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Tres cosas podían haber salvado al ascensor número cuatro del desastre.

Uno era un regulador de exceso de velocidad en la cabina. Estaba colocado para soltarse cuando la velocidad excedía del límite de seguridad prescrito. En el número cuatro, si bien el defecto no había sido advertido, el regulador trabajaba con retardo.

Un segundo artefacto actuaba sobre cuatro grapas de seguridad. Inmediatamente que el regulador funcionaba, éstas debían ajustarse a los rieles del ascensor, deteniéndolos; en realidad, en un lado de la cabina, dos grapas lo sostuvieron. Pero en el otro lado, debido a la demora de la respuesta del regulador, y porque la maquinaria estaba vieja y débil… las grapas fallaron.

Aun así, una rápida operación de un control de emergencia dentro del ascensor podría haber conjurado la tragedia. Era un botón rojo. Su misión, cuando se le apretaba, era cortar toda la energía eléctrica, paralizando la cabina. En los ascensores modernos el botón de emergencia se colocaba alto, bien a la vista. En los ascensores del «St. Gregory» y en muchos otros estaba colocado abajo. Cy Lewin buscó abajo, tentando desmañadamente para alcanzarlo. Lo logró con un segundo de retraso.

Cuando un par de grapas lo sostuvieron y el otro par no, el ascensor se inclinó y se sacudió. Con un estrépito de metales arrancados y rotos, impelido por su propio peso y velocidad, más la pesada carga que tenía dentro, el ascensor se partió y abrió. Remaches rotos, vidrios quebrados, láminas de metal separadas. En un lado, más abajo que el otro porque el piso estaba ahora muy inclinado, se veía una rendija de varios pies entre el piso y la pared. Gritando, aferrándose salvajemente uno a otro, los pasajeros se deslizaban hacia ella.

Cy Lewin, el anciano ascensorista, que estaba más próximo, fue el primero en caer por la brecha. Su único grito al precipitarse se cortó cuando el cuerpo golpeó contra el cemento del subsuelo. Una pareja de gente vieja de Salt Lake, lo siguió, aferrados uno a otro. Como Cy Lewin, murieron cuando sus cuerpos se estrellaron contra el fondo. El duque de Croydon fue el siguiente, golpeándose contra una barra de hierro a un costado de la cavidad, que lo detuvo un segundo. La barra se rompió y el duque continuó cayendo. Estaba muerto antes de que su cuerpo llegara abajo.

En alguna forma, los otros consiguieron sostenerse. Mientras lo hacían, los dos reguladores de seguridad cedieron, enviando al deshecho ascensor como una plomada hacia abajo. Separado, a causa de que los brazos no resistieron, un dentista joven, miembro de la convención, resbaló por el agujero. Sobreviviría momentáneamente, pero murió tres días después por lesiones internas.

Herbie Chandler fue más afortunado. Cayó cuando el ascensor estaba cerca del último piso. Desplomándose por el hueco sufrió lesiones en la cabeza de las que habría de recobrarse, pero el desplazamiento de la columna vertebral lo convertiría en un parapléjico, que no volvería a caminar por el resto de su vida.

Una mujer de mediana edad de Nueva Orleáns yacía, con la tibia fracturada y la mandíbula rota, en el piso del ascensor.

Cuando la cabina golpeó en el fondo, Dodo fue la última en caer. Se rompió un brazo y la cabeza golpeó contra uno de los rieles. Yacía inconsciente, próxima a la muerte, mientras la sangre fluía de una gran herida en la cabeza.

Otros tres… uno de la convención de la «Gold Crown Cola», su esposa y Keycase Milne… estaban milagrosamente ilesos.

Debajo del destrozado ascensor, Billyboi Noble, el operario de mantenimiento que, como diez minutos antes, había bajado por el hueco del ascensor, yacía con las piernas y la pelvis fracturadas, consciente, sangrando y gritando.

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