Hunter

Hunter


Capítulo 10

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Capítulo 10

ISOBEL

Con cuatro llamadas de granjas y doscientos cuarenta kilómetros después, Isobel estaba lista para romper a golpes la linda cara de Hunter Dawkins.

¿Realmente pensó que sería igual de dulce el día de hoy como cuando estaba curando al perro de aquella familia? Fue por locura temporal, era su única defensa. Y ya estaba curada, de eso estaba completamente segura.

No la había dejado tocar a un solo animal en todo el día. La había relegado a verlo manejar los casos desde atrás. Y, de hecho, estaba tan atrás que apenas había podido ver lo que hacía la mitad del tiempo.

«Sé que ustedes, los de la ciudad, piensan que las vacas son lindas y que solo forman parte del paisaje, pero lanzan unas patadas serias. Es mejor si miras desde atrás de la cerca».

Hunter le había dicho eso justo en frente del ganadero que los había llamado. Si a Isobel se le pudiera calentar más la cara, habría hecho combustión espontánea.

Luego estaban las interminables horas en el camino. Hunter aparentemente era el único veterinario de animales grandes en dos condados. ¿Y Wyoming? Sí. Era un estado inmenso.

Pensó que estaba bromeando cuando le contó que había pocos veterinarios. Cinco horas y media después, ya lo creía.

Aun así, juraba que, si tenía que pasar un minuto más encerrada en la estrecha cabina de la camioneta de Hunter con él, gritaría.

¿Acaso tenía que ocupar tanto espacio? Conducía con la mano izquierda en el volante y el brazo derecho colocado perezosamente entre ellos, ocupando aproximadamente tres cuartos de todo el asiento. Había estado apretada contra la puerta del pasajero durante varias horas entre todas las granjas porque no quería tocarlo por accidentes y hacer que pensara que estaba tratando de toquetearlo.

Y sin mencionar la música. Dios, si tenía que escuchar a otro cantante de pop country hablando de cómo todo lo que necesitaban en la vida era cerveza, su camioneta, Dios y los Estados Unidos, era capaz de abrir la puerta y lanzarse del vehículo en movimiento.

Terminó un comercial de camionetas Chevy y luego comenzó a vibrar una guitarra de acero, seguida de un hombre con una voz sureña que cantaba: «Puedes adueñarte de un hombre y su cabeza, pero ni se te ocurra quitarle la cerveza…».

¡Suficiente!

Extendió la mano y apagó la radio en la consola.

Ah. Bendito silencio. Finalmente. Se relajó en el asiento con un suspiro de alivio.

Hasta que Hunter volvió a encender la radio al siguiente segundo.

«...pon tus sueños a volar, pero al whisky no podrás renunciar».

Isobel quedó boquiabierta.

Apagó la radio de nuevo, luego se cruzó de brazos y miró con desdén a Hunter.

Alzó la mano antes de que ella terminara de bajar la suya. Subió el volumen y comenzó a cantar justo en el medio de la línea.

«…te ahogarás, pero en el refresco y el whisky siempre confiarás. Uuuuu, nuestro orgullo no se robarán. El Señor está de nuestro lado, ya verán».

—¡Vale! —gritó para que Hunter la oyera por encima de la horrible música—. Escucha tu estúpida música. A diferencia de otras personas, no actúo como una niña. —Resopló tan fuerte que algunos de los cabellos más cortos que le enmarcaban el rostro volaron como una nubecilla. Con los brazos aún cruzados, inclinó su cuerpo resueltamente lejos de Hunter.

Hunter le bajó volumen a la música y dejó de cantar.

—Pero sí que sabes hacer berrinches como una.

Sería terrible golpear al conductor de un automóvil en movimiento, ¿verdad? En cambio, se clavó las uñas en los brazos y apretó la mandíbula, mirando al campo que pasaban y sin dignificar sus comentarios con una respuesta.

Afortunadamente, llegaron diez minutos después. Salió por la puerta casi en el instante en que la camioneta se detuvo.

