Hotel

Hotel


Viernes » 13

Página 81 de 88

13

Corriendo a una velocidad que jamás había empleado en el hotel, Peter McDermott bajó por las escaleras del entresuelo.

Cuando llegó, en el vestíbulo se desarrollaba una escena de pandemonio. Se oían alaridos a través de las puertas del ascensor y los gritos de las mujeres que andaban cerca. Había un griterío confuso. Frente a una multitud arremolinada un pálido ayudante de gerencia y un botones estaban tratando de abrir con una palanca las puertas de metal que daban al hueco del ascensor número cuatro. Cajeros, empleados de recepción y de oficina, brotaban desde atrás de los mostradores y escritorios. Los restaurantes y bares se estaban vaciando en el vestíbulo, los mozos y los barmen seguían a los clientes. En el comedor principal cesó la música de la hora del almuerzo. Los músicos se unieron al éxodo. Una fila de gente que trabajaba en las cocinas aparecía por la puerta de servicio. Una excitada babel de preguntas recibió a Peter.

—¡Silencio! —gritó tan fuerte como pudo sobrepasando todas las otras voces.

Se produjo un momentáneo silencio; aprovechándolo exclamó:

—Por favor, retírense un poco, haremos todo lo que podamos.

Se encontró con los ojos de un empleado de recepción.

—¿Alguien ha llamado al departamento de bomberos?

—No estoy seguro, señor. Pensé…

—¡Hágalo en seguida! —espetó Peter. Ordenó a otro—: Llame a la Policía. Dígales que necesitamos ambulancias, médicos, alguien que controle la muchedumbre.

Los dos hombres desaparecieron corriendo.

Un hombre alto, delgado, con una chaqueta de tweed y pantalones de dril, se adelantó:

—Soy oficial de Marina. Dígame qué puedo hacer.

—El centro del vestíbulo tiene que estar desocupado. Utilice personal del hotel para formar un cordón. Deje un camino abierto hasta la entrada principal. Plieguen las puertas de entrada giratoria —respondió Peter, agradecido.

—¡Bien!

El hombre alto se volvió y comenzó a dar órdenes. Sintiendo la autoridad del jefe, los otros obedecieron. Pronto una línea de mozos, cocineros, empleados, botones, músicos y algunos huéspedes reclutados, se extendía desde el vestíbulo hasta la puerta de St. Charles Avenue.

Aloysius Royce se había unido al subgerente y al botones tratando de forzar las puertas del ascensor. Se volvió, llamando a Peter.

—No lo lograremos sin herramientas. Tenemos que entrar por otra parte.

Un operario en traje de mecánico entró corriendo en el vestíbulo. Se dirigió a Peter:

—Necesitamos ayuda en el fondo del hueco. Hay una persona atrapada debajo de la cabina. No podemos sacarla, ni llegar hasta los otros.

—Vayamos allá —Peter se fue por las escaleras de servicio hacia abajo, Aloysius Royce detrás.

Un túnel de ladrillo gris, poco alumbrado, llevaba al pozo del ascensor. Aquí se volvieron a oír los gritos que habían escuchado arriba, pero ahora más próximos y aterradores. La despedazada cabina del ascensor estaba directamente enfrente, pero el camino hasta ella, cerrado por el metal retorcido de la misma cabina y de las instalaciones que había saltado al producirse el impacto. Cerca del frente los operarios de mantenimiento luchaban con barras y palancas. Otros estaban detrás sin poder prestar ayuda. Llantos, gritos confusos, el ruido de la maquinaria próxima, se combinaba con un constante quejido desde el interior.

—¡Traigan más luces! —gritó Peter a los hombres desocupados. Algunos corrieron, desapareciendo por el túnel.

—Suba y traiga aquí a los bomberos —indicó al hombre con traje de mecánico que había acudido desde el vestíbulo.

Aloysius Royce, de rodillas al lado de los escombros, gritó:

—¡Y manden en seguida un médico!

—Sí —confirmó Peter—. Envíen a alguien para indicarle el camino. Que se haga una llamada. Hay varios médicos en el hotel.

El hombre asintió y se volvió corriendo por donde había venido.

Estaba llegando más gente al corredor, y comenzaban a bloquearlo. El mecánico jefe, Doc Vickery, a codazos, se abrió camino.

—¡Dios mío! —El jefe quedó mirando la escena que tenía delante—. ¡Dios mío…! ¡Se lo advertí! Les avisé que si no gastaban dinero, algo así podía… —Tomó del brazo a Peter—. Usted me oyó, muchacho. Me lo ha oído decir muchas veces…

—Más tarde, jefe. —Peter liberó su brazo—. ¿Qué puede hacer para sacar esa gente?

El jefe movió la cabeza con desesperación.

—Necesitamos un equipo pesado, gatos, herramientas cortantes.

Era evidente que el jefe no estaba en condiciones de hacerse responsable. Peter le indicó:

—Revise los otros ascensores. Detenga el servicio si es necesario. No corra el riesgo de que esto se repita. —El más viejo asintió con pesadumbre. Se inclinó, y quebrantado, se marchó.

Peter tomó del hombro a un mecánico, de pelo gris, de la sección papelería, a quien reconoció:

—Su tarea es mantener esta zona libre. Todo el que no esté directamente ocupado en el salvamento tiene que marcharse en seguida.

El mecánico asintió. Cuando comenzó a ordenar que despejaran, el túnel quedó libre.

Peter volvió al pozo del ascensor. Aloysius Royce, de rodillas y gateando, se había metido debajo de parte de los escombros y sostenía por los hombros al hombre del mantenimiento herido que continuaba gritando. A la débil luz era evidente que tenía las piernas y la parte inferior del abdomen apretado por una masa de escombros.

—Billyboi —le decía Royce—. Vas a estar bien. Te lo prometo. Te sacaremos de aquí.

La respuesta fue otro alarido torturado.

Peter tomó una de las manos del herido:

—Tiene razón. Ahora estamos aquí. Viene ayuda.

Distante, allá arriba, podía oír el gemido de las sirenas.

Ir a la siguiente página

Report Page