Honor

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Capítulo 3

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Capítulo 3

A las once en punto Cam pulsó el botón del ascensor para subir al ático y un momento después salió a un pequeño vestíbulo. Frente a ella había una puerta de roble tallado entre bruñidos paneles de la misma madera. Cubría las dos paredes próximas al ascensor un papel de complicados dibujos y de un lujoso material crema, sobre un revestimiento de roble oscuro. Junto a la puerta había una mesita con un jarrón de fino cristal, que contenía un ramillete de flores frescas. El efecto era cálido y sensual.

Cam tocó el timbre y esperó.

Blair Powell abrió la puerta poco después y Cam enseguida hizo una rápida valoración visual. El pelo de la primera hija estaba mojado de la ducha, lo había arreglado con los dedos y le caía por delante de la cara. Llevaba una bata de seda azul casi suelta, que le llegaba por la mitad del muslo. Tenía las piernas desnudas y Cam se dio cuenta de que no llevaba nada debajo del fino tejido. La parte delantera se abría y dejaba ver las suaves curvas internas de ambos pechos, y las leves marcas de los pezones no pasaban inadvertidas. En el aire flotaba un aroma de jazmín.

A Cam la asaltó la ardiente sensualidad que había percibido en la fotografía que le había enseñado Ryan antes, una sensación tan poderosa que casi era tangible. Le escocía la piel y procuró no desviar la mirada de los ojos de Blair. Habló en tono neutro.

—Soy la agente Roberts, señorita Powell. Volveré cuando esté lista para la reunión.

Sólo tiene que llamar a la sala de mando...

—No voy a estar disponible más tarde —Blair la interrumpió, valorando atentamente a la agente que tenía la misión de cuidarla. Sin duda, era una sorpresa. Vestía el consabido traje, mucho mejor cortado que los de la mayoría, de tejido importado. La impecable confección ocultaba cualquier asomo del bulto de la pistolera. El cabello negro lucía un peinado a la moda y un corte desenvuelto de falso aspecto masculino. Llevaba la chaqueta cruzada de tonos carbón abierta y bajo ella una fina camisa de lino blanco, que revelaba un busto bien desarrollado y una cintura esbelta. Los pantalones con cinturón estilizaban sus musculosos muslos. Cameron Roberts, con sus profundos ojos grises y sus rasgos cincelados, formaba un conjunto muy atractivo. Además, la agente o era irreprochablemente heterosexual o era lo que aparentaba ser: una lesbiana a la que no le importaba que los demás lo supieran.

Blair estaba intrigada.

—Tiene que ser ahora o la semana que viene —continuó la primera hija, disfrutando del control de la situación. No había posibilidad de que la nueva agente al mando esperase ni siquiera unas horas para hablar del programa, y Blair lo sabía.

—Ahora me viene bien —asintió Cam gentilmente. No quería iniciar una lucha de poder por asuntos triviales. No necesitaba demostrar su valía de esa forma.

Blair se hizo a un lado e invitó a Cam a entrar en el espacio abierto del loft de techos altos. Sonrió cuando Cam evitó con mucho cuidado rozarse contra ella. «Todo profesionalidad», pensó para sí.

—¿Tiene nombre propio, agente Roberts? —preguntó Blair, mientras se dirigía a la zona de la cocina. Una barra de desayuno flanqueada por taburetes altos separaba la parte de la cocina del espacioso salón. Se agachó para coger dos tazas de los estantes que estaban debajo de la isleta, muy consciente de que el movimiento permitía una clara visión del interior de su bata.

—Cameron —respondió Cam, con el rostro y la voz inexpresivos. Su mente registró la impresionante perfección del cuerpo de la joven. La imagen de sus pechos suaves, de pezones rosados, se implantó en su cabeza para siempre. La estaba provocando, sin lugar a dudas. Aunque no sabía por qué.

Blair se incorporó despacio, buscando alguna reacción en el atractivo rostro de la agente. Le entró la curiosidad cuando no vio ninguna.

—Cameron —repitió con voz ronca—. Precioso. Puede llamarme Blair.

—Procuraré no entretenerla mucho, señorita Powell —continuó Cam, cuyo aspecto externo era imperturbable, aunque en su interior se esforzaba por suprimir la insólita inquietud que el atractivo físico de la mujer provocaba—. Si repasamos sus planes de la semana, la dejaré tranquila.

Blair la miró con una ira incontenible, que brilló de pronto en sus ojos azules.

—No me trate con condescendencia, agente Roberts. Las dos sabemos que no me va a dejar tranquila en absoluto.

Cam hizo un gesto de asentimiento.

—Perdóneme, no quería expresarlo de esa forma. Claro que no puedo dejarla, pero sí puedo hacer que mi presencia y la de mi gente resulte lo menos molesta posible.

