luego el pulso trocaico de la adolescencia (—U), a continuación el espondaico de la madurez (- -) y por último el ritmo yámbico de la vejez (U—). Diseñó una clepsidra portátil para medir el pulso de sus pacientes.[818] Además advirtió cierta geometría de las heridas: las heridas redondas cicatrizan más lentamente que las otras.

En cierto sentido, y de acuerdo a nuestra forma de pensar actual, Erasístrato fue todavía más lejos que Herófilo en su concepción matemática del cuerpo al sostener que éste era una especie de máquina, es decir, que todos los procesos fisiológicos eran explicables en términos de sus propiedades y estructuras materiales.[819] El corazón y el hígado, sostuvo, distribuían la sangre y el aire a través de las arterias, y el cerebro emitía impulsos físicos a través de los nervios. Erasístrato pensaba que el corazón era una especie de fuelle con válvulas que impedían que la sangre fluyera en dirección contraria. En esta época, Ctesibio inventó una bomba de agua provista de dos cámaras, pero no sabemos en realidad si Erasístrato se inspiró en Ctesibio o si, en cambio, fue éste quien utilizó la idea del médico. Con todo, Erasístrato estaba convencido de que el cuerpo tenía un propósito, y en este sentido no era un mecanicista absoluto como lo serían los fisiólogos franceses de la Ilustración.[820]

A pesar de su naturaleza escandalosa y sus sorprendentes resultados, la medicina experimental —lo que fuera experimental— no cuajó. Se necesitarían otros mil cuatrocientos años antes de que la experimentación fuera considerada seriamente como un método.[821]

Por otro lado, aunque la experimentación no encontrara terreno fértil, el empirismo médico sí lo hizo. El fundador de esta corriente fue Filino de Cos, que se separó de Herófilo. No sabemos mucho sobre él y lo que sabemos nos ha sido proporcionado por Galeno, el famoso médico griego del siglo II d. C. Filino escribió varios libros sobre el empirismo médico en Alejandría y se nos dice que en ellos abandonó la teoría (lo que entonces significaba aquello que es posible ver con «el ojo de la mente»), para defender en cambio que el verdadero conocimiento sólo podía alcanzarse observando y estudiando qué circunstancias estaban vinculadas a determinada condición (el conjunto de circunstancias observadas recibía el nombre de «síndrome»). Sabemos, además, que para Filino había tres modos en los que era posible adquirir experiencia: la teresis, o vigilancia atenta; la metabasis tou homoiou, las inferencias por analogía, que permitían al doctor proponer, tentativamente, que lo que era cierto de una parte del cuerpo podía acaso aplicarse a otra parte; y la historia, la investigación en antiguos rollos y códices. En este sentido, los escritos de la tradición hipocrática empezaron a ser considerados más o menos como una herramienta de investigación (en el sentido que nosotros damos al término), lo que les daba más valor y autoridad de la que les restaba. Sería tarea de Galeno, en el siglo II d. C., redescubrir la importancia de la investigación práctica, si bien él también fue con frecuencia un médico de tipo literario, acostumbrado a recurrir a las bibliotecas y a frecuentar a libreros especializados en obras médicas. Pasarían muchos siglos antes de que la medicina desarrollara la tradición empirista que tantísimos beneficios ha producido en nuestra propia época.[822]

Para la época del Año 0 Alejandría había cambiado en dos aspectos muy importantes. En el año 48 a. C. un terrible incendio había destruido al menos una parte de la gran biblioteca. Algunos testimonios sostienen que la mayoría de los libros se perdieron entonces, otros que fue el Serapeo el principal afectado, y otros más que el grueso de la biblioteca fue destruido mucho más tarde, por los árabes, en el siglo VI de la era común. No obstante, dado que, como veremos, los árabes hicieron grandes esfuerzos por preservar los materiales de Grecia y Oriente Próximo dondequiera que los encontraron, parece improbable que los musulmanes hayan destruido de forma deliberada la biblioteca. En cualquier caso, un hecho seguro es que la destrucción de la biblioteca de Alejandría fue una de las formas en que las ideas de la antigüedad se perdieron para no ser recuperadas durante muchos siglos.

Sin embargo, el principal cambio ocurrido en Alejandría durante los siglos II y I a. C. fue la evolución de una forma dominante de estudio, menos preocupada por el conocimiento natural (las ciencias de la naturaleza, tal y como nosotros las conocemos) y más con la literatura, la crítica literaria y la conservación de la tradición.[823] «Para comienzos de la era común, Alejandría era un lugar en el que lo que se sabía del pensamiento babilónico, egipcio, judío y griego estaba siendo vigorosamente reunido, codificado, sistematizado y almacenado. Alejandría se había convertido en la fundadora de la cultura centrada en el texto que caracteriza a la tradición occidental».[824] Fueron las notas o escolios (scholia) que los estudiosos escribían en los márgenes de los libros alejandrinos los que dieron origen a nuestras palabras escuela y escolar y a los términos ingleses scholar y scholarship, erudición.

