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Segunda parte. De Isaías a Zhu XI: La novela del alma » Capítulo 12. «Falsafah» Y Al-Jabr en Bagdad y Toledo

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Capítulo 12

FALSAFAH Y AL-JABR EN BAGDAD Y TOLEDO

«La sabiduría», según un antiguo proverbio egipcio, «se ha posado sobre tres cosas: el cerebro de los francos, las manos de los chinos y la lengua de los árabes». Junto al tiro con arco y la equitación, la elocuencia completaba la terna de atributos básicos del «hombre perfecto» en la Arabia de los beduinos.[1198]

Los beduinos, el pueblo indígena de la península Arábiga, difícilmente pueden ser considerados civilizados. La palabra árabe, o ereb en el Antiguo Testamento, significa nómada, una forma de vida que, como antes hemos señalado, impide acumular muchas pertenencias y vuelve innecesaria la construcción de edificios públicos en los que pueda florecer el arte. Fue el camello el que convirtió en habitable el desierto, pero este animal no fue domesticado hasta el año 1100 a. C., aproximadamente, por lo que los beduinos no deben ser mucho más antiguos. Los desplazamientos continuos limitan además el tamaño de las tribus a un máximo de, más o menos, seiscientos individuos, y en la península la ghazw o incursión, una variedad de bandolerismo, «era prácticamente una institución nacional».[1199] En palabras de un poeta: «Nuestro trabajo es asaltar a nuestro enemigo, a nuestro vecino y a nuestro hermano, en caso de que no encontremos a ningún otro a quien asaltar».[1200]

Aunque esto no los hace una civilización establecida, la cuestión, como sugiere el lugar en que colocan a la elocuencia, es que el área en la que se distinguía la cultura de los antiguos árabes era la poesía. Aún hoy el ritmo y la rima —la música misma— de las palabras produce en los árabes lo que ellos denominan «magia lícita» (sihr halal). «La belleza de un hombre», dice otro proverbio, «está en la elocuencia de sus palabras».[1201] La poesía escrita árabe más antigua, cuya forma es la de la qasidah, fue compuesta hacia el siglo VI. No obstante, para esta época ya hacía muchas generaciones que existía como tradición oral, donde se había desarrollado un conjunto de convenciones fijas. La casida puede tener hasta un centenar de versos y utilizar una única rima a lo largo de todos ellos. Había un comienzo estereotipado en el cual el poeta ofrecía invariablemente una evocadora descripción de un lugar exótico que hubiera visitado. Había un reducido número de temas favoritos, entre ellos el de los largos viajes en camello, y asimismo una serie limitada de metáforas, alusiones y dichos, y el poeta concluía reflexionando «sobre los límites del ser humano ante un mundo todopoderoso». Las casidas eran básicamente poemas narrativos más que ensayos u obras dramáticas y lo importante, para los árabes, era su declamación, e incluso se ha llegado a afirmar que la cadencia regular de la casida pretende evocar el balanceo que produce el camello a medida que recorre el desierto. Sea esto cierto o no, estos poemas conformaban el diwan de los árabes, el «registro» de su experiencia colectiva.[1202] Los poetas y la poesía tenían un prestigio elevadísimo en el antiguo mundo árabe.

Las casidas antiguas más famosas son las denominadas las siete «Mu’allaqat» o «colgadas». Estos poemas todavía son reverenciados en todo el mundo árabe porque, según la leyenda, fueron premiados en la competición poética de la espléndida feria de Ukaz. Ukaz era una ciudad de mercaderes, cerca de La Meca, que cada año celebraba una feria durante la época en que las incursiones estaban prohibidas. Parte de la feria era una especie de certamen literario en el que poetas de todo el mundo árabe se reunían para declamar sus versos en un concurso público. Tras su victoria en Ukaz, las siete Mu’allaqat se escribieron en letras doradas sobre hojas de lino y se colgaron en los muros de la Kaaba, que contiene la piedra sagrada de La Meca.[1203]

Dado su estilo de vida nómada, los beduinos no eran un pueblo que destacara por su religiosidad. Sus primeras deidades eran manantiales (oasis) y rocas. Había una piedra roja considerada deidad en Ghaiman, una piedra blanca en al-Abalat, una piedra negra en Najran y, la más famosa de todas, el meteorito de La Meca, la Kaaba.[1204] Tratándose de un pueblo de pastores, los beduinos también veneraban varias deidades lunares, pero, además, contaban con un extraño ídolo de forma humana, Hubal, que algunos creen pudieron haber importado de Babilonia. Sin embargo, en La Meca, el principal dios era al-ilah, allah, «el dios». Este nombre, escrito en la forma hlh, era al menos bastante antiguo, se remonta al siglo V a. C. y parece haberse originado en Siria. El nombre de La Meca proviene de Makuraba, que significa «santuario», lo que implica que fue un centro religioso desde tiempos muy antiguos. Y ciertamente Ptolomeo daba esto por hecho cuando menciona el lugar en su Geografía, escrita hacia el año 150-160 d. C.

Los musulmanes se refieren hoy a este período, la era anterior al islam, como la Jahiliyya, «la época de la ignorancia», un tiempo durante el cual no se realizó ningún intento de conjugar los distintos mitos y leyendas dispersos por toda Arabia. Y quizá la naturaleza descoordinada de estas primitivas creencias fuera uno de los elemento que contribuyó a que, cuando surgió, el islam adquiriera un atractivo casi inmediato. Según la tradición, Mahoma nació hacia el año 570 d. C., en La Meca, en una familia perteneciente a la tribu de Quraysh. En esa época la ciudad estaba sufriendo un cambio significativo. En teoría constituía un punto de encuentro en las rutas comerciales entre Roma y Oriente (la ruta de las grandes caravanas terminaba en el puerto de Yemen). Pero en la práctica, para los romanos «la provincia de Arabia» era la tierra de los nabateos, que vivían más al norte y tenían su capital en Petra (hoy en Jordania). Por tanto, al igual que Siria, Arabia era un provincia de frontera, con un estatus incierto. Los comerciantes que viajaban al este podían tomar la ruta de la seda de Asia Central, lo que significa que el desarrollo de la península no estaba en ningún sentido garantizado. Sumado a esto, entre los años 450 y 570, la gran presa de Ma’rib se reventó en tres ocasiones, una catástrofe que destruyó vastas zonas de tierra fértil. Las leyendas árabes hablan de una grave decadencia económica en el siglo VI.[1205]

