Hunter

Hunter


Capítulo 1

Página 5 de 35

Capítulo 1

ISOBEL

VANESSA A JASON: ¿Ya rompiste con ella?

VANESSA A JASON: Ya sé que su papá acaba de morir, pero no es tu culpa. Somos el uno para el otro :)

Isobel aún tenía el semen de Jason dentro de ella cuando leyó los mensajes en su teléfono. Él se estaba duchando luego de haber tenido sexo.

Tenían tres años juntos, pero ya llevaban uno de relación a distancia porque Isobel había regresado a la ciudad para cuidar de su padre después de su diagnóstico. Tenía cáncer de páncreas. El médico le dio seis meses de vida; sin embargo, logró vivir por once antes de fallecer a principios de la semana anterior.

Jason asistió al funeral. No habían intimado por casi dos meses antes de eso, pero Isobel quiso buscar consuelo en sus brazos esta noche. Después de todo lo que había pasado con su padre y su horrible madrastra, se sentía demasiado abrumada.

Así que Isobel fue al dormitorio de huéspedes y se metió en la cama de Jason sin encender las luces. Parecía ser la única cosa que la haría sentir como una persona completa y cuerda otra vez.

Al principio, Jason se mostró dudoso de tocarla. Eso solo avivó sus miedos más profundos: estaba más gorda. Ya no era atractiva para él.

Así que redobló sus esfuerzos. Lo tocó de la forma que ella sabía le gustaba. Le hizo sexo oral hasta que estuvo erecto y embistiendo su boca. Luego se subió a la cama y se puso en cuatro para que él pudiera metérsela desde atrás. Le gustaba tomarla de las caderas y embestirla con fuerza. También sospechaba que le gustaba ver cómo su gran pene desaparecía entre sus nalgas.

Pero cuando él intentó encender las luces, ella no se lo permitió. No sabía todo el valor que tuvo que acumular para dejar que le tocara el cuerpo desnudo. Sin ropa que cubriera sus áreas problemáticas, él podía sentir todas sus imperfecciones si le acariciaba los muslos o, mucho peor, si subía las manos de las caderas a la cintura.

Sin embargo, al final nada de eso importó. Todo terminó muy rápido. Y la parte que ella más esperaba, acurrucarse con él, no sucedió. Casi tan pronto como gruñó y se vertió en ella, comenzó a murmullar que necesitaba limpiarse. Luego salió de la cama y se fue a duchar.

El semen aún le corría por la cara interna de la pierna cuando Jason cerró la puerta del baño adjunto. Justo en ese momento, su teléfono comenzó a vibrar sobre la mesita de noche. Tenía un mensaje de texto nuevo.

Y fue entonces cuando leyó lo que le escribió Vanessa.

Vanessa, su mejor amiga de Cornell.

Vanessa.

Con Jason.

Vanessa y Jason.

Isobel parpadeó en la oscuridad. Su cerebro intentaba rechazar la idea a pesar de tener la evidencia brillando en la pantalla frente a ella.

Se apagó la pantalla, pero luego el teléfono vibró nuevamente en su mano y se encendió con otra alerta de mensaje.

VANESSA A JASON: Para que sobrevivas la noche hasta que regreses

El teléfono vibró una vez más y mostró una selfie de Vanessa sin camiseta donde apretaba uno de sus pechos desnudos y hacía una cara seductora para la cámara.

¡Hijo de puta! Isobel lanzó el teléfono contra la pared, sintiéndose tan solo un poquitito mejor al oír el crujido de la pantalla rompiéndose.

Y entonces se quitó las sábanas de encima y entró fúrica al baño. Porque ya estuvo. Había sido suficiente. ¿Cuánto más sufrimiento tenía que vivir?

—¡Maldito infiel! —Tiró de la cortina del baño, sorprendiendo a Jason, quien tenía el pelo lleno de champú espumoso.

—Bebé. —La miró y alzó las manos en modo defensivo—. ¿Qué estás…?

«¿Bebé?». Una furia que jamás había sentido le ardía por dentro.

