Honor

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V

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—Yo también creo que es una vergüenza. Ese lugar era una antigua fábrica de pólvora. Ahora lo han convertido en un campo de aislamiento. La gente del pueblo no quiere oír hablar de ello. Hace cómo si no lo viese. Conozco a un vecino nuestro, no es mala persona, pero está obsesionado con la pureza de la raza. Dice que todos los gitanos o judíos que hay dentro son peores que los cerdos. Hay personas que vivían en Dachau y eran de origen judío. Les han expropiado todos sus bienes y están ahí recluidos, encerrados.

 

***

 

No son delincuentes, son personas normales. Sé que les someten a un trato vejatorio, inhumano. Se les trata peor que a los animales. El recinto está rodeado de una valla de alambre de espino electrificada. Si alguno quisiera escapar moriría al instante achicharrado. Es terrible.  No comprendo esto.

Paró unos segundos su disertación, segundos muy largos hasta que prosiguió.

—Lo peor es que no se puede hablar de este tema. Casi nadie fuera de Dachau sabe que esto existe. Nada más que está en la mente de los dirigentes del partido. Pero si aquí que lo vemos todo lo criticas, te tachan de antipatriota, de no querer a la verdadera Alemania. No sé a dónde podemos llegar en el trato humano si las cosas se siguen radicalizando.

Peter por primera vez se dio cuenta de que algo podrido y sórdido había debajo de ese esplendor que Hitler estaba consiguiendo para Alemania.

Él le agarró la mano mientras decía tristemente.

—Ven te llevaré a tu casa.

Ella apretó su mano con vehemencia sin soltarla mientras iban lentamente hacia la salida  del restaurante.

 

***

 

Al día siguiente continuó la visita a las instalaciones de la fábrica. Peter tenía una desagradable sensación que no se podía quitar del cuerpo después de lo que había visto el día anterior del campo de trabajo de Dachau. Únicamente la presencia de Erika, su comunión de ideas sobre ese tema, que en pequeños intervalos en los cuales se habían quedado solos habían seguido comentando, le daba un poco de alegría a este viaje que debería haber sido totalmente placentero.

El último día le dejaron volar unos de los veleros que producía Egon Scheibe. Era un velero de dos plazas. El nombre Mü-10 Milan. Fueron a un pequeño campo al sur de Dachau y allí prepararon el vuelo para que Peter probase el avión.

Estaba construido en un fuselaje de tubos de acero y recubierto todo de tela. Las alas eran de madera como en el resto de los aviones sin motor que se construían en Alemania. Junto a él se encontraba el diseñador y constructor, Sheibe, dos operarios que prepararon el velero y un piloto que manejaría la avioneta con la cual remolcarían el planeador a las alturas.

—Normalmente el instructor se deberá sentar en el asiento trasero y el piloto que aprende en el delantero. Vuélalo desde atrás y así verás sus reacciones —le dijo Egon Scheibe a Peter.

—¿Te sientas tú delante? —preguntó Peter al constructor. Este con una sonrisa de complicidad le respondió.

—Es mejor que vaya Erika... si ella quiere—, mientras hacía un gesto de invitación a la muchacha.

Ésta un tanto sorprendida accedió, con la alegría de Peter al cual la idea de volar con ella le seducía bastante.

Para darle a la prueba un carácter más serio, le dijo que llevara una libreta y un lápiz, en donde ella anotaría el resultado de las diferentes maniobras.

Peter ayudó a Erika a ponerse los cinturones de seguridad en la cabina delantera, notando un cierto nerviosismo en la muchacha, y después se sentó en el asiento del instructor. Le pareció que la visibilidad desde la cabina trasera era un tanto reducida, pero suficiente para hacerse cargo sin problemas de los mandos del avión.

Con todo listo, engancharon en el morro del velero un cable de unos cincuenta metros que le unía a la parte trasera de la avioneta remolcadora. Cuando estuvo dispuesto, hicieron señas los ayudantes al piloto remolcador. Éste puso la máxima potencia y despegaron arrastrados por el pequeño avión.

Peter seguía con gran habilidad los movimientos de la avioneta remolcadora, ganando altura lentamente y cuando llegaron a una altitud de setecientos metros, se soltó del cable. Lo primero que hizo fue buscar una buena ascendencia térmica y en apretados círculos dentro de ella ganar altura, hasta que llegaron a la base de la nube que se formaba sobre ellos. Estaban a más de dos mil metros sobre el suelo. El día era magnífico, cielo azul, salpicado aquí y allá por pequeñas nubecillas blancas que marcaban las zonas en donde el aire subía.

Con disciplina profesional, Peter empezó a hacer diversas maniobras para probar las características del velero. Vuelo lento, virajes pronunciados, entradas en pérdida…

Mientras hacía estas maniobras le iba dictando a Erika sus impresiones y los datos de velocidad o inclinación de cada una de ellas. Algunas veces, cuando ya habían perdido bastante altura, buscaba otra ascendencia térmica y de nuevo en virajes continuos subía otra vez hasta la base de la nube, para continuar su evaluación.

Al cabo de una hora más o menos dijo que ya había probado todo lo que le interesaba del velero.