Hay otro factor importante para entender el surgimiento del islam: para entonces el monoteísmo rodeaba Arabia. Además de los acontecimientos que habían tenido lugar al norte, desde hacía mucho tiempo existía una comunidad judía en Yemen, y Abisinia se había entonces convertido al cristianismo. El mar Rojo era estrecho y muy transitado, y la primera cerámica islámica evidencia muchas influencias cristianas. La Meca misma era un punto de encuentro en el que se cruzaban la ruta norte-sur hacia los puertos yemeníes con la ruta oeste-este desde el mar Rojo hacia Irak. Dos gigantescas caravanas, una en verano y una en invierno, partían cada año desde La Meca. Éstas probablemente proporcionaron una vía adicional para la difusión de las ideas.

Muy poco se sabe sobre Mahoma, a pesar del hecho de que la escritura, la biografía y la erudición ya estuvieran bien desarrolladas en los siglos VI y VII. La primera biografía de la que tenemos noticias fue escrita en el año 767, mucho después de la muerte del profeta, y con todo, sólo la conocemos a través de una edición realizada en 833. En cuanto a las fuentes no árabes, encontramos la primera mención de Mahoma entre los historiadores bizantinos en el siglo IX, en la obra de Teófanes. Lo que sí tenemos es una descripción física. No era ni alto ni bajo, y tampoco gordo. Tenía pelo negro, largo y rizado, piel clara, ojos de un negro intenso con largas pestañas, hombros anchos, brazos y piernas fuertes. Poseía una boca grande y hermosos dientes, pero no tenía ninguna otra característica física destacable. También sabemos que, según la tradición, el padre de Mahoma murió cuando él tenía seis años y que luego fue criado primero por su abuelo y después por su tío. Algunas tradiciones sostienen que los parientes de Mahoma custodiaban ciertas reliquias asociadas a la Kaaba, por lo que la familia puede haber gozado de cierto prestigio religioso en la sociedad preislámica. A los doce años, Mahoma viajó con su tío a Siria donde conoció a un monje cristiano llamado Bahira según la leyenda. A los veinticinco, se casó con su patrona, Khadijah, «una viuda rica y de elevados principios, quince años mayor que él».[1206] Mahoma la ayudó a dirigir su negocio, vinculado al comercio de las caravanas, y dedicó el tiempo libre del que su matrimonio le permitía disfrutar a meditar en una pequeña cueva a las afueras de La Meca llamada Hira.

Estaba en esta cueva un día del año 610 cuando, de repente, escuchó una voz que le ordenaba recitar. Al principio, Mahoma no supo qué hacer, y la voz repitió su orden antes de que él reuniera el valor suficiente para preguntar qué debía recitar. A lo que la voz respondió: «Recita en el nombre del Señor que creó todas las cosas, que creó al hombre a partir de un coágulo de sangre. Recita, pues tu Señor es el más generoso, enseñó el uso de la pluma, enseñó al hombre lo que no sabía». La noche de ese día sería conocida posteriormente como «la noche del poder». Luego hubo otros episodios similares, tanto en la cueva como en su hogar en La Meca, cuando Mahoma se sintió tan perturbado que pidió a su esposa que lo cubriera con mantas. Al principio las voces eran varias, pero después sólo hubo una, la del arcángel Jibril o Gabriel. Mahoma recogió todas las instrucciones que recibió, algunas estaban escritas en hojas de palma, otras en piedras, otras simplemente las había memorizado. Luego, como veremos, éstas fueron reunidas en un libro, el Corán.[1207]

Desde cierto punto de vista, el mensaje que Mahoma recibió no era nuevo y su contenido coincide con ideas del zoroastrismo, el judaísmo y el cristianismo. Sólo existe un único Dios. Habrá un Día del Juicio y un paraíso e infierno eternos, al primero están destinados los fieles que le veneren y actúen de acuerdo con Su voluntad, al segundo quienes se opongan a ella y merezcan, por tanto, ser castigados.

Desde muy pequeño, Mahoma había sido conocido entre su familia y amigos como «al-Amin», el fiel, por lo que siempre les había inspirado bastante respeto religioso. Ellos fueron sus primeros conversos y luego, como ya había ocurrido con el cristianismo, la nueva fe encontró eco entre los esclavos y las clases más pobres. Debido a ello Mahoma se encontró con sus primeros opositores, pertenecientes a las familias más ricas, y se vio obligado a buscar refugio al otro lado del mar Rojo, en Etiopía. Allí continuaron las visiones, la más famosa de las cuales es la llamada isra, el viaje nocturno en el que el profeta es transportado primero a Jerusalén y luego al cielo, donde contempla el rostro de Dios. El estatus de Jerusalén como tercera ciudad santa del islam, después de La Meca y Medina, se funda en esta tradición.

