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Tercer acto » Capítulo 71. La niña a la que le robaron un sueño

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CAPÍTULO 71
La niña a la que le robaron un sueño

A partir de ese día, Alice se pasaba a ver a Diggs muy a menudo. También lo hacían algunos compañeros de clase y amigos de sus padres, cuya presencia conseguía que Diggs dejara de ser Diggs y se convirtiera en el correcto hijo al que su padre había amoldado a su imagen y semejanza.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Raven una de esas veces, tras acabar una actuación—. Se supone que aquí no eres más que Diggs, el mago.

Él la fulminó con la mirada.

—Déjame en paz.

—Te estás trayendo la mierda de casa y lo estás estropeando todo.

—Si te refieres a Alice… —Miró a su amiga de soslayo.

—Alice me da igual, me refiero a ti —repuso Raven—. Todos tenemos nuestras cosas, pero quedamos en que Collodi es nuestro sitio. ¿Por qué dejas que lo estropee?

Diggs sorteó la distancia que los separaba para encararla, ante la atenta mirada de los demás.

—¿Prefieres que no venga? ¿Eso es lo que quieres?

—Quiero que vengas tú, no el hijo de tu padre.

—¿Y qué te hace pensar que no somos la misma persona?

—Porque los conozco a los dos. —Un momento después, Raven se marchó sin despedirse de ninguno de nosotros.

Hope, que no se había enterado de la conversación, tuvo que recurrir al Chico Azul para que le explicara lo que había sucedido. Y mientras lo hacía, observaba cómo Alice se acercaba a Diggs y le decía algo que lo hacía reír, olvidándose del mal sabor de boca que la conversación con Raven había dejado en él.

Era evidente que Diggs sentía un enorme cariño por ella, del mismo modo que era obvio que el cariño de ella traspasaba los límites de la amistad. A pesar de los reproches de Raven, con Alice no era el hijo de su padre sino una mezcla entre este y el mago. Un punto intermedio de las dos personalidades que llevaba dentro; rebeldía y templanza, dulzura y severidad. Parecía que nuestra villana era la heroína de otra historia.

Alice apenas se dirigía a nosotros, ya que en el fondo debía de saber que no era bienvenida, y en las ocasiones en las que lo hacía, dejando caer algún que otro comentario, Hope no podía escucharla. Lo que sí hacía era mirarnos, tanto que llegué a pensar que iba a desgastarnos. Se acordaba de Hope, de eso estaba seguro. De lo que no estaba tan seguro era de que Hope no la recordase. A veces la descubría mirando a Alice fijamente hasta que se iba e incluso después de hacerlo, perdida en recuerdos que yo no podía alcanzar. Nunca supe si llegó a reconocerla, como tampoco supe si había dejado de pensar en aquellas chicas o si las había perdonado.

Lo que sí supe fue que Alice estaba arrepentida.

Sucedió una tarde en la que Hope estaba leyendo en el banco. Yo no podía quitarle la vista de encima a Alice, pues llevaba un rato mirándola desde el banco de enfrente. La vi vacilar varias veces antes de atreverse a sortear la distancia que nos separaba y sentarse junto a nosotros. Hope le sonrió, sonrisa que Alice le devolvió con un atisbo de tristeza mientras sacaba un libro de su bolso y comenzaba a leer ella también. Hope todavía se la quedó mirando durante unos segundos más antes de reanudar la lectura. Yo estaba sentado en medio de las dos, pensando que en cualquier momento Alice nos iba a arrojar el libro a la cabeza, cuando la escuché hablar. Tuve que agudizar el oído, pues lo hizo en un susurro apenas incomprensible; si no la observabas muy atentamente, parecía que solo movía los labios mientras leía.

—Cuando te veía en la playa mirando el mar, sentía envidia de ti. Siempre quise ser exploradora de naufragios. ¿No te parece increíble? Hay miles de barcos bajo el mar y yo desde pequeña quería descubrirlos todos. —Guardó silencio un instante en el que me observó de reojo. Creo que me puse colorado—. Cuando eres una niña y se lo cuentas a la gente suele hacer gracia, pero cuando empiezas a crecer se ríen o te cuestionan. —Apartó los ojos de mí para mirar a Hope, pero esta continuaba con su lectura, ajena a sus palabras—. Supongo que era una tontería, pero era mi tontería. Al final dejé de ir a la playa. Llegué a odiar el mar. Quizá debería haberme odiado a mí misma por no ser lo suficientemente valiente para perseguir mi sueño. Y te veía a ti ahí, frente al mar que se había llevado todo lo que tenías, y no parecías odiarlo. Parecías feliz y yo te tenía envidia. Si yo tampoco hubiese podido escuchar, ahora mismo podría estar bajo el mar. Si nadie me hubiese dicho que mi sueño era en realidad una estupidez, nunca lo hubiera sabido y habría sido feliz. Pero no, yo estaba ahí, haciendo lo que se suponía que debía hacer; y tú estabas siendo quien querías ser sin importarte lo que dijeran los demás o cómo te mirasen a ti y a esa estúpida marioneta. —Levanté la mirada, indignado—. Y ahora estás aquí y yo sigo en el mismo punto que cuando éramos unas niñas. Siento haber sido cruel contigo, solo era una niña a la que le habían quitado su sueño. Supongo que a ti eso te dará igual, que el daño que te hice es el mismo fuera por el motivo que fuera, pero quiero decirte que lo siento y que la Alice que exploraba barcos bajo el mar nunca lo habría hecho.

Miró a Hope otra vez y supe que una parte de ella esperaba que la hubiese escuchado. Sin embargo, también supe que si Hope hubiera podido escuchar, Alice jamás habría pronunciado aquellas palabras.

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