Honor

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Capítulo 5

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Capítulo 5

CUANDO sonó el teléfono, Blair estaba en medio de un sueño muy interesante, que tenía que ver con una mujer de cabello oscuro y manos extremadamente ágiles. Con un gruñido alcanzó el inalámbrico, a sabiendas de que se pasaría la mañana padeciendo visiones eróticas insatisfechas.

—Blair Powell —rugió.

—¿Estás despierta?

—Aún no, A. J. —contestó Blair, irritada, mientras salía de la cama, desnuda, con el teléfono en la mano—. ¿Qué hora es?

—Hora de que esté en una reunión. O hablamos ahora o esperamos hasta... Dios sabe cuándo.

—¿Has conseguido lo que necesito?

—Más o menos. No creo que te vayas a volver loca de felicidad.

Blair suspiró, se envolvió en la bata y fue dando traspiés hasta la cocina para tomar la primera taza de café.

—Cuéntame.

—En pocas palabras, no va a ser fácil darle el esquinazo. Doce años en la división de investigación. Su especialidad era rastrear drogas colombianas pagándolas con dólares falsos. Pillos estafando a pillos. Por lo visto lo hacía muy bien.

Blair contempló el goteo del café en la cafetera, mientras ordenaba los pensamientos rápidamente.

—¿Por qué la han destinado de repente a protección? ¿Qué es lo que no me cuentas?

—Hay agujeros importantes en el medio. Queda constancia de que a principios de este año se vio envuelta en una metedura de pata por cuestión de jurisdicciones. El Servicio Secreto tenía unidades de vigilancia espiando un laboratorio de drogas en las afueras del distrito de Columbia. La Sección de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego participaron porque pensaron que había tipos que traficaban con armas y con el dinero falso. Sin que lo supiera ni siquiera la agencia federal, la unidad de narcóticos del distrito de Columbia tenía a una agente infiltrada entre los traficantes de drogas.

—Dios mío —murmuró Blair—. Reúne todos los ingredientes de un desastre.

—Aciertas. A los colombianos les llegó el soplo de que se avecinaba un ataque y la detective de narcóticos fue descubierta. El ataque se hizo mal y la mujer murió en el tiroteo. A Cameron Roberts le dispararon cuando se disponía a avisar a la narco infiltrada, segundos antes de que todo aquello se convirtiese en una locura.

A Blair se le encogió el estómago.

—¿Le dispararon?

—En la pierna, según creo. Aunque no acaba ahí la historia.

—¿Qué más?

—Estamos hablando de una tía maja, Blair. —Su interlocutora dudó. Incluso la amistad tenía sus límites—. Roberts posee una reputación intachable.

—No pretendo mancharla —gruñó Blair.

—Hay rumores..., no muchos, y nadie se compromete a decir las cosas con seguridad. Es una heroína, muy estimada por sus colegas...

—¡Vale! Ya te entiendo. No quieres contármelo, pero lo harás. Porque, si no lo haces, me aseguraré de que no llegues nunca a subdirectora.

—¡Blair!

—Lo digo de broma, y deberías saberlo, después de todos estos años. —Blair respiró a fondo y procuró dominar su temperamento—. Dime quién es ella, A.J. Controla mi vida.

—Fuentes rigurosas afirman que la poli de narcóticos asesinada era su amante.

—¡Dios! —Blair ahogó un grito. Era un tema sobre el que no le gustaba pensar. Sabía de pérdidas, y sabía cuánto tiempo dolían.

—Eso tal vez explique el cambio de misión —comentó A.J.—. Una cosa así puede dejarte destrozada para el trabajo sobre el terreno.

Blair evocó a la mujer centrada, de ojos claros, que la había seguido hasta el bar con aparente calma dos noches antes. Ningún agente había podido encontrarla después de que se escabullese. O, al menos, ninguno se había atrevido a hacerlo.

—No creo que esté destrozada por nada, A.J. Es de hielo.

—Eso encajaría.

—¿A qué te refieres?

