Hunter

Hunter


Capítulo 17

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Capítulo 17

ISOBEL

Isobel se paseaba por el pasillo del hospital con las uñas hechas añicos. Comerse las uñas era un hábito obsesivo que odiaba, pero en comparación con los demás, podía vivir con él.

Con lo que no podía vivir, sin embargo, era que Hunter no estuviera bien.

El cuarto de espera de la sala de emergencias era ruidoso y caótico a su alrededor. Bebés llorando. Gente llorando. Las noticias en la pantalla grande en la esquina de la habitación. La advertencia de tornado finalmente había terminado, pero había tocado tierra cerca de un parque de casas rodantes. Toda la sala de emergencias estaba hablando al respecto y una gran cantidad de pacientes había ingresado con lesiones leves o graves.

Todo era una maldita locura. Y la prisa y el caos significaban que nadie le estaba diciendo nada sobre Hunter.

Pero estaría bien. Tenía que estar bien.

Dios, cuando lo abrazó y se encontró los brazos cubiertos de sangre… Y luego los ojos se le voltearon y se dejó caer sobre ella…

Se apoyó contra la pared, sintiéndose sin aliento de nuevo con solo recordarlo. Nunca se había sentido más aterrorizada en su vida. Ni siquiera cuando se tragó todas las píldoras de todas las botellas que encontró en la casa durante aquella horrible noche a los dieciséis años. Fue solo después de que terminó de tragarlas todas que se dio cuenta de que no quería morir, pero estaba aterrorizada de que fuera demasiado tarde y de que estuviera a solo minutos de la muerte.

Pero no, ni siquiera ese trauma se comparaba con ver toda la sangre y estar segura de que Hunter acababa de morir en sus brazos. Había estado tan ocupada preocupándose por el maldito caballo que no lo había revisado para asegurarse de que estaba bien. ¿Qué le pasaba?

Se apartó de la pared. Habían pasado horas. Estaba a punto de ir a la estación de enfermeras y preguntar de nuevo si había alguna noticia.

Pero entonces las puertas dobles se abrieron.

Y el mismo Hunter apareció, vestido con una camiseta azul de gran tamaño con una carita sonriente amarilla y gigante.

Isobel quedó boquiabierta. Sí, solo se había desmayado por un corto tiempo en el auto, pero había estado muy mareado y fuera de sí cuando lo trajo. La enfermera que hizo el triaje le había echado un vistazo a la espalda de Hunter después de que Isobel lo ayudara a entrar y lo había enviado directamente a cirugía. Su camisa había sido destrozada y su espalda no estaba mucho mejor.

Era tantísima sangre.

Isobel sacudió las imágenes de su cabeza y corrió hacia Hunter, deslizando automáticamente el hombro debajo de su brazo para sostenerlo como lo había hecho de camino al hospital.

—¿Qué estás haciendo? Deberías estar en una silla de ruedas. —Alzó la mirada—. De hecho, todavía deberías estar en cama. ¿Qué pasa?

—Ay, estoy bien. —Hunter le pasó un brazo sobre el hombro con bastante facilidad, pero no apoyó casi tanto peso sobre ella como antes. Se dirigía a la salida. Estaba un poco rígido, pero caminaba con mucha más soltura de lo que Isobel hubiera esperado.

Ella se movió con él, completamente confundida.

—¡Pero tu espalda!

—Solo necesitaba algunos puntos.

Algunos… —comenzó a decir, incrédula. Parecía que le habían cortado la espalda en pedacitos, especialmente esa profunda herida en la parte superior de los hombros, de haber sido tan solo unos centímetros a la izquierda, le habría golpeado la médula espinal. Se estremeció y extendió el brazo para agarrar la mano del brazo que él tenía a su alrededor.

—¿Y la yegua? ¿La llevaste al hospital de animales?

Ella giró la cabeza para mirarlo boquiabierto. ¿En serio le estaba preguntando por un caballo en este momento?

—Pudiste haber muerto.

Él la miró con una amplia sonrisa tonta.

—Ay, ¿estabas preocupada por mí, Isobel? ¿Isobel? ¿Ma belle? —Luego echó la cabeza hacia atrás y comenzó a cantar una versión mala de aquella vieja canción de los Beatles, Michelle, ma belle, excepto que insertaba su nombre—. Isobel, ma belle… —entonces comenzó una especie de tatareo, obviamente porque no sabía la letra en francés antes de salir con el qui vont très bien ensemble al final de cada línea.

—Ay, por Dios. —Isobel cargó más de su peso cuando tropezó un poco—. ¿Qué demonios te dieron?

Hunter inmediatamente comenzó a sacudir la cabeza.

—Oh, no tanto. —Se estaban acercando a la salida del hospital—. Les dije que me pusieran anestesia local donde me iban a poner los puntos y creo que eso fue todo lo que hicieron. Pero fueron muy buenos conmigo. Ni siquiera lo sentí. Creo que incluso me quedé dormido.

