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Segundo acto » Capítulo 34. Un mundo de marionetas

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CAPÍTULO 34
Un mundo de marionetas

Los sábados en la Avenida Collodi eran especiales.

Nada más despuntar el alba, el sol comenzaba a caer sobre las luces de colores proyectando reflejos dispares en las figuras que refulgían como si alguien hubiese pulsado el botón de encendido. Todo empezaba entonces. Las tiendas abrían, los artistas ambulantes traían aprendidos sus mejores números, el ambiente se llenaba de olores a comida que venían de los carritos bien dispuestos en cada esquina donde la calle se cruzaba con otra perpendicular.

Pero lo que hacía especial a Collodi era la gente.

La avenida tenía un ambiente festivo, casi familiar, que hacía que la gente no solo quisiera estar ahí sino que, además, tuviera prohibido no pasárselo bien. Era como estar en Navidad pero sin las prisas ni los nervios de última hora ni la sensación de estar corriendo contra reloj hacia el esperado final de año.

Por primera vez en su vida, Hope no se sentía como pez fuera del agua rodeada de tanta gente. Nadie se acercaba a preguntar, tampoco la juzgaban. En realidad, a nadie le importaba quién era o qué hacía fuera de la Avenida Collodi. Allí era una artista más.

Ese sábado habíamos quedado para cenar con Joseph, de modo que recogimos antes de las cinco de la tarde. La funda de la guitarra se había llenado de billetes y monedas que Hope rechazó.

—Vamos, te lo has ganado —insistió el Chico Azul.

—Yo no lo siento así —respondió ella.

—¿Qué es lo que sientes?

—Soy yo la que gana con todo esto. —Hope señaló la calle—. Tú no lo entenderías.

—Lo haría si me lo explicaras.

Hope suspiró, hundiendo los dedos en mi pelo.

—¡Au! —me quejé cuando uno de sus dedos se quedó enredado en un mechón y mi cabeza giró en un ángulo imposible—. Deja de hacer eso, Hope. ¡Me vas a dejar calvo!

Hope lo miró y, durante los segundos en los que duró el contacto visual, comprobé que algo había cambiado. Me temblaron las articulaciones y tuve que apartar la mirada.

—Deberíamos irnos —le dije a Hope.

—¿Sabes cómo debe sentirse Wave? —preguntó ella, mirándome—. Nadie puede escucharle, ni siquiera yo. No puede moverse ni ser quien es. Solo puede ser quien yo le dejo ser, quien creo que es. —Suspiró y me acarició levemente el pelo—. Pero eso es porque está en el mundo de los humanos. Si estuviera en el mundo de las marionetas podría ser quien realmente es. Aquí me siento en mi propio mundo de marionetas. Siento que encajo, que a nadie le importa quién he sido, quién soy o quién seré. Solo importan mis historias. Aquí puedo ser yo —explicó—. A nadie le preocupa que no pueda escucharlos. Me sonríen y veo que son felices mientras hablo y muevo los hilos de Wave. Nadie se ríe y lanzan monedas en lugar de… —No terminó la frase. No hacía falta—. Yo gano.

—Vaya —le dije, cuando en realidad lo que quería expresar era que la quería. Que la querría siempre y que me daba igual que hubiera un mundo de marionetas, que me quedaría en este solo por estar con ella.

—En todo caso, ellos también ganan —repuso el Chico Azul.

—Entonces quizá deberíamos devolverles el dinero. —Hope señaló la funda ya cerrada.

—Eso sería de mala educación. Con eso de no escuchar seguro que te saltaste la clase de modales en el colegio.

—Muy gracioso.

—Lo dices en serio, ¿eh? —El Chico Azul entrecerró los ojos—. Todo eso de que no escuchas.

—No tienes por qué creerme.

—Es de locos.

—Quizá es que estoy loca.

Pasaron varios segundos antes de que él volviera a hablar, pero lo hizo tan bajito que solo yo pude oírlo.

—Ojalá el mundo entero estuviera tan loco como tú.

Por una vez, no podía estar más de acuerdo con él.

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