—¿En serio? Eso sería una novedad. —En el fondo a Blair la había sorprendido la actitud conciliadora de la agente. Era una táctica nueva. Los jefes de equipo solían tratar de intimidarla con la amenaza de pasar informes desfavorables a su padre, como si fuera una niña desobediente a la que podían privar de las actividades extraescolares. O hacían eso o le prometían mantener su intimidad y luego estrechaban el cerco en torno a ella en cuanto cooperaba. No tenía ningún motivo para creer a la agente, a pesar de la sinceridad de sus intensos ojos grises.

—¿Café, comandante? —Blair rodeó la isleta con el café hasta que estuvo junto a Cam, y se estiró para poner las tazas sobre el mostrador, rozando a propósito a la otra mujer.

—Gracias. —Cam no rechistó, aunque su cuerpo registró la presión de los pechos de Blair contra su brazo y el calor del muslo desnudo junto a su pierna. Le molestaba el giro de atracción sexual que había surgido de forma totalmente involuntaria, y se esforzó para no alterar la respiración.

«Sabe que hay cámaras de vídeo. Por eso juega conmigo.»

Poner a la comandante del equipo en una situación comprometida en una cinta de vídeo podía beneficiar a la primera hija hasta cierto punto, o tal vez fuera ésa su idea del juego. Fuera como fuera, le dio pena Daniel Ryan. Blair Powell era una mujer muy deseable y, si esas atracciones hubieran interesado a Cam, habría sido un problema. Pero Blair no podía saber que, a pesar de la atracción sexual innata que provocaba, Cam era inmune incluso a su innegable encanto.

—¿Puedo hacer algo más por usted? —murmuró Blair, acercándose deliberadamente.

Cam dejó que el contacto durase lo suficiente como para dejar claro que lo había percibido y que no la perturbaba. En los seis meses anteriores había adquirido mucha experiencia en decir que no a mujeres atractivas. Luego se apartó, buscó en el bolsillo interior de su chaqueta la agenda electrónica que Macle había dado y la colocó entre las dos.

—¿Programa? —preguntó amablemente.

Blair la miró y se ruborizó. Acababa de reprenderla, de forma sutil pero irrevocable. El rechazo de las mujeres era una experiencia nueva y muy ingrata. Nunca se había mostrado tan provocativa con Daniel Ryan y, sin embargo, se había dado cuenta de lo incómodo que parecía cuando se hallaban los dos solos, pues sabía que ejercía un influjo sobre él. Jamás se habría acostado con él, aunque respondía a sus pequeñas seducciones. Se daba por satisfecha con saber que lo sacaba de sus casillas. Por lo visto, no iba a pasar lo mismo con la nueva comandante, y eso no era una buena noticia. Si tenía que aguantar a un carcelero, quería uno al que ella pudiese dominar. La actitud fría y distante de Cameron Roberts aumentaba su deseo de romper aquel perfecto autocontrol.

—El programa. Sí, a ver si nos lo quitamos de encima —respondió Blair con irritación. Cogió el café y se dirigió al salón. Cam la siguió y se fijó en la amplia zona de trabajo que había en un extremo del loft. Los caballetes abiertos sostenían lienzos en diferente estado de ejecución, y observó que había más trabajos apoyados contra todas las superficies.

La luz del sol se colaba a través de las claraboyas e iluminaba los trabajos destapados.

Ya a primera vista le pareció que Blair Powell era merecedora de su fama de artista seria. Cam tomó asiento frente a Blair en uno de los dos sofás de cuero enfrentados. Blair se sentó sobre las piernas y se acurrucó con gracia entre los cojines. Cam, abstraída, notó que la hija del Presidente era mucho más hermosa en los momentos de descuido que cuando utilizaba su considerable poder sexual como arma. Pero su mente volvió enseguida al trabajo que se traía entre manos.

—Mañana la tengo en la inauguración de una galería en la zona residencial, cena de Nochevieja en la Casa Blanca y al día siguiente asistencia al desfile de Macy’s aquí en Manhattan, con el alcalde. —Cam leyó el programa y miró a Blair para que se lo confirmase.

—Una semana ocupada —murmuró Blair lacónicamente—. Parece que eso es todo.

—¿Hemos terminado?

Cam la observó con gesto pensativo. También a ella le molestaría semejante intromisión, pero no se podía hacer nada al respecto. El hecho de que Blair Powell no hubiese escogido aquella vida (al fin y al cabo no era ella la que se había presentado a un cargo público) resultaba marginal. Y aún quedaba la parte más difícil.