Tras las voces en la caverna, la segunda etapa crucial de la vida de Mahoma empieza en el año 21. Ese año, mientras aún se encontraba exiliado al otro lado del mar Rojo, se le acercaron algunos emisarios de una pequeña ciudad llamada Yathrib, a unos trescientos veinte kilómetros al norte de La Meca. Mahoma había conocido a algunos de ellos en la feria anual de Ukaz, quienes habían quedado tan impresionados con él que querían saber si estaba dispuesto a arbitrar en los conflictos de su ciudad. A cambio, se ofrecieron a proporcionarle protección a él y sus seguidores. Mahoma estuvo de acuerdo, pero no quiso precipitar los acontecimientos. Unas sesenta familias partieron inicialmente para tantear el terreno, y al año siguiente él las siguió. Esta migración, la Hijra en árabe, es considerada por los fieles como el momento decisivo en la historia del islam y luego, cuando se estableció el calendario musulmán, se eligió la Hégira como año inicial. El centro de la nueva religión se trasladó así a Yathrib, lugar al que los fieles conocen como al-Madina: la Ciudad.[1208]

Los testimonios sobre la estancia de Mahoma en Medina nos lo presentan como un personaje multifacético. Por un lado, se convirtió en un líder religioso y político-militar. Por otro, era un hombre que remendaba sus propias prendas y vivía en una casa de arcilla humilde, rodeado (al final) por una docena de esposas y montones de hijos, muchos de los cuales murieron. Allí continuó desarrollando sus ideas y fue gradualmente diferenciándolas del judaísmo y el cristianismo. En Medina sustituyó el sábado por el viernes como día santo, instituyó el adhan, la llamada a la oración desde el alminar, estableció el ramadán como mes de ayuno, y cambió la qiblah, la dirección en la cual hay que rezar, al sustituir a Jerusalén por La Meca. También autorizó la peregrinación a la Kaaba para besar la piedra negra. Ésta era una decisión polémica porque en aquella época Medina y La Meca eran ciudades rivales y, de hecho, la tercera etapa del islam se inicia cuando, tras una guerra de ocho años, Mahoma captura la ciudad al vencer con un ejército de trescientos hombres a uno tres veces superior. En el proceso se destruyeron supuestamente más de trescientos sesenta ídolos, cuyo culto fue reemplazado por el islam. El área alrededor de la Kaaba fue declarada sagrada. Originalmente sólo los politeístas (es decir, los paganos) tenían prohibido acercarse a ella, pero poco a poco se fue ampliando esta prohibición a todos los no musulmanes. Según afirma Philip Hitti en su History of the Arabs, publicada por primera vez en 1937, «no más de quince europeos nacidos en hogares cristianos han conseguido hasta hoy visitar las dos Ciudades Santas y escapar con vida».[1209] La creación de un área sagrada alrededor de la Kaaba recuerda mucho la orden que prohibía a los no judíos acercarse al sanctasanctórum en el Templo de Jerusalén.

El hecho de que Mahoma fuera un líder político así como una personalidad religiosa es muy importante en la religión islámica. El profeta estableció leyes, impartió justicia, creó impuestos, libró guerras y formó alianzas. Su objetivo al hacerlo fue siempre la restauración de un monoteísmo auténtico, algo que, creía, se había corrompido y distorsionado en otros lugares. «Él fue la última revelación de Dios y cuando murió (según la tradición, el 8 de junio de 632) la revelación del propósito de Dios para la humanidad había sido completada: tras Mahoma no habría más profetas ni más revelaciones».[1210]

Como conjunto de ideas, el islam es una religión más cercana al judaísmo que al cristianismo. Sin embargo, en la Edad Media, era tan parecido a ambas religiones monoteístas que, en un principio, los cristianos pensaron que no era más que una secta herética cristiana, sin ocurrírseles que se trataba de una fe completamente nueva.[1211] En su Divina comedia, Dante coloca a Mahoma en uno de los círculos más bajos del infierno junto a los «instigadores del escándalo y el cisma».[1212] Como ocurre en el judaísmo, en el islam la unicidad de Dios es la realidad suprema. Dios tiene noventa y nueve «nombres excelentes», que es la razón por la que el rosario musulmán tiene noventa y nueve cuentas. El islam también está más vinculado al judaísmo que al cristianismo en su concepción de Dios como poder y majestad y no tanto como amor. Esto está muy relacionado con la idea islámica de que la religión es un «someterse» o «rendirse» a la voluntad de Dios. Algo que parece haber impresionado particularmente a Mahoma fue que Abraham estuviera dispuesto a sacrificar a su hijo para probar su sometimiento a Yahveh. La sumisión de Abraham, o aslama en árabe, proporcionó a Mahoma el nombre de la nueva fe.

A las ideas de Dios como unidad y de la religión como sumisión, les sigue la idea de que Mahoma es el verdadero mensajero de Dios «cuyo único milagro fue el Corán».[1213] Este milagro solitario refleja la naturaleza esencialmente simple de la nueva fe, que carece de complicaciones teológicas como la Resurrección, la Trinidad o la Transubstanciación. En el islam, al menos en un principio, no había sacramentos ni jerarquía eclesiástica. El Corán era la palabra de Dios y, por tanto, era «no creado». El peor pecado, y de hecho el único imperdonable, era el shirk, identificar a otros dioses con Alá.

El islam también establece cinco «pilares» en los que se funda la fe. El primer pilar es la profesión de fe, el segundo, la oración. El musulmán devoto debía rezar cinco veces al día en dirección a La Meca.[1214] No obstante, la oración de mediodía del viernes es la única práctica pública del islam y es obligatoria para todos los hombres.[1215] El tercer pilar es el zakah, un diezmo para ayudar a los pobres y recolectar fondos para construir mezquitas. Según Plinio, los árabes preislámicos tenían que pagar un impuesto a sus dioses antes de que se les permitiera vender sus especias en el mercado, por tanto es posible que Mahoma haya adoptado esta antigua costumbre. El cuarto pilar es el ayuno desde el amanecer hasta el atardecer durante el ramadán. El ayuno era una práctica muy conocida entre los judíos y los cristianos, pero no hay pruebas de que existiera en la Arabia preislámica. El último pilar es la peregrinación, haj o hazz: una vez en la vida los fieles de ambos sexos deben, si pueden permitírselo, visitar La Meca en la época sagrada del año. Esta idea puede haberse originado en los antiguos cultos solares, cuando la gente se congregaba en la Kaaba después de las ferias anuales.

