Hope

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Segundo acto » Capítulo 33. Un extraño baile

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CAPÍTULO 33
Un extraño baile

Ya no necesitábamos esperar al silbido del Chico Azul, que de azul no tenía más que una vieja canción. Éramos los primeros en llegar a Collodi. Éramos felices. Libres, tal vez. Éramos, sin más.

Hope guardaba dentro de sí las mejores historias. No había día en que no consiguiera sorprenderme. Y, aun así, lo mejor no eran sus historias sino cómo las vivía, cómo se exponía en ellas y movía mis hilos como si fueran una extensión más de su cuerpo, cómo escogía cada palabra como si estas no fueran inmortales. Conseguía que quisiera dejar de ser el centro de atención para convertirme en espectador, por el simple placer de poder escucharla sin que mis movimientos ni el peso de las miradas me distrajeran.

En la Avenida Collodi descubrimos que una chica, unas palabras y una marioneta podían fundirse en un solo ser, en una historia.

Una tarde, tras acabar una de nuestras actuaciones, nos sentamos a descansar en nuestro banco mientras escuchábamos al Chico Azul, que tocaba apoyado en una farola, pero fingíamos que no lo hacíamos. De repente, la guitarra dejó de sonar.

—No me mires así —dijo, señalándola con la guitarra.

—No te estoy mirando —contestó Hope, que había empezado a atarme a su cintura.

—No dejas de hablar.

—Pues no he dicho nada.

—Pero lo has pensado.

Hope se echó a reír.

—¿Escuchas pensamientos?

—Lo veo en tu cara de sabelotodo.

—Entonces el que estaba mirando eras tú.

—Buena chica, Hope, buena chica. —Me habría gustado aplaudirle o darle un premio.

—Me robas clientela con tus cuentos. Búscate otro sitio —dijo él en un tono que no me pareció nada amable.

—Búscatelo tú, idiota —le contesté.

—Me gusta este —aseguró Hope.

—No te lo estaba preguntando.

—Todo tiene un precio —dijo ella tras pensárselo un instante.

El Chico Azul recogió la funda y se dejó caer en nuestro banco.

—¿Qué quieres? —preguntó.

—Ya lo sabes.

—No, no lo sé. —El Chico Azul se había recostado en el asiento, abriendo las piernas para colocar la guitarra entre ellas.

—Claro que sí.

Nos levantamos para regresar a casa y ya estábamos dándole la espalda para alejarnos cuando lo oímos. Lavender’s Blue. Hope se detuvo en seco, paralizada por los recuerdos que no podía alcanzar. La voz del Chico Azul sonaba cada vez más cercana a medida que la canción avanzaba, lo que hizo que Hope se alejara unos pasos para poner distancia. Levanté la vista al notar las pequeñas gotitas que caían sobre mi cuerpo. Odiaba las lágrimas de Hope. No podía hacer nada por detenerlas aunque lo deseara con todas mis fuerzas.

Cuando la canción terminó, a Hope le llevó varios segundos poder hablar.

—Está bien, nos iremos a otro sitio —dijo sin volverse antes de emprender nuestro camino.

A la mañana siguiente regresamos y Hope cumplió su trato. Al menos, en parte. No ocupamos el mismo banco de siempre sino que esta vez nos situamos justo enfrente de él.

—Esto es muy mala idea —le advertí.

En cuanto el Chico Azul apareció vino directo hacia nosotros.

—¿Qué haces aquí? Te canté la maldita canción.

—Me he cambiado de sitio, como te prometí.

—Ya veo.

Hope no se inmutó ante su mirada cargada de irritación. Todo lo contrario, se la devolvió con un brillo desafiante que no le había visto nunca.

—¿Quieres algo más?

El Chico Azul chasqueó la lengua y se marchó calle arriba, maldiciéndonos. Hope esbozó una sonrisa.

—Vamos a buscarle, Wave —me dijo al cabo de una hora, tras haber concluido nuestra primera historia del día.

Tuvimos que caminar diez minutos hasta dar con él. Se había situado casi al final de la avenida, donde los sitios estaban más codiciados y había artistas a cada paso.

Hope se puso a un lado del Chico Azul y comenzó a contar una historia. Para mi sorpresa, en lugar de enfadarse o de soltar algún comentario mordaz, esta vez el Chico Azul sonrió y se acercó aún más a nosotros, compitiendo por la atención de los transeúntes. Era una guerra.

Sin embargo, en algún momento de la historia el Chico Azul introdujo una canción y lo que había comenzado siendo una batalla acabó por convertirse en un extraño baile. Cuando terminamos, arrastró la funda de la guitarra en medio de los dos y en unos pocos segundos se llenó de más monedas y billetes de los que podía ganar en una semana él solo.

—Vaya, Dilly, somos una mina de oro.

—¿Tanto te importa? —quiso saber Hope.

—¿El qué?

—El dinero.

—No, lo que no soporto es perder. Si no puedes con tu enemigo, únete a él.

—No es una competición.

—Todo lo es —repuso el Chico Azul antes de guiñarle un ojo.

—Has ganado la competición al más imbécil. Enhorabuena —mascullé, aborreciendo que no pudiera escuchar tan buena contestación.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó Hope al cabo de unos segundos.

—¿Y tú?

—He preguntado yo primero.

—¿Ves cómo tenía razón? —contestó irónico el Chico Azul.

Ella resopló y un momento después salió disparada calle abajo, llevándome entre sus brazos con la cabeza muy alta y los puños apretados.

—¡Hasta mañana, Dilly!

—Idiota —dije.

—Idiota —dijo Hope.

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