Hunter

Hunter


CAPÍTULO XXIII

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CAPÍTULO XXIII

Poco a poco fue mermando las filas de los sirvientes de su antiguo clan. Al principio resultaba divertido, disfrutó con ese poder casi divino de tener las vidas de aquellos inmortales en sus manos. Pero empezaba a cansarse de repetir el mismo juego. Cuanto antes pusiera fin a todo, antes podría regresar a buscar a June.

Caminó directo a la sede. No tenía ningún plan. Sólo llegar allí, sembrar el caos, destruir el clan y matar al líder. Se haría con el dominio de la ciudad, aunque ese no era su objetivo. Sólo quería su libertad y la de June.

Se quedó parado ante la puerta, a la espera, desplegando sus alas con sus más de dos metros y medio de envergadura. Dirigió su mirada desafiante hacia las cámaras de vigilancia. Sabía que lo estarían observando. No tenía miedo, estaba tranquilo. No importaba si él caía en la batalla final, porque entonces, ella perdería todo su valor para ellos, y aunque él no consiguiera estar allí para verlo, June sería libre.

Las puertas no tardaron en abrirse. Le estaban esperando. Sus pies atravesaron la entrada, dirigiendo sus pasos hacia el despacho, conocía muy bien el trayecto. Nadie se interpuso en su camino. Aquello le hizo sospechar que algo extraño sucedía.

Frente a los aposentos del jefe se hallaban apostados cuatro guardianes que le cerraban el paso. Uno de ellos se plantó ante él.

—Es tarde para regresar a casa, pajarito. Hace años que tendrías que haber vuelto.

—Vengo a matar al líder. Déjame pasar o caerás tú también.

De pronto, Hunter sintió como le abandonaban sus fuerzas. No podía ser. Otro Alas Negras no, lo hubiera detectado antes. Quizá fuera otro mutilado. No había contado con eso.

La puerta del despacho se abrió. Junto al sillón que ocupaba el líder había otro alado en la misma situación en la que se encontraba él. Se estaban debilitando mutuamente. El otro Alas Negras era más alto que él, sobrepasaría los dos metros de estatura, pero era joven e inexperto, posiblemente acabara de finalizar su entrenamiento. Su cabeza estaba coronada por una cresta estilo mohicano, de cabello negro, con los laterales rapados, decorados con unos intrincados símbolos tribales tatuados. Permanecía encadenado al líder, con un collar de cuero alrededor de su garganta como si se tratara de un perro. Se precipitó al suelo, aullando de dolor ante la influencia del otro Alas Negras.

Hunter también cayó al suelo, de rodillas, viéndose derrotado, con aquella sensación odiosa de su cuerpo volviéndose pesado y lento, con los reflejos disminuidos, perdiendo todas sus capacidades, con su cuerpo vencido y su mente rindiéndose. Los guardianes del líder cayeron sobre él, inmovilizaron sus extremidades pasando unas cadenas alrededor de las muñecas y tobillos, mientras le golpeaban el abdomen y la cabeza. Sintió como sus costillas se fracturaban, una de ellas perforando su pulmón, no podía respirar. Probó el sabor de su propia sangre en sus labios, que manaba de una herida abierta en su frente. La bota de uno de sus atacantes fue lo último que vio su ojo izquierdo, aproximándose a gran velocidad a su rostro. Un dolor lacerante, mayor incluso que el sufrimiento provocado por su pérdida de fuerza hizo que la cabeza comenzara a darle vueltas, próximo a perder el conocimiento.

Una voz se fue abriendo paso entre la neblina de sus sentidos.

—¡Hunter!

Tardó en reconocerla, llegaba a su mente amortiguada, como si la escuchara bajo el agua. Sus ojos, casi ciegos trataron de buscar a su dueña. Pero aquellos ojos castaños moteados de verde se encontraban muy lejos de allí.

—¡Hunter, no te rindas, eres más fuerte que ellos!

Aquella vez la escuchó con más nitidez y creyó sus palabras. Luchó contra esa energía que abandonaba su cuerpo como si un torrente de agua se tratara, intentando cerrar la puerta al flujo de salida. Se aferró a esa voz que sonaba en su cabeza y comenzó a estirar del hilo invisible que lo mantenía unido al otro Alas Negras. Los golpes seguían lloviendo sobre su cuerpo, pero él ya no los notaba, sólo percibía aquel cable de energía y centró todo sus esfuerzos en tirar de él. De pronto la puerta de salida se cerró y el flujo se invirtió, regresando hacia él. El pesado manto que cubría su cuerpo comenzó a disiparse, mientras su cuerpo volvía a ser ágil, rápido, ligero, sus sentidos volvían a agudizarse y recuperaba sus capacidades de Alas Negras. Aún así siguió estirando del cordón, absorbiendo más y más poder, hasta consumir la vida del otro alado, que se desplomó exánime a los pies del líder.