—¿Qué hay de sus planes personales? —preguntó Cam, con los ojos clavados en el rostro de Blair. No pensaba disculparse por algo que debía averiguar y quería dejar muy claro que no comprometería su propia responsabilidad ni la seguridad de Blair por mucho que a ésta le desagradase la situación.

—No tengo ninguno —respondió Blair en tono desenfadado.

Cam se reclinó, dejó a un lado el programa y esbozó una leve sonrisa.

—Necesito conocer todos sus planes: citas para cenar, para tomar unas copas y todo eso. Si no lo averiguo ahora, deberá informar cuando surjan las cosas. Sólo tiene que avisar al puesto demando.

—Ya lo sé, agente Roberts —dijo Blair, irritada.

—Sí, pero al parecer no le gusta mucho la rutina.

—¿Y a usted?

—Eso no viene a cuento. Usted es la hija del Presidente de los Estados Unidos. No hace falta que le explique lo que eso significa. Por favor, déjenos hacer nuestro trabajo y le prometo que seremos todo lo discretos que podamos.

—¿Espera que le cuente también cuando voy a mantener relaciones sexuales? — preguntó Blair en tono brusco.

—No es necesario que sepa lo que va a hacer, pero sí dónde lo va a hacer — respondió Cam con soltura. Sabía que Blair quería que diese marcha atrás, pero no podía ceder. Sería preferible que nos informase cuándo planea pasar la noche fuera de aquí, por ejemplo. Como sabe, tenemos que diseñar rutas de evacuación, entre otras cosas.

—¿Y si no sé dónde voy a pasar la noche? —Blair esperó alguna reacción, pero se encontró ante una mirada inexpresiva.

—Entonces, tendré que improvisar.

—Cam tomó aliento—. Una cosa más. Es de vital importancia que sepa con quién se encuentra. Lo principal es la seguridad, señorita Powell. A menos que se trate de alguien que usted conozca bien, y a veces incluso en ese caso, no podemos confiar en su seguridad. Las personas que usted frecuente han de estar autorizadas.

—Está usted de broma.

—No, nada de eso.

—¿Y si no las conozco? —La voz de Blair contenía un desafío y, durante un segundo, amargura.

—Entonces, le pediría que nos deje protegerla de cerca.

—Eso sería muy íntimo. —Blair ladeó la cabeza y sonrió perezosamente—.

—¿Hacemos tríos, comandante?

Cam estuvo a punto de sonreír, pero no podía hacerlo delante de Blair.

—Las relaciones íntimas nos resultan especialmente difíciles, sobre todo con sujetos desconocidos, pero haré todo lo que pueda para asegurar la discreción.

—Es usted mucho más directa que sus predecesores, comandante. ¿No teme que me queje de usted? Podría acabar de guardaespaldas de cualquier diplomático extranjero de poca monta que visita el Capitolio. — Su tono era cáustico, pero observó a Cam con cauteloso respeto. La nueva comandante se parecía a ella en cierto sentido: no había forma de provocarla y, evidentemente, no se sentía intimidada. Un cambio renovador, pero que tenía mucho más de desafío que los otros.

Cam se rió.

—Señorita Powell, para mucha gente eso sería un chollo.

—¿Comparado con esto, quiere decir?

—No, no necesariamente. —Cam se levantó, rechazando la provocación—. Encantada de haberla conocido, señorita Powell. Por favor, llámeme en cualquier momento si desea hablar de algo. Me gustaría revisar su itinerario todos los días. Indique en la sala de mando cuándo le viene bien reunirse conmigo y, por favor, manténganos informados de sus planes.

—Oh, por supuesto —respondió Blair con una sonrisa y en un tono que reflejaba el poco interés que despertaba en ella aquella petición. Permaneció sentada cuando Cam salió de la habitación, pensando cómo sería su cuerpo firme y elegante en otras circunstancias.

* * *

Mac Phillips levantó la vista y arqueó ligeramente una ceja, en un gesto de interrogación, cuando su nueva jefa entró en el puesto de mando. Parecía pensativa, pero no mostraba la apenas velada incomodidad que Ryan intentaba ocultar tras visitar a Egret. Aunque Mac tampoco esperaba que Roberts revelase nada. Era incapaz de recordar cuándo había conocido a alguien tan impenetrable. Al parecer, aquella iba a ser una operación para iniciados.

—¿Algún imprevisto? —preguntó cuando Cam llegó junto a él.

—Hasta el momento no. —Cam apoyó la cadera en el borde del mostrador de trabajo—. Los actos públicos son los previstos. Mañana, en la inauguración de la galería, estaré dentro con el equipo de día. Que haya dos personas fuera con el coche. Eso significa que los turnos de tarde y noche se repartirán el trabajo extra.

Mac tomó nota.

