Hunter

Hunter


Capítulo 6

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Capítulo 6

ISOBEL

Isobel corrió al maletero de su auto y lo abrió, tomó un par de mallas y una camiseta lo más rápido que pudo en conjunto con las botas de equitación.

Dios. Botas de equitación. Sabía que se vería ridícula usando botas de equitación todo el día mientras hacía trabajo veterinario. Pero había estado tan apurada cuando salió de Nueva York que era un milagro que siquiera hubiera agarrado las botas.

Se estremeció, pensando en cómo Hunter se había burlado de lo que llevaba puesto. Todo el encuentro había sido pavoroso.

Sí, fue muy cobarde de su parte irse a escondidas en la mañana, pero no había esperado… Dios, Hunter había sido tan amable la noche anterior. Resultaba ser que, a la luz del día, era un verdadero imbécil.

Ugh, no tenía tiempo para pensar en eso. Tenía que mover el trasero. Agarró la bolsa de artículos de aseo personal con su desodorante y cepillo de dientes y luego corrió hacia la casa donde Mel la estaba esperando en el porche. Dirigió a Isobel escaleras arriba a una habitación al final de un largo pasillo.

—Érase una vez, es decir, hace unos quince años, este lugar era un centro turístico —le contó Mel—. Era una especie de granja a la cual los turistas podían venir y pretender ser vaqueros. Lo que es bueno para nosotros porque todas las habitaciones ya están acomodadas. —Abrió la puerta e hizo un gesto a Isobel para que entrara primero.

Inmediatamente entendió lo que Mel quería decir. Era como un cuarto de hotel y tenía hasta baño propio. Aunque por el momento parecía más un cuarto de almacenamiento.

—Le diré a uno de los muchachos que saque estas cosas y que cambie las sábanas de la cama antes de que caiga la noche. —Mel hizo un gesto hacia las cajas de cartón apiladas a lo largo de una pared y el colchón desnudo.

—Oh, no te molestes —dijo Isobel—. Yo puedo hacerlo. Solo deja las sábanas en la cama y yo…

—No seas tonta —rechazó Mel—. Saldré para que te cambies.

Mel cerró la puerta detrás de sí al salir. Isobel solo se tomó un momento más para examinar la pequeña habitación. Tenía pisos de madera y revestimiento del mismo material que llegaba hasta la mitad de la pared, donde una pintura al temple combinaba con el resto. De lo contrario, las paredes estarían vacías.

Miró la montaña de cajas. Odiaba ser una carga, pero estaba demasiado feliz de tener un lugar donde quedarse como para oponerse.

Hablando de eso, tener un lugar donde quedarse dependía de que trabajara para Hunter, así que sería mejor que se pusiera a trabajar. Se apresuró hacia el baño y dejó la bolsa de artículos de aseo personal en la encimera. Se cepilló los dientes y se cambió la ropa en tiempo récord y luego bajó las escaleras trotando.

En su apuro, casi chocó con Mel al pie de las escaleras.

—Oh —exclamó Isobel, deteniéndose justo antes de caer sobre ella—. ¡Lo siento!

—Suele pasar al vivir aquí con tanta gente yendo y viniendo. Vamos. —Mel hizo un gesto a Isobel para que la siguiera—. Es más fácil llegar a los establos por la puerta trasera.

Condujo a Isobel a través de un gran espacio común que tenía un par de mesas largas, algunos sofás de cuero, una chimenea y una gran televisión de pantalla plana. El albergue era de madera y estaba decorado de manera muy simple con algunas grandes pinturas al óleo de paisajes y una enorme araña de astas en lo alto.

Al final de la habitación había puertas corredizas que daban a una cocina tipo restaurante. Un par de hombres estaban sentados en una mesa dispuesta en un pequeño comedor al lado de una gran ventana panorámica.

—Nicholas. Mack —enunció Melanie—. Me alegra haberlos encontrado. Ella es Isobel, se quedará con nosotros mientras hace pasantías con Hunter durante el verano.

Uno de los hombres se levantó cuando entraron Mel e Isobel. Era un tipo enorme con un pecho de barril y hombros tan grandes que parecía que podía levanta a un buey.