Claaaaaaro. Isobel estaba bastante segura, gracias a lo que había visto de su espalda y a la forma en la que estaba actuando ahora, que había sido noqueado por la anestesia.

Miró hacia atrás por encima del hombro.

—¿Estás seguro de que estás bien para irte del hospital? ¿No se supone que deben llevarte a la salida o algo así?

—Blablá —dijo Hunter descuidadamente y agitó una mano—. Puedo caminar bien.

En ese momento trastabilló y casi le dio un cabezazo a la puerta de salida de vidrio.

—¡Hunter! —Isobel logró atraparlo justo antes de que se estampara la cara con el vidrio.

—Vaya. Gracias. —Comenzó a reír con un tono agudo que ella nunca había escuchado antes, como si le hubiera dado un ataque de risa.

El gruñón Hunter Dawkins se estaba riendo.

De acuerdo, el mundo se había vuelto oficialmente loco.

Pero se había alejado de ella y estaba caminando hacia el estacionamiento oscuro y parecía tener un paso un poco más firme en los pies. Las maravillas nunca cesarían.

Eran las once de la noche, pero el estacionamiento tenía suficientes farolas encendidas para que pudieran ver a dónde iban.

Se apresuró para seguir el ritmo de sus zancadas de piernas largas cuando de repente se detuvo. Su impulso lo hizo seguir avanzando y tropezó un poco, recuperándose justo a tiempo antes de caerse.

—Vaya —dijo de nuevo y sacudió la cabeza. Miró a su alrededor—. ¿Dónde está Rhonda?

—¿Quién? —Dios, ¿y si recibió un golpe muy fuerte en la cabeza y tiene un traumatismo cerebral o algo así aparte de la espalda y…

—Mi camioneta, Rhonda. —Él la miró como si hubiera dicho algo obvio y luego siguió buscando en el gran estacionamiento del hospital.

Ahora era el turno de Isobel para reír. Después del estrés del día, era un alivio. Tuvo que agarrarse el estómago porque se echó a reír con mucha fuerza.

—Tú… le pusiste a tu camioneta… —Se las arregló para decir entre jadeos—, ¿Rhonda?

Hunter solo lucía levemente insultado.

—Rhonda y yo tenemos mucha historia. Ciertamente ha sido la mejor relación que he tenido con una mujer. —Toda la diversión se le diluyó del rostro con esa última declaración. Se llevó una mano a la nuca, pero inmediatamente hizo una mueca por el movimiento y dejó caer el brazo. Debió haber tirado de las heridas en su espalda.

Isobel se puso seria rápidamente.

—Vamos. —Le tomó el antebrazo y lo llevó a la parte trasera del estacionamiento donde había estacionado la camioneta y el remolque—. Dejé a Beauty en el hospital de caballos después de que te recibieron —explicó Isobel, finalmente respondiendo a su pregunta anterior ahora que lo había guiado en la dirección correcta—. Nos estaban esperando porque llamaste con anticipación y como no podías realizar la cirugía tú mismo, una de las veterinarias de allí dijo que podía intervenir. —Todos los veterinarios habían estado de guardia debido a la tormenta y estaban contentos de ver a Beauty. La atendieron rápidamente para poder dejar la sala de operaciones libre para la lluvia de clientes que sin duda llegarían toda la tarde y la noche debido a la tormenta.

»Llamaron hace un rato para informarme que removieron la porción problemática del intestino y que Beauty estaba muy bien. La dejarán en sus establos por la noche.

Hunter estaba asintiendo atentamente a todo lo que ella decía.

—¿Quieres pasar por allí y ver cómo está antes de volver a casa?

De nuevo, Isobel se detuvo con la boca abierta.

—No, no quiero… ¿Estás loco? —Luego soltó un suspiro y se recordó a sí misma que estaba muy medicado en ese momento—. No estás en condiciones de aguantar un viaje de dos horas en auto. —Isobel sacudió la cabeza y miró el camino oscuro—. Sin mencionar que no me gustaría hacer ese viaje por la noche con un remolque enganchado. —Y luego susurró—: Con mi suerte, atropellaría a un venado o un hidroavión y por fin lograré matarnos.

»Vamos. —Lo tomó del brazo otra vez—. Vamos a quedarnos en un hotel.

Él esbozó una sonrisa ante las palabras.

—Intentas llevarme a la cama, señorita… señorita… —Arrugó la cara como si le costara pensar—. ¿Cuál es que es tu apellido?

Isobel puso los ojos en blanco.

—Qué encantador eres.

Finalmente llegaron a la camioneta y Hunter fue hacia la puerta del conductor.

—Oh, no, no, señor Risitas.

Él se volvió y le dirigió una sonrisa espectacular que la dejó sin aliento por un segundo. Le molestaba lo guapo que era.

