Hunter

Hunter


Capítulo 18

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Capítulo 18

HUNTER

Maldiciónnnnnnn. Auch. Joder. Hijo de su…

Hunter apretó los dientes por el dolor cuando abrió los ojos.

—Maldita sea —espetó, con el estómago tenso mientras intentaba respirar a pesar del dolor. Su espalda estaba en llamas. Le ardía con fuego doloroso.

Intentó sentarse, pero incluso los movimientos más pequeños afectaban su espalda y lo hacían sentir peor.

—No intentes moverte. —Isobel apareció frente a él como un ángel de cabello oscuro, el cual volaba a su alrededor como una nube.

Por un segundo solo pudo mirarla. Debía haberse duchado porque estaba limpia. Llevaba un overol de cremallera que usaban en el campo y siempre llevaban en la camioneta; probablemente la única cosa limpia que tenía para ponerse. Le quedaba demasiado grande, pero lo único en lo que podía pensar era en el hecho de que con solo bajarle la cremallera estaría desnuda.

Desnuda.

De repente, los recuerdos de la noche anterior lo golpearon como un martillo. Sus gemidos entrecortados. Ella de rodillas, chupando su miembro. Cuando eyaculó como un maldito géiser en su garganta cuando ella…

—¿Hunter? —Le tendió una pastilla junto con un vaso de agua—. Aquí tienes, tómate esto. —Estaba mirándolo, pero no a los ojos—. Te ayudará con el dolor. Y este es un antibiótico. —Desenroscó otra tapa y le entregó una segunda píldora.

¿Realmente iba a fingir que lo de anoche no había sucedido?

—No te pongas con tonterías de machito —lo regañó Isobel cuando se quedó allí inmóvil—. Trágatela.

Bueno, ¿cómo podía negarse cuando se estaba comportando como toda una enfermera sensual? Tomó la primera píldora y luego la segunda, encogiéndose de dolor cuando levantó los codos para beber el agua.

Joder, sí que tenía sed. El agua estaba buenísima.

Pero también le hizo darse cuenta de otra necesidad apremiante. Parecía que se levantaría de la cama después de todo.

Intentó levantarse, pero se sentó de nuevo. Apretó los dientes, pero no pudo contener el quejido mientras luchaba contra el dolor para levantar su cuerpo.

—¡Hunter!

Odiaba escuchar la voz de Isobel tan alarmada. Odiaba aún más que no pudiera hacer nada más que murmurar:

—Estoy bien, estoy bien.

Finalmente, se las arregló para sentarse, balanceando las piernas a un lado de la cama.

—¿Qué estás haciendo? ¡Tienes que recostarte!

—Baño —fue todo lo que pudo decir.

Ella asintió y se sentó a su lado, posicionando su delgado cuerpo junto al de él y metiendo su brazo por debajo del suyo.

Cálida.

Suave.

Femenina.

Y no era cualquier mujer.

Era Isobel.

Nuevamente su cerebro en cortocircuito se distrajo del dolor. Si la besara en este momento, ¿le devolvería el beso? ¿O seguiría fingiendo que lo de anoche no había sucedido?

Porque había sucedido… ¿verdad?

Parpadeó un par de veces. ¿Podría haber sido un sueño inducido por el Vicodin? Observó a Isobel aún más de cerca.

Ella se mordió el labio inferior regordete. ¿Cómo no era esa una maldita invitación?

Respiraba con dificultad y él sentía cómo el costado del seno le rozaba el pecho cada vez que tomaba aire. ¿Estar cerca de él la afectaba de la misma manera? Otro recuerdo: ella gritando su nombre, con las piernas temblando por el orgasmo mientras él le hacía sexo oral.

Maldiciónnnnnnnnnn, no olvidaría el sabor de ese dulce coño por el resto de su vida.

Pero… ¿sería que su cabeza dopada le estaba mezclando los recuerdos de la primera vez que había tenido sexo con ella? Se sentía tan vívido.

Por otra parte, justo antes de despertarse, había estado reviviendo la tormenta. Eso había sido igual de vívido. El tornado se acercaba hacia ellos. Solo que esta vez no se desvió. Se acercaba cada vez más y no había podido salvarla…

Al pensarlo, se le apretó tanto el pecho que no pudo respirar.

