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Notas

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[1645] Ibid., p. 45. <<

[1646] Hide de Ridder-Symoens, ed., A History of the Universities in Europe, vol. I, Cambridge University Press, Cambridge (Inglaterra), 1992, pp. 43 y ss. [Hay traducción castellana: Historia de la universidad en Europa I: las universidades en la Edad Media, Universidad del País Vasco, Bilbao, 1995]. <<

[1647] Cobban, The Medieval Universities, pp. 49-50. <<

[1648] Chester Jordan, Europe in the High Middle Ages, p. 127. Cobban, The Medieval Universities, p. 50. Schachner, The Medieval Universities, p. 151, sostiene que hay dudas de la existencia real de Irnerio. <<

[1649] Cobban, The Medieval Universities, p. 51. <<

[1650] Ibid., p. 52. <<

[1651] Ibid., p. 53. <<

[1652] Rashdall, The Universities of Europe in the Middle Ages, vol. II, p. 23. <<

[1653] Cobban, The Medieval Universities, p. 54. Sobre la edad y el estatus económico de los estudiantes de Bolonia, véase: Schachner, The Medieval Universities, p. 153. <<

[1654] Cobban, The Medieval Universities, p. 55. <<

[1655] Carlo Malagola, «Statuti dell’ università e dei collegii dello studio Bolognese», 1888, en Lynn Thorndike, ed., University Records and Life in the Middle Ages, Octagon, Nueva York, 1971, pp. 273 y ss. <<

[1656] Cobban, The Medieval Universities, p. 58. <<

[1657] Ibid., p. 62. <<

[1658] Ridder-Symoens, ed., A History of the Universities in Europe, vol. I, pp. 148 y ss. <<

[1659] Ibid., p. 157. Véase también: Schachner, The Medieval Universities, pp. 160 y ss. <<

[1660] Cobban, The Medieval Universities, p. 65. <<

[1661] Ibid., pp. 66-67. <<

[1662] Sobre el reglamento de la Universidad de París, véase: Thorndike, ed., University Records and Life in the Middle Ages, p. 27, y sobre las regulaciones papales, Ibid., p. 35. <<

[1663] Cobban, The Medieval Universities, p. 77. <<

[1664] Ibid., pp. 82-83. Para el concepto de «naciones», véase: Schachner, The Medieval Universities, pp. 74 y ss. <<

[1665] Cobban, The Medieval Universities, p. 79. <<

[1666] Ibid., p. 96. <<

[1667] Sobre la introducción de la educación en Inglaterra a través de Northampton, Glasgow y Londres, véase: Ridder-Symoens, ed., A History of the Universities in Europe, vol. I, p. 342. <<

[1668] Cobban, The Medieval Universities, p. 98. <<

[1669] Ibid., p. 100. <<

[1670] Thorndike, ed., University Records and Life in the Middle Ages, pp. 7-19. <<

[1671] Cobban, The Medieval Universities, p. 101. <<

[1672] Pederson, The First Universities, p. 225, describe cómo era la vida inicialmente en Oxford. <<

[1673] Cobban, The Medieval Universities, p. 107. <<

[1674] Schachner, The Medieval Universities, pp. 237-239. Véase también: Rubenstein, Aristotle’s Children, p. 173. <<

[1675] Cobban, The Medieval Universities, p. 108. <<

[1676] Chester Jordan, Europe in the High Middle Ages, p. 119. Cobban, The Medieval Universities, p. 116. <<

[1677] Cobban, The Medieval Universities, p. 116. Los colegios fueron una característica especial de París, Oxford y Cambridge. Por lo general, éstos eran entidades jurídicas autónomas y gozaban de una generosa dotación, y con frecuencia se trataba de organizaciones benéficas y piadosas. Los colegios se establecieron también para reflejar la idea de que la pobreza de un estudiante no tenía que ser un obstáculo para su progreso académico. Esto era cierto sobre todo en París, el origen de la idea en el sentido de que fue allí donde aparecieron los primeros colegios. «El primer colegio europeo del que tenemos información», afirma Alan Cobban, «es el Colegio de los Dieciocho que empezó a funcionar en París en 1180 cuando un tal Josce de Londres compró la habitación que tenía en el Hospital de Santa María de París y la donó a perpetuidad para que la usaran dieciocho estudiantes pobres». Aunque la idea pronto fue imitada por otros, el sistema que hoy conocemos surgió en realidad con la fundación del Colegio de la Sorbona hacia el año 1257 por Roberto de Sorbon, capellán de Luis IX. Esta institución estaba destinada a los licenciados y a aquellos estudiosos que ya contaban con un título y deseaban iniciar un doctorado en teología. Para 1300 ya había en París unos diecinueve colegios, y hacia finales del siglo XIV, «el siglo por excelencia en el que los colegios se difundieron por Europa occidental», existían no menos de treinta y seis. Otros once serían fundados en el siglo XV, con lo que, en total, se llegaba a los sesenta y seis. Los colegios universitarios fueron suprimidos por la Revolución Francesa en 1789 y la universidad nunca volvió a adoptar esta organización.