Hunter jamás se había sentido tan poderoso como en aquel instante. Se revolvió en un forcejeo con sus captores y con un vigoroso impulso consiguió librarse de las cadenas que lo mantenían apresado. Empujó y golpeó a los vampiros que tenía sobre él para apartarlos de su cuerpo y ponerse en pie. Mirando a sus contrincantes, se preparó para el combate, liberando al cazador. Como un animal rabioso se abalanzó sobre ellos y con mordiscos enérgicos que arrancaban piel y músculo fue desangrando uno a uno a sus cuatro rivales. Pronto los cuatro yacían a sus pies, un amasijo deforme de carne, sangre y huesos.

Miró al líder y, muy despacio, caminó hacia él. Sus ojos azules, desafiantes, anunciaban la muerte del regente del clan. La sangre que manaba de las heridas de su rostro le conferían un aspecto más peligroso. El cabecilla no se amedrentó ante el espectáculo dantesco que acababa de presenciar.

—Recuerda quién eres, Alas Negras, recuerda para qué has sido entrenado, recuerda a quien perteneces, yo soy tu dueño. —el líder moduló su voz para que ésta sonara autoritaria.

El Alas Negras recordó quién era. No sabía su origen. Su memoria comenzaba cuando fue entregado al líder al que había servido durante años. Los Alas Negras habían sido creados para servir a un único dueño, para defenderle a capa y espada, para obedecer, para acatar sus órdenes sin cuestionarlas, sin importar el precio a pagar por muy alto que éste fuera. No podían negar su naturaleza.

El inmortal se arrodilló, agachando la cabeza, doblegándose ante su amo, que colocó una mano sobre sus cabellos negros.

—Eso está mejor. Juntos dominaremos el mundo. —Una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro. Tenía a su merced el arma más letal que había existido jamás.

El recuerdo de una mirada infantil de ojos castaños adornados con motas verdes, que lo observaba sin miedo, llena de curiosidad, se fue abriendo camino en el subconsciente del Alas Negras. Recordó el sabor de su sangre, la más deliciosa que había probado jamás. Recordó a June y alzó la mirada.

—Soy Hunter y sólo le pertenezco a ella.

Se puso en pie, frente al líder del clan, frente a aquel ser que ya no tenía ningún poder sobre él y le sostuvo la mirada. Clavó los dedos en su pecho, atravesando su piel, quebrando las costillas hasta llegar a su objetivo. Cerró el puño sobre su corazón, sintiendo en su mano el latido acelerado del terror. Lo sostuvo entre sus dedos durante unos segundos eternos antes de arrancarlo y extraerlo del pecho del vampiro. Una expresión mezcla de sorpresa y pavor quedó grabada en su rostro mientras el color abandonaba su cuerpo y caía inerte al suelo.

Antes de abandonar la estancia, reparó en el trofeo colgado tras el sillón del despacho. Sus antiguas alas, enmarcadas como si de un cuadro se tratara. Golpeó el cristal con el puño, con sus dedos teñidos con la sangre del cadáver del líder y lo quebró en mil pedazos. Las plumas se desintegraron en cuanto entraron en contacto con el aire.

El caos se había desatado en la sede. Muchos intentaron huir. Los más insensatos trataron de enfrentarse a él. Agarró a uno de ellos por el cuello y lo miró a los ojos. Se vio con el poder suficiente para someterlo a sus órdenes. Sugestionar a un humano siempre había resultado tarea fácil, pero hasta aquel momento le había sido imposible hacerlo con un vampiro, tenían más fuerza de voluntad. Pero ahora él, con el poder de dos Alas Negras en su interior, era muy superior.

—Reúnelos a todos en la sala de reuniones.

—Sí… sí, señor.

Esperó pacientemente a que acataran su orden. Cuando hubo reunido al suficiente número de vampiros en la sala, atrancó las puertas, abrió la llave de paso del gas, rocío el pasillo con el combustible de la caldera y lanzó una cerilla encendida al líquido inflamable. Abandonó la sede, sin mirar atrás, mientras una enorme explosión iluminaba el cielo nocturno a su espalda cuando el edificio estalló por los aires.

Se apiadó de los vampiros que habían conseguido escapar, sin un clan al que servir, vagarían por las calles como almas solitarias. Se ocupó, sin embargo de destruir a los líderes de otros clanes de menor importancia.

Él solo había conseguido desestabilizar la hegemonía de los vampiros, dejando a su paso un reguero de muerte y destrucción. Una sombra letal, el guardián de la noche.

Ahora ya podían regresar a casa.

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