—Mucho gusto, señorita. —Tenía ojos simpáticos y piel morena clara—. Soy Nicholas.

—Los crían bien en Alabama —dijo Melanie, sonriéndole. Pareció avergonzarse con los elogios y se sentó, incluso cuando Mel entrecerró los ojos en dirección al otro hombre—. ¿Oíste eso, Mack? Se llaman modales.

Mack llevaba una camiseta de Black Sabbath y tenía los brazos, manos y dedos cubiertos de tatuajes. También era musculoso, pero de una forma más pequeña y compacta. Por otra parte, cualquiera se vería pequeño al lado de Nicholas. Aunque si la forma en que Mack se comía el sándwich era indicación de algo, el hombre estaba muerto de hambre.

—Sí, sí —murmuró Mack con la boca llena de sándwich, sin siquiera dirigirles la mirada.

Mel resopló.

—¿Ni siquiera vas a saludar a la recién llegada?

Después de meterse el último trozo de sándwich en la boca, Mack agarró un vaso lleno de jugo de naranja y comenzó a beberlo. Se le movía la nuez de Adán mientras tragaba. Y tragaba. Y tragaba un poco más. Se terminó todo el vaso antes de limpiarse la boca con el antebrazo y ponerse de pie.

Finalmente miró a Mel y brevemente movió los ojos en dirección a Isobel. Hizo una pausa y la miró de pies a cabeza, sin siquiera tratar de ocultar el hecho de que se la estaba comiendo con la mirada.

—¿Qué tal? —La oración sencilla retumbó con un gruñido grave.

Maldición. Este marcaba todas las casillas de chico malo.

Si Isobel no hubiera conocido a Hunter anoche, podría haber sentido la tentación de intentar acostarse con este tipo.

Tal como estaban las cosas, ella simplemente le contestó el saludo y trató de ocultar una sonrisa tímida, incluso cuando Mel negó con la cabeza.

—No tiene remedio.

Mack no respondió. Ya había pasado de la conversación de todos modos. Estaba por salir de la habitación, tomó una gorra de béisbol de un estante colgante justo antes de cerrar la puerta con un portazo.

Isobel se sobresaltó por el fuerte ruido.

Mel resopló.

—Pues parece que alguien está de mal humor hoy.

—Más bien todos los días —añadió Nicholas, recogiendo los platos suyos y los de Mack. Los llevó al fregadero.

Mel relajó el rostro mientras observaba a Nicholas.

—No te preocupes por los platos. Yo los lavo más tarde.

—No es molestia, señora —respondió mientras enjuagaba los platos y agarraba la esponja.

Mel lo miraba como una mamá orgullosa. Se inclinó hacia Isobel y le susurró:

—La mujer que se case con ese hombre va a ser muy afortunada. —Luego unió su brazo al de Isobel—. Ahora vamos a llevarte a tu primer día en el trabajo. —Su sonrisa era contagiosa.

Isobel se preguntaba qué tipo de hombre tuvo la suerte de ganarse su corazón, porque parecía una chica increíble.

Salieron por la misma puerta que Mack había tirado antes y justo detrás había un cobertizo de tres lados con un gallinero y varias gallinas caminando alrededor.

Mel vio que Isobel lo estaba mirando.

—Me gustan los huevos frescos. Ahí solíamos tener a los cerdos, pero derribamos una de las paredes y lo reutilizamos. —Pasó la mano por la madera del cobertizo y sonrió como si se estuviera riendo de alguna broma interna.

Más allá del gallinero había grandes pastos cercados con algunos caballos. Sin embargo, no fue hasta que rodearon el costado de la casa que se quedó sin aliento.

Era una verdadera granja de caballos.

Había dos establos grandes y más allá de ellos, potreros cercados hasta donde alcanzaba la vista. La mayoría estaban vacíos por el momento, excepto uno no tan lejano, donde un hombre estaba parado en el centro, corriendo a un caballo en círculos con una soga. Incluso desde la distancia, Isobel podía ver que el hombre era enorme, similar en tamaño a Nicholas.

Un niño estaba parado afuera del potrero, apoyado con los brazos sobre la cerca. ¿El otro hijo de Mel?

Isobel volvió a mirar al hombre que guiaba al caballo.