—Ves, tampoco recuerdas mi apellido.

Volteó los ojos aún más.

—Señor Dawkins, ¿podría ser tan amable de mover el trasero a la puerta del pasajero porque no hay forma de que lo deje conducir en su condición?

Le hizo una mueca como si estuviera de vuelta en el jardín de infantes.

—¿Quién se murió y te puso a cargo?

Se le desvaneció la sonrisa del rostro. Porque hoy, la respuesta casi había sido: él.

—Date prisa. —Lo empujó para destrancar la camioneta y luego se montó. Él solo se quedó mirándola. O, más probablemente, le había estado mirando el trasero mientras se subía al auto. El hecho de que él estuviera vivo para comérsela con los ojos la hizo sonar un poco menos mandona cuando le dijo—: Ya. —Con voz suave de todos modos.

Finalmente entendió la indirecta y se fue al lado del pasajero. Sin embargo, parecía tener algunas dificultades para abrir la puerta. Ella lo vio frunciendo el ceño confundido por la ventana. Por el amor de Dios, tal vez debería haberlo ayudado a subirse antes de meterse ella. Extendió el brazo y le abrió la puerta.

—Oh. —Dio un paso tambaleante hacia atrás, alcanzando la puerta para estabilizarse en el último segundo. Sin embargo, Isobel casi sufrió un ataque al corazón en el momento en que titubeó.

—Sube a la camioneta —le gritó. Por el amor de Dios, si sobrevivía al día de hoy, sería por un maldito milagro. Solo necesitaba llevar a Hunter a algún lugar donde hubiera una superficie plana sobre la que pudiera recostarse y no hacerse daño a sí mismo. Juraría que perdió años de vida conduciendo al hospital con él medio consciente y sangrando por todo el asiento del pasajero.

Hizo una mueca al mirar los asientos. Eran de un material plástico algo lavable y la camioneta sin dudas había visto suficientes fluidos al ser la oficina veterinaria móvil de Hunter, pero igual. Ver las manchas de color rojo parduzco que habían quedado a lo largo de las costuras a pesar de la limpieza rápida que hizo con las toallas que guardaban en la parte posterior…

Apartó los ojos de la tapicería y volvió al hombre que estaba sano y salvo frente a ella.

Hunter tenía la mano frente a su rostro y la miraba como si contuviera todos los misterios del universo.

—¿Te has dado cuenta de que tu mano es tan grande como tu cara? ¿Qué significa eso? —La miró maravillado.

Bueno, estaba lo suficientemente sano.

—Muy bien, vaquero espacial. El cinturón de seguridad.

Cuando continuó mirándose la mano, con los ojos muy abiertos, ella misma le buscó el cinturón. Él se le acurrucó en la nuca.

—Hueles bien. ¿Te lo he dicho antes?

Ella tiró bruscamente del cinturón sobre su pecho y se echó para atrás, sintiendo las mejillas sonrojadas.

—Siempre lo he pensado. ¿Es vainilla? No… —Arqueó las cejas, pensativo—. Tiene un olor a frutas. Fruta de vainilla. —Asintió y luego la miró como si estuviera esperando que ella confirmara su teoría.

—Eh… —Estaba bastante segura de que olía horrible en ese momento. Solo se había vislumbrado a sí misma cuando había corrido al baño del hospital, lo suficiente como para ver que tenía la ropa llena de barro y el cabello despeinado. Sin embargo, por una vez, se negó a permitir que la vanidad se apoderara de ella y huyó del espejo antes de que cualquier inseguridad la abrumara. La vida de Hunter estaba en peligro y se había negado a obsesionarse con tonterías.

Pero Hunter, para todos los efectos, estaba bien ahora. Y la estaba mirando con ojos demasiado intensos para su gusto.

Entonces puso la camioneta en marcha y salió del estacionamiento del hospital.

Tan pronto como la camioneta se movió, Hunter gruñó y empujó el torso hacia adelante.

Oh. Ay. No se había dado cuenta, pero él había estado sosteniendo el cuerpo lejos del respaldo del asiento desde que había subido a la camioneta. Hasta que ella la encendió y el impulso le empujó la espalda adolorida al asiento otra vez.

Se le hizo un nudo en el estómago cuando pensó en el dolor que debía sentir si todavía lo sentía con todos los medicamentos con los que lo habían drogado.

Hablando de eso…

—Hunter, ¿te dieron una prescripción para que tomes algo? ¿Para comprar más analgésicos?

Hunter hizo un ruido despectivo.

—Estaré bien. Los hombres Dawkins somos como el acero.

—Hunter. —Lo regañó con voz de advertencia.

—Estoy bien.

Isobel aceleró el motor para que la camioneta avanzara bruscamente.

El gruñido adolorido de Hunter cuando la espalda le chocó con el asiento nuevamente le dijo todo lo que necesitaba saber.

—Dame. —Extendió la mano.

