Hope

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Tercer acto » Capítulo 75. El sonido de la esperanza

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CAPÍTULO 75
El sonido de la esperanza

Todavía había noches, cuando el cielo se mostraba tachonado de estrellas, en las que Hope se asomaba a la ventana para pedir un deseo. Es lo que tienen los deseos, que aunque ya no te hagan falta tienes la suerte de que nunca se gastan.

La noche antes de la gran actuación la luna sonreía, hermosa, y Hope le devolvía la sonrisa. Curiosamente, las farolas no emitían luz alguna y desde mi posición, recostado en un cojín, podía ver cómo la luna derramaba su pálida estela contra la ventana. En momentos como ese pensaba que Hope estaba muy lejos de mí, que volaba alto, quizá hacia un planeta diminuto al que solo ella tenía acceso. Se pasaba horas contemplando el cielo, lejos de la civilización, y a mí me hubiera gustado poder inventarme alguna historia al respecto. Una pena que las historias no se me dieran bien.

En las calles, una ráfaga de viento levantó las hojas caídas, los papeles olvidados e incluso los sueños que Hope ya no me decía en voz alta, trayendo consigo al Chico Azul hasta Serendipity.

De tan absorta que estaba no escuchó el único silbido, tímido, que se coló en la habitación. Tampoco oyó cómo se abría la puerta del teatro ni las voces susurrantes que se acercaban a la habitación. No se percató de nada hasta que unos golpes en la puerta irrumpieron en sus pensamientos y el Chico Azul asomó la cabeza.

—¿Puedo pasar?

—Claro. —Apoyada en la ventana, Hope contempló ensimismada cómo el Chico Azul entraba y cerraba la puerta—. ¿Qué haces aquí?

—Estaba abajo mirándote, pero parecías muy concentrada y no me hiciste caso cuando silbé. En realidad pensaba subir por la ventana, pero Joseph me pilló desprevenido y me dio permiso para subir. —Se detuvo frente a ella—. Hacía tiempo que no te veía.

—Nos vemos todos los días.

—¿Ah, sí? —El Chico Azul la cogió por la cintura y se colocó detrás de ella, rodeándola con los brazos para poder seguir observando el cielo—. Pues a mí me parece que fue hace una eternidad —le dijo contra su pelo. A Hope se le escapó una sonrisa—. ¿Recuerdas cuándo fue la última vez que hice esto? —preguntó a la vez que acercaba la cara a su cuello y lo rozaba con los labios.

—Nunca —contestó ella con timidez.

—Eso es.

Hope se relajó en sus brazos, apoyando parte de su peso sobre él.

—¿No estás nervioso? Es increíble, pero hemos estado tan ocupados estos días que no he tenido tiempo de pensar en ello. Y ahora me tiemblan las piernas.

—Pues no lo parece. —Desde atrás, el Chico Azul le empujó una de las piernas con la rodilla.

—No seas idiota, ya sabes a lo que me refiero.

—Hemos hecho esto un millón de veces.

—Es distinto.

—Lo sé. ¿Te cuento un secreto? —le dijo en un susurro. Hope movió la cabeza afirmativamente—. Estoy aterrado. Mi familia entera estará ahí y por fin voy a mostrarles quién soy. Si te paras a pensarlo, es una tontería estar nervioso por ser como eres, ¿no te parece?

—No es una tontería. No hay nada en el mundo que dé más miedo que el hecho de que los demás te vean como eres en realidad. Lo sé porque llevo toda mi vida temiendo lo mismo.

—Eres perfecta tal y como eres.

—No, no lo soy, y no pasa nada. Me ha costado, pero ahora lo sé.

—¿El qué?

—Que lo que deseaba siempre lo he tenido.

—Me alegra que lo sepas.

—Te lo debo a ti, a todos vosotros.

—No nos debes nada, tú nos has dado esperanza —repuso él.

—¿Crees que Diggs y Raven encontrarán su camino?

—El único camino que hay es el rastro que dejas mientras caminas. Pase lo que pase mañana, haremos lo que hacemos siempre: seguir adelante.

—¿Y si sale mal?

—¿Y si todos nos volviéramos azules? ¿Y si nos salieran hilos y nos convirtiéramos en marionetas? ¿Y si dejáramos de escucharnos los unos a los otros? ¿Quieres que siga? —El Chico Azul esbozó una media sonrisa—. ¿Qué más da? La vida continuaría. Si sale mal, lo volveremos a intentar, y si vuelve a salir mal, lo repetiremos, y si aun así nos sale mal, siempre tendremos Collodi.

—Siento como si mi vida empezara mañana. Ojalá que ellos también puedan venir.

—¿Quiénes?

—Mis padres.

El Chico Azul frunció el entrecejo. Hope le contó que había escrito una carta para ellos hacía unos días pidiéndoles que vinieran a verlos y su mente viajó directamente al pasado. Le habló de los ratos que pasaba con su madre en la cocina, de olores familiares que no había conseguido olvidar, de cuando su hermano vivía y le contaba las historias más alucinantes que había escuchado, de las excursiones que su padre organizaba los fines de semana.

—La realidad parece más fácil cuando no escuchas palabras, sobre todo cuando eres una niña. Por eso deseé dejar de hacerlo.

—¿Y ahora, te parece más fácil? —quiso saber él.

—No. Ahora sé que las palabras forman parte de la vida. Retenerlas es lo mismo que dejar de vivir. No hay diferencia entre eso y lanzarse al mar.

—La vida es como intentar contestar una pregunta que nadie te ha hecho. Cada uno responde como puede o como sabe.

Hope no dijo nada más, se quedó mirando al cielo mientras el Chico Azul la miraba a ella.

—Dilly —la llamó al cabo de unos segundos—, regálame un poco.

—¿De qué?

—De tu esperanza. —Ella sonrió. Él también lo hizo—. ¿Alguna vez has oído cómo suena tu nombre en la noche?

El Chico Azul la soltó y se colocó delante de la ventana, con las manos aferradas al alféizar, dejando un hueco para que ella hiciera lo mismo. Solo entonces, sin dejar de mirarla a los ojos, gritó su nombre. Su nombre real, el de la esperanza. Tan alto que las estrellas se inclinaron para mirarlos, curiosas. Tan alto que las luces de las farolas se encendieron para poder distinguir las expresiones de sus rostros. Tan alto que el tiempo, detenido entre las paredes del viejo teatro, comenzó a correr a toda velocidad, en un torpe intento por retener el momento. Qué tonto era el tiempo, no se había dado cuenta de que el amor sigue su propio compás, al ritmo de una música que nadie oye, porque no emite sonido alguno.

Hope sonrió. No solo escuchó el sonido de la esperanza en las calles desiertas, también oyó los sonidos de la vida derramándose en sus oídos, entrando en ella, llenándola de felicidad. Puede que fuera incapaz de escuchar todas las palabras del mundo, pero podía quedarse con las necesarias.

Y mientras le daba la mano al Chico Azul, mientras sus ojos se perdían en el cielo en busca de un deseo que ya no recordaba, mientras las ansias por comerse el mundo se hacían más y más grandes, supe que nunca se había sentido más viva.

También supe que ya no me necesitaba.

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