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Tercer acto » Capítulo 70. Maestros titiriteros

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CAPÍTULO 70
Maestros titiriteros

Que lo sucedido con el padre de Diggs tendría sus consecuencias era algo que todos sabíamos. Diggs también lo tenía asumido. Quizá por eso había hecho todo lo posible por alargar el momento de volver a casa. Se le veía feliz, ansioso por comerse la vida en unas pocas horas, mientras en su interior el miedo iba abriéndose camino como el veneno de una serpiente.

Aquella noche habíamos acabado cenando en un bar muy cerca de la playa y cuando los camareros comenzaron a recoger las mesas, decidimos pasear por la avenida. Entre confidencia y confidencia noté cómo el aliento de una amistad que ninguno creyó posible nos iba envolviendo a todos. Me fijé en las caras y pude ver familiaridad, confianza, cariño. También noté cómo los ojos de Hope brillaban bajo la luz de la luna y su rostro sonreía al sentir la voz cercana del Chico Azul cada vez que le traducía algún comentario, aunque por aquel entonces Hope apenas necesitaba de palabras para entenderlos.

Por más que busqué, no vi atisbo de soledad en ella. Me sentí inmensamente feliz, pero también noté la tristeza que sigue a la felicidad, esa que va implícita en ella, que te araña e intimida y que no sabes bien cómo afrontar. Y es que para mí ese tipo de felicidad siempre implicaba una pérdida.

Solo cuando Raven decidió que era hora de regresar a casa, nos separamos con el regusto amargo de no saber cómo irían las cosas a partir de entonces.

Después de eso, el mago estuvo días sin aparecer por Collodi. Nosotros esperamos con paciencia, pero también con el miedo de no volver a verlo. El Chico Azul estaba inquieto y Raven alicaída. Y en cuanto a Hope…, ella solo pensaba en la manera de rescatarle.

Sin Diggs nada era lo mismo.

Regresó tras casi una semana de ausencia. No hizo falta que dijera nada para que comprendiéramos que las cosas con su padre no habían salido demasiado bien. Era algo en su manera de caminar, como si el cuerpo le pesara, y en la forma con la que miraba al mundo, con la vista puesta en el suelo en lugar de al frente. Muchas veces tenían que repetirle algo para que se diera por aludido y otras tantas se dedicaba a contestar con silencio.

Y luego estaba el hecho de que no vino solo. Una chica lo acompañaba.

—No puedo creerlo —dijo Raven al distinguirlos a lo lejos.

Diggs sonreía con desgana, la chica en cambio lo miraba como si solo existiera él en el mundo, con una mezcla de timidez y admiración. Era bajita y pelirroja y llevaba un vestido verde que resaltaba sus ojos, del mismo color. Parecía una muñequita de porcelana de tan pálida que tenía la piel y cuanto más se acercaba, más bonita me parecía. Hasta que estuvo a tan solo unos centímetros de nosotros y la reconocí justo en el mismo momento en el que ella me reconoció a mí. Mi percepción de ella cambió al instante; se convirtió en una muñeca horrorosa a la que me dolía mirar.

Intenté fijarme en la cara de Hope pero me era imposible desde mi posición. Aquella chica era, sin ninguna duda, una versión más adulta de la chica que nos invitó a su cumpleaños solo para humillarnos. Comprobé que sus ojos se quedaban fijos en mí y no supe descifrar la expresión de su cara.

—Esta es Alice —la presentó Diggs, desplomándose en el banco.

La chica compuso una sonrisa y se alisó el vestido.

—Me han contado que hacéis magia —dijo mientras hacía lo imposible por no mirarme—. Estoy deseando verla.

—Pues no perdamos el tiempo —musitó Raven, quien de repente tenía prisa por marcharse—. Tengo que trabajar esta tarde.