—De acuerdo.

—Podemos utilizar gente del destacamento de la Casa Blanca para la cena de Nochevieja. Un equipo debe quedar aquí para ir a buscarla al avión cuando vuelva para el desfile. El resto puede marcharse. — Se pasó una mano por el pelo mientras marcaba mentalmente cuestiones de trámite—. Asegúrese de que el equipo de tierra revisa la ruta y confirme la ubicación de la seguridad municipal antes de que Egret aterrice el día de Año Nuevo. Tendremos un programa muy apretado cuando aterricemos en Triboro y no quiero ajustes de última hora.

—De acuerdo —respondió Mac. La desenvuelta actitud de mando le pareció reconfortante. También lo había impresionado el mudo respeto a la posición de Egret que Cam había manifestado en la reunión. Eso y la firme postura de que estaban para proteger a la hija del Presidente, no para pasar el rato, constituían un cambio agradable. El trasfondo de insatisfacción y críticas que había sido moneda corriente bajo el mando anterior lo habían cansado. Si Roberts conseguía cambiarlo, podía contar con él incondicionalmente.

—Todo eso es básico, Mac. En el futuro haga usted la lista de turnos. Sólo asegúrese de que yo tenga una copia para saber dónde se encuentra la gente.

—Sí, señora. —Esperó, preguntándose cómo pensaba ella abordar el verdadero problema.

—La señorita Powell no confirmará sus planes personales, lo cual nos deja en una posición expectante. No quiero que se aleje de nosotros, sobre todo ahora. Me da la impresión de que va a poner a prueba nuestro nuevo mando. —Hizo una leve mueca.

«Me va a poner a prueba a mí.»

Mac asintió.

—Parece muy probable. El problema es que resulta totalmente impredecible.

—Va a moverse, no lo dude. Tenga un coche disponible por si toma un taxi y a alguien preparado para perseguirla a pie, preferentemente una mujer. Si va a un bar gay, será más fácil si tenemos a una mujer dentro.

—Hasta ahora hemos tenido una suerte increíble —comentó Mac—. La mitad del tiempo la hemos perdido en tránsito.

—Eso no puede volver a pasar. — Cam se levantó y estiró los hombros encorvados—. Me voy a casa. Avíseme en el momento en que salga por la puerta.

—¿Hasta qué hora? —preguntó Mac, preparado para tomar nota.

—A cualquier hora —respondió en tono tajante—. Si no está en su apartamento, quiero saberlo.

—Sí, señora —dijo Mac con resolución y se fijó en el vistazo que ella echaba a la habitación, como si quisiera cerciorarse de que todo estaba en orden antes de irse.

Tenía la impresión de que Egret se iba a llevar una sorpresa y estaba deseando verlo.

Cam atravesó su nuevo apartamento para ir a la ducha y se desnudó, ansiosa por borrar los efectos de la noche abreviada y del vuelo matutino. También estaba ansiosa por limpiar de su mente y de su cuerpo los residuos del primer contacto con el nuevo cargo. Por desgracia, lo segundo era difícil de conseguir.

El chorro frío la refrescó físicamente, pero apenas aligeró la inquietud que le había producido la reunión con Blair Powell. No la había afectado la actitud polémica de la joven, ni siquiera sus intentos de seducción. Sin duda, aquello se trataba de un juego para la primera hija. Era su propia reacción lo que la irritaba.

La había excitado en contra de su voluntad y de forma espontánea, y se sentía traicionada por la respuesta física. Peor aún, seguía notando el ritmo insistente de la estimulación mucho después de abandonar el apartamento de Egret. La ducha tampoco había aliviado del todo la pesadez de la excitación latente.

Sacudió la cabeza con irritación y se puso unos pantalones de correr y una camiseta. «Dios, apenas puedo controlar mi sistema nervioso involuntario. Y en Nueva York no hay forma discreta de aliviarlo. Tendré que agotarlo. Seguro que no será la primera maldita vez.»

Blair Powell se encontraba ante una de las ventanas que llegaban hasta el techo de su ático, contemplando las bulliciosas calles. Reconoció enseguida a Cameron Roberts, que bajaba de prisa las escaleras del edificio y corría hacia Central Park.

Aunque Cam desapareció rápidamente entre la multitud, la última imagen de su esbelta figura permaneció en la mente de Blair. Había estado pensando en ella desde la reunión de la mañana. Como era de esperar, la nueva comandante había sido toda profesionalidad, pero Blair percibió algo diferente en ella. Por un instante, mientras Roberts exponía las directrices con su estilo directo, le había dado la impresión de que realmente le importaba: no sólo el trabajo, sino también Blair.

«Sí, claro. Le importa lo mismo que les importa a todos: buenos informes de trabajo.»

