Hope

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Segundo acto » Capítulo 50. La patria de una marioneta

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Estuve pensando durante todo el camino qué era aquello que estaba sintiendo. Primero, mientras veía cómo Hope se hacía pequeña conforme nos alejábamos; después, cuando empezó a hacerse grande en mis recuerdos.

No me cabía duda de que volvería a verla. Mis encantos eran numerosos, pero no creía que alguien hiciera todo ese teatro con el propósito de acabar raptándome.

Me faltaba una palabra para capturar el sentimiento que me embargaba. El problema es que no era capaz de encontrarla; al menos, no la adecuada.

Cuando cogimos el autobús, el Chico Azul tuvo la amabilidad de sentarme en el asiento de al lado. Intentó ponerme derecho pero yo no estaba por la labor, así que terminó por dejarme ladeado sobre aquel asiento que dadas mis dimensiones se me antojaba inmenso. Siempre fui un rebelde.

—Así que Wave, ¿eh? —murmuró el Chico Azul y supuse que lo decía por decir algo.

—No es el mejor nombre del mundo, pero es mío.

—Es curiosa tu amiga. —Me examinó detenidamente.

Yo también lo examiné a él. Había dicho «amiga», no dueña ni propietaria ni nada que expresara posesión. Los humanos están obsesionados con poseer cosas y no suelen darse cuenta de que las cosas importantes no pueden ser poseídas. Hope y yo éramos amigos, iguales. Esa palabra sí que la tenía clara: amor. Y parecía que el Chico Azul lo entendía.

—Muy curiosa —añadió, apoyándose contra la ventana del autobús.

—Hope es extraordinaria —lo corregí.

Varias paradas después ambos estábamos sumidos en nuestros propios pensamientos cuando escuchamos una voz conocida que se acercaba.

—Vaya mierda de día.

El Chico Azul ni se inmutó.

—¿Qué haces tú con eso? —preguntó Diggs. Se agachó para inspeccionarme y un momento después me levantó del sitio para sentarse él.

¿Se conocían? Cada vez que el Chico Azul empezaba a molestarme un poco menos sucedía algo que hacía que me arrepintiera de inmediato.

—Lo he secuestrado —respondió él, arrancándome de las manos del mago.

—Supongo que pedirás un buen rescate.

—Supones mal.

—Yo pediría uno muy bueno. —El mago elevó las cejas repetidamente y soltó una risotada.

—Cállate, Diggs.

—Últimamente pasas de nosotros por estar con ella.

—Lo dice el que le envía notitas como si estuviera en primaria.

—Cada uno tiene sus métodos. Tú te conviertes en su guardaespaldas y le robas el muñeco y yo le regalo palabras y lo más importante.

—A ver, sorpréndeme.

—Mi encanto natural.

El Chico Azul se echó a reír.

—Como te acerques a ella te corto las manos —lo dijo con la risa todavía prendida en sus labios, consiguiendo que su amenaza diera más miedo todavía.

—Ya me quedó claro la primera vez.

—Por si acaso. —La sonrisa del Chico Azul se había esfumado del todo cuando volvió a mirar a través del cristal.

Me estaba preguntando si el Chico Azul quería poseer a Hope, que fuera suya, y si de verdad pensaba que tal cosa era posible, cuando di con la palabra que había estado buscando. Nostalgia. Sentía nostalgia de Hope, que se había convertido en la única patria que conocía. En mi hogar. En ese lugar al que siempre piensas en regresar.

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