—Bien, bien. —Sonaba como un niño castigado mientras se sacaba un trozo de papel del bolsillo.

Isobel le dio la vuelta: Vicodin por un mes. Maldición, no estaban bromeando. Había visto un Walgreens en el camino de regreso del Hospital de Animales.

Se detuvo justo antes de girar a la carretera para encender el GPS y hacer clic en «ir» para el hotel que había buscado anteriormente. Casper era un área metropolitana más grande, si podías llamar a una ciudad pequeña como esta «metropolitana». Pero tenía un Walmart y, lo que era más importante, un hospital, por lo que estaba feliz de contarla como una.

Aparentemente, ese era el hospital principal de todo el centro este de Wyoming. O eso es lo que la auxiliar de enfermería le había informado una y otra vez cuando repetidamente pedía noticias de Hunter. Le decía cosas como: «Somos el único hospital para todo el este de Wyoming. Nos ocupamos de una cantidad increíble de tráfico. Todo el mundo quiere saber información de su ser querido y le aseguro que los médicos se están moviendo lo más rápido posible mientras se aseguran de que cada paciente reciba la mejor atención posible. Será la primera en saber en cuanto haya algo que saber». La mujer hablaba como si estuviera leyendo un guion. «Ahora, ¿ya ha completado los formularios de información del seguro de su ser querido?».

Eh, Hunter no era su ser querido y no, no había llenado la maldita información del seguro porque no sabía nada de eso. Había dicho que era su prometido para que al menos le informaran sobre su condición. Excepto que nadie había venido a decirle nada antes de que Hunter saliera caminando.

Se detuvo para comprar la prescripción y luego se dirigieron al hotel.

Donde solo había una habitación disponible, una individual con una cama king size. Tuvieron suerte de siquiera conseguir eso. El resto del hotel estaba lleno de personas desplazadas por la tormenta.

A Isobel no le importaba. Estaba contenta de llevar a Hunter a la habitación. Lo ayudó a bajar de la camioneta y lo sostuvo por debajo del brazo.

Juntos, llegaron a la habitación al final del pasillo del hotel. Estaban en la planta baja, gracias a Dios. Hubiera odiado intentar subir a Hunter por las escaleras.

Buscó la llave en su cartera.

Mientras tanto, Hunter se inclinó por detrás de ella y la aprisionó contra la puerta.

Sintió un suave tirón en el cuero cabelludo y volteó para ver a Hunter frotando el cabello de su descuidada cola de caballo entre sus dedos, con las comisuras de los labios hacia abajo.

—Nunca te dejas el pelo suelto. Mi esposa tampoco lo hacía. Sabía que me gustaba mucho, pero me dijo que era sexista. —Soltó un suspiro triste—. Tal vez sí lo sea. —Tenía ojos apenados cuando la miró—. Igual me gusta tu pelo suelto.

Su exesposa. Nunca hablaba de ella.

Isobel sabía que no debía husmear. Si no hablaba de su ex, probablemente tenía sus razones. Y probablemente solo estaba hablando de ella ahora por los medicamentos.

Pero el pequeño demonio en el hombro de Isobel ganó.

—¿Cómo era ella? —preguntó cuando finalmente abrió la puerta.

Hunter dejó escapar un suspiro tan largo que expulsó todo el aire del pecho. Hizo una mueca ante el movimiento e Isobel lo copió. ¿Era demasiado pronto para que tomara un Vicodin? ¿Qué era lo que le habían dado en el hospital?

—Olvídalo. Vamos a llevarte dentro. —Lo ayudó a entrar y a caminar a la cama. Retiró el edredón y él se tumbó boca abajo, con las botas todavía puestas.

Comenzó a quitarle las botas cuando la risa triste de Hunter la detuvo.

—Janie era hermosa. Pero fuerte. Como Nueva York. Creo que por eso me gustaba. No era como las chicas de aquí. —Cerró los ojos y ella se preguntó si se quedaría dormido.

Era ridículo, lo sabía. Pero igual le dolía de una manera estúpida e innombrable escucharlo hablar de otra mujer. Sabiendo que la había amado lo suficiente como para casarse con ella. ¿Y qué pasaba ahora? ¿Todavía la amaba?

—Una vez fui de visita, ¿sabías? —Movió la cabeza a un lado y la mejilla le cayó sobre una de las manos—. A Nueva York. —Isobel negó con la cabeza, pero Hunter ya había continuado–. Y pensé, oh, ya lo entiendo. Nunca tuvimos futuro.

Lucía tan triste y volvió a sacudir la cabeza, cerrando los ojos.

—Las mujeres de Nueva York…

Al segundo siguiente, se movió en la cama y dejó escapar un corto gruñido de dolor.

—No te duermas todavía —dijo Isobel, con la garganta seca—. Déjame darte un medicamento.

Le temblaban las manos mientras sacaba un vaso de agua del fregadero y una píldora de la botella.