Era una granja más pequeña a diferencia de algunas de las instalaciones más grandes en las que habían estado hoy. Se detuvieron frente a una casa de campo con un gran granero a la distancia. El sol se estaba poniendo en el horizonte e Isobel se colocó la mano por encima de los ojos para mirar en dirección al granero. Tenía un área cerrada a un lado donde vio a varias vacas moviéndose.

Sintió que Hunter se le acercaba, pero no lo miró. Le pasó por un lado y fue hasta la puerta, tocándola con un par de golpes rápidos y decisivos.

Estuvieron esperando por varios largos momentos antes de que se abriera y los recibió el llanto de un bebé. Apareció un hombre agobiado con una bebé enojada y de cara roja en brazos. La meció de un lado a otro y trató de ponerle un chupón en la boca, sin éxito.

—Tranquila, tranquila —susurró, mirando por encima del hombro—. Brenda, llegó el veterinario.

Se oyó un grito, pero Isobel no pudo entenderlo debido a las voces de más niños gritando en el fondo.

El hombre se subió a la bebé al hombro y le acarició la espalda, mientras seguía saltando y miraba apenado a Hunter e Isobel.

—Perdón por todo. Está todo hecho un desastre aquí. Los niños no pudieron dormir la siesta hoy.

—No te preocupes. ¿Dijiste que tenías una vaquilla que tenía problemas para parir?

Jonathan asintió.

—Está en el patio al lado del granero. Ha estado de parto por varias horas y no está yendo tan rápido como me gustaría. Tengo dos más que deberían empezar a producir leche en cualquier momento. Bajaría para mostrarles, pero… —La bebé en su hombro dejó escapar un gemido particularmente penetrante y todos hicieron una mueca—. Le están saliendo los dientes.

Ay, pobre chiquilla. Y pobre padre, si las bolsas que tenía debajo de los ojos le decían algo.

—Iremos a echar un vistazo —dijo Hunter.

Jonathan asintió agradecido.

Hunter se volvió y regresó a la camioneta, a la que se subió y abrió la caja de herramientas que había instalado en la parte trasera. Isobel tomó nota de cada instrumento que agarró: extractor de terneros, cadenas, caja de herramientas quirúrgicas y el lazo.

—¿Vas a dejarme estar a menos de un metro del animal esta vez? —preguntó cuando se bajó de la camioneta—. He ayudado con partos antes, ¿sabes? Varias veces.

De acuerdo, solo lo había hecho dos veces. Y la primera vez solo miró desde la distancia. Pero la segunda vez había sido una de las personas con las manos en el extractor de terneros, trayendo al ternero al mundo. Como parte de una de las prácticas de laboratorio de Cornell, pasó una semana en una granja lechera en el norte del estado de Nueva York.

Hunter no respondió. Siguió caminando hacia el corral cerrado al lado del granero. ¿Qué? ¿Ahora iba a darle la ley del hielo? ¡Y había dicho que ella era la infantil!

—Melanie me dijo que tenías poco personal. —Tuvo que trotar para seguirle el paso con su zancada de piernas largas—. Y tú mismo dijiste que solo vendría a estas citas contigo hasta que estuviera lo suficientemente preparada para atenderlas sola. Como estudiante de tercer año de veterinaria, estoy calificada para ejercer en una clínica a tiempo parcial. ¿Pero cómo podré hacerlo si nunca me dejas tocar a ninguno de los animales?

Dejó de caminar tan repentinamente que a Isobel le tomó un par de pasos darse cuenta y detenerse también. Hizo una pausa y lo miró.

Tenía una sonrisa condescendiente en el rostro.

—Vale. ¿Quieres ser la veterinaria que trabaja sola? Esta es tu oportunidad. El caso es tuyo. —Dejó caer todas las herramientas que llevaba a sus pies y dio un paso atrás, con las manos en alto.

Entrecerró los ojos en su dirección. ¿Qué clase de truco era este?

Pero él simplemente retrocedió y se cruzó de brazos, observándola con esa misma sonrisa estúpida en el estúpido rostro.

