Hunter

Hunter


Capítulo 9

Página 14 de 35

Capítulo 9

HUNTER

Hunter se limpió el barro de los zapatos con el escalón de hormigón que estaba por la puerta trasera de la clínica.

Justo cuando estaba a punto de abrir la puerta, la abrieron por dentro y se encontró cara a cara con una enfurecida Isobel.

—¿Dónde has estado? ¡La gente te ha estado esperando desde que abrí las puertas a las ocho y media!

Hizo una pausa, desconcertado. Todo el camino hasta aquí había estado tratando de decirse a sí mismo que ella no era tan encantadora o fascinante como su memoria la pintaba. Pero estando aquí, de pie frente a él, luciendo enojada, con dos puntos colorados en lo alto de sus mejillas sonrosadas y su cabello negro volando a su alrededor como una nube sedosa en la que solo quería enterrar las manos y…

Hizo una mueca y la empujó para entrar a la pequeña sala de descanso de la clínica.

—La clínica no abre hasta las nueve. —Necesitaba café. Ya.

—Y son las nueve y tres. —Hizo hincapié en el tres como si hubiera cometido un crimen imperdonable.

Era un hombre adulto. No tenía que darle explicaciones a nadie. Aun así, se encontró gruñendo:

—Recibí una llamada de la granja Johnson que tardó más de lo esperado. Tuve que extraer un ternero muerto. —El segundo en dos días. Así pasaba a veces. La gente no llamaba al veterinario cuando todo era color de rosa.

—¿Qué? —espetó, luego se detuvo como si solo entonces procesara lo que le había dicho—. Oh. —Parpadeó—. Lo siento. Qué horrible.

Se encogió de hombros mientras tomaba una taza que estaba junto al fregadero.

—Eso pasa.

Presionó el botón del dispensador de café, pero solo salió una pequeña cantidad de líquido antes de que chisporroteara. Maldición. Era política de la oficina poner a hacer otra jarra cada vez que se acababa. Miró con enojo a Isobel mientras abría de golpe el armario debajo de la cafetera para sacar un paquete de café molido.

Entonces vio cuando Isobel se tensó.

—Si te llamaron para un caso esta mañana, ¿por qué no me avisaste? Se supone que esto es una pasantía. ¿Cómo voy a aprender a trabajar si no me avisas de las llamadas?

Se mofó mientras preparaba la nueva jarra de café.

—Porque la experiencia de trabajar con vaquillas a un cuarto para las seis de la mañana te será muy útil cuando regreses a la ciudad de Nueva York.

Si pensaba que ella se había tensado antes, no era nada en comparación con la postura rígida que tomó ante ese comentario. Dio un paso adelante y le señaló el pecho con el dedo.

—Tú no sabes nada de mí. —Su voz era fría como el ártico.

Levantó las manos.

—Vale.

—Vale —replicó ella.

Entonces se dio cuenta de lo cerca que estaban parados. Tenía la cara a unos quince centímetros de la suya.

Tuvo el absurdo impulso de empujarla contra la puerta y besarla hasta la inconsciencia.

A ella se le abrieron los ojos de repente y retrocedió con prontitud.

—El primer cliente te está esperando en la sala de examinación número uno. —Recogió un archivo del mostrador junto al fregadero y se lo colocó bruscamente en la mano.

Echó un vistazo a la carpeta. El señor Mantequilla. Era el gato mimado y con sobrepeso de la señora Jones. El gato tenía un parecido sorprendente a su dueña con sus mechones de pelo naranja y bigotes extralargos. La mujer tenía un bigote que pondría a la mujer barbuda verde de envidia.

—Vale.

—Vale.

Ella lo fulminó con la mirada por otro segundo y luego, como si se diera cuenta de que no tenía ninguna otra razón para seguir parada allí, se dio la vuelta y se fue dando pisotones hacia la sala de examinación.

* * *

La mañana pasó con una ronda regular de gatos y perros. Hunter hizo todo lo posible para ignorar a Isobel y concentrarse en el trabajo. Lo que era un poco difícil cuando la tenía sujetando a sus pacientes de cuatro patas mientras los examinaba.

¿Se dejó el pelo suelto hoy a propósito? ¿Para distraerlo? Juraría que no dejaba de acomodárselo por encima del hombro para que el olor del champú afrutado que usaba fuese a su dirección.

El señor Mantequilla solo fue a por vacunas, un procedimiento lo suficientemente rápido y sencillo. Sin embargo, el segundo paciente, un gran San Bernardo llamado Bernie, fue un poco más desafiante. Se necesitaron tanto el dueño del perro como Isobel para poder sujetarlo y que Hunter le abriera la boca para ver qué le estaba causando tanto dolor. Y a pesar del perro gigante, babeante y llorón que intentaba echarse para atrás cada vez que Hunter le tocaba la boca, la mitad de su cerebro estaba distraído por el calor del muslo de Isobel contra el suyo mientras forcejeaban juntos contra el perro en el suelo.

