Hope

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Segundo acto » Capítulo 54. La vida es sueño

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—Siento haberte secuestrado, solo quería ayudar —se disculpó el Chico Azul mientras nos dirigíamos al teatro en el que actuaba Marianne—. ¿Crees que Hope estará muy enfadada?

—Muchísimo. Pero te perdono.

Cuando llegamos la gente ya estaba entrando, de modo que no fue difícil distinguir a Hope entre los pocos que esperaban frente a la puerta. Llevaba un precioso vestido azul que le había visto puesto en otra ocasión a Marianne y aunque en ella parecía elegante, en Hope era totalmente distinto. Salvaje, quizá. Creo que los dos pensamos lo mismo mientras se acercaba: si el mar fuera una persona, sería ella.

Hope se abalanzó hacia nosotros como una tormenta y me arrancó de las manos del Chico Azul.

—¡No vuelvas a hacerlo! —gritó a la vez que me abrazaba.

El Chico Azul se ajustó la chaqueta. El silencio fue su respuesta.

—¡Eres un idiota! —le espetó ella antes de dirigirse al interior del teatro.

Con las prisas, apenas había podido fijarme en el teatro, pero el interior poco tenía que ver con el viejo cascarón en el que vivíamos. Nuestro hogar podría caber en la entrada de aquel inmenso teatro. De ser cuentos, Serendipity sería la balsa en la que Tom Sawyer y sus amigos navegaban como piratas, y el teatro de Marianne sería la isla de Nunca Jamás, con el barco de Garfio incluido. Era una construcción amplia, antigua, pero había algo que la hacía majestuosa. Los aplausos allí contenidos podían oírse a cada paso que dábamos, estampados en las paredes y en los espacios interiores, ocultos en los revestimientos de madera, en los palcos y en cada una de las butacas.

Hope tomó asiento y ni siquiera se dignó a mirar al Chico Azul cuando este se sentó a nuestro lado.

—Se le pasará —le susurré.

La obra comenzó con Marianne en el papel de Rosaura, vestida de hombre, que hablaba con un hombre de verdad mientras se dirigían a un edificio. Incluso con las ropas masculinas que ocultaban su figura estaba preciosa. En cuanto se acercaron a la puerta, ella y el otro hombre oyeron un ruido de cadenas. En ese momento Segismundo, desde el interior, comenzó el primer monólogo acerca de sus pecados. Y cuando comprendió que no estaba solo, que alguien había escuchado sus palabras, intentó matar a Rosaura. Al final, para alegría de Hope que podría seguir escuchando, le perdonó la vida.

Cada vez que Marianne hablaba convertida en Rosaura, a Hope se le iluminaban los ojos. Estaba ansiosa por escucharla, por poder entender la historia. Me entristeció que no pudiera escuchar más que las palabras de Rosaura, que no fuera capaz de vivir la maravillosa historia que allí se representaba. Durante el segundo acto, el Chico Azul debió de pensar lo mismo, pues se acercó a ella para susurrarle al oído lo que Segismundo estaba diciendo.

¿Qué es la vida? Un frenesí.

¿Qué es la vida? Una ilusión,

una sombra, una ficción,

y el mayor bien es pequeño;

que toda la vida es sueño,

y los sueños, sueños son.

Cuando terminó todos aplaudieron menos Hope, que no se movió del sitio. Permaneció muy quieta, casi paralizada. El Chico Azul dejó de aplaudir en cuanto se percató de su estado.

—¿Estás bien? No volveré a hacerlo. Wave está bien, mi tía incluso le ha cosido el botón del chaleco.

Hope meneó la cabeza y salió del teatro sin mirar atrás. El Chico Azul nos siguió, y corrió tras nosotros en cuanto Hope empezó una carrera sin freno.

—Dilly. —Hizo que se detuviera sosteniéndola por un brazo.

—¡Ni siquiera me llamo así! —Hope se soltó como si el contacto le quemara—. Tú no me conoces de nada, no sabes nada de mí. Y te llevas de mi lado, como si nada, a lo único que nunca me ha abandonado. ¿No lo entiendes? —gritó, fuera de sí—. No he podido dormir en toda la noche. Wave es lo más parecido a un hermano que me queda y te lo has llevado. No sabes nada de mi vida. Solo me has escuchado contar historias que en realidad nunca han pasado y que no le importan a nadie. —Gruesas lágrimas resbalaron por su rostro. El Chico Azul la miraba con gesto serio—. No sabes nada.

—Cuéntamelo —le pidió él en un susurro.

—¿Qué quieres que te cuente? ¿Que la vida es una mierda? ¿Quieres que te diga que cada vez que sonrío, oigo un ruido en mi cabeza que me dice que no está bien? ¿Quieres que te diga que odio a mi hermano, que odio a mis padres? ¡Os odio a todos! —El Chico Azul se adelantó unos pasos y Hope reaccionó golpeándole en el pecho con los puños. Al principio no hizo nada, dejó que ella se descargara contra él. Después, sostuvo los brazos de Hope hasta que consiguió abrazarla.

La abrazó tan fuerte que pensé que iba a romperme, pero en lugar de quejarme deseé que lo hiciera todavía más fuerte, que la abrazara como nadie había abrazado nunca a otro nadie y que todas sus partes rotas se unieran de nuevo en ese abrazo.

—Lo siento —susurró el Chico Azul contra su pelo.

Hope moqueaba y lloraba mientras hacía un esfuerzo sobrehumano por respirar. Parecía como si fuera a ahogarse en sus propias lágrimas. Fue en ese momento cuando oímos la canción. El Chico Azul cantaba muy bajito

Lavender’s Blue y cuando quise darme cuenta estábamos bailando. Bailábamos

Lavender’s Blue en medio de la calle, abrazados, con los sollozos de Hope como melodía de fondo.

Y pensé en la posibilidad de que la vida fuera un sueño y en qué sucedería cuando despertáramos. En si recordaríamos algo, en si habría merecido la pena o si tan solo quedaría el eco de palabras que jamás volverían. Pensé, también, en si alguien había despertado alguna vez.

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