En la India, como en otros lugares, las fechas dependían de la religión profesada. En 1953, Pandit Nehru escribió que había más de treinta calendarios todavía en uso en el país.[825] Los Vedas describen un calendario de doce meses de treinta días cada uno. El año se dividía en dos partes, el uttarayana, cuando el sol se desplaza al norte, y el dakashinayana, cuando el sol se mueve hacía el sur, y en seis estaciones: Vasanta (primavera), Grishma (caliente), Varsha (lluviosa), Sarad (otoño), Hemanta (fría) y Sisira (húmeda). En el siglo I d. C. se compusieron varias obras astronómicas (los Siddhantas), que evidencian la influencia de Babilonia y Grecia, algo especialmente notable en la división del día en sesenta unidades, que se subdividen en sesenta unidades más pequeñas compuestas a su vez de sesenta unidades. Por su parte, los nombres de los signos del zodiaco son en su mayoría traducciones de nombres griegos y romanos.[826]

Antes del siglo I a. C., muchos indios calculaban el tiempo por años regios, aunque los budistas los contaban a partir de la fecha en que el Buda habría alcanzado el nirvana (no desde su nacimiento), algo que según la tradición había ocurrido en 544 a. C. Los jaines procedían de forma similar, y contaban los años desde la muerte de Mahavira, en el 528 a. C. Después del siglo I a. C., los hindúes emplearon dos sistemas diferentes. Uno se basaba en la era Vikrama, fundada en el 58 a. C. tras la victoria del rey vikramaditya sobre los shakas, según cuenta el texto jainita Kalakakaryakathanka. (Cuando se refieren a esta cronología los hindúes utilizan la palabra vikramasamvat o simplemente samvat). No obstante, la cronología más difundida de todas, y todavía empleada en el país, es la que se remonta a la era shaka misma, iniciada en 78 d. C. Kanishka, con cuyo ascenso al trono comienza la era, fue un gran rey-emperador kushan, que gobernó sobre una inmensa extensión del país y que tuvo su capital en Purushpar, o Peshawar, donde todavía pueden verse los restos de un monumento colosal, de casi cien metros de diámetro y del que se dice alcanzaba los doscientos metros de alto. Se cree que los shakas provenían de Escitia, la región del Cáucaso que queda al oeste del Volga y al norte del mar Negro.[827]

Para la época de Jesucristo, había muchos vínculos entre el mundo mediterráneo y el norte y oeste de la India. En tiempos de los kushan (mediados del siglo I d. C.) se acuñaron monedas en las que aparecen una mezcla de dioses griegos, persas e indios.[828] A finales del siglo I a. C., hubo un aumento significativo del número de indios que viajaban a Egipto y más lejos aún, lo que dejó varias huellas en la literatura del período, entre ellas una oda de Horacio compuesta en Roma hacia el 17 a. C. en la que menciona a indios y escitas.[829] El anónimo capitán de navío alejandrino que escribió el Periplo del mar Eritreo, compuesto en algún momento entre los años 50 y 120 d. C., da cuenta de varios puertos del mar Rojo y proporciona numerosos detalles sobre los que había en el oeste de la India.[830] Diversos textos de la antigua literatura india mencionan a los griegos, a los que se refieren con la palabra yavanas, un término que, se cree, deriva de «jonio».[831] En India se han encontrado montones de cerámica arretina roja, así como monedas romanas, que debido a su contenido de metal precioso eran muy solicitadas. Otros relatos de viaje constituyen una extrañísima mezcla de hechos y ficción. Megástenes, que visitó la India como embajador del rey seléucida hacia el año 300 a. C., relató que los hombres de algunas tribus del país tenían cabezas de perro y ladraban en lugar de hablar; decía que otros tenían los pies vueltos hacia atrás, que algunos no tenían boca, y que en los ríos podía encontrarse oro.[832] Con todo, también informó, con bastante fidelidad, sobre la existencia de comisarios especiales cuyo trabajo consistía en cuidar los ríos o en proteger a los extranjeros, y explicó que a lo largo de los caminos se ponían pilares a intervalos regulares para indicar las distancias.[833]