—¡Lárgate! —Se inclinó y cerró la llave de la ducha de golpe. Ni siquiera podía soportar mirarlo. ¿Acaso estuvo comparándola con Vanessa todo el rato que estuvieron teniendo sexo? De solo pensarlo sentía ganas de gritar. Así que eso hizo—. ¡Lárgate ya!

—Isobel, para. Ni siquiera sé de qué estás…

—¿Qué? ¿Me vas a decir que resbalaste y accidentalmente le metiste el pene a Vanessa? Leí los putos mensajes, desgraciado. —Jason no insistió más y finalmente se quedó en silencio—. ¡Lárgate de mi puta casa! —le gritó en la cara.

—Vale, vale —respondió e intentó alcanzar la llave de la ducha—. Solo déjame sacarme el champú y luego…

—¿Es que no me oíste? ¡Te dije que te fueras! ¡Ya! —Lo tomó del brazo y lo jaló hacia el borde de la bañera.

Él se resbaló y cayó con fuerza sobre su trasero.

—¡Dios! ¿Qué demonios, Iz? —chilló e intentó ponerse de pie, para resbalarse una vez más antes de finalmente lograr salir de la bañera, y se cubrió la entrepierna. ¿Creía que ella lo iba a patear ahí? No era una mala idea.

Pero ya él había salido del baño y estaba metiendo sus cosas en la maleta. Se vistió más rápido de lo que ella creyó posible. Cuando se sentó en la cama para ponerse las zapatillas de tenis, ella le gritó que se largara otra vez. Obviamente le entendió, porque tomó los zapatos, la maleta y el teléfono del piso y salió corriendo del dormitorio.

Luego de un par de segundos, oyó el fuerte golpe de la puerta cerrándose. Hasta nunca, imbécil. Esperaba que se hubiera roto algo más que la pantalla para que no pudiera llamar un taxi.

Salió hacia el dormitorio como en un trance.

Pero luego de unos cuantos segundos, comprendió todo lo que acababa de suceder.

Jason le fue infiel.

Jason ya no la amaba.

Su papá había muerto.

Estaba completamente sola.

Justo cuando la devastadora realidad la golpeó en la cara, dirigió los ojos al espejo de cuerpo completo y pudo verse en su totalidad.

Dejó caer la sábana que llevaba solo para torturarse a sí misma.

Cerró los ojos con fuerza. Trastorno dismórfico corporal. Cuando se miraba en un espejo, nunca veía lo que realmente se reflejaba en él. Incluso si pesara tan solo cuarenta y tres kilos, ella seguiría percibiéndose como una vaca gorda. Hubo un tiempo breve en el que llegó a pesar eso, justo antes de internarse en una clínica a los dieciséis años, rodeada de un montón de chicas esqueléticas que también estaban convencidas de que eran gordas.

Por un tiempo, mientras estuvo en la universidad, pensó que podía cambiar las cosas, que podía cambiarse a sí misma. Al igual que pensó que finalmente podía arreglar la relación con su papá quedándose en casa para pasar tiempo con él antes del final.

Pero si esta semana le había enseñado algo, es que las cosas nunca cambian. Su papá murió creyendo solo en las historias que le contaba su madrastra. Y ella siempre sería la fea y jodida Isobel. No se pesaba e intentaba no verse en el espejo, pero casi ninguno de los pantalones que se había traído a casa de Cornell le quedaban.

Una vez que se disipó la ira que la movió en los últimos diez minutos, se sintió completamente vacía. Quería simplemente dejarse caer y... detenerse. Todo era demasiado difícil. No podía seguir así.

En cambio, comenzó a caminar.

Primero se dirigió a la cómoda. Se colocó la ropa interior y el pijama de forma automática. Los dormitorios estaban en el tercer piso de la casa de arenisca en el Upper East Side y se agarró con fuerza de la barandilla mientras bajaba las escaleras. Sabía a dónde iba, incluso si se odiaba a sí misma por ello. Si nada cambiaba, ¿para qué luchar contra el destino?