Desde el exterior, las coincidencias entre el islam, el judaísmo y el cristianismo, por no hablar de costumbres paganas antiguas, son considerables. Sin embargo, una idea en la que éste se diferencia de otras creencias es en la idea de jihad o guerra santa, que algunas sectas consideran un polémico sexto pilar de la fe. El Corán especifica que uno de los deberes del islam es hacer avanzar las fronteras geográficas que separan el dar al-Islam, la tierra del Islam, del dar al-harb, «el territorio de la guerra», pero en qué medida esto debe conseguirse mediante la guerra, así como el significado de «guerra» en este contexto, son cuestiones que están lejos de ser del todo claras.

En 633, el año siguiente a la muerte de Mahoma, Abú Bakr, el primer califa, advirtió que los huffaz, aquellos que conocían de memoria el Corán, estaban desapareciendo. Temiendo que esto pudiera suponer el olvido definitivo del texto, empezó a reunir las hojas de palmeras, piedras, huesos y pergaminos sobre los cuales (según la tradición) se habían escrito los versos dispersos del «libro». Esta tarea requirió más tiempo del esperado y serían Omar, su sucesor, y Zayd ibn-Thabit, que había sido secretario del profeta, quienes en realidad reunieran los versos, si bien su forma y organización definitiva no serían obra suya sino del tercer califa, Uthman (644-657). Esta edición, conocida como la Uthmani, existía en tres copias, en Damasco, al-Basrah y al-Kufah, y se convirtió en la versión autorizada usada hasta la actualidad. O ésta era, al menos, la versión tradicional. Los estudiosos modernos sospechan, por ejemplo, que Abú Bakr no participó de ninguna forma, y que Uthman encontró en el mundo árabe varias copias del texto, con redacciones divergentes, por lo que canonizó la versión de Medina y ordenó que todas las demás fueran destruidas. Según esta opinión, el texto del Corán habría sido terminado por dos visires sólo en el año 933. Por tanto, habrían pasado más de trescientos años antes de que la versión autorizada del Corán quedara establecida, muchísimo más de lo que tardó en formarse la Biblia cristiana tras la crucifixión.

A pesar de esto, los fieles musulmanes creen que cada letra del Corán fue dictada por Gabriel a Mahona y que, por consiguiente, éste es palabra inspirada por Dios. El libro contiene ciento catorce suras, o capítulos, divididas en noventa y nueve mecanas y veinticuatro medinenses. Las suras mecanas, las más antiguas, son por lo general breves, apasionadas, exaltadas y proféticas. Su tema principal lo constituyen los deberes éticos del hombre y el castigo que aguarda a los infieles. (El islam, de hecho, tiene dos juicios: uno en la muerte y otro en la resurrección).[1216] En contraste con ello, las suras medinenses, «enviadas» después de que el conflicto inicial hubiera terminado, son mucho más prolijas y están más interesadas por cuestiones legales. En ellas se esbozan los detalles de las ceremonias religiosas, se discute lo que es y no es sagrado, y se establecen leyes sobre el hurto, el asesinato, la venganza, la usura, el matrimonio, el divorcio, etc. Hay también muchas referencias al Antiguo y al Nuevo Testamentos. Adán, Noé, Abraham, Moisés, David, Salomón, Jonás, figuran todos junto a la Caída, el Diluvio y Sodoma. Los estudiosos han señalado que la forma que adoptan muchos nombres del Antiguo Testamento en el Corán revela que se derivan de fuentes griegas o siríacas y no tanto hebreas, y que algunos de los milagros atribuidos a Jesús, como el hablar en la cuna, sólo se encuentran en los apócrifos, lo que arroja alguna luz sobre los libros de los que Mahoma disponía en el siglo VII.[1217]

El hecho de que el Corán esté escrito en árabe es una cuestión importantísima para los musulmanes piadosos, que creen que el árabe es el idioma de Dios y la lengua hablada en el paraíso. Piensan que Adán hablaba originalmente árabe, pero olvidó su lengua y se le castigó haciéndole aprender otros idiomas inferiores. En realidad, sin embargo, el árabe es una forma relativamente moderna de las lenguas semíticas, entre las que se encuentran el acadio (Babilonia y Asiria), el hebreo, el fenicio, el arameo (la lengua de Jesús), el siríaco y el etíope. Cronológicamente este grupo se divide en tres. Las lenguas de Mesopotamia se remontan al tercer milenio a. C., las de Siria y Palestina al segundo milenio a. C., mientras que las lenguas de Arabia y Etiopía, del siglo VIII a. C., son las más recientes.[1218] Ésta, por supuesto, es la versión de los académicos modernos, mientras que las primeras autoridades musulmanas no tenían forma de saber de dónde había surgido su idioma. Algunos pensaban que había nacido por imitación de los sonidos de la naturaleza, otros que era producto de una convención entre pueblos antiguos, que habían decidido que era la mejor lengua. En cualquier caso, el árabe, tal y como nosotros lo entendemos, deriva del arameo, a través de la escritura cursiva de los nabateos, quienes, como hemos anotado, tenían su capital en Petra, en la actual Jordania. Incluso en las primeras épocas del islam, la lengua todavía se estaba formando. No había, por ejemplo, un sistema para escribir las vocales y las marcas diacríticas que actualmente permiten distinguir letras similares (a de ã) no habían sido inventadas. Para facilitar la lectura, surgió la costumbre de insertar puntos rojos en aquellos lugares en los que debían ir las vocales, mientras el resto del texto se escribía con tinta negra.[1219]

Por tanto, lejos de ser el primer lenguaje hablado por Adán, el árabe empezó siendo un dialecto relativamente tardío de la región noroeste de la península Arábiga, donde lo hablaba la aristocracia Quarysh, dentro de la cual nació Mahoma. El prestigio que le concede el ser la lengua del Corán ha dado lugar a algunas anomalías. Los musulmanes modernos, incluso aquellos que son profesionales de la lingüística, la filología o la crítica literaria, con frecuencia insisten en que el árabe es superior a todas las demás lenguas, y que el árabe del Corán es de una belleza insuperable. Ésta es la razón por la que los musulmanes de todo el mundo deben leer el Corán directamente en árabe (para los fieles sólo existe una traducción autorizada, al turco). Ésta ha continuado siendo la postura de los académicos islámicos modernos, que la han mantenido incluso después de que los orígenes del idioma empezaran a desvelarse en el siglo XVIII y se detectara la presencia de préstamos de lenguas extranjeras.[1220]

