Honor

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Capítulo 13

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Capítulo 13

«VAMOS, vamos... Sí, ya está... Diga a la sala de operaciones que subimos..., venga.»

Mac se derrumbó, aliviado, cuando todo el equipo pasó corriendo por su lado.

Tras tomar aliento durante un segundo, los siguió. Nada más entrar en la sala de espera se detuvo en seco, con una expresión incrédula. «Que me digan que no es cierto lo que veo.»

—¿Cómo está? —preguntó Blair, que se dirigió a Mac flanqueada por Stark y Grant—. ¿Puedo verla?

Mac, atónico, olvidó la diplomacia.

—Esta área no es segura. No puede permanecer aquí —gritó.

—Estoy aquí y no pienso irme. — Blair respiró a fondo. «Cooperar. Le prometí a Cam que cooperaría. Oh, Cam, por favor. No se puede acabar así»—. Haga lo que tenga que hacer, agente Phillips, pero no me voy a marchar hasta que ella se encuentre fuera de peligro. Ponga a una docena de agentes a mi lado... No me importa.

Mac miró hacia la entrada de urgencias cuando otro Suburban frenó en seco y salió el resto del equipo.

—Por ahora bastará con nosotros seis. Vamos a buscar un lugar más privado que éste.

—Gracias, Mac —dijo Blair dulcemente—. Por favor..., dígame cómo está.

Cuando caminaban por el pasillo, en aquel momento desierto, hacia una salita, Mac habló.

—La acaban de llevar a la sala de operaciones.

—¿Estaba consciente? —La imagen de Cam inmóvil no se apartaba de su cabeza.

Mac se aclaró la garganta.

—Señorita Powell...

—Dígamelo, Mac. Por favor.

—Llegó aquí sin constantes vitales... —Apretó la mandíbula al oír el débil gemido, rápidamente ahogado, de la joven, y se apresuró a añadirá: Pero le han practicado reanimación cardio pulmonar de camino. Han conseguido que vuelva.

«Han conseguido que vuelva. ¿Adónde había ido? ¿Podía acabar todo de una forma tan rápida? Claro que sí. Me acarició la mano y dijo que todo saldría bien. Se puso delante de mí. Oh, Dios mío, se puso delante de mí.»

—Disculpe —dijo Blair, de pronto. Se alejó y desapareció en un cuarto de baño.

—Stark —ordenó Mac—. Vaya.

—Sí, señor.

Stark la encontró apoyada en una pileta, con las manos aferradas a los bordes de la porcelana blanca, respirando de forma rápida y entrecortada. El protocolo indicaba que Stark debía protegerla, no consolarla, pero no podía olvidar el gesto de la hija del Presidente mientras miraba el monitor, cuando intentó tocar a la comandante herida a través de la pantalla. «Dios mío, hace diez días ella me retuvo...»

Stark posó los dedos, tímidamente, en el hombro de Blair. No le veía la cara, pero percibía su temblor.

—Señorita Powell...

—Me encuentro bien —repuso Blair, en un tono débil, sin mover la cabeza—. Sólo necesito... un minuto.

—Por supuesto. —Stark apartó la mano y retrocedió, aunque se mantuvo cerca.

Blair cerró los ojos y esperó a que se le estabilizase el estómago. Intentó esquivar la horrible idea de que otro ser humano había estado a punto de morir en su lugar, una mujer a la que ama...

«No puede ser. No puede ser. Yo no siento eso. Oh, que no suceda ahora.»

—Dios, ella no puede morir. —Blair levantó, de pronto, la cabeza al darse cuenta de que había hablado en voz alta. Sus ojos tropezaron con los de Stark en el espejo. Había comprensión y amabilidad en ellos, probablemente más de la que ella merecía—. ¿Puede localizar a alguien que me explique lo que le pasa?

—Sí, señora —respondió Stark—. Así lo haré.

Siete horas después, Blair se despertó al oír un amortiguado sonido de voces en el exterior de la sala en cuyo sofá había dormido. Se incorporó enseguida, corrió hacia la puerta y miró el pasillo. Dos mujeres desconocidas se hallaban enfrascadas en una conversación; sus expresiones eran concentradas y las voces, bajas y graves. Sin duda, una era médico, seguramente cirujana, por las manchas de sangre que salpicaban su bata azul marino. La otra, una mujer elegante y hermosa, que se parecía muchísimo a Cam, alzó la vista un instante y su mirada se cruzó con la de Blair.

—¿Señorita Powell?