Como un imán, se sintió atraída rápidamente a la cocina. Era una habitación inmaculada con encimeras de mármol blanco y armarios de color marrón oscuro. Isobel sacó el helado del refrigerador de dos puertas. Nunca compraba helado, pero siempre estaba allí. Negó con la cabeza, pues sabía que su madrastra estaba intentando sabotearla y odiaba que estuviese a punto de caer en su trampa. Pero, de verdad, ¿a quién demonios engañaba? Le encantaba el helado. ¿Dulce, adictivo y con alto contenido calórico? ¿Qué más podía pedir?

Tomó un cucharón de madera y se comió el helado con sabor a galletas de chispas de chocolate directamente del recipiente.

Se comió medio litro y estaba por la mitad del segundo cuando la repulsión que sentía por sí misma la hizo correr hacia el bote de basura que estaba debajo del lavaplatos. Abrió el armario y sacó el bote. Se arrodilló sobre el piso de madera oscura y se metió un dedo en lo más profundo de la garganta antes de que pudiera pensar bien en lo que estaba haciendo. Vomitó y vomitó en el bote de basura hasta que expulsó todo el helado que acababa de comer. Luego se sentó en el suelo, con la espalda contra el armario, hizo a un lado el bote con disgusto y se limpió la boca con el antebrazo.

—¡Maldición! —gritó frustrada, enojada consigo misma. No se había dado un atracón para luego vomitar desde hace cuatro años, hasta que regresó a casa para estar con su papá. Y ahora esta era la segunda vez que lo hacía en la semana después del funeral.

Se apretó las rodillas contra el pecho y le corrieron lágrimas por las mejillas.

Estuvo a punto de echarse a llorar ahí mismo, algo que no era inusual para ella últimamente, ya que comenzaba a llorar de la nada casi cada media hora, incluso antes de que su papá muriera, cuando vio algo extraño.

La puerta del armario bajo el lavaplatos seguía abierta de cuando sacó el bote de basura. Y escondido en la parte trasera del armario, detrás de todos los productos de limpieza y el jabón para lavar platos, estaba un frasco grande de…. ¿acaso era…?

Isobel parpadeó para disipar las lágrimas y se inclinó; movió los productos que estaban allí para ver mejor el gran frasco de plástico.

¿Qué demonios?

¿Por qué había un frasco de proteínas en polvo escondido debajo del lavaplatos?

Isobel se quedó mirando el frasco desconcertada. ¿Su papá estaba tomando proteínas antes de enfermarse? Pero, ¿por qué lo haría? Él no era un maníaco del ejercicio. Salía a trotar en ocasiones, pero ella creía que los que tomaban esas cosas eran los tipos que querían tener músculos grandes.

Tomó el frasco y lo destapó. Le quedaba menos de la mitad.

Volvió la mirada al interior del armario y se congeló. Justo al lado del lugar donde había estado el frasco de proteínas, estaba una botella del coñac especial que su madrastra bebía. Una mierda que costaba seiscientos dólares la botella, y Catrina siempre actuaba paranoica y acusaba a Isobel de bebérselo cuando ella no estaba presente.

A decir verdad, Isobel sí intentó beberlo una vez, pero nunca lo volvió a hacer porque sabía a orina de burro.

Pero mientras llevaba la mirada del coñac al frasco de proteínas, se quedó fría y apretó los dientes.

Esa zorra.

—Así que te puso los cuernos.

Hablando de la reina de Roma.

Isobel se quedó inmóvil al oír la voz de su madrastra. Se incorporó, no quería que Catrina tuviera la ventaja de estar por encima de ella.

—¿Por qué no me sorprende? —Catrina hablaba con algo de aburrimiento desde la puerta. Eran las diez de la noche, pero ella siempre estaba perfectamente arreglada, con su cuerpo de exmodelo erguido, elegante y digno, envuelto en una bata de seda verde. A pesar de sus cincuenta años, Catrina seguía siendo una mujer indudablemente hermosa. Un hecho que no dejaba que Isobel olvidara desde que se casó con su padre. En ese entonces, Isobel solo tenía diez años—. Estás tan gorda como una vaca últimamente. ¿De verdad pensaste que se iba a quedar contigo?

