Hotel

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Jueves » 13

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El persistente zumbar de un mosquito que de alguna forma había entrado al interior del «Jaguar», despertó a Ogilvie durante la tarde. Despertó con dificultad, y al principio no pudo recordar dónde estaba. Luego, la secuencia de los acontecimientos volvió a su memoria; la partida del hotel, el viaje durante la oscuridad del amanecer, la alarma infundada, su decisión de esperar a que pasara el día antes de reiniciar el viaje hacia el Norte; y, por fin, la huella, el pasto con los grupos de árboles al fondo, donde había ocultado el coche.

El escondite, en apariencia, había sido bien elegido. Una mirada al reloj le indicó que había dormido, sin interrupción, casi ocho horas.

Al recobrar la conciencia, también sintió una intensa molestia. En el coche, que no era mullido, su cuerpo sometido al confinamiento del estrecho asiento posterior, estaba envarado y dolorido. Tenía la boca seca y con mal gusto. Tenía hambre y sed.

Con un gruñido de dolor, Ogilvie enderezó su pesado cuerpo, y abrió la portezuela. En seguida se vio rodeado por una docena de mosquitos. Los espantó y miró alrededor, tomándose tiempo para orientarse, comparando lo que ahora veía con sus impresiones de la mañana. En aquel momento apenas había luz y estaba fresco; ahora el sol brillaba alto, y aun a la sombra de los árboles, el calor era intenso. Llegándose hasta el borde del bosquecillo, podía ver el distante camino principal con reverberaciones de calor. Por la mañana, temprano, no había mucho tránsito. Ahora, los automóviles y camiones marchaban con rapidez en ambas direcciones. El ruido de los motores a distancia, apenas era audible.

Más cerca, aparte del constante zumbar de insectos, no había señales de actividad. Entre Ogilvie y el camino principal sólo existían adormecidos campos, el sendero tranquilo y el aislado bosquecillo. Bajo este último, el «Jaguar» permanecía oculto.

Ogilvie se tranquilizó, luego abrió un paquete que había guardado en el portaequipajes del coche antes de salir del hotel. Contenía un termo con café, varias latas de cerveza, sandwiches, embutido, un tarro de pepinillos y una tarta de manzana. Comió con voracidad, rociando la comida con copiosos tragos de cerveza, y luego café. Éste se había enfriado desde la noche anterior, pero estaba fuerte y satisfacía.

Mientras comía escuchó la radio del coche, esperando las noticias de Nueva Orleáns. Cuando éstas llegaron, no hubo más que una breve referencia a la investigación sobre el trágico accidente, sin que se hubiera producido ninguna novedad al respecto.

Luego, decidió explorar. A unos centenares de metros, en la cresta de una loma, había un segundo grupo de árboles, algo más grande que el primero. Cruzó un campo abierto hacia él, y del otro lado de los árboles encontró una orilla musgosa y una corriente de agua lenta y barrosa. Arrodillándose se hizo una somera toilette y se sintió refrescado. El pasto era más verde y acogedor que donde ocultara el coche y se tendió satisfecho, utilizando su chaqueta como almohada.

Cuando estuvo cómodamente instalado, Ogilvie pasó revista a los sucesos de la noche y la perspectiva que tenía por delante. La reflexión confirmó sus conclusiones previas de que el encuentro con Peter McDermott al salir del garaje del hotel, había sido accidental y podía desecharse. Era previsible que la reacción de McDermott al enterarse de la ausencia del jefe de detectives, fuera explosiva. Pero en sí misma, no revelaría el destino de Ogilvie ni la razón de su partida.

Por supuesto que era posible que cualquier otra causa hubiera provocado alguna alarma desde anoche, y que ahora mismo Ogilvie y el «Jaguar» fueran objeto de una activa búsqueda. Pero según la información radiada, parecía poco probable.

En conjunto, la perspectiva parecía brillante, en especial cuando pensaba en el dinero ya guardado, y en el que tenía que recoger en Chicago, mañana.

Ahora sólo tenía que esperar que oscureciera.

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