—Ten. —Se las arregló para decir con voz mayormente firme—. Tómate esto.

Él se levantó y tomó la píldora con los ojos a media asta. Una vez que terminó de tragar toda el agua del vaso, se lo devolvió y luego se derrumbó sobre la cama, abrazando la almohada.

«Las mujeres de Nueva York».

¿Era porque ella era de Nueva York? Había cambiado completamente después de que se habían acostado juntos solo después de enterarse de que en realidad era de Nueva York y no de Nuevo Hampshire.

Él creyó que ella era igual que su esposa. «Mujeres de Nueva York».

—Ven a dormir, bebé —murmuró Hunter, con la cara medio enterrada en la almohada.

Isobel se apartó de la cama.

¿Acababa de…?

Hace segundos estaba hablando de su esposa. ¿Estaba tan fuera de sí que creía que Isobel era Janie? ¿Su esposa?

Oh Dios. Eso la hizo sentir enferma.

Pero ahora casi todo tenía sentido. Por qué se había sentido tan instantáneamente atraído por ella. Acababa de decir que su esposa no era como las chicas del pueblo. Entonces, cuando apareció una nueva mujer con la sofisticación de la ciudad en ella que le recordaba a su esposa, incluso si no podía precisar exactamente por qué…

Se le revolvió el estómago. Se puso de pie de un salto y fue directo a la puerta principal.

Pero se detuvo tan pronto como su mano tocó el pomo de la puerta. Miró por encima del hombro.

Maldición. No podía dejarlo solo por ahora. Sin importar cuánto quisiera huir para intentar aclarar la cabeza.

Porque huir siempre era la respuesta, ¿verdad?

Cerró los ojos con fuerza y apoyó la frente contra la puerta. Mierda. ¿Realmente era esa su opción cuando las cosas se ponían difíciles?

Después de todo lo que pasó ese año infernal cuando tenía dieciséis años, huyó a los establos de Rick y Northingham.

Luego había huido a la universidad.

Luego acá.

Pero, maldita sea, ¿qué había logrado con pronunciarse e intentar controlar su futuro? Enfrentarse a sus problemas no había funcionado muy bien en Nueva York. Y cada vez que intentaba afirmarse y hacerse cargo de su vida aquí, solo causaba más problemas. Dios, casi había matado a Hunter por su estupidez al insistir en que salieran a pesar de la tormenta.

Estaba bastante segura de que el hecho que le cayera un tornado casi literalmente encima era la forma en la que el karma le hacía pagar.

Se golpeó la frente una vez con la puerta antes de darse la vuelta e ir a sentarse en la única silla de la habitación, la de madera que estaba metida en un pequeño escritorio al lado del televisor. Sacó la silla y la miró con expresión sombría.

Estaba exhausta. Necesitaba descansar si iba a conducir a casa mañana con el remolque.

No había forma de que pudiera tomar una siesta sentada en la silla incómoda. Miró por encima del hombro.

¿Tal vez podría dormir en el suelo? Pero entonces arrugó la nariz. Dios, estaba tan cansada. Dirigió los ojos hacia la cama. Hunter estaba extendido, pero principalmente en el lado izquierdo. Con los medicamentos que tenía en el cuerpo, dormiría como un muerto toda la noche.

Debería tomar una ducha. Se había limpiado un poco en el hospital, pero antes de meterse en la cama debería…

Dejó caer los hombros; el estrés y el cansancio del día finalmente se asentaron con todas sus fuerzas. Bah, a la mierda. Igual cambiarían las sábanas sin importar si las ensuciaba o no.

Apagó la lámpara y se quitó los vaqueros. Después de un segundo de vacilación, también se quitó la camisa sucia.

Se despertaría mucho antes que Hunter y saldría de la cama sin que él supiera que estaba allí. Se metió a la cama, cubrió a ambos con las sábanas y se durmió en unos minutos.

* * *

Dios mío, . Justo ahí.

Si tan solo…

Pero entonces Hunter comenzó a dibujarle círculos en el clítoris.

Isobel gimió antes de recordar que tenían que estar callados. Hunter la había llevado al baño de mujeres de Bubba's y la había metido en el último puesto, pero no era como si hubiera una cerradura en la puerta.

Hunter inmediatamente le llevó la mano a la boca, frotándose la erección con el trasero de ella mientras la presionaba contra la pared.

—Calla… —La voz era un susurro áspero en su oído—. Esos ruidos sensuales que haces son solo para mí. Nadie más puede escucharlos.

Con la otra mano, le subió la falda hasta la cintura y le bajó las bragas hasta la mitad de las piernas.

Y se alegró de que le tapara la boca con la mano porque no pudo evitar gimotear y presionar el culo contra él. No lo había escuchado deshacerse la hebilla, pero ya tenía el pene afuera. Se lo frotó de arriba abajo entre las nalgas mientras le chupaba la nuca.