No. Estaba a salvo. Su cuerpo estaba cálido. Tan, tan cálido. Si simplemente se volviera a ella, podría inclinarse y enterrarle el rostro en el cuello. Lamerle a lo largo de la oreja hasta que se le entrecortara el aliento de esa manera que lo volvía absolutamente loco.

—Vale —indicó ella, sin ánimos de aceptar tonterías—. Nos levantamos a las tres. Uno, dos…

Maldita sea. Seguro no estaba pensando lo mismo que él.

Tres.

Ella se puso de pie y él tuvo que hacerlo con ella o de lo contrario se vería como un maldito tonto. A pesar de lo mucho que le dolía, se tambaleó hacia adelante. Una vez más, no pudo evitar que se le escapara un gemido de dolor causado por el movimiento.

Aunque en realidad fue más un rugido porque joder, sí que le dolió. La noche anterior no le había dolido tanto.

—Está bien, te tengo, te tengo. Lo estás haciendo genial. —Isobel le colocó una mano pequeña en el estómago para estabilizarlo. En la parte baja de su estómago. Y eso solo hizo que su cerebro fuera un desastre de sinapsis cruzadas.

La mano de la hermosa mujer cerca de su entrepierna hizo que quisiera agarrarla y presionar su cuerpo contra el de ella, pero el inclemente y agudo dolor de espalda lo hizo querer colapsar en el suelo como una bola. O desmayarse de nuevo. Eso también le servía.

Pero maldita sea, tenía que hacer pis.

Entonces caminó dando tumbos, con Isobel batallando para ayudarlo a llegar al baño pequeño.

La mujer negó con la cabeza.

—Deberían haberte dejado otro día en el hospital. ¿Qué estaban pensando?

Probablemente este no era el mejor momento para decirle que recordaba vagamente al médico diciéndole algo de que le recomendaba que se quedara para otro día de descanso y observación. Y Hunter le dijo: «Al diablo, puedo caminar, estoy bien».

Sí. Creía que Isobel no necesitaba saber ese pequeño detalle.

Dio los últimos pasos vacilantes hacia el baño y se agarró del marco de la puerta para sostenerse.

Cuando entró y encendió la luz, Isobel comenzó a seguirlo.

—Oye. —Se movió para bloquearle el camino—. ¿A dónde crees que vas?

Ella puso un brazo en jarra.

—No seas ridículo. Necesitas ayuda.

Trató de pasarle por un lado, pero él extendió el brazo para impedírselo. Debió haberle visto la mueca en el rostro ante la acción; no importaba lo que hiciera, todo parecía tirarle de la espalda. Ella se quedó quieta de inmediato.

—¿Estás bien? —Se le entristeció el rostro—. Por supuesto que no estás bien. —Frunció los labios y se le llenaron los ojos de lágrimas—. Lo siento mucho, Hunter. Nunca me disculpé por lo de anoche. Pero lo siento mucho, mucho. —Se veía absolutamente afligida—. Nunca sabrás cuánto. No puedo creer lo estúpida que fui al arriesgar tu vida cuando…

—Oye. —Ignoró el dolor que sintió al levantar la mano para acunarle la mejilla. Isobel dejó de agitar las manos y se quedó completamente quieta, subiendo los grandes ojos azules para encontrarse con los suyos—. No es tu culpa. Estas cosas simplemente pasan. No tenemos ningún control sobre ello.

Ese era uno de los pasos, después de todo. Aceptación. No podía regresar y cambiar nada de lo que había sucedido con Janine, sin importar cuántas veces llamara al número que nunca atendía para disculparse con ella.

Lo que pasó ya había pasado. Tan seguro como si estuviera escrito en hormigón. No existían los viajes en el tiempo para regresar y cambiarlo. De nada servía el «si tan solo hubiera sabido entonces lo que sé ahora». Era todo una fantasía de mierda.

Tal vez todo estaba predestinado a ser antes de que sucediera. Quizás estaba escrito en algún libro en el cielo; predeterminado. Entonces, incluso si pudiera retroceder en el tiempo, nada hubiera resultado de forma diferente.

Algunos días ese pensamiento lo consolaba.

Otros días lo torturaba.

Pero Isobel seguía negando con la cabeza, con ojos desolados.

