Hunter

Hunter


Capítulo 21

Página 26 de 35

Capítulo 21

HUNTER

Hunter terminó de comerse las chuletas de cerdo y se quedó sentado viendo a Isobel mientras esta daba mordiscos diminutos a su hamburguesa. Creía que se cansaría en algún punto: de verla, descubrir nuevas peculiaridades de ella, esperaba encontrar alguna costumbre que lo fastidiara hasta el cansancio. Hunter no había tenido muchas citas antes de Janine porque, pues, simplemente no había conocido muchas mujeres con las cuales quería pasar el tiempo.

O estaban interesadas en cosas que él encontraba insoportablemente aburridas o querían más atención de la que tenía que dar. O querían cambiarlo. O sus voces eran demasiado estridentes. O querían decirle «papi» en la cama…

Sí. Las citas realmente no eran lo suyo. Pero Isobel era… Dios, incluso cuando peleaban, todavía se sentía cautivado por ella. Y últimamente, ya que no habían estado peleando, había podido descubrir aún más sobre cómo funcionaba su mente inteligente. Hablaban durante horas en el auto entre visitas a las granjas y…

—¿Qué? —Isobel abrió los ojos de par en par—. ¿Tengo algo en la cara? —Inmediatamente levantó su servilleta y se la pasó por la boca.

—No —rio Hunter—. Estás tan hermosa como siempre. La mujer más hermosa que he visto en mi vida, en realidad.

Ella frunció el ceño y miró hacia el mantel. No había hablado mucho durante la cena. En realidad, se había quedado callada a mitad de camino haciendo las visitas a las granjas esta tarde. Hunter no la había presionado porque sabía que había días en que no tenía ganas de hablar mucho y odiaba que la gente lo molestara constantemente para saber lo que estaba pensando. A veces solo quería conducir y dejar que su mente divagara.

Pero ahora se preguntaba si no estaba pasando algo más. Isobel parecía molesta.

—Desearía que no dijeras cosas así. —Puso la hamburguesa en el plato y la apartó. ¿No tenía hambre? Él sabía de primera mano que la hamburguesa tenía un sabor increíble. Ella le había ofrecido un bocado antes.

—¿Decir cosas como qué?

Ella lo miró y luego volvió a su plato.

—No importa. —Agitó una mano, pero él notó por la forma en que fruncía el ceño que estaba molesta por algo.

—Bel, háblame. ¿Qué pasa?

Se le tensó la mandíbula y agarró la servilleta, convirtiéndola en una bola entre sus dedos. Pensó que iba a tener que pasar los siguientes diez minutos sacándole palabra por palabra, pero finalmente comenzó a hablar.

—Los hombres suelen tener un tipo cuando se trata de mujeres, ¿verdad?

Eh, ¿qué? ¿A dónde iba con esto? Hunter se encogió de hombros lentamente.

—No lo sé. ¿Supongo?

Aparentemente esa era la respuesta incorrecta. Ella asintió con la cabeza, parecía que estaba a punto de llorar, incluso mientras se levantaba y se tiraba la cartera sobre el hombro.

—Estoy cansada. Me iré a casa temprano y…

Hunter se puso de pie de un salto y se movió para detenerla.

—Bel. Es tu cumpleaños. Ni siquiera hemos…

Pero ella ya estaba corriendo hacia la puerta. Y maldita sea, todos los ojos del restaurante estaban puestos en ellos. Jesús. El local era la central del chisme. No era un lugar para tener esa conversación. O discusión. O lo que sea que estaba pasando.

Por otra parte, Isobel estaba casi fuera de la puerta. Con una maldición, Hunter buscó la billetera, arrojó unos billetes de veinte dólares sobre la mesa y corrió tras ella.

Afuera, en la acera frente al restaurante, finalmente la agarró del brazo y la hizo girar para que se viera obligada a mirarlo. Solo para encontrarse con lágrimas corriéndole por las mejillas.

—Bel…

Ella intentó zafarse de su agarre.

—Vi la foto de bodas enmarcada que tienes en la guantera cuando buscaba desinfectante para las manos. —Sus ojos lucían devastados y acusadores al dirigirse hacia él—. ¿Tienes una foto de ella en tu camioneta? Supongo que no la has superado tanto como haces ver.

Hunter sintió que lo había golpeado en el pecho. No pudo evitar alejarse un paso de ella.

Ella solo comenzó a asentir rápidamente.

—Es lo que pensaba. Y no soy exactamente tu tipo, ¿verdad? No soy flaca ni rubia ni… —Se interrumpió y negó con la cabeza—. Olvídalo.

Hunter exhaló profundamente y se pasó una mano por el pelo. Dios. ¿Cómo comenzaba a desenredar todo esto?