Joder, la estaba volviendo loca. Con cada caricia, la presión perfecta de los dedos en su clítoris, sentirlo duro contra su trasero…

Pero necesitaba más. Más.

—Más —le gruñó—. Hunter, más.

Se giró para poder verlo de frente y le echó los brazos al cuello.

—Auch. —Se encogió de dolor y se apartó de ella.

Espera. ¿Qué?

Dios mío. Su espalda. ¿Cómo se le había olvidado? Su espalda. La tormenta. El hospital.

No era real. Era un…

Isobel se despertó sobresaltada.

Despierta en la cama de un hotel.

Con un Hunter muy real.

Que realmente le tenía las manos en la entrepierna.

—¡Hunter!

—Voy a hacerte sentir tan bien… —Hunter estaba de lado, apoyado sobre un codo mientras le besaba la mandíbula y tenía la otra mano en su sexo.

Debería haberlo alejado. Sin importar cuán bien la estuviera haciendo sentir, estaba medicado y podría no estar completamente consciente en ese momento. Además, su espalda…

Pero en los brumosos segundos entre estar dormida y despierta, no estaba procesando la información lo suficientemente rápido.

Y fue entonces cuando le metió un dedo dentro de ella.

Casi acabó en ese mismo instante.

Había estado tan excitada por el sueño. Y era Hunter. Que estaba vivo. Cuando tan fácilmente podría haber muerto hoy.

Ese único pensamiento hizo que le sujetara el rostro y lo besara con fuerza. Su lengua se enredó inmediatamente con la de ella. La besó con tanta ferocidad y tanta urgencia. Como si la necesitara para respirar. Como si no pudiera vivir sin ella.

Un segundo dedo se unió al primero dentro de ella y se meneó contra él. Cabalgándole los dedos.

—Maldición, estoy tan, tan duro. Siente lo duro que soy. —Le agarró la mano y se la puso en el pene. Y sí, estaba muy, pero muy duro.

—Así es —siseó—. Maldición, bebé. Agárrame más fuerte. Frótalo.

Así lo hizo y él hizo un torturado sonido de placer. Luego llevó las manos otra vez a su entrada.

—Tan endemoniadamente caliente y húmedo. Este coño, maldición. —Sus dedos no tenían la misma pericia de la última vez que la tocó allí, pero nunca dejó de moverlos. Exploraba sus labios mayores y luego los introducía para presionarlos contra cada pared como si estuviera esperando su respuesta de placer para descubrir qué le gustaba más.

Y, santo Dios, le gustaba todo. Cuando arqueó la espalda de placer, él maldijo.

—Tengo que comerme este coño. Súbete más. Tienes que darme ese coño caliente.

—Hunter, tu espalda —trató de protestar mientras él le besaba el pecho y se aferraba a su pezón—. No quiero lastimarte…

Le mordió el pezón.

—¡Ay! —Se movió hacia atrás solo para verlo sonriéndole en la tenue luz proporcionada por el baño.

—Entonces déjame comerme el coño que me pertenece.

Trató de inclinarse para bajar la cabeza por su estómago, pero se le tensó el rostro de dolor.

El maldito lunático iba a lastimarse la espalda porque estaba demasiado caliente para hacerle caso al sentido común.

—Está bien, está bien —respondió, empujándolo hacia atrás y subiéndose más en la cama. Tenía que soltar su glorioso miembro, lo cual era una pena. Pero tan pronto como le acercó las caderas a Hunter, él le abrió las piernas y se acomodó entre ellas, enterrando el rostro en su sexo.

La devoró sin reservas, haciendo todo tipo de ruidos de succión mientras la chupaba y luego la soltó con un fuerte chasquido. Pero no fue hasta que se concentró en su clítoris, lamiendo repetidamente su pequeño botón con esa larga y talentosa lengua suya, que el mundo desapareció.

Dios mío… Era tan… No podía…

—Hunter —gimió, apretando los muslos alrededor de su cabeza.

Continuó succionándola durante todo el orgasmo estremecedor.

Se desplomó sobre la cama y, durante varios segundos, Hunter continuó chupándole suavemente el clítoris. Luego le dio besos más suaves en toda la pelvis. Hasta el estómago.

Fue tan exquisito, tan hermoso. Él era tan… Todavía no tenía palabras. Todo lo que sabía era que quería hacerlo sentir bien a cambio. Mejor que bien.

Se deslizó por la cama con las piernas abiertas, lista para dejarlo entrar en su cuerpo. Pero cuando Hunter se levantó para colocarse sobre ella, volvió a gruñir de dolor. Se le flexionó la mandíbula, pero siguió moviéndose de todos modos.

—Hunter, para. —Se salió de la cama y él inmediatamente la alcanzó. Pero ella negó con la cabeza—. No quiero lastimarte. ¿Te duele cuando te pones de pie?