Los colegios ingleses surgieron después de los parisinos y siempre estuvieron destinados a los licenciados (la aceptación de pregraduados fue una innovación posterior). Ubicados originalmente en tabernas u hostales, los primeros colegios fueron el Merton College, fundado en 1264, el University College, creado hacia 1280, y el Balliol College, abierto en 1282. Peterhouse fue establecido en Cambridge en 1284, y para 1300 la ciudad contaba con ocho colegios que alojaban a un total de 137 estudiosos. A principios del siglo XIV, King’s Hall, en Oxford, fue el primer colegio que admitió pregraduados. Los colegios de licenciados se transformaron de manera gradual en colegios para pregraduados, en gran parte por razones económicas (tasas de matrícula), en un proceso que sería completado en gran parte por la Reforma. Fueron los colegios (de pregraduados) los que introdujeron el sistema de clases y seminarios que sustituiría al de conferencias públicas, para entonces en progresiva decadencia. Cobban, The Medieval Universities, pp. 123-141, passim. <<

[1678] Ibid., p. 209. <<

[1679] Ibid., p. 214. Véase también: Schachner, The Medieval Universities, pp. 322 y ss. <<

[1680] Cobban, The Medieval Universities, p. 215. <<

[1681] Crosby, The Measure of Reality, p. 19. A esto quizá haya contribuido lo que Jacques Le Goff denomina la nueva educación de la memoria que supuso, tras el IV Concilio de Letrán, la exigencia de que los fieles se confesaran una vez al año. Le Goff sostiene además que en esta época la predicación misma se hizo más precisa. The Medieval Imagination, p. 80. <<

[1682] Crosby, The Measure of Reality, pp. 28-29. <<

[1683] Ibid., p. 33. <<

[1684] Ibid., p. 36 <<

[1685] Paul Saenger, Space Between Words: The Origins of Silent Reading, Stanford University Press, Stanford y Londres, 1997, p. 136. <<

[1686] Crosby, The Measure of Reality, p. 42. Los números tenían además su lado místico. El seis era perfecto porque Dios había creado el mundo en seis días, el siete era perfecto porque era la suma del primer número impar y el primer número par y porque Dios había descansado al séptimo día, después de la Creación. El diez, el número de los mandamientos, representaba a la ley; mientras que el once, que quedaba por fuera de la ley, representaba al pecado. El número mil también simbolizaba la perfección por ser el número de los mandamientos multiplicado por sí mismo tres veces, tres: el número de la Trinidad y el de los días transcurridos entre la Crucifixión y la Resurrección. Ibid., p. 46. <<

[1687] Jacques Le Goff, «The town as an agent of Civilization 1200-1500», en Carlo M. Cipolla, ed., The Fontana Economic History of Europe: The Middle Ages, Harvester, Hassocks (Sussex), 1976-1977, p. 91. <<

[1688] Crosby, The Measure of Reality, p. 57. <<

[1689] Saenger, Space Between Words, pp. 12, 17 y 65. John Man, The Gutenberg Revolution, Review/Headline, Londres, 2002, pp. 108-110. <<

[1690] Chester Jordan, Europe in the High Middle Ages, p. 118. Crosby, The Measure of Reality, p. 136. Saenger, Space Between Words, p. 250. <<

[1691] A. J. Gurevich, Categories of Medieval Culture, Routledge & Kegan Paul, Londres, 1985, pp. 147-150. Sobre las ideas de espacio y tiempo en la Edad Media, véase: Le Goff, The Medieval Imagination, pp. 12-14. <<

[1692] Crosby, The Measure of Reality, p. 82. <<

[1693] Ibid., p. 101. Jacques Le Goff sostiene que la aceptación de algunas de estas innovaciones en la época fue retrasada por una enorme oleada de antiintelectualismo. Jacques Le Goff, Intellectuals in the Middle Ages, Blackwell, Oxford, 1993, pp. 136-138. [Hay traducción castellana del original francés: Los intelectuales en la Edad Media, Gedisa, Barcelona, 1986]. <<

[1694] Crosby, The Measure of Reality, p. 113. <<

[1695] Los símbolos alemanes libraron una lucha por la supremacía con la ¯P y la ¯M durante todo el siglo XVI y no se los adoptó hasta que los algebristas franceses los utilizaron. <<

[1696] Crosby, The Measure of Reality, p. 117. <<

[1697] Ibid., p. 120. <<

[1698] Charles M. Radding, A World Made by Men: Cognition and Society, 400-1200, University of North Carolina Press, Chapel Hill, 1985, p. 188. <<

[1699] «San Juan, borra el pecado de nuestros labios manchados de manera que nosotros, tus servidores, podamos cantar libremente nuestros sentimientos más íntimos y alabar tus maravillosos actos». <<

[1700] Crosby, The Measure of Reality, p. 146. <<

[1701] Albert Gallo, Music of the Middle Ages, Cambridge University Press, Cambridge (Inglaterra), 1985, vol. 2, pp. 11-12. <<

[1702] En particular una forma de síncopa conocida como hoquet («hipo» en francés) en la que una voz canta mientras otra descansa y viceversa en rápida sucesión. Crosby, The Measure of Reality, p. 158. <<