Finalmente consiguió que el perro se quedara quieto el tiempo suficiente para ver que era un absceso lo que causaba todos los problemas. Eso significaba cirugía, ya que necesitaba llegar hasta la raíz del diente. Hunter le dio a Bernie una inyección de antibióticos e Isobel salió con el dueño de Bernie, prometiéndole que encontrarían una manera de incluir la cirugía en la agenda de la tarde siguiente.

Era justo lo que Hunter habría hecho, pero le molestaba su presunción. Al menos debería haberle preguntado cuándo era el mejor momento para programar la cirugía.

Un caso difícil de diagnosticar con un loro que se estaba desplumando lo distrajo de pensar demasiado en ella durante la próxima hora.

Habían llegado a la última cita de la mañana, un caso de sarna en un gato de familia que pasaba tiempo en la calle, cuando llamaron a la puerta de la sala de examinación.

Hunter volvió a dejar a la gata en la caja que sus dueños le habían traído y gritó:

—¡Adelante!

Pero Isobel ya estaba a medio camino de la puerta. La abrió para mostrar a Sandra, la recepcionista.

Sandra pareció desconcertada al encontrar a Isobel al otro lado de la puerta. Hunter casi sonrió. Tenía que dejar de sorprender a la gente así.

—¿Qué pasa, Sandra? —preguntó.

Sandra pasó por alto a Isobel y le sonrió. Sandra y él habían crecido en Hawthorne; era solo un año menor que él. Había estado trabajando en la clínica por unos seis meses después de que la recepcionista del doctor Roberts se retirara.

—Doctor, hay una familia afuera con un perro que dicen que tiene una pata lastimada. No tienen cita.

—Los llevaré a la sala dos —dijo Isobel, avanzando con confianza por un lado de Sandra. Sandra quedó boquiabierta y volvió la cabeza hacia Hunter.

Hunter asintió.

—Los veremos. Dame cinco minutos.

Se volvió hacia la señora Voorhees, le explicó el régimen de tratamiento y le dio la medicina que necesitaba.

Se lavó las manos y entró en la siguiente sala de examinación. Estaba a punto de ordenarle a Isobel que fuera a limpiar y esterilizar la primera sala cuando la vio agachada en el suelo abrazando a un joven labrador contra su pecho, acariciándole la cabeza por un momento y luego girándole suavemente la pata trasera para verificar si estaba lastimado.

El perro chilló y se le enterró en el estómago cuando apenas le había movido la pata. No era una buena señal. Isobel llevó los ojos hacia los de Hunter tan pronto como entró y notó que ella estaba pensando lo mismo.

Miró alrededor y vio a una mujer baja y compacta con tres niñas que la rodeaban.

—Hola, soy el doctor Hunter.

Todas tenían los ojos llenos de temor cuando entró. La niña más pequeña estaba sollozando. Hunter no era bueno para predecir las edades de los niños, pero probablemente tenían entre cinco y diez años.

—¿A quién tenemos aquí? —Hunter se inclinó sobre sus ancas y miró al perro.

—Se llama Júpiter —dijo la chica más alta del medio. Llevaba grandes gafas de plástico y tenía el cabello castaño rizado similar al de su madre—. Mi papá lo atropelló.

La madre lucía mortificada y dio un paso adelante apresuradamente.

—Hola, soy Pam. Mi esposo no vio por dónde iba esta mañana. Tenía prisa y salió del garaje sin mirar.

La niña más joven se echó a llorar y la madre se detuvo y se volvió hacia su hija.

—Cariño, todo va a estar bien. El doctor hará que Júpiter se sienta mejor.

—Ya veremos qué le pasó. ¿Cuántos años tiene?

Extendió la mano hacia Júpiter, manteniendo los ojos en el perro y no en Isobel cuando le entregó al perro en brazos.

—Un poco más de diez meses —le respondió Isobel.

Hunter movió al perro en sus brazos y le tocó la pierna del problema. El perro gimoteó de la misma forma que lo hizo cuando Isobel lo tocó. Hunter sospechaba que estaba rota, pero solo había una manera de estar seguro.

—Muy bien. —Hunter se puso de pie, sosteniendo al perro contra su pecho—. Me voy a llevar a este chico guapo para hacerle unas radiografías. Ya regresamos con más respuestas para ustedes.

—¿Júpiter va a estar bien? —preguntó la chica con gafas.

Hunter le ofreció una amable sonrisa reconfortante.

—Vamos a tomarle una foto a sus huesos y así sabremos mejor qué es lo que debemos hacer para curarlo. ¿Sí?

