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La vida de Frank

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¡Eh, Frank! ¿Y si estuviéramos equivocados? Tal vez, la crisis económica está provocada por motivos que ni políticos, ni economistas, ni grandes fortunas logran atisbar. No tenía respuesta y se me ocurrió decir ¿Gaia? Y ya estaba Pisador elucubrando como ningún negro elucubraba.

Ralentizarlo todo, que el primer mundo frene todas las economías, que se frene el calentamiento global y la contaminación por esa causa. Concatenarla con otras que producirán efectos de frenazo poblacional. Sí, la Tierra quiere liberarse de la presión que ejercemos sobre ella. A menor consumo de carne, menos gas invernadero, mejoraría la capa de ozono. Y voy en lo cierto, hermano, decía el negro; fíjate los nórdicos, tienen miedo, esperan una oleada global, la llevan esperando mucho tiempo. Los del sur abarrotando sus tierras sin nieve y sin hielo, que por estos pagos no soportaremos el calor y la subida de las aguas. Que se preparen los canadienses, los noruegos, los daneses, los finlandeses, los suecos, incluso los rusos. Por eso hermano, que no acabe nunca la crisis.

Pisador, viejo negro ¡tan ocurrente!, y yo un puto extraterrestre al que no se le ocurrían esas malditas cuestiones. Ahora, resultaba que la crisis y recesión profunda del primer mundo es necesaria para salvar al planeta, un efecto automático de la oferta y la demanda cósmica de envenenamiento ambiental ¡Jodida economía!

Siempre he querido conocer lo que me diferencia de los demás, pero no hay manera. La conciencia, me decía que tenía hermanos por ahí, pero que no sabían que eran mis hermanos, ni en qué se diferenciaban del resto, y tampoco sabían cuál era su misión, si es que tenían alguna misión; y si no tenían ninguna, para qué coños eran extraterrestres.

Eres especial Frank, distinto, decía siempre Paula. Te creo porque eres tú quien me lo dices, le decía; pero sigo teniendo dudas a pesar de que ciertas cosas parezcan ahora tener explicación. Eres de moral dudosa Frank, pero sin ti no puedo vivir, no tengas en cuenta nada de lo que digo. Paula, estaba cansada de mis rarezas, acaso rarezas de un loco y no de un extraterrestre.

Hoy me noto en exceso cansado, espero terminar pronto esta autobiografía, pero temo que pueda quedarme dormido cualquier día… para siempre.

Aquella madrugada en el parking de la macro en Benidorm, fui consciente de que era distinto, cada vez que estaba borracho apretaba mi ombligo y vomitaba sin parar, lo echaba todo, hasta la última gota. Al instante, la ebriedad desaparecía, también la resaca. Ese fue el primer indicio para saber que era un extraterrestre. Luego vendrían más indicios.

Cuando quería ser humano, me dejaba dentro el alcohol y sentía la resaca, bendita resaca.

* * *

El entierro de Primo fue espectacular, no lo digo por la puesta en escena, fue porque acudió mucha gente de no sé qué departamento oficial. Ese chico estaba metido en algo gordo, no sabía bien ni en qué ni el porqué, resulta que me entero cuando murió que tenía un hermano superdotado, que colaboraba en alguna tarea importante, decisiva para el desarrollo de nuestra sociedad, y yo sin saberlo.

Acudieron hombres muy bien vestidos, que arropaban a mamá con atenciones constantes, o eso me parecía, pero ella ya estaba para pocas y casi no se enteró de nada. Aquellos hombres levantaron el féretro y lo metieron con solemnidad en un vehículo muy bonito y pesado. A partir de esa escena ya no recuerdo nada más del funeral de mi hermano Primo, si hubo incineración o enterramiento, o qué hubo. Martita acababa de llegar a mi vida y me repetía que éramos una familia muy extraña, pero que eso le gustaba, que tenía su aquel. Ahora me acuerdo, cuando se llevaron a Primo dentro de una caja transparente, subí con Martita a la azotea de la casa de mamá a hacer el amor, estuvimos allí tumbados hasta el amanecer, follábamos y mirábamos las estrellas hasta que el hambre rompió la cadena de orgasmos, también la rompió una paloma que se posó junto a nosotros. Tengo una ligera idea de lo que era aquello, estaba anotado con tiza en una gran pizarra en mi cerebro, pero ya el polvo blanco se ha caído del encerado y no logro saber qué es un orgasmo, tengo que preguntarle a alguien. A Martita le colgaban las tetas hasta el ombligo y los pezones eran como peonzas dispuestas a girar y girar, lo recuerdo bien. Luego llovió como nunca había llovido, las aguas caían como hebras de cabello de ángel, tiras pesadas y almibaradas, dulces después de tanto bochorno, aquel año sufrimos un calor hijo puta.