—Sí —respondió Blair, adelantándose.

—Soy Marcea Casells, la madre de Cameron.

—Blair Powell. —Blair estrechó la mano extendida y la retuvo, en vez de devolver el saludo. Sorprendentemente, la mano de la madre de Cam era cálida, mientras que la suya estaba helada—. Siento mucho lo que ha ocurrido.

—La cirujana —explicó Marcea, señalando la figura distante de la mujer con la que había hablado— dice que Cameron se encuentra estable, por el momento. Tenemos motivos para estar contentas.

—Gracias a Dios —susurró Blair—.

Estaba tan asustada...

—Sí, ya me lo imagino. —Marcea acogió la mano de Blair en la curva de su brazo y la acercó hacia sí. Sus dulces ojos recorrieron el rostro demacrado de Blair y se fijaron en los huecos que había debajo de los ojos y en el débil temblor de los dedos que se apoyaban en su brazo—. ¿Se encontraba usted allí? ¿Lo vio?

Durante un segundo todo resucitó con plena fuerza, y Blair se estremeció.

—Sí, estaba allí. Ella... Se supone que debía de haber sido yo, según parece. —

Cuando miró a la madre de Cam, no pudo esconder el sentimiento de culpa y repitió: Lo siento mucho.

—No creo que Cam quisiera que fuese usted —dijo Marcea amablemente cuando ambas se sentaron en el sofá. Grant vigilaba en la puerta y había otro agente en el pasillo, frente a la sala—. Sin duda diría que sólo cumplía con su trabajo.

En el rostro de Blair se dibujó una sonrisa, a pesar de las lágrimas que brotaban de sus ojos.

—Sí —susurró—. Seguro que diría eso.

—Podremos verla dentro de unos minutos.

—No quiero robarle ningún momento de su compañía —declaró Blair—. Sólo me gustaría que me contase... cómo está.

Marcea observó a la hija del Presidente con atención y fue incapaz de ignorar el dolor que emanaba de sus ojos.

—Sé que ella querrá que esté usted allí.

Treinta y seis horas después, la recuperación de Cam aún no era segura.

Apenas estaba consciente y sus constantes vitales se volvían inestables de forma intermitente, por lo que requerían medidas de apoyo.

Blair se sentó junto a la cama de una de las dos habitaciones privadas que había en los extremos de la unidad de cuidados intensivos. Acarició la pálida mejilla de Cam mientras buscaba señales de conciencia. Se le aceleró el corazón cuando los labios de Cam se movieron y se abrieron un momento. El dolor y las drogas habían apagado aquellos ojos oscuros, habitualmente tan penetrantes y firmes.

—Cam, te pondrás bien. —Blair tomó la mano de Cam y la llevó hasta sus labios, mientras susurraba contra su piel—. Te necesito... Aguanta, por favor.

—Duele...

—Chist, ya lo sé, cariño, lo sé.

Al oír un movimiento detrás de ella, Blair se volvió rápidamente y su mirada se cruzó con la de Mac. Su cansancio era tal que superaba la fatiga: estaba a punto de morir de miedo y dentro de ella sangraba algo que no había vuelto a sangrar desde la muerte de su madre. Todo lo que le importaba se hallaba en aquella tranquila habitación. Se ahogaba en el silencio antinatural, roto sólo por el sonido aún más antinatural de la vida reducida a vibraciones mecánicas y monótonos pitidos.

—Déjenos solas, por favor.

—Necesita descansar un poco.

—No. Aún no. Dijeron que hasta dentro de veinticuatro horas no estarían seguros...

Mac insistió, amablemente.

—No servirá de mucho si enferma...

—Me sirve a mí. No puedo dejarla.

—Lo siento —se disculpó Mac con la mayor gentileza—. Tenemos que llevarla a un lugar protegido.

—No.

—Señorita Powell, lo siento de veras. El que disparó sigue suelto y aquí no podemos proporcionarle una seguridad adecuada. El jefe de personal ha vuelto a llamarme.

Blair asintió, cansada, porque no podía luchar contra todos.

—Déme un minuto más, por favor.

—Por supuesto.

Cuando se quedaron solas, Blair se inclinó sobre la figura inmóvil de Cam y la besó.

Cam no recordaba el trayecto en ambulancia, los frenéticos cuarenta minutos de reanimación en la sala de urgencias ni las primeras veinticuatro horas en la unidad de cuidados intensivos, con un tubo en la tráquea que le insuflaba oxígeno y dos tubos más grandes en el pecho para retirar la sangre y los fluidos de los tejidos. Una máquina respiraba por ella; no podía moverse ni hablar. De vez en cuando registraba una pequeña sensación: un sonido, una luz, alguien que la tocaba.