—Vaya, ¿hay algo en el agua de aquí que hace que los hombres sean extra grandes?

Mel se rio del comentario.

—Pero Nicholas es de Alabama, ¿recuerdas? Ese es mi esposo, Xavier. El chiquillo es nuestro hijo, Dean. —Señaló al chico en la cerca—. Y yo pensaba que comprar comida era difícil cuando solo éramos Xavier y yo. Desde que expandimos el refugio y trajimos a los muchachos el año pasado, ¡tengo que comprar todo a granel y aun así debo ir de compras una vez por semana!

Isobel se echó a reír.

—Me lo puedo imaginar.

—Vamos, el resto de los caballos están en los establos esperando por las vacunas. —Hizo un gesto hacia el establo más cercano.

Los olores familiares de heno y caballos recibieron a Isobel de inmediato al entrar por las amplias puertas dobles. No era una exageración cuando decía que el verano que había pasado con Rick y su familia trabajando en los establos de Northingham le había salvado la vida. Ver a una familia funcional, sentirse aceptada por quién era, sin importar su forma o tamaño, y trabajar todos los días con los animales le había dado estabilidad y cordura en un momento en que apenas estaba colgando de un hilo.

No había estado en un establo adecuado en casi un año y los recuerdos del olor eran tan fuertes que casi se sentía como esa chica de dieciséis años otra vez. La sensación hogareña que la invadió fue casi vertiginosa después de estar tan desesperada por recibir ayuda. Por un momento ridículo, tuvo que tragar grueso para no llorar.

—¿Isobel? —preguntó Mel cuando vio que Isobel se había detenido.

Isobel parpadeó y se apresuró a unirse a Mel.

Hunter estaba instalado en el centro del establo con Reece, quien sostenía las riendas de una yegua marrón. Reece le frotó el hocico al caballo, murmurando mientras Hunter se inclinaba y abría una caja de herramientas. Pero, en lugar de herramientas, esta contenía suministros médicos.

Sin embargo, Isobel tenía los ojos fijos sobre Reece. En el corto tiempo desde la última vez que lo había visto, se había cambiado de ropa. Había cambiado su traje hippie de lino por vaqueros, una camisa sin mangas y botas vaqueras. Y, espera, su pelo. Lo miró otra vez. ¿No llevaba rastas? Ahora tenía el pelo rubio rapado.

—¿Quién es ella? —le preguntó Reece a Mel cuando alcanzaron a los hombres.

—Eh… —Isobel rio un poco, confundida—. Soy yo, Isobel. Nos conocimos en la casa hace un ratito.

Mack pasó por su lado llevando un cubo de agua.

—A tu última novia también le costaba diferenciar entre los dos, ¿no?

Oh. Claro, ahora tenía sentido.

—Son gemelos.

—Reece te dirá que él es la mitad buena, pero es mentira. Soy Jeremiah —Bajó la cabeza a modo de reverencia. No podía estrecharle la mano porque sostenía las riendas del caballo.

—Si ya terminaste de socializar, tengo trabajo que hacer —interrumpió Hunter.

Jeremiah enarcó las cejas cuando miró a Hunter, pero no dijo nada más.

—Estaré arriba en el despacho si necesitas algo. —Mel le apretó la mano a Isobel—. Probablemente nos veamos más tarde, pero en caso de que no lo haga, dejaré un juego de llaves y la contraseña del wifi junto a tu cama.

—Muchas gracias. Por todo. —Isobel le dirigió una cálida sonrisa que ella le devolvió antes de irse.

Dejando a Isobel con el veterinario malhumorado. Al menos Jeremiah todavía estaba aquí. Parecía tan amable como su hermano.

—¿Cómo te ayudó? —preguntó Isobel.

Hunter no la miró, solo abrió un paquete sellado de jeringas.

—¿Sabes cómo vacunar equinos?

Su actitud brusca era tan diferente al hombre que había conocido en el bar que habría pensado que era este hombre quien tenía un gemelo, pero no. Aparentemente así era.

—Sí. Lo he hecho antes.