—Corre un rumor, pero está tan enterrado que ni siquiera sé si se refiere a ella.

Blair se sentó en el borde del taburete que había junto a la barra de desayuno, sin acordarse del café.

—¿De qué se trata?

—¿Has oído hablar del supersecreto servicio de acompañantes que funciona en el Capitolio?

—¿El que proporciona acompañantes de todo tipo —chicos, chicas o las dos cosas— a senadores, dignatarios y, supuestamente, a mi padre?

—¡No sé nada de tu padre!

—Me da igual una cosa que otra — dijo Blair, cansada—. Me deja en paz, que es lo que me importa. ¿Qué tiene que ver con Roberts? ¿Intenta clausurarlo?

—Tal vez lo esté utilizando.

Blair contuvo la respiración y, luego, soltó una risa burlona.

—Tus fuentes no han visto a Cameron Roberts. Créeme, A.J., no necesita pagar por el sexo.

—Puede que quiera hacerlo.

—¿Qué?

—Sin lazos ni vínculos, nada que perder.

—Había olvidado que eres psicóloga —comentó Blair con sequedad y bebió al fin el café—.

¿Me estás diciendo que mi nueva guardiana no tiene debilidades que yo pueda explotar para darme un respiro?

—Yo no las he encontrado.

—Genial.

Blair colgó el auricular suavemente; su fastidio chocaba con la curiosidad. Todo el mundo tenía un secreto y también una debilidad, incluso ella. Sólo que había tenido la suerte de poder mantenerlos ocultos toda su vida. Al parecer, ocurría lo mismo con Cameron Roberts.

* * *

A las once en punto de la mañana llamaron a la puerta. Blair contestó; ya sabía quién era.

—¿Siempre puntual, comandante? — preguntó antes de dar la vuelta y dejar que Cam la siguiese hasta el interior del loft. Mientras caminaba, se apartó los cabellos rubios y alborotados con una cinta improvisada con un pañuelo negro. Metió un pantalón de chándal y otras prendas tiradas sobre el sofá en una anodina bolsa de deportes, sin prestar atención a Cam.

—Creo que deberíamos revisar los planes para el viaje a Washington y para la Nochevieja-sugirió Cam, apoyándose en el respaldo del sofá.

—¿Qué hay que revisar? —dijo Blair, con gesto despectivo—. Usted me acompañará al aeropuerto, otro guardián contratado me recogerá en el National y me dejará en la Casa Blanca, donde jugaré a ser la hija obediente, posaré para unas cuantas fotos y celebraré que he sobrevivido otro año. —Miró a Cam con indiferencia—. Se lo contaré cuando... esté aquí.

—Me gustaría tener el itinerario por adelantado para informar a mi equipo. ¿Ponemos la salida a las tres de la tarde del miércoles?

Blair la miró a la cara; había un destello de irritación en sus ojos azules.

—Acostumbro a establecer mi propia agenda.

—Por eso estoy yo aquí —respondió Cam sin alterarse.

—¿Pelea usted, agente Roberts? — preguntó Blair de repente.

—¿Como en un combate mano a mano?

—¿Como en el kárate?

Cam dudó y perdió momentáneamente el norte. Blair Powell no era de dar conversación.

—Pues no de una forma especial. No me tira la lucha; mi estilo es de colchoneta.

—Yo...

—Hablaremos de los detalles del viaje después de hacer ejercicio. Me disponía a ir al gimnasio. Puede usar cosas de mi equipo.

Cam la miró fijamente. No le parecía una buena idea. Le pagaban para que la protegiera, no para socializar con ella. No le importaba lo que pudiesen pensar los demás, pero sí le interesaba mantener las distancias profesionales. Blair ya era bastante difícil de manejar sin añadir la confusión de una relación personal.

Cam, paralizada, dijo:

—Si va a salir, tengo que avisar a mi gente...

—Me largo de aquí. —Blair cogió la bolsa y rozó a Cam al pasar—. ¿Viene o se queda?