Hizo ademán de coger el teléfono, que estaba en una mesa de rincón próxima, pero dudó antes de marcar. Con toda probabilidad, los agentes del piso de abajo registrarían la llamada, aunque no la escuchasen. Por lo general, no le importaba, pero no quería que registrasen aquella conversación. Tomó el teléfono móvil y marcó un número de memoria.

—Hola, qué tal —saludó en tono alegre cuando respondieron a la llamada al segundo timbrazo—. Sabía que estarías trabajando el sábado por la tarde. ¿Sigues empeñada en ser la subdirectora más joven?... Ajá... Oh, sí, claro. —Blair escuchó unos segundos y, luego, se rió—.

¡Naturalmente, necesito un favor! Comprobación de antecedentes de una tal Cameron Roberts. Escucha, tal vez resulte difícil. Es del Servicio Secreto... Sí, ya sé lo mucho que te sacrificas. Llámame cuando puedas, en cuanto tengas algo, ¿vale? Ah, sé que estoy en deuda contigo, en serio... ¿Qué?... No en esta vida, no lo harás.

Cuando colgó el auricular, pensó en llamar abajo para avisar al equipo del cambio de planes. Pero, ¿por qué iba a alterar la rutina? Las peticiones de los jefes de seguridad nunca le habían importado. Sin dejar de pensar en la intensidad de los ojos oscuros de Cameron Roberts, se puso una cazadora de cuero marrón y salió de su apartamento.

El busca sujeto a la cinturilla de la pequeña bandolera que llevaba Cam pitó cuando acababa de dar la primera vuelta al estanque de Central Park. Sacó el teléfono móvil y marcó los números sin aminorar prácticamente el paso.

—Roberts.

—Egret se ha puesto en movimiento.

—¿Destino?

—Desconocido, señora.

—¿La cubrimos?

—Hasta el momento sí. Va a pie y la tenemos a la vista.

—Bien. No intenten establecer contacto. Limítense a permanecer con ella. Volveré a la base dentro de veinte minutos. Tenga un coche preparado.

—De acuerdo, comandante.

—¿Y Fielding? —preguntó Cam tras recuperar el paso, abriéndose camino entre paseantes y turistas que miraban boquiabiertos.

—¿Sí, señora?

—Dígales que no la pierdan.

—Sí, señora.

«Dios mío, te pido que no la jodamos el primer día», pensó el agente John Fielding cuando transmitió las instrucciones de la comandante a los agentes del Servicio Secreto que seguían a la hija del Presidente.

—¿Dónde está? —preguntó Cam sin preámbulos mientras tiraba la mochila sobre la cama y se quitaba las zapatillas de correr. Con el teléfono apoyado en el hombro, se bajó los pantalones azul marino mojados de sudor, se los quitó y se despojó de la camiseta.

—En el gimnasio Soho —respondió Fielding con evidente alivio.

—¿Tiene confirmación visual de eso?

—Sí, señora. Paula Stark está dentro.

«Stark. —Una imagen acudió a su mente—. Pelo negro y corto, constitución atlética: la miembro más joven del equipo.» Cam se tranquilizó un poco.

—Bien, entonces está vigilada, de momento. Voy a ducharme y a cambiarme. Si Egret se mueve antes de que yo llame, avíseme.

Veinte minutos después, Cam cruzaba la calle para vigilar la entrada del gimnasio Soho. Había dos agentes del Servicio Secreto haciendo lo mismo en un Ford azul metálico, estacionado diagonalmente frente a ella. Cam no sabía si la habían visto. No los estaba observando. Confiaba en sus agentes para esa clase de vigilancia rutinaria. Estaba allí porque deseaba hacerse una idea de cómo era Blair Powell. Quería saber dónde comía, dónde compraba, adónde iba cuando buscaba diversiones y dónde pasaba las noches. Así sabría cómo podía protegerla.

Cuatro horas después, Cam empezaba a llenar parte de los espacios en blanco.

A cierta distancia, había observado cómo Blair cenaba con una mujer de exquisita hermosura, en un pequeño restaurante italiano del West Village. Las dos habían caminado unas manzanas desde allí hasta un bar gay de la zona. Cam las siguió con el coche lentamente. No se dieron prisa: miraron escaparates, entraron en una librería, compraron café exprés en un puesto de la acera y examinaron en detalle la exposición de un anticuario.

Mientras caminaban, Blair tocaba a la mujer de vez en cuando: una mano en la parte inferior de la espalda o un roce de dedos sobre el dorso de la mano.