[1703] Piltz, The Medieval World of Learning, pp. 206-207. <<

[1704] Sobre cómo las universidades estimularon la demanda, véase: Man, The Gutenberg Revolution, p. 87. <<

[1705] Crosby, The Measure of Reality, p. 215. En términos intelectuales, el debate fue quizá la innovación más importante de la universidad, ya que permitió a los estudiantes comprender que la autoridad no lo era todo. En una época en la que la Iglesia y la ley canónica dominaban, esto era fundamental. El sistema de ejemplares para la circulación de manuscritos fue otra importante ayuda al estudiante creativo al dar lugar a formas más privadas de estudio, algo que aumentaría con la aparición de libro impreso a finales del siglo XV. <<

[1706] Incluso así, un país como Francia producía fácilmente unos cien mil bultos de vitela al año, cada uno compuesto de cuarenta pieles. Febvre y Martin, Coming of the Book, p. 18. <<

[1707] Ibid., p. 20. <<

[1708] Man, The Gutenberg Revolution, pp. 135-136. <<

[1709] Febvre y Martin, Coming of the Book, p. 50. Sobre las primeras imprentas, véase Alister McGrath, In the Beginning: The story of the King James Bible, Hodder & Stoughton, Londres 2001, pp. 10 y ss. <<

[1710] Febvre y Martin, Coming of the Book, p. 54. Veasé también: Moynahan, Faith, p. 341. <<

[1711] Febvre y Martin, Coming of the Book, p. 56. Sobre la calidad de la impresión de los primeros libros, véase: Moynahan, Faith, p. 341. <<

[1712] Douglas MacMurtrie, The Gutenberg Documents, Oxford University Press, Nueva York y Oxford, 1941, pp. 208 y ss. <<

[1713] Febvre y Martin, Coming of the Book, p. 81. Sobre la tipografía de Gutenberg, véase: McGrath, In the Beginning, p. 13. <<

[1714] Martin Lowry, «The Manutius publicity campaign», en David S. Zeidberg y F. G. Superbi, eds., Aldus Manutius and Renaissance Culture, Leo S. Olschki, Florencia, 1998, pp. 31 y ss. <<

[1715] Sobre el volumen de las primeras tiradas, véase: McGrath, In the Beginning, p. 15. <<

[1716] Febvre y Martin, Coming of the Book, p. 162. <<

[1717] El primer paso se produjo cuando se acordó que el editor no podía imprimir una segunda edición de un libro sin la autorización de su autor, algo que sólo podía obtener pagándole una nueva suma. Febvre y Martin, Coming of the Book, p. 164. <<

[1718] Ibid., p. 217. <<

[1719] McGrath, In the Beginning, p. 18, afirma que el precio de una Biblia de Gutenberg era equivalente al de una casa grande en una ciudad alemana en 1520.

Desde el principio, la venta de libros se realizaba en ferias del libro por toda Europa. Lyón albergaba una de éstas, en parte debido a que muchas otras ferias comerciales se realizaban allí y los mercaderes estaban familiarizados con el proceso y en parte a que la ciudad era un destacable cruce de caminos, con importantes puentes sobre el Ródano y el Saona. Además, para mantener la feria, el rey otorgó ciertos privilegios a los mercaderes de Lyón, por ejemplo, el de no estar obligados a mostrar sus libros de contabilidad a los inspectores. Unos cuarenta y nueve impresores y vendedores de libros, muchos de ellos extranjeros, estaban establecidos en la ciudad, principalmente a lo largo de la calle Merciére. Esto implicaba que en la feria del libro de Lyón se compraban y vendían libros en muchos idiomas distintos, lo que convirtió a la ciudad en un importante centro de difusión de las ideas. (Los libros de derecho eran especialmente populares). Francfort (no lejos de Maguncia) era el principal rival de Lyón. Allí también se realizaban muchas ferias comerciales: vinos, especias, caballos, lúpulo, metales. Los libreros empezaron a llegar a comienzos del siglo XVI junto a editores procedente de Venecia, París, Amberes y Génova. Durante la feria éstos se congregaban en la Büchergasse, «calle del libro», entre el Meno y la iglesia de San Leonardo. Las nuevas publicaciones se anunciaban en Francfort, donde parece haber nacido el catálogo editorial, y la ciudad llegó a ser famosa también como mercado para equipos de impresión. De esta forma Francfort se convirtió en un centro para todos aquellos involucrados en el comercio editorial, algo que continúa siendo en la actualidad durante las dos semanas de octubre en las que celebra su feria anual. En su estudio sobre el impacto del libro, Lucien Febvre y HenriJean Martin examinaron estos catálogos de Francfort y concluyeron que, entre 1564 y 1600, se ofrecieron más de veinte mil títulos diferentes, publicados por ciento diecisiete firmas provenientes de sesenta y un ciudades distintas. La guerra de los Treinta Años (1618-1648) tuvo consecuencias catastróficas para la producción editorial y para la feria de Francfort. Las condiciones políticas favorecieron, a cambio, la feria del libro de Leipzig y pasaría un buen tiempo antes de que Francfort recuperara su preeminencia. Febvre y Martin, Coming of the Book, p. 231. <<