No obstante, las ideas más fascinantes de la época las hallamos, quizá, en las impresionantes afinidades entre el budismo y el cristianismo. Dado que la aparición del budismo precedió a la del cristianismo por varios centenares de años, debemos asumir que si alguien tomó ideas prestadas de otro, fueron los cristianos. La Tripitaka («Los tres cestos»), el nombre que reciben las Escrituras budistas, ya existían en alguna forma (posiblemente oral) para la época del emperador budista Ashoka, que vivió en el siglo III a. C.[834] Más allá de cualquier paralelo específico entre el Buda y Jesús, lo más llamativo es el parecido que, en términos general, exhiben las historias de sus vidas. Jean Sedlar, que ha estudiado ambos relatos, señala que tanto el Buda como Jesús nacieron de mujeres «sin contacto sexual». Cuando vinieron al mundo, seres celestiales se encargaron de anunciar el acontecimiento a un santo de edad avanzada que profetizó la gloria futura del niño. Ambos eran cumplimiento de una antigua profecía y cuando crecieron vivieron como «ascetas y predicadores errantes». Los dos podían controlar los elementos y curar a los enfermos, y poco antes de morir, cada uno se transfiguró. Al final, en ambos casos, un gran temblor estremeció el mundo. Ambos enviaron a sus discípulos a recorrer el mundo.[835] Algunas de las similitudes específicas son también muy notables. En el relato budista, el hombre santo, Asita, es informado por los dioses del cielo que un futuro Buda ha nacido y se apresura a ver al infante para presagiar su destino. En el evangelio de Lucas se nos dice que el Espíritu Santo reveló a Simeón que no moriría hasta ver al Mesías. Al acudir al Templo, a donde siguiendo el mandato de la tradición judía José y María habían llevado al niño para presentarlo al Señor, Simeón profetizó que «éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel». Al igual que ocurre con Pedro en la Biblia, las escrituras budistas describen a un cierto monje que cruzó el río Ashiravati caminando sobre el agua, hasta que lo abandona la fe y se hunde.[836] Jean Sedlar también advierte que ambos sistemas comparten una ética del amor y de la no violencia, de la abnegación y de la renuncia a las satisfacciones terrenales, y señala que los dos aprueban el celibato, por lo que concluye que «muchas de las semejanzas entre el budismo… y la ética cristiana deben atribuirse a la similar actitud espiritual de estas religiones». En ambas, por ejemplo, es fundamental la idea de que la meta es alcanzar la salvación después de la muerte. Aunque Sedlar cree que las dos religiones tomaron ideas prestadas de la otra, afirma que hay más préstamos en los textos apócrifos, en los que, en muchos casos, «las versiones budistas son probablemente las originales».[837] Las similitudes podrían significar menos de lo que a primera vista parece.

El relato más famoso que vincula el cristianismo y la India es la historia de Tomás, uno de los doce apóstoles originales. Según una fuente siria, los Hechos de Judas Tomás, probablemente escritos en Edesa, al noroeste de Mesopotamia en el siglo III d. C., tras la crucifixión los discípulos de Jesús se repartieron el mundo conocido para evangelizarlo, y a Judas Tomás le correspondió la India.[838] En la costa de Malabar, al suroeste de la India, existe hoy una comunidad de unos dos millones de cristianos indios que creen que su Iglesia fue fundada por Tomás. Según las tradiciones locales, éste desembarcó allí hacia el año 50 d. C. y construyó siete iglesias.[839] Actualmente nadie que no pertenezca a esta comunidad cree en realidad que el Tomás que fundó la Iglesia india fue el discípulo bíblico del mismo nombre, pero más allá de ello, la presencia del cristianismo en el subcontinente muestra algunas ramificaciones muy interesantes. En particular, tenemos el caso del vishnuismo, una de las dos principales versiones del hinduismo, que surge en los siglos II y III. El dios al que se considera la principal encarnación de Vishnu se denomina Krishna y, como descubrieron los misioneros europeos en el siglo XVIII, en algunos dialectos indios Krishna se pronuncia Krishta, una pronunciación que se acerca mucho a la de Cristo. Como señala Jean Sedlar, «existe en teoría la posibilidad de que el krishnaismo sea una forma corrupta de cristianismo».[840] Es cierto que hay paralelismos entre ambas religiones, pero el hecho es que el nombre Krishna se remonta al siglo VI a. C. Una vez más estamos ante una cuestión para la que probablemente nunca hallaremos una respuesta completa.[841]

En la India, en el año que hemos denominado 0, el subcontinente estaba dividido políticamente. El imperio mauriano había terminado hacia el año 180 a. C. y los guptas no emergerían hasta el año 320 d. C.

En palabras de un historiador, la era mauriana es aquella «a la que el término “clásico” puede aplicarse con la misma propiedad que a los períodos correspondientes de Grecia y Roma, una buena razón para ello es que en la India siempre ha servido como modelos de integración política y regeneración moral».[842] Con su capital en Pataliputra, al norte, los maurianos produjeron dos líderes, muy diferentes entre sí, y un texto clásico. Durante muchos años los historiadores conocieron al primero de esos líderes con el nombre de Sandrokottos. Fue el imperio de Sandrokottos el que con tanta fantasía describió el embajador seléucida Megástenes, y los historiadores lo conocieron como tal hasta que sir William Jones, que sirvió como juez británico en el país en el siglo XVIII, comprendió, en un momento de inspiración, que era la misma persona que Chandragupta, «el Julio César indio» que forjó un grandioso imperio que se extendía de Bengala hasta Afganistán.[843]