—Si no hubiera sido tan terca al insistir en que lleváramos a Beauty al hospital en ese mismo instante…

—Para ya. —Su voz era cortante—. De nada sirven los lamentos. Solo tenemos el ahora. Y los dos estamos aquí ahora.

Ella se calmó y notó que aflojaban los puños apretados. Luego respiró hondo. ¿Estaba dejando ir la culpa? Era lo que él esperaba. Esa no era forma de vivir. Él lo sabía muy bien.

Entornó los ojos y giró levemente la cabeza, acariciándose la mejilla con su mano como de forma automática.

Esta mujer.

Mierda. ¿Es que no sabía lo que le provocaba? Y no solo por debajo del cinturón. Su dulzura. Su impertinencia. Su inteligencia. Nunca había conocido a nadie como ella.

—Estaba tan asustada —susurró. Sentía el aliento caliente en las palmas, con los labios tan cerca de su piel.

Era tan hermosa. Delicada pero fuerte. Una rosa de invierno, como las que su madre solía cultivar. Sintió el pecho llenó. Sentía… Era tan…

Ella abrió los ojos de repente y se apartó de él.

—Lo siento. Se supone que yo estoy cuidando de ti. —Bajó la mirada mientras salía por la puerta—. Estaré afuera si me necesitas.

Tan pronto como cerró la puerta, el dolor del que se había distraído brevemente se hizo notar otra vez. No se molestó en ocultar la mueca ya que Isobel no podía verlo.

Volvió la espalda hacia el espejo y se miró por encima del hombro. Trató de levantarse la parte trasera de la camisa para ver el daño, pero tan solo torcer el brazo de esa forma le dolía como los mil demonios, así que rápidamente se rindió. De todos modos, todo lo que podía ver era el borde de un vendaje.

Levantó la tapa del inodoro y velozmente alivió su vejiga. Luego se lavó las manos y volvió a salir con Isobel, quien estaba haciendo la cama. Algo innecesario, ya que las camareras simplemente quitarían las sábanas para lavar todo una vez que se fueran. ¿Era por costumbre o estaba tan incómoda con él que necesitaba hacer algo para mantener las manos ocupadas?

—¿Cuánto tiempo dormí?

—Dormiste toda la noche. —Golpeó una almohada para esponjarla—. Son las siete y media.

—¿Tú has dormido? —Ahora que estaba un poco más despierto, notó ligeras sombras debajo de sus ojos.

Agitó una mano como si no fuera importante.

—¿Tienes hambre? —Acomodó el edredón sobre la cama y alisó todas las arrugas.

No echaba de menos cómo ella siempre le volteaba las preguntas. Pero ahora que lo mencionaba, se estaba muriendo de hambre. No había comido desde antes del almuerzo del día anterior.

—Hay un Denny's al lado —continuó—. Puedo ir a comprarte algo y traerlo de vuelta…

—¿Cómo está la yegua? —Se sintió mal por apenas recordarlo ahora, pero estaba algo lento esta mañana.

Isobel abrió los ojos de par en par ante su pregunta. Luego, inmediatamente corrió hacia la cartera junto a la puerta. Metió la mano con prisa y rebuscó por un momento antes de sacar su teléfono.

—Dijeron que llamarían esta mañana, pero apagué el timbre para no molestarte el sueño. —Caminó hacia él, tocando la pantalla—. Lo siento, tuve que usar tu teléfono. No pensé en agarrar el mío cuando… —Entonces se congeló en seco—. Oh. Mierda.

—¿Qué? —Dio un paso hacia ella ante la alarma en su rostro.

—Tú mamá te ha estado llamando. Mucho. —Lo miró apenada y se apresuró a entregarle el teléfono. Cojeó hacia ella, encontrándola a medio camino. Ya podía caminar mejor. Le dolía, pero no tanto como cuando se levantó. Sin duda, el Vicodin estaba empezando a funcionar.

Aun así, cuando recibió el teléfono de manos de Isobel, se apoyó contra la pared. Bajó la vista hacia la pantalla. Mierda. Tenía veintinueve llamadas perdidas de su mamá. Un montón de llamadas perdidas de otros números también. Inmediatamente llamó a su madre.