Una vez. Lo había hecho una vez antes, al menos a un caballo, cuando estaba en los establos de Rick. Su única otra experiencia fue durante el semestre en que se ofreció como voluntaria en una clínica veterinaria cerca de Cornell, pero solo trabajaban con animales pequeños. Había vacunado a miles de perros, gatos y varios conejillos de indias. Debido a que estaba en el primer año, el médico no la dejó hacer mucho más que eso.

Había trabajado más como una domadora de animales glorificada, sujetando gatos y perros descontentos mientras el veterinario los examinaba. Pero preferiría morir antes de admitirle eso a Hunter, especialmente después de las tácticas de intimidación que utilizó más temprano, cuando había intentado convencerla de no tomar el puesto.

De todas maneras, parecía que detectó su inseguridad.

—¿No hay problema si prefiero practicar mis habilidades como profesor?

No parecía que lo estuviera diciendo de mala manera. Isobel tenía la sensación de que, aparte de cualquier sentimiento que pudiera sentir por ella, cuando se trataba del trabajo, su primera prioridad eran los animales que estaban bajo su cuidado.

—El mejor lugar para colocarle una inyección a un caballo es esta área triangular del cuello. —Indicó el área superior del cuello del caballo y explicó que había huesos arriba y vasos mayores debajo del área que indicó. Ella asintió con la cabeza. No era nada que no hubiera aprendido, pero apreciaba poder repasarlo.

—Luego, antes de inyectar, pellizcas la piel del caballo, así… —Pellizcó un pequeño trozo de la piel del caballo—, para que sepa que vienes y no se asuste.

Continuó demostrando cómo colocar la inyección de manera segura, asegurándose de tocar el músculo y no un vaso sanguíneo.

—¿Hay algún lugar donde pueda lavarme? —Isobel miró a su alrededor y vio un lavabo profundo en la parte posterior del establo justo cuando Jeremiah se lo señaló. Fue y se frotó las manos con jabón, tratando de no dejar que los nervios la dominaran ante la idea de que Hunter la observara. ¿La estaba mirando ahora?

«Solo piensa en los caballos».

Podían sentir la inquietud de las personas y era importante estar lo más calmado posible cuando se trata con animales intuitivos. Respiró hondo y luego dejó salir el aire nuevamente, tratando de no pensar en cómo Hunter le había indicado que hiciera lo mismo la noche anterior mientras estaba enterrado en lo más profundo de su ser...

Giró sobre sus talones y regresó a donde Jeremiah estaba sacando a otro caballo de su compartimento. A lo lejos, vio a Mack sacando al caballo castrado que acababa de recibir su vacuna de los establos. Sabía que era importante dejar que el caballo se moviera y se ejercitara un poco después de colocarle inyecciones para aliviar algún dolor de músculos.

Jeremiah trajo una yegua marrón oscuro hacia ellos. La crin del caballo era brillante, pero caminaba vacilante. Un claro indicativo de que estaba adolorida. Isobel frunció el ceño cuando Jeremiah detuvo a la yegua.

Este lugar era una casa de rescate. Cuando Rick lo mencionó por primera vez, le contó algunas de las historias de los caballos. Cómo algunos eran caballos de carreras abandonados que se consideraban inútiles después de que ya no estaban en su mejor momento. O cómo les traían otros caballos después de que se descubriera que sus dueños los maltrataban. Si Isobel se enfocaba mucho en eso, le darían ganas de romper algo. No es exactamente la actitud que debía tomar al tratar con esta gran y hermosa criatura.

—Buenos días, preciosa. —Isobel extendió la mano hacia el hocico del caballo. Luego, con la otra mano, comenzó a acariciarle suavemente la cruz, el equivalente al hombro del caballo.

La yegua volvió la cabeza hacia Isobel, expulsando una bocanada de aire por la nariz, examinándola.

—¿Cómo se llama? —preguntó, sonriendo, y siguió acariciando al caballo.

—Ella es Bright Beauty —dijo Jeremiah.

—Bright Beauty. Pues sí que eres un chica hermosa, ¿no? —Se inclinó un poco más cerca y le sopló ligeramente el hocico a la yegua para que comenzara a familiarizarse con su olor. Así era como los caballos salvajes se presentaban entre sí. Hacían ofrendas de amistad, por así decirlo.