[1720] Ibid., p. 244. <<

[1721] Lisa Jardine, Worldly Goods, Macmillan, Londres, 1996, pp. 172-173. <<

[1722] Febvre y Martin, Coming of the Book, p. 246. <<

[1723] Ibid., p. 248. <<

[1724] Véase, por ejemplo: Ralph Hexter, «Aldus, Greek, and the shape of the “classical corpus”», en Zeidberg y F. G. Superbi, eds., Aldus Manutius and Renaissance Culture, pp. 143 y ss. <<

[1725] Febvre y Martin, Coming of the Book, p. 273. Sobre el ascenso de las lenguas vernáculas debido a la imprenta, véase: McGrath, In the Beginning, pp. 24 y ss., así como 253 y ss. <<

[1726] Febvre y Martin, Coming of the Book, p. 319. <<

[1727] Ibid., p. 324. Sobre el The Table Alphabetical of Hard Words (1604) de Robert Cawdry, un catálogo de dos mil quinientas palabras inusuales o procedente de otras lenguas, véase: McGrath, In the Beginning, p. 258. <<

[1728] Hexter afirma que Aldo promovió el griego tanto como el latín. Hexter, «Aldus, Greek, and the shape of the “classical corpus”», p. 158. <<

[1729] Jardine, Worldly Goods, pp. 13-15. <<

[1730] Harry Elmer Barnes, An Intellectual and Cultural History of the Western World, vol. 2, Dove, Nueva York, 1965, p. 549. <<

[1731] Charles Homer Haskins, The Twelfth Century Renaissance, Harvard University Press, Cambridge (Massachusetts), 1927, aunque William Chester Jordan se pregunta en Europe in the High Middle Ages, p. 120, si el siglo XII no fue simplemente testigo de la aparición de «una serie excepcional de figuras destacadas». <<

[1732] Erwin Panofsky, Renaissance and Renascences in Western Art, Almqvist & Wiksell, Estocolmo, 1960, pp. 3, 25 y 162. [Hay traducción castellana: Renacimiento y renacimientos en el arte occidental, Alianza, Madrid, 2004]. <<

[1733] Norman Cantor, In the Wake of the Plague, HarperCollins, Nueva York, 2001, p. 203. <<

[1734] Ibid., pp. 204-205. Sobre la plaga y Florencia, véase: Gene Brucker, Renaissance Florence, University of California Press, Los Ángeles, 1983, pp. 40 y ss. <<

[1735] Paul F. Grendler, Schooling in Renaissance Italy: Literacy and Learning, 1300-1600, Johns Hopkins University Press, Baltimore y Londres, 1989, p. 410. <<

[1736] Ibid., p. 43. <<

[1737] Ibid., pp. 122-124. <<

[1738] Ibid., pp. 72-73. <<

[1739] Ibid., pp. 310-311. <<

[1740] Ibid., pp. 318-319. <<

[1741] Hall, Cities in Civilization, p. 78. <<

[1742] R. A. Goldthwaite, The Building of Renaissance Florence: An Economic and Social History, Johns Hopkins University Press, Baltimore, 1989, pp. 20-22. <<

[1743] Sobre las prácticas de los nuevos y los antiguos mercaderes, véase: Gene Brucker, Florentine Politics and Society, 1343-1378, Princeton University Press, Princeton (Nueva Jersey), 1962, pp. 33 y ss. <<

[1744] G. Holmes, Florence, Rome and the Origin of the Renaissance, Oxford University Press, Oxford, 1986, p. 39. [Hay traducción castellana: Florencia, Roma y los orígenes de Renacimiento, Akal, Tres Cantos, 1993]. Véase también: Gene Brucker, Florentine Politics and Society, p. 71. <<

[1745] R.

S. Lopez, «The trade of medieval Europe: the south», en M. Postan, et al., eds., The Cambridge Economic History of Europe, vol. 2, Trade and Industry in the Middle Ages, Cambridge University Press, Cambridge (Inglaterra), 1952, pp. 257 y ss. [Hay traducción castellana: Historia económica de Europa, vol. 2, El comercio y la industria en la Edad Media, Revista de Derecho Privado, Madrid, 1967]. <<

[1746] Hall, Cities in Civilization, p. 81. <<

[1747] J. Lamer, Italy in the Age of Dante and Petrarch: 1216-1380, Longman, Londres, 1980, p. 223. <<

[1748] Hall, Cities in Civilization, p. 81. La industria de la lana evidencia diferentes aspectos del capitalismo en ciernes. Por ejemplo, la mayoría de las doscientas compañías laneras eran asociaciones de dos o más lanaiuoli, empresarios que proporcionaban el capital para el funcionamiento de las plantas, pero que rara vez se involucraban en su administración, que estaba a cargo de un agente asalariado que podía controlar hasta ciento cincuenta empleados: tintoreros, prensadores, tejedores e hilanderos. En el censo de 1427, los mercaderes de lana conformaban la tercera profesión más numerosa en Florencia después de los zapateros y los notarios. El espíritu capitalista también resultaba evidente en la creciente concentración de este sector en firmas cada vez más grandes, y entre 1308 y 1338 las industrias pasaron de ser trescientas a ser sólo doscientas. «Hubo quienes se enriquecieron, pero también hubo muchas bancarrotas». Ibid., p. 83, y Lamer, Italy in the Age of Dante and Petrarch, p. 197. <<