Cuando Mahoma murió, el islam era una religión circunscrita a la península Arábiga. Sin embargo, como el mismo profeta había insistido, su concepción de la nueva fe era mucho más amplia. «El islam no era una religión de la sangre, sino de la fe». Para los árabes ésta era una idea nueva, pero fue tremendamente fructífera. En un lapso de apenas cien años, el islam había crecido hasta alcanzar la India al este, el Atlántico al oeste, Bizancio al norte y el corazón de África al sur. Su atractivo residía en parte en las certezas que ofrecía, en parte en el hecho de que en sus primeros años fue una religión muy tolerante en comparación con otras religiones reveladas como el judaísmo y el cristianismo, y en parte en razones puramente prácticas, como la circunstancia de que cobrara menos impuestos que el imperio bizantino.

Con todo, hubo otra razón: el califato. Tras la muerte del profeta, la fe necesitaba un nuevo líder y sus más allegados eligieron a Abú Bakr, uno de sus primeros conversos. Cuando se le preguntó qué tratamiento debía dársele, dijo que adoptaría el título de Khalifa, palabra que en árabe significa tanto sucesor como suplente. Esto daba lugar a cierta ambigüedad: ¿significaba ello que Abú Bakr era el sucesor/suplente de Mahoma o de Dios? No obstante, la institución del califato quedó así establecida, y ello tendría consecuencias profundas.[1221]

Para empezar, la institución no era en un principio hereditaria (por extraño que parezca el Corán no se manifiesta sobre la cuestión de la sucesión). Los musulmanes modernos denominan a los primeros cuatro califas, que no estaban emparentados, los Rashidun, «los guiados justamente», y a pesar del hecho de que todos, con excepción del primero, fueron asesinados, se considera que el tiempo que ocuparon el cargo fue una época dorada. Sin embargo, el cuarto califa, Alí, era primo y yerno de Mahoma, y al proponerse como candidato a califa estaba volviendo a una tradición preislámica. En vista de la historia de asesinatos precedente, los fieles creyeron que un pariente del profeta estaría en condiciones de ofrecer un liderazgo similar al original. Los seguidores de Alí se convirtieron en una facción conocida como Ali, shi’atu, Ali, que con el tiempo se condensaría en Shi’a.[1222] Más tarde, los chiitas se convertirían en un grupo extremadamente influyente, pero no entonces, porque Alí también fue asesinado. En la guerra civil islámica que siguió, la victoria correspondió a Mu’awiya, gobernador de la provincia de Siria y miembro del clan mecano de los omeyas. Esto dio inicio a una nueva fase del desarrollo islámico, ya que durante casi un siglo la sucesión del califato quedó en manos de la dinastía omeya. Los historiadores ortodoxos posteriores restan de algún modo importancia a este período. Como acabamos de señalar, antes de los omeyas vienen «los guiados justamente» y después de ellos, como veremos a continuación, el liderazgo islámico quedaría en manos de califas que contaban con «aprobación divina».[1223] Esto evidencia el desarrollo de una división clave en el islam. Los chiítas adoptaron la idea de que el califato pertenecía por derecho divino a los descendientes consanguíneos del profeta, lo que condujo a una revuelta en el año 680 cuando Husayn, hijo de Alí y nieto del profeta, se enfrentará a los omeyas en batalla. Las fuerzas de Husayn fueron aniquiladas por completo y, según la leyenda, sólo hubo un único superviviente. Desde este punto emergieron dos diferencias significativas entre los chiitas y los denominados musulmanes suníes, ya que los primeros creían (a) que el califato debía pertenecer a los descendientes consanguíneos del profeta y (b) que el Corán era literalmente cierto.

La victoria de los omeyas sobre Husayn no fue una sorpresa. Eran líderes políticos extremadamente astutos (su imperio se extendía a la India, África y la península Ibérica). También desarrollaron una magnífica arquitectura y promovieron el estudio. Esto fue en especial obra de Abd al-Malik (685-705) y de su sucesor, Hisham (724-743), bajo cuyo gobierno el árabe sustituyó al griego y al persa como idioma oficial de la administración, las monedas romanas y bizantinas se reemplazaron por monedas árabes, y se construyeron en Jerusalén las mezquitas de la Cúpula de la Roca y la de Aqsa, «los primeros edificios religiosos de importancia en la historia del islam».[1224] Esto marcó el surgimiento del islam como una gran civilización por derecho propio.

Fue también durante la dinastía cuando se crearon los primeros centros de estudio árabes: al-Basrah y al-Kufah, y en ellos se compilaron las primeras gramáticas y diccionarios, consecuencia del estudio sistemático de la lengua árabe. Fue aquí donde surgió la tradición de los hadith. Aunque hadith significa «tradición», la palabra posee también un significado mucho más específico. Se trata de acciones o dichos atribuidos a Mahoma mismo o a algunos de los miembros de su círculo de allegados. Considerados sólo inferiores al Corán, los hadith constituyen la base de buena parte de la teología islámica y del fiqh, las leyes no canónicas.[1225] En el Corán quien habla es Alá, en los hadith, el profeta. Mientras en el Corán tanto el significado como las palabras son inspiradas, en los hadith sólo lo es el significado.[1226]