Siempre había una voz tierna que murmuraba palabras de consuelo que no significaban nada, pero resultaban increíblemente tranquilizadoras.

El dolor era un trueno lejano que rodaba despacio por el paisaje de su conciencia, omnipresente. Cada vez que empezaba a despertarse, aparecía y la hacía gemir con su incansable ataque.

«¿No pueden darle algo, por amor de Dios? Está sufriendo.»

La voz sonaba familiar, aunque la cara resultaba esquiva. En una ocasión Cam abrió los ojos y tuvo la certeza de que el rostro cubierto de lágrimas que se inclinaba sobre el suyo pertenecía a Blair. Pero no podía ser verdad, ¿o sí? Cuando volvió a abrir los ojos, ya lúcida, comprendió que se trataba de una enfermera.

En su cabeza flotaban fragmentos de conversación, pero, a pesar de sus desesperados intentos por encontrar sentido a lo que estaba ocurriendo, había enormes agujeros en su conciencia que destruían toda sensación de realidad. La gente la tocaba, le daba la vuelta, la atendía. Sin embargo, le transmitía mayor seguridad el tacto de una mano suave que permaneció aferrada a la suya durante horas y horas.

Cuando conseguía hacer acopio de voluntad, Cam apretaba los dedos que se entrelazaban con los suyos, y regresaba la voz que murmuraba dulces palabras de amor y ánimo en su oído.

—Quién... es.

—Todo va bien, amor, no intentes hablar ahora.

—Quédate...

—Sí.

* * *

Cam yacía en silencio, con los ojos cerrados, haciendo balance de su situación.

La mayoría de los tubos de los que apenas había tenido conciencia en los últimos días habían desaparecido. El nivel de ruido que la rodeaba también había decrecido y se daba cuenta de que ya no se encontraba en la unidad de cuidados intensivos. Una mano le acarició el cabello lentamente. Abrió los ojos y los centró en la mujer que estaba a su lado. La sorprendió lo brillante que resultaba la luz del sol que se filtraba a través de la ventana.

—Hola, madre. —Cam buscó los dedos que le acariciaban la mejilla, sorprendida y bastante asustada al comprobar lo difícil que era. Esperaba no parecer tan débil como se sentía.

—Hola, Cameron, cariño.

Cam parpadeó otra vez ante la luz y, luego, vio un asomo de movimiento, el resplandor del metal, y todo se le reveló de repente.

—¡Blair! —El pánico la agarrotó—. ¿Está bien? ¿Resultó herida?

Presa del nerviosismo, intentó incorporarse y comprobó que no podía levantar los hombros más de un milímetro. El dolor con el que había vivido durante días se fundió de pronto en una brillante lanza de fuego candente que le atravesaba el pecho.

—Oh... oh —jadeó involuntariamente y se derrumbó sobre la almohada. El sudor le cubrió la cara y empapó las sábanas al momento—. Dios.

—No te muevas, Cameron —le ordenó su madre con firmeza—. La señorita Powell está bien. No la hirieron. De hecho, tú has sido la única. . —Dudó un instante hasta que se le aclaró la voz—. Tú has sido la única que recibió un disparo.

—¿Dónde se encuentra ella? — insistió Cam con voz ronca, esforzándose por contener la oleada de náuseas que seguía al tormento de su pecho. Recordaba las caricias tranquilizadoras, la voz suave y las dulces palabras de amor. ¿Habría sido Blair?

—La han llevado a un lugar seguro —respondió Marcea, demasiado preocupada por el sudor que trataba el rostro de su hija como para explicarle que Blair no se había marchado de buena gana y que casi había sucumbido al agotamiento—. No hables, Cameron. Es demasiado pronto.

Cam cerró los ojos unos instantes, extenuada por el esfuerzo que había hecho para incorporarse. A pesar de la fatiga, se sentía tranquila y contenta. Blair se encontraba a salvo. Pronto la vencería el sueño, pero necesitaba saber cosas.

—¿Quién está al mando? ¿Quién cuida de ella?

—Creo que un hombre que se llama Macintosh o algo parecido.

«Mac. Bien. No dejará que le pase nada.» Convencida y segura ante aquella idea, cerró los ojos y escapó del dolor.