[1749] Hall, Cities in Civilization, p. 84. Sobre la arrogancia de la familia Bardi, véase: Brucker, Florentine Politics and Society, p. 105. <<

[1750] Hall, Cities in Civilization, p. 85. <<

[1751] Sobre el conflicto entre los valores de los mercaderes y los de la nobleza, véase: Brucker, Florentine Politics and Society, p. 105. <<

[1752] Hall, Cities in Civilization, p. 101. <<

[1753] Ibid., p. 87. <<

[1754] Sobre los convegni de grupos con idea similares, véase: Brucker, Florentine Politics and Society, pp. 217-218. <<

[1755] Hall, Cities in Civilization, pp. 94-95. <<

[1756] Ibid., p. 98. <<

[1757] Para los pintores y los escultores la unidad fundamental era la bottega o taller, donde con frecuencia se producían objetos de distintos tipos. Botticelli, por ejemplo, con frecuencia elaboró cassoni, cofres de boda, y estandartes. Y los maestros, al igual que los modernos artesanos, trabajan con asistentes. Ghirlandaio, Rafael y Perugino tenían todos talleres, que con frecuencia eran negocios familiares. Hall, Cities in Civilization, pp. 102-103, y M. Wackenagel, The World of the Florentine Renaissance Artist: Projects and Patrons, Workshop and Art Market, Princeton University Press, Princeton (Nueva Jersey), 1981, pp. 309-310, traducción de A. Lunchs. <<

[1758] Brucker, Florentine Politics and Society, pp. 215-216. <<

[1759] Hall, Cities in Civilization, p. 108. <<

[1760] Brucker, Florentine Politics and Society, p. 108. <<

[1761] Hall, Cities in Civilization, pp. 98 y 106. <<

[1762] Ibid., p. 108. <<

[1763] Sobre el papel de Dante, véase: Brucker, Florentine Politics and Society, pp. 214-215. <<

[1764] D. Hay, The Italian Renaissance in Its Historical Background, Cambridge University Press, Cambridge (Inglaterra), 1977, p. 139. <<

[1765] Hall, Cities in Civilization, p. 110. <<

[1766] Ibid. <<

[1767] Ibid., p. 371. <<

[1768] William Kerrigan y Gordon Braden, The Idea of the Renaissance, Johns Hopkins University Press, Baltimore y Londres, 1989, pp. 7-8. <<

[1769] Tarnas, Passion of the Western Mind, p. 212. <<

[1770] Brucker, Florentine Politics and Society, pp. 226-227. <<

[1771] James Haskins, Plato in the Italian Renaissance, E. J. Brill, Leiden, 1990, vol. 1, p. 95. <<

[1772] Hans Baron, The Crisis of the Early Italian Renaissance: Civic Humanism and Republican Liberty in an Age of Classicism and Tyranny, 2 vols., Princeton University Press, Princeton (Nueva Jersey), 1955, vol. 1, p. 38. <<

[1773] Kerrigan y Braden, Idea of the Renaissance, p. 101. Algunos estudiosos dudan de que esta academia realmente haya existido. <<

[1774] Ibid. Una de las razones por las que Ficino sentía que Platón era mucho más cercano que Aristóteles (más allá del hecho de que sus textos por fin estuvieran disponibles) era su creencia en que «los actos nos convencen mucho más que la descripción de los actos» y de que «las vidas ejemplares» (el estilo de vida socrático) eran mucho mejor maestro que las enseñanzas morales de Aristóteles. <<

[1775] Tarnas, Passion of the Western Mind, p. 214; Brucker, Florentine Politics and Society, p. 228; Haskins, Plato in the Italian Renaissance, p. 295. <<

[1776] Tarnas, Passion of the Western Mind, p. 216; Haskins, Plato in the Italian Renaissance, p. 283. <<

[1777] Barnes, An Intellectual and Cultural History of the Western World, vol. 2, p. 556. <<

[1778] Ibid., p. 558. <<

[1779] A. J. Krailsheimer, «Erasmus», en A. J. Krailsheimer, ed., The Continental Renaissance, Penguin Books, Londres, 1971, pp. 393-394. <<

[1780] McGrath, In the Beginning, pp. 253 y ss. Sobre Montaigne, véase también: Krailsheimer, ed., Continental Renaissance, pp. 478 y ss. <<

[1781] Barnes, An Intellectual and Cultural History of the Western World, vol. 2, p. 563. <<

[1782] Ibid. <<

[1783] Bronowski y Mazlish, Western Intellectual Tradition, p. 61. <<

[1784] Kerrigan y Braden, Idea of the Renaissance, p. 77. <<

[1785] Bronowski y Mazlish, Western Intellectual Tradition, p. 67. <<

[1786] Sobre los Adagios y su éxito, véase: Krailsheimer, ed., Continental Renaissance, pp. 388-389. <<