—Joder, Bel, no se trata de ser rubia o… quiero decir, si lo pienso, supongo que Janine y tú tienen algunas cosas en común. —Decir el nombre de Janine no le había dolido tanto como esperaba.

Y de repente quiso contarle a Isobel sobre ella. Tanto por el bien de Isobel como por el suyo. Se acercó un paso más, hablando en voz baja mientras le alcanzaba su mano. Ella lo dejó tomársela.

—Janine era fuerte. Y terca. —Sintió la punzada familiar en su pecho cada vez que pensaba en ella—. Era una buena mujer. Apasionada. Rebelde. —Sonrió con tristeza.

—¿Todavía la amas?

Hunter dejó que sus ojos divagaran, pensando en el pequeño petardo rubio con el que se había casado. Habían cometido muchos errores, pero a él le gustaba pensar que el amor había sido genuino. Asintió.

—Espero que alguna parte de mí la amé siempre.

Isobel le quitó la mano y retrocedió varios pasos. Más lágrimas le brillaron en los ojos. Verla así hizo que a Hunter le doliera el pecho.

—Isobel, espera. —Hunter comenzó a seguirla, pero ella levantó una mano.

—Si amas tanto a tu ex, tal vez deberías ir a buscarla y cenar con ella.

Luego, antes de que pudiera tomarle la mano nuevamente, ella se giró y corrió por la acera.

—Isobel. ¡Isobel! —la llamó mientras ella caminaba por la acera, sin mirar atrás. Trotó y la alcanzó justo cuando llegaba a su auto que estaba estacionado en la calle frente al restaurante—. Isobel, espera. Mierda, no me di cuenta de que pensabas… —La agarró por los hombros y la obligó a darse la vuelta cuando ella no se movió.

Tenía la boca fruncida y se negó a mirarlo.

Mierda. No había nada más que hacer sino salir de eso.

—Janine murió hace poco más de un año.

Si pensaba que decir su nombre era difícil, no era nada comparado con decir esa oración. Sintió que le habían dado un puñetazo en el estómago tan pronto como lo hizo. Soltó los hombros de Isobel y puso una mano contra su auto para estabilizarse.

—¿Qué? Dios mío, Hunter. La noche que nos conocimos, solo dijiste que te había dejado, así que supuse… —se interrumpió y Hunter se pasó la mano por el pelo.

—Sí. No me ha sido fácil hablar de eso. O lidiar con eso. En absoluto. Incluso seguía pagando la factura de su teléfono celular para poder llamarla y escuchar su voz. Solo recientemente es que he podido… —Hunter se detuvo cuando una mujer de mediana edad pasó con un perro grande con una correa. El sol se acababa de poner y aunque no había mucha gente alrededor, todavía había algunas personas.

—¿Quieres dar un paseo? —Le tendió la mano.

Ella asintió y la tomó. Tan pronto como sintió su pequeña mano en la suya, se sintió más tranquilo. Como si tal vez pudiera contar la historia después de todo. Por primera vez desde que dio su declaración a la policía esa noche.

—Odiaba vivir en un pueblo pequeño. Casi desde el primer día que nos mudamos. —Explicó un poco sobre cómo las cosas empeoraban cada vez más hacia el final—. Fue una de esas noches después de que, bueno… —apartó la mirada—, tuviéramos intimidad. Pero luego, inmediatamente, se fue a dormir en el sofá. Me enojé. La seguí y empezamos a pelear.

Hunter recordaba cada detalle de esa noche. Janine había estado usando su vieja y raída camisa de Purdue para dormir. Era hermosa, pero él no había podido ver eso. Estaba tan cansado de la rutina en la que habían caído.

—¿Qué quieres de mí? —le había exigido.

Ella lo acusó de no amarla.

—¿Que no te amo? —se burló—. ¿Crees que soportaría toda esta mierda si no lo hiciera?

Le brillaron los ojos con furia y ella se le colocó justo enfrente del rostro.

—¡Ni siquiera me conoces! Si me conocieras, sabrías que nunca podría ser feliz aquí, en medio de la nada, viviendo con todos estos idiotas incultos. Quiero hablar con alguien que haya leído el New Yorker de esta semana. Quiero ir al teatro. Quiero ir a lecturas de poesía y degustaciones de vino y luego quiero ponerme un vestido de lentejuelas apretado e ir de fiesta y luego en la mañana quiero ir a comerme un panecillo y salmón ahumado en el Benny's de la esquina de Broadway y Bleecker.

—¿Entonces qué? —Hunter levantó las manos—. ¿Quieres simplemente ir y regresar al Soho?

Era una pregunta retórica, pero Janine empujó sus manos sobre la mesa y gritó:

—¡Sí! Eso es exactamente lo que quiero.