Marcea Casells contempló a su hija dormida. Pensó en la otra joven que había permanecido tantas horas junto a su cama, sosteniendo la mano de su hija, acariciándole el cabello y susurrándole palabras de amor. Sabía que por muy duras que fuesen las batallas que su hija había librado, las largas horas habían resultado más llevaderas gracias a la presencia de Blair.

Se preguntó si las dos comprendían la profundidad de su relación; quizá sólo pudiese apreciarla alguien ajeno al círculo de su intimidad. Conocía lo suficiente el sentido del deber de su hija como para darse cuenta de que Cam no habría permitido que ocurriese nada entre ellas. Pero también quedaba claro que, a pesar de las buenas intenciones de ambas, había pasado algo muy importante. Se dirigió con paso cansado al pasillo y se acercó al teléfono de monedas. Leyó el pedazo de papel apretujado en su mano y marcó los números apuntados en él.

—Soy Marcea Casells —anunció cuando le respondió una voz masculina. Le indicaron que esperase un momento y, luego, una mujer se puso al teléfono y habló en tono alterado.

—¿Sí? ¿Está...?

—Ha despertado. Se encuentra débil, pero por lo demás parece estar bastante bien.

Hubo un momento de silencio y, a continuación, habló la voz ligeramente temblorosa.

—Muchas gracias por llamarme.

—Cómo no. —Marcea dudó un segundo antes de añadirá: Ha preguntado por usted inmediatamente.

Blair respiró a fondo. Abandonar a Cam, sin saber bien qué le sucedería, había sido lo más difícil que había hecho en su vida. Se había sentido como si dejase su corazón detrás. «¡Dios, cómo me hubiera gustado estar allí cuando se despertó!»

—¿Señorita Powell?

—Sí, estoy aquí. ¿Podría decirle... decirle que yo...? —Blair se calló, confundida. Cam jamás volvería a creerla. No después de verla en el bar, de observarla junto a otra mujer, sin saber que la desconocida no era más que una sustituta. Y luego se habían peleado, unas horas antes de que empezase aquella pesadilla.

—Creo que tendrá que decírselo usted —dijo Marcea en un tono amable—, cuando llegue el momento.

—Sí, claro —se apresuró a decir Blair, que en ese instante ya controlaba sus emociones. Le dio las gracias a la madre de Cam y colgó el teléfono. Luego, se volvió; sabía que nunca podría compartir con Cam lo que sentía su corazón. Pero se ocuparía de que Cam no volviese a sufrir ningún daño por su culpa.

* * *

—¿Los médicos han dictaminado que no puedo regresar al servicio activo? — preguntó Cam al fin—. ¿Intenta decirme que estoy jubilada?

—Diablos, no —respondió el director adjunto, Stewart Carlisle—. No podemos despedirla después de que el Presidente prácticamente le ha concedido una medalla.

—Una mención honorífica. No es gran cosa. —Se encogió de hombros y rechinó los dientes. El menor movimiento le dolía—. Entonces, ¿qué demonios pasa, Stewart? Sigue habiendo un sujeto no identificado suelto y trabajo por hacer. Dijeron que estaría de baja unos meses. Será menos tiempo, se lo garantizo. Carlisle miró por la ventana mientras atinaba con las palabras, deseando que hubiese otra respuesta. Cameron Roberts era una heroína de la Agencia condecorada públicamente por el Presidente. Había realizado, sin dudar, lo que todos se hubieran exigido a sí mismos en un caso similar. Se había mostrado dispuesta a morir en el cumplimiento del deber. No se podía hacer nada más. Lo que debía decirle carecía de sentido.

—Los médicos opinan que se pondrá bien. Ése no es el problema.

—Se volvió para mirarla a los ojos, pues se merecía que le hablasen a la cara—. Blair Powell en persona ha pedido que se la releve del mando. Ella está por encima de todos. No podemos hacer nada al respecto.

—Entiendo —dijo con una voz totalmente desprovista de emoción. Agarró las sábanas con la mano derecha, pero permaneció inmóvil. Había albergado esperanzas.

«Lo que tú esperes ya no importa. No era ella. Te equivocaste.»

Blair no había ido al hospital, y Cam tampoco había contado con ello. Cuando pudo atender llamadas, Mac la puso al corriente. El equipo había aislado a Blair tras el tiroteo para protegerla, y el plan consistía en mantenerla fuera de juego durante una temporada. Sin embargo, a medida que pasaban los días, a Cam le extrañaba que no hubiese ningún mensaje de ella. En aquel momento lo entendió.