[1787] Barnes, An Intellectual and Cultural History of the Western World, vol. 2, p. 564. <<

[1788] Ibid., p. 565. <<

[1789] Bronowski y Mazlish, Western Intellectual Tradition, p. 72. Sobre lo que escribió Erasmo de Lutero en otros lugares, véase: Moynhan, Faith, p. 339. <<

[1790] Francis Ames-Lewis y Mary Rogers, eds., Concepts of Beauty in Renaissance Art, Ashgate, Aldershot, 1998, p. 203. <<

[1791] Peter Burke, Culture and Society in Renaissance Italy, 1420-1540, Batsford, Londres, 1972, p. 189. [Hay traducción castellana: El renacimiento italiano: cultura y sociedad en Italia, Alianza, Madrid, 1995]. <<

[1792] Ibid., p. 191. <<

[1793] Kerrigan y Braden, Idea of the Renaissance, p. 17. <<

[1794] Burke, Culture and Society in Renaissance Italy, p. 191. <<

[1795] Kerrigan y Braden, Idea of the Renaissance, p. 11. <<

[1796] Ibid., pp. 19-20. Incluso los archivos de la familia Datini, a los que hemos aludido antes, se conservaron para la «posteridad» como si fueran una especie de equivalente económico de los archivos literarios en el que el dinero ocupaba el lugar de la poesía. Ibid., pp. 42-43. <<

[1797] Ibid., p. 62. <<

[1798] Burke, Culture and Society in Renaissance Italy, p. 194. Sobre las críticas a Burckhardt y sus conclusiones, véase: Brucker, Florentine Politics and Society, p. 100. <<

[1799] Burke, Culture and Society in Renaissance Italy, p. 195. <<

[1800] Ibid., p. 197. <<

[1801] Hall, Cities in Civilization, p. 90. Sobre las universidades y la tolerancia en Florencia, véase: Brucker, Florentine Politics and Society, pp. 218-220. <<

[1802] Tarnas, Passion of the Western Mind, p. 225. <<

[1803] Peter Burke, introducción a Jacob Burckhardt, The Civilization of the Renaissance in Italy, Penguin Books, Londres, 1990, p. 13. <<

[1804] Incluso sentían que era posible vencer a la muerte en el sentido de que, si alcanzaban una gran fama, ésta podía sobrevivirles y hacerles ser recordados. Lo macabro, por ejemplo, está casi por completo ausente de la escultura funeraria del siglo XV. Burke, Culture and Society in Renaissance Italy, p. 201. <<

[1805] Ibid., p. 200. Sobre Bracciolini y las actitudes de los florentinos hacia el dinero y la fama, véase: Brucker, Florentine Politics and Society, pp. 223-225. <<

[1806] Burke, Culture and Society in Renaissance Italy, p. 201. <<

[1807] Hay muchas descripciones de lo ocurrido. Véase, por ejemplo: Herbert Lucas SJ, Fra Girolamo Savonarola, Sands & Co., Londres, 1989, pp. 40 y ss.; y, para otras tácticas de Savonarola, Pierre van Paassen, A Crown of Fire: The Life and Times of Girolamo Savonarola, Hutchinson, Londres, 1961, pp. 173 y ss. <<

[1808] Burckhardt, Civilization of the Renaissance in Italy, pp. 302-303. Véase también: Moynahan, Faith, pp. 334-335, para información adicional. <<

[1809] Elizabeth Cropper, Introducción a Frances Ames-Lewis y Mary Rogers, eds., Concepts of Beauty in Renaissance Art, p. 1. <<

[1810] Ibid., p. 2, y Burckhardt, Civilization of the Renaissance in Italy, p. 351. <<

[1811] La perspectiva aérea tiene en cuenta el hecho de que, a medida que se alejan del espectador, todos los objetos observables adquieren un tono apagado y se vuelven cada vez más azules de acuerdo con la distancia debido a la densidad de la atmósfera. (Ésta es la razón por la que las montañas que forman el fondo de un paisaje siempre parecen azules). Peter y Linda Murray, Dictionary of Art and Artist, Penguin, Londres, 19977, pp. 337-338. [Hay traducción castellana: Diccionario de artes y artistas, Parramón, Barcelona, 1978]. <<

[1812] Fue un obispo, el obispo de Meaux, quien sostuvo, en su gigantesco poema Ovide Moralisé, que era posible identificar enseñanzas cristianas en muchos de los mitos de Ovidio. Burke, Culture and Society in Renaissance Italy. Sobre cómo la influencia de Savonarola afectó a Botticelli, véase: Moynahan, Faith, p. 335. <<