Cam no tenía opción. O iba con ella o permitía que Blair saliese del edificio sola y esperaba que uno de sus agentes la alcanzase antes de que se perdiese entre la multitud de la calle. Corrió tras ella y encendió la radio de paso.

—¿Mac, está ahí? —susurró en tono urgente.

—Sí, comandante —respondió Mac al momento.

—Egret se marcha. Que haya alguien abajo con un coche.

—Entendido. ¿La acompaña usted?

—Afirmativo, pero quiero apoyo y asegúrese de que todo el mundo se pone en movimiento. —Entró de costado en el ascensor cuando las puertas comenzaban a cerrarse.

Blair se apoyó en la pared del fondo y la miró con una expresión divertida. Cam apagó la radio, la colgó en el cinturón y miró a Blair. Más que enfadada, estaba sorprendida, pero mantuvo una expresión neutra.

—No le gusta,¿verdad? —preguntó Blair.

—¿El qué? —repuso Cam sin inmutarse.

—No tener el control, no saber qué va a ocurrir a continuación.

—Si se refiere a mi trabajo, acierta. Mi tarea consiste en estar al corriente y mantener el control de la situación. Me pagan por eso.

Blair la observó, pero no pudo leer nada en sus rasgos suaves y regulares ni en su tono tranquilo y modulado. Las puertas del ascensor se abrieron en el vestíbulo y, cuando vio a dos agentes que esperaban junto a la puerta, sacudió la cabeza con impaciencia.

—Dígales que nos dejen en paz — indicó inesperadamente. Había cierto matiz de desesperación en su voz.

—¿El gimnasio de la Séptima Avenida? —preguntó Cam. «Está pidiendo, no dando órdenes.»

—Sí.

Cam habló a la radio.

—Vamos a pie al Soho. Sígannos en el coche.

Cam y Blair salieron a la mañana clara y fresca mientras los dos hombres se dirigían hacia el coche que se hallaba aparcado junto al bordillo. El vehículo se perdió entre el tráfico y las siguió lentamente cuando se dirigieron al sur, hacia el gimnasio.

—¿Habla en serio cuando dice lo de protegerme? —le preguntó Blair. Cam caminaba a su lado, escudriñando la calle y los coches que pasaban.

—Naturalmente.

—¿Por qué?

—Porque lo necesita y porque me han pedido que lo haga.

—¿Estaría dispuesta a recibir una bala por mí, como dicen ellos? — preguntó Blair en tono burlón.

—Sí —respondió Cam, cortante. Un músculo se tensó en su mandíbula y tras sus ojos grises se agitó una tormenta. Clavó la mirada en Blair, buscando algún indicio de lo que pretendía. Estaba segura de que aquello tenía un sentido. Los ojos azules de Blair eran desafiantes e igualmente inquisitivos.

—Tiene práctica en eso, ¿no es así? —inquirió Blair. Por fin, la respiración alterada de Cam y un ligero traspiés la recompensaron cuando la pregunta dio en el clavo.

«Tiene un punto débil», pensó con actitud triunfante.

Como Cam no respondió, Blair insistió.

—Hay constancia de ello, ya sabe.

—Entonces ya sabe todo lo que hay que saber —respondió Cam, rígida, luchando por apartar de su mente la imagen del rostro de Janet. No permitiría que los recuerdos interfiriesen, y menos cuando necesitaba mantener todas sus facultades alerta. Debía hacer el trabajo.

Sólo el trabajo. Todo lo demás era agua pasada; se había ido, estaba superado, muerto.

—¿En serio?

—Como bien ha dicho. —El tono era más calmado—. Hay constancia.

Blair se rió.

—Todos sabemos lo precisos que son los informes, ¿verdad, agente Roberts?

Su destino no era el moderno club de salud en el que Blair practicaba yoga y aeróbic, como Cam había previsto.

Blair pasó ante la entrada y dobló en una callejuela adyacente. Cam refunfuñó para sus adentros cuando Blair la agarró por el brazo y la condujo por un tramo de escaleras estrechas y sucias de un decadente edificio de viviendas. Cruzaron dos puertas de acero y accedieron a una enorme habitación, en el tercer piso. Se trataba de un gimnasio, por llamarlo de alguna manera.

