Hotel

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Jueves » 9

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Incrédulo y colérico, Curtis O’Keefe encaraba a Warren Trent.

—¡Tiene el descaro de quedarse ahí diciéndome que ha vendido el hotel a otro!

Estaban en la sala de la suite de O’Keefe. Inmediatamente después que Emile Dumaire se hubo marchado, Christine Francis había telefoneado para concertar la entrevista que ahora se realizaba. Dodo, con expresión de incredulidad, permanecía detrás de O’Keefe.

—Usted puede llamarlo descaro —replicó Warren Trent—. En cuanto a mí concierne lo llamo información. También puede estar interesado en saber que no he vendido del todo, sino que he retenido un interés sustancial en el hotel.

—¡Entonces, lo perderá! —El rostro de O’Keefe enrojeció de cólera. Desde hacía muchos años nada que hubiera querido comprar se le había escapado. Aun ahora, obsesionado con la amargura y la frustración, no podía creer que el rechazo fuera de verdad.

—¡Por Dios! Le juro que lo destrozaré.

Dodo avanzó. Su mano tocó la manga de O’Keefe.

—¡Curtie!

—¡Cállate! —exclamó, liberando su brazo. Una vena pulsaba visiblemente en sus sienes. Tenía las manos apretadas.

—Estás excitado, Curtie. No deberías…

—¡Al diablo contigo! ¡No intervengas en esto!

Los ojos de Dodo se dirigieron implorantes a Warren Trent. Tuvieron la virtud de aplacar la cólera de Trent, que estaba para estallar.

—Haga lo que quiera. Pero permítame recordarle que no tiene el derecho divino de comprar. Además, vino aquí por cuenta suya, sin que yo lo invitara.

—¡Este día le pesará! Usted y los otros, sean quienes sean. ¡Yo construiré otro! Arruinaré este hotel, hasta sacarlo de la competencia. Todos mis planes estarán dirigidos a aplastar este hotel, y a usted con él.

—Si alguno de nosotros vive el tiempo suficiente… —Habiéndose dominado, Warren Trent sentía que aumentaba su propio control a medida que disminuía el de O’Keefe—. Por supuesto que no lo veremos, porque lo que usted piensa hacer requiere tiempo. Además, puede ser que la nueva gente tenga tanto o más dinero que usted. —Era una advertencia al azar, pero esperaba que diera buen resultado.

—¡Márchese! —espetó O’Keefe furioso.

—Todavía está en mi casa. Mientras sea mi huésped, tiene ciertos privilegios en sus propias habitaciones. Pero le sugiero que no abuse usted demasiado de ellos.

Con una ligera y cortés inclinación ante Dodo, Warren Trent se marchó.

—Curtie —murmuró Dodo.

O'Keefe pareció no oírla. Todavía estaba respirando con dificultad.

—Curtie, ¿estás bien?

—¿Tienes que hacer preguntas estúpidas? ¡Por supuesto que estoy bien! —gritó, caminando de un lado a otro de la habitación.

—No es más que un hotel, Curtie. Tienes tantos…

—¡Quiero éste!

—Ese viejo… es el único que tiene…

—Oh, sí. Por supuesto que tenías que verlo de esa manera. ¡Deslealmente! ¡Estúpidamente!

Gritaba en forma histérica. Dodo estaba asustada; nunca lo había visto tan incontrolado.

—¡Por favor, Curtie!

—¡Estoy rodeado de tontos! ¡Tontos, tontos, tontos! ¡Tú eres una tonta! Por eso me deshago de ti. Te reemplazo por otra.

Lamentó sus palabras en el instante en que salieron de su boca. Su impacto, aun sobre sí mismo, fue como el de un golpe, aplacando su cólera como se extingue una llama. Hubo un momento de silencio antes de que él murmurara:

—Lo lamento…, no debí decir eso.

Los ojos de Dodo estaban húmedos. Se tocó el pelo, abstraída, con el gesto que momentos antes viera O’Keefe.

—Lo sabía. No necesitabas decírmelo.

Se dirigió a la suite contigua y cerró la puerta tras de sí.

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