Bright Beauty relinchó en respuesta y le dio un toque a Isobel en la cara, devolviéndole el soplido. Amistad aceptada.

Isobel se echó a reír y apoyó la frente sobre el caballo.

—Voy a cuidarte muy bien, Beauty. Tenemos que darte una medicina. Quizás pique por un segundo, pero te pondrá saludable. —Isobel le acarició el cuello, siguiendo el crecimiento del pelo.

—¿Cómo va con la rehabilitación? —le preguntó Hunter a Jeremiah, pasando la mano por el costado de Beauty y bajando por su pata trasera.

Isobel dio un paso atrás para mirar. El caballo se movió y dejó caer la cabeza. Más indicativos de que estaba adolorida.

Hizo una mueca y sintió el pecho apretado al pensar en la hermosa yegua lastimada.

—¿Qué tiene?

—Era una yegua de concursos. Saltaba barriles —dijo Jeremiah—. Se lastimó y el dueño no le dio suficiente tiempo para recuperarse antes de hacerla saltar de nuevo y causar que se lastimara aún más.

—Se le desgarraron los ligamentos suspensorios de las patas traseras —dijo Hunter, palpando la pata del caballo—. Se necesitan entre ocho y doce meses para que una lesión como esa se cure por completo.

Jeremiah asintió con la cabeza.

—Los dueños eran unos hijos de puta. La iban a dormir y ya, pero un amigo del señor Kent les informó a Mel y a él al respecto. El señor Kent condujo dos días seguidos para recogerla y traerla a casa.

—¿Cuánto tiempo ha estado aquí?

—Un poco más de un mes.

Una yegua de concursos. Isobel negó con la cabeza al pensar en los dueños que la llevaron al límite por sus propios deseos egoístas, incluso a riesgo de su salud.

«¿Quieres ser bonita o quieres ser una cerda gorda de la que todos se burlan? Tu apariencia afecta la reputación de tu padre. ¿Quién le va a confiar su negocio a ese hombre cuando su propia hija no puede mostrar un poco de autocontrol? ¿Sabes lo vergonzoso que sería para tu padre si tuviera que llevarte a comprar en la sección de tallas grandes? Todos se reirían de él. Y pensar que el nombre Isobel significa ‘hermosa’».

Isobel tragó con fuerza. Dios, ¿alguna vez se sacaría la voz de esa mujer de la cabeza?

Hunter terminó de inspeccionar las patas traseras de Beauty y se levantó.

—La hinchazón ha disminuido un poco. Manténganla en reposo. Que solo camine diez minutos al día para aliviar dolores.

—Entendido —contestó Jeremiah.

—Eres una niña hermosa y valiente —murmuró Isobel, acariciándole la crin. Luego se volvió bruscamente hacia Jeremiah—. No se la devolverán a esas personas, ¿verdad? ¿Incluso si mejora?

Fue Hunter quien negó con la cabeza.

—Una vez que conozcas a Xavier, lo entenderás. No es un hombre que soporta la crueldad hacia los caballos.

—Por lo que sé, fue bueno que Mel estuviera con él —intervino Jeremiah—. Xavier estaba listo para volver añicos al tipo.

Cuanto más oía sobre él, más le agradaba el esposo de Mel.

—Bien, tiene buena pinta.

Hunter abrió el paquete de otra jeringa.

—¿Quieres hacerlo de una vez o te gustaría otra demostración?

Por un segundo, conectó la mirada con los ojos azul claro de Hunter y sintió un destello de… lo que sea que fue tan fuerte y abrumador la noche anterior. Ni siquiera tenía palabras para describirlo.

Sin embargo, apartó la vista casi al instante y tragó grueso ante la decepción.

«No es lo que necesitas en este momento».

Eso. Esas palabras servían para describirlo.

Enderezó los hombros.

—Estoy lista.

Hunter asintió y le tendió la jeringa.

—Aquí vamos, niña —dijo Isobel, pellizcándole la piel debajo de la cruz. Le colocó la inyección sin problemas—. Listo. No estuvo mal.

Hunter le señaló un pequeño cubo de objetos punzantes de plástico que también había traído y ahí desechó la jeringa usada.

—Beauty está lista para ti, Mack —llamó Jeremiah.