La clientela era mayoritariamente masculina. Gastados sacos de arena colgaban de cadenas atadas a las vigas del techo, y los golpeaban hombres con camisetas rotas o sin camiseta. Levantadores de pesas con mucho músculo gruñían y sudaban en los bancos de musculación libre que había por todas partes. Dos cuadriláteros de boxeo elevados dominaban el centro del lugar; uno estaba ocupado por un par de luchadores que hacían serios esfuerzos por ganar. Cam hubiera apostado de buena gana a que había media docena de delincuentes en el recinto, y que alguno de ellos seguramente sabía quién era Blair Powell.

—¿Ha estado aquí antes? — preguntó, intentando no alterar la voz, mientras se abría camino entre los cuerpos para seguir a Blair hasta el fondo de la larga habitación.

—Tres veces a la semana durante dieciocho meses.

Cam estaba furiosa. Nadie le había hablado de aquel lugar: no tenía los antecedentes de sus miembros, ni idea de la distribución física y ninguna posibilidad de proteger a Blair de manera efectiva.

¿Cómo diablos lo habían pasado por alto?

Como si le leyera el pensamiento, Blair comentó:

—No saben nada de esto.

—¿Cómo? —Su voz era un rugido.

Blair le dedicó una sonrisa espontánea y encantadora. Habría resultado así si Cam no se hubiese enfadado tanto.

—Creen que paso casi todo el tiempo en la consulta de mi masajista, aquí al lado.

—¿Puerta de atrás?

—Ajá.

Cam no le preguntó por qué. No hacía falta. Sabía el motivo. Sería inútil señalar el peligro. Evidentemente, a Blair le preocupaba menos su seguridad que su libertad, lo que se debía sin duda al hecho de que había habido personas como Cam siguiéndola todo el tiempo durante los últimos doce años, más o menos. En aquel momento, lo fundamental era que no volviese a suceder nada parecido.

—Ya llegamos —anunció Blair con displicencia y retiró una cortina que daba a un vestuario pequeño y estrecho, no mucho más grande que un vestidor. En una esquina, tras una destartalada mampara, se veían un plato de ducha y un inodoro. Blair soltó la bolsa y se sacó la camiseta con un movimiento rápido, que cogió a Cam desprevenida. Blair se rió con gesto cómplice cuando los ojos de Cam se posaron sobre sus pechos para apartarse, luego, velozmente.

—Encontrará pantalones y camisetas en mi bolsa. Hay un montón —informó Blair mientras seguía desnudándose. Miró con todo el descaro cuando Cam se cambió. Sabía que Cam era consciente de su escrutinio, aunque no dio señales de ello.

Su jefa de seguridad poseía el cuerpo que Blair esperaba: esbelto y musculoso, una hermosa combinación de belleza femenina y poder. Se imaginó haciendo que aquellos músculos temblasen de deseo y viendo como el ansia quebrantaba su rígido control. La intensidad de la imagen le provocó una oleada de excitación tan aguda que le cortó la respiración. Tal vez Cam lo advirtiera, pero no lo demostró, y se puso unos pantalones sin prisa.

Blair contempló la cicatriz de veinticinco centímetros que cruzaba la cara externa del muslo derecho de Cam. Era bastante reciente, pues aún no había perdido la rojez.

Cuando Cam se puso los pantalones, Blair le preguntó:

—¿Tiene bien la pierna?

—Sí.

Cam se puso una camiseta en la que se leía «Ernie’s Gym» y miró a Blair, que seguía observándola. La hija del Presidente llevaba una camiseta sin mangas, rota unos cinco centímetros por debajo de sus pechos, altos y firmes, y unos pantalones sueltos. Músculos brillantes y bien ejercitados definían sus brazos y piernas. El estómago al descubierto era liso y lucía un arito de oro en el ombligo. Salvajes mechones de pelo rubio se habían soltado del pañuelo negro y le enmarcaban el rostro. Los ojos azules brillaban con descarada sensualidad. Era un hermoso animal.