A Cam los gestos le parecieron amistosos, pero no especialmente íntimos. Si se trataba de una relación, era superficial, a menos que Blair Powell fuera muy reservada. Cam sonrió para sí al recordar la afirmación de Ryan sobre el éxito que tenía la hija del Presidente con las mujeres. A él no le había dado impresión de «superficial». Y Blair Powell había sido todo, menos reservada, con ella esa mañana. Al evocar el roce de los firmes pechos de la joven contra su brazo, sintió de nuevo un breve espasmo de excitación. «Dios mío, ¿qué me está pasando?»

Cam, molesta, se centró en el bar de enfrente. Las dos mujeres estaban dentro y también uno de sus agentes. No le importaba que Blair lo viese. La presencia del Servicio Secreto estaba prevista. Cam se había limitado a indicarle que mantuviese la distancia y que no las importunase. El tiempo transcurría y el agente no tenía mucho de que informar.

Pasaba ya de medianoche, Cam estaba reventada y pensó en retirarse. Parecía una noche más en la que Blair Powell salía y el equipo asignado para seguirla lo tenía todo bajo control. Iba a coger la radio para marcharse, cuando vio a la compañera de Blair saliendo a toda prisa del bar para detener un taxi. Cam, alerta, tecleó la frecuencia del agente que estaba en el bar.

—Young, soy Roberts. ¿Tiene a Egret a la vista?

—Negativo. Está en el cuarto de baño.

Cam cambió de canal.

—Stark, entre y compruebe el cuarto de baño.

—Ya voy —contestó la agente, y salió del coche que se hallaba aparcado en la calle en la que el pequeño bar hacía esquina.

Los minutos pasaron lentamente hasta que el audífono de Cam cobró vida.

—No está aquí, comandante — anunció Stark.

—Registre todo el bar. Si no está dentro, haga un barrido de la zona circundante. Va a pie, al menos de momento. —

Cam marcó los números del centro de mando en su móvil y desconectó la radio—.

Fielding, déme las direcciones de todos los bares gays que hay en un radio de veinte manzanas desde donde me encuentro, empezando por los locales conocidos, sobre todo aquellos que ha frecuentado Egret recientemente.

Mientras Cam esperaba que el ordenador procesara la información, consideró la situación. Blair los había despistado a propósito, lo cual no resultaba demasiado difícil, puesto que la protegían con los recursos humanos que se empleaban para una vigilancia criminal. Y era así porque Blair se consideraba una persona protegida cooperativa. En el momento en que la primera hija estaba fuera de su alcance, se encontraba en riesgo potencial de ser secuestrada o, si la localizaban en circunstancias comprometedoras, de ser chantajeada.

El hecho de que no se la identificase fácilmente como la hija del Presidente era lo único que tenían a favor. La noche iba a ser larga y tensa hasta que la encontrasen.

—Ya tengo la lista, comandante — dijo Fielding, que estaba en línea.

—Empiece —ordenó Cam, con la mano derecha sobre la pequeña terminal de la consola central. Cuando apareció la lista, la repasó rápidamente. Había seis lugares probables en la zona inmediata—. Póngase en contacto con Mac Phillips para coordinar los equipos. Voy a comprobar los lugares del principio de la lista.

—De acuerdo. —Fielding cortó la comunicación y sacudió la cabeza con tristeza.

«Suerte.»

«Muy bien —se dijo Cam mientras cerraba el coche y se mezclaba con las multitudes que siempre llenaban las calles de Greenwich Village—. Ha llegado el momento de jugar al escondite.»

Una hora después pagaba la tercera entrada de la noche y le agradecía al gorila de la puerta vestido de cuero el chabacano cráneo con huesos que le había puesto en la mano. Cam jamás habría averiguado que tras aquella fachada cubierta de tablas había un club si no le hubieran dado la dirección. El lugar era un almacén de una lúgubre manzana junto a Houston y el interior se dividía en varios niveles. Según pudo ver, había al menos dos barras, pistas de baile dispersas aquí y allá, y lo que parecía un laberinto de habitaciones pequeñas en la parte de atrás.

Luces rojas empotradas iluminaban tenuemente la zona central y le daban el aspecto, al lugar y a sus ocupantes, del escenario de un accidente.

El club era sólo de mujeres y se trataba predominantemente, aunque no sólo, de un bar gay. Cam pidió una cerveza y comenzó a deambular por la concurrida sala principal. En la parte de atrás, unos vestíbulos en ángulo conducían a otras habitaciones mucho más pequeñas, todas llenas. Eran salas de ambiente, como comprobó enseguida cuando vislumbró figuras difusas que se dedicaban a diversas actividades sexuales.

