Hope

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Segundo acto » Capítulo 37. Un reto y un secreto

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CAPÍTULO 37
Un reto y un secreto

Al día siguiente buscamos a la mimo por todo Collodi, sin resultado.

Volvimos a intentarlo al siguiente.

Y al siguiente.

El miércoles Hope todavía seguía buscando, pero quedaba muy poco de aquella excitación que la había asaltado la tarde del sábado. Hacía lo posible por que no se le notara mientras me llevaba de un lado para otro y narraba historias de extraños seres que solo podían provenir de su inagotable imaginación, pero se la veía distraída. Estaba y no estaba.

No solo yo lo noté, el Chico Azul también lo hizo.

—Si me dices lo que buscas, a lo mejor puedo ayudarte —se ofreció.

—¿No te parece que hay muy poca gente hoy?

—Lo mismo que todos los miércoles.

—Ya.

El chico se sentó a su lado, recostándose en el banco de esa manera despreocupada que me ponía tan nervioso, con un brazo estirado en el respaldo a la altura de los hombros de Hope.

—Como la toques, te comes mis hilos —le dije en un tono de lo más amenazador. Lástima que solo se oyera dentro de mi cabeza.

De un momento a otro, como si hubiese tenido lugar un extraño suceso paranormal, la avenida se quedó completamente desierta, aunque lo único que ocurrió es que empezó a lloviznar. No se oía ni se veía vida más allá de los dependientes, escondidos tras los mostradores de las tiendas.

—Hoy será mejor que cojamos el autobús —propuso el Chico Azul, guardando la guitarra y colgándosela al hombro.

—¿Te da miedo la lluvia? —le preguntó Hope.

—No seas ridícula.

—Yo odio la lluvia, por si te interesa —le recordé.

Hope se sentó otra vez en el banco.

—Entonces no te importará quedarte aquí.

—Nos vamos a mojar —repuso él, haciendo una mueca en cuanto vio la expresión burlona en el rostro de Hope.

—Tu guitarra no se mojará. —Señaló la funda impermeable.

—Pero tu marioneta sí.

—¡Menos mal que alguien se da cuenta!

La lluvia tímida inicial había dado paso a gruesas gotas que caían con furia, dejando pequeños charcos en el suelo de piedra irregular.

—A Wave le encanta el agua. De lo contrario, no se llamaría así.

—No es que tuviera mucha opción —repliqué.

—Una vez leí un libro donde un sabio decía que la lluvia concede deseos, como las estrellas. También decía que solo se cumplen los que son especiales —enfatizó Hope. El Chico Azul alzó una ceja, incrédulo—. Ya, esa cara puso el protagonista cuando se lo contaron. No se lo creyó hasta una noche en la que salió a dar un paseo porque estaba muy triste y empezó a llover. Se moría de frío pero siguió caminando, pidiendo el mismo deseo una y otra vez. Y se cumplió.

—¿Y qué pidió, que dejara de llover? —se burló el chico—. Menudo libro más malo.

—Cállate —le ordené.

—Todo lo contrario. Pidió que lloviera tan fuerte que las calles se llenaran de agua, como si fuera un río, y que la corriente se lo llevara a un lugar lejos de allí. A un sitio como Nunca Jamás.

Él soltó una risotada. El pelo se le había pegado a la cara y tuvo que peinárselo con los dedos para quitárselo de los ojos.

—Te lo acabas de inventar.

Hope sonrió. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás para que su cara quedara expuesta a la lluvia.

El Chico Azul torció el gesto y observó la inmensidad de la calle. Pude ver un interrogante colgando sobre su cabeza, que se disipó en cuanto volvió a mirar a Hope.

—Te reto a una carrera hasta la parada del autobús.

—No, gracias.

—El que gane le cuenta un secreto al otro.

Hope abrió los ojos.

—¿Un secreto? —preguntó, limpiándose la cara con una mano. Él asintió—. ¿Y cómo sé que es un secreto?

—Porque no lo sabes.

Esta vez fue ella la que dudó. Solo un segundo, porque al siguiente salió disparada sin importarle el suelo mojado y resbaladizo; los gritos del Chico Azul, que la llamaba tramposa unos metros por detrás; o los dependientes que se asomaban a las puertas para ver quién se atrevía a interrumpir el sonido de la lluvia.

Ganó Hope.

Durante el trayecto hasta Folktale, él cambió de tema un sinfín de veces con tal de no desvelar su secreto.

Cuando el autobús se detuvo a unos metros del teatro, Hope ya se había cansado de preguntar. Estaba bajando las escaleras, más enfadada que resignada por haber caído en su trampa, cuando él la sostuvo por detrás y le susurró al oído:

—Solo actúa los sábados. —Y la soltó.

Ella bajó el último escalón y se volvió para mirarlo con una mezcla de sorpresa y confusión.

—Te vi —dijo alzando la voz antes de que se cerraran las puertas.

Entonces comprendimos. El sábado. La mimo solo actuaba los sábados. Los ojos de Hope se llenaron de gratitud y sorpresa mientras veía cómo el autobús y el Chico Azul se alejaban hacia lugares que ella desconocía.

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