Que sir William Jones advirtiera el vínculo entre Sandrokottos y Chandragupta fue resultado de una iluminación repentina. Debemos otra a la mente de James Prinsep, alto funcionario de la Casa de la Moneda británica en Calcuta, y quien en 1837 realizó lo que John Keay denomina «el descubrimiento más importante para desentrañar la historia antigua de la India».[844] Prinsep estaba familiarizado con una enorme stupa (o monumento) budista en Sanchi, cerca de Bhopal, en el centro de la India, que estaba cubierto con inscripciones en un sistema de escritura desconocido. Estas inscripciones también habían sido encontradas en otras parte de la India. Se las había hallado en afloramientos rocosos, en acantilados y en enormes columnas, y muchas de ellas parecían decir lo mismo. Prinsep finalmente identificó el idioma de la inscripciones como pali, una de las lenguas derivadas del sánscrito y, lo que resultaba más significativo, una muy popular en tiempos del Buda. De hecho, Prinsep conjeturó (debido a la similitud de tantas inscripciones) que ésta era la lengua sagrada de las Escrituras budistas. En realidad, Prinsep sólo había acertado parcialmente: el pali sí era la lengua sagrada del budismo, pero las inscripciones no eran sólo fragmentos religiosos, ya que incluían también «firmes declaraciones políticas… las medidas adoptadas por un único soberano».[845] Las inscripciones empezaron a ser conocidas en la India como «los Edictos», después de que se las atribuyeran a cierto Devanampiya Piyadassi. El primer término significa «amado por los dioses» y aunque Prinsep al principio no tenía ninguna pista sobre quién pudiera ser, pronto resultó claro que se trataba de Ashoka, el tercer mauria, el nieto de Chandragupta, y el más grande de los emperadores indios, que ascendió al trono hacia 268 a. C. y gobernó durante cuarenta años. Ashoka fue un defensor del budismo en la India y envió a su hijo para introducir el sistema en Sri Lanka, cuya literatura budista contiente muchos relatos sobre sus hazañas.[846]

Los Edictos (divididos actualmente en los catorce edictos rupestres mayores, los ocho edictos e inscripciones rupestres menores y los siete edictos de columnas mayores) describen los logros de Ashoka. La «gran idea» en los Edictos es el concepto de dhamma de Ashoka, que, se considera, equivale a «misericordia, caridad, veracidad y pureza» e implica renuncia a la violencia, piedad, deber, decencia y «conducta correcta».[847] Es imposible comprender plenamente las motivaciones de Ashoka sin recurrir al principal texto clásico de la época, el Arthasastra, escrito por el «Brahmin de acero», Kautilya.[848] Principal ministro de Chandragupta, su tratado era un exhaustivo compendio sobre el arte de gobernar: cómo se debe administrar el estado, cómo se debe fijar y recaudar los impuestos, cómo se debe manejar las relaciones internacionales y la guerra. Se lo ha descrito en ocasiones como un documento paranoico, que incluye una sección sobre cómo detectar a los disidentes, diferentes propuestas para la intervención del estado en prácticamente cualquier actividad y sangrientas sugerencias para garantizar de forma implacable el cumplimiento de la ley. Por otro lado, también se lo ha descrito como un texto que prepara el terreno para el primer estado de bienestar secular.[849] Recientes análisis textuales realizados mediante ordenadores han mostrado que, en realidad, fue escrito por varias personas, pero aun así continúa siendo «una guía no sólo para la conquista de este mundo sino también del otro».[850] El autor o autores del Arthasastra afirman que la conquista de los estados vecinos es un deber sagrado del rey. En contraste con ello, la ideología del dhamma representa el intento de Ashoka de ir más allá. Había conquistado muchos estados y su imperio era enorme, el dhamma era un esfuerzo por unificarlo: se introdujeron leyes e impuestos comunes y se intentó estandarizar cuanto era posible, las medidas, los castigos, etc. Su propósito era admirable, y justifica el comentario de John Keay según el cual ésta podía ser considerada la edad clásica de la India, con Chandragupta como Julio César y Ashoka como Augusto.

Ashoka y otros gobernantes maurianos también dieron un gran impulso al estudio. Originalmente, los principales debates habían tenido como protagonistas a los brahmanes y las sectas monásticas, budistas y jainistas. Aunque no es mucho el material escrito de la época que ha sobrevivido, sabemos que en vida de Buda había dos centros de estudio o, como diríamos hoy, universidades. Éstos estaban ubicados en Kasi y Taxila, pero más tarde, a principios del siglo IV a. C., quedarían eclipsados por la fundación en Nalanda, en Bihar, de lo que se ha denominado el Oxford de la India budista.[851] Éste estaba formado por una serie de patios y edificios y contenía muchas esculturas de gran tamaño del Buda y Bodhisattvas. Las universidades brahmánicas no aparecieron hasta mucho más tarde, hacia la época de Cristo, en Kasi (como se conocía entonces Varanasi). El fundamento del currículo lo componían la gramática, la política y la ley de castas, y más tarde se introdujeron la medicina, las bellas artes, la lógica y la filosofía.[852] Los estudiantes tenían la costumbre de clavar sus tesis en las puertas de las salas de conferencias. El público podía reunirse, leer las tesis y escuchar luego a los estudiantes defender sus argumentos.

El auge de las universidades promovió la difusión de la lectura y el estudio de los textos, entre ellos: (1) las grandes epopeyas, el Mahabharata y el Ramayana; (2) los Upanishads, breves poemas religiosos para ser memorizados; (3) los sutras, breves guías filosóficas para el aprendizaje escritas en prosa; (4) los sastras, versos didácticos que presentan principios filosóficos y jurídicos; (5) obras teatrales; (6) fábulas con animales, y (7) los Purana, las Escrituras del hinduismo tardío.[853]

El Mahabharata, que significa «el gran Bharata», nació en tiempos védicos. La leyenda dice que esta obra épica existió en distintas formas en la antigüedad, con extensiones entre los veinticuatro mil y los cien mil versos. Con todo, la versión que conocemos en la actualidad fue elaborada en fecha tardía, probablemente hacia el año 100 a. C.