—¿Debo entender que esto es Ernie? —preguntó Cam con sequedad, negándose a que la distrajera la abierta seducción de Blair. Había pasado la época en que la promesa de un cuerpo como aquél pudiera interesarle. El precio de la posesión resultaba demasiado alto.

—Esto es Ernie —afirmó Blair, descorriendo la cortina. No la incomodó el rechazo de Cam. La habría decepcionado si hubiera resultado fácil. Le molestaba más la innegable vibración de su propio cuerpo. El deseo era una debilidad que explotaba en los demás, pero que ella evitaba. La gente ya la controlaba de demasiadas maneras. No iba a añadir otra.

Cam apartó la cabeza cuando otra patada aterrizó en su mandíbula.

—¿Seguro que no quiere un casco? —preguntó Blair con un matiz burlón en la voz. Se movía ágilmente sobre la lona, con las manos enguantadas a la altura del busto. Cam se encontraba frente a ella, sin guantes ni ningún tipo de protección.

—No, gracias —respondió, calculando el alcance de las piernas de Blair con respeto. Esquivó la trayectoria de la siguiente patada y la desvió con el brazo. Esperaba un golpe a continuación y también lo interceptó. Luego, volvió a situarse a media distancia, procurando asimilar la táctica de Blair, que se movía ligera sobre la lona, ágil y flexible. Blair era una luchadora de kickboxing y en el cuadrilátero utilizaba los pies como arma. Por su parte, Cam estaba entrenada para combatir y debía extremar el cuidado, pues no quería lastimarla.

Sin embargo, Blair no parecía muy preocupada. Atacó sin descanso, mezclando patadas simples y dobles y golpes con considerable destreza. Dio en el blanco varias veces, y otras habría hecho mucho daño si hubiese empleado toda su fuerza. Cam desviaba, interceptaba y esquivaba los intentos de su oponente. Su entrenamiento la había preparado para inmovilizar y neutralizar, técnicas que no estaban pensadas para el boxeo. Sabía que no podría seguir defendiéndose así durante mucho tiempo. Había muchas posibilidades de que Blair le propinase un buen golpe con una de aquellas patadas. Cuando una veloz patada del revés amenazó la cabeza de Cam, ésta avanzó hacia el cuerpo de Blair y se acercó tanto a ella que la patada perdió fuerza. Cam sujetó la pierna de Blair con el brazo, agarró el hombro de su camiseta con la mano y empujó la pierna que sostenía a Blair. La aguantó antes de derribarla, la siguió hasta la colchoneta y presionó su cara con una inmovilización de hombro.

—¡Hija de puta! —susurró Blair, mientras luchaba por levantar el torso de la lona.

Paró cuando aumentó ligeramente la presión sobre el hombro. No le había hecho daño, pero la había inmovilizado.

—Si se rinde, la suelto —le susurró Cam dulcemente al oído—. Pero prométame que no me golpeará cuando se levante. Reglas de juego.

Blair se rió y golpeó la colchoneta. Al dar la vuelta, encontró a Cam de rodillas junto a ella, con un asomo de sonrisa en su rostro.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Cam.

—Genial. Supongo que lo volvería a hacer si lo repetimos.

—Ya le dije que no boxeo —explicó Cam cuando se levantaron—. No puedo luchar con usted según sus reglas. Me aniquilaría.

—No, no creo —repuso Blair, quitándose los guantes—. ¿Le importaría enseñarme esa técnica? Cam miró el exterior del cuadrilátero y comprobó que habían congregado a bastante gente. Sacudió la cabeza, irritada por haber dejado que su atención se desviase de la vigilancia. No podía observar a las personas que las rodeaban si estaba boca arriba.—No es buen momento para lecciones. Ni siquiera tengo a nadie dentro del edificio.

Blair siguió la mirada de Cam y el fastidio borró su sonrisa.

—No me conocen —aseguró en tono cansado.