La niña asintió a regañadientes. Isobel se apresuró para abrirle la puerta a Hunter.

La sala de rayos X estaba a solo un par de puertas e Isobel también abrió esa para él. Se mantuvo profesional mientras le decía dónde estaban los delantales de plomo y puso todo en su lugar para obtener las imágenes que necesitaban.

Levantó a Júpiter de la mesa de rayos X cuando Isobel dijo suavemente:

—Lo hiciste muy bien con las chicas. Debe ser difícil cuando no puedes prometer que el perro estará bien.

Hunter no dijo nada mientras la impresora expulsaba la película de rayos X. En silencio, le entregó el perro a Isobel. Ella lo agarró y le rascó la cabeza, teniendo cuidado de no lastimarle la pata trasera.

—Lo que quise decir es que en la universidad intentan prepararte para esa parte del trabajo. Pasé un semestre como voluntaria en una clínica, pero aún no me acostumbro.

La habitación estaba oscura, aparte de la caja de luz en la pared en la que Hunter colocó las películas de rayos x. El ambiente era demasiado íntimo. No quería congeniar con Isobel contándole sobre las dificultades de ser veterinario. Porque, por supuesto, era difícil ser parte del peor día de la vida de un niño cuando tenían que despedirse de un animal querido. Pero la verdad era que se había acostumbrado tanto con el paso de los años que le molestaba cada vez menos. Lo que lo molestaba aún más.

Frunció el ceño cuando vio la radiografía a contraluz.

—Eso era lo que me temía —murmuró.

Isobel se acercó. Y se colocó el cabello por detrás del hombro. Hunter apretó los dientes, pero señaló la rotura al mismo tiempo que ella dijo:

—Ay. El fémur. No será fácil arreglarlo.

Agachó la cabeza para acariciar al perro.

—No podemos usar un yeso estándar —respondió. Estaba en una parte muy alta de la pata trasera—. Pero podemos probar con una férula de Thomas para poner la pata en tracción. Al menos le dará una oportunidad.

—Pobre bebé —arrulló en la oreja del perro.

Era sensible. Lo que no siempre era bueno para un veterinario.

Pero sí que era bueno, trató de recordarse. Se suponía que estaba tratando de que renunciara. No trabajar con ella como si formaran un buen equipo.

Porque no era así. En absoluto.

Se giró y salió bruscamente de la sala sin decir una palabra más. Oyó los pasos de ella detrás de él. La ignoró cuando regresó a la sala con la familia y les explicó la radiografía y la férula que le colocarían. También trató de establecer las expectativas: solo el tiempo diría cómo se curaría el perro con la férula y mucho descanso.

Las chicas asintieron valientemente y luego fueron a esperar al pasillo mientras Hunter sacaba la bobina de tubo de aluminio que usaba para este tipo de cosas. Con un pequeño artefacto calefactor, comenzó a moldear el molde en forma de cono.

—Oh. —Isobel sonaba sorprendida—. ¿No usas un molde prefabricado? ¿Lo haces de cero?

—Son todo tipo de animales —le respondió cortante. Además, no veía la necesidad de equipos sofisticados cuando podía hacer lo mismo por diez dólares con materiales de la ferretería. La gente del lugar rara vez podía permitirse el gasto adicional y, a veces, cualquier ahorro, sin importar lo pequeño, marcaba la diferencia entre que un cliente tuviera que elegir entre dormir a la mascota de la familia o poder pagar el tratamiento.

Hunter se acercó y le dio un sedante al perro, luego ajustó la parte redonda del cono que estaba moldeando alrededor de la articulación de la cadera de Júpiter para verificar el ajuste. El aro debía ser un poco más estrecho. Volvió a su artefacto calefactor y le dio un poco más de forma al aluminio.

Ignoró a Isobel durante los siguientes treinta minutos mientras colocaba la pata del perro en la férula de Thomas apropiadamente y luego le sujetó la pata con cinta adhesiva para mantenerla en tracción. Si Júpiter no se esforzaba demasiado, había una gran posibilidad de que la pata se curara bien.

Colocó el último trozo de cinta alrededor del molde y luego, por impulso, metió la mano en el cajón y sacó una pegatina plateada brillante de carita sonriente y la colocó encima de la cinta justo debajo de la cadera.

Levantó a Júpiter y se volvió para llevarlo con las niñas y su madre. Que fue cuando atrapó a Isobel mirándolo con una leve sonrisa y ojos enternecidos. Lo hizo sentir avergonzado.

Frunció el ceño y se dirigió hacia la puerta.

—Limpia esto. Falta un cuarto para la una. Debíamos estar en la granja Anderson hace quince minutos.

Ir a la siguiente página

Report Page