No trató de ocultar su molestia cuando extendió la mano y recogió los instrumentos que él había dejado caer. Era difícil llevarlos todos. Cada vez que lo intentaba se le caía este o aquel. No se atrevió a mirar a Hunter, sabiendo que lo encontraría burlándose de ella.

Apenas pudo cargarlos todos metiéndose el extractor de terneros y el lazo por debajo de los brazos, colgando las cadenas alrededor de sus hombros y recogiendo el kit de cirugía. Todo era más pesado de lo que esperaba y la caminata al granero fue mucho más larga de lo que inicialmente parecía.

Pero finalmente llegaron. El quejido de la vaquilla se oía desde el extremo opuesto del patio. Se puso de pie, pateando el suelo fangoso y mostrando el blanco de sus ojos mientras miraba desesperada a su alrededor.

Mierda. Isobel había olvidado lo grandes que eran las vacas en persona. Frenéticamente trató de recordar todo lo que había aprendido en las dos ocasiones en que había visto eso.

Primero, debía colocar a la vaca en una posición estable.

Habían puesto a las dos vacas que había visto dar a luz de lado. Pero sabía que a veces las vacas daban a luz de pie.

Se mordió el labio, dejando el equipo al lado de la verja cuando entraron al patio. Sintió los ojos de Hunter sobre ella mientras se sentaba en la cerca para ver el espectáculo. Juzgándola. Pero se negó a darle la satisfacción de mirar en su dirección o mostrarle cuánto la inquietaba.

Era un grandísimo idiota. Solo quería ayudarlo, no tener que hacerlo todo sola. Mucho menos con él observándola.

«No puedes hacerlo. Nunca serás más que un fracaso. ¿A quién estás engañando?»

Isobel cerró los ojos por un breve segundo y respiró hondo para sacarse la voz de su madrastra de la cabeza.

Resultó que esa no fue la mejor estrategia, porque el patio lateral no olía muy bien. También se le había olvidado eso de su semana en la granja lechera. Los animales apestaban. «Todo es una mierda» era más que un dicho en una granja.

Bien, era hora de dejar de pensar tanto y simplemente actuar.

Tomó el lazo y se acercó a la vaca parturienta. Atar una vaca no debía ser muy difícil. Al menos no con una vaca que estaba a punto de parir. ¿Verdad?

Isobel caminó hacia la vaca, con los brazos extendidos a un lado y el lazo listo.

—Hola, Bessie. Vamos a hacer esto fácil y rápido, ¿de acuerdo? —No le estaba temblando la voz. No. Para nada. Se aclaró la garganta—. Estoy aquí para ayudarte. —Sonrió.

Aparentemente, la vaca no se tragó el cuento porque cuando Isobel dio otro paso adelante, la vaca se escabulló por un lado y se alejó, arrastrando el saco amniótico. En los humanos, a las mujeres simplemente se les rompían las aguas. En las vacas, a veces, como con esta vaca aparentemente, se les salía el saco como un globo de agua gigante que cuelga de la parte trasera.

Oh, las maravillas de la medicina veterinaria.

Isobel volvió a acercarse a la vaca. Se agachó más y trató de parecer lo menos amenazadora posible.

—Qué buena vaca. Todos somos amigos aquí.

La vaca volvió a salir corriendo. Cuando Isobel se sobresaltó para correr tras ella, se resbaló en el barro (al menos esperaba que fuera barro) y cayó sobre su trasero.

La fuerte risa masculina detrás de ella no hizo nada para mejorar su estado de ánimo. Se irguió, ignoró el barro que se impregnó en sus botas de equitación de ochocientos dólares, recogió el lazo y volvió a acercarse a la vaca.

Finalmente consiguió ponerle la soga alrededor del cuello a la vaquilla en el sexto intento. Lo cual fue bueno, porque no pensó que fuera muy sensible de su parte comenzar a gritar palabras malsonantes a una vaca preñada. A Hunter, por otro lado, estaría feliz de insultarlo un poco. Si ella llegaba a admitir su presencia, claro está.

Lo cual no hacía.

Él no existía.

Eran solo Bessie y ella.