Y luego se fue al dormitorio y comenzó a empacar.

—¿Qué? —se mofó Hunter—. ¿Te irás? ¿Ahora mismo?

—Ahora mismo.

—Pero es medianoche.

—Bueno, no puedo soportar pasar otro minuto en esta casa.

Hunter retrocedió varios pasos del dormitorio ante sus palabras. Fue entonces cuando lo entendió. Ella lo decía en serio. Realmente lo estaba dejando. Había llegado a esto. ¿Cómo había llegado a esto?

Su esposa. Su bella, neurótica e irritante esposa, estaba a punto de salir por la puerta principal e irse de su vida.

Y fue entonces cuando supo que nada de lo demás importaba. Ni la hipoteca de la casa. Ni la clínica veterinaria que estaba a punto de recibir del doctor Roberts. Ni siquiera sus padres.

Janine era su esposa. Era su primera prioridad. Y le había fallado. Podía negarlo todo lo que quisiera, pero sabía que ella no estaba contenta.

Hunter miró a Isobel. Habían dejado de caminar justo al lado del pequeño parque de la ciudad a lo largo de la calle principal. Tenía las cejas arqueadas con compasión mientras lo escuchaba hablar.

—Solo un poco más de tiempo, me decía. —Negó con la cabeza ante lo estúpido que había sido—. Solo un poco más de tiempo y ella se acostumbrará.

—Pero si te diste cuenta de que… Antes de que se fuera, quiero decir —señaló Isobel, confundida.

Hunter volvió a negar con la cabeza.

—Era muy tarde. Traté de hablar con ella. Le dije que estaba bien, que nos mudaríamos a Manhattan. Que quería ir con ella. Que lo sentía. Que ella era lo más importante para mí.

Pero Janine se había apartado de él y agarró su maleta. Le dijo que necesitaba algo de tiempo sola. Le dijo que tenía que pensar.

—Y luego se subió a su auto y se fue. —La voz de Hunter era sombría e Isobel extendió el brazo y le tomó ambas manos.

—¿Qué pasó?

—Un accidente de auto —susurró Hunter—. Era invierno. Las calles estaban heladas. Su auto se deslizó en una curva y chocó con un árbol. Murió en el impacto. —Hunter tuvo que esforzarse para pronunciar las siguientes palabras. Era lo peor de todo, la parte que lo mantenía despierto por la noche torturándose a sí mismo—. Pero por la hora de la noche y el ángulo del auto… —Se le quebró la voz, pero se sacudió, decidido a contarle todo a Isobel.

»No se estaba yendo del pueblo. Fue justo antes del amanecer. Había conducido unas dos horas y había dado la vuelta. Ella estaba regresando. Por mí. Se fue por mi culpa y volvió por mi culpa. Ella murió por mi culpa.

Isobel le llevó las manos a la cara.

—No, Hunter, no, eso no es cierto.

—Lo sé —asintió, tragando saliva—. Lo sé.

—¿Lo sabes? —Sus ojos buscaron los de él.

Él soltó una risa corta y ligeramente amarga.

—Saberlo aquí… —Se tocó la cabeza—, y creerlo aquí… —Se llevó una mano al pecho—, son dos cosas diferentes. —Exhaló, sintiendo que se había quitado un peso de los hombros—. Pero me alegra que lo sepas ahora. Después de Janine… —Sacudió la cabeza—. No pensé que podría volver a sentirme así de nuevo. Que alguna vez quisiera hacerlo.

Levantó el brazo y tomó una de las manos que estaban sobre su mejilla.

—Pero luego llegaste al pueblo. Incluso después de esa primera noche, ya sentía mucho por ti. Había estado muerto en vida por un año y luego… —La miró a los ojos—. Me asustó muchísimo. Me asustaste muchísimo.

Isobel sonrió, con los ojos plenos. Le volteó la mano para poder besarle la palma.

—Pero ya no tengo miedo. —Se movió hacia atrás, todavía sosteniéndole las manos con fuerza—. Bel, te amo. No puedo perderte. Será agosto en un par de semanas más. Me dije a mí mismo que no pensaría en el futuro, que me tomara esto un día a la vez. Pero maldición, Bel, ya no puedo hacer eso.

»Porque quiero un futuro contigo. Lo quiero todo. Quiero despertarme contigo todas las mañanas y tener bebés contigo y envejecer juntos. No cometeré el mismo error dos veces. Podemos vivir donde quieras. Lo que sea que te haga feliz. Mientras estemos juntos.

Y luego se dejó caer sobre una rodilla.

—Isobel Bianca Snow, ¿quieres casarte conmigo?

Ir a la siguiente página

Report Page