Isobel apretó la mandíbula y bajó la mirada al frasco abierto de proteínas en polvo. La realidad de lo que Catrina había hecho que el fuego corriese por sus venas.

—¿Aumentaste qué? ¿Trece kilos desde que viniste a estar con tu padre? —preguntó Catrina, con voz instigadora—. ¿Sabes? Él estaba preocupado por ti. Al final hablaba muchísimo de ti. Solo quería a su niñita hermosa de vuelta. —Catrina dejó salir un resoplido de incredulidad e Isobel cerró los puños. No le daría la satisfacción de verla reaccionar—. Pero claro que un padre es ciego ante las imperfecciones de su hija. Ya eras una vaquita gordita en ese entonces, ¿no es así? Pero ni siquiera él podía negar lo que veía cuando lo visitabas todos los días. Me preguntaba: «¿Quién va a amar a mi Isobel después que muera cuando se ve así?».

—¡Cállate! —Isobel miró con rabia a su madrastra, luego alcanzó el frasco de proteínas en polvo—. Has estado echándole esto a mis batidos matutinos, ¿no es así? —Cayó en cuenta de ello justo antes de que Catrina entrara. Era lo único que tenía sentido.

Molesta por su inexplicable aumento de peso desde que regresó a casa, Isobel había vuelto a su vieja costumbre de contar calorías de forma estricta. Su trastorno alimenticio no le había dado problemas por años. Estando en la universidad, alejada de este ambiente tóxico, le había sido mucho más fácil establecer una dieta y ejercicios saludables.

Pero tan pronto como regresó y cuando las provocaciones verbales de Catrina comenzaron otra vez, en conjunto con su inexplicable aumento de peso, además del estrés emocional de todo lo referente a su papá, sus obsesiones viejas volvieron.

Odiaba saber que aún era tan débil. Había asumido que ya había superado toda esta mierda desde la primera vez que la venció.

Así que, para intentar mantener las cosas bajo control otra vez, se hacía un batido de verduras y frutas en las noches para poder beberlo y ya a la mañana siguiente de camino al hospital.

Pero, si Catrina le estuvo echando proteínas en polvo a sus batidos, eso explicaría el aumento de peso.

Catrina abrió los ojos al ver el frasco en las manos de Isobel, pero luego relajó su expresión para volver a ponerse una careta imperturbable de superioridad.

—No sé de qué estás hablando. Me parece que prefieres echarle la culpa a los demás en lugar de aceptar tu falta de autocontrol, como siempre. A fin de cuentas, siempre te ha gustado llamar la atención. ¿Qué era lo que decía el doctor Rubenstein? Que la pobre Isobel hace berrinches y dice mentiras elaboradas para que la gente la note porque se volvió adicta a la atención que le prestaban luego de que su mamita se suicidara. Aunque… —suspiró—, a fin de cuentas, hasta él admitió que la locura quizás está incrustada en tu ADN. Aun así, ¿tu programa de rehabilitación no incluye una parte donde toman responsabilidad de sus propios problemas?

¿Cómo se atreve… a sacar al puto doctor Rubenstein…?

Isobel gritó y arrojó el frasco al piso, ignorando el polvo que salió disparado al caer.

Pero no era suficiente. Ni un poco.

Quería agarrar todas las ollas que colgaban del techo y lanzarlas contra las paredes. Quería tirar la cafetera contra las baldosas. Quería romperlo todo. Destruirlo todo…

Catrina chasqueó la lengua y negó con la cabeza en dirección a Isobel.

—Ay, querida. Le prometí a Richard que te cuidaría cuando él ya no estuviera. Le preocupaba que volvieras a… —Se acercó y susurró—: tus «viejas costumbres».

Hizo la mímica de meterse el dedo en la garganta e Isobel apretó los puños con tanta fuerza que las uñas le cortaron la piel. Necesitaba irse. Alejarse de todo antes de hacer algo que pudiera lamentar. Se volteó para irse, pero la voz de Catrina retumbó por toda la cocina.