Después de aquello, mi madre tardó en despertar tres días, la suma de alcohol y barbitúricos hacían milagros en el orondo cuerpo de mamá, era mejor así.

* * *

Frank pegaba a Primo. Durante varias noches traté de no dejarle dormir, le restregaba la mente con sobrecarga de remordimientos, le decía que reflexionara que debía de cambiar su actitud frente al chico, pero fue inútil. Solamente, cuando se cansó de pegarle, un día por sorpresa, cambió su comportamiento ante su pequeño hermano de edad, que no de tamaño; y decidió insultarle, se dirigía a él con groseras palabras. Primo era un jovencito, pero el tamaño de su cuerpo era mayor que el de su hermano y eso a Frank le fastidiaba un huevo. Esta es la razón última de no servir como conciencia positiva en su comportamiento hacia Primo.

* * *

A mi jefe, Pedromari, el gran pelao, le jodían muchas cosas de mí pero, lo que no soportaba era que al hablar de cine yo hubiera visto todas las películas que él referenciaba. Si no vas nunca al cine, Frank, tampoco ves cine en casa, entonces me mientes, eres un mentiroso Frank. El gran pelao tenía parte de razón, no recuerdo cuando visualicé las películas o dónde visualicé las películas, era como si ya las conociera de toda la vida, como si Murnau o Kubrick fueran parte de mí. Extraño, muy extraño. A Paula no le gustaba el cine y con Martita tenía otros intereses, aunque a veces le dijera ¿quieres que te la cuente?

Mi cinefilia fue la excusa perfecta para entablar conversación con Edward, no se explicaba cómo podía recordar con tanta precisión todas las películas en las que intervino, y eso le encandiló hacia mí. Edward G. Robinson, era un fantasma muy pausado y amable, más que el hiperactivo de Hemingway. Me crucé con él en el bar del hotel Paramount en la calle cuarenta y seis; salí a buscar unas rosquillas fritas de esas que le gustaban tanto a Otto y acabé tomando un Manhattan cerca de Times Square como un vulgar turista. Pero ahí estaba Edward para sacarme de la monotonía Ottoniana. Es lo que tiene Nueva York, puedes encontrarte con cualquiera.

Edward G. Robinson, tenía una forma de matar distinta, apenas enseñaba el revólver, sin ostentación, sin elevar el brazo, sin cabecear la mano; era una manera obscena, la manera de matar con desprecio, como sin interés. Y además, con ese cuerpecito y la gran cabeza de niño, con la sonrisa en los ojos vidriosos por el humo del habano, le hacían más tétrico. Por eso, cuando le refería estos detalles se ponía contento. Edward, desde hacía varios años, estaba de fantasma en casa de la amante de un tal Donald que siempre estaba trompa, o algo así creí entender, decía de ella que era una gran cinéfila pero con peor memoria que yo, y que a mí me veía con más claridad, como si mi cuerpo fuera de otra naturaleza. Le dije entonces que era un extraterrestre y me aseveró que algo había notado y que ser especial no era malo, pero tampoco pudo aclararme gran cosa sobre los extraterrestres.

Durante mi estancia en casa de Otto, nos vimos en varias ocasiones. Cuando quería charlar con él solo tenía que acercarme a la calle cuarenta y seis y allí estaba el bueno de Edward. Decía que el conejito de Donald vivía al lado del bar del hotel y cuando se iba de compras, como la claridad de la calle le venía mal, casi todo el tiempo de asueto lo pasaba en el Paramount luciendo ese gesto que tienen los hombres con el colon espástico, aunque vino a decir que el rictus lo trajo consigo desde Rumanía. Debo reconocer que siempre me pareció algo vampírico y tirando a muñeco robótico.

Edward se suicidó, igual que Hemingway, pero lo hizo en su medio, en el cine, en ese mundo paralelo que era su verdadero hogar. Corroboró la idea nebulosa que me transmitió el de Illinois cuando me dejó entrever que para ser un verdadero fantasma había que suicidarse. El bueno de Edward lo hizo en su última película, unos días antes de morir en lo que llamamos realidad. En Soylent Green, el film de ciencia ficción de Richard Fleischer, se viste de judío, su verdadera naturaleza, y rememora el pasado, se inmola para que descubran que se convertirá en compost. El error de la cinta es que no logra convencer ni deja claro que, en realidad, todos somos fertilizante y eso les angustia; pobrecitos.

