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Segundo acto » Capítulo 52. Niños de pesadilla

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CAPÍTULO 52
Niños de pesadilla

Hope me dijo una vez que las pesadillas más terribles eran aquellas en las que, aun sabiendo que lo eran, te encontrabas perdido en los confines del sueño, luchando por despertar, y no eras capaz de hacerlo.

En el momento en el que me vi rodeado por dos niños que inspeccionaban mi cuerpo y mi ropa como si nunca antes hubieran visto a una marioneta, me vino a la mente la voz aterrada de la pequeña Hope después de haber vivido la peor de las pesadillas. Sentí que por fin comprendía a qué se refería porque me estaba pasando lo mismo.

Grité con todas mis fuerzas, llamé a Hope, al Chico Azul e incluso le imploré a Hedgehog que me salvara, que apartara con su melodía a aquellos niños de mi lado. Pero no sucedió nada.

Hice lo posible por pensar en otra cosa. En Hope, en su rostro sonriendo, en su voz soñadora, y eso me ayudó a calmarme.

—Creo que la ropa de Mary Poppins podría servirle —comentó la niña. Me pasó una mano por el pelo para dejar al descubierto mi rostro. Tenía los ojos azules y el pelo rubio y me recordó a una de las muñecas de porcelana que coleccionaba la madre de Hope.

Me entró el pánico. ¿Mary Poppins? Pensé que había escuchado mal.

—Es un chico, ¿no lo ves? —le dijo el niño. Él también era rubio, pero sus ojos eran grises y le sacaba una cabeza a la niña.

—Podría ser una chica.

—Claro que no podría, niña —repliqué, indignado.

—Me temo que eso no le gustaría nada —aseguró el Chico Azul, entrando en la habitación y haciendo que un alivio se extendiera por toda mi madera.

—Te prohíbo que vuelvas a dejarme solo —balbucí como un bebé asustado—. Quieren matarme.

—Se le va a caer el botón —dijo la niña y tiró un poco más de mi botón.

—¡Déjalo quieto! —gruñí.

—¿Qué os he dicho de entrar a mi habitación cuando no estoy? —El Chico Azul se sentó a mi lado y me sostuvo para colocarme sobre una de sus piernas.

Me sentí un poco mejor ahora que estaba él. Más le valía mantenerme a salvo o de lo contrario tendría que vérselas con Hope.

—Lo siento —se disculparon los dos casi al unísono.

El Chico Azul suspiró.

—Os presento a Wave. —Me levantó para que quedara a la altura de los niños—. Wave, este es mi primo Jamie. —El niño me saludó con una mueca que me pareció de muy mala educación—. Y ella es Hannah.

La niña se acercó y me dio un beso húmedo en la mejilla. Suspiré. Pensaba que no tendría que volver a pasar por eso.

—Encantada, Wave. —Miró a su primo—. ¿Es tuya?

—Que es un chico, tonta. —Su hermano le dio un empujón.

—Eh, no te pases —lo regañó el Chico Azul, en un tono que hizo que el niño agachara la cabeza.

Hannah le sacó la lengua a su hermano, aunque desvió la vista hacia mí cuando vio que el gesto no le hizo ninguna gracia a su primo.

—Es el mejor amigo de mi amiga… —El Chico Azul se quedó pensativo—. Dilly.

—¿Dilly? —Jamie hizo una mueca.

—¿Como la canción que nos canta mamá? —preguntó Hannah.

El Chico Azul quiso esconder la sonrisa que se formó en sus labios.

—Sí, ese es su nombre.

A la niña le entró un ataque de risa. Me iban a estallar los oídos. Su hermano, en cambio, compuso una mueca todavía más grotesca que la anterior.

—¿Y por qué lo tienes tú?

—Lo he secuestrado —contestó el Chico Azul. Hannah dejó de reír como si alguien le hubiese dado al botón de apagado. Abrió los ojos de par en par y luego se cruzó de brazos a modo de reproche—. No me mires así, tengo un buen motivo.

—¿Cuál?

—Wave es… especial.

—Solo es un muñeco —murmuró Jamie. Se había cruzado de brazos y me miraba con aburrimiento.

—Mocoso insolente, no tengo nada de muñeco.

—Es más que eso. ¿Puedo contaros un secreto? —El Chico Azul bajó el tono de voz para hacerse el interesante. De haber podido, habría puesto los ojos en blanco. Los niños asintieron, Hannah con mucho más énfasis que su hermano—. No podéis decírselo a nadie —insistió él.

—Te lo prometemos, ¿verdad, Jamie?

El niño asintió con la cabeza sin dejar de mirarnos.

—Mi amiga Dilly —empezó el Chico Azul, pero la mención del nombre hizo que la niña volviera a reírse, de modo que se detuvo con un gesto severo.

Hannah se tapó la boca con las manos.

—Perdón, ya paro.

—Mi amiga no escucha palabras —confesó él.

—¿Es sorda? —preguntó Jamie.

—¿Por qué todos preguntáis lo mismo? —refunfuñé.

—No, no es sorda. Pero no puede escuchar palabras.

—¿Ninguna? —Hannah lo miraba asombrada.

—Te lo estás inventando —masculló el niño.

—Estoy hablando en serio —aseguró el Chico Azul con tanta firmeza que ninguno de los niños volvió a dudar.

—¿Y si le hablo no me escucha? —preguntó Hannah.

—Probablemente no. Escucha a muy pocas personas.

—¿A ti te escucha? —se interesó ella.

—Sí.

—¿Y por qué? —siguió preguntando la niña.

—No lo sé. —El Chico Azul se encogió de hombros—. Pero Wave sí que lo sabe. Por eso lo he traído, para que me lo cuente.

—¿Qué? ¿Te has vuelto loco? —grité.

—Es un muñeco —dijo Jamie.

—Otra vez con lo mismo…

—Mi amiga puede escuchar a Wave —confesó el Chico Azul.

—Eso es imposible. —Jamie soltó una risotada insolente. Era tan irritante como su primo.

—¿Por qué? No hay nada imposible, ¿verdad que no? —En los ojos de Hannah descubrí que me había transformado. Ya no era una marioneta ni un muñeco, era un ser venido de las profundidades de su imaginación—. ¿Los has visto hablar?

El Chico Azul asintió.

—Todo el tiempo. Solo que yo no puedo escuchar a Wave.

—Nadie puede hacerlo, es un muñeco —repitió el niño, cansado.

—Es porque es mágico —dijo Hannah.

—O tímido —añadió el Chico Azul.

—O porque no prestáis atención —añadió una voz desde la puerta.

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