La obra tiene por tema central una guerra de sucesión fratricida.[854] La historia empieza con la consagración de Pandu como emperador de la dinastía bharata. Se ha convertido en emperador porque su hermano mayor, Dhrtarastra, que era por derecho el destinado a gobernar, es ciego, lo que lo descalifica para ocupar el cargo. Sin embargo, Pandu muere antes que su hermano, quien toma el poder asegurando que actuará como regente del hijo de Pandu, Yudhisthira. Éste había sido nombrado príncipe heredero, se le había entregado una parte del reino para que la gobernara, y había formado una alianza matrimonial con Krsna (Khrishna), líder de otra dinastía. Esto provoca los celos de Duryodhana, el hijo de Dhrtarastra, que desafía a Yudhisthira a un duelo de dados, en el que sabía que el resultado estaba amañado. Yudhisthira lo pierde todo en el desafío y tiene que marcharse al exilio. Después de doce años, Yudhisthira envía a Krsna como enviado para negociar la restauración de su reino. Pero Duryodhana no está dispuesto a ceder ni la más mínima parte y el conflicto es inevitable. La batalla se desarrolla durante dieciocho días, pero con la ayuda de Krsna, que participa en varias tretas, los padavas recuperan su reino y destruyen a sus enemigos. Por lo general, el Mahabharata se interpreta como una crítica de los efectos de una ambición desmesurada sobre la naturaleza humana. En cierto sentido ésta es una idea al mismo tiempo budista y griega.[855] Aún hoy en día en la India sus adaptaciones televisivas consiguen paralizar al país.

El Ramayana fue el primer poema narrativo escrito en sánscrito, y la tradición atribuye su autoría a Valmiki (activo c. 200 a. C.). Por su métrica, es posterior al Mahabharata, carece de los ritmos arcaicos de la épica primitiva y tiene menos material añadido en épocas posteriores. También aquí nos encontramos ante una historia de intrigas palaciegas. Se excluye a Rama de la sucesión al trono de su padre y se le envía al sur a un exilio de doce años. Allí, encuentra una tierra que vive bajo el asedio constante de los demonios de Lanka (Ceilán), que incluso secuestran a su propia esposa. Para vengarse, Rama reúne un ejército, invade Lanka, rescata a su esposa y mata a Ravana, el rey de los demonios. Cuando regresa a su hogar, el período de exilio ha concluido, y su hermano, magnánimo, le entrega el reino. El Ramayana es una historia mucho más generosa que el Mahabharata, y tiempo después, cuando se tradujo a las lenguas vernáculas de la India, el poema y su héroe se convirtieron en los favoritos de la nación. Diversos motivos y episodios de este relato han encontrado eco en la escultura y demás artes.[856]

Los quinientos años que separan el desplazamiento de los maurias del surgimiento de los guptas (en el 320 d. C.), un período que el Año 0 casi corta por la mitad, fueron en un tiempo considerados como la «edad oscura» de la India.[857] No obstante, se trata de una concepción que hoy se considera injustificable. Fue ésta una época de grandes ciudades, de Pataliputra y Kasi, de Mathura y Ujjain, a menudo construidas siguiendo un plano común: un cuadrado amurallado con una puerta en el centro de cada lado y rodeado por un foso. Fue, sobre todo, una era de grandiosas esculturas y de templos pétreos en las rocas que han hecho merecidamente famosa a la India. Los magníficos relieves escultóricos de Bharhut, Sanchi y Amaravati fueron todos realizados en este período por encargo no de los emperadores sino de una próspera clase mercantil. Concentrados principalmente en el oeste del país, en las tierras del interior detrás de Mumbai (Bombay), donde los pliegues de la meseta del Decán crean centenares de cavidades naturales, muchos de estos monumentos son algo más que templos, en ellos encontramos monasterios completos, con celdas de meditación, salones con columnas y complejas escaleras, todo ello excavado en la roca. Además de los templos de piedra, dos formas escultóricas surgen en este período. Una, en el norte, en el Punjab y Afganistán, evidencia una gran influencia de las ideas griegas, al representar a los budas y demás figuras con los atributos de Apolo y otros dioses griegos (a este estilo se lo conoce hoy como la escuela de Gandhara). El segundo se desarrolló alrededor de la ciudad de Mathura y empleó la característica arenisca rosa de la región para recrear, especialmente, voluptuosas figuras femeninas, que pueden haber estado vinculadas a distintos cultos.[858] La escultura india es mucho menos conocida que la escultura griega de este mismo período, pero sin duda merece un reconocimiento similar.