—¿Acaso la pobre Isobel va a huir ahora? ¿Crees que puedes simplemente escapar de tus problemas así nada más? ¿Huyendo? —Catrina volvió a chasquear la lengua—. Qué forma más cobarde de afrontar los problemas. Pero bueno, tu mamá también tomó la salida fácil al colgarse del ventilador del techo. —Negó con la cabeza—. ¿Y tenía qué? ¿Treinta años? Tú tienes veinticinco ya, ¿no? Todos siempre decían que te pareces mucho a ella. Me parece lindo que intentes luchar contra ello, pero a la larga tendrás que rendirte a lo inevitable. Sinceramente, creo que Richard estaba feliz de irse primero antes de verte internada otra vez.

—¡Cierra la puta boca! —Isobel se giró y corrió hacia su madrastra. Cerró los dedos alrededor de la garganta de Catrina y empujó a la mujer mayor contra la encimera—. ¡Cállate, cállate! —Esta ira desconocida para ella le ardía tanto que Isobel casi no podía respirar.

Venenosa. Era una mujer venenosa.

Sus insultos diarios la desgastaban poco a poco. Primero cuando era tan solo una niñita. Luego durante toda la adolescencia. Incluso cuando su padre estaba muriendo. Lo hacía todos los malditos días. Nunca le daba tregua. Y ahora que había descubierto que activamente trataba de obstaculizar su recuperación, que trataba de avivar sus viejos demonios…

Isobel gritó y apretó más fuerte.

Al principio, Catrina le sonrió, incluso mientras la ahorcaba. Como si se estuviera burlando de Isobel, inclusive en estas circunstancias.

Pero al ver que Isobel seguía ahorcándola, el miedo finalmente se reflejó en sus ojos. Agitó las manos, tratando de agarrar las muñecas de Isobel para soltarse.

Sin embargo, Isobel era más fuerte. Se sentía como una ganadora. Catrina no la volvería a atormentar.

Pero luego pestañeó.

¿Qué estaba…?

Se miró las manos horrorizada.

Tenía las manos en la garganta de otra persona.

Ahorcándola.

Isobel soltó a Catrina y trastabilló hacia atrás.

Catrina cayó al piso y comenzó a tomar grandes bocanadas de aire entre ataques de tos.

Por todos los cielos, ¿qué acababa de hacer?

Isobel se miró las manos con incredulidad. ¿De verdad estuvo a punto de…? Dios mío, Dios mío, Dios mío, Dios mío.

—Te van a encerrar por esto —jadeó Catrina, agarrándose la garganta.

Isobel se volteó y salió corriendo de la cocina.

Huye.

Tenía que salir de ahí.

Huye.

Ahora.

Catrina llamaría a la policía en cualquier momento. «Te van a encerrar por esto». Catrina la odiaba. E Isobel le acababa de dar a su madrastra la oportunidad perfecta para deshacerse de ella para siempre.

Un cargo por tentativa de homicidio.

Isobel se sintió mal al subir las escaleras corriendo para agarrar la cartera y las llaves del auto.

Estuvo a punto de tomar su teléfono y meterlo en la cartera cuando se detuvo al último segundo. Era fácil rastrear los teléfonos, ¿verdad?

Mierda, ¿de verdad estaba pensando de esa manera? ¿Como una fugitiva?

Llevó la mirada al techo. ¿Cómo se había ido todo a la mierda tan rápidamente? Sacudió la cabeza y tomó un respiro rápido para calmarse. No tenía tiempo. No tenía tiempo para pensar. Para nada.

Metió algo de ropa y zapatos en una bolsa, tomó las llaves y estaba por salir cuando se detuvo.

—Mierda.

Se regresó corriendo al baño. Casi dejaba sus antidepresivos. Tomó el frasco de píldoras del botiquín. ¿Siquiera las había tomado hoy? Con lo horribles que estaban sus cambios de humor últimamente, lo último que necesitaba era joder con su medicamento.

