Hope

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Primer acto » Capítulo 18. Perseguir la realidad

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CAPÍTULO 18
Perseguir la realidad

Hope solía contarme que el cielo estaba lleno de pequeños faros y que cuando te perdías solo tenías que alzar la vista para encontrar el camino.

Mirábamos mucho el firmamento; subíamos a la azotea de la casa y allí nos quedábamos toda la noche, intentando encontrar el camino. Siempre creí que dentro de esos faros estaban los sueños de Hope y que algún día lograría alcanzarlos. Que quizá un día se despertaría flotando en medio de la habitación y podría llegar a uno de ellos. Incluso podría ocurrir que tuviera razón y que ahí, entre millones de faros, encontrase lo que buscaba.

Sin embargo, dudo que en el caso de haberlo encontrado Hope hubiese sido más feliz de lo que ya era. Sonreía incluso cuando quería llorar, como la niña de su historia. Sonreía mientras sus padres, con el paso del tiempo, se iban desdibujando de nuestras vidas hasta que solo quedaron las huellas de su presencia. «Se están volviendo invisibles», me llegó a decir Hope, «seguro que ha sido cosa de una bruja malvada. ¡Al rescate, Wave!».

Sonreía cuando salíamos subidos en la escoba voladora —también llamada bicicleta— y los esbirros de aquella tenebrosa bruja —también llamados niños— nos tiraban piedras para detener nuestro viaje, pues se habían dado cuenta de que los insultos no servían de nada.

Y seguía sonriendo cuando íbamos a comprar palabras a Serendipity y algunos se cambiaban de acera para alejarse de nuestro camino.

«La bruja les ha hechizado a todos, Wave, hay que encontrarla».

Ella la llamaba bruja, yo siempre creí que su verdadero nombre era otro.

Con el paso del tiempo acabamos viviendo en un eterno cuento. Hope se pasaba el día persiguiendo sueños, quimeras, deseos que nunca se cumplían. Y era feliz. Pero después sucedió lo inevitable: creció y encontró a la otra niña de la historia. Y aunque siguió persiguiendo sueños, por las noches, cuando nos acostábamos en la azotea en verano o dentro de aquel armario en invierno, la oía sollozar. Incluso cuando lloraba se le escapaban algunas risas al mirarme.

La primera vez que lloró durante la noche solo tenía once años. Habíamos estado en la playa desde el amanecer, yo recostado en una toalla y ella chapoteando en el agua. Era una escena bonita.

Fue entonces cuando llegó una familia que no conocíamos; de haber sido de Folktale no habrían ocupado ese sitio. La extensión de playa más cercana a la casa estaba siempre desierta, pues la gente de Folktale solía creer que la maldición de la familia Black se extendía hasta el mar.

Se instalaron tan solo a unos metros de mí. La madre le ponía crema a un bebé rechoncho sobre una toalla, mientras el padre y otro niño más mayor intentaban hacer volar una cometa. El padre acabó en el suelo y todos rieron. Contemplé a Hope detenida en la orilla y me fijé en cómo miraba la escena: la cometa que empezaba a volar, al niño que daba pequeños saltitos de felicidad por su proeza, al padre que se levantaba e iba hasta él, alzándolo para conseguir que volara junto a su cometa, y a la madre que aplaudía un momento después. Hope se quedó quieta durante tanto tiempo que pensé que no volvería a moverse jamás. Pero regresó a mi lado.

Permanecimos toda la mañana observando a la familia y cuando se marcharon continuamos mirando hacia el mar, solos ella y yo.

No fue hasta por la noche, al subir a la azotea, cuando Hope empezó a llorar.

—Vaya, Wave, debería ponerte un bañador —me dijo llena de lágrimas y con una media sonrisa al percatarse de que me había empapado.

—Puedes mojarme cuanto quieras, Hope.

Desde ese día todas las noches lloraba y yo no hacía más que acordarme de sus historias. Hope se había pasado toda su vida persiguiendo sueños y hasta ese momento creí que estaba bien, que era lo que debía hacer. Pero entonces me di cuenta de que mi amiga necesitaba perseguir la realidad. La realidad queda infravalorada por los sueños, como si apenas importase. Pero la realidad importa.

Importaba porque cuando Hope se despertaba, se pasaba unos minutos tratando de averiguar si lo que había ocurrido había sido real o un sueño. Importaba porque aun alimentándose de mentiras siempre le preguntaba a Joseph si las historias que leía en los libros habían sucedido en la realidad.

Lo real importa incluso cuando persigues sueños.

A mí me hubiera gustado decirle en aquel entonces que persiguiera la realidad, que no la aceptase, que la desafiase, que creyera en ella y que, sobre todo, la viviera. Cuando te pasas demasiado tiempo soñando, corres el riesgo de despertar. Pero cuando te enfrentas a lo real, el único riesgo es vivir. Y yo, por encima de todo, quería que Hope viviese.

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