—¿Hunter? —Su voz frenética lo recibió del otro lado de la línea después del segundo repique.

—Soy yo, mamá.

—Ay, gracias a Dios. ¡Tom…! —gritó el nombre de su padre, sin molestarse en quitarse el teléfono de la boca—, ¡…Es Hunter!

—Mamá, disculpa por no…

—Hunter Thomas Dawkins, ¿estás tratando de matar a tu padre? —La voz de su madre estaba llena de ira—. ¡Sabes que sufre del corazón! Recibimos una llamada anoche del hospital diciendo que estabas en cirugía. Luego nada durante horas. Llamamos y llamamos, preocupados hasta más no poder. Entonces, cuando al fin tenían algo que decirnos, ¡era solo que habías salido de la cirugía, pero que habías desaparecido! No te diste te baja en el hospital. ¡Simplemente te fuiste!

Hunter hizo una mueca y mantuvo el teléfono alejado de su oído por un segundo mientras ella continuaba con su diatriba. Cuando finalmente decidió hacer de tripas corazón y se la volvió a colocar al oído, ella estaba a media frase.

—…mencionar que todos han estado llamando a la casa toda la noche buscándote. Ni siquiera podía descolgar el teléfono porque esperábamos que finalmente recordaras a tu pobre madre y padre. En caso de que no estuvieras muerto en una zanja, claro. ¿Tienes idea de…?

—¿Por qué estaban llamando a la casa? —¿Acaso todo el pueblo sabía sobre su pequeño acto de desaparición en el hospital? Joder, eso significaba que el tren de chismes de la ciudad estaría hablando de eso por…

—Pues, ¿qué creías que iban a hacer las personas cuando no recibían respuesta de la línea de emergencia de la clínica? Mollie Sanders no dejaba de chillar por su precioso corgi que tenía un estrés de no sé qué cosa por la tormenta.

—Respuesta desadaptativa al estrés —corrigió Hunter automáticamente. Un término elegante que significaba que el perro les tenía miedo a las tormentas. La señora Sanders estaba segura de que era una condición potencialmente mortal que acortaría la vida de su amado corgi. Llamaba a Hunter sin falta cada vez que había tanto como un trueno en la distancia.

—Luego estaba Bill Sawyers despotricando sin parar que su preciada vaquilla tenía problemas para parir. Estaba tratando de decirles que ni siquiera yo sé si mi hijo está a salvo, ¡no me vengan a llorar por un animal!

—¿Por qué simplemente no llamaron al doctor Roberts? —preguntó.

Su madre soltó un resoplido.

—Creo que se lastimó la cadera cuando trató de ayudar a Bill con esa maldita vaquilla.

Vaya. Su madre debía estar realmente alterada si estaba maldiciendo.

Él suavizó la voz.

—Estoy bien, mamá, de verdad. —Ignoró el dolor punzante en su espalda mientras cambiaba su peso al otro pie—. Lamento haberlos asustado. No era una cirugía, solo algunos puntos. No sabía que el hospital los había llamado.

—Bueno, todavía nos tenían como tu número de contacto de emergencia en el archivo de cuando te hicieron la apendicectomía a los diecisiete.

Hunter sonrió, negando con la cabeza. Y, por supuesto, sus padres todavía tenían el mismo número una década y media después.

—Lo siento, mamá. Odio haberte preocupado. —Él también lo estaba. Después de que su papá sufriera un ataque al corazón hace siete años y luego lo de Janine… Pues, su mamá había tenido mucho de qué preocuparse durante demasiado tiempo. Odiaba ser otra más de sus cargas.

Hubo un fuerte suspiro al otro lado de la línea. Le escuchó lágrimas en la voz cuando volvió a hablar y eso casi lo mata.

—No podemos perderte. Siento que acabamos de recuperarte después de…

Hunter tragó grueso.

—No llores, mamá. Sabes que no puedo con eso.

Ella resolló ruidosamente.

—¿Quién está llorando? Yo no estoy llorando. —Hubo una breve pausa y Hunter la imaginó secándose los ojos con una de las toallas de cocina. Su voz sonaba fuerte y firme cuando continuó—. Ahora cuéntame sobre esta nueva mujer tuya. Todos los han estado viendo juntos por la ciudad, ¿pero no la traes a conocer a tu propia madre? ¿Qué clase de hijo crie?