—Lo siento —se disculpó, tirando de la cuerda para llevar a la vaca hacia la puerta—, es un estereotipo que te llame Bessie, ¿no? Estoy segura de que eres una vaca muy singular con tu propio espíritu individual. ¿Qué tal si trabajamos juntas para que nazca el bebé y se nos ocurrirá un nombre que refleje tu estilo increíblemente complejo y personal? ¿Qué dices?

La vaca dejó escapar un mugido quejumbroso.

—Lo tomaré como un sí. Muy bien. Ven acá. Por aquí. Bien hecho.

Finalmente, Isobel logró llevar a la vaca a la cerca que estaba junto a la puerta giratoria de dos metros y medio de largo. Antes de que la vaca pudiera escapar o moverse de nuevo, Isobel soltó el lazo y corrió hacia la puerta para cerrarla y atrapar a la vaquilla. Finalmente, la vaquilla estaba asegurada con la nariz hacia el vértice de la V creada por el lado de la cerca y la puerta. Bessie no iría a ningún lado hasta que naciera la cría. Todo el asunto de encerrar a la vaca con la puerta del potrero era otro truco que había aprendido en la granja lechera.

—¿Tal vez Cassandra? —ofreció Isobel a modo de conversación mientras se arrodillaba para abrir la caja quirúrgica y sacar una manga larga de plástico. Se ajustó el guante sobre la mano izquierda y luego se subió la manga hasta el hombro—. ¿O algo clásico, como Helen?

«Es la hora de la verdad». Se echó un poco de lubricante en la mano. Con la mano derecha se aferró a la puerta y con la izquierda, metió la mano en las partes de la vaca.

Y la metió más.

Y la metió más.

Estaba casi hasta el hombro antes de sentir lo que estaba buscando. Un pequeño casco, y más adentro, una cabeza. Toqueteó alrededor. Nariz, mandíbula, y allí estaba: la boca.

Metió el dedo dentro y la boquita comenzó a chupárselo. Sonrió como nunca.

El bebé estaba vivo.

Nunca se sabía cuándo el parto se había prolongado por un tiempo demasiado largo. Otra de las herramientas en la camioneta de Hunter era un cortador de terneros. En el caso de las crías muertas, a veces había que cortarlas para sacarlas y salvar la vida de la madre.

Le agradó que Hunter hubiera dejado el cortador de terneros en la camioneta y no lo hubiera sacado automáticamente. Indicaba una especie de optimismo. O al menos un compromiso de probar cualquier otra opción antes de llegar a ese extremo.

Pero este bebé estaba vivo e Isobel lo mantendría así.

Toqueteó un poco más. De acuerdo, había un casco delantero y… sí, ahí estaba el segundo. El ternero estaba en la posición correcta. Simplemente debía ser de gran tamaño. Si recordaba bien las estadísticas, los terneros de grandes eran el problema en el noventa por ciento de los casos de partos problemáticos.

Lo que significaba que iba a tener que usar ese extractor de terneros y sus propios músculos.

Retiró el brazo y respiró por la boca, tratando de ignorar toda la sustancia viscosa que salió cuando lo hizo.

No era para nada un trabajo glamoroso.

Se agachó para buscar otro guante y luego agarró las cadenas del extractor de terneros. Tenía unos brazaletes en el extremo para colocarlos alrededor de los cascos delanteros del ternero.

Ahora sí. Volvió a introducirse, esta vez con ambos brazos, cada mano sujetando una cadena.

La vaca se movió hacia adelante.

—¡Espera! —Isobel perdió el equilibrio y se movió con la vaca. No podría ir muy lejos, a menos que golpeara la puerta con la nariz para abrirla. Lo que hizo de inmediato.

La puerta comenzó a moverse hacia atrás, ampliando la V y haciendo espacio para que la vaca huyera. Isobel sacó el brazo derecho de la vaca velozmente y agarró la puerta para volver a colocarla en su sitio.

—¡Cassandra! —gritó Isobel—. ¡Vaca traviesa!