Cam se fijó en el resentimiento que había en sus ojos y sacudió levemente la cabeza.

—Eso no lo sabe.

—Lo sé —insistió Blair—. Siempre lo sé. —Tomó aliento y añadió en un susurro: Por favor.

Cam miró al grupo que se apoyaba contra las cuerdas otra vez.

—De acuerdo.

Hizo la demostración despacio varias veces, mientras Blair observaba con interés. Luego lanzó una patada hacia la cabeza de la chica, preparada para retroceder si Blair no conseguía ejecutar la técnica. Pero Blair contraatacó rápidamente y la derribó entre los vítores de los espectadores. Cam estaba boca arriba junto a Blair, que apretaba el brazo contra su cuello. Blair metió la rodilla entre las piernas de Cam y se inclinó hasta que sus rostros casi se tocaron. Sus labios se rozaban.

—Si no se rinde, puedo hacer que todos se lo pasen mucho mejor — susurró.

Cam ahogó un grito cuando, inesperadamente, Blair apretó el muslo contra su entrepierna. Durante un segundo lo único que sintió fue el fuego, que se convirtió de pronto en un dolor desgarrador. Reprimió un gemido, sacudió la cabeza para aclararla y con un golpe de cadera desplazó a Blair. Cam se levantó enseguida y, casi al instante, saltó las cuerdas y salió del cuadrilátero.

—Es demasiado para ti, ¿eh, chica? —comentó en tono de buen humor un hombre robusto, que estaba junto a ella.

—Tiene toda la razón —respondió Cam en voz baja. Esperó a que Blair bajase y la escoltó hasta el vestuario.

—Voy a ducharme —dijo Blair, y empezó a desnudarse.

—Esperaré fuera —se apresuró a decir Cam, esforzándose en apagar los rescoldos de un deseo involuntario.

—¿De qué tiene miedo, agente Roberts? —se burló Blair, que permanecía desnuda ante ella—. La he sentido, ¿sabe?

—Tómeselo con calma —dijo Cam sin alterarse y salió de detrás de la cortina. Las carcajadas de Blair la siguieron mientras el latido de su pelvis le recordaba su propia debilidad.

Cam cerró de golpe la puerta de la sala de reuniones, con tanta fuerza que el cristal del cierre retembló. Había seis agentes encorvados sobre la mesa, con los ojos fijos en los bolígrafos. Cam permaneció de pie en la cabecera de la mesa, respirando con dificultad, mientras intentaba reprimir su ira sin éxito.

—¿Cuántos de ustedes llevan en este destino más de seis meses? — preguntó por fin con palabras tajantes. Hubo un momento de silencio; luego, Mac se aclaró la garganta.

—Todos nosotros, señora.

—Todos ustedes. —Los miró de uno en uno—. ¡Todos ustedes!

—Sí, señora —respondió en voz baja.

—Es evidente que ninguno tiene capacidad para desempeñar esta misión, y tampoco se la merece. Blair Powell, la hija del Presidente de los Estados Unidos, ha estado vergonzosamente desprotegida durante meses, ¿y ninguno de ustedes ha informado de ello? Aunque pudiese pasar por alto su falta de responsabilidad hacia ella, que no puedo, me resulta imposible disculpar su silencio en lo que se refiere a un peligro potencial para la seguridad nacional. Si la secuestraran, la Presidencia se vería amenazada. Se inclinó hacia delante, con las manos sobre la mesa, y dijo: Quiero una solicitud de traslado de cada uno de ustedes sobre mi mesa dentro de una hora.

Cuando Cam se volvió hacia la puerta, Paula Stark se levantó de pronto.

—¡Comandante!

—¿Sí? —replicó Cam secamente, mirando por encima del hombro. La joven agente, morena y apasionada, estaba erguida, con la mandíbula apretada. «Decidida y sin asustarse.»

—No quiero un traslado, señora. Quiero este destino.

—¿En serio? ¿Y por qué? Stark respiró hondo.