—Oh. —Hunter parpadeó y luego frunció el ceño—. No lo sé.

—Inténtalo. —La tenue iluminación hizo que Isobel se sintiera valiente. O tal vez era Hunter quien la hacía valiente. Acababa de darle un beso en el estómago y ella no se había detenido a pensar si él lo encontraría muy blando o gordo.

Y todo lo que podía pensar ahora era en volverlo completamente loco. Siempre era así con él. Se enderezó mientras llevaba las manos hacia atrás y se desabrochaba el sujetador. Liberó sus senos y las fosas nasales de Hunter se dilataron.

Se apoyó en la pared mientras se ponía de pie.

—Así es. Sostente con la pared —instruyó ella, agarrando una almohada para luego arrodillarse frente a él.

Su pene se movió hacia su boca.

—Cariño, no tienes que…

Ella agarró la base y luego chupó la cabeza de su miembro. Ahuecó las mejillas mientras aplicaba succión y luego se retiró con un fuerte chasquido.

—Madre mía. —Le temblaban las piernas y ella se echó hacia atrás.

—¿No te molesta estar de pie?

—No. Es genial. Todo está bien por aquí. Puedes proseguir… —dijo a toda prisa antes de detenerse—. Pero solo si… solo si tú quieres. Tampoco tienes que...

Ella lo calló llevando su pene a su boca otra vez.

—Maldiciónnnnnn —dijo entre dientes, apoyado contra la pared y mirándola desde arriba—. Joder, eres hermosa. Tan jodidamente hermosa. Me encanta tu cuerpo. Me pones tan duro.

¿Le encantaba su cuerpo? Ciertamente no mentía con lo de que lo ponía duro. Estaba como un palo en su boca. Ahuecó las mejillas para darle a su miembro la mejor succión que podía cada vez que la punta pasaba más allá de sus labios. Estaba más decidida que nunca a volverlo completamente loco. Le toqueteó la abertura con la punta de la lengua mientras se volvía a retirar lentamente. Una amiga le había contado un truco una vez de tratar de deletrear el alfabeto con la lengua como una forma de volver locos a los chicos.

Había llegado a la Z dos veces antes de que Hunter gimiera y se saliera de su boca. Se le retorció la cara, tenso, mientras la miraba. Se llevó la mano a el pene y comenzó a frotarse bruscamente de arriba abajo.

—Bebé, no sé si puedo acabar. Estoy demasiado duro. Joder, estoy tan duro. —Cerró los ojos brevemente mientras movía la mano por su miembro un poco más bruscamente, pero luego los abrió de nuevo para mirarla—. Pero esas pastillas o lo que sea que me dieron en el hospital…

Siguió frotándose el pene, retorciéndolo bruscamente cuando llegaba a la cabeza.

Isobel ya estaba un poco cansada. No sabía cuánto tiempo había estado haciendo eso, pero si no hubiera tenido la almohada, sabía que le dolerían las rodillas.

—¿Pero se siente bien? —preguntó.

—Joder, sí —contestó, apretándose el pene aún más fuerte—. Necesito acabar ya.

Lo que hizo que el sexo de Isobel se contrajera. Dios, era sensual incluso cuando no trataba de serlo. Se mordió el labio. Luego respiró hondo.

—Quiero probar algo.

Extendió la mano y alejó la de él, agarrándole el pene tan fuerte como pudo antes de hacerse cargo y repetir los movimientos que él acababa de hacer.

Se dejó caer contra la pared, frunciendo las cejas y abriendo la boca de placer mientras ella lo masturbaba.

—Lo que sea. —Apenas fue más que un susurro.

—¿Confías en mí? —Alzó la mirada hacia él, haciendo el contacto visual que tanto le gustaba.

—Lo que sea —repitió, sus ojos ardientes en los de ella—. Siempre.

Ella le sonrió tímidamente y le dirigió el pene hacia su boca. Y luego comenzó a meterse los dedos. Gimió alrededor de su pene. Dios, nunca antes en la vida había pensado que el sexo oral eran sensual, pero ya estaba al límite de nuevo.

Era solo lo bien que respondía Hunter. Sus muslos se flexionaban cada vez que ella lo absorbía. Respiraba con mucha fuerza. Una mano se cernía cerca de su cabeza, pero era como si temiera que, si la tocaba, ella desaparecería. Era dulce y endemoniadamente erótico al mismo tiempo.

Lo que la hizo querer hacerle cosas muy malas a este hombre.

Después de lubricarse el dedo índice con su excitación, chupó el miembro de Hunter tan profundamente que la punta le tocó la garganta. Luego le toqueteó el culo con el dedo que acababa de tener dentro de ella.

Él se sacudió en su boca como si lo hubiera electrocutado. Se salió de su boca por completo y ella levantó la cabeza para mirarlo. Clavó su mirada en ella. Se le movía el pecho erráticamente de arriba abajo.