Una vez que la vaquilla se quedó quieta, Isobel lo intentó de nuevo. Pero en el momento en que quitó la mano de la puerta para tratar de colocar la primera cadena alrededor del casco de la cría, Bessie/Cassandra intentó escapar de nuevo.

Isobel agarró la puerta en el último segundo para detenerla, nuevamente.

El cabello se le había salido de la cola de caballo, pero no podía quitárselo de la cara porque, pues, tenía fluidos de vaca por los brazos. Trató de soplarlo, pero volvió a ponerse en el mismo lugar.

Frunció los labios y resopló. Necesitaba tres manos: dos para poner las cadenas en los cascos del ternero y una para mantener la puerta cerrada; pero obviamente, solo tenía dos. Y Hunter estaba sentado allí detrás de ella, probablemente regodeándose y riéndose de ella.

¡Ugh!

De acuerdo, bueno, tal vez podría hacer que la vaca se acostara. Si se acostaba, eso resolvería todos sus problemas.

—¿Por qué no descansas un poco, cariño? —le murmulló, empujando hacia abajo en la rabadilla de la vaca—. Vamos a acostarnos.

La vaca comenzó a moverse a un lado otra vez, golpeando la puerta, e Isobel tuvo que agarrarla antes de que se abriera nuevamente.

«Bien». Isobel ataría la cadena con una mano. ¿Qué tan difícil podía ser?

Resultó que era difícil. Muy difícil.

Era casi imposible de cerrar el pasador del pequeño brazalete con una sola mano. Especialmente con el guante de plástico puesto. Con la mano dentro de la vaca, tampoco podía ver lo que estaba pasando. Terminó metiendo ambas manos dentro de la vaca y rápidamente enganchó una de las cadenas alrededor del primer casco, luego tropezó detrás de la vaca antes de sacarla la mano y agarrar la puerta para regresar a la vaca a la posición.

Luego repitió el proceso con el segundo brazalete.

Finalmente, finalmente, había colocado ambos brazaletes en su lugar. Estaba empapada de sudor y mierda de vaca. Bastaba decir que el trasero de una vaca no era un lugar higiénico. Sin mencionar que no sabía cuántas veces la vaca le había golpeado en la cara con la cola. Una cola que estaba cubierta de estiércol.

Pero había puesto las cadenas, maldita sea, y ese ternero iba a salir sin importar qué. Ató las cadenas al extractor de terneros, un estante largo y plano de metal que sostuvo detrás de las caderas de la vaquilla para la tracción. Funcionaba de manera similar a un gato de automóvil. Comenzó a girar la palanca que le daba la fuerza para sacar al ternero por las cadenas de los cascos.

Isobel solo pudo hacer un par de bombeos antes de que la vaca comenzara a moverse de lado, empujando la puerta nuevamente. Pero, maldición, ya estaba harta. Hasta la coronilla. Iba a sacar al maldito ternero.

Así que no dejó de agarrar el extractor. Hincó los pies y tiró hasta sentir que se le tensaban las venas del cuello.

Y luego la vaca la tumbó de un salto y comenzó a avanzar de nuevo. Se movió hacia adelante tras la vaca.

—Maldición, quédate quieta —gritó Isobel, clavando los pies nuevamente cuando la vaca se detuvo. Se esforzó, inclinándose hacia atrás, y pensó que sintió que algo cedió cuando el ternero se movió. Extendió la mano para masajear alrededor de la abertura de la vaca y ayudar a facilitar la salida de la cría. Ya estaban saliendo los cascos y la nariz delantera. De acuerdo, ahora solo tenía que maniobrar un poco más y…

Pero antes de que pudiera ponerse en posición, la maldita vaca se lanzó hacia adelante una vez más. Isobel no iba a soltar el extractor de terneros. Sin embargo, la vaquilla no estaba cooperando y…

¡Mierda!

Isobel salió disparada. La vaquilla comenzó a arrastrarla con ella. ¡Ugh! Oh. Mierda. Qué asco. Estaban en la mitad del potrero antes de que Bessie se detuviera. Mientras tanto, Isobel había dado un paseo bocabajo por todo el patio lleno de barro y mierda. Escupió un trozo de lo que esperaba fuera barro cuando se puso de pie y agarró el extractor de terneros.

