Hotel

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Miércoles » 2

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Herbie Chandler llegó temprano al hotel, pero no para beneficio del «St. Gregory», sino para el suyo propio.

Entre los fraudes sistematizados del jefe de botones había uno al que se le llamaba, en los muchos hoteles en que se practicaba, «mezcla de fondos de licor».

Los huéspedes del hotel que recibían visitas en sus habitaciones, o aun los que bebían solos, con frecuencia dejaban unos centímetros de licor en las botellas, en el momento de marcharse. Cuando hacían las maletas, la mayor parte se abstenía de incluir los fondos de licor, ya fuese por temor a que se derramaran o para no pagar exceso de equipaje aéreo. Pero la psicología humana los llevaba a no tirar un buen licor y por lo general lo dejaban, intacto, sobre la mesita de noche de las habitaciones desocupadas.

Si un botones observaba tales residuos cuando lo llamaban para llevar las maletas de los huéspedes que partían, era común que volviera a los pocos minutos para recogerlos. Cuando los huéspedes cargaban con sus propias maletas, como muchos prefieren hacerlo en nuestros días, la camarera del piso casi siempre lo notificaba al botones, quien compartiría con ella el beneficio.

Los restos de licor se abrían paso hacia el rincón de almacenamiento en un subsuelo, dominio privado de Herbie Chandler. Estaba protegido como tal por la intervención del encargado de la despensa, quien a su vez, recibía ayuda de Chandler para ciertas raterías propias.

Se llevaban las botellas allí; por lo general, en las bolsas de la lavandería, que los botones podían manipular dentro del hotel, sin provocar comentarios.

En el transcurso de uno o dos días, la cantidad recolectada era sorprendentemente grande.

Cada dos o tres días (con más frecuencia, si el hotel estaba atareado con los congresos) el jefe de botones consolidaba su provisión, como estaba haciendo ahora.

Herbie juntó las botellas que contenían gin, en un grupo. Eligiendo dos de las marcas más caras, y empleando un pequeño embudo, vació las otras marcas en ellas. Terminó con la primera botella llena y la segunda hasta sus tres cuartas partes. Tapó las dos botellas, poniendo la segunda a un lado para llenarla con la próxima remesa. Repitió el proceso con el Bourbon, Scotch y whisky de centeno. En total, se llenaron siete botellas con restos de otras. Luego de vacilar un momento, vació algunos restos de vodka en las botellas de gin.

Ese mismo día, algo más tarde, las siete botellas se entregarían a un bar que quedaba a pocas manzanas del «St. Gregory». El dueño del establecimiento, con pocos escrúpulos respecto a la calidad, servía el licor a los clientes, pagando a Herbie la mitad del precio de la bebida comprada en forma regular. Periódicamente, para los involucrados dentro del hotel, Herbie declaraba el dividendo, que en general era lo más pequeño que se atrevía a formular.

Últimamente, la «mezcla de fondos de licor» había sido buena, y la acumulación del día de hoy habría complacido a Herbie, si no hubiera estado preocupado con otras cosas. La noche anterior, un poco tarde, hubo una llamada telefónica de Stanley Dixon. El joven había relatado su propia versión de la conversación sostenida con Peter McDermott. También había informado de la citación que les había formulado a él y a sus compinches, para que concurrieran a la oficina de McDermott a las cuatro de la tarde del día siguiente que era hoy. Lo que Dixon quería saber era: ¿Hasta dónde estaba enterado McDermott?

Herbie no pudo dar respuesta, excepto advertir a Dixon que fuera discreto y no admitiera nada. Pero desde entonces no había hecho otra cosa que pensar en qué habría pasado en las habitaciones 1126-7, dos noches antes, y hasta dónde estaría informado (en cuanto concernía a la parte desempeñada por el jefe de botones) el subgerente general.

Faltaban nueve horas para las cuatro. Herbie pensaba que pasarían muy despacio.

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