A uno y otro lado del Año 0, este período fue igualmente notable para la literatura india. En el siglo II a. C., Patanjali, un gramático sánscrito, compiló el texto estándar sobre yoga. El yoga se define como un cese de los estados mentales.[859] El yogi aprende a ponerse en una posición particular (asana) y a frenar a un ritmo constante la respiración. Al mismo tiempo se concentra cada vez más en su propio estado mental, siendo su meta el «deconstruir el tejido de su mente», conocer la «soledad trascendental» (kaivahya), que viene acompañada de pureza ética y de una nueva sabiduría. La obra religiosa más importante del período es el Bhagavad Gita, una obra de la India post-mauriana. El Bhagavad Gita se basa en los Upanishads en una mezcla de administración social y filosofía. Acepta las cuatro castas y los cuatro tipos de tareas vinculados a ellas. Para el brahmán, las tareas son el sacrificio y el estudio; para el kshatriya, la lucha y la protección de los súbditos; para el vaisya, el bienestar económico, el comercio y la agricultura; y para el sudra, el servicio y los oficios de poca importancia. En términos filosóficos, el objetivo es liberarse uno mismo de las «impurezas de la pasión», la avaricia, la antipatía, el narcisismo. Pero incluso el vidente o el hombre sabio deben cumplir con sus deberes públicos, para servir de ejemplo a aquellos que carecen de sus dotes.[860] No obstante, por más alto que un hombre pueda elevarse (en sentido filosófico), todavía se encuentra atado por sus vínculos sociales terrenales. La sabiduría más elevada no puede divorciarse del mundo en el que vivimos: tiene que saber coexistir con él. El Bhagavad Gita es apenas menos conservador que los Anales de Confucio.

El equivalente del Gita en la religión budista es el El loto de la buena ley o Saddharmapundarika. En cierto sentido este texto fue aún más influyente que aquél, ya que, como veremos, el budismo fue una religión mucho más misionera que el hinduismo. El Loto proporcionó a China y Japón nuevas ideas sobre Dios y el hombre y todavía se lo encuentra en cualquier altar budista japonés. En el siglo II d. C., el Kamasutra de Vatsyana, el Manusmriti («El código jurídico de Manu») y el Arthasastra de Kautilya adquirieron su forma definitiva.[861]

A largo plazo, la tendencia intelectual más significativa de la época en Oriente fue la salida del budismo del subcontinente indio hacia China, Sri Lanka, Sumatra y demás, y la difusión hindú-budista en Java, Malasia y otros lugares. Según la tradición, el budismo llegó a China durante el reinado de Ming-ti (58-75 d. C.), pero en realidad era ya la religión de varios estados de Tojarestán mucho antes de esa fecha y fue allí donde, en el año 2 a. C., el embajador chino, Tsing Kiang, recibió como obsequio los textos budistas que llevaría luego a la corte china.[862]

Una historia oficial china sobre la dinastía Han tardía nos informa de que, para el siglo I d. C., el budismo había llegado a la capital china. Liu Yang, un medio hermano del emperador, había conseguido que se le permitiera practicar el budismo, algo que hizo al tiempo que veneraba a Laotzu. Después de que el emperador tuviera una visión «de un hombre de oro, cuya nuca emitía luz y que volaba a través del tiempo y del espacio», se enviaron emisarios a la India para que se informaran sobre el budismo y éstos regresaron con monjes, diversos textos sagrados y muchas obras de arte. Conocemos bastantes relatos de viaje ilustrados escritos por peregrinos chinos que viajaron a la India en el siglo I d. C. Por ejemplo, Wang Huan-ce viajó a la India en varias ocasiones, y realizó una copia de la imagen del Buda en Bodhgaya, el lugar donde alcanzó la iluminación suprema, que, de vuelta en el palacio imperial, sirvió como prototipo para la del templo de Kongai-see. Este primer arte budista, importado de la India, sirvió fundamentalmente como estímulo de un arte chino de aún mayor belleza. Hacia mediados del siglo I, el budismo se había establecido al norte del río Huai (a medio camino entre Cantón y Beijing), en Honan oriental y Shantung sur.[863]

Las razones por las que el budismo se hizo popular en China con tanta rapidez se relacionan con el estilo de vida y pensamiento de la dinastía Han, que gobernó el país desde 206 a. C. hasta 222 d. C., a caballo de lo que hemos denominado Año 0. Los primeros asentamientos en lo que hoy es China aparecen alrededor de 3500 a. C., y la escritura se remonta al período Shang (c. 1600 a. C.). El origen de la escritura china es objeto de animados debates. Una teoría, sobre el origen de los números, es que, como ocurrió en América, los caracteres chinos empezaron siendo nudos practicados en cuerdas por razones mnemotécnicas: nudos grandes para recuerdos importantes, nudos pequeños para asuntos más triviales. La Figura 9 recoge, por ejemplo, la forma en que los nudos podrían haber dado origen a los caracteres númericos chinos.

FIGURA 9: números «nudos» chinos.

FUENTE: Endymion Wilkinson, Chinese History: A Manual, Harvard University Press, Cambridge (Massachusetts), 2000, p. 374.