Mis pensamientos se hallaban perdidos en aquel suceso del pasado. Sus rostros, inocentes, angelicales, se habían convertido en una de mis peores pesadillas. Recordaba las risas, los insultos, la desesperación, la agonía. El tictac de los relojes que se cernían sobre Hope, repletos de falsa ilusión. Desde ese día nunca volvimos a verlas. Hope hizo todo lo posible por evitar la plaza; en realidad, se alejaba de cualquier lugar con niños de su edad. No es que yo tuviera nada en contra de eso, pues a excepción de Hope nunca me gustaron, pero ese día perdió algo muy importante: la curiosidad. Algo que antes le había fascinado, que acostumbraba a robar a hurtadillas cada vez que acudía a la escuela y se escondía frente a la puerta de la entrada para empaparse de los sueños de los niños que nunca serían sus amigos, se convirtió para Hope en algo que debía olvidar.

Mientras observaba cómo Alice sonreía y hablaba con ellos me pregunté si alguna vez en todos esos años había pensado en Hope, si ella también habría derramado todas las lágrimas que Hope derramó, si habría sentido el mismo agujero abrasador en el pecho. Me preguntaba, sobre todo, si nosotros habíamos sido una anécdota más de su infancia o si realmente la habíamos cambiado como ella había hecho con nosotros. Es increíble cómo un suceso sin importancia para algunos, una simple broma, puede afectar directamente a la vida de otros hasta el punto de marcarla a fuego. Seguramente Alice no nos había dedicado ni un solo pensamiento pero nosotros habíamos pensado muchísimo en ella. Quizá, demasiado.

El Chico Azul aprovechó que Alice se había sentado en el banco para situarse junto a Diggs, que preparaba sus cosas para la actuación.

—Me resulta familiar. —Hope también se había acercado a Diggs y miraba de soslayo a Alice con curiosidad.

Diggs sonrió, aunque más que una sonrisa pareció una mueca.

—Alice tiene ese efecto en la gente.

—¿Quién es? —le preguntó Hope al Chico Azul.

—Son sus cadenas —contestó él de mala gana—. Es la chica con la que a su padre le gustaría que saliera. Lleva años intentándolo.

—Una niña de papá que no sabe qué hacer para llamar su atención —murmuró Raven por lo bajo, fingiendo estar concentrada en colocarse los guantes.

El Chico Azul ignoró el comentario de Raven y se inclinó ligeramente para preguntarle al mago:

—¿Cómo estás?

Diggs, que ya tenía la mesa lista, se levantó dejando escapar un largo suspiro.

—De repente a mi padre le parece bien que su hijo sea mago en sus ratos libres. Se lo ha dicho a todos sus amigos para que vengan a verme. —No era alegría lo que desprendían sus palabras sino rabia, una rabia inmensa que algún día estallaría.

—¿Sabes lo que pretende? —dijo el Chico Azul—. No puede impedir que vengas, pero hará lo posible para que lo dejes. No se lo permitas.

—Y menos con una niñera vigilándote todo el rato —añadió Raven, que apartó la vista al comprobar el efecto que sus palabras habían tenido en Diggs.

—No es tan fácil, ¿vale? Intenta avergonzarme y lo está consiguiendo.

Hope tiró del brazo del Chico Azul cuando la curiosidad pudo más que ella. Este le resumió lo que acababan de hablar.

—No dejes que nada de lo que puedan decir cambie lo que sientes —le dijo Hope a Diggs, alcanzando su sombrero de copa para ponérselo con una tímida sonrisa.

En respuesta, Diggs le dio un beso rápido en la mejilla, gesto que la cogió desprevenida.

Alice nos observaba desde el banco. Parecía diminuta en Collodi, al contrario que en mis sueños, donde era gigante y monstruosa.

Nadie dijo nada más.

El Chico Azul se acercó a Hope y le susurró al oído:

—Vamos, Dilly. Cuéntame una historia.

Solo entonces Hope empezó a mover mis hilos mientras la avenida iba llenándose de gente. Me costaba prestar atención a la historia que se suponía que yo mismo estaba relatando; mis ojos no dejaban de apuntar a Alice, que absorbía cada momento como si de verdad hubiese magia en ellos. No había nada de malo en ella y, sin embargo, no podía evitar sentir miedo.

Es increíble cómo los villanos pueden seguir hiriéndote sin esforzarse, cómo los recuerdos son capaces de manejarnos como maestros titiriteros. Comprendí entonces que cada persona lleva una marioneta en su interior y que los hilos no son más que los propios recuerdos.

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