—Porque ella es mi responsabilidad y porque yo puedo hacer lo que nadie más haría. Me he pasado los últimos meses siguiéndola por los bares gays de esta ciudad. En esos sitios me conocen y la clientela me acepta. Puedo ir donde la mayoría de los miembros del equipo no pueden.

Usted necesita una persona dentro y, respetuosamente, ésa soy yo, señora.

Cam la observó en silencio. «Bien explicado, agente.»

—Sé que debería haber hecho un informe antes. —Paula aguantó la penetrante mirada de Cam sin inmutarse—. La perdíamos a menudo, porque nunca nos informaba de la ruta, o la cambiaba, o nos mentía a sabiendas. Todos estábamos frustrados, aunque eso no es una excusa.

—Tiene razón. Eso no es excusa para la negligencia en el cumplimiento del deber en la que todos tienen una parte. Al margen de la doblez de la señorita Powell, hemos jurado cumplir con la responsabilidad de protegerla. Si no asumen lo que ello conlleva, no encajan aquí. —Contempló al grupo—.

No quiero a nadie que no desee estar aquí. Procuraré que no haya repercusiones si solicitan el traslado inmediatamente, pero les garantizo que serán destinados a la embajada de Somalia si joden mi misión.

Una hora después, Mac llamó a la puerta de la sobria oficina de ocho por diez de Cam.

—¿Comandante?

Cam estudió aquel rostro, que resultaba casi demasiado atractivo.

Los ojos azules se mostraban serios.

—¿Se va o se queda, Mac?

—Me quedo si usted me quiere. Dos hombres, Young y Johnson, prefieren el traslado. Están con los papeles. Siento haberla jodido. Si no confía en mí...

Cam lo detuvo levantando la mano.

—Necesito un buen coordinador, Mac. Tenemos un sujeto que no coopera y eso no va a cambiar. Habrá que reajustar el personal, la localización de los vehículos e incluso las rutas automovilísticas de forma instantánea. Debo estar con ella de manera efectiva y consistente hasta que le entre en la cabeza que nonos vamos a apartar de su lado.

Vio la mirada de incredulidad que él trató de ocultar rápidamente. Cam se rió y, por primera vez desde que había salido del gimnasio, cedió la presión que llevaba sobre los hombros.

—Sí, lo sé. Estoy soñando. Usted será el hombre del despacho casi todo el tiempo que estemos parados y el centro de comunicación cuando nos movamos. ¿Sí o no?

Le dedicó una brillante sonrisa.

—Sí.

—Bien. Entonces, encuéntreme sustitutos para los dos que se marchan. Ni siquiera voy a ver los expedientes hasta que usted los supervise. Y Mac, ambos sabemos cuál ha sido el problema. —Su mirada era firme y, durante un segundo, en sus ojos centelleó la furia—. Si hay el menor indicio de homofobia en el expediente de alguien, no lo quiero en esta misión. La sexualidad de Blair Powell no es cosa nuestra y no debe afectar la forma en que hagamos el trabajo. Quiero que quede claro.

—Sí, señora. Lo entiendo. —Sintió una punzada de satisfacción en su interior. «Por fin alguien que se enfrenta a las cosas y dice lo que hay que decir.»

—Bien. Nos reuniremos para preparar el viaje a Washington a las siete de la mañana.

En cuanto su más inmediato colaborador cerró la puerta, Cam se reclinó en la silla y cerró los ojos. Había encarado los problemas con su equipo y ya era hora de enfrentarse a su propio dilema. Blair Powell la había conquistado. «Dios mío, en tres días.»

No quería pensar en su respuesta a la descarada insinuación sexual de Blair en el gimnasio, pero debía hacerlo. No podía permitirse distracciones y era innegable el efecto que sobre ella había ejercido Blair. Verla desnuda, el contacto de su cuerpo, incluso el desafío constante de su obstinada defensa de la independencia: todo aquello la excitaba. Por suerte, era algo meramente físico, y al cabo de dos días estarían en Washington. Entonces podría satisfacer las implacables exigencias de su cuerpo.

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