Como mencionamos hace un momento, durante la dinastía omeya se construyeron los primeros ejemplos de arquitectura islámica: la mezquita de la Cúpula de la Roca en Jerusalén (691) y la gran mezquita de Damasco (706), donde los omeyas tuvieron su corte. Muchas personas consideran todavía que la mezquita de la Cúpula de la Roca es el edificio islámico más hermoso jamás construido, y muchos musulmanes piensan que demuestra la superioridad de su fe. El islam nunca fue fuente de grandes ideas en el ámbito de la teoría estética: los edificios se juzgaban por su función en igual medida, si no más, de lo que se los juzgaba por su apariencia. Un hecho que no resulta sorprendente si pensamos en que los beduinos, siendo un pueblo nómada, vivían en tiendas y no tenían verdadera necesidad de obras arquitectónicas. La primera mezquita (de masjid, lugar de prosternación), en Medina, era simplemente un patio abierto cubierto por un techo de hojas de palmera apoyado en troncos de palmera. Un tronco cortado hacía las veces de minbar, o púlpito, y desde él Mahoma se dirigía a los fieles. Todas las fuentes coinciden en que tanto la mezquita del profeta como las que construyeron sus compañeros eran muy humildes. Más aún, se cuenta que Mahoma era contrario a la decoración de las mezquitas y que en alguna ocasión afirmó que «la construcción es la actividad de menos provecho que consume la riqueza de un creyente».[1227]

Ahora bien, aunque el islam carecía de una estética formal, sí poseía algunas ideas generales que establecía la tradición. Una era la idea de adorno o embellecimiento. El islam concede que Dios creó el mundo y lo adornó y dio al hombre la facultad de producir «formas de embellecimiento». La palabra árabe zayyana significa al mismo tiempo embellecer y crear algo bello, «como Dios embelleció el cielo con las estrellas», aunque otra palabra, malih, deriva de la raíz m-l-h, que también forma la palabra milh que significa sal. Por tanto, en árabe la belleza implica «deleite» más que el ideal platónico de bien moral.[1228] En la poesía árabe las mujeres bellas aparecen inevitablemente adornadas con joyas y perfumes. Sin embargo, la idea de ornamento es mucho más amplia de lo que la palabra sugiere a oídos occidentales. El islam cree que Dios creó el mundo y que éste es perfecto. Una consecuencia de esta concepción es que las oportunidades para la creación auténtica se ven drásticamente reducidas: lo único que en verdad puede hacer el hombre es adornar lo que Dios ha hecho. De ello se sigue que el adorno, el embellecimiento o la ornamentación no deben considerarse como actividades creativas verdaderas, o artificios para mejorar la creación divina, sino como formas de venerar y glorificar a Dios. Vinculado a esto tenemos el hecho de que los musulmanes premodernos no tenían un emblema religioso comparable a la cruz cristiana (la medialuna es una innovación moderna). Sólo la palabra de Dios es sagrada, todas las demás formas y patrones son neutrales e intercambiables.[1229] Por tanto, el propósito que anima la arquitectura y la decoración de las mezquitas es subrayar la humildad y la interioridad de la fe. El principal recurso decorativo era el arco, pero el elemento central de la mezquita era el mihrab, el nicho de la oración, construido en dirección a La Meca. El área alrededor del mihrab era usualmente la más decorada, en especial con arabescos y caligrafías.

Los arabescos no nacen de ninguna prohibición de representar el cuerpo humano. El Corán no se opone a que se lo represente y la pintura y la escultura de las primeras sociedades islámicas no ignoraban la figura humana, de hecho, se conocen incluso retratos de los califas omeyas; y de hecho, las representaciones figurativas no empezaron a desaparecer hasta el siglo XIV. La idea de los arabescos se inspira en realidad en la geometría. Los árabes tomaron de los griegos la idea de que la proporción es el fundamento de la belleza, y creían que ésta era también la base de la ciencia, ya que animaba al hombre a pensar en términos abstractos, «una actividad que conducía a la pureza».[1230] No existe una palabra árabe para designar los arabescos y, una vez más, tampoco una teoría elaborada sobre su uso. Al fin y al cabo, es la línea la que desempeña el principal papel en la creación del efecto. Los arabescos son humildes, igualitarios (no hay un diseño más importante que otro), constituyen el equivalente visual de los juegos de palabras que tanto valora la poesía islámica. Su objetivo es deslumbrar a quien los mira, dejando su mente libre para la contemplación de Dios. No menos importante es que estas formas coherentes y limpias no pueden mentir.[1231]

La fuerza de la caligrafía proviene del hecho crucial de que el Corán se compone de «expresiones directas de la divinidad» y de que Mahoma pensaba que la escritura «era una de las necesidades básicas del hombre», lo que la convierte en algo similar a los iconos en el arte cristiano. El Corán es para los musulmanes lo que Jesús (no la Biblia) es para los cristianos: es la forma en que Dios se manifiesta a los creyentes. Así como la numerología ha sido siempre popular entre los místicos, algunos sufíes (véase infra) consideraban que el alfabeto árabe contenía un saber oculto. Sin embargo, una forma mejor y más común de pensar la caligrafía era considerarla una «retórica de la pluma», un adorno de la palabra elaborado de tal forma que reflejara una armonía geométrica.[1232]

Este acercamiento a la ornamentación nos devuelve a la mezquita de la Cúpula de la Roca. La construcción de este edificio no fue simplemente la creación de un lugar religioso, ya que en otro plano fue una acción política compleja. Jerusalén, de hecho, no era Jerusalén en aquella época. En el Corán nunca se la menciona directamente ni se dice dónde se encuentra, en los primeros textos musulmanes se la conoce como Aelia, el nombre que le habían dado los romanos con la intención de «desacralizar» la ciudad y desvincularla de toda connotación judía o cristiana. La Cúpula de la Roca fue construida específicamente para eclipsar tanto la iglesia del Santo Sepulcro como el lugar más sagrado del judaísmo, esto es, el sitio en el que, según la tradición rabínica, Abraham había estado dispuesto a sacrificar a su hijo y, además, el lugar en el que en otra época había reposado el Arca del Templo. Como anota el historiador Bernard Lewis: «Éste, parecía estar diciendo ‘Abd al-Malik, es el santuario de la bendición final: el nuevo templo, dedicado a la religión de Abraham, que reemplaza al Templo de Salomón, continúa las revelaciones otorgadas a los judíos y los cristianos y corrige los errores en los que ellos han caído». Por ejemplo, las inscripciones coránicas que adornan el santuario niegan de forma explícita la idea cristiana de la Trinidad: «Dios es uno, sin par, sin compañero». En otros lugares se lee: «Alabad a Dios, que no ha engendrado hijo alguno…». Como muestra la Cúpula de la Roca, el islam era algo más que una fe sucesora del judaísmo y el cristianismo, era una fe que los superaba.[1233]

