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Quinta parte. De Vico a Freud, verdades paralelas: La incoherencia moderna » Capítulo 32. Nuevas ideas acerca del orden humano: Los orígenes de las Ciencias Sociales y la Estadística

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Una estadística más formal comenzó con el astrónomo belga L.-A. J. Quetelet (1796-1874). En 1823 Quetelet había viajado a París para estudiar astronomía y fue allí donde conoció las teorías sobre la probabilidad concebidas por Pierre-Simon Laplace, que entonces estaba en sus setentas (murió en 1827). Y es aquí donde volvemos a la investigación de Delambre y Méchain en su intento de realizar una medida precisa de la circunferencia terrestre en que basar el metro. En su libro sobre la investigación, Ken Alder señala que ambos hombres tenían métodos de trabajo muy diferentes. Delambre escribía todo en tinta, en cuadernos de páginas numeradas: cualquier error que cometiera podía ser apreciado con claridad por todos. Méchain, en cambio, utilizaba hojas sueltas, con frecuencia no más que pedazos de papel, y escribía a lápiz, por lo que sus notas podían perderse o borrarse.

Fueran o no estas técnicas de trabajo sintomáticas, la cuestión es que cuando los dos hombres compararon sus datos, Delambre advirtió con claridad que su colega, de forma deliberada, había alterado muchos de sus datos para que estuvieran de acuerdo con lo esperado. Una de las razones por las que estas «discrepancias» resultaron evidentes era que, de hecho, la tierra es un cuerpo mucho más irregular de lo que Méchain creía, lo que significa que los meridianos varían ligeramente en ciertos puntos y, por tanto, también lo hace la gravedad, y esto afectaba las plomadas que ambos investigadores utilizaban. Méchain pensaba que él había obtenido resultados anómalos por haber calculado erróneamente sus lecturas de las estrellas en sus ejercicios de triangulación. Para entonces la posición exacta de las estrellas se había convertido casi en un problema clásico, tanto en astronomía como en matemáticas. En apariencia, determinar la localización exacta de una estrella (y su movimiento aparente) parece simple, pero en realidad no tiene nada de simple. Para la época en que Delambre y Méchain realizaron su investigación se sabía muy bien que, incluso con los últimos telescopios, determinar la posición exacta de las estrellas distantes era una tarea difícil, y las observaciones tendían a producir diferentes resultados. En un principio, se consideró que la media aritmética de estas observaciones era la «verdadera» respuesta. Luego se descubrió que la gente difería de manera sistemática en sus lecturas y, por tanto, se crearon equipos de investigadores para intentar eliminar este sesgo. Sin embargo, muchos matemáticos todavía estaban lejos de sentirse satisfechos: sentían que las observaciones más cercanas a la media debían tener más validez, más peso, que las observaciones que más se alejaban de ella. Esto dio origen a dos importantes desarrollos. En primer lugar, Adrien-Marie Legendre ideó el método de los mínimos cuadrados, según el cual, dado un conjunto de observaciones, la mejor era aquella que «minimizaba el cuadrado del valor de partida de cada dato de la curva».[3141] Desde nuestro punto de vista, la cuestión importante aquí es que tras concebir su teoría, Legendre la probó por primera vez con los datos de Delambre y Méchain.

El trabajo de Laplace, Quetelet y Legendre fue ampliado por Karl Friedrich Gauss (1777-1855), quien realizó el segundo avance que debemos mencionar aquí. Básicamente, las técnicas astronómicas habían mostrado que cuando observaciones realizadas por astrónomos diferentes se proyectaban sobre un gráfico, éstas presentaban una «distribución regular». Luego se descubrió que esto se aplicaba a varios otros fenómenos y, por lo tanto, la expresión se cambió por la de «distribución estándar». La idea fue refinada aún más en la década de 1890 por el matemático inglés Karl Pearson (1857-1936), quien introdujo el término «curva de distribución normal», conocida como la curva (en forma) de campana. Y ésta fue acaso la idea más influyente de todas, al menos en esa época, porque la curva de campana fue empleada por Quetelet para crear lo que denominó l’homme moyen, el hombre medio.[3142] Esta noción consiguió despertar la imaginación de muchos, y escritores, publicistas y fabricantes no tardaron en empezar a usarla. Además de esto, sin embargo, este descubrimiento parecía plantear preguntas mucho más importantes en relación a la naturaleza humana. ¿Era el hombre medio el ideal? ¿O era éste simplemente el más mediocre? ¿Eran quienes se ubicaban a uno y otro extremo de la distribución gente exótica o degenerada? ¿Representaba l’homme moyen lo que era esencial en el ser humano?[3143]

