Hotel

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Martes » 2

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En el silencio, un ligero y suave movimiento, como un crujido de sedas, parecía llegar desde la puerta que estaba detrás de él.

Volvió la cabeza, pero era una burla de la memoria. La habitación estaba vacía, y una humedad poco común nubló sus ojos.

Se incorporó con dificultad del profundo sillón, clavada la ciática como un cuchillo. Se dirigió a la ventana, mirando los tejados del French Quarter —el

Vieux Carré, como la gente lo llamaba ahora, volviendo al antiguo nombre—, hacia Jackson Square y las agujas de la catedral, destellando al sol que las acariciaba. Más allá estaba el arremolinado y fangoso Mississippi, y en medio de la corriente una línea de barcos anclados esperando su turno para entrar en los ajetreados muelles. Era el signo de los tiempos, pensó. Desde el siglo XVIII Nueva Orleáns había oscilado como un péndulo entre la riqueza y la pobreza. Barcos de vapor, ferrocarriles, algodón, esclavitud, emancipación, canales, guerras, turistas… todo, a intervalos, había alcanzado cuotas de riqueza y de desastre. Ahora el péndulo había traído prosperidad, aunque, al parecer, no para el «St. Gregory Hotel».

Pero ¿acaso tenía importancia… al menos para él? ¿Merecía el hotel que se luchara por él? ¿Por qué no abandonarlo, vender, como pudiera, esta semana, y dejar que el tiempo y los cambios los tragaran a los dos? Curtis O’Keefe haría una proposición justa, La cadena de O’Keefe tenía buena reputación, y Trent mismo podría salir bien librado de todo esto. Después de pagar la hipoteca principal, y tomando en cuenta a los accionistas menores, le quedaría bastante dinero con que vivir, al nivel que quisiera, para el resto de su vida.

¡Rendirse! Tal vez fuera ésa la respuesta. Rendirse a los tiempos cambiantes. Después de todo, ¿qué era un hotel, sino ladrillos y cemento? Había tratado de que fuera algo más que eso, pero al fin había fracasado. ¡Dejémoslo ir!

Y sin embargo… si lo hacía, ¿qué otra cosa le quedaba?

Nada. Para él mismo, no quedaría nada, ni siquiera los fantasmas que andaban por este piso. Esperó, pensativo, sus ojos abarcando la ciudad extendida ante él. La ciudad también había sufrido cambios: había sido francesa, española y americana; sin embargo, en cierta forma, había sobrevivido como ella misma… única e individual en una era de conformismo.

—¡No! No vendería. Todavía no. Mientras hubiera una esperanza, se sostendría. Aún tenía cuatro días para conseguir el dinero de la hipoteca, y además de eso, las pérdidas actuales eran una cosa temporal. Pronto cambiaría la marea, y dejaría al «St. Gregory» solvente y esplendoroso.

Poniendo en práctica su resolución, caminó con dificultad cruzando la habitación hasta la otra ventana. Sus ojos alcanzaron a ver un aeroplano volando alto desde el Norte. Era un

jet, perdiendo altura y preparándose a aterrizar en el aeropuerto de Moisant. Se preguntó si Curtis O’Keefe estaría a bordo.

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