—Mamá. —Sintió que se le calentaba la nuca—.Es solo algo del trabajo. —Llevó la mirada a Isobel, quien no se molestaba en ocultar el hecho de que estaba siguiendo su parte de la conversación con gran atención. No estaba dispuesto a hablar de la complicada relación con su pasante de verano mientras estaba al alcance de la vista.

—Me tengo que ir, mamá. Pero estoy bien y te llamaré más tarde hoy cuando llegue a casa. Puede que sea tarde, ya que tendré que atender todas estas llamadas.

Él ya estaba mirando en dirección a Isobel y vio que alzó las cejas con sorpresa por sus palabras.

—Haz lo que tengas que hacer. Pero ten cuidado, mi amor. Y si te vuelvo a llamar, ¡será mejor que respondas! O llámame en una hora si estás en un lugar sin señal. Prométemelo. —Su voz era severa, pero escuchó el hilo de miedo y desesperación debajo de ella. Se sintió horrible pensando en la noche de insomnio que acababa de pasar por su culpa.

—Lo prometo.

—Está bien. Te amo.

—También te amo, mamá.

Colgó sin demorarse. Así era su madre. Era dulce por dentro, pero nunca lo sabrías por su ferocidad de mamá osa. Todo lo que siempre quiso en la vida era una gran familia a la que amar. En cambio, obtuvo a su tranquilo y taciturno padre por marido y, después de varios abortos, a él. Solo un hijo para prodigar todo el amor que tenía para dar.

Y la vida como la esposa de un granjero aislado no era fácil; no es que lo hubiera pensado al crecer. La había dado por sentado. Tomaba todo por sentado. Fue solo cuando su padre tuvo un ataque al corazón que se dio cuenta de cuánto lo necesitaba su madre.

¿Cómo podría él, su único hijo, abandonarla al mudarse a la gran ciudad como Janine seguía insistiéndole que lo hiciera cuando su madre lo había dejado todo por él

Bastaba decir que Janine y ella nunca se llevaron bien.

—¿Qué quisiste decir con «atender estas llamadas»? —preguntó Isobel tan pronto como colgó el teléfono.

—Lo que dije. —Hunter tocó el teléfono para acceder a sus correos de voz y los puso en altavoz mientras caminaba hacia la mesita de noche.

Una voz robótica leyó la hora en que se dejó el correo de voz: «Ocho y diecinueve p.m. Hola, Hunter, es Ken Peterson. Estoy teniendo problemas con una de mis yeguas. Se descontroló con la tormenta y se estrelló muy fuerte con la cerca…»

Isobel le había traído su ropa de repuesto de la camioneta. Estaba doblada sobre la mesita de noche. Levantó la camisa de trabajo de mezclilla y la abrió.

Haciendo una mueca, trató de meterse en ella con sacudidas. El dolor era mucho menos agudo de lo que había sido hace veinte minutos, pero maldición, todavía le dolía.

—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó Isobel por encima de la voz de Ken hablando sobre el corte en el costado de su caballo—. Necesitas recostarte. Ahora mismo. —Se acercó a él y lo agarró del brazo, tratando de llevarlo a la cama.

«Entonces, espero que puedas llamarme y venir. Es una herida muy fea, está sangrando por todas partes y no quiero que se infecte. Espero que la críen en unos pocos…». La grabación se cortó al momento de que Ken se quedó sin tiempo.

Hubo un pitido y luego comenzó el siguiente mensaje.

«Ocho y treinta y tres p.m. Habla Bill Sawyers. Necesito ayuda con el parto de Blue. Es de mis mejores Angus. Espera otra llamada dentro de una hora».

Pitido.

Hunter hizo una mueca y, esta vez, no era por el dolor en la espalda. Lo que fuera que sucedió con Blue ya había terminado, más de doce horas después.

Suspiró y se sentó en la cama.

—Bien —suspiró Isobel, con claro alivio en su voz—. Ahora acuéstate y te traeré algo de comida.

Hunter fue a alcanzar las botas de trabajo que Isobel había puesto al lado de la cama.

—¡Hunter!

Isobel intentó arrebatarle las botas, pero se echó hacia atrás de golpe, gruñendo por el dolor que causó el movimiento.