Blair había conseguido al fin huir de una de sus ataduras. «Se ha librado de mí.»

—Mire —Carlisle habló con energía, impelido por el silencio—, cuando la den de alta para el servicio, podrá elegir destino. Diablos, después de lo que ha hecho podría pasar el tiempo que le queda hasta la jubilación en una isla de ensueño y que se vayan todos al infierno.

—Sí. Gracias por venir, Stewart. — Su rostro seguía inexpresivo, pero en los ojos había una sombra de tristeza.

Cuando Carlisle salió de la habitación, Mac lo esperaba en un hueco del pasillo.

—¿Cómo se lo ha tomado?

Carlisle observó a Mac con cautela, preguntándose cuánto podría revelarle. Vio una mirada de verdadera preocupación y algo más, algo que se parecía a la compasión.

—Se lo ha tomado bien. No discutió ni ofreció resistencia.

—Ah, oh —repuso Mac en tono sardónico.

—Sí, a mí también me preocupa. — Stewart no sabía qué pensar de la mujer que había dejado en la habitación. Miraba a un punto lejano, así que apenas la vio respirar—. Sí, bueno, se pondrá bien. Siempre lo hace —añadió Carlisle, con tristeza.

Mac no estaba tan seguro. Respiró a fondo y entró a presentarle sus respetos a la mujer a la que iba a sustituir.

Cuatro meses después, a Cam la declararon recuperada del todo físicamente y le dieron el alta para trabajar. Acabó la rehabilitación antes de lo previsto, como había adelantado. También hizo la terapia psiquiátrica obligatoria y, al igual que después de la muerte de Janet, la superó sin dificultad. Era experta en ocultar sus emociones. Nadie reparaba en la tristeza de sus ojos y, si la notaban, no lo comentaban. Nadie dudó en ningún momento de la capacidad de Cameron Roberts para trabajar. Daba la impresión de que los últimos seis meses no habían existido.

Estaba sentada en la oficina de Stewart Carlisle en el Departamento del Tesoro, para recibir su nueva misión, igual que cuando le había asignado el mando del equipo de seguridad de Blair Powell. Parecía como si ya lo hubiese vivido antes, aunque todo era distinto, incluida ella. Se sentía más sola que nunca. Antes, al menos, la vencía el entumecimiento; y cuando necesitaba contacto, una breve interrupción del aislamiento, recurría a Claire.

Pero ahora se trataba de algo diferente. Cuando rebuscó entre sus cosas tras recibir el alta en el hospital, encontró la nota que Claire le había dejado la última noche que habían pasado juntas, hacía toda una vida.

Había permanecido en el bolsillo de sus pantalones desde el día en que le dispararon.

«C, me da la impresión de que pasará un tiempo sin que sepa nada de ti. Te echaré de menos más de lo que te imaginas. Si alguna vez necesitas algo, llámame. C.»

Cam no había llamado, pues sabía que Claire no podía darle lo que necesitaba.

No en esa ocasión. Tras la muerte de Janet, se había sumergido en el trabajo y, cuando precisaba algo para borrar la tristeza y la culpa, Claire la ayudaba a olvidar. Pero ahora no podía olvidar a Blair Powell y ningún otro contacto satisfaría su añoranza.

—Bueno —concluyó Carlisle, mirándola con atención. Parecía distraída, cosa rara en ella. Pero, diablos, se había ganado un trabajo cómodo—. Directora regional, de vuelta a investigaciones. Ideal para usted.

—¿Cuál es la trampa? —preguntó Cam en un tono amable, procurando centrarse en lo que le había dicho.

«En eso soy buena. Lo que yo quería... antes de Nueva York. Antes de Blair. Debería alegrarme.¿Por qué no siento nada en absoluto?»

—No hay trampa. Su equipo investigará la operación de blanqueo de dinero falso en el sur de Florida. Mantendrá contacto con el Departamento de Seguridad de Drogas.

—Como siempre —dijo Cam en un tono grave—. Bien. Me harán falta unas semanas sobre el terreno para hacerme con el equipo y con la red que poseen, comprobar los contactos y los informantes, y ese tipo de cosas.

—Es la directora regional —afirmó Carlisle, riéndose—. No tiene que hacer trabajo de campo.

Cam lo miró sin pestañear.

—He sido declarada apta para el servicio. Y sé lo que significa trabajar, Stewart.

—Entendido. Pero que le disparen dos veces cuando cumple con su deber le basta y le sobra a cualquier agente —comentó con sequedad—. A pesar de ser usted una heroína, nos daría mala fama.