Destapó el frasco y se vertió una de las píldoras en la mano. Tampoco la iba a ayudar mucho. Había estado tan estable por años y que todo se fuera a la mierda tan drásticamente…

Se estiró para tomar un vaso de agua y, al hacerlo, tumbó el frasco de píldoras, esparciéndolas todas por la encimera.

—¡Maldición!

No tenía tiempo para esto. ¿Ya habrá llamado Catrina a la policía?

Pero mientras recogía las píldoras para meterlas en el frasco otra vez, se detuvo. Algunas se veían extrañas.

Un montón de las tabletas tenía una pequeña línea en el medio donde podías cortarlas en caso de necesitarlo. Pero la otra mitad no tenía la línea.

—¿Qué demonios?

Tomó una de las píldoras sin línea y la volteó, ya que pensaba que quizás la línea solo estaba de un lado.

Pero no, las que tenían la línea la mostraban por ambos lados y las otras tenían ambas caras lisas.

Isobel llevaba la mirada de una píldora a la otra, sin encontrarle sentido a nada por un momento.

Pero, al igual que había sucedido en el piso de abajo, a la larga cayó en cuenta y se volteó en dirección a la puerta. La misma ira asesina que había sentido antes le hacía temblar las manos otra vez.

—¡Perra! —gritó.

Catrina habría tenido suerte si Isobel no se hubiese detenido. Además de añadirle proteínas en polvo a sus batidos, ¿también estaba metiéndose con su medicamento?

A Isobel le temblaba la mano mientras barría las píldoras para meterlas en el frasco. ¿Acaso Catrina había cambiado la mitad de su medicamento por placebos para que solo tomara la mitad de su dosis regular? ¿O eran algo peor? ¿Algo que hiciera que sus cambios de humor fueran más volátiles?

Catrina era una perra salida del infierno, a Isobel no le quedaba duda de ello.

Se quedó mirando el frasco.

Era evidencia.

Por una vez en su vida, tenía evidencia. No era solo la palabra de Catrina contra la suya.

Luego comenzó a reírse de forma histérica.

Porque no, no era así. Esta vez no sería diferente a las demás. ¿Qué tenía Isobel? ¿Un frasco con píldoras desconocidas? Con su suerte, Catrina haría que la arrestaran por agresión y posesión de lo que fuera que había en ese frasco. Después de todo, no había nada que relacionara a Catrina con las píldoras. ¿Acaso Isobel pensaba que encontraría las huellas de Catrina en el frasco o algo así?

E incluso en ese caso, eso no sería prueba de nada. Catrina podía simplemente decir que había ido a buscar el frasco en la farmacia para su hijastra, así que por eso sus huellas estaban allí.

Isobel estaba total y completamente arruinada. Hipó, salió algo entre una risa y un lloriqueo. Le temblaban las manos al quitarse el pelo de la cara.

De vuelta al plan original. Salir pitando de aquí.

E ir… ¿a dónde, exactamente?

No lo sabía. Eso lo resolvería después.

Corrió a la otra habitación y levantó la bolsa que había llenado descuidadamente de ropa y la cartera. Por impulso, también tomó unas botas de equitación del clóset, ya que recordó que la última vez que fue verdaderamente feliz fue cuando trabajó en los establos cerca de su casa en Nuevo Hampshire. Se llevó todo aferrándolo a su pecho mientras bajaba corriendo las escaleras para salir por la puerta trasera.

Catrina no estaba por ningún lugar, gracias a Dios.

Isobel corrió hacia su pequeño Toyota que estaba estacionado en el garaje estrecho. Le temblaban tanto las manos que le tomó tres intentos para meter la llave en la cerradura. Finalmente lo logró. Entró de un salto al auto. Unos segundos después, lo colocó en modo reversa y salió a la calle.

—No pasa nada —susurró para sí misma mientras se movía entre el tráfico nocturno de Manhattan—. No pasa nada, estás bien, estás bien.

¿Y qué si no sabía a dónde ir? Luego del desastre que acababa de dejar atrás, las cosas solo podían mejorar, ¿verdad?

¿Verdad?

Ir a la siguiente página

Report Page