Isobel inmediatamente levantó las manos y retrocedió.

—Lo siento.

Hunter apretó los dientes cuando se inclinó y metió el pie en la bota. Ay, maldición, ay, maldición, ay, maldita sea; agacharse de esa forma era como echarse sal en las heridas de la espalda. Alcanzó los cordones para atarlos a pesar de que comenzó a respirar con dificultad mientras trataba de calmar el dolor.

—¡Détente! Te estás haciendo daño.

Se dejó caer al suelo y le retiró las manos. Sin embargo, no le quitó la bota, sino que se encargó de atársela. Exhaló aliviado y se enderezó. Se sentía mucho mejor cuando no estaba inclinado.

Ella alcanzó su otro pie y lo ayudó a meterlo en la otra bota. Luego le apretó y le ató los cordones. Los jaló con mucha fuerza. Cuando bajó la mirada hacia ella, su boca se veía como una línea tensa.

Claramente no estaba feliz. Pero maldita sea, era hermosa. Y tenerla agachada frente a él, justo como anoche, joder, estaba endureciendo su pene. El recuerdo era borroso en general, pero estaba seguro de que el orgasmo más fuerte de toda su maldita vida no había sido un sueño. Pero, ¿cómo podía actuar tan indiferentemente como si nada hubiera pasado?

—Los animales no se toman días libres —le dijo—. Nunca. Así es el trabajo.

Isobel alzó la cabeza de golpe para mirarlo y el movimiento brusco le movió un poco de cabello que le había caído sobre el cuello. Y reveló un chupón justo en la base de su cuello donde se encontraba con su hombro.

Se le dilataron las fosas nasales.

Sabía que no había sido un sueño.

—¿Crees que puedes sacar un ternero en tus condiciones? —preguntó con ojos enfurecidos—. Hunter, ni siquiera puedes atarte los zapatos. No puedes ayudar a nadie hasta que obtengas el descanso que necesitas para poder curarte.

Tenía la réplica en la punta de la lengua de que ella no había pensado eso anoche cuando le estaba enterrando la cabeza en su coño con tanta brusquedad.

Pero maldición, estaba en lo cierto. Esta mañana apenas podía caminar. Ya había desaparecido el combo mágico de lo que le habían dado en el hospital más el Vicodin que le habían permitido disfrutar de las actividades de la noche anterior sin demasiado dolor. El Vicodin solo era suficiente para frenar el dolor más agudo, pero la verdad era que tenía la mandíbula tensa por el dolor en este mismo segundo.

Y pensar en atender las llamadas de las granjas sonaba como una tortura. Eso no significaba que podía simplemente pasar de ellas. Isobel tendría que conducir, por supuesto. Y sí, la mayoría de las realidades prácticas de ser un veterinario de animales grandes eran físicas. Era por eso que el doctor Roberts no solía visitar granjas a su edad.

Pero Hunter tenía algo que el doctor Roberts no. Tenía a Isobel.

Isobel volvió a ponerse de pie después de terminar con sus cordones y lo miró alarmada.

—¿Por qué me sonríes así?

—¿Confías en mí?

Todo el cuerpo se le sacudió ante las palabras y clavó los ojos en él, ensanchándolos ligeramente.

Era lo mismo que ella le había preguntado la noche anterior.

¿Diría algo ahora? ¿Reconocería lo que había entre ellos?

Pero ella solo asintió, con los ojos fijos en él.

Bien. ¿Todavía quería seguir huyendo?

Supuso que la verdadera pregunta era si estaba dispuesto a perseguirla. ¿Estaba dispuesto a arriesgarlo todo por amor?

Se las arregló para mantener la voz tranquila cuando dijo:

—Bueno, hoy es el día en el que tomas el protagonismo, doctora Isobel. Serás la veterinaria principal y yo solo seré el respaldo.

Ella relajó la postura y sonrió, pero apartó la vista rápidamente como si todavía tuviera miedo después de la pregunta sobre la confianza.

¿Debería poner en riesgo su corazón con una mujer tan asustadiza?

Su reacción instintiva fue no. No lo volvería a hacer. Pero tenía el presentimiento de que, en lo que respectaba a Isobel Snow, ya tenía las de perder.

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