—Coge tú los mandos y vuela un poco —le dijo a ella.

—¿Quién yo? ¡Yo no sé volar!

—Pues para eso estoy aquí, para enseñarte —respondió Peter entre carcajadas.

Siguieron en el aire aproximadamente una hora más. Tiempo en el cual entre risas la muchacha aprendía a mover los mandos y mantener la línea de vuelo, dar virajes, moverse en el aire.

Poco a poco, como el día era muy bueno se desplazaron hasta estar sobre Dachau.

Desde arriba se contemplaba el pueblo, el trazado de sus calles. Descubrieron la casa de Erika, a ella le pareció muy pequeña vista desde el aire, y, como no, el campo de trabajo con sus barracones. Se dieron cuenta de que estaba todavía a medio construir. Se podían percibir los cimientos de un montón más de barracones que todavía estaban en proyecto. Aparentemente aquello iba a tener un gran tamaño. Otra vez, ahora los dos solos en este pequeño planeador, comentaron la locura de esta política del partido Nazi.

Poco a poco fueron perdiendo altura, hasta que al final aterrizaron blandamente sobre la mullida hierba del aeródromo.

Peter, con la ayuda de la notas que había apuntado Erika, le comentó a Egon Scheibe, las cosas que se podían mejorar del velero. El mando de alabeo era muy lento, seguramente sellando los alerones se podría incrementar su efectividad. Por otro lado el mando de profundidad era muy pesado y necesitaba un compensador más potente.

Egon prestaba gran atención a las explicaciones de Peter, mientras Erika le miraba con admiración, al ver todas las cosas que había percibido él y que ella no había apenas notado. Cuando acabaron, el constructor dijo.

—Agradezco mucho tus apreciaciones. Algunos de estos pequeños defectos ya los habían anotado mis pilotos de prueba, pero nadie me había dado un estudio tan exhaustivo del las características del avión y de la manera de corregirlos.

 

***

 

Volvieron a la fábrica, y allí tuvieron una comida de despedida. Al día siguiente Peter volvería en la moto hacia Poppenhausen.

—Dale un saludo a Alexander Schleicher —le dijo Egon Sheibe— y dile que podríamos fabricar veleros conjuntamente para nutrir a las nuevas escuelas de vuelo sin motor. Ya me pondré yo en contacto con él.

 

***

 

Esa tarde, llevó a Erika de nuevo a cenar. Quisieron ir a un restaurante lejos de Dachau. Fueron hasta Munich. Peter no conocía la ciudad y ella se la mostró. Sus monumentos, sus iglesias y sus calles modernas y llenas de gente.

La bonancible primavera propiciaba que muchas personas estuvieran cenando en terrazas al aire libre.

Fue una noche con sabor agridulce. Sabían que se iban a separar.

La cena, alumbrada por algunas velas que daban una imagen al rostro de Erika que a Peter le pareció de una belleza serena, se desarrolló de una manera agradable, íntima. Se contaron confidencias, intercambiaron opiniones, se encontraban cada vez con una unión más fuerte.

Cuando salieron del restaurante, era ya noche cerrada. Peter preparó la moto para llevar a Erika a su casa. Ésta se enlazó con fuerza, con pasión a su cuerpo, en parte de una manera obligatoria pues el sillín de la motocicleta no estaba pensado para dos personas. Fue un viaje que a Peter le hubiera gustado que hubiese durado más tiempo. Acariciado por el frescor de la noche que movía sus cabellos, sintiendo el cuerpo joven y femenino de Erika completamente pegado a su espalda, embriagados por los aromas del campo primaveral.

Cuando llegaron delante de la casa de ella, se quedaron mirándose el uno al otro. Ella enlazó sus brazos al cuello de él. Se quedaron quietos durante unos segundos y ella dijo.

—¿Cuándo nos volveremos a ver?

—No lo sé Erika, pero te aseguro que vendré aquí siempre que pueda. No quiero perderte. Eres la primera mujer que me va a dejar un recuerdo indeleble.

Ella puso sus manos detrás de la nuca de él, le atrajo hacia su cara y le dio un beso profundo, lento, apasionado.

Estuvieron besándose durante varios minutos. No encontraban el momento de parar.

Erika que notaba la fuerte excitación de Peter, no quiso seguir más adelante. Se separó de él apoyándose en la cerca de la puerta de su casa.

—Guarda este momento en tu recuerdo —dijo lentamente— porque la próxima vez que vengas, ya no será para ver la fábrica, podríamos hacer un pequeño viaje juntos por Baviera, te gustará.

Peter estaba mudo, tan solo asintió con la cabeza. Ella le dio un suave beso en los labios de despedida y dando media vuelta entró en el jardín.

Él se quedó fijamente mirando cómo andaba, cómo se movía su falda, mientras llegaba a la puerta de entrada. Una pequeña seña con la mano fue la última visión que tuvo de ella mientras abría el portal y desaparecía dentro de la casa.

Puso la moto en marcha y mientras conducía hacia su hotel, iba dando gritos de alegría, gritos que nadie podía escuchar pues las calles de Dachau estaban desiertas.

 

 

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