Pese a sus éxitos políticos, militares y culturales, en esta época la inestabilidad era inherente al islam. En sus ideales, era un fe mucho más simple que, digamos, el cristianismo. Era además una fe igualitaria, ya que en teoría no había un clero ni una Iglesia, ningún grado de creyentes privilegiados, más cercanos a Dios que los demás. Pero ello no se adecuaba muy bien a la existencia misma de una dinastía que detentaba tanto el poder terrenal como el poder espiritual. Y cuando los adversarios de este régimen eran además los descendientes del profeta, esa inestabilidad se multiplicaba. Éste fue el telón de fondo de las insurrecciones contra los omeyas que estallarían primero en 747 y luego dos años después, a favor de los abasíes, los descendientes de al-Abbas, tío del profeta.[1234] Tras el segundo levantamiento, Abu’l-‘Abbas, el líder de la secta chiita fue elegido califa por sus tropas y una nueva dinastía subió al poder. El califato abasí duraría medio milenio y el sucesor de Abu’l-‘Abbas, al-Mansur, marcó este trascendental cambio trasladando la capital de Damasco a una ciudad completamente nueva en la orilla oeste del Tigris, en el actual Irak, cerca de la antigua capital persa de Ctesifonte. El nombre oficial que al-Mansur dio a la nueva ciudad fue Madinat al-Salam, la Ciudad de la Paz, pero el nombre nunca cuajó y el sitio continuó siendo llamado como la pequeña ciudad que había estado allí durante generaciones: Bagdad.[1235]

Aunque Bagdad significa «Regalo de Dios», la ciudad también era conocida como la «Ciudad Redonda» debido a su forma circular. La nueva metrópolis fue construida en cuatro años, labor para la cual, se dice, al-Mansur empleó a unos cien mil trabajadores, artesanos y arquitectos. El gobernante eligió esta ubicación en parte porque era fácil de defender, y en parte porque el Tigris le daba acceso a lugares tan alejados como China y, río arriba, Armenia. Las ruinas de Ctesifonte se convirtieron en la cantera principal para la nueva ciudad.

Los grandes califas de Bagdad fueron el mismo al-Mansur, el segundo califa abasí, al-Mahdi, el tercero, y Harun al-Rashid (786-809) y su hijo al-Ma‘mun. «Aunque para entonces Bagdad había sido construida hacía menos de medio siglo, ya había pasado de casi no existir a ser un centro mundial de enorme riqueza e importancia internacional, único rival verdadero de Bizancio».[1236] El palacio real ocupaba un tercio de la ciudad redonda y el lujo de su interior era legendario. La esposa y prima del califa «no toleraba en su mesa recipientes que no estuvieran hechos de oro o plata», y se cuenta que en una ocasión, para recibir a unos dignatarios extranjeros, se realizó un desfile que incluyó la participación de un centenar de leones. En el Salón del Árbol se construyeron pájaros de plata de tal forma que «gorgojearan automáticamente».[1237] A los puertos de la ciudad siempre estaban llegando naves procedentes de China, África y la India.

Gente de todo el mundo conocido acudía en tropel a Bagdad.[1238] Su ubicación hacía que fuera fácil de alcanzar desde la India, Siria y, lo que era aún más importante, Grecia y el mundo helénico. En particular, estaba muy cerca de un centro de estudios admirable que para entonces ya existía en Gondeshapur, al suroeste de Persia. Allí floreció una gran comunidad de nestorianos, una secta herética cristiana que, como vimos en el capítulo anterior, habían sido obligados a huir de un territorio más al oeste en el siglo V. Junto a ellos, habían llegado a Gondeshapur otros refugiados políticos y religiosos, incluidos los estudiosos expulsados de la academia pagana de Atenas (la escuela fundada por Platón) cuando la institución fue cerrada por los cristianos en 529. Durante muchos años, por tanto, Gondeshapur había sido el hogar de estudiosos de toda clase de credos y, en particular, de médicos. Por razones profesionales estos últimos tenían un especial interés en conocer las hierbas medicinales, los métodos quirúrgicos y otro tipo de tratamientos de todo el mundo, y, por tanto, la traducción de textos extranjeros se convirtió entre ellos en un procedimiento común. Muchas de las familias de nestorianos se convirtieron en dinastías médicas en las que los manuscritos médicos (traducidos) pasaban de padre a hijo. Gondeshapur también tuvo el primer hospital, el Bimaristan. En la ciudad se hablaba una gran cantidad de lenguas, un reflejo de las muchas tradiciones que allí se congregaban, y los textos se traducían principalmente del griego y el sánscrito al siríaco y el arameo. Después de que los árabes conquistaran Gondeshapur en el año 638, estos estudiosos aprendieron con rapidez la lengua de sus conquistadores y comenzaron un intenso programa de traducción al árabe de los manuscritos médicos, geométricos y científicos de la India y Grecia.[1239]

Éste fue el modelo que se adoptó en Bagdad y Damasco. Así, la idea misma de traducir valiosos manuscritos extranjeros fue en su origen una práctica cristiana-judía-pagana. En el mundo árabe no existía una tradición o precedente semejante y, como Gondeshapur era una ciudad ecuménica e internacional, con tantos judíos y paganos como cristianos a la vanguardia, fue así como se organizaron las traducciones en Bagdad. A medida que la Ciudad de la Paz crecía en tamaño e importancia, muchos descendientes de las dinastías médicas nestorianas se trasladaron allí. Luego, a comienzos del siglo IX, el mundo islámico tuvo la fortuna de contar con un califa de mente abierta, alMa‘mun, quien simpatizaba con una secta semisecreta, los mutazilitas, racionalistas obsesionados por la idea de reconciliar el Corán con los criterios de la razón humana. Se dice que al-Ma‘mun tuvo un sueño (acaso el sueño más importante y afortunado de la historia) en el que se le aparecía Aristóteles, y debido a ello envió a sus emisarios a lugares tan alejados como Constantinopla en búsqueda de tantos manuscritos griegos como pudieran encontrar y fundó en Bagdad un centro dedicado a la traducción.