—¡Deja de tomarme el pelo, Bessie! —Incrustó los talones en el barro, fortificó su agarre en el mango y comenzó a tirar de la palanca y a maniobrar el gato y luego tiró un poco más.

Salió la cabeza del ternero. La palanca del gato estaba tan tensa que apenas podía moverla. Logró maniobrar un poco más y luego simplemente tiró con todas sus fuerzas. Más que todas sus fuerzas. Gritó salvajemente mientras tiraba, jalaba y se esforzaba, y luego, cuando no podía dar más, tiró un poco más.

Joder, joder. No podía hacerlo. No tenía más fuerzas.

No, maldita sea. Sólo un poco más. ¡Un poco más!

Comenzó a deslizarse en el barro mientras la puta vaca comenzó a avanzar una vez más. Pero Isobel mantuvo los pies clavados y siguió tirando.

Luego, las cadenas que sostenía de repente se aflojaron y antes de darse cuenta de lo que estaba sucediendo, Isobel estaba sobre su trasero en el barro y un ternero estaba en el suelo junto a ella, con los fluidos del parto cayendo encima de ambos.

Se echó a reír de euforia. Quería abrazar al ternerito. Lo había logrado. ¡De verdad lo había logrado!

La vaca madre se dio la vuelta e inmediatamente comenzó a lamer al ternerito. Este levantaba la cabecita y frotaba la nariz con la de su madre.

Isobel seguía sonriendo mientras sacudía la cabeza y luego desabrochaba las cadenas alrededor de los cascos delanteros del ternero. Se arrastró y revisó su parte baja. Era una niña. Se rio y luego se puso en cuclillas. Pero solo por un segundo antes de ponerse de pie y meter la mano en el interior de la vaca para asegurarse de que hubiera expulsado toda la placenta. Sí lo hizo.

Dio un paso atrás, sonriendo a la vaca mamá y la bebé. Lo había logrado. Su primer parto en solitario.

Fue entonces cuando oyó la risa.

Se dio la vuelta y vio a Hunter doblado, riendo tan fuerte que se estaba golpeando la rodilla.

Quedó boquiabierta. Pero luego la cerró, apretando los dientes. Se inclinó y agarró las cadenas del parto y el extractor, luego se dirigió hacia la puerta.

Hunter seguía riendo, jadeando por reír tan fuerte cuando abrió la puerta y la cerró de golpe detrás de ella.

—Vi un grifo y una manguera en la parte trasera del granero —logró mencionar, secándose los ojos con diversión—. Será mejor que te laves junto con las herramientas. Estás demasiado apestosa como para entrar a mi camioneta así.

Lo fulminó con la mirada. Con toda probabilidad, ya había una orden de arresto contra ella por tentativa de homicidio en un estado.

¿Por qué no convertirla en dos?

Se quitó los largos guantes sucios de los brazos y se los tiró a los pies antes de agarrar el equipo que había usado y buscar el grifo que había mencionado.

Finalmente lo encontró después de caminar por casi todo el granero. Porque, por supuesto, Hunter no podría haber sido más específico, el malnacido. Abrió el grifo y roció agua en las cadenas antes de girarla hacia sus propias botas.

Había estado tan enfocada en el momento del parto, que no había estado prestando atención a lo asquerosa que se estaba poniendo. Pero ahora que había tenido la oportunidad de mirarse a sí misma, casi vomitó. Estaba cubierta de…

Apartó la cabeza. No. Mejor no pensar en lo que la cubría. Simplemente se llevó la manguera al cuerpo.

—¡Dios! —gritó, alejándose del rocío helado por un segundo antes de cerrar los ojos, preparándose, y apuntarlo de nuevo a su pecho.

No le importaba si tenía que ir a casa empapada, no creía que pudiera soportar oler como el interior de una vaca.

Se atrevió a mirarse a sí misma después de mojarse durante varios minutos. Ugh, el agua apenas estaba haciendo mella en toda la mierda que la cubría. Porque no tenía dudas de que había mucho estiércol mezclado allí. El agua simplemente lo estaba convirtiendo en una mezcla marrón que cubría su camisa de trabajo azul claro.