Otra teoría es que el arte rupestre dio origen a algunos de los caracteres (los empleados para designar hombres, mujeres serpientes, pies, montañas, por ejemplo) y una tercera es que los caracteres chinos evolucionaron a partir de las marcas pictográficas realizadas en la cerámica y que indican ritos y superstición alrededor de su elaboración y protección. Por último tenemos las inscripciones en los huesos-oráculo, que también parecen prefigurar, entre otros, los caracteres del sol, el ojo y varios más. Por tanto, es bastante posible que los caracteres chinos tengan distintos orígenes. Su forma básica, delgada y alargada en sentido vertical, y el que, por ejemplo, los caracteres que designan animales tengan la cabeza arriba y las colas abajo, sugiere que originalmente se los escribía en cañas de bambú, materiales que no han sobrevivido. El hecho de que los primeros usuarios conocidos del sistema fueran los adivinos y escribas de los reyes Shang sugiere que la escritura propiamente dicha no surgió en China antes de1600 a. C., y que su origen fue religioso y político, a diferencia de lo ocurrido en Mesopotamia, donde, como hemos visto, la escritura aparece vinculada a actividades económicas.

Desde un primer momento, la cultura china consideró el calendario como una cuestión importantísima, prueba de ello es el prestigio que conllevaba el cargo de encargado del almanaque en la corte imperial. Las excavaciones realizadas en la primera mitad del siglo XX, entre la primera y la segunda guerras mundiales, cerca del río Amarillo, permitieron recuperar muchos de los denominados huesos-oráculo, en su mayoría omóplatos de bueyes o las partes inferiores de los caparazones de tortuga. Al calentarse éstos se fracturaban, y la labor del adivino era interpretar esas fracturas. Algunos de ellos también se refieren al pago de tributos y, por lo tanto, contienen información sobre el calendario. Gracias a ellos sabemos que los antiguos chinos dividían el día y la noche en cien unidades iguales (baike) y que conocían el año de 3651/4 días y las lunaciones de 291/2 días (en chino existían originalmente cuatro palabras para «año»). No había eras como tales en China, sino que se entendía que el tiempo consistía en series de ciclos. Había un ciclo de diez días, formado por los días conocidos como «los diez tallos celestiales», y uno de doce días, «las doce ramas terrenales». Juntos, conformaban un ciclo de sesenta días (el mínimo común múltiplo) llamado ganzhi, que, según la tradición, había empezado en el año que correspondería a nuestro 2637 a. C. Pero sabemos también de otros ciclos: el chi, de 31 920 años, el de las «grandes conjunciones», cuando todos los planetas se alinean después de un ciclo de 138 240 años, y un «ciclo mundial» de 23 639 040 años, el comienzo del cual, se creía, era «el supremo y último gran orígen».[864] Por tanto, los chinos tenían ya entonces una idea de las «profundidades» del tiempo muy diferente de la de otros pueblos. Los chinos también poseían un concepto de números aproximados (yueshu), y así, por ejemplo, wulu wushi significa «unos cincuenta». Los números diez, cien, mil y diez mil se empleaban para indicar órdenes de magnitud y se los llamaba xushu, números hiperbólicos, similares a nuestras expresiones «decenas» y «cientos». Los números tres, nueve y doce se usaban para significar, respectivamente, «varios», «muchos» y «cantidades», y a algunos números se los consideraba favorables, vinculados a la autoridad, el poder o la longevidad (todas las puertas de la Ciudad Prohibida tienen nueve filas de nueve clavos). Para prevenir las falsificaciones, los caracteres numéricos poseen marcas que los hacen difíciles de alterar.

En el año 163 a. C. se introdujo un nuevo sistema, el nianhao (nombre de la era imperial) y desde entonces cada emperador proclamaba un nuevo nianhao al comienzo del año siguiente a su ascenso al trono. En 104 a. C. se introdujo un nuevo calendario, con doce lunaciones y un mes intercalar, muy similar al empleado en la India y, de ello, al zodíaco. No obstante, en China no se adoptó la semana de siete días hasta el siglo XIII d. C.; antes de ello, los años se dividían en veinticuatro períodos quincenales que empezaban con el Li Zhun («comienzo de la primavera») en febrero y terminaba con el Da Han («frío severo») en enero. Hasta la época de la dinastía Song, el «tambor de la comida» se tocaba cinco veces al día, para marcar las tres comidas principales, el inicio del toque de queda en la noche y el levantamiento del toque de queda en la mañana. (El toque de queda era de estricto cumplimiento en todos los reinos y especialmente en las ciudades, donde tenía como objetivo prevenir los incendios tanto como el crimen).[865]

Para la época en la que el budismo llegó a China la dinastía Han estaba en decadencia y con ella el sistema filosófico que había dominado al país durante tanto tiempo. El principio básico del pensamiento tradicional chino era que existía un orden cosmológico en el universo que se reproducía en la tierra en el orden que tenía como centro al emperador. Esta idea de orden gobernaba todos los aspectos de la vida china, desde el comercio hasta la política, la filosofía y la religión. En las grandes ciudades el comercio sólo podía tener lugar en los mercados estatales, donde había funcionarios encargados de fijar los precios y los impuestos. El gobierno construía y cuidaba de las principales carreteras, y cobraba por su uso. El gobierno, además, tenía un monopolio sobre el hierro, el dinero metálico y la sal (una necesidad diaria en una dieta basada en cereales). De esta forma, la centralización del poder generaba y mantenía el orden.