En algún momento hacia el año 771 un viajero indio llegó a Bagdad llevando consigo un tratado de astronomía, un Siddhanta, que al-Mansur insistió en hacer traducir. Este tratado se conocería en la ciudad como el Sindhind. El mismo viajero traía también un tratado matemático, que introdujo un nuevo conjunto de numerales, el 1, 2, 3, 4, etc., que es el que todavía utilizamos (antes de ello los números se habían escrito siempre como palabras o usando letras del alfabeto). Estos números se denominarían luego numerales arábigos, aunque en la actualidad (al menos entre los matemáticos) se prefiere denominarlos numerales indios. La misma obra introdujo el 0, que quizá fue originalmente concebido en China. La palabra árabe para designar el 0, zephirum, es el origen de nuestras palabras «cifra» y «cero». El encargado de traducir ambas obras al árabe fue Muhammad ibn-Ibrahim al-Fazari, en cuyo trabajo se basó en buena medida el famoso astrónomo musulmán al-Khwarizmi (c. 850).[1240]

Los árabes no se interesaron especialmente por la poesía, el teatro y la historia griegas. Tenían sus propias tradiciones literarias y sentían que éstas eran más que suficientes. No obstante, la situación era muy diferente en el caso de la medicina de Galeno, las matemáticas de Euclides y Ptolomeo, y la filosofía de Platón y Aristóteles. El primer pensador musulmán que concibió un cuadro general de las ciencias fue al-Farabi (m. 950), cuyo catálogo Ihsa al-ulum, conocido en latín como De Scientiis, organizó las diferentes disciplinas y saberes de la siguiente forma: ciencias lingüísticas; lógica; matemáticas, categoría en la que incluía la música, la astronomía y la óptica; física; metafísica; política; jurisprudencia; y teología. Posteriormente, Ibn Sina dividiría las ciencias racionales en especulativas (que buscan la verdad) y prácticas (que buscan el bienestar).[1241] Las ciencias especulativas incluían la fisiognomía, la interpretación de los sueños y los hechizos; entre las ciencias prácticas, por su parte, se encontraban la moral y la profetología.

En las principales ciudades islámicas se crearon bibliotecas y centros de estudio, basados en su mayoría en el modelo griego que los árabes habían descubierto tras conquistar Alejandría y Antioquía. La más famosa de estas instituciones fue la Casa de la Sabiduría (Bayt al-Hikma) fundada por al-Ma‘mun en el año 833. Fueron muchas las traducciones que se realizaron en este lugar, que también fue escenario de observaciones astronómicas y experimentos químicos y sirvió como centro de enseñanza (si bien Hugh Kennedy duda de ello y sostiene que la Casa era sólo una biblioteca). Incluso aquí, el «jeque de los traductores», como se le denominaba, era un cristiano nestoriano de al-Hirah, Hunayn ibn-Ishaq (809-873), que hablaba cuatro lenguas y fue nombrado supervisor de la Casa de la Sabiduría. Encargado de dirigir todas las traducciones científicas, Hunayn fue, como señala Hugh Kennedy, un protegido de la familia Banu Musa, los principales patrocinadores del estudio de las ciencias exactas en la era dorada de Bagdad. Hunayn formó a su hijo, Ishaq, y a su sobrino, Hubaysh, y junto a ellos tradujo la Física de Aristóteles, la República de Platón, siete libros de anatomía de Galeno (cuyos originales griegos se han perdido) y obras de Hipócrates y Dioscórides. Hunayn también tradujo del griego el Antiguo Testamento a partir de la Septuaginta, pero esta obra también se ha perdido.[1242] No menos célebre que él fue Thabit ibn Qurra, que fundó una segunda escuela de traductores y vertió al árabe obras de Euclides, Arquímedes, Ptolomeo (entre ellas el Almagesto) y Apolonio. Si no hubiera sido por su trabajo, el número de obras griegas que hoy conoceríamos sería menor. Ibn Qurra tampoco era musulmán, sino miembro de una secta pagana, los sabianos, que por suerte aparecían mencionados en el Corán y, por tanto, se los protegía. Ibn Qurra e Ibn Ishaq colaboraron en un proyecto para medir la circunferencia de la tierra. Repitieron su esfuerzo más de una vez para confirmar el resultado, una temprana demostración del método experimental. Ambos daban por hecho que la tierra era redonda.

La situación no era diferente en filosofía y la literatura, áreas en las que el éxito de cristianos y paganos subraya lo abierta que era Bagdad. Abú Bishr Matta bin Yunus, un colega cercano del famoso al-Farabi y quien intentó reconciliar Aristóteles y el Corán, era cristiano y estudió en Bagdad. Uno de los poetas más importantes del siglo VII y comienzos del siglo VIII también era cristiano, Ghiyath ibn-al-Salt, de cerca de al-Hirah, sobre el Éufrates, quien incluso fue llevado a La Meca por su califa. Aunque fue nombrado poeta de la corte, se negó a convertirse, a renunciar a su «adicción» al vino y a dejar de lucir su cruz. Se divorció de su primera esposa, se casó con una divorciada, frecuentaba a las prostitutas y bebía hasta la «saturación», el único modo, afirmaba, en que podía obtener ideas para su poesía. Murió en su cama.[1243] No es un secreto que la obra más famosa de la denominada literatura árabe, Alf Laylah wa-Laylah (Las mil y una noches), era en realidad una antigua obra persa, Hazar Afsana (Un millar de cuentos), que contenía distintos relatos, muchos de los cuales eran de origen indio. Con el paso del tiempo, se hicieron adiciones a esta obra, no sólo a partir de fuentes árabes sino también griegas, hebreas, turcas y egipcias.[1244]

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