Una vez que supe que lo mismo valía el suicidio en cualquier ámbito, observé que la muerte de Edward G. Robinson fue un punto de inflexión cósmica, igual que la de Hemingway. La desaparición del de Illinois era como la desaparición del patrón oro, como la aniquilación de la bella vida de los ricos, como el resurgir de las minorías, como el espejismo demócrata que atisbó el mundo en los sesenta. Pero tuvo que morir Robinson para que llegara la crisis del petróleo, se esfumara el mayo del sesenta y ocho y entráramos de lleno en la era digital.

* * *

¿Existe Dios? Dijo Paula golpeando el silencio de una siesta. Ante la falta de respuesta me volvió a preguntar ¿Qué es Dios? Quedé mudo ante aquella pregunta no programada ¿Quién es Dios? No tuve más remedio que contestar a la última cuestión, la que estaba impresa en mi mente, para la que sí tenía una respuesta. Es el que precede en la fabricación ¿Replicarse? Si existiera Dios se replicaría en sí mismo. ¿A su imagen y semejanza? Es evidente que todos y ninguno somos dioses. Todos tenemos capacidad para crear algo.

Las tetas de Paula eran infinitamente más pequeñas que las de Martita, aunque no recuerdo que forma tenían. Sin embargo, lo que acude a mi cabeza de manera recurrente es el pasaje de cuando me rescataron de aquel sembrado arcilloso. Tenía las rodillas clavadas en la tierra y mi cuerpo inclinado hacia ella, el motor humeaba, el frío de la estepa castellana daba vida a los alientos que corrían hacia nosotros. Luego, anduve el espacio que separaba mi vehículo accidentado de la carretera, mis pies se clavaban en el terruño, andaba con dificultad al cargarme cada vez más de barro. Aquel hombretón me llevaba del brazo y con cara de sorpresa dijo que para mi corta estatura debía de ser muy pesado ¡¿Quién fue mi padre, Paula?! Dos gastadas fotografías alimentaron mis pensamientos durante años, pero a estas alturas de mi existencia no me sirven ¡no me sirven! En la que estaba de soldado, el rostro mantecoso y cetrino de anchos mofletes siempre me provocó angustia. Y la de boda, con mamá… boda de luto y triste, en algún escondido estudio de fotógrafo pueblerino en Extremadura. Tendría que haber aprendido a manejar la cuchillería por enseñanza de mi padre, pero tuvo que ser el empleado fiel, el legítimo carnicero el que me adoctrinó en el eficaz arte de los aceros. Desmembrar, desollar, rebanar, trocear, limpiar, desternillar, afinar, rodajar… afilar, afilar, afilar… ¡Basta! Para un extraterrestre como yo, los cuerpos carnosos no tienen secretos, son las mentes las que son inaccesibles. No recuerdo el nombre del empleado de toda la vida, mi maestro por delegación de mi padre… A veces pienso si eres tú mi padre, Paula… Paula…

* * *

No sé cuantos días podrá durar. Frank, cada vez está más cansado y lento. Si hubiera comenzado antes a escribir su vida podría haber llenado muchos cuadernos, hubiera tenido fuerzas suficientes para recordar más asuntos importantes, pero tal vez sea mejor así. Hoy, le visitaron varias personas con un atuendo diferente, no creo que sean empleados del hotel. Después de examinarle con detenimiento y parsimonia le hicieron un test, preguntas raras… se marcharon cuchicheando. Frank se apaga como una estrella vieja y sucia, se va despacio y yo con él al color que decida.

* * *

Apenas tengo fuerzas para empujar la puerta que abre el almacén de mi memoria ¿quién soy? ¿qué hago aquí? Una cama sin ropas, es una camilla blanca y estrecha con correas que cuelgan de los lados, en otro tiempo pensé que era la cama de un hotel, pero estaba equivocado. Una luz en el techo, mesa y silla desde donde miro los objetos que hay dentro de una pequeña bandeja. Parecen herramientas de relojero, algún frasco con líquidos de colores. No hay ventanas, busco con insistencia la luz del Sol, pero sigo sin encontrar la ventana por más que recorro con mi vista las paredes. Una puerta cerrada. No hay más. No recuerdo lo que hay detrás de los muros que me aprisionan. Ahora, miro mis piernas y mis brazos… con dificultad, es la única expresión de mi existencia. La vista me falla, como si mis ojos sufrieran chispazos y me quedara en negro por momentos. Si alguien me recargara de energía podría tener otra vida… otra nueva vida.

 

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