Ante todo, el emperador Han tenía una función especial en la oración y reunía a su alrededor a un nutrido grupos de estudiosos encargados de aconsejarle y ayudarle a dirigir el estado. Durante la dinastía Han, estos hombres educados y cultos se convirtieron en una nueva aristocracia; eran funcionarios muy poderosos en las provincias y constituían una amenaza (prevista) para la vieja aristocracia, mucho más independiente. De esta manera, los Han desarrollaron varias ideas dominantes en las que transformaron el confucianismo en una filosofía de estado (a la que hoy se conoce como confucianismo legal o imperial, para distinguirlo de las doctrinas originales del maestro). Como afirma John Fairbank, el gran sinólogo de la Universidad de Harvard: «El punto básico de la amalgama legal-confuciana es que a los gobernantes les gustaba el legalismo y que a sus burócratas les gustaba el confucianismo».[866] Los confucianos creían que la observancia del ritual ceremonial por parte del emperador y su propia conducta ejemplar le daban una cierta virtud (de) que animaba a otros a respetar su posición. La amenaza del uso de la fuerza estaba permanentemente en el ambiente, pero el sofisticado colegio de expertos confucianos siempre garantizaba que el emperador actuaba de forma «correcta». La forma en que el confucianismo entendía la «buena conducta» lo gobernaba todo, siempre en el contexto de la cosmología china. Esta cosmología era muy diferente de la occidental y era, en realidad, una especie de confucianismo astronómico, ya que los chinos imaginaban el universo como un todo ordenado. Los chinos se diferenciaban de otros pueblos en que no tenían un mito de la creación y tampoco un creador-legislador sobrenatural. Daban por hecho que había un orden y una armonía en el universo, pero no pensaban que una deidad sobrenatural fuera la responsable de ello. «Para los chinos el poder cósmico supremo era inmanente, no trascendente».[867] La humanidad era parte de este todo ordenado, y su lugar lo definía y cuidaba el gobernante y sus ancestros.

Debido a este enfoque, la China de los Han veía «correspondencias» y encontraba «resonancias» prácticamente en todas partes. El macrocosmos se reflejaba en el microcosmos del hombre y determinaba el lugar que le correspondía a cada quien en el orden de las cosas. Así, leemos en el Huainanzi, escrito hacia el año 139 a. C., «la redondez de la cabeza se asemeja a la de los cielos, y el que los pies sean planos se corresponden con la tierra. Los cielos tienen cuatro estaciones, cinco fases, nueve secciones y 366 días. De igual forma, el hombre tiene cuatro extremidades, cinco vísceras, nueve orificios y 366 articulaciones. Los cielos tienen el viento y la lluvia, el frío y el calor. El hombre, asimismo, quita y da, se alegra y se enfurece…».[868] Esta concepción destaca especialmente en la doctrina de las cinco fases o elementos: agua, fuego, madera, metal y tierra. La «quintuplicidad» de los elementos era evidente en todos lados: había cinco planetas (todos los que entonces podían verse), cinco colores, cinco direcciones, cinco tonos musicales, cinco castigos y mucho más «cincos». Cuando les servía, o les parecía apropiado, los chinos inventaron artificios para establecer correspondencias que de otro modo resultarían difíciles de apreciar. Ya antes hemos mencionado los diez tallos celestiales y las doce ramas terrestres. A éstos se añadieron los conceptos del yin (lo femenino) y el yang (lo masculino), que permitían doblar las correspondencia de cuatro, cinco, diez o doce. El conjunto de correspondencias más complicado, pero pese a ello muy popular, creció alrededor del Yiying, o «Clásico de las mutaciones» (mejor conocido como I Ching). Éste es básicamente una colección de sesenta y cuatro hexagramas a la que se atribuyen propiedades proféticas. Los sesenta y cuatro hexagramas, cada uno de los cuales tiene connotaciones específicas, son el resultado de combinar dos tipos de línea diferentes, la discontinua y la continua, representantes del yin y el yan respectivamente.[869] El teórico más famoso del sistema fue Zou Yan de Qi (305-240 a. C.) que amplió su interpretación, o adivinación, a la astronomía, la geografía, la historia y la política. Según él, el cambio político estaba gobernado por los cinco elementos en el siguiente orden: tierra-madera-metal-fuego-agua.

Esta noción de correspondencia condujo a su vez a la idea de resonancia (ganying), que también permeaba todos los ámbitos de la vida china, desde la música hasta el gobierno. Así como al tocar el laúd el sonido de una cuerda exigía en respuesta el sonido de otra, los actos del gobernante debían «resonar» en los gobernados: cuando el primero ofrecía un buen ejemplo, su pueblo debía actuar en consonancia.[870] La acupuntura era una ciencia de las correspondencias perfecta: se descubrió que ciertos puntos del cuerpo controlaban la sensibilidad nerviosa de otras partes del cuerpo. Aunque la anestesia mediante acupuntura no se introdujo hasta el siglo XX, la existencia misma de esta técnica se consideraba una prueba viva de las correspondencias y el ganying.

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