[1813] En consonancia con esto, se desarrolló lo que podría denominarse literatura alegórica. A medida que academias como la de Ficino surgían en otras ciudades italianas, la capacidad de descifrar alegorías pasó a ser un atributo deseable en los cortesanos. Empezaron a publicarse entonces libros de emblemas en los que las imágenes mitológicas iban acompañadas por unos pocos versos que explicaban el significado y moraleja de la escena. Por ejemplo, una imagen de Venus con un pie sobre una tortuga enseñaba que «el hogar es el lugar de la mujer y que ella debe aprender cuando cerrar la boca». Véase: Peter Watson, Wisdom and Strength: The Biography of a Renaissance Masterpiece, Doubleday, Nueva York, 1989, p. 47. Una innovación paralela fue la empresa: una figura o símbolo acompañada de algún texto diseñada específicamente para un individuo, bien fuera para conmemorar un acontecimiento de su vida personal o algún rasgo de su carácter. Ésta no aparecía en forma de libro, sino que se la usaba en medallones, esculturas o bajorrelieves, en cuyo caso era frecuente encontrarlos en los techos de los dormitorios de personas distinguidas, de tal manera que éstas pudieran reflexionar sobre su mensaje al irse a dormir. A mediados del siglo XVI también aparecieron una serie de manuales populares como La historia de los dioses (1548) de Lilio Gregorio Giraldi y Las imágenes de los dioses (1556) de Natale Conti. Conti explica muy bien el propósito de estas obras al afirmar que, desde épocas muy antiguas, primero en Egipto y luego en Grecia, los pensadores escondieron de forma deliberada las grandes verdades de la ciencia y la filosofía bajo el velo del mito para evitar que fueran profanadas por el vulgo. De acuerdo con esta idea, su libro se organiza alrededor de lo que, pensaba, eran los mensajes ocultos que había que revelar: secretos de la naturaleza, lecciones morales, etc. Jean Seznec resume el espíritu de la época cuando sostiene que las alegorías deben considerarse como un medio de «hacer visible el pensamiento». Jean Seznec, The Survival of the Pagan Gods, Princeton University Press/Bollingen Series, Princeton (Nueva Jersey), 1972/1955. [Hay traducción castellana del original francés: Los dioses de la antigüedad en la Edad Media y el Renacimiento, Taurus, Madrid, 1978]. <<

[1814] Umberto Eco, Art and Beauty in the Middle Ages, Yale University Press, New Haven y Londres, 1986/2002, pp. 116-117. [Hay traducción castellana del original italiano: Arte y belleza en la estética medieval, Lumen, Barcelona, 1999]. <<

[1815] Ibid., p. 114. <<

[1816] Ames-Lewis y Rogers, eds., Concepts of Beauty in Renaissance Art, pp. 180-181. <<

[1817] Dorothy Koenigsberger, Renaissance Man and Creative Thinking, Harvester Press, Hassocks (Sussex), 1979, p. 236. <<

[1818] Burckhardt, Civilisation of the Renaissance in Italy, p. 102. <<

[1819] Koenigsberger, Renaissance Man and Creative Thinking, p. 13. <<

[1820] Ibid., pp. 19-21. <<

[1821] Ibid., p. 22. Véase también: Brucker, Florentine Politics and Society, p. 240. <<

[1822] Burke, Culture and Society in Renaissance Italy, pp. 51-52. <<

[1823] Ames-Lewis y Rogers, eds., Concepts of Beauty in Renaissance Art, pp. 113-114. <<

[1824] Burke, Culture and Society in Renaissance Italy, pp. 51-52. <<

[1825] Ibid., pp. 55-56. Brucker, Florentine Politics and Society, p. 243, afirma que Brunelleschi también «sabía algo de matemáticas». <<

[1826] Ames-Lewis y Rogers, eds., Concepts of Beauty in Renaissance Art, pp. 32-35. <<

[1827] Ibid., p. 33. <<

[1828] Koenigsberger, Renaissance Man and Creative Thinking, p. 31. <<

[1829] Ames-Lewis y Rogers, eds., Concepts of Beauty in Renaissance Art, p. 81. <<

[1830] Ibid., p. 72. <<

[1831] Un elemento particular del efecto del humanismo sobre las artes fue la noción de ekphrasis, la recreación de pinturas clásicas con base en descripciones escritas de obras que los autores clásicos habían visto pero que luego se habían perdido. De esta forma, los artistas del Renacimiento emularon a los artistas antiguos. Por ejemplo, Plinio relata una famosa historia sobre el realismo de las uvas en un cuadro de Zeuxis, que eran tan parecidas a las uvas auténticas que los pájaros intentaban picarlas. De igual forma, Filarete parafrasea una anécdota sobre Giotto y Cimabue: «Y leemos sobre Giotto que en sus inicios pintaba moscas, y que éstas engañaban a tal punto a su maestro Cimabue que, creyéndolas vivas, intentaba espantarlas con un trapo». Ibid., p. 148. <<

[1832] Véase en Burke, Culture and Society in Renaissance Italy, la ilustración enfrente de la p. 148. <<

[1833] Ibid. <<

[1834] Este acercamiento, de hecho, no llegó a concretarse en nada. <<

[1835] Watson, Wisdom and Strength, p. 31. <<

[1836] Barnes, An Intellectual and Cultural History of the Western World, vol. 2, p. 929. <<

[1837] Ibid., p. 931. <<

[1838] Yehudi Menuhun y Curtis W. Davis, The Music of Man, Metheun, Londres, 1979, p. 83. <<

