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Segundo acto » Capítulo 53. Via

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—Veo que en esta casa la intimidad ha muerto —protestó el Chico Azul al ver a la recién llegada.

—Mamá, mira qué bonita —dijo Hannah. Su hermano resopló al oírla, pero esta vez no hizo ningún comentario—. Se llama Wave.

La mujer se acercó. Llevaba un vestido turquesa vaporoso, tenía el pelo más largo que había visto nunca y los ojos igual de grises que los del niño. Me cayó bien nada más verla. Había algo en ella, en su forma de mirarte y moverse, que te hacía querer estar cerca.

Se puso de rodillas delante de mí para saludarme.

—Hola, Wave. Yo soy Via.

—Hola, Via —le contesté. Comprobé que a pesar de que su pelo y sus ojos eran diferentes, compartía con su hija los rasgos afilados y una nariz pequeña pero respingona.

Lo que más me intrigó de ella fue que no me miraba como alguien miraría a una marioneta sino como algo más. Me vi ante ella como un acertijo.

—Vaya, Wave. Se te va a caer el botón. —Me acarició el rostro con dulzura—. Eres muy guapo.

Me ruboricé.

—Gracias, tú también eres muy guapa.

Me sentía extraño, fuera de lugar. No estaba acostumbrado a que me prestaran semejante atención, y mucho menos a que se dirigieran a mí. Tenía cuatro pares de ojos, cuatro, inspeccionándome. Me sentía desnudo y, por un momento, la idea de ser Mary Poppins no me pareció demasiado descabellada. De ser ella, abriría mi paraguas y echaría a volar, lejos de allí. Surcaría los cielos hasta alcanzar a Hope y no dejaría que nadie nos volviera a separar.

Via debió de leerme el pensamiento porque me puso una mano sobre la pierna y le dedicó una mirada significativa a su sobrino. Luego se dirigió a sus hijos.

—Niños, los abuelos os están esperando para cenar.

—Pero Wave… —empezó a protestar Hannah.

—Cuando terminéis, pedidle a la abuela la caja de costura y arreglaremos el botón, ¿vale? —El tono de su madre no admitía réplicas.

Cabizbaja, la niña asintió y se marchó tras su hermano, que ya había salido corriendo.

Una vez solos, Via se sentó en la cama junto al Chico Azul y me colocó sobre su regazo.

—Así que tu amiga no escucha palabras.

Él dejó escapar un largo suspiro. Se levantó, se llevó una mano al pelo y comenzó a dar vueltas de un lado a otro por la habitación. Verlo hacía que sintiera una sensación de mareo, como cuando me zarandeaban y la cabeza me daba vueltas.

—No les estaba contando ningún cuento, es la verdad.

—Para. ¿Puedes sentarte? No he dicho que no te crea.

El Chico Azul se detuvo y tomó asiento a su lado, apoyando los codos en las rodillas.

—Es igual. Yo tampoco la creía, pero es verdad, ¿vale? No escucha. No sé por qué pero no escucha.

—Pero a ti sí te escucha.

—Me contó que escuchaba a tres personas.

—Y tú eres una de esas personas.

—Pues sí, pero no es que me sienta especial por eso. —La mirada de su tía se endureció—. Es una mierda, ¿vale? No sé qué hacer. A veces pienso que si no la escuchara podría hacer algo, porque tendría el obstáculo y podría enfrentarme a él. Pero así…, me siento impotente. No sé a qué tengo que enfrentarme, no sé dónde está el problema.

—¿Desde cuándo le pasa?

—No lo sé, era una niña.

—¿Y sus padres?

—La abandonaron, creo. A ellos tampoco los escuchaba.

Via se quedó en silencio mientras jugueteaba con el botón deshecho de mi chaleco.

—A lo mejor no tienes que enfrentarte a nada —dijo al final. El Chico Azul levantó la vista—. No la conozco pero por lo que me cuentas no tiene pinta de ser una chica que necesite ser salvada por nadie.

—No quiero salvarla —aseguró él con un deje de indignación—, solo quiero ayudarla. Pero no sé cómo hacerlo.

—¿Por eso lo has traído? —Volví a sentirme observado y esta vez fue mucho peor porque distinguí un reproche que no había podido ver hasta entonces en los ojos del Chico Azul.

—¡Yo no tengo la culpa! —me defendí.

—Creo que Wave es la excusa. Mientras lo tenga a él no necesita nada más. Ella cree que se está esforzando, pero algo me dice que por mucho que lo intente no hay nada que se pueda hacer porque en el fondo cree que no necesita a nadie. Cree que está bien así. —En los labios de Via se formó una sonrisa. El Chico Azul puso mala cara—. Si la conocieras no te haría gracia.

—No me hace gracia —repuso ella—. Sonrío porque nunca te había visto tomarte algo tan en serio. Debe de ser una chica muy especial.

Él se levantó otra vez. Se acercó a la ventana y apoyó las manos en el alféizar.

—Déjalo. Voy a darme una ducha y a vestirme. He quedado esta noche. —Era una clara invitación a que se marchara de su habitación, pero su tía no se movió del sitio.

—A lo mejor te equivocas. A lo mejor Wave solo es el pilar que la sostiene, su refuerzo. —El Chico Azul la miró de soslayo—. No te has parado a pensar en lo más importante. Que sin Wave, todo podría desmoronarse. Sin él, tu amiga podría caerse.

Y esa afirmación me dejó más desnudo de lo que creía estar. Las palabras de Via me golpearon en el pecho, justo en el lugar donde debía estar mi corazón, como solo una verdad podía doler en el corazón de un humano.

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