—¿Confías en mí? —repitió.

Podía ver la vacilación en su rostro, pero, aun así, asintió con un solo movimiento de la cabeza.

—Siempre.

—Entonces relájate. —Metió y sacó la cabeza de su miembro varias veces en rápida sucesión hasta que lo hizo gemir de placer otra vez. Solo entonces fue que el dedo índice prosiguió con sus exploraciones.

Él se tensó al principio. Pero entonces, como si se hubiera ordenado a sí mismo hacerlo, relajó el culo. Cuando empujó el agujero con el dedo, este entró sin problemas.

Gimió alrededor de su pene con placer. Nunca había hecho esto antes. Solo había leído sobre eso: el punto G masculino. Lo había leído en una novela romántica y luego había investigado un montón para descubrir cómo hacerlo. Jason nunca la había dejado probarlo con él. En sus palabras: «Todo lo que tiene que ver con el culo es de gais».

Pero Hunter confiaba en ella. Y tenía la intención de recompensarlo. Introdujo el dedo varios centímetros por su canal, palpando a lo largo de la pared hacia el frente de su cuerpo. Y… ¡lotería! Había un pequeño bulto del tamaño de una nuez. Ella comenzó a frotarlo suavemente y presionarlo.

—Oh, joder. —Un escalofrío le recorrió las piernas a Hunter y comenzó a empujar las caderas hacia adelante, haciendo que su pene llegara hasta el fondo de su garganta. Y era endemoniadamente incitante. Quería que perdiera el control. Quería que se volviera loco.

Ella continuó masajeando la pequeña glándula mientras le chupaba el pene con fuerza.

Soltó un grito angustiado y salvaje mientras metía y sacaba su miembro de su boca. Le agarró la parte posterior de la cabeza y rugió cuando acabó.

Y acabó.

Y acabó.

Ella hizo todo lo posible para tragar su semen, pero no pudo seguirle el ritmo; se le derramó por la boca y le cayó en el pecho.

Sin embargo, no tenía tiempo para preocuparse porque Hunter se tropezó y casi caía de rodillas.

—¡Oh! Hunter.

Se aferró a la pared, logrando sujetarse justo a tiempo. Se llevó la mano a su miembro de inmediato.

—Más —gruñó entre dientes. Con el dedo todavía en su trasero, ella seguía masajeándole la próstata y él gimió cuando derramó aún más esperma de su pene.

Isobel se movió y extendió la lengua, lamiendo el semen y mirando a Hunter a través de sus pestañas.

—Mierda. Me muero. Me vas a matar —gimió, volviendo a colocarle el pene en los labios ya resbaladizos con su semen. Siguió embistiendo hasta mucho después de haber sacado todo el semen que podía. Le sacó el dedo de su entrada trasera.

Se puso de pie y se dirigió al baño. Él inmediatamente se apartó de la pared y comenzó a seguirla. Ella se volvió para mirarlo.

—Ve a acostarte. Ya vuelvo.

Pero había algo que no podía entender en sus ojos. Cautela. O… miedo.

—No te vayas.

Ella se puso de puntillas y lo besó.

—Solo necesito lavarme. Métete a la cama.

Ella pretendía que fuera solo un besito rápido, pero él le tomó las mejillas y la sostuvo en su lugar mientras la besaba tan profundamente que estaba sin aliento cuando la dejó ir.

Cerró los ojos y exhaló, reposando la frente sobre la de ella antes de finalmente soltarla y caminar torpemente hacia la cama. Se dejó caer sobre el estómago antes de que ella pudiera tratar de ayudarlo.

Isobel corrió hacia el baño y se lavó rápidamente. Aun así, pensó que ya estaría dormido para cuando volviera. En su experiencia, los chicos generalmente entraban en coma inmediato unos tres segundos después de acabar.

Pero Hunter estaba despierto; sus intensos ojos azules estaban sobre ella mientras se metía a la cama. Inmediatamente la atrajo hacia él, rodándose ligeramente a un lado para poder abrazarla con un brazo desde detrás en una posición de cucharita modificada.

Sin embargo, debe haber estado luchando contra el coma sexual, porque tan pronto como estuvieron en su lugar, sintió que todo su cuerpo se relajó. Y su voz sonaba grave mientras susurraba las palabras que la mantendrían despierta el resto de la noche:

—Te amo, bebé. No me dejes de nuevo, por favor. —Se le acurrucó en el cuello y le apretó más el brazo que tenía alrededor de su cintura—. Haré lo que sea. Solo no me dejes de nuevo.

E Isobel se congeló desde la cabeza hasta los pies.

Debería haberse dado cuenta tan pronto como él la había llamado «hermosa». Por el amor de Dios, había dicho que amaba su cuerpo. ¿Cómo no se dio cuenta, entonces?

En su cabeza drogada, todo el tiempo que había estado teniendo sexo con ella, él había creído que era su exesposa.

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