La gente empezó a comprender que había algo básico, e incluso misterioso, en la estadística. La noción misma de distribución normal, de hombre medio, significaba que hasta cierto punto los hombres y las mujeres se comportaban de acuerdo con la lógica de los números. Por ejemplo, pese a que cada asesinato en particular era impredecible, las estadísticas de criminalidad revelaban cierta regularidad, y aun cierta estabilidad de año a año, en el número de homicidios que se cometían y, más o menos, en los lugares en los que se cometían. Durkheim había observado el mismo fenómeno en relación al suicidio. ¿Qué decía todo esto sobre las complejidades de la vida moderna? ¿Debían estos patrones mantenerse ocultos? «La estadística parecía ofrecer los medios que permitirían estudiar los hechos sociales de manera tan objetiva y precisa como se estudiaban los hechos físicos, y en este sentido parecía ser la forma en que la ciencia social, al igual que la ciencia física, descubre leyes generales». Tales ideas dieron esperanzas a aquellos que creían que «el sistema competitivo… debía reconstruirse por el bienestar común», que el estado debía intervenir con miras a, por lo menos, amortiguar el daño inflingido por el industrialismo despiadado.[3144] Ésta era una de las creencias básicas de la Sociedad Fabiana, fundada en Londres en 1883-1884, y de la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres, en la que se enseñó sociología desde 1903.[3145]

Sin embargo, como vimos en el capítulo 17, el desarrollo de la medición, el aumento de la exactitud y el auge del pensamiento cuantitativo, en los siglos XIII y XIV, fue uno de los factores que condujeron al Occidente moderno, y un paso adicional en ese sentido fue el que tuvo lugar en tiempos victorianos. Una última influencia aquí es la que encarnó Edwin Chadwick, quien insistió en una cuestión en particular: la inclusión de la «causa de muerte» en las encuestas gubernamentales.[3146] Chadwick participó como investigador en dos comisiones reales (sobre la Ley de Pobres y sobre las condiciones sanitarias de los trabajadores), y gracias a él, la manía victoriana por los números y las cuentas quedó consolidada (las estadísticas recopiladas por la comisión sobre la Ley de Pobres abarcaban quince volúmenes). Uno de los datos más escandalosos que encontró Chadwick era que de los setenta y siete mil pobres estudiados, no menos de catorce mil se habían empobrecido por haberse contagiado de fiebre.[3147] Esta correlación identificó un problema que nadie hasta entonces había pensado que existiera y que, en cierta medida, todavía continúa vigente. Chadwick estableció y publicó cifras terribles, como la relativa al aumento de la tasa de mortalidad en las ciudades industriales, que se había duplicado en un lapso de diez años, y demostró, por ejemplo, que en las zonas pobres había «un retrete usualmente inaccesible» por cada ciento veinte (sí, ciento veinte) personas.[3148]

Tales cifras provocaron la indignación de las clases medias victorianas, y contribuyeron así al desarrollo de la política moderna (por ejemplo, en el surgimiento del Partido Laborista). Al mismo tiempo, otros victorianos pensaban que el ansia por contar y medir estaba fuera de control. El historiador G. M. Young escribió: «Se me ha insinuado que el horario del ferrocarril contribuye a disciplinar a la gente en general».[3149] Pero en una sociedad de masas, las estadísticas se habían convertido en una necesidad, y lejos de ser un factor de control, para mucha gente demostraron ser una forma de libertad. Para los victorianos, las estadísticas resultaban excitantes, tanto en términos filosóficos (por lo que revelaban sobre las determinaciones e indeterminaciones de la vida colectiva), como en términos prácticos (por la ayuda que proporcionaban al gobierno en las nuevas y, con frecuencia, sombrías metrópolis). En la actualidad, la estadística ha perdido por completo el halo de misterio que una vez tuvo y para la mayoría de la gente resulta una disciplina árida, no obstante, la sociedad moderna y en particular la idea de estado de bienestar sería impensable sin ella.

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