[1839] Ibid., p. 83. <<

[1840] Ibid., p. 84. <<

[1841] Al-Farabi pensaba que el rabab era el instrumento que mejor acompañaba a la voz. Anthony Baines, ed., Musical Instruments Through the Ages, Penguin, Londres, 1961, p. 216. [Hay traducción castellana: Historia de los instrumentos musicales, Taurus, Madrid, 1990]. <<

[1842] Joan Peysor, et al., eds., The Orchestra, Billboard, Nueva York, 1986, p. 17. Sobre Pitágoras, véase: Baines, ed., Musical Instruments Through the Ages, p. 68. Ibid., p. 53, también vincula la bombarda a instrumentos de Ur. John Spitzer y Neal Zaslaw, The Birth of the Orchestra: History of an Institution, 1650-1815, Cambridge University Press, Cambridge (Inglaterra), 2003. <<

[1843] Alfred Einstein, A Short History of Music, Cassell, Londres, 1936/1953, p. 54. <<

[1844] Barnes, An Intellectual and Cultural History of the Western World, vol. 2, p. 930. <<

[1845] Baines, ed., Musical Instruments Through the Ages, p. 117, quien dice, p. 192, que en Orfeo también se usó un arpa doble. <<

[1846] Barnes, An Intellectual and Cultural History of the Western World, vol. 2, p. 932. <<

[1847] Hall, Cities in Civilization, p. 114. Sheldon Cheney, The Theatre: Three Thousand Years, Vision, Londres, 1952, p. 266, afirma que sólo sobrevivió una tercera parte de las obras de la época. <<

[1848] Hall, Cities in Civilization, p. 115. <<

[1849] Richard Stone, The Causes of the English Revolution, 1529-1642, Routledge & Kegan Paul, Londres, 1972, p. 75. <<

[1850] L. C. Knights, Drama and Society in the Age of Jonson, Chatto & Windus, 1937, p. 118. Sobre los cambios sociales que acompañaron el surgimiento del teatro, véase también: Cheney, Theatre, pp. 261 y ss. <<

[1851] N. Zwager, Glimpses of Ben Jonson’s London, Swets & Zeitlinger, Amsterdam, 1926, p. 10. <<

[1852] Hall, Cities in Civilization, p. 125. <<

[1853] Ibid., p. 126. <<

[1854] Sobre los continuos esfuerzos que se hicieron para controlar el teatro, véase: Annabel Patterson, Shakespeare and the Popular Voice, Blackwell, Oxford, 1989, pp. 20-21. <<

[1855] Para otro candidato, véase: Cheney, Theatre, p. 264. Patterson, Shakespeare and the Popular Voice, p. 30, señala que al menos cinco de los personajes de Hamlet son universitarios. <<

[1856] Hall, Cities in Civilization, p. 130, y Cheney, Theatre, p. 169. Véase en esta última obra: p. 271, un extraño dibujo de un teatro shakespereano. <<

[1857] Pero véase: Patterson, Shakespeare and the Popular Voice, p. 33, para las distinciones culturales de la época, y pp. 49-50, para la crítica que el propio Shakespeare dedicó al analfabetismo. <<

[1858] Harold Bloom, The Western Canon, Harcourt Brace, Nueva York, 1994, pp. 46-47. [Hay traducción castellana: El canon occidental, Anagrama, Barcelona, 1995, pp. 56-57]. <<

[1859] Bloom, El canon occidental, pp. 78-79. Sobre las adaptaciones realizadas por Shakespeare y las obras que escribió por contrato, véase Cheney, Theatre, p. 273. <<

[1860] Barnes, An Intellectual and Cultural History of the Western World, vol. 2, p. 620. <<

[1861] Sobre La Celestina, véase Krailsheimer, ed., Continental Renaissance, p. 325. <<

[1862] Angus Fletcher, Colors of the Mind, Harvard University Press, Cambridge (Massachusetts), 1991, citado por Bloom, El canon occidental, pp. 143. Véase también: William Byron, Cervantes, Cassell, Londres, 1979, pp. 124 y ss., sobre la batalla de Lepanto, y p. 429, sobre la relación entre Don Quijote y Sancho Panza.

<<

[1863] Byron, Cervantes, p. 340. <<

[1864] Valerie Flint, The Imaginative Landscape of Christopher Columbus, Princeton University Press, Princeton (Nueva Jersey) y Londres, 1992, p. 115. <<

[1865] Beatriz Pastor Bodmer, The Armature of Conquest, Stanford University Press, Stanford (California), 1992, pp. 10-11. [Edición original en castellano: Discursos narrativos de la Conquista: mitificación y emergencia, Ediciones del Norte, Hanóver, 1988]. <<

[1866] John Parker, Discovery, Scribner, Nueva York, 1972, p. 15. <<

[1867] Ibid., p. 16. <<

[1868] Ibid., pp. 18-19. <<

[1869] Sobre las dimensiones y velocidades de las embarcaciones utilizadas por Colón, véase: E. Keble Chatterton, Sailing the Seas, Chapman & Hall, Londres, 1931, pp. 150-151. <<

[1870] Parker, Discovery, p. 24. <<

[1871] Ibid., p. 25. <<

[1872] Ibid., p. 26. <<

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