Había parejas de mujeres apoyadas en las paredes, con las manos bajo la ropa, mientras otras permanecían junto a ellas, mirándolas. De vez en cuando veía a alguien arrodillado con la cabeza metida entre dos muslos separados. Hubo un momento en que tuvo que pasar de puntillas pegada a la pared ante dos mujeres que se encontraban a punto de consumar su relación, sin que les importasen las que se apretujaban para observar su acalorado intercambio. Cam se limitó a mirar de pasada las zonas más pequeñas, para comprobar que Blair Powell no estaba entre las participantes. No sabía por qué se sentía tan aliviada.

En cuanto llegó a una barra aún más oscura, situada en el extremo del largo vestíbulo, Cam divisó a Blair Powell en un rincón. La primera hija estaba apoyada en la barra, con una pierna sobre el reposapiés, mirando hacia Cam. Ésta se dio la vuelta rápidamente y se ocultó detrás de un grupo de mujeres congregadas junto a la pared.

Levantó el puño izquierdo, susurró su localización al micrófono que llevaba sujeto en él y dio instrucciones a sus agentes relativas al despliegue de los coches y a las posiciones sobre el terreno. Cuando Cam volvió a centrar la atención en Blair Powell, la hija del Presidente se encontraba con una rubia muy musculosa, que vestía pantalones de cuero negro y un chaleco sin mangas, y se apretaba contra Blair en aquel atestado espacio. Al parecer, la extraña le estaba susurrando algo urgente al oído, mientras Blair contemplaba la multitud de cuerpos que bullían en la pequeña pista de baile con expresión remota, como si su mente estuviera en otra parte.

Evidentemente, la mujer de cuero intentaba captar el interés de Blair hacia algo un poco más íntimo que la conversación, si su lenguaje corporal no engañaba. Ahora se había callado y frotaba una pierna contra el muslo de Blair. El lento balanceo de sus caderas era visible desde el otro lado del recinto. Luego, besó a Blair en el cuello y deslizó la mano por debajo del vaquero para tocarle el muslo. Habría presionado la palma contra el triángulo situado entre las piernas de Blair si ésta no le hubiera agarrado el puño y hubiera empujado la mano en el último segundo. La primera hija permaneció callada durante toda la escena y su cara apenas reflejó una emoción.

Cam comprendió que nadie sabía ni a nadie le importaba quién era Blair. Todas estaban sumidas en su propio deseo sexual o en las emociones particulares que estuviesen buscando. Con todo, Cam tenía que asegurarse de que Blair continuara en el anonimato y no sabía muy bien cómo hacerlo. Llamar la atención sobre ella tratando de sacarla de allí contra su voluntad no era, desde luego, la mejor manera. Sería la peor.

A pesar de las ramificaciones políticas, Blair Powell tenía todo el derecho a estar allí, y Cam se resignó a esperar que llegase el momento.

Pero aquello resultó más difícil de lo que había previsto.

—Será mejor que te calmes, fiera — murmuró Blair—. Me estás destrozando la pierna.

—Oh, tía —murmuró la mujer con voz ronca y la cara junto al oído de Blair—. Estás muy bien. Me pones tan caliente..., tan jodidamente caliente.

Blair se apartó todo lo que el reducido espacio le permitía, pero su compañera no se disuadía fácilmente. Atrapó a Blair contra la barra con un brazo a cada lado y le apretó más la pierna, con movimientos entrecortados y tensos. Blair desvió la cara para evitar un beso. Los labios de la mujer se toparon con su cuello y, un segundo después, deslizó una mano bajo la blusa de Blair. A ella no le produjeron ningún efecto los dedos que acariciaron su pecho, aunque sí se lo produjeron a su ardiente acompañante, que gimió entre sacudidas y se estremeció, a punto de llegar al clímax allí mismo en la barra.

—¡Tranquila, por favor! —exclamó Blair, fuera de guardia ante el rápido orgasmo que estaba experimentando la desconocida. No había tenido intención de dejar que la mujer llegase tan lejos e iba a calmarla cuando sus ojos recorrieron el lugar y se encontraron con los de Cameron Roberts. Blair se quedó atónita.

Su jefa de seguridad estaba apoyada en la pared de enfrente, vestida con unos vaqueros, camisa blanca y botas. Tenía una expresión completamente impasible y parecía sentirse como en casa. Sin lugar a dudas, Roberts era una de las mujeres más sexys del lugar y verla le produjo una punzada de excitación que ni siquiera la mujer que estaba a punto de correrse junto a ella le había provocado. A Blair Powell la enfureció el hecho de que la agente del Servicio Secreto le resultase atractiva, sobre todo porque sabía que estaba allí sólo para vigilarla.

«Vale. Si quieres mirar, mira.»

Con los ojos clavados en los de Cam, Blair puso las manos sobre las nalgas de la desconocida y frotó los prietos músculos en pequeños círculos, levantando la pierna para presionarla contra la entrepierna de la otra mujer.