—Dios no lo quiera —dijo Cam, muy seria.

—Bueno, procure mantener el trasero fuera de la línea de fuego — replicó Stewart bruscamente y miró los papeles de su mesa, lo cual indicaba que la reunión obligatoria había terminado.

Se quedó sorprendido cuando Cam habló.

—¿Cómo le va a Mac con el otro asunto? —preguntó en voz baja. No pretendía preguntar, pero no había oído nada sobre la detención del individuo que había disparado, lo cual significaba que Blair seguía en peligro, y esa idea no se apartaba de su mente en ningún momento.

Carlisle casi logró disimular su sorpresa. Por primera vez ella se refería a su misión anterior. Analizó las cláusulas de seguridad durante unos segundos. «¡Qué demonios! Merece una respuesta.»

—No ha habido grandes quebrantamientos de seguridad, si se refiere a eso. Phillips se manifiesta muy circunspecto en sus informes, pero deduzco que el sujeto sigue saltándose los controles cuando puede. —La contempló con atención durante unos segundos—. En realidad, podría interesarme un informe directo sobre lo que ocurre allí. No se incorporará al nuevo puesto hasta dentro de una semana. ¿Qué tal si va a ver a Mac para que le cuente la verdadera historia?

Cam se puso rígida, evidenciando su descontento.

—No voy a espiar a otro agente. Mac Phillips es muy capaz. No dudo de que, si habla con él, le contará todo lo que desee saber.

—Diablos, no pongo en duda la capacidad de Mac. Pero tampoco soy tonto. Sé muy bien que minimiza los detalles de los informes para proteger a Blair Powell.

Recuerde que el tipo que intentó matarla anda por ahí fuera y no podemos mantenerla aislada para siempre. — Jugó su baza porque era un político y sabía que sólo la doblegaría la apelación al deber—. Continúa en peligro real e inminente. Cualquier información nos resultaría útil. Si no le apetece hablar con Mac, hable con ella.

—De ninguna manera. —Cam se levantó de pronto, se volvió y caminó a zancadas hacia la puerta. Blair no la había llamado ni se había puesto en contacto con ella. No había razón para hacerlo.

Había realizado su trabajo. La asociación de ambas había pasado a la historia. No importaba que apenas transcurriese un día —demonios, una hora— sin que pensase en ella.

Blair Powell la había considerado un obstáculo para su libertad. No pensaba entrometerse en su vida. La joven odiaría que lo hiciese, y verla... le dolería.

—Roberts —dijo Carlisle en un tono suave y certero que significaba que hablaba completamente en serio—. No me obligue a valerme de la autoridad. Busque una forma de hacerlo que le resulte soportable. Cinco días. Luego espero noticias suyas.

Cam no respondió. No confiaba en que no le temblase la voz.

Mientras conducía por el túnel de Lincoln hacia Manhattan, Cam se recordó a sí misma que se encontraba en Nueva York con el único propósito de asistir a la inauguración de la exposición de su madre. Se trataba de la primera exposición de Marcea en la costa este desde hacía bastantes años, y Cam sabía que a su madre le gustaría que acudiese. No entraba en sus planes visitar el centro de mando y, por supuesto, tampoco ver a Blair Powell. Se recordaba las circunstancias a cada instante, cuando su mente se desviaba hacia las imágenes que ella suponía definitivamente erradicadas: imágenes de Blair en un bar lleno de humo, con el pelo suelto y el ansia desatada; Blair, elegante y exquisita en el estrado del desfile; Blair, vulnerable y agotada en el hospital tras el accidente de esquí. Todos los recuerdos de ella desencadenaban un caleidoscopio de añoranza nostálgica y un deseo explosivo.

«Maldición.» Se esforzó en concentrarse en el tráfico congestionado de la ciudad, agradecida de que algo, cualquier cosa, la distrajese de la dolorosa necesidad que nunca había abandonado la superficie de su conciencia.

Dejó que el guarda del Plaza aparcase su coche y le entregó el equipaje al mozo para que lo llevase a la suite del ático. No viajaba por motivos de trabajo y, por tanto, no debía dar cuenta de sus gastos. De hecho, no se sentía responsable ante nadie por primera vez desde que tenía memoria adulta. Se encontraba entre dos misiones y, a pesar de la orden de Stewart Carlisle, no pensaba rendir ningún deber a los Estados Unidos de América durante los cinco días siguientes.

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