Mack se acercó y, sin decir palabra alguna a ninguno de ellos, tomó las riendas de Beauty.

—Recuerda: no más de diez minutos de caminata —repitió Hunter—. Luego regresa a descansar en el compartimento.

Mack asintió, sin cambiar la expresión de su rostro. Al menos hasta que tomó las riendas de Beauty. Isobel lo vio darle un terrón de azúcar a escondidas y susurrar algo al oído de la yegua justo antes salir del establo.

Continuaron vacunando a los caballos de forma lineal: Jeremiah sacaba los caballos, ella prepara la jeringa, Hunter verificaba la salud general del caballo y luego Mack se lo llevaba al pasto después de que se le colocara la inyección. Después de algunos caballos más, Nicholas se unió a ellos en el establo y comenzó la ardua tarea de limpiar los establos de los caballos que ya habían tenido su turno.

Con tantos caballos, uno de los cuales tenía un absceso que necesitaba drenarse, pasaron varias horas antes de que terminaran. Mientras Jeremiah y Hunter bromeaban aquí y allá, Hunter no le había dirigido la palabra en ningún momento. Jeremiah trató de incluirla en su conversación y ocasionalmente le hacía preguntas, pero Hunter simplemente se movía alrededor del caballo y pretendía que ella no existía.

Después de que terminaron con el último de los caballos y Hunter empacó y se dirigió a su camioneta, ella fue tras él. Esperó hasta que estuvieron cerca del frente de la casa, casi en el área de los vehículos, antes de correr hacia él y agarrarle el brazo.

—Oye.

Se le dilataron las fosas nasales al verle la mano sobre su antebrazo y ella la retiró. Tan solo tocarle la piel se sentía como algo íntimo después de todo lo que habían compartido la noche anterior.

Él la miró inexpresivo.

—¿Necesitas algo?

Dejó caer la mandíbula.

—¿Eso es todo? ¿Simplemente no vamos a hablar de lo que pasó anoche? Mira, discúlpame por irme de esa forma esta mañana. —Levantó las manos y se encogió de hombros—. Supuse que, como eres hombre y eso, te estaba haciendo un favor al irme sin hacer una gran escena en la mañana.

A Hunter se le puso todo el cuerpo tenso ante esas palabras y dejó escapar un breve resoplido por la nariz.

—Piensa que lo de anoche nunca pasó. —Solo decía lo suficiente—. Solo soy tu jefe y tú solo eres mi pasante. Nada más y nada menos.

Se metió la mano en el bolsillo y sacó las llaves y la billetera. Al abrir la billetera, sacó una tarjeta de presentación blanca que estaba un poco gastada en los bordes. Decía «veterinario del condado de Natrona» y luego tenía el nombre, el número de teléfono y la dirección de la clínica de Hunter.

—Ahora que lo pienso, el consultorio sí que necesita una mano —mencionó—. Puedo manejar el resto de las citas de hoy solo. ¿Por qué no vas, lo limpias un poco y ves si puedes descifrar el sistema de archivos?

»Debería terminar con el novillo del señor Guzmán en unas pocas horas. —Rebuscó en el llavero tintineante—. Aquí está la llave. Hay bastantes archivos que organizar en caso de que no encuentres qué más hacer.

Isobel asintió y tomó la llave después de que él soltara un pequeño mosquetón con un llavero adjunto del conjunto más grande. Sus dedos se tocaron por un breve momento cuando le pasó la llave y fue como si una chispa de electricidad estática se encendiera entre ellos.

Isobel se quedó sin aliento por un segundo al mirarlo. Pero, si lo sintió, no se lo dejó saber.

—Está bien. —La voz de Isobel salió un poco más aguda de lo que le hubiera gustado. Tragó saliva y luego terminó con un—: Te veo allá.

Hunter asintió y luego abrió la puerta de su camioneta. Sin embargo, se detuvo antes de entrar y se volvió en su dirección. No tenía los ojos enfocados en ella y seguía con la mandíbula tensada.

—¿Isobel?

—¿Sí?

—La próxima vez, no me hagas favores.

Movió los ojos muy brevemente en su dirección antes de sentarse en el asiento y cerrar la puerta de la camioneta de golpe.

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