Sintió náuseas, tiró la manguera y se quitó la camisa. No, no, no. No iba a seguir con la camisa llena de caca puesta por otro segundo.

Se quitó las botas y los pantalones con la misma rapidez. Sus botas estaban sucias incluso por dentro. En una de las ocasiones en las que se tropezó y fue arrastrada por la vaca, el lodo y estiércol se apelmazaron dentro de la parte superior y ahora le corrían por las pantorrillas.

Dios mío, ¿podría ser más desagradable? Puso el pulgar en la punta de la manguera para que rociara su asquerosa ropa con fuerza. Sus pobres botas. El cuero flexible nunca sería el mismo después de esto.

—Toma, puedes ponerte…

Chilló y se cubrió el pecho cuando Hunter se acercó al granero. Él se detuvo, solo mirándola mientras ella estaba parada allí llevando nada más que el sujetador y bragas, ambos empapados.

—No es un concurso de camisetas mojadas —le gritó—. ¡Deja de comerme con los ojos!

Volvió la mirada hacia ella y una sonrisa perezosa le cruzó el rostro.

—Si tú lo dices, cariño. —Le arrojó un bulto oscuro de ropa—. Puedes ponerte esto. Pero esas botas van en la parte trasera de la camioneta. —Señaló con el pulgar por encima del hombro—. Ahora apúrate, quiero llegar a casa antes de que termine la primera entrada.

Ya sería homicidio justificado en este caso. Seguramente cualquier jurado estaría de acuerdo.

—¡Vete ya! —gritó cuando él se quedó allí de pie mirándola.

Finalmente se giró y deambuló de regreso por donde había venido, moviéndose tan lentamente que podría haber gritado. En el instante en que desapareció a la vuelta de la esquina, desenrolló la tela azul y vio que era un overol. Ansiosamente se metió en él. Le quedaba enorme, pero era mejor que ponerse la ropa llena de caca. Se subió la cremallera delantera. La entrepierna se hundió y tuvo que enrollar las botas para que no se arrastraran por el suelo, pero no le molestaba. Agarró todo el equipo y las botas. Las botas estaban lo suficientemente limpias como para llevarlas por debajo del brazo, pero se llevó la ropa sucia y húmeda entre el pulgar y el índice mientras se dirigía hacia la camioneta.

Caminó con cuidado por el campo hacia la calzada. Estaba embarrada por las lluvias recientes y tenía la sensación desconcertante de que cualquier cosa que pareciera barro podría ser más estiércol. Un pensamiento reconfortante al caminar descalza.

Ya estuvo, al día siguiente le preguntaría a Melanie si no había problema con usar su cuenta de Amazon para pedir unas botas de trabajo.

Isobel finalmente regresó a la camioneta y tiró todo en la parte de atrás. Desinfectarían las cadenas y el extractor de vacas cuando regresaran a la clínica. Mientras tanto, necesitaba sumergir todo el cuerpo en gel antibacterial.

Cuando rodeó la camioneta, oyó unas voces.

—¿Un ternero vivo? Qué bueno saberlo.

—Sí. Una vaquilla pequeña. Estaba bebiendo leche y alimentándose bien cuando la dejé.

—Siempre haces un gran trabajo, Hunter.

—No hay de qué. Que tengas buena noche.

Isobel apretó los puños. ¿Realmente se llevó el crédito cuando ella…?

Hunter seguía sonriendo cuando rodeó la camioneta y la vio allí parada. Si se dio cuenta de lo furiosa que estaba, no lo dejó ver.

Solo le miró los pies descalzos y sucios.

—Límpiatelos antes de subir a la camioneta. —Abrió la puerta del conductor, pero se detuvo justo antes de subir—. Oh, y la próxima vez… —Volvía a tener esa amplia sonrisa en la cara—, será mejor que ates la vaca a la puerta con el arnés para que se quede en un solo lugar. Aunque debo admitir que disfruté el espectáculo.

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