—¡Oh, joder! —gimió la mujer con todo el cuerpo tenso.

—Sigue, cariño —le susurró Blair al oído—. Era lo que querías, ¿no?

—¡Oh, Dios, sí! —La desconocida jadeaba junto a su cuello—. Ah, huy..., oh, creo que me voy a correr.

—Había llegado al punto en que lo único que buscaba era aquel instante fugaz en el que uno parece derretirse. Oh, sí.

La mirada de Cam no se apartó de aquella exhibición sexual. Su rostro no reflejaba ninguna emoción, y tampoco el de Blair, ni siquiera cuando su compañera de representación se estremeció contra su cuerpo al llegar al orgasmo. Cuando los espasmos de la mujer se calmaron, Blair se libró del abrazo de su agotada compañera, cogió su bebida de la barra y se abrió paso entre la gente. No se volvió para mirar a la mujer doblada sobre el mostrador, que jadeaba sin aliento, ni prestó atención a los ocasionales comentarios elogiosos que su representación había merecido. Se dirigió sin prisa hacia Cam.

—¿Ha disfrutado del espectáculo, agente Roberts? —preguntó cuando llegó donde estaba Cam. La presión de la multitud la colocó a escasos milímetros de su jefa de seguridad y el suave destello rojo de las luces le permitió distinguir una fina capa de sudor sobre la piel de Cam. La necesidad de deslizar un dedo entre sus pechos era mucho más excitante que el sexo que Blair ya había olvidado.

Cam le devolvió la mirada con ojos firmes. Habría resultado incómodo presenciar la relación si hubiera percibido una pizca de intimidad en ella. No cabía duda de que había sido erótica. Sabía que estaba mojada, pero la excitación física no la molestaba. Se trataba de un puro acto reflejo, apenas registrado por su conciencia. No había sido la única que había mirado, aunque el interés de las demás era de índole muy distinta. Habían obtenido un placer indirecto al contemplar cómo Blair hacía que la otra mujer se doblegase de necesidad. Lo que más fastidiaba a Cam era aquel hecho, su carácter impersonal. Blair Powell le había parecido digna de mucho más. «Pero al fin y al cabo no soy yo la que decide, ¿verdad?»

—Tengo un coche fuera para cuando se quiera marchar. —Fue lo único que dijo. No pretendía involucrarse en las relaciones personales de Blair Powell ni pretendía comentarlas. Tal vez tuviese que presenciarlas si Blair continuaba con aquella clase de encuentros públicos, pero no tenía por qué participar en ellos.

—¿Y si decido ir caminando?

—Como guste —contestó Cam—. Arreglaré las cosas para que alguien la acompañe.

—No estoy segura de haberme divertido lo suficiente —señaló Blair con intención—.

Fue un poquito demasiado rápida. Las duras no aguantan mucho.

Cam se encogió de hombros, negándose a participar en una conversación sobre el espectáculo sexual que había presenciado.

—El coche esperará fuera aunque se quede hasta muy tarde.

—¿Y dónde estará usted?

—Aquí dentro, con usted.

—¿Vigilando? —En la voz de Blair había un sesgo de amargura.

—Sólo si no queda más remedio — respondió Cam en tono suave y, al pronunciarlas, comprendió lo ciertas que eran sus palabras. Quería que Blair estuviese a salvo, no contemplarla mientras mantenía relaciones sexuales con desconocidas.

Blair bebió su Manhattan, la única consumición que había pedido en toda la noche. Tal vez le gustase caminar por la cuerda floja, pero no era tonta. Estudió el rostro de Cam para valorar su actitud a partir de la expresión y se dio cuenta de que no podía. La jefa de seguridad estaba apoyada en la pared, absolutamente tranquila; hablaba en tono afable y su rostro se mostraba impertérrito. Para cualquiera que las mirase, podían ser dos mujeres en los niveles exploratorios iniciales de un típico encuentro de bar. Aunque Blair sabía que no era así, y por más que la agente Roberts aparentase que Blair podía elegir el resto de la noche, desde el momento en que la habían encontrado, se había acabado su libertad. Depositó el vaso con fuerza en la mesa más cercana.

—Usted no coincide con mi elección de acompañante, comandante —afirmó en tono cáustico—. Me voy a casa.

Cam siguió a Blair hasta la calle a una distancia prudente y, cuando la vio entrar en el coche con dos agentes, se dirigió con paso cansado hacia su propio coche.

Mientras recorría unas cuantas manzanas en la oscuridad, trató de no recordar la imagen de una extraña sucumbiendo a la pasión en los fríos brazos de Blair Powell.

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